49

Vishous iba conduciendo el Audi de Jane como un murciélago recién salido del infierno, cuando, a medio camino de la clínica de Havers, se dio cuenta de que ella ya no iba en el coche con él.

Aunque el cuerpo de Jane seguía allí.

La única energía que se agitaba en medio del coche era el pánico que surgía de su propio cuerpo, el único corazón que latía como loco era el suyo, los únicos ojos que parpadeaban eran los suyos.

El macho enamorado que llevaba dentro confirmó lo que su cabeza se había negado a reconocer: V sabía en su sangre que Jane estaba muerta.

Soltó el pedal del acelerador y el Audi siguió avanzando cada vez más lentamente hasta detenerse por completo. La carretera 22 estaba desierta, probablemente a causa de la tormenta de primavera que se había desencadenado en el exterior, pero aunque la carretera estuviera llena de coches en hora punta, V se habría detenido igual en el centro de la calzada.

Jane iba en el asiento del copiloto. Sentada recta y con el cinturón puesto para que le hiciera presión sobre el pecho, sobre la camiseta sin mangas que él le había puesto en un intento de detener la hemorragia.

V no giró la cabeza para mirarla.

No era capaz de mirarla.

Se limitó a seguir mirando hacia el frente, hacia la doble línea amarilla pintada en la carretera. Ante él, los limpiabrisas se movían a uno y otro lado y su golpeteo rítmico era como el sonido de un reloj antiguo, tic… tac… tic… tac…

Pero el paso del tiempo ya no tenía ninguna importancia, ¿o sí? Y V ya no tenía ninguna prisa.

Tic… tac… tic…

Pensó que también debería estar muerto, pues sentía un dolor inmenso en el pecho. No tenía ni idea de cómo podía estar todavía de pie con ese dolor tan grande.

Tac… tic…

Más adelante se veía una curva en la carretera y el bosque alcanzaba el arcén asfaltado. Sin ninguna razón en particular, V notó que los árboles se amontonaban unos contra otros y sus ramas sin hojas se entrelazaban, como si fuera un encaje negro.

Tac…

La visión que se deslizó entonces hasta él llegó de manera tan silenciosa que al principio no se dio cuenta de que lo que sus ojos estaban viendo había cambiado. Pero luego vio un muro con una superficie rugosa, iluminado por una luz muy brillante. Justo cuando V comenzaba a preguntarse de dónde procedía esa luz…

Se dio cuenta de que eran los faros delanteros de un coche.

El claxon le hizo volver al presente. Pisó el acelerador, girando el volante hacia la derecha. El otro vehículo derrapó sobre el asfalto cubierto de hielo y luego retomó el curso y desapareció por la carretera.

V volvió a concentrarse en el bosque. Iba recibiendo el resto de las imágenes de la visión como si fuera una secuencia cinematográfica. Con una sensación de indiferencia, se vio a sí mismo haciendo cosas que eran supuestamente poco ortodoxas y, mientras era testigo de lo que sucedería en el futuro, iba tomando nota. Cuando ya no vio nada más, arrancó con una determinación desesperada, en dirección a las afueras de Caldwell y al doble de la velocidad permitida.

Cuando oyó que su móvil comenzaba a sonar, estiró la mano hacia el asiento trasero, donde había arrojado su chaqueta de cuero y sacó el teléfono. Lo apagó, luego se apartó a un lado de la carretera, abrió la tapa del teléfono, sacó el chip del GPS, lo puso sobre el salpicadero del Audi y lo aplastó con el puño.

‡ ‡ ‡

—¿Dónde diablos está?

Phury se recostó en el respaldo. Wrath se paseaba de un lado a otro de su estudio y los demás hermanos hacían lo posible por apartarse del camino del rey. Cuando Wrath se ponía así, lo mejor era no ponerse en medio o él podía pasar por encima.

