53
A la mañana siguiente, John no tenía clase, así que se sentó en el comedor con los hermanos y sus mujeres para participar en la Primera Cena. El ambiente de la casa era considerablemente más festivo de lo que había sido en las últimas semanas. Pero, desgraciadamente, John no compartía ese júbilo.
—Así que, en todo caso —estaba diciendo Phury—, fui a ver a la Virgen Escribana y le hablé de la bala.
—Por Dios. La directrix. —Vishous se inclinó hacia delante, con la mano de Jane entre las suyas—. Yo pensé que había sido un restrictor.
V no había soltado a su doctora desde que se sentaron juntos, como si tuviera miedo de que ella desapareciera de repente. Lo cual era comprensible. John trataba de no mirarla, pero era difícil no hacerlo. Jane tenía puesta una camisa de V y un par de vaqueros y parecía llenar la ropa normalmente. Pero lo que había dentro era… Bueno, un fantasma.
—Claro que lo pensaste —dijo Phury, girándose hacia Bella para ofrecerle la mantequilla—. Todos pensamos que había sido un restrictor. Pero esa mujer tenía un motivo muy poderoso. Quería seguir a cargo del santuario, y con un Gran Padre rondando por allí, no sería posible. El clásico conflicto de poderes.
John miró a la rubia silenciosa que estaba sentada al otro lado de Phury. Vaya, la Elegida era hermosa… con esa belleza etérea de los ángeles, con ese resplandor sobrenatural que emanaba de ella. Pero esa muchacha no era feliz. Picoteaba la comida y mantenía la mirada baja.
Bueno, excepto cuando miraba a Phury. Lo cual ocurría por lo general cuando él miraba a Bella o hablaba con ella.
Luego se oyó la voz imponente de Wrath desde la cabecera de la mesa.
—La directrix tiene que morir.
Phury se aclaró la garganta, mientras recibía de las manos de Bella el plato de la mantequilla.
—Puedes estar seguro de que… eso ya está resuelto, mi amo.
Demonios. ¿Acaso Phury había…?
—Bien. —Wrath asintió con la cabeza como si entendiera y aprobara lo que había sucedido—. ¿Y quién va a reemplazarla?
—La Virgen Escribana me preguntó a quién quería en el cargo. Pero no conozco a ninguna…
—Amalya —dijo la Elegida rubia.
Todas las cabezas se giraron a mirarla.
—¿Perdón? —dijo Phury—. ¿Cómo has dicho?
Al hablar, la voz de la Elegida resonaba con la dulzura de un carillón, armoniosa y melódica.
—Si no resulta una impertinencia, ¿puedo sugerir a la Elegida Amalya? Es cariñosa y amable y tiene la edad apropiada.
Phury inspeccionó a la mujer con sus ojos amarillos y con una expresión de reserva en el rostro, como si no estuviera seguro de qué decir o hacer con ella.
—Entonces ésa es la persona adecuada. Gracias.
La Elegida levantó los ojos para mirarlo durante un instante y un ligero rubor coloreó sus mejillas. Pero luego Phury miró hacia otro lado y ella también.
—Hoy nos vamos a tomar la noche libre —dijo Wrath bruscamente—. Necesitamos un tiempo de reflexión en grupo.
Rhage resopló desde el otro lado de la mesa.
—Pero no nos harás jugar al Monopoly otra vez, ¿verdad?
—Sí. —En ese momento se levantó de la mesa un gruñido colectivo que Wrath ignoró—. Después de la cena.
—Tengo algo que hacer —dijo V—. Pero regresaré lo más pronto posible.
—Bien, pero entonces no podrás ser ni el zapato ni el perro. Ésos son los primeros que salen.
—Sobreviviré.
En ese momento entró Fritz con una inmensa tarta helada.
—¿Tal vez les apetece un postre? —dijo el doggen con una sonrisa.
