47
Al anochecer, John se encontraba en el gimnasio subterráneo, formando una hilera con el resto de los estudiantes, con una daga en la mano derecha y los pies bien apoyados en el suelo, en posición de ataque. Cuando Zsadist sopló el silbato, John y todos los demás comenzaron a realizar el ejercicio: movieron la daga por encima del pecho, echaron el brazo hacia atrás, dieron un paso al frente y clavaron la daga en su oponente imaginario, justo debajo de las costillas.
—¡John, atención!
Mierda, estaba haciendo el ejercicio completamente mal. Otra vez. Sintiéndose absolutamente torpe e inútil, John trataba de seguir el ritmo de los movimientos, pero constantemente perdía el equilibrio y sus extremidades simplemente no le obedecían.
—John, espera. —Zsadist se le acercó por detrás y le colocó los brazos en la posición correcta. Otra vez—. Señoritas, vuelvan a la posición de ataque.
John se acomodó, espero la señal… y volvió a hacerlo todo mal. De nuevo.
Esta vez, cuando Zsadist se le acercó, John ni siquiera pudo mirarlo a la cara.
—Probemos una cosa —dijo Z y agarró la daga y se la puso a John en la mano izquierda.
John negó con la cabeza. Él era diestro.
—Sólo intentémoslo. ¿Señoritas? Vamos.
Otra vez a la posición de ataque. Otra señal. Otro fracas…
Ah, pero esta vez no fue así. Como por arte de magia, el cuerpo de John siguió los movimientos como un piano perfectamente afinado. Con absoluta sincronización, sus brazos y sus piernas se movieron como debían hacerlo, con la daga totalmente controlada en la mano y los músculos fundiéndose coordinadamente en un solo esfuerzo.
Al finalizar, John sonrió, hasta que sus ojos se cruzaron con los de Z. El hermano lo estaba mirando de una manera extraña, pero luego pareció volver al momento presente.
—Mejor, John. Mucho mejor.
John bajó la vista hacia la daga que tenía en la mano y recordó fugazmente y con una punzada de dolor el momento en que acompañó a Sarelle hasta el coche, un par de días antes de que fuese asesinada. Cuando estaba junto a ella, John había sentido deseos de tener una daga en sus manos, le había parecido que su mano era demasiado ligera sin el peso de una daga. Pero había sido una sensación de la mano derecha. ¿Por qué el cambio después de la transición?
—¡Otra vez, señoritas! —gritó Z.
Los estudiantes hicieron la secuencia de movimientos otras veintitrés veces. Luego trabajaron otro ejercicio, en el que tenían que arrodillarse sobre una pierna para enterrar la daga hacia arriba. Entretanto, Z supervisaba la fila de muchachos, corrigiendo posiciones y gritando órdenes.
Pero Z no tuvo que corregir a John ni una sola vez. Todo fluyó correctamente, como cuando se encuentra la veta de una mina y el oro comienza a salir.
Cuando la clase terminó, John se dirigió a los vestuarios, pero Z lo llamó y lo condujo a la sala donde se guardaba el equipo, al armario con llave donde se guardaban las dagas de entrenamiento.
—De ahora en adelante vas a usar ésta —dijo, entregándole a John una daga con empuñadura azul—. Está calibrada para la mano izquierda.
John la probó y la notó todavía más fuerte. Estaba a punto de darle las gracias al hermano, cuando frunció el ceño. Z lo estaba mirando otra vez con la misma expresión extraña que tenía en el gimnasio.
John se metió la daga en el cinturón de su ji y preguntó haciendo signos con la mano:
—¿Qué? ¿No estoy en buena posición?
Z se pasó una mano por la cabeza rapada.
—Pregúntame cuántos combatientes zurdos hay.
John sintió que su corazón se detenía y una intensa sensación se apoderaba de él.
—¿Cuántos?
—Sólo conocí a uno. Pregúntame quién era.
—¿Quién?
—Darius. D era zurdo.
John se miró la mano izquierda. Su padre.
—Y tú te mueves como él —murmuró Z—. Es escalofriante, si quieres que te diga la verdad. Es como si lo estuviera viendo a él.
—¿De verdad?
—Sí, D se movía con fluidez. Como tú. En todo caso… —Z le puso una mano en el hombro—. Zurdo. ¡Quién lo iba a pensar!
John se quedó mirando al hermano mientras se marchaba y luego se miró otra vez la mano.
No era la primera vez que se preguntaba cómo habría sido su padre. Cómo era su voz. Cómo se comportaba. ¡Dios, lo que daría por tener alguna información sobre él!
