28

Alrededor de la medianoche, Jane se encontraba en el asiento trasero de un Mercedes negro, camino a casa. En la parte delantera, al otro lado del cristal de separación, el chófer uniformado era el anciano mayordomo más viejo que Dios y más alegre que un cachorro. A su lado, vestido con su ropa de cuero negra, iba V, más silencioso y fúnebre que una tumba.

No había hablado mucho, pero tampoco le había soltado la mano durante todo el trayecto.

Las ventanas del coche eran tan oscuras que Jane se sentía como en un túnel. Con el fin de saber en qué parte de la ciudad se encontraban, presionó un botón de la puerta y, al ver que su ventanilla empezaba a bajar, una oleada de aire frío se introdujo en el coche desplazando al calor, como si fuera un toro suelto en un parque de atracciones y todos los niños salieran huyendo.

Sacó la cabeza por la ventanilla y, en medio de la brisa, vio el rayo de luz que proyectaban las luces del coche. El paisaje estaba borroso, como una fotografía desenfocada. Aunque a juzgar por la inclinación de la calle podía darse cuenta de que estaban descendiendo de una montaña. Pero no tenía ni idea de hacia dónde iban ni de dónde venían.

Curiosamente, esa sensación de desorientación le pareció apropiada. Aquél era el interludio entre el mundo en el que había estado y el mundo al cual estaba regresando y los límites entre ambos debían de estar difuminados.

—No puedo ver dónde estamos —murmuró, volviendo a subir la ventanilla.

—Se llama mhis —dijo V—. Funciona como una especie de ilusión protectora.

—¿Uno de tus trucos?

—Sí. ¿Te molesta si me fumo un cigarrillo y dejo entrar un poco de aire fresco?

—Está bien. —Tampoco iba a estar con él mucho más tiempo.

Maldición.

V le apretó la mano y luego bajó la ventanilla menos de un centímetro. El zumbido del viento se superpuso al silencioso ronroneo del coche. Su chaqueta de cuero crujió mientras sacaba un cigarrillo y un mechero dorado. Se oyó el chasquido de la piedra y luego Jane sintió un cosquilleo en la nariz a causa del suave olor del tabaco turco.

—Ese olor siempre me va a… —De pronto se interrumpió.

—¿Qué?

—Iba a decir que me iba a recordar a ti. Pero no será así, ¿verdad?

—Tal vez en un sueño.

Jane apoyó lo dedos contra la ventanilla. El cristal estaba helado. Al igual que el centro de su pecho.

—¿Cómo son exactamente esos enemigos vuestros? —preguntó ella, intentando romper un silencio que no podía soportar.

—Empiezan siendo humanos. Luego son convertidos en otra cosa.

Mientras le daba una calada al cigarrillo, Jane vio la cara de V iluminada por la luz naranja del fuego. Se había afeitado antes de salir, con la misma navaja que ella había querido usar al principio contra él, y su rostro había recuperado su increíble atractivo: altivo, masculino, tan duro como su voluntad. Los tatuajes de la sien seguían siendo una obra de arte, pero ahora Jane los odiaba, tras saber que habían sido el fruto de una violación.

Jane carraspeó.

—Cuéntame más cosas.

—Nuestro enemigo, la Sociedad Restrictiva, elige a sus miembros después de un cuidadoso proceso de estudio. Buscan todo tipo de sociópatas, asesinos, tipos sin escrúpulos ni moral, tipo Jeffrey Dahmer[9]. Luego entra el Omega…

—¿El Omega?

V miró la punta de su cigarro.

—Supongo que el equivalente cristiano sería el demonio. En todo caso, el Omega les echa una mano… y también otras cosas… y rápidamente los transforma y un día se despiertan muertos pero caminando. Son fuertes, prácticamente indestructibles, y sólo mueren cuando se les apuñala en el pecho con algo de acero.

—¿Y por qué son vuestros enemigos?

V tomó aire y frunció el entrecejo.

—Supongo que por algo que tiene que ver con mi madre.

