Capítulo 9

Había bastantes cosas que no estaban escritas en el incompleto libro de dracología. Las nociones que el jovencito tenía sobre los dragones eran limitadas, escasas, incompletas y decadentes como las hojas en el invierno o las manzanas durante las épocas de escasez. Era necesario volver a explicarle todo desde el principio con la paciencia de los dragones, grande y amplia.

—¿A través del huevo? —Yorsh estaba aterrado.

—A través del espesor del huevo —confirmó el dragón pacientemente. La paciencia de los dragones es amplia, como los prados que se abren sobre las montañas, mientras que la inteligencia del jovencito parecía angosta como los trasteros donde se guardan las escobas. El dragón se sorprendió, recordaba algún libro donde se afirmaba categóricamente cuan astutos e inteligentes eran los elfos—. De otro modo, según tú, ¿por qué otra razón se sentaría un dragón durante años sobre un huevo?

—Para calentarlo. Como los pájaros —propuso Yorsh.

La comparación enfrió al dragón como lo hace la nieve helada en la espalda. Se le erizaron las escamas de la cola. ¿Como los pájaros? Pero ¿cómo se atrevía? Su padre y el padre de éste habrían vengado con sangre, o mejor dicho con fuego, una afrenta de ese tipo. Un poco de fuego y un poco de romero. Fuego, sal y un poco de romero. Parecía un jovencito sabroso. No, definitivamente no. Por más tonterías que pudiera decir o pensar, no se puede asar a quien te sacó del huevo, te enseñó a volar y te entretuvo, o a quien calentó y asistió a tu padre mientras te incubaba. El dragón suspiró y luego comenzó de nuevo a explicarle con voz lenta y calmada, agotando realmente lo que le quedaba de paciencia, que en los dragones es infinita al igual que su belleza, su modestia y su genialidad. Le explicó que los pájaros eran precisamente pájaros porque tenían el cerebro de un polluelo. El águila también: cerebro de gallina, mirada fiera y una estupidez abismal. Un pájaro pone su propio cuerpo sobre un huevo porque, dado que es pájaro, es irremediablemente tonto y no cuenta con otros sistemas para calentarlo. Ellos eran dragones. Dragones. ¡D-r-a-g-o-n-e-s! ¿Le quedaba claro el concepto al joven elfo, o sería necesario que se lo silabeara dando saltitos sobre las garras? Bueno, si el problema fuera calentar el huevo, ellos, que eran dragones, ¡dragones!, calcularían la temperatura y el tiempo necesarios y la obtendrían por combustión, refracción, o por el aprovechamiento del vapor. Si ellos se quedan con las ancas puestas sobre el huevo en vez de irse de paseo a explorar el universo y a mejorar el mundo con su presencia, es porque, durante la incubación, el pensamiento se transfiere directamente del dragón padre al dragón hijo. Ellos no pensaban con el trasero. El hecho era que el sistema reproductivo del dragón tenía un desarrollo maravillosamente intermedio entre el del ave fénix y el de los elfos, gallinas, hombres, perros, canarios, delfines, pingüinos, tiburones… Sí, claro, y seguramente también el de las mariposas. Si Yorsh dejara de interrumpirlo continuamente, la conversación sería más agradable. Entre otras cosas, ¿no había querido el elfo encargarse de la tarea de enseñarle a hablar? ¡Exactamente!, él ya sabía hacerlo, ¡por lo tanto debería gozar de ello en silencio! ¿Dónde se había quedado? ¡Odiaba que lo interrumpieran! Era algo detestable. ¡Detestable! ¿Le había mencionado ya que los dragones son magníficos, la obra más grande de la naturaleza, la esencia misma de la creación? Seguramente se le había olvidado debido a que continuamente se veía interrumpido por sus frecuentes e insulsos comentarios. ¿Quién le había enseñado a hablar? Obviamente su padre, ¿quién si no? «Su excelentísimo padre», si en realidad quería referirse a él correctamente; había aprendido de su memoria. El cerebro del dragón padre se concentra en el cerebro del recién nacido y le comunica todos sus conocimientos y recuerdos, de tal modo que el recién nacido, apenas sale del huevo y es instruido en el vuelo, es ya…, ¿cómo decirlo?… Pues bien, existe sólo una palabra: «perfecto».

