51
Dos días después, Phury decidió ir hasta el Otro Lado. La directrix había insistido en la necesidad de reunirse y él no quería posponerlo más. Además, tenía que salir de la casa.
La muerte de Jane había arrojado un velo fúnebre sobre el complejo, que afectaba a todos los hombres enamorados. La pérdida de una shellan, que era lo que había sido Jane a pesar de que ella y V no se habían unido formalmente, siempre era el mayor de los temores. Pero el hecho de que hubiese muerto a manos del enemigo era casi insoportable. Peor aún, esto había ocurrido menos de un año después de que Wellsie fuese asesinada de la misma forma y todo esto representaba un horrible recordatorio de una verdad que todos los machos de la casa sabían muy bien: que las compañeras de los miembros de la Hermandad se enfrentaban a una terrible amenaza por parte de los restrictores.
Tohrment lo había experimentado en sus carnes. Y ahora lo estaba haciendo Vishous.
Dios, todos se preguntaban si V sería capaz de seguir adelante. Tohr había desaparecido inmediatamente después de enterarse de que Wellsie había sido asesinada por un restrictor y nadie había vuelto a verlo ni a saber de él desde entonces. Aunque Wrath sostenía que podía sentir que el hermano todavía estaba vivo, todos habían renunciado a la idea de verlo reaparecer en esta década o en la siguiente. Tal vez regresara en un futuro lejano. O tal vez se muriera solo, en algún lugar del mundo. Pero estaban seguros de que no volverían a encontrarse con él en un futuro próximo, y, demonios, quizá sólo pudieran reunirse con él en el Ocaso.
Mierda… Pobre Vishous.
En este momento V estaba en su habitación de la Guarida, acostado junto a la urna de bronce en la que Phury había depositado finalmente las cenizas de Jane. Según les había dicho Butch, V no había hablado ni comido nada desde que lo habían traído, aunque aparentemente tenía los ojos abiertos.
Estaba claro que no tenía intención de explicar lo que había sucedido en la Tumba. Ni lo que había sucedido con Jane, o con su muñeca.
Después de lanzar una maldición, Phury se arrodilló junto a su cama y se puso el medallón del Gran Padre alrededor del cuello. Luego cerró los ojos y viajó directamente al santuario de las Elegidas, mientras pensaba en Cormia. Ella también permanecía encerrada en su habitación, comía poco y hablaba todavía menos. Phury entraba a verla con frecuencia, aunque no sabía qué podía hacer por ella, aparte de llevarle libros, de los que parecía disfrutar. Le gustaba especialmente Jane Austen, aunque no entendía del todo cómo algo podía ser ficción o, como ella decía, una mentira estructurada.
Phury tomó forma en el anfiteatro, porque todavía no conocía muy bien la distribución del santuario y pensó que ése sería un buen lugar para comenzar. Diablos, le resultaba extraño estar en medio de tanta blancura. Y todavía era más raro caminar hasta el fondo del escenario y echarle un vistazo a los distintos templos blancos. Vaya, el lugar parecía un anuncio publicitario de Ariel. No había color por ninguna parte. Y luego estaba el silencio. Todo era espeluznantemente silencioso.
Se decidió por una dirección y comenzó a caminar, pensando que podría terminar asaltado por un grupo de Elegidas. No tenía tampoco demasiada prisa por enfrentarse a la directrix. Para quemar algo de tiempo decidió echarle un vistazo a lo que había dentro de uno de los templos. Eligió uno al azar, pero, cuando subió los escalones que llevaban hasta la entrada, descubrió que las puertas dobles estaban cerradas con llave.
Phury frunció el ceño y se inclinó para observar la cerradura, que tenía un agujero grande y extraño. Movido por un impulso, se quitó el medallón del Gran Padre y lo metió en la cerradura.
Vaya. El medallón era en realidad una llave.
Las puertas dobles se abrieron sin emitir ningún sonido y Phury se sorprendió al ver lo que había dentro. A ambos lados del edificio, arrimados a las paredes, había contenedores de basura, llenos de piedras preciosas, alineados en filas de seis u ocho. Phury paseó entre aquel tesoro, deteniéndose de vez en cuando y metiendo las manos entre las piedras brillantes.
Pero eso no era lo único que había en el templo. Al fondo había una serie de vitrinas de cristal como las que se veían en los museos. Phury se acercó y las examinó. Naturalmente no había ni una gota de polvo, aunque estaba seguro que no se debía a que las hubiesen limpiado. Sencillamente no se podía imaginar que hubiese nada que contaminara el aire allí, ni siquiera con partículas microscópicas.