Un unánime «Sí, por favor» invadió el comedor. John dobló su servilleta y pidió permiso para retirarse. Cuando Beth asintió con la cabeza, en señal de que lo disculpaba, John se levantó de la mesa y se dirigió al túnel que salía de la imponente escalera. No tardó mucho tiempo en recorrer el tramo hasta el centro de entrenamiento, especialmente ahora que sus movimientos eran más precisos y él se sentía cada vez más cómodo con su cuerpo.
Cuando llegó a la oficina de Tohr, trató de serenarse. Echó un vistazo a su alrededor. El lugar realmente no había cambiado mucho desde la desaparición del hermano. Excepto por el hecho de que la horrible silla verde estaba ahora en el estudio de Wrath, todo estaba más o menos igual.
John se colocó detrás del escritorio y se sentó. Sobre la superficie había una serie de papeles y carpetas, algunas de las cuales tenían encima Post-it con notas de Z, escritas en su estilo descuidado.
John puso las manos sobre los brazos de la silla y comenzó a moverlas hacia delante y hacia atrás.
Detestaba lo que estaba sintiendo en ese momento.
Odiaba el hecho de que le molestara que V hubiese recuperado a Jane, mientras Tohr había perdido a Wellsie para siempre. No era justo. Y no sólo con Tohr. A John le habría gustado tener a un fantasma de Wellsie en su vida. Le habría gustado contar con la única madre que había conocido.
Sólo que Vishous se había llevado el premio.
Al igual que Rhage, con Mary.
¿Qué demonios les hacía a ellos tan especiales?
John se agarró la cabeza con las manos, sintiéndose la peor persona del mundo. Molestarse por la felicidad y la suerte de los demás era horrible, sobre todo si se trataba de gente a la que uno quería. Pero era tan jodidamente difícil echar de menos a Tohr y soportar el dolor por la muerte de Wellsie y…
—Hola.
John levantó la vista. Z estaba en la oficina, aunque sólo Dios sabía cómo había logrado llegar hasta ahí sin hacer ningún ruido.
—¿En qué estás pensando, John?
—En nada.
—¿Quieres que volvamos a empezar esta conversación?
John negó con la cabeza y clavó la mirada en el suelo. Distraídamente notó que la carpeta de Lash estaba encima de una pila de papeles y le dedicó unos segundos a reflexionar sobre su relación con él. Demonios, los dos estaban enzarzados en una especie de competición y lo único que faltaba por saber era cuándo estallaría el conflicto.
—¿Sabes? —dijo Z—. Yo solía preguntarme por qué yo y no Phury.
John levantó la vista y frunció el ceño.
—Sí, me preguntaba por qué me habían secuestrado a mí y había terminado donde acabé. Y yo no era el único que se hacía esa pregunta. Phury todavía se siente culpable por el hecho de que haya sido yo y no él. —Z cruzó los brazos sobre el pecho—. El problema es que quedarse preguntándose por qué le sucede algo a una persona y no a la otra nunca te lleva a ninguna parte.
—Quisiera que Wellsie regresara.
—Me imaginé que ésa era la razón por la que te habías retirado. —El hermano se pasó una mano por la cabeza rapada—. La cuestión es que yo creo que hay una mano invisible que nos guía. Sólo que no siempre lo hace con gentileza. Ni actúa siempre con justicia en primera instancia. Pero, no sé, ahora trato de confiar en ella. Cuando me lleno de rabia, sólo trato de… mierda, de confiar en ella. Porque, a fin de cuentas, ¿qué otra cosa puedes hacer? Las decisiones que tomamos no nos llevan muy lejos. Y lo mismo sucede con la razón y los planes que hacemos. El resto… depende de alguien más. Dónde terminamos, a quién conocemos, qué sucede con la gente a la que amamos… no tenemos mucho control sobre nada de eso.
—Echo de menos a Tohr.
—Todos le echamos de menos.
Sí, John no era el único que sufría. Eso era algo que debía recordar.
—Tengo algo para ti. —Z se dirigió a un mueble y lo abrió—. Phury me lo dio ayer. Lo íbamos a guardar para tu cumpleaños, pero ¡qué demonios! Tú lo necesitas hoy.
