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Vishous, ¿podrías quitarte esa sonrisa de la cara? Estás empezando a enervarme —dijo Butch.

V le hizo un corte de mangas desde el otro lado de la mesa de la cocina de la mansión y volvió a concentrarse en su café. Pronto sería de noche, lo cual significaba que en… veintiocho minutos… sería libre.

Tan pronto como pudiera salir, iría a la casa de Jane y se inventaría algo romántico. V no sabía exactamente qué, tal vez le comprara flores o algo similar. Bueno, flores, y luego se pondría a instalar el sistema de seguridad. Porque nadie dijo que al amor estuviera en contradicción con los sensores de movimiento.

Dios, estaba ansioso. De verdad.

Jane le había dicho que regresaría a casa alrededor de las nueve, así que se imaginaba que le adornaría un poco la habitación y luego estaría con ella hasta la medianoche.

Sólo que eso le dejaba apenas cinco horas para cazar.

Butch pasó la página de la sección de deportes, se inclinó para darle un beso a Marissa en el hombro y luego volvió a concentrarse en el periódico. Como respuesta, ella levantó la mirada de los papeles que estaba revisando para Safe Place, le acarició el brazo y volvió a concentrarse en lo que estaba haciendo. Marissa tenía la marca de un mordisco reciente en el cuello y en el rostro, la expresión de una mujer-vampiro muy satisfecha.

V hizo una mueca y clavó la mirada en su café, acariciándose la perilla. Él y Jane nunca tendrían eso, pensó, porque ellos nunca iban a vivir juntos. Aunque él no formara parte de la Hermandad, no podría dormir en la casa de Jane durante el día a causa de la luz del sol, y la posibilidad de que ella viniera allí tampoco era factible, por evidentes razones de seguridad: ya era suficientemente arriesgado que ella supiera que la raza existía. Tener más contacto y más detalles, o pasar más tiempo con la Hermandad, no sería prudente ni seguro.

Mientras balanceaba la taza de café en las manos, V se recostó contra el respaldo del asiento y pensó con angustia en el futuro. Él y Jane estaban muy bien juntos, pero las separaciones obligadas iban a terminar por desgastarlos. Ya podía sentir la tensión que le causaba el hecho de saber que al final de la noche tendría que haber una despedida.

V quería tenerla tan cerca como su propia piel, las veinticuatro horas del día. Aunque era mejor que nada, oír su voz a través del teléfono no era suficiente para satisfacerlo. Pero ¿qué otras opciones tenían?

Luego se oyó otro ruido de papeles, mientras Butch masacraba el periódico. Por Dios, Butch era una bestia para leer el periódico, siempre arrugaba las páginas y torcía las dobleces. Lo mismo pasaba con las revistas. Más que leerlas, parecía desbaratarlas con las manos.

Al mismo tiempo que destrozaba un artículo sobre el entrenamiento de primavera, Butch volvió a mirar a Marissa y V se dio cuenta de que, en pocos minutos, aquello dos se iban a ir… y no precisamente porque ya hubiesen terminado su café.

Era curioso, V sabía lo que iba a pasar, pero por pura deducción, no porque pudiera ver el futuro ni leer sus mentes: Butch estaba despidiendo el olor de los machos enamorados y a Marissa le fascinaba estar con su compañero. V no había tenido ninguna visión de ellos en la despensa o en su cama de la Guarida.

Jane era la única a la que podía leerle el pensamiento ahora y sólo a veces.

V se pasó la mano por el esternón y pensó en lo que había dicho la Virgen Escribana… que sus visiones y la capacidad de prever el futuro estaban temporalmente detenidas porque estaba pasando por un momento decisivo de su propia vida y que, cuando saliera de la encrucijada, las visiones regresarían. La cuestión era que él ya estaba con Jane, entonces, ¿no debería haber salido ya de la encrucijada? Ya había encontrado a su pareja. Estaba con ella. Fin de la historia.

Le dio otro sorbo al café y siguió frotándose el pecho.

Aquella mañana había vuelto a tener la misma pesadilla.

Como ya no podía atribuirle esa secuencia del disparo a un síndrome de estrés postraumático, decidió que era una alegoría, mediante la cual su subconsciente se quejaba por el hecho de que todavía se sentía un poco fuera de control. Porque enamorarse era perder el control.

Ésa tenía que ser la explicación. Tenía que serlo.

