Capítulo 2

El amanecer fue gris como todos los amaneceres. La luz se filtró entre los troncos de la cabaña en rayos tenues, atravesando las espirales de humo que todavía se levantaban de las brasas del fuego.

El pequeño elfo se despertó con una extraña sensación. Tardó algún tiempo en comprender, pero luego cayó en la cuenta: no tenía frío, no tenía mucha hambre y no tenía los pies helados.

La vida podía ser maravillosa.

El humano tampoco se lo había comido.

El pequeño se levantó muy contento.

Estaba cubierto con un chal de lana virgen. Era lana ordinaria, grisácea, más huecos que lana, pero era lana. El humano lo había cubierto.

Por eso no tenía los pies helados. Se preguntaba por qué el humano lo habría cubierto. Quizá porque si le daba la tos, no sería un bocado tan bueno.

El humano ya estaba despierto. Estaba atareado con las brasas. Con una especie de pala minúscula, estaba empujando algunas brasas dentro de una bola de hierro agujereada, que contenía un poco de paja y un buen pedazo de madera seca.

Toda la operación le pareció al pequeño de una estupidez desproporcionada, es decir, típicamente humana.

No hizo comentarios y se limitó a devolver el chal.

—Puedes quedarte con él —masculló el humano—. Anoche temblabas. —Colgó la bola de hierro humeante en un palo, la protegió con una especie de minúsculo trapo de pieles cosidas y se la echó a la espalda—. Yo voy hacia el condado de Daligar —le dijo bruscamente—. Está arriba, en el altiplano. Dicen que el agua corre hacia la parte baja y que allí todavía hay campos y cultivos.

Silencio. El pequeño elfo se estaba preguntando qué sentido tenía esa información.

Quizá era una forma de cortesía y él debía responder diciendo el lugar hacia el que se dirigía.

Lástima que él no se dirigiera a ninguna parte. Se estaba limitando a alejarse del lugar en donde estaba antes, que simplemente ya no existía o, más bien, sí existía, pero bajo una docena de pies de agua, barro y hojas podridas.

—¿Qué te pasa? ¿El gato se te ha comido la lengua?

—No haber gatos aquí, excelencia —dijo el pequeño. Había conseguido recordar finalmente el apelativo de respeto para los humanos. Su humano, además, parecía extremadamente loco, así que era mejor andar sobre seguro con el respeto—. Eso se llamar perro, excelencia…, y si él comer mi lengua, ahora tener sangre en… —comenzó a explicar respetuoso y paciente, pero el humano lo interrumpió.

—Está bien, está bien. Olvídalo.

El humano lo miró y emitió un suspiro, mientras sacudía la cabeza. Tal vez tenía alguna enfermedad que no le permitía respirar bien.

—Quizá la inteligencia y la magia lleguen más tarde. Como las muelas del juicio.

—¿Como qué cosa, alteza? —preguntó el pequeño, alarmado por la palabra «muelas». ¡Si sólo pudiera estar seguro de cuál era la fórmula de cortesía!

—Las muelas de aquí atrás, aquellas que salen después de todos los otros dientes.

Ella se las mostró. Fue una pésima idea. El pequeño comenzó a llorar de nuevo.

—Tú haber dicho que tú no comer a mí, majestad —gimoteó.

El humano suspiró de nuevo. Debía de tener realmente alguna enfermedad.

—En efecto, lo dije —dijo con alegría—. Entonces no hay nada que hacer, ya no puedo comerte.

Le chasqueó los dedos al perro y se dirigió hacia la puerta. El pequeño elfo sintió tristeza. Aunque imprevisible y loco, el humano, sin embargo, era algo; algo mejor que estar sólo consigo mismo hasta donde llega el horizonte. Además, a lo mejor todavía tenía algún pedazo de mazorca. El corazón del elfo se encogió de nuevo y sintió que la tristeza lo llenaba todo, como la oscuridad cuando llega la noche.

La puerta era ordinaria, de tablas de pino mal cortadas y mal pegadas, pero tenía unos buenos goznes de bronce.

—Ésta debe de ser una cabaña de cazadores o mercaderes de pieles —dijo el humano—, no de simples carboneros.

El perro salió corriendo, completamente feliz bajo la lluvia.

El humano, en cambio, se quedó bajo el umbral observando la cabaña. Levantó los ojos hacia las tejas de piedra, que estaban en buenas condiciones, y hacia los pedazos de madera que estaban metidos entre las piedras de la parte baja para disminuir las corrientes de aire. Estaban bien secos, sin moho y con los ángulos sin lijar, llenos de astillas.

—Esta cabaña no está abandonada —comentó—. De un momento a otro los propietarios podrían regresar.

El pequeño elfo empezó a entender el sentido de la conversación.

—¿Ellos comer a los elfos?

—Seguramente no los quieren. Si yo estuviera en tu lugar, no me quedaría aquí para averiguarlo —dijo el humano.

El pequeño elfo salió afuera más rápidamente que el perro.

Se pusieron en camino.

—¿Tienes un nombre?

—Sí —repuso el pequeño con convicción.

El humano emitió de nuevo ese gracioso suspiro.

—¿Y cuál sería ese nombre?

Recordó las lecciones de gramática humana que la abuela le había dado.

—No, no «sería». «Sería» es para cosas inciertas, en cambio un nombre es algo seguro. Cualquiera estar seguro de su nombre, por lo tanto tú no deber preguntar cuál «sería», excelencia, sino cuál «es…».

—¿Y cuál es ese nombre? —gritó la mujer—. Está bien, está bien, no grito más, lo prometo. No te pongas a llorar otra vez. No grito Y no te como. ¿Cómo te llamas?

—Yorshkrunsquarkljolnerstrink.

—¿Puedes repetirlo? —pidió el humano.

