Va para una semana el tormento de nuestro extravío en el desierto. Nadie nos persigue por estas soledades de roca y arena. Sin agua para beber, ni comida que llevarnos a la boca, hemos tenido que sacrificar uno de nuestros camellos para conseguir prolongar nuestra vida, no sé si por mucho tiempo. Nos aplicamos a beber de la sangre de su yugular, antes de que cuajara. Vaciamos los orines de su vejiga, que mezclamos con la escasa grasa de su joroba. Ese mejunje repulsivo nos sabe a gloria. Contiene agua y alimento. El camello sacrificado es fuente de vida. Ya tenemos su carne seca. Comida no nos faltará. Pero falleceremos de sed y delirio si no encontramos pronto un oasis redentor. Saco fuerzas de donde no las tengo para mantener esta Rihla. Es mi atadura con la vida. Observo, con dolor, cómo mis hombres enloquecen. Andan sin rumbo, se pierden, blasfeman y gritan sin concierto. Los pocos que aún mantienen la cordura hacen un tremendo esfuerzo para no extraviarse sin remedio hacia la muerte. Quedamos veinte hombres en el campamento, y tenemos todavía treinta camellos. Layla sigue siempre a mi vera. Para ella guardo los mejores bocados. No se queja. Aprieta los dientes y sigue mi paso. Los camellos siguen portando nuestros absurdos tesoros.
—Tenemos que conservarlos —insiste Muntika—. Son las pruebas de nuestro éxito.
Muntika es el más ambicioso de nuestros hombres. Sueña con llegar a ser visir del emperador, y todo lo sacrifica por ello.
—Los tesoros pesan mucho —le replico—. Cansan a los animales, retrasan nuestra marcha.
—Todavía nos quedan muchos camellos. No podemos desprendernos de nuestras riquezas.
Así somos los humanos. Reverenciamos el oro tanto como la vida. No discuto con él. Tenemos que reservar todas nuestras fuerzas para sobrevivir. Caminaremos por la noche y descansaremos durante el día. Cada dos días tendremos que matar a un camello para beber su sangre y su orina, cada vez más escasa. Los camellos están irritados y sedientos. Llevan mucho sin beber, y también pronto sufrirán los rigores de la deshidratación. Hombres y bestias moriremos pronto si el buen Alá no lo remedia.
Animo a mi gente con suras del Corán.
—No hay bestia en la Tierra de cuya provisión no se encargue Alá. El conoce su madriguera y su fuente de alimento. Si protege a las bestias, ¿nos ha de abandonar a nosotros, sus fieles esclavos?