Esta tarde hemos cruzado de nuevo las puertas engalanadas de Fez. La ciudad está en fiestas, enterada del éxito de su sultán en Tremecén. Atrás quedan cinco días de viaje cansado y somnoliento. En cada parada del camino hemos tenido que narrar las glorias del ejército. En cuanto nos deteníamos, los curiosos se agolpaban a nuestro alrededor, deseosos de escuchar noticias frescas acerca de los avatares de la guerra. He exaltado una y otra vez la gloria de Abu l-Hasán, como si de un eco lejano se tratara. Ya no me interesa. Son fantasmas del pasado, y yo quiero mirar hacia delante. En el camino de la vida, el siguiente recodo es el que depara la sorpresa más excitante. Ya no soy joven, y mi natural tiende hacia la melancolía. No puedo dejarme arrastrar por el espejo del tiempo. Tengo que mantener la ilusión del futuro por alcanzar. Mi siguiente destino es Granada, los recuerdos no pueden lastrar mi decisión. Estoy preocupado, no sé cómo decírselo a mis fieles acompañantes. Con ellos atravesé desiertos, afronté batallas, conquisté reinos. No comprenderán mi deserción. Hoy soy su héroe y mañana me puedo convertir en el desagradecido que los abandonó. La frontera que deslinda la gloria de la traición es delgada y frágil. Basta un suspiro para traspasarla.
Me he bañado en una tina de agua caliente. Me acostaré en mi cama mullida y ociosa, mientras rumio los siguientes pasos. Layla duerme cerca, pero no la llamaré. Ha aguantado bien el viaje desde Tremecén hasta Fez. Todavía no la he invitado a mi lecho. ¿Achaques de la edad? No lo sé. ¿Por respeto a los recuerdos de la otra Layla, la de mi juventud granadina? No creo. Siempre engañé a mis amores. A estas alturas no le voy a ser fiel a un simple recuerdo de la juventud. Probablemente no me quiero acostar con ella porque aún recuerdo la escena de la violación. Ella también. Nunca la podrá olvidar. Por eso, mejor que el tiempo actúe con su terapia del olvido. Tiempos tendremos para el gozo.
—Señor, ¿desea algo? —Layla interrumpe mi escritura.
La observo. Lleva el camisón entreabierto. Sonríe sumisa.
—No gracias. Puedes acostarte.
—¿Seguro que no desea nada? —insiste mientras le brilla la mirada.
—Seguro. Descansa, has tenido un largo viaje.
Abandona mi habitación con desgana. Voy para viejo.
Mañana he citado a mis hombres de mayor confianza. Vendrán hasta mi palacio del barrio andaluz. Piensan que los he convocado para ultimar los detalles de nuestra partida hacia el Níger. Pobres. Les voy a decir que partan sin mí. Yo no regresaré con ellos a Tombuctú.