Sólo que aparentemente estaba esperando una respuesta, porque luego agregó:

—¿Acaso estoy hablando para las paredes? ¿Dónde diablos está V?

Phury carraspeó.

—Realmente no lo sabemos. Su GPS no da señal desde hace diez minutos.

—¿No da señal?

—Se apagó. Por lo general la luz parpadea cuando V tiene el móvil encima, pero… ya ni siquiera tenemos la lucecita intermitente.

—Genial. Estupendo. —Wrath se levantó las gafas oscuras y comenzó a frotarse los ojos, entrecerrándolos. Últimamente sufría muchos dolores de cabeza, probablemente debido a que estaba forzando demasiado la vista para leer y era evidente que la desaparición de uno de los hermanos no resultaba muy reconfortante.

Al otro lado del salón, Rhage soltó una maldición y colgó el móvil.

—Todavía no se ha presentado en la clínica de Havers. Oíd, ¿y si ha decidido ir a enterrarla a algún lado? El suelo está congelado, pero con esa mano de V eso no es problema.

—¿De verdad crees que ella está muerta? —murmuró Wrath.

—Por lo que pude ver, recibió el disparo en medio del pecho. Cuando volví de matar a ese maldito asesino, ya no estaban ninguno de los dos y el coche de Jane también había desaparecido. Pero… no creo que haya sobrevivido.

Wrath miró a Butch, que guardaba un silencio absoluto desde que entró al estudio.

—¿Sabes cómo encontrar a alguna de las hembras con las que se acostaba y que usaba para alimentarse?

El policía negó con la cabeza.

—Ninguna. V siempre ha mantenido esa parte de su vida en secreto.

—Así que no lo podemos localizar por ese medio. Más buenas noticias. ¿Hay alguna razón para pensar que haya podido ir al ático ese que tiene?

—Pasé por allí cuando venía para aquí —dijo Butch—. Pero no estaba y sinceramente no pienso que vaya. Teniendo en cuenta para lo que usa el ático…

—Y sólo quedan dos horas de oscuridad. —Wrath se sentó detrás de su escritorio Luis XVI, pero apoyó los brazos sobre el delicado asiento que hacía juego con la mesa, como si estuviera a punto de levantarse en cualquier momento.

En ese momento sonó el móvil de Butch y él se apresuró a contestar.

—¿V? Ah… hola, nena. No… todavía nada. Lo haré. Te lo prometo. Te quiero.

Cuando el policía colgó, Wrath se volvió hacia la chimenea y se quedó callado durante un momento, repasando, seguramente, las opciones que tenían, al igual que todos los demás. Opciones que se reducían a… ninguna. En este momento, Vishous podía estar en cualquier parte, así que aunque los hermanos se distribuyesen en los cuatro puntos cardinales, estarían buscando una aguja en un pajar. Además, era bastante obvio que V había destruido el chip del GPS. No quería que lo encontraran.

—La granada está sin seguro, señores —afirmó Wrath al cabo de un rato—. Ahora sólo es cuestión de esperar para ver dónde estalla.

‡ ‡ ‡

V eligió con cuidado el lugar del accidente. Quería que estuviera cerca de su destino final, pero lo suficientemente lejos para no correr riesgos, y justo cuando estaba acercándose, una curva de la carretera le ofreció el lugar que estaba buscando. Perfecto. Se puso el cinturón de seguridad y pisó el acelerador, preparándose para el impacto. El motor del Audi rugió con fuerza y las llantas arrancaron a toda velocidad por la carretera resbaladiza. En pocos minutos dejó de ser un coche para convertirse en una carga de energía cinética.

En lugar de girar el volante para tomar la curva pronunciada hacia la izquierda que daba la carretera 22, V siguió recto hacia la línea de árboles. Como si fuera un chico obediente sin instinto de conservación, el coche voló por encima de los quitamiedos y se mantuvo en el aire durante una fracción de segundo.

