27
V estaba feliz. Se sentía totalmente completo. Un cubo de Rubik resuelto. Tenía los brazos alrededor de su mujer, su cuerpo apretado contra el de ella y el olor de ella en la nariz. Aunque era de noche, V se sentía como si estuviera bajo la luz del sol.
Luego oyó el disparo.
«Estaba en medio del sueño. Estaba dormido y en medio del sueño».
El horror de la pesadilla siguió el mismo curso de siempre, pero V se sintió como si fuera la primera vez que lo veía: tenía sangre en la camisa. Un dolor que le partía el pecho. Caía al suelo hasta quedar de rodillas, su vida finalizaba…
Se sentó en la cama y comenzó a gritar.
Jane se abalanzó sobre él para tranquilizarlo. En ese instante se abrió la puerta y Butch entró con un arma en la mano. Los dos hablaron al mismo tiempo y sus voces y sus palabras se mezclaron.
—¿Qué demonios sucede?
—¿Estás bien?
V se quitó rápidamente las mantas y se miró el pecho. No había ninguna señal en la piel, pero de todas maneras se pasó la mano por encima.
—Por Dios santo…
—¿Has tenido un recuerdo del disparo? —preguntó Jane, atrayéndolo hacia ella para abrazarlo.
—Sí, maldición…
Butch bajó el arma.
—Nos has dado un susto horrible a mí y a Marissa. ¿Quieres un poco de vodka?
—Sí.
—¿Jane? ¿Tú quieres algo?
Jane ya estaba negando con la cabeza, cuando V dijo:
—Chocolate caliente. Le gustaría tomar un poco de chocolate caliente. Le pedí a Fritz que trajera un poco. Está en la cocina.
Cuando Butch salió, V se pasó las manos por la cara.
—Lo siento.
—Por Dios, no tienes que disculparte. —Jane le acarició el pecho—. ¿Estás bien?
V asintió con la cabeza. Luego la besó y, como un completo idiota, dijo:
—Me alegra que estés aquí.
—A mí también. —Luego Jane lo rodeó con sus brazos y lo abrazó como si fuera algo muy valioso.
Se quedaron callados hasta que regresó Butch, al poco rato, con un vaso en una mano y una taza en la otra.
—Quiero una buena propina. Me he quemado el meñique en la cocina.
—¿Quieres que te eche un vistazo? —Jane se metió la sábana debajo de los brazos y se inclinó para coger el chocolate.
—Creo que sobreviviré, pero gracias, doctora Jane. —Butch le entregó el vodka a V—. ¿Y tú, grandullón? ¿Ya estás mejor?
En absoluto. Después de ese sueño no. Y mucho menos sabiendo que Jane se iba a ir.
—Sí.
Butch sacudió la cabeza.
—No sabes mentir.
—Púdrete —exclamó V, pero sin ninguna convicción, y añadió—: Estoy bien.
El policía se dirigió a la puerta.
—Ah, y hablando de fortaleza, ¿sabés quién ha bajado a la Primera Cena? Phury, listo para salir a pelear esta noche. Z pasó por aquí hace media hora, camino de sus clases, para darte las gracias, doctora Jane, por todo lo que hiciste. La cara de Phury ha quedado perfecta y su ojo funciona divinamente.
Jane sopló en el chocolate para enfriarlo.
—Me sentiría mejor si fuera a ver a un oftalmólogo para estar seguros.
—Z dijo que le había insistido en eso y lo mandó a la mierda. Hasta Wrath lo intentó.
—Me alegro de que nuestro muchacho haya salido bien de eso —dijo V con verdadero afecto. El problema era que la única excusa para que Jane se quedara acababa de desvanecerse.
—Sí, yo también. Ahora os dejaré solos. Adiós.
Cuando la puerta se cerró, V oyó que Jane estaba soplando de nuevo su chocolate
—Voy a llevarte a casa esta noche —dijo.
Jane dejó de soplar. Luego se produjo una larga pausa y le dio un sorbo a su chocolate.
—Sí. Ya va siendo hora.
V se tomó la mitad del vodka que había en el vaso.
—Pero antes de eso, me gustaría llevarte a un sitio.
—¿Adónde?
V no sabía cómo decirle a Jane lo que quería que pasara entre ellos antes de que se fuera. No quería asustarla, sobre todo ante la perspectiva de los años que le esperaban y de todo ese sexo deshonesto y desinteresado que iba a tener que tener.
V se terminó el Goose.
—Un sitio privado.
Mientras se tomaba el chocolate, Jane arrugó la frente.
—Realmente vas a dejarme marchar, ¿verdad?
V se quedó mirando el perfil de Jane y pensó en lo estupendo que habría sido que se conocieran en otras circunstancias. Sólo que, ¿cómo diablos podría haber pasado semejante cosa?
—Sí —dijo él en voz baja—. Voy dejarte marchar.
‡ ‡ ‡
Tres horas más tarde, cuando se encontraba delante de su taquilla, lo único que deseaba John era que Qhuinn cerrara la bocaza. Aunque en los vestuarios había bastante ruido por las puertas metálicas que se cerraban y la ropa y los zapatos que caían al suelo, John sentía como si su amigo tuviera un cuerno pegado a la boca.
—Eres enorme, hermano. De veras. Como… giganumental.
—Esa palabra no existe.
John metió su mochila en la taquilla, como hacía siempre, y luego se dio cuenta de que ninguna de la ropa que tenía allí le iba a servir.
