Capítulo 7

Robi estaba tendida al sol, mientras el tiempo le pasaba por encima como el agua sobre una piedra.

Desde que el dragón había llenado el cielo con el verde de sus alas no habían tenido ni un día más de trabajo. Nadie había seguido el rastro de Lomir. Estaban comiendo también un poquito mejor y a ella ni siquiera la habían castigado. Lo increíble había sucedido. A pesar de que sólo habían pasado unos pocos días, las innumerables versiones sobre el recuerdo de lo que había sucedido eran tan imprecisas, retorcidas y enredadas, que la verdad era ya inalcanzable.

Finalmente, la teoría más verosímil era que un dragón había aparecido en el cielo, había raptado a la pobre Lomir y que los demás huérfanos se habían salvado porque Stramazzo había luchado con valentía contra él y, al final, chorreando sangre heroicamente, lo había hecho huir. El lado divertido de la cosa, siempre y cuando se tenga mucho sentido del humor, es que, después de la tercera repetición, realmente se lo creían. La tierra se había tragado la verdad al igual que se traga el jugo de la uva una vez aplastada. Robi tampoco había sido castigada. Al contrario, en las diferentes repeticiones de la historia había resultado ser ella quien había dado la voz de alarma. Si no era propiamente una heroína, al menos sí una de las protagonistas. Tracarna, a pocos pasos de ella, apoyada en el cerco, le relataba la historia al enviado de Daligar:

—… y entonces esta niña, Robi, dio la voz de alarma. Ella es hija de gentuza de lo peor… —suspiró—, por fortuna la justicia se ha ocupado de ellos, pero gracias a la moral aprendida aquí, ahora Robi incluso ha hecho algo bueno. Claro que no ha sido únicamente por amor a la justicia sino también por temor al dragón, claro… —Risita—. Pero, gracias a nuestra buena influencia, de todos modos hizo lo correcto. Y además, debió haberlo visto, a Stramazzo, quiero decir… —momento de emoción con los ojos perdidos en el vacío, y una sonrisa—, de un salto se puso de pie, agarró una enorme cesta llena de uvas y la blandió como un escudo improvisado…

Por consiguiente, nada de castigo para Robi, ningún sabueso suelto tras Lomir, quien fue dada por muerta oficialmente, y cuatro condecoraciones para Stramazzo por su valor frente al enemigo, su generosidad para con los menores al salvarlos de la fiera a pesar de lo indignos que son, su desprecio por el peligro y su capacidad de honrar a Daligar, porque en el momento de alejar al monstruo lanzándole un cuévano de uvas…

—… Stramazzo gritó: «Por Daligar y por su Juez administrador» y se lanzó contra el dragón. Así exactamente, mi esposo se abalanzó sobre él con su cesta gritando como un héroe… —Pequeño sollozo de emoción con lágrimas—. El monstruo estaba tan aterrorizado que huyó. Abrió sus enormes alas, entre sus fauces tenía lo que quedaba aún de la pequeña Lomir y…

Robi se sentía feliz porque Lomir estaba libre y con los suyos, pero notaba intensamente su ausencia. Tenía más que nunca la necesidad de hablar con alguien, de recordar lo que había sucedido y comprenderlo.

Un dragón de verdad había aparecido en el cielo. Verde. Como en su sueño. Los dragones no se habían extinguido y su sueño no era una fantasía. El dragón estaba a contraluz, pero a pesar de tener el sol en sus ojos, Robi había podido ver una figura humana pegada de sus patas, meciéndose peligrosamente en el vacío. Quizá pudo haber parecido una presa, una criatura atrapada, pero en el momento en que Robi estaba mirando la figura, ésta había hecho una cabriola y se había colocado en la grupa del dragón. Había permanecido allí algunos instantes. Negra contra el sol resplandeciente, había estirado los brazos como para abrazar el mundo. Ésa había sido la última imagen clara; después el dragón había virado hacia las Montañas Oscuras desapareciendo rápidamente detrás de ellas.

Por consiguiente, el dragón existía y llevaba a alguien en la espalda.