—Diez minutos —le susurró Butch a Marissa en el oído—. ¿Puedes concederme diez minutos antes de que te vayas? Por favor, nena…

V entornó los ojos y sintió una sensación de alivio por la risa que le causó el meloso tono de Butch. Al menos todavía no se le había acabado toda la testosterona.

—Mi amor… ¿por favor?

V le dio un sorbo al café.

—Marissa, préstale atención un segundo a ese idiota, ¿quieres? El gimoteo me está volviendo loco.

—Y no queremos eso, ¿verdad? —Marissa recogió sus papeles, soltando una carcajada, y le lanzó una mirada a Butch—. Diez minutos. Y será mejor que los aproveches bien.

Butch se levantó de la silla como si alguien le hubiese prendido fuego a la madera.

—¿Acaso no lo hago siempre?

—Hummm… sí.

Mientras se besaban, V resopló.

—Divertíos, chicos. Pero en otra parte.

Acababan de irse, cuando entró Zsadist corriendo.

—Mierda. Mierda… mierda…

—¿Qué sucede, hermano?

—Tengo clase y llego tarde. —Zsadist cogió una bolsa de panecillos, sacó una pata de pavo del refrigerador y un vaso de helado del congelador—. Mierda.

—¿Ése es tu desayuno?

—Cállate. Es casi un sándwich de pavo.

—Pero el helado no puede sustituir a la mayonesa, hermano.

—Me da igual. —Zsadist se dirigió a la puerta—. Ah, a propósito, Phury ha vuelto y se trajo con él a esa Elegida. Supuse que te gustaría saberlo, por si ves una figura fantasmagórica rondando por ahí.

Caramba. Sorpresa.

—¿Cómo está Phury?

Zsadist se detuvo.

—No lo sé. No contó nada. No es muy comunicativo. Maldito.

—Ah, ¿y acaso crees que tú eres un buen candidato para aparecer en The view, con Barbara Walters?

—Ya volvemos contigo, Bahbwa.

Touché. —V sacudió la cabeza—. Le debo mucho a Phury.

—Sí, así es. Todos le debemos mucho.

—Espera, Z. —V le arrojó a Z la cuchara que había usado para echarle azúcar a su café—. Supongo que necesitarás una de éstas, ¿no?

Z la agarró en el aire.

—Ah, sí, me habría hecho mucha falta. Gracias. Dios, tengo a Bella en la cabeza todo el tiempo, ¿sabes?

Luego la puerta de servicio se cerró.

En medio del silencio de la cocina, V le dio otro sorbo a su café. Pero ya no estaba caliente. En otros quince minutos, estaría helado.

Intragable.

Sí… V sabía lo difícil que era estar pensando en su mujer todo el tiempo.

Lo sabía de primera mano.

‡ ‡ ‡

Cormia sintió que la cama se sacudía. El Gran Padre se daba la vuelta. Otra vez.

Llevaba horas haciéndolo. Ella no había podido dormir en todo el día y estaba segura de que él tampoco. A menos que se moviera tanto cuando estaba dormido.

El Gran Padre balbuceó algo y se volvió a mover, agitando sus enormes brazos y piernas. Parecía que no lograba encontrar una postura cómoda y Cormia se preocupó al pensar que de alguna manera lo estaba perturbando… aunque no se imaginaba cómo. No se había movido desde que se metió a la cama.

Sin embargo, resultaba extraño. Cormia experimentaba una sensación de bienestar que provenía del hecho de estar con él, a pesar de que no parara quieto. Saber que él estaba al otro lado de la cama le producía alivio. Se sentía segura con él, aunque no lo conocía.

El Gran Padre volvió a moverse, gruñó y…

Cormia dio un brinco cuando la mano de él aterrizó sobre su brazo.

Al igual que él. Mientras emitía un gruñido bajo, el Gran Padre pareció preguntarse algo para sus adentros y luego comenzó a mover la palma de la mano por el brazo de Cormia, como si estuviera tratando de entender qué era lo que estaba en su cama.

Cormia esperaba que él se retirara enseguida.

Pero en vez de eso, le agarró el brazo.

Ella abrió la boca con asombro cuando él produjo un sonido gutural y luego se acercó por debajo de las sábanas y deslizó la mano hacia la cintura de Cormia. Como si ella hubiese aprobado una especie de examen, él se le acercó y de pronto un muslo gigantesco se pegó al suyo, al tiempo que algo duro le hacía presión contra la cadera. El Gran Padre comenzó a mover la mano y, antes de que ella se diera cuenta, retiró la cortina y quedó desnuda.