—¿No te parece, Blay? Vamos, ayúdame.
Blay asintió, mientras tomaba su ji.
—Sí, si engordas un poco, vas a tener el tamaño de un hermano.
—Giganstruoso.
—Muy bien, esa palabra tampoco existe, idiota.
—Bien, entonces muy, muy, muy grande. ¿Así está bien?
John sacudió la cabeza, mientras ponía los libros en el suelo y arrojaba a la papelera toda aquella ropa diminuta. Cuando regresó, se midió con sus amigos y se dio cuenta de que los superaba a ambos en casi diez centímetros. Diablos, era tan alto como Z.
John se giró a mirar a Lash, que estaba en el otro extremo del pasillo. Sí, también era más alto que Lash.
El maldito se dio la vuelta, al tiempo que se quitaba la camisa, como si hubiese notado la mirada de John. Con un movimiento preciso, el tipo flexionó deliberadamente los hombros y sus músculos se tensaron bajo la piel. Tenía un tatuaje en el estómago que no estaba allí hacía un par de días, una palabra en lengua antigua que John no reconoció.
—John, ven aquí un momento.
El sitio se quedó en silencio y John giró la cabeza enseguida. Zsadist estaba en la puerta de los vestuarios, muy serio.
—Mierda —susurró Qhuinn.
John dejó la mochila a un lado, cerró la taquilla y se remetió la camisa. Luego se dirigió hacia donde estaba el hermano, lo más rápido que pudo, pasando junto a otros compañeros que fingían estar ocupados con sus cosas.
Z mantuvo la puerta abierta mientras John salía al pasillo. Cuando se hubo cerrado, dijo:
—Esta noche, tú y yo nos reuniremos antes del amanecer, como siempre. Sólo que no vamos a salir a caminar. Vendrás conmigo a la sala de pesas, mientras yo hago ejercicio. Tenemos que hablar.
Cierto. Mierda.
—¿A la misma hora de siempre? —preguntó John.
—A las cuatro de mañana. En cuanto al entrenamiento de esta noche, no quiero que hagas la parte del gimnasio, pero quiero que participes en el campo de tiro. ¿Has comprendido?
John inclinó la cabeza, luego le agarró el brazo a Z, mientras que éste daba media vuelta.
—¿Es sobre anoche?
—Sí.
El hermano se marchó y abrió de un golpe las puertas dobles del gimnasio. Cuando las dos puertas se cerraron, hicieron un sonido metálico.
Blaylock y Qhuinn llegaron al poco rato y se pusieron detrás de John.
—¿Qué sucede? —preguntó Blay.
—Me van a joder por haberle disparado a ese restrictor —dijo John con el lenguaje de signos.
Blay se pasó la mano por el pelo.
—Debí haberte cubierto mejor.
Qhuinn sacudió la cabeza.
—John, nosotros te vamos a respaldar, hermano. Me refiero a que lo de ir al club fue idea mía.
—Y el arma era mía.
John cruzó los brazos sobre el pecho.
—No va a pasar nada.
O al menos eso esperaba. Pues, según parecía, estaba a punto de que lo sacaran del programa.
—A propósito… —dijo Qhuinn, poniendo una mano sobre el hombro de John—. No había tenido la oportunidad de darte las gracias.
Blay asintió.
—Yo tampoco. Estuviste estupendo anoche. Fantástico. Nos salvaste el pellejo.
—Mierda, parecías saber exactamente lo que estabas haciendo.
John sintió que se ponía colorado.
—Bueno, ¿no os parece muy tierno? —dijo Lash con tono sarcástico—. Decídme una cosa, ¿vosotros echáis a suertes quién va a quedar debajo? ¿O siempre es John el que está debajo?
Qhuinn sonrió y enseñó los colmillos.
—¿Alguna vez te han mostrado la diferencia entre una mano suave y una mano dura? Porque a mí me encantaría mostrártelo. Y podríamos empezar ahora mismo.
John se puso delante de su amigo y se encaró con Lash. No dijo nada, sólo lo miró desde arriba.
Lash sonrió.
—¿Tienes algo que decirme? ¿No? Ah, espera, ¿sigues sin tener voz? Dios… ¡qué desgracia!
John podía sentir que Qhuinn estaba ardiendo de la rabia y se estaba preparando para lanzarse sobre Lash. Para evitar el enfrentamiento, estiró el brazo y puso una mano sobre los abdominales de su amigo, para inmovilizarlo.
Si alguien iba a vengarse de Lash era John.
Lash soltó una carcajada y se apretó el cinturón.
—No te enfrentes a mí como si tuvieras cojones, niño. La transición no lo cambia a uno por dentro ni arregla los defectos físicos. ¿No es verdad, Qhuinn? —Al dar media vuelta, dijo en voz baja—: Bicho raro.
Antes de que Qhuinn pudiera saltar sobre Lash, John dio media vuelta y lo agarró por la cintura. Blay lo agarró de un brazo. Y a pesar de la fuerza de los dos, era como tratar de contener a un toro.
—Tranquilo —gruñó Blay—. Relájate.
—Uno de estos días lo mataré —bufó Qhuinn—. Lo juro.
John se quedó observando a Lash, que desaparecía ya por la puerta del gimnasio. Entonces se hizo una promesa a sí mismo y juró darle una paliza a aquel imbécil, aunque lo echaran del programa para siempre.
Siempre había pensado que lo peor que podía hacer alguien era meterse con sus amigos. Fin de la historia.
La cuestión es que ahora podía responder.