50
A Jane se le había acabado el tiempo. Y ella lo sabía, de la misma forma que cuando un paciente sufría complicaciones y ya no había nada que hacer. Su reloj interno la avisó y la alarma comenzó a sonar.
—No quiero dejarlo ir —dijo, sin dirigirse a nadie.
Pero su voz no llegó muy lejos y Jane notó que la niebla se hacía cada vez más densa… tan densa que estaba comenzando a taparle los pies. Y luego se percató. La niebla no le estaba cubriendo los pies. Con pánico, Jane se dio cuenta de que, a menos que hiciera algo, se iba a disolver para ocupar su lugar dentro de la nada. Estaría sola para siempre, anhelando el amor que alguna vez había sentido.
Se convertiría en un fantasma triste e inquieto.
Finalmente se sintió invadida por la emoción y empezó a llorar. La única manera de salvarse era renunciar a su nostalgia de estar con Vishous; ésa era la llave que abría la puerta. Pero si ella lo hacía, sentiría que lo estaba abandonando, dejándolo solo ante un futuro frío y amargo. Después de todo, Jane podía imaginarse cómo se sentiría ella si él muriera.
De improviso, la niebla se volvió más densa y la temperatura bajó. Jane miró hacia abajo. Sus piernas ya estaban desapareciendo… primero hasta los tobillos, luego hasta las pantorrillas. Se estaba disolviendo en medio de la nada, su cuerpo se deshacía segundo a segundo.
Comenzó a llorar, intentando tomar una decisión y lloró todavía más por el egoísmo que implicaba lo que tenía que hacer.
Pero ¿cómo podía renunciar a V?
Al notar que la niebla subía por sus muslos, se llenó de pánico. Ella no sabía cómo hacer lo que debía…
Cuando se le ocurrió, la respuesta se presentó ante ella con todo su dolor y simpleza.
Ay… Dios… Renunciar a V significaba aceptar lo que no se podía cambiar. No tratar de aferrarse a la esperanza con el fin de producir un cambio en el destino… ni luchar contra las fuerzas superiores del destino para tratar de hacerlas capitular ante la voluntad propia… ni suplicar por la salvación porque creía ser más sabia que el destino. Renunciar significaba mirar hacia delante con serenidad, reconociendo que la libre elección era la excepción y el destino la regla.
No había posibilidad de negociación. Ni se podía tratar de tener el control. Había que darse por vencido y ver que la persona que ella amaba en realidad no era su futuro. Aceptar que no había nada que pudiera hacer al respecto.
Las lágrimas inundaron sus ojos y comenzaron a caer sobre la neblina. Ella empezó a renunciar a toda pretensión de ser fuerte y a luchar para mantener vivo su vínculo con Vishous. Y mientras lo hacía, se sintió completamente despojada de fe u optimismo, tan vacía como la niebla que la rodeaba: al ser atea en vida, también era atea en la muerte. Y al no creer en nada, tampoco era nada.
Y entonces ocurrió el milagro.
Un rayo de luz cayó desde arriba y la protegió, ofreciéndole calor y bañándola con algo que era como el amor que sentía por Vishous: una bendición.
Mientras se elevaba en el aire como si fuera una margarita que una mano bondadosa había levantado del suelo, Jane se dio cuenta de que todavía podía amar a quien amaba, aunque ya no estaba con él. En realidad, el hecho de que sus caminos se hubiesen separado no rompía ni profanaba lo que ella sentía. Cubría sus emociones con una capa de nostalgia agridulce, pero no cambiaba los sentimientos de su corazón. Jane todavía podía amarlo y esperarlo en el más allá. Porque el amor, después de todo, era eterno y no estaba sujeto a los caprichos de la muerte.
Jane estaba libre… mientras volaba hacia arriba.
‡ ‡ ‡
Phury estaba a punto de perder el control.
Pero si quería enloquecer, tenía que esperar su turno porque todos los otros hermanos estaban en la misma situación. En especial Butch, que se paseaba de un lado a otro del estudio como un prisionero en una celda de aislamiento.
No había ni rastro de Vishous. Ninguna llamada. Nada. Y el amanecer se acercaba como un tren de mercancías.
De pronto Butch se detuvo.
—¿Dónde haríais vosotros el funeral de una shellan?
Wrath frunció el ceño.
—En la Tumba.
—¿Creéis que puede haberla llevado allí?
—V nunca ha sido muy fanático de los rituales y ahora que ha roto las relaciones con su madre… —Wrath negó con la cabeza—. No creo que haya ido allí. Además, él tiene que saber que ése es uno de los lugares donde lo buscaríamos y como cuida tanto su maldita privacidad… Supongo que si va a enterrar a su mujer, no querrá tener público.
—Sí.
Butch comenzó a pasearse otra vez. El reloj antiguo dio las cuatro y media de la mañana.