Él hablaba de una forma diferente a su excelentísimo padre. Bueno, estaba bien, si Yorsh lo consideraba importante podría llamarlo simplemente Erbrow el Viejo, pero le parecía que le restaba importancia. Pues los dragones hablan la misma lengua que los humanos, y la lengua de los humanos se modifica un poquito de generación en generación. La vida de los dragones es larga. El dragón, cuando incuba, es decir, cuando está viejo y cansado, retoma su primera lengua, la que aprendió cuando era un niño, o sea, en el caso de Erbrow el Viejo, la de la segunda dinastía rúnica. Él, Erbrow el Joven, hablaba la última que el Viejo había usado, la lengua común.

—Volvamos al principio —continuó el dragón—. El sistema reproductivo del dragón tiene un desarrollo intermedio entre el del ave fénix y el de los elfos. ¿Has visto alguna vez un ave fénix? ¿No? Obviamente no; las últimas se remontan al tiempo entre la tercera dinastía rúnica y la era del medio, y vosotros, los mezquinos elfos, no asimilasteis el conocimiento de vuestras antepasadas aves. El ave fénix regeneraba su propio ser por medio del fuego; siempre era el mismo individuo. ¿Comprendes? El fuego era la piedra filosofal, su camino hacia la eterna juventud. Era inmortal hasta que a alguien se le ocurrió torcerle el pescuezo y prepararla en estofado. Por suerte, el estofado era sabroso y el romero abundaba, y las hemos extinguido.

—¿Las habéis extinguido? ¿Vosotros extinguisteis las aves fénix? ¿Que eran inmortales? Y vosotros las… las… extinguisteis…

¿Y ahora qué le pasaba al jovencito? ¿Tampoco recordaba cómo se habla?

Yorsh se había quedado sin palabras. Parecía que le hubieran acabado de echar un jarro de agua fría encima. ¡También respiraba mal! El joven dio un paso atrás, uno de sus pies descalzos resbaló sobre un huesillo de búho medio descamado, se cayó y su trasero fue a dar sobre la capa de excrementos de pájaro que recubría el suelo.

Quizá a los elfos la inteligencia les llegaba cuando eran un poco más viejos.

—¿Te sientes bien? —le preguntó Erbrow.

—Vosotros extinguisteis… —balbuceó de nuevo—, pero, ¿cómo pudisteis?

—Pues no fue difícil. —El dragón se emocionó al recordarlo, no era su propio recuerdo, lo había absorbido de la memoria paterna, pero era algo que le hacía la boca agua—. Algunas hojas de romero y un poco de sal marina. Cocinarlas poco, igual que los pescados.

¡Debieron de haber sido aves magníficas!

—Exactamente, también las fresas son magníficas y nos las comemos. Las aves fénix eran los pájaros más indignamente obtusos, más completamente insulsos y más brutos que jamás hayan sido creados. Cuando alguien nace tan descerebrado, no se puede lamentar si después resulta extinto. Las únicas cosas que tiene un ave fénix en la cabeza son las plumas de la cola y arrugas debajo de los ojos. Sólo alguien que las haya conocido sabe a qué me refiero.

»Hablar con un ave fénix es desolador, es como estar en medio de un prado de hierba seca y flores que nunca brotan. La desolación me invade el cerebro sólo con recordarlo. Y además fue un gesto misericordioso, porque su existencia es puro sufrimiento. Dispuestas a quemarse vivas para no envejecer. No nacía ni una nueva ave fénix, ¿entiendes? ¡Lo que resurgía era siempre el mismo polluelo con la cabeza llena sólo de tonterías! —El dragón suspiró—. En cambio, el sistema es diferente para los perros, gatos, canarios, pollos, elfos, jabalíes y, ahora que lo pienso, también para las mariposas: hay un padre y una madre, y éstos se unen y tienen un hijo o dos o cinco o, en el caso de los conejos, hasta once o quince. Y estos hijos no son ni el padre ni la madre, son una criatura nueva. Tienen la nariz del padre, los ojos de la abuela, el dedo gordo de la madre, los dientes de atrás de la otra abuela. El hijo es nuevo, único e irrepetible, y para educarlo hay que comenzar de cero. Todo es fruto de la enseñanza, desde los elementos de la comunicación escrita y oral, hasta hacer pipa en un recipiente y caca lejos de la casa. ¿Entiendes? A propósito de excrementos, hijito, ¿te has dado cuenta de dónde te has sentado?