Z regresó al escritorio llevando en las manos un libro antiguo y un poco ajado, con encuadernación de cuero. Lo puso sobre los papeles, pero mantuvo la mano sobre la tapa, de manera que no se podía ver el título.
—Feliz cumpleaños, John.
Z levantó la mano y John miró la tapa del libro.
Su corazón se detuvo en seco.
Con mano temblorosa, acarició las letras grabadas en el cuero que decían: DARIUS, HIJO DE MARKLON.
John abrió el libro con suavidad… Con una escritura hermosa y formal, llena de adornos y símbolos, aparecían las reflexiones de una vida que había tenido lugar hacía mucho tiempo. Eran palabras en lengua antigua, escritas por su padre.
John se tapó la boca con la mano, para evitar romper en llanto.
Sólo que cuando levantó la vista con vergüenza, descubrió que estaba solo.
Con su elegancia característica, Z lo había dejado a solas para que disfrutara de un poco de privacidad.
Y ahora… después de entregarle el diario de su padre… también un poco de felicidad.
‡ ‡ ‡
Inmediatamente después de la Primera Cena, Vishous se materializó en el patio de la Virgen Escribana. Le sorprendió un poco que le concedieran permiso para presentarse allí, teniendo en cuenta las tensas relaciones que tenía con su madre, pero le alegró poder hacerlo.
Después de tomar forma, frunció el ceño y miró a su alrededor, vio la fuente de mármol blanco y la galería y el portal que llevaba al área que ocupaban las Elegidas. Había algo diferente en el ambiente. V no estaba seguro de qué era, pero algo…
—Saludos, señor.
V se dio media vuelta. De pie, junto a la puerta que suponía que llevaba al apartamento privado de la Virgen Escribana había una Elegida. Vestida con la túnica blanca y el pelo recogido en un moño en la parte superior de la cabeza, V vio que se trataba de la Elegida que había ido a consolar a Cormia después de la ceremonia de presentación.
—Amalya —dijo V.
Ella pareció sorprenderse de ver que él recordaba su nombre.
—Excelencia.
Así que ésta era la Elegida que Cormia había recomendado para que ocupara el cargo de directrix. Eso tenía sentido. La mujer parecía muy amable.
—He venido a ver a la Virgen Escribana —dijo V, aunque se imaginaba que ella ya lo sabía.
—Con el debido respeto, señor, su alteza no va a recibir visitas hoy.
—¿Visitas mías o visitas en general?
—No recibirá a nadie. ¿Quiere dejarle algún mensaje?
—Regresaré mañana.
La Elegida hizo una inclinación
—Con el debido respeto, señor, creo que ella aún estará indispuesta.
—¿Por qué?
—Eso no es de mi incumbencia —respondió la Elegida con un ligero tono de desaprobación. Como si él tampoco debiera preguntar.
Bueno, demonios. ¿Qué era exactamente lo que quería decir?
—¿Quieres decirle… que Vishous ha venido a decir…?
Mientras Vishous buscaba las palabras, la Elegida lo miró con una expresión llena de compasión.
—Si usted me permite el atrevimiento, tal vez pueda decirle que su hijo vino a agradecerle el generoso regalo que le dio y el sacrificio que hizo para que usted fuera feliz.
Hijo.
No, V no se sentía capaz de llegar tan lejos. Aun con el regreso de Jane, esa etiqueta le parecía una farsa.
—Simplemente Vishous. Dile que Vishous vino a darle las gracias.
La Elegida volvió a hacer una reverencia con una expresión de tristeza.
—Como desee.
V vio que la mujer daba media vuelta y desaparecía tras la puerta pequeña y adornada.
Un momento. ¿Acaso había dicho sacrificio? ¿A qué sacrificio se refería?
V volvió a mirar a su alrededor y se concentró en la fuente. De repente se dio cuenta de que el agua tenía un rumor extraño. Las otras veces que había venido…
V giró lentamente la cabeza.
El árbol blanco con las flores blancas estaba vacío. Ya no había ningún pajarillo cantor.