Tal vez algún día pudiera preguntarle a Zsadist, aunque le daba miedo ponerse muy sentimental.
Un hombre siempre debía ser duro. Sobre todo ante un hermano.
‡ ‡ ‡
Jane aparcó el coche en el garaje y soltó una maldición apagando el motor. Las once y treinta y cuatro. Llegaba a casa dos horas y media más tarde de lo que le había prometido a V.
Había sido una de esas noches en que todo se había confabulado para evitar que saliera del hospital. Ya iba camino a la puerta, con la chaqueta puesta y el bolso colgado del brazo, cuando empezaron a interrumpirla con todo tipo de preguntas de trabajo. Luego una de las pacientes del callejón se complicó y ella tuvo que examinarla y hablar con la familia.
Le había enviado un mensaje de texto a Vishous diciéndole que iba con retraso. Luego volvió a mandarle otro, informándole de que iba a retrasarse un poco más. Él le contesto diciéndole que no importaba. Pero luego ella lo llamó, al quedar atrapada en un atasco de tráfico a causa de un desvío cuando iba ya camino a su casa, pero le contestó el buzón.
Jane se bajó del coche, al tiempo que la puerta del garaje se cerraba. Estaba impaciente por ver a Vishous, pero también se sentía exhausta. Habían pasado toda la noche anterior haciendo de todo menos dormir y había tenido un día muy largo.
—Lo siento, es tardísimo —gritó, entrando por la cocina.
—No importa —contestó Vishous desde la sala.
Jane salió de la cocina… y se quedó paralizada. Vishous estaba sentado en el sofá, en medio de la oscuridad, con las piernas cruzadas. A su lado se encontraban su chaqueta de cuero y un ramo de calas. Estaba tan inmóvil como un lago congelado.
Mierda.
—Hola —saludó ella, dejando la chaqueta y el bolso sobre la mesa del comedor de sus padres.
—Hola. —Vishous descruzó las piernas y apoyó los codos sobre las rodillas—. ¿Todo bien en el hospital?
—Sí. Pero con mucho trabajo. —Jane se sentó junto a las flores—. Son preciosas.
—Las compré para ti.
—De verdad, lo siento mucho…
V la detuvo con un movimiento de la mano.
—No tienes por qué sentirte mal. Me puedo imaginar cómo es.
Al mirarlo con atención, Jane se dio cuenta de que él no estaba tratando de culparla ni nada por el estilo; simplemente estaba decepcionado. Lo cual, en cierta medida, hacía que se sintiera peor. Si él se portara de modo irracional sería distinto, pero esta callada resignación por parte de un hombre tan poderoso como él era difícil de manejar.
—Tienes aspecto de cansada —dijo V—. Y creo que lo mejor que puedo hacer es llevarte a la cama.
Jane se recostó contra el respaldo del sofá y acarició una de las flores con el índice. Le gustaba el hecho de que él no le hubiese traído las tradicionales rosas y ni siquiera hubiese elegido calas blancas. Éstas eran de un profundo color melocotón. Eran distintas. Hermosas.
—Hoy he pensado en ti. Muchas veces.
—¿De verdad? —Aunque V no la miraba, Jane pudo percibir la sonrisa que se dibujó en sus labios—. ¿En qué pensaste?
—En todo. En nada. En lo mucho que me gustaría dormir a tu lado todas las noches.
Jane no le contó que había descartado la posibilidad de irse a Columbia. Dejar pasar esa oportunidad había sido una decisión difícil, pero seguir buscando un puesto mejor en Nueva York, donde tendría más responsabilidades, no parecía lo más apropiado si el objetivo era pasar más tiempo juntos y no menos. Jane todavía quería dirigir su propio departamento, pero a veces había que sacrificar cosas para conseguir lo que uno quería. La idea de que se podía tener todo en la vida era una falacia.
Jane bostezó. Mierda, estaba cansada.
V se puso de pie y le ofreció la mano.
—Vamos arriba. Puedes dormir a mi lado un rato.
Jane dejó que V la llevara arriba, la desnudara y la metiera en la ducha. Luego se quedó esperando a que él se metiera con ella, pero V negó con la cabeza.
—Si me baño contigo, te voy a tener despierta las próximas dos horas —dijo, clavando la mirada en los senos de Jane con sus brillantes ojos de diamante—. Ay… Dios… Yo sólo… Mierda, te espero afuera.
Jane sonrió al verlo cerrar la puerta de cristal de la ducha y luego, cuando su inmensa figura negra salió hacia la habitación. Diez minutos después, ella salió del baño limpia, con los dientes cepillados y vestida con uno de sus camisones.