—¿Con tu madre?

La sonrisa que se dibujó en sus labios fue más una mueca.

—Soy hijo de lo que probablemente vosotros consideraríais una diosa. —Levantó su mano enguantada—. Esto es una herencia suya. Personalmente, habría preferido que me regalara un sonajero de plata, o tal vez una golosina. Pero uno no siempre puede elegir lo que le regalan los padres.

Jane miró el guante de cuero negro que cubría la palma de la mano.

—Jesús…

—No, eso no se ajusta a nuestro léxico ni a mi naturaleza. No soy ningún salvador. —V se puso el cigarrillo en los labios y se quitó el guante. En medio de la penumbra del asiento trasero del coche, su mano brilló con la suave belleza de la luz de la luna sobre la nieve fresca.

Le dio una última calada al cigarro y luego apoyo el extremo encendido contra el centro de la palma de su mano.

—No —dijo Jane—. Espera…

Pero la colilla se convirtió en cenizas en un instante y luego V sopló lo que quedó y el fino polvillo se dispersó por el aire.

—Daría cualquier cosa por deshacerme de esta mierda. Aunque tengo que decir que es muy útil cuando no tengo un cenicero a mano.

Jane notó un ligero mareo por varios motivos, especialmente al pensar en el futuro de V.

—¿Tu madre te obliga a casarte?

—Sí. Puedes estar segura de que nunca me habría ofrecido voluntariamente. —V la miró a los ojos y, durante una fracción de segundo, Jane habría podido jurar que iba a decir que ella sería la excepción a esa regla. Pero luego desvió la mirada.

Dios, la idea de que él estuviera con alguien más, aunque ella ya no pudiera recordar aquella experiencia, fue como una patada en el estómago.

—¿Cuántas? —preguntó Jane con voz ronca.

—No quieras saberlo.

—Dímelo.

—No pienses en eso. Te aseguro que yo trato de no hacerlo. —V se giró a mirarla—. Ellas no van a significar nada para mí. Quiero que sepas eso. Aunque tú y yo no podamos… Sí, bueno, en todo caso, no van a significar nada.

Era horrible por su parte, pero Jane se alegró de oír eso.

V volvió a ponerse el guante y se quedaron callados mientras que el coche seguía avanzando en medio de la noche. De pronto se detuvieron. Volvieron a arrancar. Pararon. Y volvieron a arrancar otra vez.

—Debemos de estar en el centro, ¿no es así? —dijo Jane—. Esto parecen semáforos.

—Sí. —V se inclinó, oprimió un botón y el cristal que los separaba del asiento delantero bajó, de forma que ella pudo ver la calle por el parabrisas.

Sí, el centro de Caldwell. Estaba de vuelta.

Al sentir que se le humedecían los ojos, Jane parpadeó y se quedó mirándose las manos.

Un poco más tarde, el conductor detuvo el Mercedes ante lo que parecía la entrada de servicio de un edificio de ladrillo: había una pesada puerta de metal que decía PRIVADO en letras blancas y una rampa de hormigón que subía hasta una plataforma de descarga. El sitio parecía limpio y organizado, como si fuera un edificio público con un buen mantenimiento. Lo cual significaba que era un poco sórdido, pero no había basura alrededor.

V abrió la puerta de su lado.

—No te bajes todavía.

Jane puso la mano en el maletín en el que estaban sus cosas. ¿Tal vez había decidido llevarla al hospital? Pero esto no parecía una entrada del Saint Francis.

Al cabo de un instante, V abrió la puerta y le ofreció la mano buena.

—Deja aquí tus cosas. Fritz, espéranos aquí, volveremos dentro de un rato.

—Con gusto —dijo el viejo con una sonrisa.

Jane se bajó del coche y precedió a V hasta unas escaleras de hormigón que había al lado de la rampa. V la siguió todo el tiempo muy de cerca, pegado a su espalda, como si la estuviera protegiendo. Abrió la pesada puerta de metal sin usar ninguna llave; simplemente puso la mano sobre la barra y se quedó mirándola.

