32
Un par de horas después, Phury estaba sentado en el delicado sofá del estudio de Wrath, con las piernas cruzadas. Era la primera reunión de la Hermandad desde que habían herido a V y hasta ahora el ambiente había estado un poco tenso. Pero, claro, todavía tenían que hablar del tema que todos sabían que estaba ahí, pero que ninguno se había atrevido a tocar.
Phury miró a Vishous. El hermano estaba recostado contra las puertas dobles y miraba al frente con los ojos vacíos, con esa expresión que adoptan las personas cuando miran antiguas películas de vaqueros en la tele. O una película basada en un drama de la vida real.
Esa cara de zombi era fácil de reconocer porque ya la habían visto varias veces en ese mismo sitio. Rhage adoptó la expresión de muerto en vida cuando pensó que había perdido a Mary para siempre. Y también Z, cuando estaba decidido a dejar marchar a Bella.
Sí… sin sus compañeras, los vampiros enamorados eran como recipientes vacíos, sólo músculos y huesos, unidos por una piel fina. Y aunque se debe sentir compasión por cualquiera que esté en ese estado, V estaba pasando por tantas otras cosas en este momento con el asunto del Gran Padre, que el hecho de haber perdido a Jane parecía especialmente cruel. Sólo que, ¿cómo demonios podría haber funcionado una relación a largo plazo entre ellos dos? ¿Una doctora humana y un vampiro guerrero? No había ningún punto de conexión.
De repente resonó la voz de Wrath.
—¿V? Hey, Vishous.
V levantó la cabeza.
—¿Qué?
—Esta tarde tienes que encontrarte con la Virgen Escribana, ¿no es así?
—Sí —respondió V, moviendo apenas los labios.
—Tienes que ir con un representante de la Hermandad. Supongo que puede ser Butch, ¿te parece bien?
V miró al policía, que estaba sentado en un sofá azul claro, otra de las mariconadas del estudio de Wrath.
—¿Te importa?
Butch, que estaba claramente preocupado por V, ofreció su apoyo enseguida.
—Claro que no. ¿Qué tengo que hacer?
Al ver que V no decía nada, Wrath dijo:
—Probablemente es el equivalente a lo que los humanos llaman ser padrino de bodas. Hoy será la ceremonia de presentación y luego tendrá lugar el ritual, que será mañana.
—¿La ceremonia de presentación? ¿Como si la mujer fuera una especie de cuadro o una mierda semejante? —Butch hizo una mueca—. Tengo que seros sincero, esto de las Elegidas no me está gustando nada.
—Antiguas reglas. Antiguas tradiciones. —Wrath se restregó los ojos por debajo de las gafas—. Hay mucho que cambiar, pero ése es territorio de la Virgen Escribana, no mío. Muy bien… Rotación. Phury, quiero que hoy descanses. Sí, ya sé que estás furioso después de lo que te hicieron, pero acabo de saber que te saltaste tus últimos dos descansos.
Al ver que Phury asentía sin protestar, Wrath esbozó una sonrisita.
—¿No vas a decir nada?
—No.
De hecho, tenía algo que hacer. Así que era perfecto.
‡ ‡ ‡
En el Otro Lado, en la cámara sagrada de mármol que usaban para los baños rituales, Cormia sentía deseos de poder escapar de su propia piel. Lo cual era un poco irónico, después de todos los cuidadosos preparativos a los que se había sometido para el Gran Padre. Ella debería querer quedarse dentro de su piel, ahora que estaba tan pura. La habían sumergido en una docena de baños rituales distintos… le habían lavado y relavado el pelo… le habían puesto mascarillas faciales de ungüentos que olían a rosas, a lavanda, a salvia y a jacinto. La habían masajeado con aceite por todo el cuerpo, mientras quemaban incienso en honor del Gran Padre y recitaban plegarias. El proceso la había hecho sentir como la carne que estaban sazonando y preparando para un banquete ceremonial.
—Él llegará en una hora —dijo la directrix—. Apresuraos.
A Cormia le dio la sensación de que su corazón se detenía en el pecho. Y luego comenzaba a latir aceleradamente. El estado de adormecimiento que le habían producido el vapor y el agua caliente se desvaneció de repente y, con una sensación de dolor, Cormia cobró conciencia de que estaba a punto de vivir los últimos momentos de su vida, tal y como la conocía.
—Ah, aquí está el vestido —dijo con entusiasmo una de las Elegidas.
Cormia miró por encima del hombro hacia el inmenso corredor de mármol y vio cómo un par de Elegidas entraban por las puertas doradas sosteniendo un vestido blanco con capucha. El vestido estaba adornado con diamantes y oro y brillaba a la luz de las velas, lleno de color. Tras ellas, otra Elegida sostenía en los brazos una tela translúcida.
—Traed el velo —ordenó la directrix—. Y ponédselo.
De inmediato, una funda transparente cayó sobre la cabeza de Cormia y aterrizó sobre ella con el peso de mil piedras. Cuando se deslizó sobre sus ojos, el mundo que la rodeaba se volvió borroso.
—De pie —le ordenaron.
Obedeció, pero tuvo que sostenerse para no caerse. El corazón latía como loco entre sus costillas y las palmas de las manos le sudaban. El pánico aumentó cuando las dos Elegidas se acercaron con el pesado vestido ceremonial y se lo pusieron desde atrás. Al caer sobre sus hombros, el vestido pareció cerrarse sobre su cuerpo como un candado, en lugar de destacar sus formas. Cormia notó como si un gigante se hubiese colocado tras ella y la estuviera empujando hacia abajo con sus inmensas garras.
Luego le pusieron la capucha para taparle la cabeza y todo se volvió negro.
Cuando cerraron la parte delantera del vestido por encima de la capucha, Cormia trató de no pensar en el momento y la forma en que se volverían a abrir esos botones. Trató de respirar lenta y profundamente. Le entraba algo de aire fresco por unos agujeros que había en el cuello, pero eso no era suficiente. Comenzó a sentir que se asfixiaba.
Bajo los ropajes, todos los sonidos quedaban amortiguados e iba a ser difícil que alguien la oyera hablar. Pero, claro, ella no tenía ninguna función individual en la ceremonia de presentación ni en el ritual de apareamiento que le seguiría. Era simplemente un símbolo, no una mujer, así que sus reacciones individuales eran totalmente prescindibles y por eso a nadie le interesaba oírlas. Las tradiciones estaban por encima de todo.
—Perfecta —dijo una de sus hermanas.
—Esplendorosa.
—Digna de nosotras.
Cormia abrió la boca y susurró para sus adentros.
—Yo soy yo. Yo soy yo. Yo soy yo…
Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero como no podía tocarse la cara para secárselas, resbalaron por sus mejillas y su garganta y se perdieron entre la ropa.
Sin previo aviso, el pánico pareció abandonarla de repente, como si fuera un animal salvaje que acabara de escaparse de una jaula. Dio media vuelta y comenzó a arrastrarse debajo de sus pesados vestidos, impulsada por una necesidad de huir que no podía controlar. Se encaminó hacia donde creía que estaba la puerta, arrastrando el peso con ella. A lo lejos oyó vagos gritos de sorpresa que resonaban contra las paredes del baño, así como el ruido de botellas, recipientes y jarrones que caían al suelo haciéndose añicos.
Agitaba los brazos, tratando de quitarse el vestido, desesperada por encontrar alivio.
Desesperada por librarse de su destino.