Vishous había doblado la colcha, alisado las sábanas y había abierto las mantas.
—Adentro —le ordenó.
—No me gusta que me den órdenes —murmuró ella.
—Pero a mí me vas a obedecer. A veces. —V le dio una palmada en el trasero, mientras ella se metía en la cama—. Ponte cómoda.
Jane arregló todo como le gustaba, mientras él iba hasta el otro lado de la cama y se acostaba sobre las mantas. Cuando le pasó el brazo por debajo de la cabeza y la acomodó sobre su pecho, Jane pensó, Dios, qué bien huele. Y esa mano acariciándole la cintura era sencillamente magnífica.
Al cabo de un rato, ella dijo en medio de la oscuridad:
—Hoy perdimos a una paciente.
—Vaya, lo siento mucho.
—Sí… no había nada que hacer por ella. A veces uno simplemente lo sabe y con ella, yo lo sabía. Aun así, hicimos todo lo que pudimos para salvarla, pero durante todo el tiempo… sí, durante todo el tiempo yo sabía que no íbamos a poder hacer nada.
—Eso debe ser duro.
—Horrible. Tuve que decirle a la familia que se estaba muriendo, pero al menos tuvieron la oportunidad de estar con ella cuando murió, lo cual fue bueno. No como mi hermana. Hannah murió sola. Y eso me parece horrible. —Jane recordó la cara de la joven que había muerto hoy en el callejón—. La muerte es extraña. La mayoría de la gente cree que es como apagar un interruptor, pero con frecuencia es un proceso; en realidad, es como cerrar una tienda al final del día. En general, las cosas van fallando de manera predecible, hasta que al final se apaga la última luz y se cierra la puerta. Como médico, yo puedo reaccionar y tratar de detener el proceso suturando heridas, suministrando más sangre al corazón u obligando al cuerpo a regular sus funciones mediante algún medicamento. Pero a veces… a veces el tendero simplemente se va y no hay nada que hacer para detenerlo, independientemente de lo que intentes. —Jane esbozó una sonrisa—. Lo siento, no quería que sonara morboso.
V le acarició la cara.
—No suena morboso. Tú eres maravillosa.
—Tu opinión no es objetiva —dijo Jane, antes de volver a bostezar de forma tan aparatosa que su mandíbula crujió.
—Tengo razón. —V le dio un beso en la frente—. Ahora, duérmete.
Jane obedeció casi sin darse cuenta. Al poco rato sintió que V se levantaba de la cama.
—No te vayas.
—Tengo que irme. Tengo que patrullar el centro.
V se puso de pie, todo un gigante… bueno, todo un macho, con su pelo negro iluminado por los rayos de luz que entraban desde la calle.
Jane se sintió invadida de repente por una oleada de tristeza y cerró los ojos.
—Oye —dijo V, sentándose junto a ella—. Nada de eso. No nos vamos a poner tristes. ¿Tú y yo? No nos ponemos tristes. No conocemos la tristeza.
Jane trató de reírse.
—¿Cómo supiste lo que estaba sintiendo? ¿O es que acaso soy tan claramente patética?
V se dio un golpecito en la nariz.
—Puedo olerlo. La tristeza huele a lluvia fresca.
—Odio que tengamos que despedirnos.
—Yo también. —V se inclinó y le rozó la frente con los labios—. Mira —dijo, quitándose la camisa de manga larga y enrollándola para colocársela debajo de la mejilla—. Piensa que soy yo.
Jane respiró hondo, percibió el olor de los machos enamorados y se tranquilizó un poco. Al ponerse de pie, V parecía muy fuerte con su camiseta sin mangas, invencible, como un superhéroe. Y sin embargo, respiraba.
—Por favor… ten cuidado.
—Siempre. —V se inclinó y la volvió a besar—. Te amo.
Cuando él se alejaba, ella estiró el brazo y lo agarró. Aunque no pudo articular ninguna palabra, el silencio fue igual de elocuente.
—Yo también detesto tener que irme —contestó V con voz ronca—. Pero volveré. Lo prometo.
V la volvió a besar y se dirigió a la puerta. Mientras Jane lo oía bajar las escaleras para ir a buscar su chaqueta, se acomodó contra la camisa de V y cerró los ojos.
En un momento absolutamente inoportuno, la puerta del garaje de la casa vecina comenzó a zumbar. Luego pareció quedarse atascada a medio camino y el motor chirriaba con tanta intensidad que la cabecera de la cama comenzó a vibrar.
Jane le dio un puñetazo a la almohada y se dio la vuelta, dispuesta a empezar a gritar.