En el interior de las vitrinas había objetos fascinantes, que procedían claramente del mundo exterior. Había un par de gafas antiguas, un recipiente de porcelana de origen oriental, una botella de whisky cuya etiqueta databa de 1930, una cigarrera de ébano, una abanico de plumas blancas…
Se preguntó cómo habrían llegado esas cosas hasta allí. Algunas eran bastante antiguas, aunque estaban en perfecto estado y, desde luego, absolutamente limpias.
Se detuvo a mirar lo que parecía un libro antiguo.
—Por todos… los diablos.
La encuadernación de cuero estaba ajada, pero todavía se podía leer el título grabado en la tapa: DARIUS, HIJO DE MARKLON.
Phury se inclinó, asombrado. Era un libro de D… probablemente un diario.
Abrió la vitrina y luego frunció el ceño al sentir el olor que impregnaba el aire de dentro. ¿No era aquello olor a pólvora?
Phury observó la selección de objetos. En el extremo había un viejo revólver que pudo reconocer gracias a que lo había visto en el libro sobre armas de fuego del que había estado hablándoles a los estudiantes. Era un revólver de seis cilindros Colt Navy calibre 36, que databa de 1890. Y había sido usado recientemente.
Lo sacó, abrió la recámara en que se guardaban las balas y cogió una. Eran unas balas esféricas… e irregulares, como si fueran hechas a mano.
Ya las había visto antes. Cuando estaba borrando la historia clínica de V del ordenador del Saint Francis, vio una radiografía de tórax que le habían hecho a V… y un trozo de plomo de forma esférica y bordes irregulares alojado en el pulmón de su hermano.
—¿Ha venido usted a verme?
Phury miró por encima del hombro y vio a la directrix. La mujer estaba de pie junto a las puertas dobles, vestida con la túnica blanca que todas usaban. Alrededor del cuello, colgado de una cadena, tenía un medallón como el suyo.
—Bonita colección de objetos la que tienen aquí —dijo Phury, arrastrando las palabras, dándose media vuelta.
La mujer entrecerró los ojos.
—Pensé que estaría más interesado en las gemas.
—En realidad, no. —Phury observó atentamente a la mujer, al tiempo que levantaba el libro que tenía en la mano—. Esto parece el diario de mi hermano.
Al ver que la mujer subía ligeramente los hombros, Phury sintió deseos de matarla.
—Sí, es el diario de Darius.
Phury le dio un golpecito a la cubierta del libro y luego hizo un gesto con la mano hacia las gemas.
—Dígame una cosa. ¿Este lugar siempre está cerrado con llave?
—Sí. Desde el ataque siempre está cerrado.
—Usted y yo somos los únicos que tenemos llave, ¿verdad? No me gustaría que le pasara nada a lo que hay guardado aquí.
—Sí. Sólo usted y yo. Nadie puede entrar aquí sin que yo lo sepa o esté presente.
—Nadie.
Los ojos de la mujer brillaron con irritación.
—Siempre se debe respetar el orden de la cosas. Llevo años entrenando a las Elegidas para que desempeñen bien sus labores.
—Sí… Así que la idea de que aparezca un Gran Padre debe ser como una patada en el estómago para usted. Porque, ahora yo soy el que manda, ¿no es verdad?
La mujer contestó con una voz casi inaudible.
—Es justo y necesario que usted mande aquí.
—Lo siento, ¿podría repetir eso? No la he oído muy bien.
Los venenosos ojos de la mujer hirvieron con odio durante una fracción de segundo, lo cual le confirmó a Phury lo que ella había hecho y cuál era el motivo que la había impulsado a hacerlo: la directrix le había disparado a Vishous. Con el revólver de la vitrina. Ella quería seguir controlando el santuario y sabía muy bien que, si llegaba un Gran Padre, se convertiría en la segunda al mando, bajo las órdenes de un macho. Y si no le iba bien, podía perder todo su poder sencillamente porque a él no le gustaba el color de sus ojos.
Cuando falló al tratar de matar a V, se retiró… hasta que pudiera volver a intentarlo. Sin duda esa mujer era lo suficientemente inteligente y malvada para defender su territorio hasta que ya no quedaran más hermanos o el papel de Gran Padre comenzara a verse como una maldición.
—Estaba a punto de decir algo, ¿no es cierto? —insistió Phury.
La directrix acarició el medallón que colgaba de su cuello.
—Usted es el Gran Padre. Usted es quien manda aquí.
—Bien. Me alegra que los dos lo tengamos claro. —Phury volvió a darle unos golpecitos al diario de Darius—. Voy a llevarme esto.
—¿Y no nos vamos a reunir?
Phury se le acercó, pensando que, de ser un hombre, ya le habría retorcido el cuello.
—No, ahora no. Tengo un asunto que tratar con la Virgen Escribana. —Luego se inclinó y le susurró al oído—: Pero volveré a por usted.