—Sí, claro, yo poder —confirmó el pequeño, complacido.

El humano suspiró de nuevo. Realmente tenía que estar enfermo.

—Repite —dijo.

—Yorshkrunsquarkljolnerstrink.

—¿Tiene un diminutivo?

—Claro, yo tener.

Pausa y un nuevo suspiro gracioso del humano. La conversación con ellos era realmente un tormento, la abuela se lo había dicho.

—¿Y cuál es ese diminutivo?

—Yorshkrunsquarkljolnerstrink.

—Cómo no —dijo el humano, que de repente pareció cansadísimo.

Sin duda, debía de estar enfermo.

—Te llamaré Yorsh —concluyó el humano.

Sacudió de nuevo la cabeza.

—Probablemente debo de haber hecho algo terrible en mi vida anterior y ahora lo estoy pagando —refunfuñó.

Esto por lo menos tenía sentido. He ahí por qué el humano era tan estúpido y loco: había utilizado ocho preguntas sólo para averiguar cómo se llamaba. Pero estar solo en aquella tierra era en verdad extremadamente terrible. Y además, el chal de lana lo había calentado un poco, antes de que se empapara.

—Yo me llamo Sajra —dijo la mujer.

Yorsh se puso a su lado, contento con esa presentación.

—¿Cómo se llama el perro?

—No tiene nombre —respondió la mujer—, se llama perro y basta. Es un sonido corto y no tuve que pensar mucho para encontrarlo.

Al pequeño le pareció muy triste que una criatura viviente se quedara sin nombre propio, que fuera designada con uno común como si se tratara de un árbol o de una silla, pero ahora que conocía la irritabilidad de la mujer decidió callarse sus observaciones.

En todo caso, él no dejaría a la criatura sin nombre. Le daría un nombre dentro de su cabeza. Sólo debía pensarlo bien, un nombre no se escoge a la ligera. El nombre es el nombre. Una responsabilidad importante.

La lluvia seguía cayendo.

Caminaban lentamente debido al barro.

La mujer tenía las piernas más largas que el elfo. Yorshkrunsquarkljolnerstrink tenía que correr para seguirle el paso y estaba agotado. Ya casi no le tenía miedo al perro e incluso se había atrevido a tocarlo para apoyarse en él. El perro le había dejado hacerlo.

—¿Tú tener todavía una cosa con los granos amarillos? —preguntó discretamente el pequeño.

—Todavía tengo una mazorca, pero quiero dejarla para esta noche.

—Si nosotros morir en el pantano antes de esta noche, ¿quién comer la mazorca?

—¿Ya tienes hambre?

—Sí. Yo tener ham…, no, yo tengo hambre.

—Muy bien, aprendes rápido. Entonces aprende esto. Si nos comemos la mazorca ahora, será terrible no tener nada para esta noche.

—A lo mejor el mundo se acabe antes de esta noche. A lo mejor nosotros nos acabemos antes de esta noche. A lo mejor yo me acabo antes de esta noche.

—Cállate y camina. Usa tus fuerzas para caminar.

—Yo lograr, no, yo logra… mmmh, no, yo logro hacer dos cosas a la vez, caminar y hablar de la mazorca. Al contrario, menos esfuerzo si nosotros habla.

—Silencio —dijo la mujer. El tono había cambiado.

—Pero…

—Silencio —susurró la mujer. Se arrodilló junto al pequeño elfo para estar menos alta, menos visible. El perro gruñó. Los ojos de la mujer continuaron explorando el cañaveral y los pantanos que rodeaban el sendero.

—Está bien, nosotros comer esta noche. Tú no enfurece…

—¡Corre! —gritó la mujer. Se levantó, cogió al pequeño del brazo y comenzó a correr—. ¡Por aquí! —le gritó al perro, que también se echó a correr con ellos. El pequeño elfo se cayó, se levantó y se cayó de nuevo. Se echó a llorar.

—No enoje, no enoje, nosotros coma esta noche.

—Nos están siguiendo —le explicó la mujer, con el último aliento que le quedaba y sin dejar de correr—. ¿Ves esa colina allá abajo? Yo tengo las piernas más largas. Iré por la parte de abajo y haré que me sigan a mí. Tú ve por en medio de las zarzas y mantén a salvo el fuego. Toma. Nos vemos en la colina.

La mujer le dio el bastón con la bola de metal y se echó a correr. Mientras escapaba, quebraba ramas y emitía sonidos roncos. El pequeño elfo se agazapó entre las zarzas y se quedó allí mientras su corazón se calmaba.

Se preguntó quién los seguiría. Quizá los propietarios de la cabaña donde habían pasado la noche. Quizá se habían ofendido por la intrusión. Quizá tenían el romero y les faltaba un pequeño elfo para completar.

El miedo le atenazó las entrañas.

Barrió con sus ojos los cañaverales bajo la fina lluvia, pero no vio a nadie.

El miedo comenzó a diluirse lentamente y se convirtió en tristeza.

De nuevo estaba solo; de nuevo, de ahí hasta donde llegaba el horizonte, sólo estaba él.

Recordó que la abuela lo cogía en brazos mientras hervían las castañas en la olla.

La tristeza llenó todo su ser, luego comenzó a convertirse en desesperación.

Recordó a la mujer humana que, aunque lo aterrorizaba, le había dado la mazorca, y eso ya era algo. Mejor que estar nuevamente él solo. Él solo, hasta el horizonte. Volvió a lamentarse en silencio, dentro de su cabeza, sin emitir ningún sonido que interfiriera para nada con el sonido de la lluvia que caía ligera.

Pensó que si alguna vez volvía a ver al perro podría llamarlo «Alguien que respira junto a ti», pero la mujer había dicho que para un perro era mejor un nombre corto, y éste no lo era.