El jovencito debió de haberse golpeado la cabeza, cuando era pequeño, contra algo muy duro. Al igual que el que escribió que los elfos eran las criaturas más geniales del mundo.

Yorsh asintió. Se había dado cuenta de dónde se había sentado.

Se levantó con esfuerzo y se dispuso a salir de la gruta. Había un pequeño pozo de agua, no muy lejos, donde podría lavarse. El dragón lo siguió.

Por un lado, Yorsh se sentía aliviado, infinitamente aliviado, pero por el otro tenía una extraña sensación. Cómo decirlo, después de todo, en general, lo preferiría de nuevo recién nacido. Chillón y desastroso, y que lo mirara con adoración.

Ahora no chillaba y no quemaba, pero la adoración sin duda escaseaba.

La niebla envolvía el mundo. El horizonte se perdía en la bruma. El pozo era de agua gélida, pero limpia. Yorsh se quitó de encima sus trapos desgarrados, sucios y fétidos y luego se zambulló con decisión.

—El dragón no es exactamente el padre, pero es una copia similar a éste y asimila la ciencia, los conocimientos y el recuerdo del ave fénix asada, a través del cascarón del huevo. La madre naturaleza no deja jamás de sorprendernos con su genialidad —dijo el dragón con tono inspirado y conmovido—. Y puesto que el dragón es ya una criatura perfecta, no tendría sentido hacerle ninguna modificación, mientras que vuestro sistema lleva siempre a tener hijos diferentes con la esperanza, bueno…, de que tarde o temprano… haya alguna posible, cómo decirlo… —el dragón miró al elfo con bondad, mientras buscaba la palabra—, mejoría —propuso finalmente, con una sonrisa amable.

Sin duda Yorsh tendría que haber disfrutado más la adoración mientras la tuvo. Ahora que lo pensaba, su destino era darse cuenta de las cosas buenas cuando ya las había perdido.

El agua estaba muy fría. Soñó con ser un pez. El frío se volvió agradable. El agua se deslizó sobre él, acariciándolo.

El dragón continuó:

—El huevo se pone y la incubación comienza al final de la vida del dragón, justamente para que el dragón pueda poner todo su conocimiento, toda su experiencia y todos sus recuerdos dentro de la nueva criatura —añadió con tono inspirado—. Durante la incubación, el dragón usa sólo una pequeña parte de su cerebro, la occipital, que es también la más…, cómo decirlo…

—¿Estúpida? —propuso Yorsh. Estaba empezando a colmarle la paciencia.

—¿Comprendes que podría quemarte como a un mirlo, dorarte como un pincho, fulminarte en la gloria de las llamas? —preguntó el dragón, enojado.

—Nunca lo harías.

—¿Por qué estás tan seguro? ¡No puedes leerme el pensamiento, en todo caso no a esa distancia!

—Porque cuando me miras meneas la cola —respondió secamente el muchacho.

El dragón se sintió un poco mal. Se sentó sobre su cola para impedirle cualquier movimiento.

—Encuentro detestable tu gusto por términos tan crudos —le informó arrogantemente—. El cerebro occipital es el más… primitivo, mientras los lóbulos superiores, frontales, parietales, medianos y límbicos, son las sedes del coraje, del conocimiento, de la inteligencia, de la magnificencia y de… ¿cómo decirlo?

—¿La vanidad insoportable? —propuso Yorsh, de nuevo.

—Del orgullo —corrigió el dragón—, orgullo. Conciencia y orgullo de la propia superioridad. —Esta vez el dragón estaba realmente enojado—. Decía que el dragón usa sólo su cerebro inferior para pensar, comer, dormir y vivir, porque el superior está en contacto permanente con el cerebro del dragón nuevo para comunicarle todo su saber. Así que, cuando el dragón nace, tiene todos los recuerdos del padre, y en cuanto hace su primer vuelo y conecta las diferentes partes de su cerebro está listo para ser…

—¿Para ser…?

