Y mientras la noche cae, ¡mirad qué brillante,

a través del púrpura profundo del aire del crepúsculo,

aparece la súbita radiación de su luz,

con el extraño esplendor celestial en su mirada!

Y los grandes barcos zarpan y regresan

meciéndose y balanceándose sobre las ondulantes olas,

y siempre alegres, cuando la ven arder,

dan sus silenciosas bienvenidas y despedidas.

—Longfellow

David permanecía sentado en silencio, mientras Silas hacía un boceto de Alden Rock y a Henry Longfellow, que estaba sentado sobre ella componiendo una oda al faro de Portland Head. Nunca dejaba de sorprenderse por el hecho que de aquellas manos tan grandes y torpes pudieran convertir un papel en blanco en una obra de arte simplemente con un carboncillo. Era creación de primer orden, y él se asombraba con su magia.

Se apoyó contra el faro, gozando de la luz de la mañana. Sus dedos dejaron en el papel zonas en blanco, para mostrar los reflejos del sol en el agua. Se sacó la larga pipa de la boca y la golpeó contra una roca cercana para limpiar la ceniza. Soltó el cuaderno de bocetos y comenzó el metódico trabajo de vaciar lentamente la pipa y luego rellenarla. Era un ritual para Silas, un recuerdo repetido por hábito, una familiaridad que nunca dejaba de proporcionarle paz.

Silas Luper se sentía feliz y contento. Y por primera vez en su larga vida, también lo estaba David Wolf.

Silas Luper y Carla James se habían casado varios meses atrás. Había sido idea de ellos, y David y Silv permanecieron por completo al margen de la decisión, aunque nunca habían dudado del destino de la situación.

Silas y Carla estaban muy enamorados. Ambos habían llevado vidas infelices hasta que se conocieron, y ambos encontraron en los ojos del otro la culminación de todo aquello de lo que habían carecido. No fue completamente fácil, ya que ambos estaban acostumbrados a lo suyo; pero el resultado final nunca se puso en duda. Se pertenecían el uno al otro.

David y Silv habían tenido mucho cuidado para que la situación se creara fuera de su control. No querían repetir la relación de Antoine y Teresa y todo su dolor inherente, así que por eso tuvieron cuidado al principio, pasando mucho tiempo transitando y dejando solos a los dos amantes durante semanas seguidas. Funcionó perfectamente.

Eran ambos gente de buen corazón, que apreciaban sinceramente a David y Silv y no estaban en contra de compartir sus mentes con ellos. En cierto modo, sentían incluso cierta responsabilidad hacia los viajeros, por haber logrado que ellos se conocieran.

Fue una relación feliz desde el principio. Eran cuatro mentes apartadas de los rugientes océanos de la vida, que se tomaban una especie de descanso emocional. No podía durar, naturalmente. Una guerra civil se cocía en el horizonte, e incluso el viejo barco de Silas, el Bohemio, estaba destinado a tener un trágico encuentro con la roca sobre la que Longfellow estaba sentado en este instante; pero todos aceptaban que la eternidad debe encontrarse en los momentos y la apreciaron mientras duró.

Silas terminó de llenar su pipa y se la metió en la boca. Encendió una cerilla en la piedra blanqueada del faro. Aspiró placenteramente durante un instante, y luego volvió a coger su cuaderno.

Es muy bueno.

Bah, tú eres muy mal crítico. Te gusta cualquier cosa.

Me gusta cualquier cosa que hagas. Tienes mucho talento.

Sólo doy gracias a Dios, es todo. Nada más.

¿Y no es suficiente eso?

Pasaban gran parte de tiempo en un lugar u otro. Silv y él habían pasado períodos alternativos transitando y viviendo en el faro con Silas y Carla. Silv había empeorado progresivamente, y su memoria perdía grandes porciones día a día. También David había empezado a perder zonas de su mente. Sus conocimientos médicos ya habían desaparecido por completo, así como su primer matrimonio. No parecía haber razón alguna para las cosas que desaparecían, y no había ningún dolor conectado con la pérdida; simplemente algunas cosas ya no estaban cuando las buscaba.

Habían viajado juntos por el tiempo e incluso por el espacio. Encontraron un anfitrión genético que había sido astronauta y caminaron por la Luna con él y jugaron al golf. Silv se sentía interesada por el programa espacial, algo que había desaparecido del mundo cultural en algún momento determinado a principios del siglo XXI a causa de la falta de interés y dinero. Pasaron bajo el Polo Norte en submarino y lo alcanzaron por tierra en un trineo de perros. Estuvieron en Walden Pond y en la Rusia de Stalin. Viajaron lejos y vieron todo lo que había que ver… pero siempre los momentos más felices sucedían en el faro, donde las alegrías simples, los simples recuerdos, podían ser saboreados y almacenados en el corazón.

Pasaron bastante tiempo con Hersh. Silv y Napoleón solidificaron finalmente una relación que nunca había tenido oportunidad de desarrollarse adecuadamente. El sueño de Hersh, naturalmente, había terminado en Waterloo, y normalmente lo visitaban en su exilio de Santa Elena. Para Hersh podría haber sido una época de serena reflexión, pero la impaciencia de su carácter simplemente no podía o no quería ajustarse al confinamiento, y se consumía.

En cuanto a David, le iba bien. Estaba contento, una palabra que significaba mucho. Había pasado varios cientos de años como ciudadano de la corriente temporal, y a través de ella había aprendido que, cuanto menos complicada es una cosa, más hermosa resulta. Silv y él se complementaban y formaban un único ser. Se amaban y reían y lo compartían todo juntos y, si aún había un rinconcito en la vida de David que no estuviera completamente satisfecho, era parte del lote, y también estaba bien.