‡ ‡ ‡
Vishous no se sentía muy feliz, mientras se ponía el arnés con las dagas. Estaba distraído, un poco irritado, inquieto y desesperado por fumarse un cigarro y aclarar sus pensamientos antes de irse al centro. Se sentía totalmente desconcertado, como si tuviera una mochila pesada sobre las espaldas.
—¡Vishous! ¡Espera! —La voz de Jane llegó desde arriba, justo cuando V se iba a desmaterializar—. ¡Espera!
V oyó los pasos de Jane bajando las escaleras y, cuando dio media vuelta, la vio. Se había puesto su camisa y los faldones le colgaban casi hasta las rodillas, haciéndola parecer más pequeña de lo que era.
—¿Qué…?
—Tengo una idea. Es una locura, pero también es audaz. —Con las mejillas coloradas y los ojos brillándole con determinación, Jane era la cosa más hermosa que él había visto en la vida—. ¿Qué opinas si me voy a vivir contigo?
V negó con la cabeza.
—Me encantaría, pero…
—¿Y me convierto en la cirujana privada de la Hermandad?
Diablos.
—¿Qué?
—Realmente deberíais tener un médico en la casa. Tú dijiste que había alguna complicación con ese tal Havers. Pues bien, yo podría solucionar el asunto. Podría contratar a una enfermera que me ayudara, mejorar las instalaciones y encargarme de todo. Tú dijiste que teníais al menos tres o cuatro urgencias por semana en la Hermandad, ¿no? Además, Bella está embarazada y probablemente después vengan más bebés.
—Dios… pero ¿estarías dispuesta a renunciar al hospital?
—Sí, pero obtendría algo a cambio.
V se puso colorado.
—¿Yo?
Jane se rió.
—Bueno, sí. Claro. Pero también algo más.
—¿Qué?
—La oportunidad de estudiar sistemáticamente tu raza. Mi otro gran amor en la vida es la genética. Si puedo pasar las próximas dos décadas curándoos y estudiando las diferencias entre los humanos y los vampiros, diría que mi vida habría sido muy valiosa. Quiero saber de dónde venís y cómo funcionan vuestros cuerpos y por qué no enfermáis de cáncer. Se pueden descubrir cosas muy importantes, Vishous. Cosas que podrían beneficiar a las dos razas. No estoy hablando de convertiros en conejillos de Indias… Bueno, supongo que sí. Pero no de una manera cruel. No de la manera fría en que pensaba hacerlo antes. Yo te amo y quiero aprender de ti.
Vishous se quedó mirándola. Daba la sensación de que había dejado de respirar.
—Por favor, di que s… —dijo Jane, frunciendo el ceño.
V la apretó contra su pecho.
—Sí. Sí… si Wrath está de acuerdo y tú estás contenta… sí.
Jane le pasó los brazos por la cintura y también lo apretó con fuerza.
Diablos, V se sentía como si estuviera volando. Se sentía completo, pleno, absolutamente satisfecho mental, sentimental y físicamente, con todas las cosas en su sitio, un cubo de Rubik recién desenvuelto y en perfectas condiciones.
Estaba a punto de ponerse sentimental, cuando sonó su teléfono. V soltó una maldición, se lo quitó del cinturón y contestó con brusquedad.
—¿Sí? En casa de Jane. ¿Quieres que nos encontremos aquí? ¿Ahora mismo? Sí. Mierda. Bueno, te veo en dos segundos, Hollywood. —V volvió a guardarse el teléfono en la funda del cinturón—. Era Rhage.
—¿Crees que podemos arreglar que me traslade a vivir contigo?
—Sí, lo creo. Para serte sincero, Wrath se sentiría mucho más cómodo si tú estuvieras en nuestro mundo. —V le acarició la mejilla con los nudillos—. Al igual que yo. Sencillamente nunca pensé que querrías renunciar a tu vida.
—Es que no estoy renunciando. Sólo voy a vivirla un poco diferente, pero no estoy renunciando a mi vida. Me refiero a que… realmente no tengo muchos amigos. —Excepto Manello—. Y no hay nada aquí que me retenga… Estaba preparada para marcharme de Caldwell e irme a Manhattan. Además… Simplemente voy a ser más feliz contigo.
Vishous la miró con atención. Le fascinaban los rasgos duros de Jane, su cabello corto y esos ojos de un verde profundo.
—Yo nunca te habría pedido que hicieras eso, ya sabes… que abandonaras todo lo que tienes aquí para estar conmigo.
—Ésa sólo es una de las razones por las cuales te amo.
