52

Vishous nunca había llorado. A lo largo de su vida, jamás había llorado. Después de todas las cosas horribles por las que había pasado, había llegado a la conclusión de que había nacido sin conductos lagrimales.

Los sucesos ocurridos recientemente no habían cambiado eso. Cuando vio a Jane muerta entre sus brazos, no lloró. Cuando trató de amputarse la mano en la Tumba, a modo de sacrificio, y el dolor fue insoportable, tampoco le salieron lágrimas. Cuando su detestable madre le impidió continuar con la tarea que se había propuesto, sus mejillas siguieron secas.

Ni siquiera lloró cuando la Virgen Escribana puso la mano sobre el cuerpo de Jane y él vio, en medio del dolor, que su amada quedaba reducida a cenizas.

Pero ahora estaba llorando.

Por primera vez desde que nació, las lágrimas se deslizaban por su rostro y empapaban la almohada.

Comenzaron a brotar cuando tuvo una visión de Butch y Marissa, sentados en el sofá de la sala de la Guarida. Una visión vívida… muy vívida. V no sólo podía oír en su cabeza lo que ellos estaban pensando sino que podía ver que Butch se estaba imaginando a Marissa acostada en la cama, con un sujetador negro y vaqueros. Y Marissa estaba pensando en Butch y lo veía quitándole los vaqueros y metiendo la cabeza entre sus piernas.

V sabía que, en seis minutos, Butch le iba a quitar a Marissa el vaso de zumo de naranja que tenía en la mano y lo pondría sobre la mesita. Sabía que lo iba a tirar, pues la base del vaso aterrizaría sobre la esquina de un número de Sports Illustrated y que el zumo mojaría los vaqueros de Marissa. Y sabía que el policía iba a usar eso para llevarla al fondo del pasillo y desnudarla para hacerle el amor.

Sólo que, camino a su habitación, se detendrían junto a la puerta de V y perderían el impulso. Con una expresión de tristeza en los ojos, se refugiarían en su cama matrimonial y se abrazarían en silencio.

V se tapó la cara con un brazo y comenzó a llorar de manera incontrolable.

Sus visiones habían regresado, otra vez estaba condenado a ver el futuro.

Había superado la encrucijada que marcaba su destino.

Lo cual significaba que ésta sería su existencia de ahora en adelante: ya no sería más que un cascarón vacío que yacía junto a las cenizas de su amada.

Y con la exactitud de un reloj, en medio de su llanto, V oyó que Butch y Marissa venían por el pasillo, oyó que se detenían ante su puerta y luego los oyó cerrar la puerta de su propia habitación. Y no hubo ningún gemido erótico amortiguado por la pared que separaba las habitaciones, ni se oyó el golpeteo de la cabecera de la cama.

Tal y como había visto que sucedería. En medio del silencio que siguió, V se secó las mejillas y se miró las manos. La mano izquierda todavía le dolía un poco por el daño que había tratado de hacerse. La mano derecha resplandecía como siempre lo había hecho y sus lágrimas brillaban como manchas blancas contra el telón de fondo de su luz interior, blancas como los iris de sus ojos.

V respiró hondo y miró el reloj.

La única cosa que lo mantenía vivo era el deseo de que cayera la noche. Si no supiera que pronto se haría de noche, ya se habría matado, habría sacado su Glock y se la habría puesto en la boca para volarse la tapa de los sesos.

Pero se había propuesto la misión de acabar con la Sociedad Restrictiva. En eso emplearía el resto de la vida, pero no importaba, porque el mundo no tenía nada más que ofrecerle. Y aunque habría preferido dejar la Hermandad para cumplir con su misión, Butch moriría si él desaparecía, así que había decidido quedarse.

De repente, V frunció el ceño y miró hacia la puerta.

Al cabo de un momento, volvió a secarse las mejillas y dijo:

—Me sorprende que no entres.

La puerta se abrió sin que ninguna mano la tocara. Al otro lado estaba la Virgen Escribana, de pie, en el pasillo, cubierta de pies a cabeza por sus ropajes negros.

—No estaba segura de ser bienvenida —dijo en voz baja, entrando flotando en la habitación.

V no levantó la cabeza de la almohada. No tenía interés en mostrarle ni una pizca de respeto.

—Ya sabes cuál es tu bienvenida.

—Así es. Así que iré directa al propósito de mi visita. Tengo un regalo para ti.

—No lo quiero.

—Sí. Sí lo quieres.

—Púdrete. —Por debajo del manto que la cubría por completo, la Virgen Escribana pareció descolgar la cabeza. Aunque a V le importaba un bledo haber herido sus sentimientos—. Lárgate.

—Tú querrás…

V se incorporó de un salto.

—Tú ya te llevaste lo que yo quería…

De pronto entró una figura por la puerta, una figura fantasmagórica.

—¿V?

