El sol está alto y firme sobre el cielo de Fez. Mis hombres de mayor confianza van llegando hasta el palacio del barrio andaluz donde me hospedo. Les recibo con una amplia sonrisa y un abrazo sincero y cálido. Siento un gran afecto hacia ellos. Nobles mandingas, alegres y fieles. No les asusta el peligro del león, ni la mordedura de la serpiente, ni el espejismo mortal del desierto. Sentimentales y cariñosos, sólo un tipo de zarpazo puede derribarlos. La traición del que aman. Y yo se lo voy a asestar en unos instantes, cuando todos se encuentren bajo mi techo. Los hago pasar al patio sombreado. La fuente refresca la penumbra. Unos sirvientes ofrecen agua y té. Hablan entre sí, confiados, entusiasmados ante la idea del retorno. Seremos recibidos como héroes, se dicen orgullosos. La embajada del emperador ha sido todo un éxito, se jactan. Hemos conseguido paz para las caravanas, la gloria de la batalla y un rico botín. Llevamos un verdadero tesoro para nuestro monarca. Kanku Mussa nos cubrirá de honores cuando sepa de nuestras proezas y aciertos. Los dejo vanagloriarse. Apuraré el instante de mi confesión. He preparado todo un discurso, en el que le agradezco su fidelidad y entrega, alabo las grandezas de su pueblo y la magnificencia de su emperador. Y será entonces cuando les diga que regreso a Granada, que abandono la caravana. Espero que sepan comprender que los caminos se separan. El suyo los llevará junto a Tombuctú, el mío me arrastrará hacia una Granada a la que pertenezco. Comenzaré una nueva vida con Layla, la muchacha de Tremecén. Miro hacia las celosías del piso de arriba. Tras ella se ocultará la muchacha, espiándonos con ojos curiosos y vivos.
Ya están todos mis hombres. Las mieles y gozos de la ciudad son muchas para sus héroes, y temí que alguno no llegara a la cita.
—Señores —alzo la voz para llamar su atención—. Muchas gracias por haber acudido puntuales a mi convocatoria.
Sonrieron orgullosos. Ellos siempre llegaban puntuales a la cita.
—Debemos preparar la caravana. En tres días debe estar lista para partir.
Murmullos de aprobación.
—Pero antes quería deciros algunas cosas importantes para mí.
Escuchaban con atención cada una de mis palabras.
—Me siento muy orgulloso de todos vosotros. Habéis sido los mejores compañeros posibles. Valientes, leales, sacrificados, honestos. Ha supuesto para mí un auténtico privilegio el poder encabezar la embajada de los fieles súbditos de Kanku Mussa, el gran emperador del Níger.
Sacaron pecho. Eran como niños halagados en público por el maestro.
—No he conocido otro pueblo como el vuestro. Conquistó mi corazón desde el mismo momento en el que os conocí en La Meca. Lo dejé todo para seguiros. No me arrepiento. Fue la mejor decisión de mi vida.
Reposé unos instantes. Se acercaba el momento de mi confesión, y las palabras se tornaban pesadas y difíciles.
—Pronto estaréis con vuestras familias. Seréis ampliamente recompensados por un monarca generoso. Pero yo… pero yo no…
Detengo mi frase. Ellos azuzan el oído. No entendieron las palabras finales. Tomo aire.
—Pero yo no podré ir con…
Un murmullo impide concluir mi discurso. Mis hombres se giran sorprendidos hacia la puerta. Alguien acaba de entrar, acompañado de Mom, mi fiel criado.
—¡Señor Es Saheli! ¡Ha llegado un mensaje para usted! ¡Llega desde Tombuctú! ¡Dice que es importante!