—Perfecto. ¡Absolutamente perfecto! ¡Perdona, pero cuando hablo de nuestra perfección, pues, sí, me emociono! —Una lágrima de emoción descendió por la mejilla del dragón. Al llegar al borde del labio se soltó, dio un salto en el vacío e hizo plop, aterrizando en el agua, donde dibujó una serie de círculos concéntricos.

Debió quedarse bebé.

Ya estaba limpio. Yorsh salió del agua. El viento helado cubrió su piel mojada. Temblaba. Estornudó. Los ojos del dragón, perdidos en la autocelebración de su magnificencia, bajaron para mirarlo.

—Estás temblando como una hoja de otoño sacudida por un viento helado —notó—. Esto significa tener frío —concluyó la bestia complacida y triunfante ante su propia sagacidad.

—Sabía que no podría ocultártelo —confirmó Yorsh; detestaba el tonito del dragón.

—Puedo sólo imaginarlo e intuirlo, sabes. Nosotros los dragones no sabemos qué es el frío —continuó el dragón complacido y jactancioso—. Las escamas son aislantes térmicos excepcionales, por no mencionar las dos alas internas interescapulares revestidas de pelo…

—La admiración me está sofocando —repuso el elfo cada vez más molesto y frío. Frío en todos los sentidos. Tenía que abandonar el espacio abierto y buscar alguna forma de calentarse dentro de una caverna fría llena de excrementos de pájaro. Tal vez quemando los excrementos podría reunir algo de calor, pero no era una perspectiva muy agradable. ¡Si sólo sus dientes dejaran de castañear!

El dragón lo miró un largo rato, luego extendió las alas y las dos enormes bolsas internas se abrieron, cálidas y muy suaves, como un doble marsupial.

—Sube —le propuso—, vamos a volar.

—¿Volar? —Durante un instante Yorsh se quedó parado; estaba tan irritado que había incluso olvidado lo hermoso que era volar. ¿Hermoso? ¡Magnífico!

—Volar —confirmó el dragón guiñándole el ojo. Extendió sus alas aún más, casi como en un abrazo—. Aquí estás caliente —le recordó.

—¡Volar! —confirmó Yorsh, saltando en medio del pelo cálido y suave—. Esta vez hacia las montañas.

Había pasado, bruscamente, de tener un insoportable hermano menor a tener un insoportable hermano mayor, pero en general, para algunas cosas, como por ejemplo el vuelo, ¡era mejor ahora que cuando era un recién nacido! Mientras se subía a la espléndida grupa del dragón, retomó la conversación.

—Escucha, las mariposas…

—¿Y sigues aún con lo de las mariposas?

—Ya te lo dije, sólo las he tenido a ellas para observar. Bueno, te quería preguntar algo, tú dijiste que los perros, gatos, canarios, gallinas y elfos se reproducen como las mariposas. Entonces, ¿yo también nací de un huevo? ¿Verdad? Según tú, ¿lo incubó mi madre o mi abuela? La abuela, ¿verdad?, ya que a mi madre la perdí muy pronto… ¿Mi esposa incubará nuestro huevo, quiero decir, nuestro hijo, o también podré hacerlo yo? ¿Los elfos incuban como los dragones y las gallinas o dejan el huevo en algún sitio para que se incube por sí mismo como las mariposas? ¡También las arañas! Una vez vi una araña que ponía…

El dragón se quedó sin aliento. Jadeó.

—Perdona, hijito, ¿pero ninguna de las personas que te has encontrado, o ninguno de los libros que has leído te has explicado los hechos de la vida?

Yorsh se dio cuenta de que la cosa que más detestaba en el mundo era que lo llamaran «hijito».

—¡Claro! —respondió enojado—. Mi abuela me explicó bien el Decreto para la Protección de los Elfos y las Leyes Especiales para los Elfos, por no hablar de los doce libros de derecho y cuarenta y seis de historia…

El dragón prorrumpió en una larguísima e insoportable carcajada. De vez en cuando conseguía dejar de reírse; luego lo miraba a la cara y volvía a empezar. Insoportable.

—Ponte cómodo, hijito —dijo finalmente—, te explicaré un par de cosas mientras volamos.

Definitivamente, una especie de hermano mayor.