La tumba es un lugar espléndido y privado; pero nadie, me temo, se abraza allí.
—Andrew Marvell
La ceremonia fue breve, como lo eran todas las ceremonias. Siempre había trabajo que hacer mientras las últimas generaciones de seres humanos luchaban desesperadamente por negar la segunda ley de la termodinámica…, la inevitable caída hacia el deterioro total.
Silv se encontraba en las primeras filas de la procesión. La multitud, vestida con túnicas blancas, se congregaba a su alrededor. Ella vestía la túnica púrpura de la Cofradía de los Químicos. Había estado despierta durante todo el período de sueño, excitada, la mente desbocada mientras escuchaba a las otras muchachas en su Co-Op reír en la oscuridad y susurrar para templar su propia excitación.
La procesión avanzaba hacia los agritúneles, brillantes dedos blancos de luz que se diversificaban en un laberinto de pasadizos que sólo los que habían trabajado toda la vida en los campos podían recorrer sin sentir miedo a perderse.
Respiraba oxígeno puro a través de una máscara hermética para evitar los abrumadores olores de los cuerpos en descomposición que eran cargados sobre las cabezas de los celebrantes en camillas metálicas reutilizables. Los trabajadores comunes no disponían de oxígeno. En cambio, llevaban máscaras tradicionales adornadas con harapos perfumados: caras solares, cabezas de animales, nubes sonrientes. Tarareaban una melodía baja, firme y sin tono que llenaba las cavernas con la resonancia de su eco. El ambiente era de fiesta, y el ánimo elevado sin necesidad de alteración química. Era primero de mes… Día de Renovación.
Era también el día escogido para introducir a la clase de Silv en las filas de la Cofradía Profesional. La muchacha miró hacia atrás. Mar, su compañera de litera, miraba maravillada a su alrededor, los ojos muy abiertos y vidriosos por encima del alimentador de oxígeno. Vio que Silv la miraba y extendió la mano para abrazar a la muchacha. Ella intentó hablar, pero no lo consiguió por la máscara de oxígeno.
El túnel que recorrían se ensanchó bruscamente en una larga cámara con muchas pequeñas habitaciones divididas por pilares de roca y protuberancias similares a paredes. Grandes bombillas eléctricas con filamentos de platino colgaban del techo, inundando la zona con una luz áspera y caliente. El terreno era gris y sucio, gastado por siglos de extraer sus productos químicos para alimentar a las plantas que alimentaban a los humanos. Era el campo número 4. Había seis campos importantes, y cada uno se renovaba dos veces por año, completando el ciclo recolector.
El suelo se piedra se había convertido en un pasillo de metal oxidado que se extendía a lo largo de doscientos metros por todo el campo. Al final del pasillo había escaleras que conducían a una plataforma que dominaba los campos; detrás, la cascada en miniatura del río desviado que proporcionaba irrigación al campo número 4. Silv pudo ver a Madre Sharin' de pie sobre la plataforma, sostenida por el exoesqueleto que mantenía su viejo y demacrado cuerpo. No podía imaginar ser alguna vez tan vieja.
En los propios campos, hombres vestidos de negro caminaban entre las filas de tierra amontonada, sacando huesos y guardándolos en grandes sacos que cargaban a la espalda. Limpiaban la última renovación del campo número 4, una renovación que tenía lugar de la única forma posible en una sociedad cerrada: los propios huesos serían convertidos en abono y utilizados como fertilizante.
Entonces se produjo un sonido ronco que Silv apenas pudo distinguir por encima del murmullo de las voces. Mar la palmeó en el hombro y señaló una esquina a la izquierda de Madre Sharin. Era el gran horno que proporcionaba la energía calorífica para encender las grandes bombillas.
Mientras se acercaban al final de la plataforma, sólo las miembros de la Cofradía y los Ancianos siguieron avanzando; el resto de la procesión se detuvo en el pasillo para esperar la bendición.
Cuando llegaron, Silv se esforzó por no subir los escalones de dos en dos. Éste era y sería el día más importante de su vida: miembro de la Cofradía a los catorce años. Era la más joven de su grupo, y algunos decían que era la más joven desde la inducción de Madre Sharin. A ella le había parecido natural cuando la eligieron de Formación de Oficios a los diez años. Había diseñado su primera droga psicotrópica recreativa a los once años, y su primer bloquente tranquilizador y beta a los doce. Era una idealista que veía, con la claridad de una persona mucho mayor, la importancia de lo que hacía. Sobre ella recaía la responsabilidad de conservar viva la civilización, manteniendo a la población en un nivel emocional estable a través del equilibrio químico. Las respuestas condicionadas de Skinner nunca eran suficientes; la mente, la mente siempre tenía que estar contenida. Y a veces, según decían los radicalistas, también los genes.