Curiosamente, después de entrar tampoco se relajó. La condujo rápidamente a lo largo de un pasillo hasta el ascensor de carga, mirando a la derecha y a la izquierda todo el tiempo. Jane no tenía ni idea de que se encontraban en el lujoso edificio Commodore hasta que leyó una nota de la administración, que estaba pegada a la pared de hormigón.

—¿Tienes un apartamento aquí? —preguntó, aunque parecía evidente.

—El último piso es mío. Bueno, la mitad. —Tomaron un ascensor de servicio que tenía suelo de linóleo y poca iluminación—. Quisiera poder hacerte entrar por la puerta principal, pero está demasiado expuesta.

El ascensor se sacudió un poco al arrancar y Jane estiró la mano para apoyarse contra la pared. Pero V la agarró antes y la sostuvo y después no la soltó. Y ella tampoco quería que lo hiciera.

V siguió tenso hasta que se detuvieron y el ascensor se abrió. El vestíbulo no tenía nada de especial, sólo dos puertas y una escalera de servicio. Tenía techos altos, pero ninguna decoración, y la gruesa alfombra de colores se parecía mucho a las que usaban en las salas de espera del hospital.

—Mi apartamento es éste.

Jane siguió a V hasta el fondo del pasillo y se sorprendió al verlo sacar una llave dorada para abrir la puerta.

El interior estaba completamente a oscuras, pero Jane entró con V sin ningún temor. Demonios, sentía que, estando junto a él, podía pasar por delante de un pelotón de fusilamiento y salir ilesa. Además, el sitio olía bien, como a limón, como si lo hubiesen limpiado recientemente.

V no encendió ninguna luz. Sólo la agarró de la mano y la instó a seguir avanzando.

—No veo nada.

—No te preocupes. No tropezarás con nada y yo conozco el camino.

Jane se agarró de la mano y la muñeca de V y siguió caminando detrás de él hasta que se detuvo. A juzgar por el eco que producían sus pasos, le dio la impresión de que se trataba de un lugar grande, pero no tenía idea de cómo sería el ático.

V le dio la vuelta de manera que ella quedó mirando hacia la derecha y luego se alejó.

—¿Adónde vas? —Jane tragó saliva.

De repente se encendió una vela en un rincón, a unos doce metros de donde ella estaba. Pero no alcanzaba a iluminar mucho. Las paredes… las paredes y el techo y… el suelo… todo era negro. Al igual que la vela.

V se detuvo de pronto en el rayo de luz, pero no se veía más que una imponente sombra.

Jane notaba las palpitaciones de su corazón.

—Me preguntaste sobre las cicatrices que tengo entre las piernas —dijo él—. Cómo me las habían hecho.

—Sí… —susurró Jane. Así que ésa era la razón por la que quería que todo estuviese a oscuras. No quería que ella le viera la cara.

Entonces se encendió otra vela, esta vez al otro lado de lo que parecía ser un inmenso salón.

—Mi padre ordenó que me lo hicieran. Justo después de haberle querido matar.

Jane dejó escapar una exclamación.

—¡Ay… Dios!

Vishous estaba mirando a Jane, pero sólo veía el pasado y lo que le había ocurrido después de derribar a su padre.

‡ ‡ ‡

—Traedme mi daga —dijo el Sanguinario.

V forcejeó contra el soldado que lo sostenía por los brazos, pero no logró zafarse. Mientras luchaba por soltarse, aparecieron otros dos hombres. Y luego otros dos. Y después tres más.

El Sanguinario escupió en el suelo, mientras que alguien le ponía una daga negra en la mano y V se preparó para que lo apuñalaran… Sólo que el Sanguinario sólo se pasó la hoja de la daga por la palma de la mano y luego se la guardó en el cinturón. Después juntó las dos manos, se las frotó una contra otra y luego golpeó el pecho de V con la mano derecha, justo en el centro.

