Los lectores de mi serie de novelas de misterio que tienen como protagonista a Oscar Wilde me plantean con frecuencia la misma pregunta: «¿Qué hay de verdad en todo lo que escribe?». Mi respuesta es: «Todo. O casi todo. Sin duda, mucho más de lo que imaginan». Es de todos conocida la amistad de Oscar con Robert Sherard, Arthur Conan Doyle, George W. Palmer y Sarah Bernhardt. Sus encuentros con Louise May Alcott y con P. T. Barnum, así como su interés por visitar las prisiones y por su reforma social están también perfectamente documentados, aunque quizá no sean tan conocidos. Las localizaciones a las que he llevado a Oscar en esta historia —Leadville, en Colorado, Nueva York, Londres, París y Reading— son todas ellas lugares en los que podemos encontrarle en las fechas en que le sitúo allí. W. M. Traquair fue ciertamente su camarero personal durante su gira norteamericana de 1882.
Como ocurre también con el resto de la serie, he intentado en este libro ser lo más fidedigno posible. (Si, como lector, ha reparado en algún error, le agradecería que me lo comunicara). Para ello he contado durante varios años con la ayuda de las conversaciones que he mantenido con una gran variedad de notables individuos, entre los cuales desearía mencionar a mi difunto padre, Charles Brandreth, que conoció a Robert Sherard en la década de 1930; a John Badley (fundador de la Bedales School, donde estudié en la década de 1960), amigo y contemporáneo de Oscar Wilde; a sir Donald Sinden, que conoció a lord Alfred Douglas en los años cuarenta; y a Merlin Holland, el único nieto de Oscar Wilde.
Para la preparación de Oscar Wilde y la sonrisa del muerto he contado con la especial ayuda de: Isobel Morrow, del Independent Monitoring Board, cárcel de HM, en Reading; Pauline Bryant, alcaide en activo de la prisión de HM y de la Young Offender Institution de Reading; Anthony Stokes, oficial mayor de Prisiones de la cárcel de HM de Reading y autor de Pit of Shame: The Real Bailad of Reading Gaol (2007); Pamela Pilbeam, autora de Madame Tussaud and the History of Waxworks (2003), que me dio a conocer The Theatre Industry in Nineteenth Century Trance de F. W. J. Hemmings (1993); y su excelencia Osman Korutürk, embajador turco en París, que amablemente nos mostró (a mi esposa y a mí) su residencia, en su día la antigua residencia de la princesa de Lamballe, donde el doctor Blanche tuvo su famosa clínica.
Entre las personas especiales a las que querría agradecer su contribución a la escritura del libro están: madame Gabrielle de la Tourbillon (quien, en 1965, me dio su ejemplar de Réflexions sur le théâtre, dedicado a ella por su autor, Jean-Louis Barrault); el pintor Anthony Palliser; la autora Anne Perry; el escritor y conferenciante Paul Ibell; la compositora y poeta Susannah Pearse, y a Roger Johnson y a Jean Upton de la Sociedad Sherlock Holmes de Londres.
Como siempre, estoy en deuda con mi agente literario, el incomparable Ed Victor, y en particular con dos de los miembros de su equipo: Linda Van y Morag O’Brien. Por su constante entusiasmo y sus detalladas aportaciones, me siento igualmente en deuda con tres extraordinarios editores: Kate Parkin de Londres; Trish Grader de Nueva York, y Emmanuelle Heurtebize de París.
La otra pregunta que se me plantea muy a menudo por parte de los lectores es la siguiente: «¿Qué biografía de Oscar Wilde nos recomendaría?». Sin duda, recomiendo Oscar Wilde de Richard Ellmann (1987). Aunque magistral, el libro está salpicado de algunas imprecisiones y debería leerse en conjunción con Additions and Corrections to Richard Ellman’s Oscar Wilde de Horts Schroeder (2002). Recomiendo también, y sin reservas, The Wilde Album de Merlin Holland (1997). Los dos libros que, a mi entender, acercan más al lector al «verdadero Oscar Wilde» son The complete Letters of Oscar Wilde, publicadas por Merlin Holland y Rupert Hart-Davis (2000) y Son of Oscar Wilde de Vyvyan Holland (1954).