29
Mientras Jane esperaba que V comenzara a hablar, sintió deseos de abrazarlo. Quería ofrecerle palabras sinceras, pero a fin de cuentas vacías. Quería saber si su padre también había muerto y de qué manera. Esperaba que aquel bastardo hubiese tenido una muerte horrible y dolorosa.
Al ver que el silencio se alargaba, dijo:
—No sé si esto te ayudará… probablemente no, pero tengo que decir algo. No soporto la avena. Incluso hoy día me produce náuseas. —Jane pensó que ojalá que lo que tenía que decir no fuera inapropiado—. Es normal que todavía estés tratando de asimilar todo lo que te sucedió. Eso le pasaría a cualquiera. Eso no te convierte en un ser débil. Fuiste violentamente mutilado por alguien que tendría que haberte protegido y cuidado. El hecho de que todavía te puedas poner de pie es un milagro. Y te respeto por eso.
V sintió que se sonrojaba.
—Yo, eh… no lo veo realmente de esa forma.
—Vale. Pero yo sí. —Con intención de darle a V un respiro, Jane dijo—: Entonces, ¿vas a decirme por qué estamos aquí?
V se frotó la cara con las manos, como si estuviera tratando de aclarar sus pensamientos.
—Mierda. Quiero estar contigo. Aquí.
Jane suspiró, con una expresión de alivio y tristeza. Ella también quería despedirse de él. Una despedida sexual y privada, en un lugar distinto a la habitación en la que habían estado encerrados.
—Yo también quiero estar contigo.
Entonces se encendió otra vela, al lado de unas cortinas. Luego una cuarta, al pie de un mini bar. Luego una quinta, junto a una cama inmensa con sábanas de seda negra.
Jane comenzó a sonreír… hasta que se encendió la sexta vela. Había algo colgado de la pared… algo que parecía como… ¿cadenas?
Enseguida se encendieron más velas. Máscaras. Látigos. Bastones. Mordazas.
Una mesa negra con correas de inmovilización que colgaban hasta el suelo.
Jane se envolvió en sus brazos, con escalofríos.
—Así que aquí es donde celebras tus rituales sadomasoquistas.
—Sí.
Ay, Dios… Ella no quería esa clase de despedida. Mientras trataba de mantener la calma, dijo:
—¿Sabes? Todo esto tiene sentido, teniendo en cuenta lo que te ocurrió. Que te guste esto. —Mierda, Jane se dio cuenta de que no era capaz de manejar esa situación—. Entonces… ¿A quién traes aquí: hombres o mujeres? ¿O una combinación de los dos?
Jane oyó el crujido del cuero y se volvió hacia él. V se estaba quitando la chaqueta y unas armas que ella no había visto. Seguidas de dos dagas negras que también llevaba escondidas. Por Dios, iba armado hasta los dientes.
Jane apretó los brazos. Quería estar con él, pero no atada y con una máscara en la cara, mientras que él recreaba escenas de Nueve semanas y media y la azotaba de manera inmisericorde.
—Escucha, V, no creo que…
V se quitó la camisa y los músculos de su espalda se flexionaron y sus pectorales se sacudieron. Luego se quitó las botas.
«Genial», pensó Jane, cuando entendió por fin de qué iba todo aquello.
Tras sacarse los calcetines y los pantalones de cuero, como no usaba ropa interior, ya no hubo nada más que quitar. En medio de un silencio absoluto, V dio unos pasos sobre el suelo de mármol brillante y se subió a la mesa con agilidad. Mientras se acostaba, tenía un aspecto absolutamente magnífico, con su cuerpo musculoso y unos movimientos elegantes y masculinos. V respiró hondo y sus costillas subieron y bajaron.
Parecía que la piel le temblaba… ¿o tal vez era el reflejo de las velas?
V tragó saliva.
No, lo que lo hacía temblar era el miedo.
—Elige una máscara —dijo en voz baja.
—V… no.