Al aterrizar, V salió disparado del asiento del conductor, se golpeó la cabeza contra el techo del coche y luego se fue hacia delante. Enseguida se activaron los airbags del vehículo instalados en el volante, el salpicadero y las puertas. El coche se deslizó entre la maleza y los arbustos hasta…

El roble era inmenso. Tan grande como una casa. E igual de sólido.

La estructura de seguridad de la carrocería del Audi fue lo único que salvó a V de morir al instante, cuando el frente del coche se estrelló contra el árbol, convirtiéndose en un acordeón de metal con motor. El impacto sacudió la cabeza de V sobre el cuello y le apretó la cara contra el airbag. La rama de un árbol atravesó el parabrisas.

Segundos después, a V le empezaron a zumbar los oídos como si estuviera oyendo una alarma contra incendios y su cuerpo hizo un autoexamen para ver si tenía algún hueso roto. Mareado, sangrando por las heridas que le había hecho la rama, se quitó el cinturón de seguridad, forzó la puerta hasta abrirla y se bajó del coche tambaleándose. Respiró profundamente varias veces. Oía el zumbido del motor y el siseo de los airbags que empezaban a desinflarse. La lluvia caía cansinamente y goteaba desde los árboles hasta los charcos que se formaban en el suelo del bosque.

Tan pronto como reunió fuerzas, V se dirigió al otro lado del coche, donde estaba Jane. El impacto la había empujado hacia delante y ahora su sangre manchaba el parabrisas, el salpicadero y el asiento. Eso era exactamente lo que él quería. Se inclinó para quitarle el cinturón y luego la levantó con mucho cuidado, como si todavía estuviera viva, acurrucándola en sus brazos para que quedara cómoda. Antes de comenzar a caminar por el bosque, sacó su chaqueta de cuero y la envolvió en ella para protegerla del frío.

Vishous comenzó a caminar como se inicia cualquier recorrido. Poniendo un pie delante del otro. Una y otra vez.

A medida que avanzaba por el bosque a trompicones, se iba empapando cada vez más, hasta que se convirtió en otro árbol, otro objeto sobre el que caía la lluvia de manera despiadada. Dio un rodeo para llegar a su destino, hasta que los brazos y la espalda protestaron a causa de su dolorosa carga.

Finalmente llegó a la entrada de la cueva. No se molestó en controlar que nadie lo estuviera siguiendo. Él sabía que estaba solo.

Se introdujo en la cueva. El sonido de la lluvia se iba haciendo más lejano a medida que avanzaba por el suelo de tierra. Localizó de memoria el lugar donde estaba el mecanismo para accionar la puerta, en medio del muro de piedra. Y cuando una losa de granito de tres metros se deslizó hacia un lado, entró en el corredor que se abría detrás y se acercó a una reja de hierro. Abrió la cerradura con su mente sin hacer ningún ruido. La roca por la que había entrado volvió a cerrarse a su espalda.

El interior estaba absolutamente oscuro y el aire era más denso allí abajo, como si el lugar estuviera lleno de gente. Rápidamente encendió con la mente algunas de las antorchas que había en el muro y comenzó a caminar hacia el altar de la Tumba. A cada lado del corredor, en estanterías que alcanzaban a tener seis metros de alto, había miles de jarrones de cerámica que contenían los corazones de los restrictores asesinados por la Hermandad. Pero V no se fijó en ellos, como normalmente hacía. Esta vez siguió mirando hacia el frente, mientras llevaba a su amada en brazos y sus botas mojadas dejaban huellas sobre la superficie brillante del suelo de mármol.

No tardó mucho en llegar al centro de la Tumba, esa inmensa cueva subterránea que formaba un hoyo en la tierra. Encendió mentalmente las gruesas velas negras que adornaban el candelabro y que iluminaron enseguida las estalactitas en forma de daga que colgaban del techo, así como las enormes losas de mármol negro que formaban la pared de detrás del altar.