—¿Me dirás cuáles son las otras?
—Tal vez. —Jane le deslizó una mano por entre las piernas, lo cual lo hizo saltar y lanzar una exclamación—. Tal vez también te las muestre.
Vishous cubrió la boca de Jane con su boca y le metió la lengua, arrinconándola, al mismo tiempo, contra la pared. No le importaba que Rhage esperara en el jardín delantero otros…
En ese momento sonó su móvil. Insistentemente.
V levantó la cabeza y miró a través de la ventana de la puerta principal. Rhage estaba en el jardín, con el teléfono en la oreja, mirando hacia el interior. El hermano miró el reloj y luego le hizo un corte de mangas.
Vishous estrelló el puño contra la pared de yeso y se alejó de Jane.
—Voveré al final de la noche. Espérame desnuda.
—¿No preferirías desnudarme?
—No, porque haría jirones ese camisón y quiero que duermas con él todas las noches hasta que estés en mi cama, conmigo. Espérame. Desnuda.
—Ya veremos.
El cuerpo de V se estremeció de pies a cabeza al oír el tono de rebeldía de la respuesta de Jane. Y ella lo sabía, pues lo estaba mirando de manera provocadora.
—Dios, te amo —dijo V.
—Ya lo sé. Ahora, vete y mata algo. Te estaré esperando.
V le sonrió.
—No podría amarte más, aunque lo intentara.
—Lo mismo te digo.
V la besó y se desmaterializó para aparecer enseguida en el exterior, junto a Rhage, asegurándose de rodearse de mhis. Ah, genial. Estaba lloviendo. Dios, cuánto le gustaría estar abrazado a Jane en vez de estar allí fuera con su hermano. V no pudo evitar lanzarle una mirada de rabia a Rhage.
—Como si no pudieras esperar otros cinco minutos.
—Por favor. Si te dejaba continuar, me quedaría aquí hasta el verano.
—¿Estás…?
De repente, V frunció el ceño y miró hacia la casa vecina. La puerta del garaje estaba atasacada a medio abrir y se veía el resplandor de las luces de freno. Se oyó que alguien cerraba la puerta de un coche y luego V percibió en la brisa un ligero olor a dulce, como si alguien hubiese echado al viento un poco de azúcar en polvo.
—¡Ay… Dios, no!
En ese momento, Jane abrió la puerta de su casa de par en par y salió corriendo, con la chaqueta de V en la mano y la camisa de él flotando detrás de ella.
—¡Olvidaste esto!
Fue como una terrible premonición, una revelación de todas las partes que hasta ahora sólo había visto de manera fragmentaria: el sueño se estaba haciendo realidad.
—¡No! —gritó V.
La secuencia de imágenes pasó ante sus ojos en unos segundos que le parecieron siglos: Rhage mirándolo como si se hubiera vuelto loco. Jane corriendo por la hierba. Él dejando caer el mhis debido al pánico.
Un restrictor saliendo por debajo de la puerta del garaje, con un arma en la mano.
El disparo no se oyó debido al silenciador que tenía el arma. V se abalanzó para alcanzar a Jane, en un intento por cubrirla con su cuerpo. Pero falló. Jane recibió el tiro en la espalda y la bala salió por el otro lado, después de atravesarle el esternón, y fue a incrustarse en el brazo de V. Al mismo tiempo, él la agarraba para que no se cayera y sentía que el pecho se le abría de dolor.
Mientras ellos caían al suelo, Rhage salió de detrás del asesino, pero V no se dio cuenta. En lo único que podía pensar era en su pesadilla: sangre en su camisa. Su corazón gritando de agonía. La muerte que se acercaba… pero no la de él. La de Jane.
—Dos minutos —dijo Jane con la respiración entrecortada, pasándose la mano por el pecho—. Me quedan menos de dos… minutos.
La bala debía haber perforado una arteria y ella lo sabía.
—Voy a…
Jane negó con la cabeza y lo agarró del brazo.
—Quédate. Mierda… no voy a…
Lograrlo… era la palabra que iba a decir.
—¡Maldición!
—Vishous… —Los ojos de Jane se llenaron de lágrimas y su color se fue difuminando rápidamente—. Dame tu mano. No me dejes. No puedes… No me dejes morir sola.
—Vas a ponerte bien —dijo V, empezando a levantarla—. Te llevaré con Havers.
—Vishous. Esto no tiene arreglo. Cógeme la mano. Me voy… Ay, mierda… —Jane comenzó a sollozar, luchando por respirar—. Te amo.
—¡No!
—Te am…
—¡No!