Subió las escaleras. Los ojos de Madre Sharin' la siguieron, y una leve sonrisa rozó sus labios sin máscara. Madre Sharin' le había dicho a Silv una vez que el liderazgo de la Cofradía podría ser suyo si conservaba su mente, cuerpo y espíritu puros y sus productos químicos creativos. En un mundo absolutamente contenido por la rutina, la química permitía la única libertad de creación, ya que ninguna mezcla era completamente satisfactoria y se buscaban continuamente mejoras. A Silv le gustaba mucho esa parte, pero había otra cosa que le gustaba aún más de la Cofradía. Era algo de lo que nunca se hablaba, pero que todos comprendían. Era algo que no se permitía desear secretamente a nadie, pero que todos ansiaban en secreto por encima de todas las cosas. Era aquello que una sociedad tan cerrada podía ofrecer sólo a unos pocos: intimidad.
Las muchachas de ojos asombrados, con sus túnicas púrpura, se alinearon tras Madre Sharin' en la plataforma de metal; ocasionales chorros de agua caían de las cascadas, envolviéndolas en sus fríos dedos. Los Ancianos, diez en total, marcharon diligentemente ante Madre Sharin', los ojos brillantes bajo la influencia de dosis masivas de lo que todo el mundo llamaba Cielo, la droga recreativa inventada por Madre Sharin' para ser usada sólo con aquéllos que se ofrecieran voluntarios para la renovación. Mientras desfilaban junto a ella, Madre Sharin' pronunció las palabras y roció agua de una pequeña jarra por encima de sus cabezas. Entonces continuaron pasando hasta bajar los peldaños tras la plataforma, en dirección al pasillo que conducía al horno.
Cuando terminó con los Ancianos, Madre Sharin' alzó las manos al aire, y los cánticos se detuvieron al instante. El único sonido que continuó fue el murmullo de las cascadas y el rugir del fuego…, extremos opuestos de la misma vida. Silv sintió la boca seca. Esto era.
—¡La civilización es un cuerpo! —dijo Madre Sharin' a la multitud; su voz sin amplificar resonó a través de las grandes cavernas—. ¡Sus habitantes son los miembros y los dedos del cuerpo de la civilización; su gobierno, el cerebro; su religión, el palpitante corazón; sus muertos, la sustancia!
—La sustancia —repitió la multitud. Silv oyó la fuerza de su voz dentro de los confines de su máscara.
Las manos de Madre Sharin' estaban aún alzadas. Un gesto simple…, volvió las palmas. Entre aplausos, los peones echaron del pasillo el producto de un mes de cuerpos para que aterrizaran, entre nubes de polvo, en los campos. Los hombres de túnicas negras se apresuraron a arrastrar los cadáveres por la tierra, esparciéndolos por igual en los campos para arar más tarde.
—¡Fuentes renovables! —gritó Madre Sharin'.
—¡Fuentes renovables! —repitió la multitud.
—¿Y qué necesitamos para producir los frutos de la tierra?
—¡Luz!
Madre Sharin' se volvió y señaló a los Ancianos del pasillo.
—¡Hágase la luz! —gritó.
Alguien usó una larga barra para abrir una trampilla en lo alto del gran horno rugiente. Uno a uno, los Ancianos, saludando y sonriendo, caminaron hasta el final del pasillo y saltaron al fuego a través de la trampilla. La multitud los aplaudió a cada uno.
—¡Nuestra energía nunca se pierde! —le dijo Madre Sharin' a los peones—. ¡Es renovable!
—¡Renovable!
—¿Y la energía de la edad?
—¡Renovable! ¡Renovable!
—¡Sí! —exclamó Madre Sharin'. Dio un paso a un lado, haciendo un gesto hacia la plataforma llena de muchachas jóvenes—. ¡Damas y caballeros…, os presento a la nueva generación de Químicos!
Los peones aplaudieron y gritaron. Madre Sharin' se unió a ellos. La pálida piel marcada de viruela de las muchachas se volvió escarlata, por el embarazo y la excitación.
El corazón de Silv resonaba al ritmo de la majestuosidad y justicia de todo aquello. Sobrevivían a través del control. A través del control su civilización y su gobierno habían sobrevivido intactos mucho más tiempo que ninguna otra cosa que hubiera ocupado el planeta. A causa de su posición, Silv renunciaba a todas las cosas humanas por el bien de su mundo. No conocería familia, ni amantes, ni hijos de su vientre. Su mundo era la tierra microscópica de los carbonos y las enzimas. Su vida iba a estar dedicada a la supervivencia de la raza humana.
Sería como un dios para su pueblo.
—Cuando pronuncie cada uno de vuestros nombres —dijo Madre Sharin', volviéndose hacia las muchachas—, por favor, adelantaos para ser reconocidas por vuestro pueblo y para recibir el símbolo de vuestro alto rango y elevados propósitos…
Lo alzó en el aire, dorado y brillante. Chispeaba con las luces del techo; el corazón de Silv se encontraba aún más alto que aquellas luces.
—¡La llave! —exclamó Madre Sharin'—. ¡La llave de vuestra habitación propia, privada!
—La llave —dijeron los peones reverentemente, inclinando la cabeza.