—Una máscara y una mordaza de bola. —V giró la cabeza hacia donde estaba Jane—. Hazlo. Luego, inmovilízame. —Al ver que ella no se movía, hizo un gesto con la cabeza hacia la pared—. Por favor.
—¿Por qué? —preguntó Jane, mirando cómo el cuerpo de V se iba empapando de sudor.
—Tú me has dado tanto… —replicó V, con un movimiento de sus labios apenas imperceptible y cerrando los ojos—, y no sólo un fin de semana de tu vida. Traté de pensar en algo que pudiera darte a cambio… Ya sabes, para que sea justo, la historia de la avena por los detalles de lo sucedido con estas cicatrices. La única cosa que tengo soy yo mismo y esto… —dijo, dándole un golpecito a la madera de la mesa con los nudillos—. Esto es lo más expuesto que puedo estar en la vida y eso es lo que quiero darte.
—Pero yo no quiero hacerte daño.
—Lo sé. —V abrió los párpados—. Pero quiero que tomes posesión de mí de una manera en que nadie lo ha hecho y nadie lo hará. Así que elige una máscara.
Mientras V tragaba saliva, Jane vio cómo su nuez subía y bajaba por su cuello inmenso.
—Ésta no es la clase de regalo que quiero. Ni la manera en que quiero despedirme de ti.
Hubo un largo silencio.
—¿Recuerdas qué te conté acerca del matrimonio concertado? —dijo V, finalmente.
—Sí.
—Tendrá lugar en unos cuantos días.
Ah, esto sí era totalmente inesperado. Pensar que estaba con el prometido de alguien…
—No conozco a la hembra todavía. Y ella tampoco me conoce. —V miró a Jane—. Y ella sólo es la primera de cerca de cuarenta hembras más.
—¿Cuarenta?
—Se supone que debo ser el padre de todos sus hijos.
—Ay, Dios.
—Así que, de ahora en adelante, el sexo sólo será una función biológica. Y ¿sabes? En realidad, nunca me he entregado totalmente a nadie. Así que quiero hacer esto contigo porque… Bueno, en fin, porque quiero.
Jane miró a V. El esfuerzo de estar acostado en esa mesa se le notaba en la forma que tenía de abrir los ojos, en la palidez de su cara y en el sudor que le cubría el pecho. Rechazarlo sería despreciar su valor.
—¿Qué…? —Demonios—. ¿Qué es exactamente lo que quieres que te haga?
‡ ‡ ‡
Cuando V acabó de darle instrucciones a Jane, volvió a clavar la mirada en el techo. La luz de las velas danzaba sobre el techo negro, dándole el aspecto de un pozo de aceite. Mientras esperaba la respuesta de Jane, V sintió una especie de vértigo, como si toda la habitación estuviera al revés y él estuviese suspendido del techo, a punto de caer y ser devorado por un lago de aceite para coches.
Jane no dijo nada.
¡Dios… Nada como ofrecerse en carne viva y no recibir ninguna respuesta!
Pero, claro, siempre era posible que a ella no le gustara el sushi de vampiro.
V dio un brinco cuando ella le puso una mano en el pie. Y luego oyó el sonido metálico de una hebilla. Cuando levantó la cabeza para mirar su cuerpo desnudo, vio que una correa de cuero de diez centímetros de ancha se cerraba alrededor de su tobillo. Al ver cómo las manos blancas de Jane comenzaban a inmovilizarlo, su pene se puso duro.
Jane estaba totalmente concentrada, cuando pasó el extremo de la correa de cuero por la hebilla y dio un tirón hacia la izquierda.
—¿Está bien así?
—Más apretado.
Sin levantar la mirada, Jane dio un tirón mucho más fuerte. Al sentir que la correa le cortaba la piel, V dejó caer la cabeza sobre la tabla de madera y gimió.
—¿Demasiado apretado? —preguntó Jane.