Eso era lo que había aparecido ante él en la visión que tuvo en la carretera. Cuando iba mirando hacia el frente por la carretera 22 y vio los árboles, V recordó enseguida el muro ceremonial: al igual que las ramas de los árboles que se entretejían formando una especie de encaje, las inscripciones que había en el mármol y que correspondían a los nombres de todos los guerreros que habían formado parte de la Hermandad durante generaciones, formaban un diseño sutil que, de lejos, parecía un bordado.

Frente a la pared, el altar era sencillo y austero, pero poderoso: un enorme bloque de piedra, asentado sobre dos pilares. En el centro estaba la calavera del primer miembro de la Hermandad de la Daga Negra, la reliquia más sagrada que tenían los hermanos.

V la apartó a un lado y acostó a Jane sobre la piedra. Ya había perdido todo el color y su mano blanca se deslizó hacia el suelo sin vida, con una indiferencia que lo estremeció de pies a cabeza. V le levantó la mano con cuidado y la puso sobre su pecho.

Luego dio unos pasos hacia atrás, hasta que su espalda se estrelló contra la pared. A la luz de las velas, y con la chaqueta de V cubriéndole el torso, casi podía imaginar que Jane estaba viva.

Casi.

Rodeado por ese paisaje subterráneo, V pensó en la cueva en la que funcionaba el campamento de los guerreros. Luego se vio usando su mano con el pretrans que lo había amenazado y con su padre.

Entonces se abrió el guante y se lo quitó de la mano.

Lo que estaba pensando hacer iba contra las leyes de la naturaleza y de su especie.

Bajo ninguna circunstancia era apropiado, ni estaba permitido, revivir a los muertos. Y no sólo porque ese fuera el terreno del Omega. Las Crónicas de la raza, todos esos tomos y tomos de historia, mencionaban sólo dos ejemplos de dicho acto y los dos habían terminado en tragedia.

Pero él era distinto. Esto era diferente. Jane era diferente. V estaba haciendo esto por amor, y los casos sobre los que había leído habían sido motivados por el odio: estaba el caso de un asesino que alguien revivió para usarlo como arma y una mujer que volvió a la vida para vengarse.

Pero también había otras cosas que jugaban a su favor. V curaba regularmente a Butch y extraía la maldad del policía cada vez que él demostraba su talento con los restrictores. Podía hacer lo mismo por Jane. Claro que podía.

Con una voluntad de hierro, V trató de alejar de sus pensamientos los resultados de las otras dos incursiones en el reino de las artes oscuras del Omega y se concentró en el amor que sentía por su mujer.

El hecho de que Jane fuera humana no era relevante, pues la reanimación era el acto de traer a la vida lo que estaba muerto y la línea que dividía la vida de la muerte era la misma en todas las especies. Y V tenía lo que necesitaba. Para celebrar el ritual se necesitaban tres cosas: algo del Omega, un poco de sangre fresca y una fuente de energía eléctrica como la de un rayo.

O, en su caso, su mano maldita.

V se dirigió al corredor donde estaban los jarrones y no desperdició tiempo eligiendo uno. Tomó el primero que encontró al azar, un jarrón marrón oscuro que tenía en la superficie finas grietas que marcaban la arcilla, lo cual indicaba que era uno de los primeros.

Cuando regresó al altar, estrelló el jarrón contra la piedra, partiéndolo en mil pedazos y dejando al descubierto lo que tenía dentro. El corazón que estaba en su interior estaba cubierto de un brillo negro y aceitoso, protegido por la sustancia que corría por las venas del Omega. Aunque se desconocía cuál era exactamente la naturaleza de la inducción a la Sociedad Restrictiva, estaba claro que la «sangre» del Omega entraba en el corazón de la víctima antes de que se lo extrajeran.

Así que Vishous tenía lo que necesitaba de su enemigo.

