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Al Otro Lado, en el santuario de las Elegidas, Cormia estaba sentada en un catre, en medio de su habitación blanca, con una pequeña vela encendida junto a ella. Llevaba el tradicional vestido blanco de las Elegidas, tenía los pies descalzos apoyados sobre el mármol blanco y las manos cruzadas en el regazo.
Estaba esperando.
Ella estaba acostumbrada a esperar. Era la naturaleza de la vida de las Elegidas. Esperaban a que el calendario de rituales les brindara alguna actividad. Esperaban a que la Virgen Escribana hiciera una aparición. Esperaban que la directrix les dijera cuáles eran las labores que debían desempeñar. Y esperaban con elegancia y paciencia y comprensión; de no ser así, degradarían la totalidad de la tradición de la cual formaban parte. Aquí ninguna hermana era más importante que otra. Como Elegidas, eran parte de un todo, una molécula entre muchas que formaban un cuerpo espiritual operativo… Cada una era al mismo tiempo de una importancia crucial y absolutamente insignificante.
¡Así que pobre de aquella mujer que fallara en sus deberes, no fuera a contaminar al resto!
Hoy, sin embargo, la espera conllevaba un peso inevitable. Cormia había pecado y estaba esperando su castigo con terror.
Durante mucho tiempo había deseado que le concedieran la transición, había deseado secretamente con impaciencia recibir la transición, pero no para bien de las Elegidas. Ella quería sentirse totalmente realizada por ella misma. Quería sentir que su respiración y los latidos de su corazón tenían un significado y pertenecían a un ser individual del universo y no al radio de una rueda. Y creía que el cambio era la llave que la llevaría a esa libertad privada.
El cambio le había sido concedido recientemente, cuando fue invitada a beber de la copa en el templo. Al comienzo se sintió entusiasmada y asumió que sus deseos clandestinos habían pasado inadvertidos y se habían cumplido. Pero luego llegó su castigo.
Al bajar la vista hacia su cuerpo, Cormia culpó a sus senos y a sus caderas por lo que estaba a punto de sucederle. Se culpó a sí misma por desear ser alguien específico. Debería haberse quedado como siempre había sido…
De pronto, la fina cortina de seda que tapaba el umbral se movió y la Elegida Amalya, una de las ayudantes personales de la Virgen Escribana, entró en la habitación.
—Entonces, ¿está arreglado? —preguntó Cormia, apretando los dedos hasta que le dolieron los nudillos.
Amalya sonrió de manera bondadosa.
—Así es.
—¿Dentro de cuánto tiempo?
—Él vendrá al término del retiro de su alteza.
La desesperación hizo que Cormia preguntara lo inconcebible.
—¿Y no podría ser otra de nosotras la escogida? Hay otras que lo desean.
—Tú has sido la elegida. —Al ver que los ojos de Cormia se llenaban de lágrimas, Amalya se acercó en medio de un silencio absoluto, pues sus pies descalzos no hacían ningún ruido—. Él será amable con tu cuerpo. Será…
—No es cierto. Es el hijo del guerrero llamado el Sanguinario.
Amalya retrocedió con sorpresa.
—¿Qué?
—¿Acaso la Virgen Escribana no te lo dijo?
—Su santidad sólo dijo que había hecho arreglos con uno de los miembros de la Hermandad, con un guerrero de buen linaje.
Cormia sacudió la cabeza.
—A mí me lo dijeron antes, cuando ella vino a mí la primera vez. Pensé que todas lo sabían.
Amalya adoptó una expresión de preocupación y frunció el ceño. Sin decir palabra, se sentó sobre la cama y abrazó a Cormia.
—No quiero que eso suceda —susurró Cormia—. Perdóname, hermana. Pero no quiero que suceda.
Entonces Amalya dijo con poca convicción:
—Todo irá bien… de verdad.
—¿Qué sucede aquí? —Una voz muy aguda las separó con más efectividad que un par de manos.
La directrix se detuvo en el umbral con mirada de sospecha. Con un curioso libro en una mano y un rosario de perlas negras en la otra, parecía la representación perfecta del propósito y la vocación de las Elegidas.
Amalya se puso de pie rápidamente, pero no intentó negar lo que había sucedido. Como Elegida, uno siempre debe regocijarse con su destino; un sólo momento de debilidad se consideraba como una aparente desviación por la cual había que sufrir una penitencia. Y a ellas las habían atrapado.