V miró la huella de su padre sobre la piel. Expulsión. No muerte. Pero ¿por qué?

Enseguida el Sanguinario habló con voz solemne:

—De ahora en adelante, serás un desconocido para todos los que habitan aquí. Y cualquiera que te ayude, recibirá la muerte.

Los soldados comenzaron a soltar a Vishous.

—Pero todavía no. Traedlo al campamento. —El Sanguinario dio media vuelta—. Y traed al herrero. Es nuestra responsabilidad advertir a los demás sobre la naturaleza maligna de este macho.

V comenzó a sacudirse como un loco, mientras que otro soldado lo levantaba por las piernas y lo metían al campamento como si fuera un animal muerto.

—Detrás de la división —le dijo el Sanguinario al herrero—. Haremos esto delante de la pared con las pinturas.

El hombre se puso pálido, pero agarró su pesada carga de herramientas y se metió detrás de la división. Entretanto, había colocado a V boca arriba. Un soldado lo sostenía por cada una de sus extremidades y otro por las caderas.

El Sanguinario se colocó junto a V. De sus manos chorreaba sangre de color rojo brillante.

—Márcalo.

El herrero levantó la cara para preguntar:

—¿De que manera, amo?

El Sanguinario recitó las advertencias en lengua antigua y los soldados mantuvieron inmóvil a V mientras su sien, su pelvis y sus muslos eran tatuados. A pesar de que forcejeó todo el tiempo, la tinta fue penetrando en su piel y los caracteres quedaron allí para siempre. Cuando terminó, V se sentía absolutamente exhausto, más débil que después de salir de la transición.

—Su mano. Márcalo también en la mano. —El herrero comenzó a negar con la cabeza—. Si no lo haces, tendré que conseguir otro herrero para el campamento porque tú estarás muerto.

El herrero se estremeció, pero tuvo suficiente cuidado de no tocar la piel de V, así que el tatuaje quedó terminado sin que hubiese ningún incidente.

Cuando acabó, el Sanguinario miró a V.

—Me parece que hay otro trabajo que debemos hacer. Abridle las piernas. Le haré un favor a la raza y me aseguraré de que nunca se reproduzca.

V sintió que los ojos se le salían de las órbitas, mientras que le abrían los tobillos y los muslos. Su padre volvió a sacarse la daga negra del cinturón, pero luego se detuvo.

—No, se necesita algo más.

Entonces le ordenó al herrero que lo hiciera con un par de pinzas.

Vishous lanzó un grito cuando sintió que el metal se cerraba sobre su piel más fina. Luego sintió un dolor lacerante y un tirón y luego…

‡ ‡ ‡

—Por Dios —exclamó Jane.

V volvió de repente al presente y se preguntó qué habría dicho en voz alta, pero al ver la expresión de horror en el rostro de Jane, se dio cuenta de que debía de haberlo contado casi todo.

Vio el reflejo de la luz de la vela en los ojos color verde oscuro de Jane.

—Pero no pudieron terminar.

—Por decencia —dijo ella con voz suave.

V negó con la cabeza y levantó su mano enguantada.

—Aunque estaba a punto de desmayarme, todo mi cuerpo se encendió. Los soldados que me tenían agarrado quedaron muertos al instante. Al igual que el herrero… estaba usando una herramienta de metal, así que sintió la descarga de inmediato.

Jane cerró brevemente los ojos.

—¿Y luego qué sucedió?

—Di media vuelta, vomité un poco más y me arrastré hasta la salida. Todo el campamento me vio salir en silencio. Ni siquiera mi padre se interpuso ni dijo nada. —V se llevó la mano a la entrepierna, mientras recordaba el dolor insoportable—. El… ah… el suelo de la caverna estaba cubierto de un polvillo suelto que contenía muchos minerales, uno de ellos seguramente debía ser sal, porque la herida cerró, así que no sangré, pero así fue como me quedaron las cicatrices.