¿Al príncipe? ¿A quién si no al príncipe? Robi tenía su mente dividida en dos: una parte decía que el sueño era verdad: el dragón había venido a socorrerla y a salvarla con su mera presencia. Ahora regresaría a llevársela lejos de allí. La felicidad la colmaba, la esperanza brotaba, el recuerdo de la luz que se volvía color esmeralda la iluminaba desde dentro como una velita en la oscuridad.

La otra parte de su mente decía que esto no tenía ninguna lógica: ella no era para nada una princesa o cualquier cosa por el estilo. Aún existía un dragón, eso era todo.

Aún existía un dragón con un tipo encima, que por pura casualidad habían llegado en el momento en el cual ella estaba desesperada y en peligro, y la habían salvado sólo con aparecer; y que por pura casualidad era absolutamente parecido al dragón con el que ella soñaba todas las noches desde que su familia había sido destruida. ¿Una coincidencia?

Un tercer pensamiento también revoloteaba en su cabeza; era un pensamiento despreciable, un pensamiento de vil gusano, peludo y venenoso como esos que se encontraba en junio dentro de esas cerezas que parecían buenísimas y no lo eran. A lo mejor eso que decían Tracarna y Stramazzo era cierto. Quizá no eran sólo calumnias o mentiras. Quizá ella no era una persona cualquiera. Quizá era verdad que su familia era… mala. Una familia que… (a Robi le daba repugnancia simplemente pronunciar la frase, aunque fuera sólo mentalmente…) una familia que había ayudado a los elfos. Era horrible, no podía ser verdad. Su mamá y su papá eran buenos; no era cierto, no era posible que hubieran hecho algo tan bajo como proteger a un elfo y sobre todo por dinero. Ésa había sido la acusación: proteger a un elfo a cambio de monedas de oro, que habían usado después para comprar la casa, la granja, la vaca, el caballo, las ovejas, las gallinas y los árboles frutales. Quien haya protegido a un elfo puede relacionarse con un dragón. Y el elfo que habían protegido no era un elfo cualquiera sino El Elfo, aquel que había llegado a aterrorizar a Daligar el año anterior al nacimiento de Robi. El Juez administrador era el que había salvado a la ciudad de la furia del terrible individuo, una fiera ávida de sangre que se habría divertido masacrando a todos los soldados, las mujeres, los niños, los perros e incluso a las gallinas, si el Juez administrador no lo hubiera detenido con su coraje y su valor.

Los detalles de la hazaña nunca habían sido aclarados. Y Robi también tenía sus dudas con respecto a la hazaña en sí. En toda su vida nunca había conocido a nadie que fuera hijo de alguien que hubiera sido asesinado por el terrible elfo de Daligar, a pesar de que todos los huérfanos del condado estaban allí con ella.

Si el elfo era tan poderoso como para haber desperdigado a los soldados con el mero sonido de su horrendo nombre, ¿cómo lo había podido hacerle frente el Juez administrador? ¿Quizá del mismo modo en que Stramazzo se había enfrentado valientemente al dragón? Robi se rió socarronamente. La alegría reapareció. ¿Y si fuera falso que los dragones son malos, que los elfos son perversos? ¿Si fuera todo falso como la heroica batalla sobre la colina de las uvas?

—Una batalla heroica, heroica —continuó la voz de Tracarna—, la sangre le chorreaba por encima como el mosto fuera de una cuba…

Quizá los dragones eran buenos y un dragón venía a buscarla. Robi cerró los ojos, el hambre y la tristeza desaparecieron de nuevo, y bajo sus párpados se formó la imagen otra vez. El dragón estaba tan cerca que sus alas lo ocupaban todo. Robi pudo distinguir las espirales de piel dorada que se alternaban con las escamas color esmeralda.

Aunque tenía los ojos cerrados, percibió la presencia de alguien. Era esa sensación inconfundible que se experimenta cuando alguien te está mirando. Robi abrió los ojos y se encontró frente a frente con Cala. Crechio y Morón estaban de pie a algunos pasos, con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras Cala estaba arrodillada observándola como se mira un hormiguero de hormigas rojas, con un poco de repulsión y un poco de miedo.

Robi se dio cuenta de que estaba metida en un lío. Se puso de pie y los miró a los tres.

—¿Hacia dónde se fue Lomir? —chilló Cala. Era pequeña, y el cabello rubio que te caía sobre la cara acentuaba su aspecto malvado. Sin los dos perros guardianes a su espalda jamás se habría enfrentado a Robi, pero con ellos se sentía fuerte.