—Hablaré con la Elegida Cormia ahora —anunció la directrix—. A solas.
—Sí, por supuesto. —Amalya se dirigió a la puerta con la cabeza gacha—. Si me disculpáis, hermanas.
—Irás directamente al Templo de la Expiación.
—Sí, directrix.
—Y te quedarás allí durante el resto del ciclo. Si te veo en los patios, me sentiré muy decepcionada.
—Sí, directrix.
Cormia cerró los ojos y rezó por su amiga, mientras ésta salía de la habitación. ¿Todo un ciclo en el templo? Uno podía enloquecer por la falta de sensaciones.
La directrix habló de manera tajante.
—A ti también te enviaría allí, si no hubiera cosas que debes atender.
Cormia se secó las lágrimas.
—Sí, directrix.
—Deberás comenzar a prepararte desde ahora leyendo este libro. —El libro con encuadernación de cuero aterrizó sobre el diván—. Ahí están explicados los derechos del Gran Padre y tus obligaciones. Cuando hayas terminado, recibirás una tutoría sexual.
«¡Ay, Virgen santísima, por favor, que no sea con la directrix… por favor, que no sea con la directrix…!».
—Layla te instruirá. —Al ver que Cormia relajaba los hombros, la directrix comentó—: ¿Acaso debería ofenderme por el alivio que te produce saber que no soy yo quien va a enseñarte?
—En absoluto, hermana mía.
—Ahora me ofendes con la mentira. Mírame. Mírame.
Cormia levantó los ojos y no pudo evitar echarse hacia atrás con pavor, mientras la directrix clavaba sus ojos en ella.
—Deberás cumplir con tu deber y hacerlo bien o te expulsaré. ¿Me entiendes? Serás desterrada.
Cormia estaba tan aterrada que no pudo responder. ¿Desterrada? ¿Desterrada… al más allá?
—Respóndeme. ¿Está claro?
—S-sí, directrix.
—No te vayas a equivocar. La supervivencia de las Elegidas y del orden que he establecido aquí es lo único que importa. Cualquier individuo que se interponga en el camino será eliminado. Recuerda eso cuando tengas deseos de sentir pena por ti. Esto es un honor y podrá ser revocado con terribles consecuencias que yo definiré. ¿Está claro? ¿Está claro?
Cormia no pudo hablar, así que se limitó a asentir con la cabeza.
La directrix asintió y un extraño destello iluminó sus ojos.
—A excepción de tu linaje, tú eres totalmente inaceptable. De hecho, la totalidad de esto es completamente inaceptable.
La directrix se marchó en medio de un murmullo de faldas, mientras la seda blanca de su ropaje la siguió, flotando tras ella.
Cormia se cogió la cabeza con las manos y se mordió el labio inferior, mientras contemplaba su destino: su cuerpo acababa de ser prometido a un guerrero que ella nunca había visto… el cual descendía de un padre salvaje y cruel… y sobre sus hombros descansaba la noble tradición de las Elegidas.
¿Honor? No, esto era un castigo… por la audacia de desear algo para ella.
‡ ‡ ‡
Cuando llegó otro Martini, Phury trató de recordar si era el quinto, ¿o el sexto? No estaba seguro.
—Caramba, menos mal que no vamos a pelear hoy —dijo Butch—. Te estás tomando esa mierda como si fuera agua.
—Tengo sed.
—Eso imagino. —El policía estiró los músculos mientras seguía sentado en el sofá—. ¿Y cuánto tiempo más piensas quedarte ahí a rehidratarte, Lawrence de Arabia?
—No tienes que acompañarme…
—Échate a un lado, policía.
Phury y Butch levantaron la cabeza al tiempo. V acababa de aparecer frente a la mesa y parecía que algo le pasaba. Tenía los ojos muy abiertos y la cara pálida y tenía el aspecto de haber tenido un accidente, pero no estaba herido.
—Hola, hermano. —Butch se deslizó hacia la derecha para dejarle sitio en el sofá—. No creí que vinieras esta noche.
V se sentó y su chaqueta de cuero se infló, haciendo que los hombros se le vieran realmente inmensos. Con un gesto muy poco característico, comenzó a golpear la mesa con los dedos.
Butch frunció el ceño al verlo.
—Tienes un aspecto horrible. ¿Qué sucede?
Vishous se agarró las manos.
—No quisiera hablar aquí.
—Entonces, vayamos a casa.