Luego se quedó mirando la calavera del primer hermano y no dudó un segundo en usar esa reliquia sagrada para sus propósitos ilícitos. Sacó una de sus dagas, se cortó la muñeca y dejó que su sangre cayera en la copa de plata que estaba montada sobre la calavera. Luego cogió el corazón del restrictor y lo exprimió con el puño.

Unas gotas negras de pura maldad cayeron sobre el cáliz, mezclándose con el rojo de su sangre. El líquido pecaminoso era mágico, imbuido de una magia que iba contra las reglas de los justos, una magia que convertía la tortura en diversión, una magia que gozaba con el dolor que se causaba a los inocentes… pero también poseía el don de la eternidad.

Y eso era lo que él necesitaba para Jane.

—¡No!

V se dio enseguida media vuelta.

La Virgen Escribana estaba detrás de él, sin la capucha, y su rostro transparente parecía una máscara de horror.

—No debes hacerlo.

V volvió a dar media vuelta y puso el cáliz al lado de la cabeza de Jane. Durante un segundo, se distrajo pensando que era un paralelo curioso y tranquilizador el hecho de que Jane supiera cómo era el interior de su pecho y él estaba a punto de descubrir cómo era el interior del suyo.

—¡No hay equilibrio en este intercambio! ¡No estás pagando un precio!

V le quitó a Jane la chaqueta y la mancha de sangre que apareció ante sus ojos, en su camisa, enmarcaba un agujero negro en el centro del pecho, entre sus senos, como la diana de un blanco de tiro.

—Ella regresará, pero no tal y como la conoces —siseó su madre—. Regresará como una mujer perversa. Ése será el resultado.

—Yo la amo. Puedo cuidarla de la misma forma que a Butch.

—Tu amor por ella no cambiará el resultado y tampoco lo hará tu habilidad para deshacerte de los restos del Omega. ¡Eso está prohibido!

V dio media vuelta y clavó la mirada en su madre, sintiendo un odio infinito hacia ella y hacia toda su maldita historia del yin y el yang.

—¿Quieres que sea equilibrado? ¿Quieres hacer un intercambio? ¿Quieres cobrármelo antes de que pueda hacerlo? ¡Bien! ¿Cuánto vale? Tú condenaste a Rhage a su maldición durante el resto de su vida, ¿qué me vas a hacer a mí?

—¡No soy yo la que exige que haya paridad!

—Entonces, ¿quién? ¿Cuánto le debo?

La Virgen Escribana pareció tomarse un momento para serenarse.

—Esto va más allá de lo que puedo conceder o no. Ella está muerta. No hay vuelta atrás una vez que un cuerpo ha quedado abandonado como se ha quedado el de ella.

—Mentira. —V se inclinó sobre Jane, preparado para abrirle el pecho.

—Vas a condenarla todavía más. No tendrá adónde ir excepto al Omega y tendrás que enviarla allí. Ella se convertirá en perversa y tendrás que destruirla.

V se quedó mirando el rostro sin vida de Jane. Recordó su sonrisa y trató de encontrarla en medio de su pálido rostro.

Pero no pudo hacerlo.

—Equilibrio… —susurró.

Estiró la mano y le acarició la mejilla helada con la mano buena, tratando de pensar en lo que él podía dar, en lo que podía entregar a cambio.

—No se trata sólo de equilibrio —afirmó la Virgen Escribana—. Algunas cosas están prohibidas.

Cuando la solución acudió a su mente con claridad, V ya no quiso seguir escuchando a su madre.

Levantó su valiosa mano normal, aquella con la que podía tocar a la gente y todas las cosas, la mano que era como debía ser y no una maldita carga de destrucción.

Su mano buena.

La puso sobre el altar y abrió los dedos, apoyando la palma y la muñeca sobre la piedra. Luego miró la hoja de su daga y se la puso sobre la piel. Al inclinarse sobre ella, la afilada hoja de la daga cortó el hueso.

—¡No! —gritó la Virgen Escribana.