—Lo… siento tanto. —Jane levantó la mano, como si quisiera acariciarlo, pero luego la dejó caer—. Es increíble que hayas sobrevivido.

—Casi me muero esa primera noche. Tenía tanto frío. Terminé usando una rama de un árbol como bastón y caminé todo lo que pude sin rumbo. Al cabo de un tiempo, me caí. Tenía la voluntad de seguir, pero mi cuerpo no podía más. Había perdido sangre y el dolor era agotador. Algunas gentes de mi raza me encontraron justo antes del amanecer. Me recogieron, pero sólo durante un día. Las advertencias… —dijo y se dio unos golpecitos en la sien—. Las advertencias en mi cara y en mi cuerpo surtieron el efecto que mi padre deseaba. Me convirtieron en un monstruo al que había que tenerle miedo. Me marché al caer la noche. Deambulé solo durante años, viviendo entre las sombras y manteniéndome alejado de la gente. Me alimenté de sangre humana durante un tiempo, pero no me proporcionaba suficiente sustento. Un siglo después terminé en Italia, trabajando como matón de un comerciante que trataba con humanos. En Venecia había prostitutas de mi raza que me permitían alimentarme de ellas y así lo hice.

—Tan solo. —Jane se llevó la mano a la garganta—. Debías de sentirte tan solo.

—En absoluto. Yo no quería estar con nadie. Trabajé para aquel comerciante durante una década o más, y luego, una noche en Roma, me topé con un restrictor que estaba a punto de matar a una mujer vampiro. Acabé con el maldito, pero no porque estuviera particularmente interesado en la mujer. Fue porque… Fue por su hijo. Su hijo estaba mirando desde las sombras de la calle, acurrucado al lado de un carro. Era como… Mierda, definitivamente era un pretrans, y uno muy joven. De hecho, al primero que vi fue a él. Luego me di cuenta de lo que pasaba al otro lado de la calle. Entonces pensé en mi propia madre, o al menos en la imagen que me había hecho de ella y fue como… Demonios, no, no podía permitir que ese chiquillo viera cómo moría la mujer que lo había traído al mundo.

—¿Y la madre sobrevivió?

V frunció el ceño.

—Cuando pude llegar hasta ella, ya estaba muerta. Desangrada por la herida que tenía en la garganta. Pero te juro que el restrictor quedó destrozado. Después no sabía qué hacer con el chico. Terminé recurriendo al comerciante para el que trabajaba y él me puso en contacto con una gente que acogió al muchacho. —De pronto V estalló en una carcajada—. Resultó que la mujer que murió era una Elegida que había caído en desgracia y el pretrans… Bueno, él resultó ser el padre de mi hermano Murhder. Es un mundo muy pequeño, ¿no crees?

»Así que, gracias a haber salvado a un muchacho que tenía sangre guerrera, la historia se difundió y mi hermano Darius terminó encontrándome y presentándome a Wrath. D… D y yo teníamos una cierta conexión y probablemente él era el único que podía lograr atraer mi atención en ese momento. Cuando conocí a Wrath todavía no era rey y estaba tan interesado en establecer relaciones como yo. Eso significó que nos caímos bien de inmediato. Con el tiempo fui introducido a la Hermandad. Y ahí… mierda, sí, ahí tienes la historia.

En medio del silencio que siguió, V se preguntaba qué pensaría Jane. La idea de que sintiera lástima por él le hizo querer hacer algo para demostrarle su fuerza.

Algo como levantar un coche.

Sólo que en lugar de enternecerse y hacerlo sentir aún peor, Jane miró a su alrededor, a pesar de que él sabía que no podía ver nada, aparte de las dos velas que estaban encendidas.

—Y este lugar… ¿qué significa este lugar para ti?

—Nada. No significa nada más que ningún otro.

—Entonces, ¿por qué estamos aquí?

V sintió que el corazón se le aceleraba.

Mierda… Al estar con ella allí y ahora, después de haberle abierto su corazón, V no estaba seguro de poder seguir adelante con lo que había planeado.