—De ninguna manera. Voy a estar atrapado allí todo el día. —V levantó la mano. Cuando la camarera se acercó, puso un billete de cien sobre la bandeja—. Mantenme surtido de Goose, ¿vale? Y esto es sólo para la propina.
La chica sonrió.
—Con gusto.
Cuando la muchacha se marchó hacia la barra, como si llevara patines, V inspeccionó la sala VIP con la mirada y las cejas muy juntas. Mierda, la verdad es que no estaba mirando a la concurrencia sino buscando una pelea. Y sería posible que también estuviera… ¿resplandeciendo un poco?
Phury miró hacia la izquierda y se golpeó la oreja dos veces, para pasar un mensaje a los matones que vigilaban una puerta privada. El guardia de seguridad asintió y comenzó a hablar con su reloj de pulsera.
Momentos después, un tío inmenso con tupé salió por la puerta. Rehvenge iba vestido con un traje negro de corte perfecto y llevaba un bastón negro en la mano derecha. Mientras avanzaba lentamente hacia la mesa de la Hermandad, sus clientes se apartaban para abrirle paso, en parte por respeto a su tamaño y en parte porque su reputación le precedía y le tenían miedo. Todo el mundo sabía quién era y de lo que era capaz: Rehv era el tipo de traficante de drogas que se ocupaba personalmente de su negocio. Si uno lo hacía enfadar, terminaba en trocitos, como la comida del canal de cocina.
El cuñado mestizo de Zsadist estaba demostrando ser un asombroso aliado para la Hermandad, aunque la verdadera naturaleza de Rehv lo complicaba todo. No era muy inteligente meterse con un symphath. Ni literal ni metafóricamente. Así que era un amigo y un pariente más bien incómodo.
Su discreta sonrisa no dejaba ver casi los colmillos.
—Buenas noches, caballeros.
—¿Te molesta si usamos tu oficina para un asunto privado? —preguntó Phury.
—No voy a decir nada —vociferó V, al mismo tiempo que llegaba su bebida. Con un ágil movimiento de muñeca, se tomó todo el vaso como si tuviera fuego en las entrañas y el licor fuera agua—. No. Voy. A. Hablar.
Phury y Butch se miraron y enseguida hicieron un trato: lo obligarían a hablar.
—¿Tu oficina? —le dijo Phury a Rehvenge.
Rehv levantó la ceja con elegancia y sus ojos color amatista brillaron con astucia.
—No estoy seguro de que queráis usarla. Hay micrófonos por todas partes y cada sílaba que se dice allí queda grabada. A menos… claro… de que yo me encuentre dentro.
No era lo ideal, pero cualquier cosa que afectara a la Hermandad, afectaba a la hermana de Rehv, la compañera de Z. Así que aunque el tío era en parte symphath, tenía una motivación para guardar silencio sobre lo que ocurría.
Phury se deslizó por el sofá, se puso de pie y miró a V.
—Lleva tu copa.
—No.
Butch también se levantó.
—Entonces lo vas a dejar. Porque si no vamos a ir a casa, hablaremos aquí.
Los ojos de V relampaguearon. Y ésa no era la única parte de su cuerpo que estaba brillando.
—Mierda…
Butch se inclinó sobre la mesa.
—En este momento estás proyectando un aura como si tuvieras el trasero conectado a la pared. Así que te recomiendo que dejes esa mierda de que yo-soy-una-isla y lleves tus lamentables excusas para ser como eres hasta la oficina de Rehv, antes de que tengamos una escena. ¿Has entendido?
Butch y V se quedaron mirándose a los ojos durante un instante. Luego V se levantó y se dirigió a la oficina de Rehv. En el camino, su rabia despedía un tóxico olor químico que le provocaba un picor en la nariz.
Increíble, el policía era el único que podía lidiar con V cuando se ponía así.
Así que había que agradecerle a Dios la existencia del irlandés.
Todo el grupo atravesó la puerta vigilada por un par de gorilas y se instalaron en la cueva que Rehvenge usaba como oficina. Cuando la puerta se cerró, Rehv fue hasta su escritorio, buscó algo debajo y luego se oyó un pitido.
—Listo —dijo, sentándose en la silla de cuero.
Todos se quedaron mirando a V… que enseguida comenzó a pasearse de un lado a otro como si quisiera comerse a alguien. Parecía un animal enjaulado. Finalmente se detuvo, al otro extremo de donde estaba Butch. La lámpara empotrada en el techo no brillaba tanto como lo que estaba resplandeciendo por debajo de su piel.