—No… —V comenzó a temblar de arriba abajo, mientras ella le inmovilizaba la otra pierna. Se sintió al mismo tiempo aterrorizado y extrañamente excitado. La sensación se intensificó cuando ella le sujetó primero una muñeca y después la otra.
—Ahora la mordaza y la máscara —pidió V con voz ronca, pues la sangre le ardía en las venas y tenía la garganta tan apretada como las correas que lo ataban a la mesa.
Jane lo miró.
—¿Estás seguro?
—Sí. Una de las máscaras de las que sólo tapan los ojos. Ésa servirá.
Cuando ella regresó, tenía en las manos la máscara y una bola de caucho rojo atravesada por una correa que le permitía ajustarla a la cabeza.
—Primero la mordaza —le dijo V y abrió la boca. Jane cerró los ojos un momento y V se preguntó si iba a detenerse, pero luego se inclinó sobre él. La bola sabía a látex, un sabor amargo y cáustico. Cuando V levantó la cabeza para que ella le ajustara la mordaza por detrás, Jane sintió cómo silbaba el aire al entrar por su nariz.
Jane sacudió la cabeza.
—La máscara no. Necesito ver tus ojos. No puedo… No lo haré si no puedo mirarte a los ojos. ¿Vale?
Probablemente era buena idea. La mordaza ya estaba haciendo su trabajo, asfixiándolo… y las correas también, haciéndole sentirse atrapado. Si él no podía ver y saber que se trataba de ella, era posible que enloqueciera.
Al ver que él asentía con la cabeza, Jane dejó caer la máscara al suelo y se quitó el abrigo. Luego se dirigió a una esquina y cogió una de las velas negras.
Los pulmones le ardieron cuando la vio acercarse.
Jane respiró hondo.
—¿Estás seguro de esto?
V volvió a asentir con la cabeza, aunque los muslos parecían retorcerse y los ojos estaban a punto de salírsele de las órbitas. Con una sensación de terror y excitación, observó mientras que ella estiraba el brazo sobre su pecho… y le daba la vuelta a la vela.
Un chorro de cera negra cayó sobre su pectoral. Apretó los dientes sobre la bola y se retorció hasta que las correas de cuero crujieron. Su pene saltó abruptamente sobre el abdomen y él tuvo que contener el orgasmo.
Jane hizo exactamente lo que él le había dicho: primero bajó por todo el torso y luego se saltó los genitales y volvió a comenzar a echar la cera desde las rodillas hacia arriba. El dolor tenía un efecto acumulativo, al principio lo notaba apenas como la picadura de un insecto, pero luego se iba haciendo más intenso. El sudor se deslizaba por sus sienes y sus costillas. Resoplaba por la nariz y todo su cuerpo parecía doblarse sobre la mesa.
La primera eyaculación se produjo cuando Jane dejó la vela a un lado, tomó un bastón… y tocó la cabeza del pene con la punta del bastón. V apretó la bola que tenía en la boca y eyaculó encima de la capa de cera negra que ya se había endurecido sobre su estómago.
Jane se quedó paralizada, como si la reacción la hubiese sorprendido. Luego deslizó el bastón por encima del semen y le cubrió el pecho con lo que había salido de su pene. El olor del apareamiento invadió el ático, al igual que sus gruñidos de sumisión. Jane continuó deslizando la punta del bastón por su torso y luego sobre las caderas.
El segundo orgasmo se produjo cuando ella llevó el bastón hasta sus piernas y acarició con él el interior de los muslos. Una combinación de miedo, sexo y amor hincharon la piel de V y se convirtieron en los músculos y los huesos que componían su cuerpo. En ese momento, V no era más que emoción y deseo y ella era la dueña de todo.
Y entonces Jane dejó el bastón sobre los muslos con un giró de su brazo.
‡ ‡ ‡
Jane no podía creer que se estuviera excitando con lo que estaba haciendo. Pero era difícil contener el impulso de saltar sobre él cuando lo tenía así, desnudo, atado y eyaculando para ella.
