Una semana después…
Vishous quitó el chocolate del fogón y apagó la cocina. Mientras servía el cacao en una taza, oyó un grito y un «¡Ay, Dios mío!».
Al mirar hacia el otro extremo de la cocina de la mansión, vio a Rhage prácticamente incrustado dentro de Jane, como si ella fuera una piscina a la que él acabara de lanzarse. Los dos saltaron de inmediato para separarse. Vishous enseñó los colmillos y le gruñó a su hermano.
Rhage levantó las manos.
—¡No la vi! ¡De verdad!
Jane se rió.
—No es culpa de Rhage. No estaba concentrada, así que me desvanecí…
Pero V la interrumpió.
—Rhage va a tener más cuidado de aquí en adelante, ¿no es así, hermano?
La advertencia era que, si no lo hacía, terminaría en un catre con las dos piernas partidas.
—Sí, por supuesto. Mierda.
—Me alegro de que estés de acuerdo conmigo. —Vishous cogió la taza y se la entregó a Jane. Mientras ella soplaba suavemente el borde de la taza para enfriar el chocolate, V la besó en el cuello. Y luego la acarició con la nariz.
Para él, Jane era como antes, pero para los demás era una cosa extraña. Usaba ropa, pero si no estaba concentrada para mantener la solidez y alguien se estrellaba con ella, la tela se comprimía como si no hubiese nada dentro y la persona con la que se estrellaba prácticamente pasaba a través de ella.
Resultaba un poco extraño. Además, si Jane se estrellaba con uno de los hermanos, eso disparaba el sentido de territorialidad de V, como acababa de suceder. La cuestión era que ésa era la nueva realidad de la casa y todo el mundo tendría que acostumbrarse. Él y Jane se estaban acomodando a la nueva situación, pero no siempre era fácil.
Sin embargo, ¿a quién le importaba? Se tenían el uno al otro.
—Entonces, ¿hoy vas a Safe Place? —le preguntó V.
—Sí, mi primer día en mi nuevo empleo. Estoy que me muero de la emoción. —A Jane le brillaron los ojos—. Y luego volveré aquí para pedir el equipo que necesito para dotar la clínica. He decidido que contrataré a dos doggen y las instruiré como enfermeras. Creo que es lo mejor que podemos hacer por razones de seguridad…
Mientras Jane hablaba acerca de sus planes para la clínica de la Hermandad y lo que iba a hacer en Safe Place, V comenzó a sonreír.
—¿Qué sucede? —preguntó Jane, luego bajó la mirada y se alisó la bata blanca, antes de mirar hacia atrás.
—Ven aquí, mujer. —V la atrajo hacia él y bajó la cabeza—. ¿Te he mencionado últimamente lo sexy que me resulta tu cerebro?
—No, en realidad esta tarde estabas más interesado en otra cosa.
V se rió al sentir el tono provocativo de Jane.
—Estaba un poco preocupado, ¿no es cierto?
—Hummm, sí.
—Voy a pasar más tarde por Safe Place, ¿vale?
—Perfecto. Creo que Marissa tiene un problema con la red que quiere consultarte.
Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, V la apretó contra él y simplemente la abrazó. Esto era exactamente lo que él quería, que sus vidas se fundieran, estar cerca, tener un propósito común. Estar juntos, los dos.
—¿Estás bien? —preguntó ella en voz baja, para que nadie más lo pudiera oír.
—Sí. Sí, estoy bien. —V le acercó la boca al oído—. Es sólo que… no estoy acostumbrado a esto.
—¿Acostumbrado a qué?
—A sentir que… Mierda, no sé. —V dio un paso atrás, un poco avergonzado de resultar tan meloso—. No importa…
—¿No puedes acostumbrarte a sentir que las cosas vayan bien?
V asintió con la cabeza, porque no confiaba en la firmeza de su voz.
Jane le puso una mano en la cara.
—Ya te acostumbrarás. Al igual que yo.
—¿Señor? ¿Me disculpa usted un momento?
V miró hacia donde estaba Fritz.
—Hola, Fritz, ¿qué ocurre?
El doggen hizo una venia.
—Tengo lo que me pidió, señor. Lo dejé en el vestíbulo.
—Excelente. Gracias. —V le dio un beso a Jane—. Entonces, ¿nos vemos más tarde?
—Claro.
V podía sentir la mirada de Jane clavada en su espalda mientras se alejaba y eso le gustó. Le gustaba todo. Él…
Bueno, demonios. Estaba lleno de las alegrías de la vida, ¿no es así?
Al salir al vestíbulo, encontró lo que Fritz le había dejado encima de la mesa, al pie de la magnífica escalera. Al principio no sabía bien cómo cogerlo… pues no quería estropearlo. Pero al final lo aferró con suavidad y entró en la biblioteca. Cerró las puertas dobles con su mente y pidió permiso para ir al Otro Lado.
Sí, claro, no estaba siguiendo las reglas del protocolo en cuanto el código de vestimenta, pero estaba un poco preocupado por lo que tenía en las manos.
Cuando fue autorizado, se desmaterializó y reapareció en el patio de la Virgen Escribana para ser recibido por la misma Elegida con la que había hablado la última vez. Amalya comenzó a hacerle una reverencia, pero levantó la vista al sentir un alegre canto que provenía de lo que V sostenía entre las manos con tanto cuidado.
—¿Qué ha traído? —susurró la Elegida.
—Un pequeño regalo. No es mucho. —V se acercó al árbol blanco de flores blancas y abrió las manos. El periquito saltó enseguida y se posó en una rama, como si supiera que ésta era ahora su casa.
El pajarito amarillo brillante comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo por la rama blanca, agarrándose al palo con las garras. Le dio un picotazo a una flor, dejó escapar un gorjeo… levantó una pata y se rascó el cuello.
V puso las manos sobre las caderas y calculó cuánto espacio había entre las flores y a lo largo de todas las ramas. Tendría que traer una inmensa cantidad de pájaros.
La voz de la Elegida vibró con emoción.
—Ella renunció a ellos por usted.
—Sí. Por eso voy a traerle nuevos pajarillos.
—Pero el sacrificio…
—Ya está hecho. Lo que llenará las ramas de este árbol es un regalo. —V miró hacia atrás por encima del hombro—. Voy a llenar este árbol le guste a ella o no. Ella decidirá qué hacer con las aves.
Los ojos de la Elegida brillaron con una expresión de gratitud.
—Seguro que los conservará. Y ellos aliviarán su soledad.
V respiró profundamente.
—Sí. Bueno, porque…
Dejó la frase sin terminar y entonces la Elegida dijo con voz suave:
—No tiene que decirlo.
Él carraspeó.
—Entonces, ¿le dirá que yo se los traído?
—No tendré que hacerlo. ¿Quién sino su hijo podría ser tan amable?
Vishous miró al pajarillo solitario en medio del árbol blanco y se volvió a imaginar las ramas abarrotadas de aves de colores, otra vez.
—Cierto —dijo.
Y sin decir nada más, se desmaterializó de regreso a la vida que le habían concedido, la vida que estaba llevando… esa vida por la que daba gracias, por primera vez desde que nació.