—Te escucho —murmuró Butch.
Sin decir palabra, V se sacó algo del bolsillo posterior de sus pantalones. Cuando estiró el brazo, dejó caer un pesado medallón dorado, que colgaba de un cordón de seda.
—Parece que tengo un nuevo trabajo.
—¡Ay… mierda! —susurró Phury.
‡ ‡ ‡
El encuentro en la habitación de Blay era una especie de fiesta para John y sus amigos: John estaba sentado a los pies de la cama y Blay en el suelo, con las piernas cruzadas. Qhuinn estaba recostado en un puf inflable y la mitad de su cuerpo colgaba de la silla. Había varias cervezas Corona abiertas y circulaban paquetes de Doritos y Ruffles.
—Bueno, suéltalo —dijo Blay—. ¿Cómo fue tu transición?
—Olvídate del cambio, me acosté con una mujer. —Al ver que Blay y John lo miraban con ojos desorbitados, Qhuinn soltó una risita—. Sí. Tuve sexo. Perdí mi virginidad, por decirlo así.
—No jodas —dijo Blay, jadeando.
—De verdad. —Qhuinn echó la cabeza hacia atrás y se tomó la mitad de la cerveza—. En todo caso, os diré que la transición… hermano… —Miró a John y entrecerró sus ojos de dos colores—. Prepárate, John. Es durísima. Uno quisiera morirse. Reza para morirse. Y luego se pone peor.
Blay asintió con la cabeza.
—Es horrible.
Qhuinn terminó su cerveza y arrojó la botella vacía a la papelera.
—La mía fue con testigos. La tuya también, ¿no es así? —Al ver que Blay asentía, Qhuinn abrió el minibar y sacó otra Corona—. Sí, me refiero a que… fue extraño. Con mi padre en la habitación. Y el padre de ella también. Entretanto, mi cuerpo se estaba desbaratando. Me habría sentido avergonzado, si no hubiese estado tan ocupado sintiéndome tan mal.
—¿A quién usaste? —preguntó Blay.
—A Marna.
—Súúúúper.
Qhuinn entrecerró los ojos.
—Sí, ella fue muy especial.
Blay abrió la boca.
—¿Ella? ¿Fue con ella que tú…?
—Sip. —Qhuinn soltó una carcajada, al ver que Blay se desplomaba en el suelo como si acabara de recibir un tiro en el pecho—. Marna. Ya sé. Yo mismo casi no puedo creerlo.
Blay levantó la cabeza.
—¿Cómo sucedió? Y que Dios me ayude, porque si omites algún detalle, te muelo a patadas.
—¡Ja! Como si tú fueras tan abierto con respecto a tus cosas.
—No eludas la pregunta y comienza a ladrar como el perro que eres, amigo.
Qhuinn se inclinó hacia delante y John siguió su ejemplo y se sentó en el filo de la cama.
—Bueno, fue cuando todo acabó, ¿sí? Me refiero a… el brindis, la transición ya se había terminado y yo estaba acostado en la cama… sí, hecho un asco. Ella andaba por allí en caso de que yo necesitara beber más de su vena y estaba sentada en una silla en el rincón o algo así. En todo caso, su padre estaba conversando con mi padre y yo me quedé medio inconsciente. Lo siguiente que supe es que estaba solo en la habitación. De pronto se abrió la puerta y era Marna. Dijo que había olvidado su jersey, creo. Yo le eché una mirada y… bueno, Blay, tú sabes cómo es ella, ¿verdad? Se me puso dura en un segundo. ¿Acaso puedes culparme?
—En lo más mínimo.
John parpadeó y se acercó un poco más.
—En todo caso, yo tenía encima una sábana, pero de alguna manera ella se dio cuenta. Hermano, ella me miraba de arriba abajo y sonreía y yo pensaba: «Ay, Dios mío». Pero luego su padre la llamó desde el vestíbulo. Se tenían que quedar en mi casa porque ya era de día cuando terminó la transición, pero era evidente que su padre no quería que ella tuviera nada que ver conmigo. Así que cuando iba saliendo, me dijo que regresaría más tarde. En realidad, no le creí, pero mantuve una cierta esperanza. Pasó una hora y yo seguía esperando… agonizando. Pasó otra hora. Luego pensé, bueno, ya no vendrá. Llamé a mi padre por el teléfono interno y le dije que me iba a dormir. Me levanté, me arrastré hasta la ducha, salí… y ella estaba en la habitación. Desnuda. Sobre la cama. Por Dios, lo único que pude hacer fue quedarme mirándola. Pero enseguida reaccioné. —Qhuinn clavó la mirada en el suelo y asintió con la cabeza—. Lo hicimos tres veces. Una después de la otra.