Eso era lo que faltaba. Ya no estaban los pájaros de la Virgen Escribana, sobre las ramas de los árboles ya no resplandecían sus colores, el aire inmóvil ya no se alegraba con sus cantos.
En medio del silencio relativo del patio, V comprendió la soledad de ese lugar, la cual parecía amplificada por el sonido del agua.
Ay, Dios. Ése había sido el sacrificio, ¿no es cierto?
Ella había renunciado a su amor para que él pudiera estar con Jane.
‡ ‡ ‡
Encerrada en sus habitaciones privadas, la Virgen Escribana se dio cuenta de que V se había marchado. Podía sentir cómo su forma se transportaba de regreso al mundo exterior.
La Elegida Amalya se le acercó sin hacer ruido.
—Si no resulta impertinente, quisiera hablar.
—No tienes que hacerlo. Sé lo que dijo. Ahora déjame sola y regresa al santuario.
—Sí, alteza.
—Gracias.
La Virgen Escribana esperó a que la Elegida se retirara y luego dio media vuelta y miró a través de su inmenso apartamento privado, todo blanco. Aquel lugar no tenía prácticamente otro propósito que servirle de sala de estar para que se paseara. Como ella no dormía ni comía, la habitación y el comedor no eran más que espacios por los cuales desplazarse.
Pero ahora todo estaba tan silencioso.
La Virgen Escribana flotaba de una habitación a otra con inquietud. Le había fallado a su hijo de tantas maneras, que no podía culparlo por el hecho de que él no quisiera reconocerla como madre. Sin embargo, resultaba muy doloroso.
Y ese dolor venía a sumarse a otro.
Con una sensación de pánico, la Virgen Escribana miró hacia el fondo de su apartamento privado, hacia el lugar al que nunca iba. O, al menos, al que llevaba dos siglos sin entrar.
Porque ella también le había fallado a otra persona.
Con el corazón apesadumbrado, la Virgen Escribana flotó hasta el extremo del salón y abrió con el pensamiento la puerta que estaba cerrada con llave. Con un chirrido, la cerradura se abrió y despidió una fina capa de vapor debido al cambio en la humedad del ambiente. ¿Realmente había pasado tanto tiempo?
La Virgen Escribana entró en la habitación y miró la forma sombría que flotaba sobre el suelo, suspendida en una especie de burbuja que la mantenía congelada.
Era su hija. La gemela de V. Payne.
Desde hace mucho tiempo la Virgen Escribana había tomado la decisión de que lo mejor para su hija, y lo más seguro, sería descansar para siempre de esa manera. Pero ahora no estaba tan segura. Todas las decisiones que había tratado de tomar por su hijo habían terminado mal. Tal vez sucediera lo mismo con su hija.
La Virgen Escribana miró fijamente el rostro de su hija. Payne no era como otras mujeres y nunca lo había sido. Ella tenía el instinto guerrero de su padre, se sentía inclinada a pelear y tenía tanto interés en perder el tiempo con las Elegidas como un león de que lo enjaularan con ratones.
Tal vez era hora de liberar a su hija, tal y como había liberado a su hijo. Eso parecía lo justo. En efecto, la protección había demostrado ser una dudosa virtud.
Sin embargo, la Virgen Escribana detestaba perder el control. Sobre todo al pensar que su hija no tenía ninguna razón para quererla más de lo que la quería su hijo. Así que terminaría perdiéndolos a ambos.
Mientras se debatía bajo el peso de sus pensamientos, sintió el impulso de salir al patio y buscar el consuelo de sus pájaros. Pero allí ya no la esperaba nadie. Ya no había ningún canto alegre que le levantara el ánimo.
Así que permaneció encerrada en su apartamento privado, flotando en el aire quieto y silencioso, de un lado a otro de sus habitaciones vacías. Con el paso del tiempo, la naturaleza infinita de su no existencia se fue convirtiendo en un manto de puntas que se le clavaban en la piel, un millar de púas diminutas de dolor y tristeza.
No había ningún alivio o huida a la vista para ella, ninguna fuente de paz, de alegría o de consuelo. Estaba como siempre había estado: sola en medio del mundo que había creado.