David Barry era un hombre mucho mejor informado después de haber hablado por teléfono con el cardenal William. El historiador no le había contado casi nada, pero había accedido a decir que, si quería saber más, debería contactar con su superior, que, casualmente, era compatriota suyo. David Barry jugó esa misma baza hablando de Long Beach, del RMS Queen Mary, el transatlántico que actualmente funcionaba como hotel y museo, anclado permanentemente en aquella ciudad de California. Habló también de Houston, de los distritos de los teatros y museos, impagables, imprescindibles, consciente de que un cardenal debía fidelidad al papa y no a su país o tierra natal, desgraciadamente. Eran los caminos de los hombres, de la fe, de los oficios. Todos vendían su trabajo y lealtad. Pero la segunda llamada telefónica había sido mucho más esclarecedora.
—¿Me has llamado? —preguntó Aris desde la puerta del despacho del director.
—Sí. Entra y cierra la puerta.
Aris cumplió la petición, u orden, pues Barry era su superior jerárquico, pero se sentó sin esperar a que lo invitara a hacerlo.
—He hablado con la Santa Sede —informó Barry.
—OK. Me tenías intrigado.
—Lo único que he conseguido sacarle al bellaco del historiador es el nombre de su superior, el cardenal William, que casualmente es de Long Beach —murmuró Barry.
—¿Long Beach? ¿Cómo es que alguien de Long Beach es cardenal? —exclamó Aris.
—La conversación fue cordial. Tienen casi todo controlado —continuó Barry sin hacer caso de la ironía de Aris.
—¿Y te lo has creído?
—Claro que no. Le solté unas migajas para que creyese que estábamos en el pastel, sin darle idea de que apenas lo hemos olido.
—Porque probarlo no… —añadió Aris siguiendo la broma—. Todavía.
—Así es. Pero nos está invitando él. Un grupo terrorista islámico ha secuestrado al hijo de Ben Isaac.
—Perfecto. ¿Quién ha reivindicado el secuestro?
—El Islamic Jihad Movement.
—Qué grandes hijos de puta.
—Andan detrás de las grandes fortunas, las estudian, las analizan, detectan sus puntos débiles y después dan el golpe. En este caso, el hijo de Ben Isaac —explicó Barry con los dedos de ambas manos entrelazados encima de la mesa.
Aris calibró la cuestión unos instantes y a continuación expuso sus objeciones:
—Eso no explica los acontecimientos de París ni la presencia de Rafael.
—Es lo que he pensado yo.
—¿Qué respondió el cardenal William? —preguntó Aris.
—Que Ben Isaac es un católico devoto y un gran benefactor de la Iglesia. Además, tiene participación en el Banco del Vaticano y en el del Espíritu Santo.
—Un banquero con intereses en bancos. Cuéntame alguna novedad —ironizó Aris—. En resumen, el tipo da dinero a la Iglesia, de ahí el interés de los curánganos en librarse de él. Pero eso no explica las muertes. ¿Y el famoso acuerdo, el Statu quo?
—El acuerdo era otro de los puntos débiles del judío. Un acuerdo financiero entre caballeros. Utilizaban las excavaciones como pantalla, para que Ben Isaac pudiera inyectar dinero en la Iglesia a través del mecenazgo. Han eliminado a casi todos los implicados para demostrar que no estaban jugando y que matarían a su hijo en un abrir y cerrar de ojos.
Estudiaron las explicaciones de William tratando de ver dónde radicaban los fallos.
—¿Piensas que se le puede creer? —acabó preguntando Aris, llevándose las manos abiertas a la nuca para desperezarse.
—No. Ese cardenal me ha parecido un gran mentiroso. Los ingleses y los franceses están encargándose de la operación de rescate. Esperemos. Lo averiguaremos todo en Roma. Dile a Sam que anule el viaje y pida la devolución del dinero. Vamos en nuestro avión. Y que investigue las participaciones —cruzó los dedos— de Ben Isaac en el Banco del Vaticano y en ese Banco del Espíritu Santo.
—OK. —Aris se levantó con presteza y se dirigió a la puerta; luego se volvió hacia el director—. ¿Estás diciendo que también Rafael anda desorientado?
—Por lo visto. —Barry tomó su arma, retiró el cargador para verificar las balas y volvió a ponerlo en su sitio enseguida.
—¿Vas a salir?
—Vamos —dijo al tiempo que se levantaba y cogía el abrigo de la percha—. Haz lo que te he dicho y reúnete conmigo en el garaje. Nos toca barajar a nosotros.