—¡Guau! —susurró Blay—. ¿Te gustó?
—¿Tú qué crees? Claro. —Al ver que Blay asentía con la cabeza y se llevaba la Corona a los labios, Qhuinn dijo—: Cuando terminé, la metí en la ducha, la bañé muy bien y luego se lo chupé durante media hora.
Blay se atragantó con la cerveza y se la tiró encima.
—¡Por Dios!
—Sabía a ciruela madura. Dulce y almibarada. —Al ver que a John casi se le salían los ojos de la cara, Qhuinn sonrió—. Alcanzó el clímax sobre mi cara. Fue fantástico.
El muchacho tragó saliva, como si fuera tan hombre que no le preocupara esconder la reacción de su cuerpo a los recuerdos que sin duda debían estar pasando por su cabeza. Al ver que sus vaqueros se hinchaban en la parte de la bragueta, Blay se cubrió la ingle con una manta.
Como John no tenía nada que esconder, simplemente clavó la mirada en la botella.
—¿Vas a convertirte en su novio? —preguntó Blay.
—¡Por Dios, no! —Qhuinn levantó la mano y se tocó el ojo morado con suavidad—. Eso sólo fue… algo que pasó. Me refiero a que, no. ¿Ella y yo? Nunca.
—Pero ¿acaso ella no era…?
—No, no era virgen. Claro que no era virgen. Así que nada de noviazgos. En todo caso, ella nunca me aceptaría como su novio.
Blay miró a John.
—Se supone que las mujeres de la aristocracia son vírgenes antes de casarse.
—Sin embargo, los tiempos han cambiado. —Qhuinn frunció el ceño—. De todas formas, no se lo contéis a nadie, ¿vale? Pasamos un buen rato y nada más. Ella es guapísima.
—Mis labios están sellados. —Blay respiró hondo y luego se aclaró la garganta—. Ah… es mejor con alguien más, ¿no?
—¿El sexo? Mil veces, amigo. Masturbarse produce alivio, pero no se parece en nada a lo de verdad. Por Dios, ella era tan suave… en especial entre las piernas. Me fascinó estar encima de ella, metiéndome dentro, oyéndola gemir. Me gustaría que hubierais podido estar allí. Os habría encantado.
Blay entornó los ojos.
—¿Verte haciendo el amor? Sí, claro, eso es algo que tenemos que ver.
Qhuinn sonrió lentamente y con un poco de picardía.
—Os gusta verme combatir, ¿no?
—Sí, claro, eres bueno para eso.
—¿Y por qué el sexo sería diferente? Es algo que haces con el cuerpo.
Blay parecía desconcertado.
—Pero… ¿qué hay de la privacidad?
—La privacidad es un asunto de contexto. —Qhuinn sacó una tercera cerveza—. ¿Y sabes una cosa, Blay?
—¿Qué?
—También soy muy bueno para el sexo. —Destapó la cerveza y le dio un sorbo—. Así que esto es lo que tenemos que hacer. Me voy a tomar un par de días para recuperar fuerzas y luego nos vamos de clubs al centro. Quiero hacerlo otra vez, pero no puede ser con ella. —Qhuinn miró a John—. Y tú vas a venir con nosotros al Zero Sum. No me importa que no hayas pasado por la transición. Iremos juntos.
Blay asintió con la cabeza.
—Los tres formamos un buen equipo. Además, John, pronto vas a estar donde nosotros estamos.
Mientras sus dos amigos comenzaban a hacer planes, John guardó silencio. Todo ese asunto de buscar chicas le resultaba un galimatías y no sólo por el hecho de que todavía no hubiese pasado por la transición. Tenía una mala experiencia con las cuestiones de naturaleza sexual. La peor.
Durante una fracción de segundo, John tuvo un recuerdo vívido de la sucia escalera en la que había ocurrido. Sintió la pistola contra la sien. Sintió cómo le arrancaban los vaqueros. Sintió cómo le hacían lo impensable. Recordó que el aire se le atragantó en la garganta y los ojos se le humedecieron y luego se meó sobre las vulgares zapatillas deportivas del tío que lo tenía agarrado.
—Este fin de semana —anunció Qhuinn—, vamos a asegurarnos de que alguien se encargue de ti, Blay.