—Y he venido a devolvértelo —dijo la Virgen Escribana—. En cierto modo.

Vishous no oyó ni una palabra de lo que su madre dijo, pues no podía entender lo que tenía ente sus ojos. Era Jane… más o menos. Era la cara de Jane y el cuerpo de Jane, pero ella era… una aparición transparente.

—¿Jane?

—No tienes que darme las gracias —dijo la Virgen Escribana, desmaterializándose—. Sólo debes saber que lo que consideras tu maldición es la única forma en que podrás tocarla. Adiós.

‡ ‡ ‡

Muy bien, para ser un reencuentro romántico, resultaba extraño y bastante incómodo.

Y no sólo porque Jane suponía que podía ser clasificada como un fantasma.

Parecía que Vishous estuviera a punto de desmayarse. Lo cual resultaba doloroso. Era posible que él ya no la quisiera en este estado, y entonces, ¿adónde podría ir? Cuando la Virgen Escribana se le presentó en el cielo, o lo que fuera ese lugar, y le dio la opción de regresar, Jane no tuvo que pensarlo ni un segundo para responder. Pero ahora que se encontraba ante un tipo absolutamente perplejo, ya no estaba tan segura de haber elegido la opción correcta. Tal vez había sobre…

V se levantó de la cama, atravesó la habitación y le tocó la cara con la mano resplandeciente, aunque vaciló un poco. Jane suspiró, se recostó contra la palma de la mano de V y notó la calidez de su piel.

—¿Realmente eres tú? —preguntó con voz ronca.

Jane asintió con la cabeza y le agarró la cara con las manos. Notó que V tenía las mejillas un poco rojas.

—Has estado llorando.

V le agarró una mano.

—Puedo sentirte.

—Yo también.

Luego V le tocó el cuello, el hombro, el esternón. Le levantó un brazo y se quedó mirándolo… bueno, mirando a través de él.

—Hummm… también me puedo sentar en cosas —dijo Jane, sin tener ninguna razón particular para mencionarlo—. Me refiero a que… cuando estaba esperando ahí fuera, me senté en el sofá. También moví un cuadro de la pared, puse una moneda en el plato donde guardas el cambio, cogí una revista. Es un poco extraño, pero sólo tengo que concentrarme. —Demonios. Jane pensó que no sabía lo que estaba diciendo—. La, eh… la Virgen Escribana dijo que podía comer, pero que no tenía que hacerlo. También dijo que… podía beber cosas. No estoy segura de cómo funciona todo esto, pero ella parece saberlo. Sí. Así es. En todo caso, creo que voy a tardar algún tiempo en entender cómo funciona, pero…

V le metió la mano en el pelo y Jane sintió lo mismo que antes. Su cuerpo invisible e incorpóreo parecía registrar las sensaciones igual que antes.

V frunció el ceño y luego pareció enfurecerse.

—Ella dijo que se necesitaba un sacrificio. Traer a alguien de vuelta. ¿Qué le diste? ¿Qué le diste a cambio de volver?

—¿A qué te refieres?

—Ella no da nada sin exigir algo a cambio. ¿Qué te quitó?

—Nada. Ella nunca me pidió nada.

V sacudió la cabeza y parecía que estaba a punto de decir algo, pero luego puso sus pesados brazos alrededor de Jane y la apretó contra su cuerpo, que estaba resplandeciendo y temblando de la cabeza a los pies. A diferencia de otras ocasiones en que Jane tenía que concentrarse para alcanzar la solidez, con V simplemente sucedía. Recostada contra él, se sentía otra vez como un cuerpo sólido sin tener que hacer ningún esfuerzo.

Jane se daba cuenta de que V estaba llorando pues lo percibía en la manera en que respiraba y en el hecho de que se abrazaba a ella, reposando en su hombro, pero sabía que si lo mencionaba, o trataba de consolarlo con sus palabras, él se intimidaría. Así que se limitó a abrazarlo y lo dejó seguir.

Claro que Jane también estaba más bien ocupada tratando de mantener el control.

—Pensé que nunca volvería a hacer esto —dijo V, con la voz quebrada.

Jane cerró los ojos, abrazándolo más fuerte, pensando en ese momento en medio de la neblina, cuando había renunciado a él. Si ella no hubiese hecho eso, no estarían ahora allí, ¿o sí?

«Al diablo con el libre albedrío», pensó Jane. Ella había confiado en el destino, sin importar lo mucho que doliera a corto plazo. Porque el amor siempre resistía, a través de sus múltiples formas. El amor era el infinito. Lo eterno. Lo que permanecía. Jane no sabía quién o qué era la Virgen Escribana, ni dónde había estado ella en esos últimos días ni cómo había regresado. Pero estaba segura de una cosa.

—Tenías razón —dijo Jane contra el pecho de V.

—¿Acerca de qué?

—Creo en Dios.