En sus momentos en el faro había conocido la vida tal como era, y la vivía de la misma forma en que millones de personas lo habían hecho desde el principio del tiempo…, y para él era un milagro.

—¿David?

—Por aquí —gritó, quitándose la pipa de la boca y sacudiéndola por costumbre contra la roca.

Silv rodeó el faro para sentarse junto a él. Contempló el dibujo mientras se colocaba el vestido estampado de flores debajo de las piernas.

—Buen trabajo.

—Gracias. —Se inclinó y la besó en la mejilla.

Silv señaló a Longfellow.

—Deberías dárselo a Henry cuando lo acabes.

—Buena idea. Le haré un regalo. Puede que lo use para envolver los peces que pesque.

—Oh, vamos —sonrió ella, y le palmeó juguetonamente en el hombro—. David, ¿estás al mando?

—Estoy aquí, sí. ¿Qué pasa?

—Algo de lo que necesito hablar. Nos… nos concierne a ambos, de algún modo.

Él acarició su brazo, preocupado.

—¿Pasa algo?

Ella sonrió con tristeza y cogió entre las suyas la gran mano de él.

—Nosotros… Bueno, Carla y Silas van a tener un bebé.

—Un bebé —dijo David en voz baja, y pudo oír a Silas gritar en su interior:

¡Déjame salir, por el amor de Dios!

David se sumergió, y Silas envolvió a Carla en sus fuertes brazos. Los dos se echaron a reír como escolares.

David se dejó llevar perezosamente. En esencia, no era su hijo ni el de Silv, pero, realísticamente, en parte era también de ellos, igual que ellos eran parte de él. David había afectado el ciclo vital para convertirse en su propio antepasado. Era una parte viva de la eternidad.

—¿David? —volvió a llamar Silv—. ¿David?

—¿Sí?

Miró a Silv, los dos controlando de nuevo ahora a sus anfitriones.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó ella.

David no comprendió lo que quería decir.

—¿Cuál es el problema?

—¿Podemos… tenemos derecho a quedarnos aquí ahora?

—¿Quieres decir que nos marchemos, que dejemos al bebé?

—No es nuestro, David.

—Lo sé, pero…

—No. No comprendes. Éste va a ser un momento muy especial y personal para ellos. Si nos quedáramos, estaríamos entrometiéndonos.

No, David. No lo veas así. Aquí todos somos uno. Es tu hijo también.

Te lo agradezco de veras.

No hay nada que agradecer. Compartimos todas las cosas. Carla también está de acuerdo. La única duda procede de tu mujer.

—¿Estás segura de que eso es todo? —preguntó David.

—No lo sé. Carla dice que soy una tonta. Sólo quiero lo mejor para el bebé. No tenemos derecho a complicarle la vida.

David la cogió entre sus brazos y la estrechó con fuerza.

—Tenemos derecho —dijo—. Derecho a la paternidad, derecho a amar y cuidar de un hijo. ¿Cómo puedes decir que eso está mal?

—No lo sé —repitió ella, con la cabeza enterrada en su hombro—. Estamos muertos, David. Creo que no deberíamos intentar crear vida.

Él la separó de sí y la miró a la cara.

—No es nuestro bebé. Es de ellos. No asustes a Carla con tus miedos imaginarios. Seremos… como padrinos, eso es todo. Funcionará. Dios, piensa en lo hermoso que será. Un niño al que abrazar, al que enseñarle sobre la vida.

—Haces que parezca tan fácil.

David la besó con fuerza en los labios.

—Es fácil. ¿Qué podría ser más fácil?

Ella miró al poeta y agitó la cabeza.

—No lo sé.

Él la cogió por la barbilla y le alzó la cabeza hasta que quedaron mirándose mutuamente a los ojos.

—¿Quieres al bebé? ¿Quieres estar aquí esperándolo?

Ella apretó los labios para evitar el sollozo, pero sus ojos vidriosos la traicionaron. Asintió, incapaz de hablar.

—Entonces hagámoslo —dijo él, y la besó—. Funcionará. Te lo prometo.

—Nada de promesas, ¿de acuerdo? —dijo ella—. Lo iremos tomando un momento cada vez. Nada de promesas, nada de esperanzas.

—Es justo —dijo él, dándole otro rápido abrazo—. Funcionará. Ya lo verás.

Se puso en pie y empezó a caminar rápidamente de un lado para otro, excitado. Silas planeaba ya llevar a su hijo a navegar con él en cuanto tuviera la edad suficiente.

Paternidad, el infinito definitivo. David no podía sentirse más feliz. Lo que no pudo hacer vivo, podía conseguirlo muerto. Advirtió el cambio fundamental en su carácter. Antes nunca había querido niños, nunca había deseado traerlos a la locura del mundo. Pero ahora lo sabía. Pese a todos los problemas inherentes, la vida tenía sus momentos.

Este niño lo tendría todo. El conocimiento de primera mano de la historia que le podrían enseñar, y… La mente de David se volvió hacia Hersh. Tal vez la noticia podría animarle en su exilio. Le habían quitado a su propia esposa e hijo, y nunca había vuelto a verlos. Tal vez esto le ayudaría.

Se volvió hacia Silv.

—Vamos a visitar a Hersh —dijo, agitando las manos—. ¡Tengo que decírselo a alguien, voy a estallar! Es el único al que podemos…

Dejó de hablar. Ella le miraba, con la cara llena de horror, los ojos desorbitados y asustados.

—¿Qué pasa? —preguntó él, arrodillándose ante ella y cogiéndole las manos—. ¿Qué va mal?

—¿Quién es Hersh? —preguntó ella con voz trémula.