Atrás quedan las colinas de Fez, doradas por el sol de la mañana. Atrás también mis sueños de regresar a Granada. Un atroz desierto de arena y nada separará mi destino en Tombuctú del sueño andaluz que durante tantos años cobijé. Pero así lo quiso el destino. Al Ándalus era mi ideal, pero Jawdar, mi mejor amigo. No. Mi hijo más querido. Tuve que elegir. Él jamás me habría abandonado; tampoco yo lo haré. Regreso a su lecho de convaleciente, y olvidaré mis sueños imposibles. Caminante soy, y en cada recodo debo disfrutar de lo que descubro. Pocas veces en la vida se presenta el tesoro de una verdadera amistad, la alquimia que transforma en oro la relación entre dos hombres. La siento hoy con Jawdar. La comprobé en el ayer de los años con Abdalá, que todo lo entregó por mi redención.
La caravana ya inicia su ruta lenta. Marcharemos hacia Marraquech, y desde allí a Siyilmassa, donde haremos acopio de provisiones. Después, nos adentraremos en el desierto. El Sáhara nos aguarda.
Retomo mi Rihla. Hace seis días que partimos de Fez. Hemos acampado en el gran caravasar de Marraquech, la ciudad roja de los almohades. Ni las cercanas nieves del Atlas, ni las palmeras, ni los olivos logran alegrar mi corazón. Tampoco el bullicio de la gran plaza Jemaa el Fna, con la algarabía de sus magos, sus aguadores, sus encantadores de serpientes, sus trovadores, poetas, charlatanes y contadores de cuentos y leyendas. Nada logra levantar la bruma de la melancolía. Retorno al Gran Sur, al país de los negros, sin haber logrado regresar al mío. Cada paso que me acerca a Tombuctú, me aleja de mi Granada del alma. Miro atrás, y sólo camino soy. Hacia delante, sólo camino me queda. Caminar es mi sino, y recordar mi condena.
Sólo encuentro reposo para mi melancolía en la poesía. Añoro Granada, idealizada por la distancia de los tiempos. He compuesto este poema a la ciudad, a sus gentes, a los que fueron mis amigos y también mis enemigos. La añoranza sabe perdonar.
¡Tierra mía!
de la que eran los amuletos
que en la infancia portaba,
pues suya fue la primera
tierra que rozó mi piel.
Recuerdo la abundancia de sus fuentes y aljibes, el silencio sombrío de sus alcubillas y veneros, la lucidez de sus sabios y la belleza de sus mujeres. He conocido mil ciudades, ninguna como la andaluza. Ni siquiera El Cairo, con sus mezquitas florecientes, podrían comparársele.
¡Qué tiene Egipto para enorgullecerse del Nilo!, si hay mil de ellos en el Genil y sólo se le ha añadido allá la letra «ge» para que pueda repetirse eso de Ge-nil.
Estoy triste. Marraquech la roja es hermosa, pero no sacia mi sed del regreso.
Entre las tierras del mundo,
Granada no tiene igual.
¿Qué valen junto a Granada,
Egipto, Siria e Iraq?
Luce cual hermosa novia
con vestidura nupcial:
aquellas otras regiones,
todas su dote serán.
Del paraíso fui expulsado por hipócritas zalameros del poder. Hoy los perdono. Redimo sus culpas, quiero la paz. Sólo así podré continuar mi camino ligero de equipaje. Que nada pesa tanto como el rencor entreverado.
La Rihla vuelve a acogerme con el sosiego de sus líneas al amor de las candelas del campamento. Hemos instalado nuestras jaimas en las afueras de Siyilmassa, siempre bulliciosa y repleta. La ciudad caravanera de Marruecos se encuentra al sur del Atlas, en las mismas orillas del desierto. Hemos atravesado la cordillera cuando la nieve todavía blanquea sus altas cimas. Su caravasar despide y recibe a las grandes hileras de camellos que cruzan los vacíos de los mapas. Más de cuarenta días, si Alá así lo quiere, tardaremos en avistar las ciudades del reino de los negros. Allá me espera Jawdar. Cuarenta días de marcha ininterrumpida, de largos silencios, y hondas soledades. Percibo ya que el desierto me abraza. El Sáhara, el jardín preferido de Alá, nos reclama. Debemos prepararnos para su travesía. Mañana dedicaremos el día a aprovisionarnos de carne seca, dátiles y té. Ellos nos darán el sustento frugal que precisamos. Los odres de piel de chivo quedarán rellenos hasta su completa capacidad. Inciertos serán los oasis y los pozos una vez que nos adentremos en el reino de la sed. Tenemos que aprovechar el gozo de la aguada.
Hace cuatro días que salimos de Siyilmassa. Nuestro guía principal ha enfermado, y delira entre fiebres. Lo llevamos sobre unas parihuelas improvisadas entre dos camellos. Esperemos que pronto se recupere. No me termino de fiar de su joven ayudante. Esta noche, antes de ponerme a escribir en mi Rihla, lo he estado observando. Miraba una y otra vez a las estrellas, consultando unos dibujos de su maestro. No sé, parece que duda. Sólo Alá es grande, en sus manos está el destino de todos nosotros.