—Se la comió el dragón, ¿no lo recuerdas? —respondió serenamente Robi.

—No es ver-dad —silabeó Cala—. Tú sabes algo. El dragón apareció en el momento justo. —La miró de arriba abajo—. En tu casa eran amigos de los elfos —agregó venenosamente— ¿por qué no también de los dragones?

—Bien, vamos a preguntarle a Tracarna si es verdad eso que está contando o si todo es inventado —propuso Robi, cada vez más serena. Se volvió como si realmente quisiera dirigirse hacia el cerco. Crechio y Morón la miraron por un instante, luego apretaron los labios, levantaron los hombros y, después de una maligna mirada de reojo, se alejaron. Solamente se quedó Cala.

—… el dragón emitió un gemido de terror, entre sus dientes se veía todavía una mano de la pobre criatura… —Tracarna no paraba.

—No es verdad —insistió Cala, envidiosa y llena de odio. Tenía los ojos llenos de lágrimas, llenos de todo el rencor del mundo. Alguien había arriesgado la vida por volver a abrazar a Lomir, su niña. Nadie había venido nunca a buscar a Cala.

Robi la miró durante largo rato. Luego le dijo una cosa absurda:

—Tarde o temprano alguien vendrá a buscarte a ti también. —En cierta manera, esto se le había escapado de la boca por sí solo, se oyó mientras lo decía y se horrorizó. No tenía sentido, además era cruel, porque no tener nada es muchísimo mejor que tener una ilusión y luego ver que se hace pedazos. Simplemente no pudo dejar de decirlo. Miró la carita de Cala, medio escondida tras su melena rubia y sucia, y sus ojos furibundos y desesperados. De nuevo las palabras llegaron como por sí solas a sus labios—. Tarde o temprano alguien te sacará de aquí —confirmó.

Cala palideció bajo la suciedad; sus ojos se abrieron. Se llevó las manos a la boca como para ahogar un grito. O un gemido. A su manita izquierda le faltaba el pulgar, que es el dedo más importante de todos. De repente, en la cabeza de Robi, detrás de sus párpados, se formó la imagen de la manita de Cala con los cinco dedos completos. Se mordió la lengua casi hasta sangrar para no decir que aquella manita podía volver a ser normal, porque habría sido realmente demasiado absurdo y cruel.

—Eres una bruja, ¿verdad? —preguntó Cala susurrando—. ¿Tu familia es una familia de brujas? ¿Por eso son amigos de los elfos? Pero… escucha… Tú realmente sabes cosas, ¿verdad?… ¿verdad?

Robi no respondió nada.

—Stramazzo chorreaba sangre y fango, deberían haberlo visto, sangre y fango… —continuaba Tracarna. Luego su relato se interrumpió con un grito ahogado. El dragón de alas de esmeralda revoloteaba enorme, espléndido y amenazante sobre sus cabezas. Sobre su espalda se alcanzaba a ver una figura minúscula y blanca. Los gritos de terror se extendieron por todas partes. Hubo una desbandada general. Stramazzo, olvidando sus antecedentes guerreros y heroicos, salió de repente de su arrogante ronquido para exhibirse en una increíble carrera hacia el pajar más cercano. El enviado de Daligar, que le había llevado las condecoraciones, estaba demasiado ocupado escapando en dirección opuesta, hacia su caballo, como para notar la incongruencia. Tracarna acabó también en un pajar, pero antes de llegar, se tropezó con uno de los niños más pequeños y su túnica color azul grisáceo con puntadas de hilo de plata quedó hecha un montón de barro y paja.

Crechio y Morón corrían en la lejanía. Robi se había quedado inmóvil y miraba al dragón. Sus labios esbozaron una sonrisa. Después de un último revoloteo, el dragón viró nuevamente hacia las Montañas Oscuras, sobrevoló sus cimas y desapareció por detrás. Evidentemente su refugio no estaba lejos. Cala estaba junto a Robi y continuaba mirándola estupefacta. Ella tampoco había escapado. Finalmente se atrevió a preguntar:

—¿Ahora que no está Lomir, puedo dormir junto a ti?

Robi no tuvo necesidad de pensarlo.

—Por supuesto —respondió.