El Gran Padre gruñó con más fuerza y la atrajo hacia él, de manera que sus cuerpos quedaron estirados, uno frente a otro, y su largo pene cayó sobre los muslos de Cormia. Ella jadeó, pero no tuvo tiempo de reaccionar o de pensar. El Gran Padre buscó con sus labios su garganta y comenzó a lamerle la piel. Cormia notó que su cuerpo empezaba a entrar en calor. El Gran Padre comenzó a mover las caderas. Y ese movimiento hacia delante y hacia atrás hizo que algo dentro de las piernas de Cormia se humedeciera y comenzara a palpitar. Una sensación oscura y urgente parecía estarse desenrollando dentro de su vientre.

Sin previo aviso, el Gran Padre la rodeó con los dos brazos y la giró hasta dejarla de espaldas sobre la cama. Su magnífica cabellera cayó sobre el rostro de Cormia. Hizo presión entre las piernas con uno de sus gruesos muslos, y se montó sobre ella. Cormia comenzó a sentir sobre su piel esas palpitaciones de lo que ella sabía que era el sexo del Gran Padre. Aunque él parecía enorme sobre ella, no se sintió atrapada ni asustada. Fuese lo que fuese que estuviera pasando entre ellos era algo que ella deseaba. Algo que ella… anhelaba.

Cormia puso las manos sobre la espalda del Gran Padre tímidamente. Los músculos de su espalda eran tremendos y se perfilaban por debajo de la bata de satén con cada movimiento. El Gran Padre volvió a gruñir cuando ella lo tocó, como si le gustara sentir sus manos sobre él, y justo cuando Cormia se estaba preguntando cómo sería la textura de su piel, el hombre se enderezó y se quitó la bata.

Luego se inclinó hacia un lado, tomó la mano de Cormia entre la suya y la metió en medio de sus cuerpos. Sobre su pene.

Los dos jadearon al tiempo, cuando la mano de Cormia tocó el pene del Gran Padre, y ella tuvo un instante de asombro al sentir el calor, la dureza y el tamaño de él… así como la suavidad de su piel… y el poder que parecía residir en aquel bastón de carne. Al sentir una descarga de fuego entre sus muslos, Cormia reaccionó agarrando con fuerza el pene del Gran Padre.

Sólo que, en ese momento, él lanzó un grito y movió sus caderas hacia delante y lo que estaba en la mano de Cormia comenzó a sacudirse. Entonces salió disparado de algún sitio un líquido caliente que cayó sobre su vientre.

Ay, Virgen santa, ¿acaso le había hecho daño al Gran Padre?

‡ ‡ ‡

Cuando Phury se despertó, estaba encima de Cormia. Ella le tenía agarrado el pene y él estaba en pleno clímax. Phury trató de contener su cuerpo, luchó para poner freno a las corrientes eróticas que estallaban dentro de él, pero no pudo detener el orgasmo, a pesar de que se daba cuenta de que estaba eyaculando encima de ella.

Tan pronto cedieron las sensaciones, se echó hacia atrás y entonces todo fue peor.

—Lo lamento mucho —se diculpó Cormia, mirándolo horrorizada.

—¿Qué es lo que lamentas? —le preguntó Phury con exasperación. Demonios, estaba muy alterado. Era él quien debería estar disculpándose.

—Te he hecho daño… te hice sangrar.

Ay, Dios santo.

—Eh… eso no es sangre.

Phury apartó las mantas a un lado para poder levantarse y se dio cuenta de que estaba totalmente desnudo, así que tuvo que rebuscar entre las sábanas hasta encontrar su bata. Se la puso e hizo lo mismo con la prótesis. Se levantó de la cama en dirección al baño, para buscar una toalla.

Cuando regresó, sólo podía pensar en que Cormia debía de querer quitarse eso de encima lo más pronto posible. Todo era un desastre.

—Déjame… —En ese momento Phury vio que la cortina estaba en el suelo. Ah, genial, ella también estaba desnuda. Fantástico. De hecho, creo que deberías limpiarte tú misma.

Phury giró la cabeza y le alcanzó la toalla.

—Toma. Usa esto.

Con el rabillo del ojo vio que ella se escondía debajo de las mantas y el autodesprecio se apoderó de él. Por Dios… Él era un crápula. Cómo había podido aprovecharse de ella.

—No puedes quedarte conmigo —dijo cuando ella le devolvió la toalla—. Esto no está bien. Mientras estemos aquí, estarás en la otra habitación.

—Sí, excelencia —respondió ella tras una pausa.