Jane lo golpeó suavemente con el bastón varias veces, sin duda con mucha menos fuerza de la que él quería, pero con la suficiente para dejar marcas en los muslos, el vientre y el pecho. Le costaba creer que a él le gustara eso, teniendo en cuenta lo que le habían hecho, pero la verdad era que le encantaba. V tenía los ojos fijos en ella y brillaban como bombillas que arrojaban sombras blancas sobre la luz amarillenta de las velas. Cuando él volvió a eyacular, ese aroma misterioso y con un toque a especias que Jane asociaba con él volvió a invadir el ambiente.
Dios, Jane se sentía avergonzada y fascinada por el hecho de querer seguir explorando con el resto de los instrumentos que tenía a su disposición… por el hecho de mirar la caja llena de ganchos metálicos y los látigos que colgaban de la pared y no pensar en ellos como una aberración sino como utensilios para hacer realidad una gran cantidad de posibilidades eróticas. Pero ella no quería hacerle daño. Sólo deseaba que él experimentara sensaciones tan intensas como las que estaba experimentando en ese momento. El objetivo era llevar al límite su capacidad sensorial y sexual.
Al cabo de un rato estaba tan excitada que se quitó los pantalones y la ropa interior.
—Voy a follarte —le dijo.
V gimió con desesperación, mientras se sacudía y levantaba las caderas. Su erección seguía tan dura como piedra, a pesar de la cantidad de veces que había eyaculado y, al oír las palabras de Jane, palpitó como si fuera a eyacular otra vez.
Cuando ella se subió a la mesa y abrió las piernas para sentarse sobre la pelvis de V, él respiró con tanta fuerza por la nariz que Jane se alarmó. Al ver que las fosas nasales de V se expandían nerviosamente, como si se estuviera ahogando, Jane se estiró para quitarle la mordaza, pero él retiró bruscamente la cabeza y la sacudió.
—¿Estás seguro? —preguntó ella.
Al ver que él asentía con vigor, Jane se sentó sobre las caderas llenas de semen y se acomodó sobre la arista dura de la erección, mientras que los labios de su vagina se pegaban al pene. V entornó los ojos y sus párpados comenzaron a aletear como si estuviera a punto de desmayarse, al tiempo que se sacudía contra ella hasta donde se lo permitían las correas.
Mientras se movía encima de él hacia delante y hacia atrás, Jane se quitó la camisa y se bajo las copas del sujetador, de manera que los senos quedaron presionados hacia arriba. En ese momento se oyó un fuerte crujido, pues V luchaba por soltarse. Si no estuviera atado, Jane estaba segura de que ya la tendría de espaldas sobre la mesa y él estaría encima de ella.
—Observa cómo tomo posesión de ti —dijo Jane, llevándose una mano al cuello. Cuando sus dedos tocaron el lugar donde V la había mordido, V separó los labios de la bola y sus colmillos se alargaron, clavándose en el látex rojo, mientras gruñía.
Jane siguió tocándose el lugar donde él la había mordido; se puso de rodillas y levantó el pene erecto. Luego se sentó con fuerza sobre él y V eyaculó tan pronto como se introdujo en su interior, penetrándola hasta el fondo y llenándola con su semen. Transcurridos unos segundos, seguía completamente erecto, aunque su pene dejó de palpitar.
Jane nunca se había sentido tan sexy en su vida, como cuando comenzó a moverse sobre él. Le encantaba el hecho de que V estuviera cubierto de cera y de semen, que su piel brillara por el sudor y las marcas rojas de los golpes y pensar en el desastre que habría que limpiar después. Ella era la causante de todo, y V la adoraba por lo que había ocurrido. Por esa razón, todo aquello le parecía correcto.
Cuando Jane sintió que su propio orgasmo se acercaba, lo miró directamente a aquellos ojos grandes y salvajes.
Y pensó que no quería dejarlo nunca.