—¿Sabéis una cosa? —dijo el policía—. Sólo voy a echar un vistazo, si os parece bien. No puedo quedarme aquí ni un minuto más.
Wrath se encogió de hombros.
—Por qué no. No tenemos nada que perder.
Phury se puso de pie, porque él tampoco podía soportar más la espera.
—Voy contigo. Necesitarás que alguien te enseñe la entrada.
Como Butch no se podía desmaterializar, los dos se subieron en el Escalade y Phury se introdujo por un campo hacia el interior del bosque. Como el sol estaba a punto de salir, no se molestó en dar ningún rodeo sino que se dirigió directamente a la Tumba.
Los dos guardaron silencio hasta que Phury aparcó a la entrada de la cueva y se bajaron del vehículo.
—Huelo sangre —dijo Butch—. Creo que los hemos encontrado.
Sí, el aire traía un ligero olor a sangre humana… Así que no cabía duda de que V había llevado a Jane al interior.
Mierda. Tras entrar en la cueva, se dirigieron al fondo, deslizándose por la entrada oculta hasta llegar a la reja de hierro. Una de las puertas estaba abierta y había un rastro de pisadas que corría a lo largo del corredor con los jarrones.
—¡Está aquí! —dijo Butch, y sus palabras resonaron con alivio.
Sí, sólo que, ¿qué razón podría tener V, que odiaba a su madre, para enterrar a la mujer que amaba de acuerdo con las tradiciones de la Virgen Escribana?
Ninguna.
Cuando empezaron a avanzar por el corredor, Phury se sintió invadido por una sensación de fatalidad… sobre todo al llegar al final del corredor y ver que había un espacio vacío en las estanterías, que faltaba uno de los jarrones que guardaban el corazón de los restrictores. Ay, no. Ay… Dios, no. Deberían haber traído más armas. Si V había hecho lo que Phury se estaba imaginando, iban a necesitar estar armados hasta los dientes.
—¡Espera! —Phury se detuvo, sacó una antorcha de la pared y se la entregó a Butch. Después de coger una para él, agarró a Butch del brazo—. Prepárate para pelear.
—¿Por qué? Es posible que a V le moleste vernos aquí, pero no se va a poner violento.
—No, es de Jane de la que tienes que cuidarte.
—¿De qué diablos estás habl…?
—Creo que es posible que él haya tratado de revivirla…
De repente estalló una luz brillante al fondo y todo se iluminó como si fuera mediodía.
—¡Mierda! —exclamó el policía, cuando el estallido se desvaneció—. No me digas que lo ha hecho.
—Si Marissa muriera y tú pudieras intentarlo, ¿acaso no lo harías?
Los dos hombres comenzaron a correr hacia el centro de la cueva. Pero de pronto frenaron en seco.
—¿Qué es eso? —preguntó Butch jadeando.
—No… no tengo ni idea.
Con pasos lentos y sigilosos se acercaron al altar, con los ojos fijos en la imagen que tenían delante. En el centro de una de las piedras que servía de apoyo al altar había una escultura, un busto… de la cabeza y los hombros de Jane. El torso estaba labrado en una piedra gris oscura, pero era tan real que parecía una fotografía. O tal vez un holograma. La luz de las velas revoloteaba sobre los rasgos del rostro, proyectando sombras que parecían darle vida.
En el lado opuesto de la piedra había un jarrón de cerámica destrozado, la calavera sagrada de la Hermandad y lo que parecía un corazón estrujado y cubierto de aceite.
En el otro extremo del altar, V estaba recostado contra la pared que tenía los nombres de sus ancestros, con los ojos cerrados y las manos sobre el regazo. Una de sus muñecas tenía un torniquete hecho con una tira de tela negra y faltaba una de sus dagas. El lugar olía a humo, pero no había humo en el aire.
—¿V? —Butch se acercó y se arrodilló junto a su compañero.
Phury dejó que el policía se encargara de V y se dirigió al altar. La escultura era una representación perfecta de Jane, tan real que podía ser ella misma. Phury estiró la mano para tocarle la cara, pero tan pronto como su dedo índice entró en contacto con la superficie, el busto se desmoronó. Mierda. No estaba hecho de piedra sino de ceniza y ahora no era más que una montón de lo que debían ser los restos de Jane.
Phury miró a Butch.
—Dime que V está vivo.
—Bueno, en todo caso, está respirando.
—Llevémoslo a casa. —Phury miró las cenizas—. Los llevaremos a los dos.
Necesitaba algo donde guardar las cenizas de Jane y ciertamente no las iba a poner en uno de los jarrones para los restrictores. Phury echó un vistazo a su alrededor. No había nada que pudiera usar.
Así que se quitó la camisa de seda y la extendió sobre el altar. Era lo mejor que podía hacer, teniendo en cuenta que se les estaba acabando el tiempo.
El día estaba a punto de llegar. Y no había manera de detenerlo.