John dejó su cerveza en el suelo y se pasó una mano por la cara, al tiempo que Blay se ponía colorado.
—Sí, Qhuinn… No lo sé…
—Confía en mí. Voy a asegurarme de que suceda. Y luego, ¿John? Tú eres el siguiente.
El primer impulso de John fue negar con la cabeza, pero se contuvo, para no quedar como un idiota. Ya se estaba sintiendo bastante mal con ese cuerpo diminuto y poco masculino. Si además declinaba una oferta de tener sexo entraría definitivamente a las filas de los perdedores.
—Entonces, ¿tenemos un plan? —preguntó Qhuinn.
Al ver que Blay comenzaba a juguetear con la parte de abajo de su camiseta, John tuvo la impresión de que su amigo iba a decir que no. Lo cual hizo que John se sintiera mucho mejor…
—Sí. —Blay carraspeó—. Yo… eh, sí. Estoy como un trapo. Es casi lo único en lo que puedo pensar, ¿sabéis? Y es muy doloroso.
—Sé exactamente a qué te refieres —dijo Qhuinn, y sus ojos de distintos colores brillaron—. Y todos vamos a pasar muy buenos ratos. Mierda, John… ¿por qué no le dices a tu cuerpo que se ponga las pilas?
John se limitó a encogerse de hombros y pensó que le gustaría poder marcharse.
—Entonces, ¿qué tal si le damos un poco a los videojuegos? —preguntó Blay y señaló la Xbox que estaba en el suelo—. Seguramente John nos va a ganar otra vez, pero todavía podemos competir por el segundo puesto.
Fue un gran alivio poder concentrarse en otra cosa y los tres se metieron en el juego, mientras le gritaban al televisor y se arrojaban papeles de caramelos y latas de cerveza. Dios, a John le encantaba aquello. En la pantalla, los tres competían como iguales. Él no era pequeño ni se había quedado rezagado; de hecho, era mejor que sus amigos. En el juego, podía ser el guerrero que deseaba ser.
Mientras John les daba una paliza, miró a Blay y se dio cuenta de que su amigo había elegido precisamente ese juego para hacer que John se sintiera mejor. Pero, claro, Blay tenía la facultad de saber cómo se sentían los demás y cómo ser amable sin avergonzar a la gente. Era un excelente amigo.
Después de agotar los cuatro paquetes de latas de cerveza, de hacer tres viajes a la cocina, jugar dos rondas completas de sKillerz y ver una película de Godzilla, John miró su reloj y se levantó de la cama. En pocos minutos Fritz vendría a buscarlo, porque todas las noches tenía una cita a las cuatro de la mañana y tenía que cumplirla o lo expulsarían del programa de entrenamiento.
—¿Nos vemos mañana en clase? —preguntó, utilizando el lenguaje de signos con la mano.
—Vale —respondió Blay.
Qhuinn sonrió.
—Te mando un mensaje más tarde, ¿vale?
—Vale. —John se detuvo en la puerta—. Ah, oye, se me olvidó preguntarte. —Luego se dio un golpecito en el ojo y señaló a Qhuinn—. ¿Qué te pasó en el ojo?
Qhuinn mantuvo la mirada firme y la sonrisa tan amplia como siempre.
—Ah, no es nada. Sólo resbalé en la ducha. Qué estupidez, ¿no?
John frunció el ceño y miró a Blay, que clavó los ojos en el suelo y se quedó quieto. Muy bien, aquí había algo…
—John —dijo Qhuinn con tono imperativo—, los accidentes ocurren.
John no creyó a su amigo, especialmente teniendo en cuenta que Blay seguía con la mirada fija en el suelo, pero siendo alguien que tenía sus propios secretos, no iba a inmiscuirse.
—Sí, claro —dijo con la mano. Luego se despidió con un rápido silbido y se marchó.
Al cerrar la puerta oyó las voces gruesas de sus amigos y puso la mano sobre la madera. Tenía tantos deseos de estar donde ellos estaban, pero ese asunto del sexo… No, la transición sería la manera de convertirse en hombre para poder vengar a sus muertos. No un asunto para follar con chicas. De hecho, tal vez podría seguir el ejemplo de Phury.
El celibato tenía muchas ventajas. Phury llevaba toda una eternidad absteniéndose de tener sexo y había que verlo. Tenía la cabeza muy bien puesta y era un tío genial.
No era un mal ejemplo a seguir.