26
Cuando John se despertó al siguiente día por la tarde, tenía miedo de moverse. Maldición, temía abrir los ojos. ¿Y si todo hubiese sido un sueño? Después de prepararse, levantó el brazo, abrió los ojos y… Ah, sí, allí estaba. Una mano tan grande como su cabeza. Un brazo más largo de lo que solía ser su fémur. Una muñeca tan gruesa como su antigua pantorrilla.
Lo había logrado.
Se estiró para alcanzar su teléfono móvil y les mandó un mensaje de texto a Qhuinn y a Blay, que le respondieron enseguida. Se alegraban mucho por él y John sonrió de oreja a oreja… hasta que se dio cuenta de que tenía que usar el baño y miró de reojo hacia la puerta abierta. Vio la ducha.
Ay, Dios. ¿Realmente se había desinflado anoche, cuando estaba allí dentro con Layla?
Arrojó el teléfono sobre la cama, aunque estaba tintineando como loco avisándole de que tenía mensajes nuevos. Se frotó aquel pecho extraño e inmenso con su nueva mano tamaño Shaquille O’Neal y se sintió miserable. Tenía que disculparse con Layla, pero ¿por qué? ¿Por ser un imbécil que se había desinflado en el último minuto? Sí, se moría de ganas de tener esa conversación, pues seguramente ella estaba totalmente decepcionada con él.
¿Sería mejor dejar las cosas así? Probablemente sí. Ella era tan hermosa, tan sensual y tan perfecta en todos los aspectos que no había posibilidad de que se sintiera culpable. Y si él escribiera lo que diría si tuviera voz, sólo lograría avergonzarse más, hasta el punto de sufrir un aneurisma.
Sin embargo, todavía se sentía fatal.
La alarma del despertador comenzó a sonar y le resultó tremendamente raro estirar aquel brazo de hombre para apagarla. Cuando se puso de pie, se sintió todavía más asustado. Su perspectiva había cambiado totalmente y todo le parecía más pequeño: los muebles, las puertas, la habitación. Incluso el techo le parecía más bajito.
¿Qué tamaño tenía ahora?
Cuando trató de dar unos pasos, se sintió como uno de esos artistas de circo que caminan sobre zancos: larguirucho, tembloroso y a punto de caer. Sí… un artista de circo que había sufrido un ataque y cuyos músculos y huesos ya no obedecían las órdenes del cerebro. Camino del baño, John se tambaleó por toda la habitación, y tuvo que agarrarse a las cortinas, a los marcos de las ventanas, a la cómoda, al marco de la puerta.
Sin ningún motivo aparente, recordó las ocasiones en que había cruzado el riachuelo, durante sus caminatas con Zsadist. Ahora, a medida que avanzaba, los objetos en los cuales se apoyaba eran como las piedras sobre las que saltaba para no caerse al agua, pequeños apoyos de gran importancia.
El baño estaba totalmente oscuro, pues las persianas todavía estaban cerradas para evitar la luz del día y él había apagado todas las luces cuando Layla se marchó. Con la mano en el interruptor, John respiró hondo y encendió las luces del techo.
Parpadeó varias veces, pues tenía los ojos muy sensibles y la vista mucho más aguda de lo que era antes. Transcurrido un momento, su reflejo comenzó a aclararse en el espejo, como si fuera una aparición que surgiera de la mirada, como si fuera un fantasma de sí mismo. Y lo que vio fue…
No, John no quería saberlo. Todavía no.
Apagó las luces y se dirigió a la ducha. Mientras esperaba a que saliera agua caliente, se recostó contra el mármol helado y se agarró los brazos, envolviéndose entre ellos. Tenía una absurda necesidad de que lo abrazaran, así que se alegró de estar solo. Aunque esperaba que el cambio lo fortaleciera, parecía que lo había convertido en un ser todavía más débil.
Recordó la forma en que había matado a los dos restrictores. Justo después de apuñalarlos, percibió con enorme claridad quién era y qué tipo de poder poseía. Pero después, todo eso se había desvanecido de una manera tan absoluta que ahora ni siquiera estaba seguro de haberse sentido así.
Abrió la puerta de la ducha y entró.
¡Por Dios, ay! Los chorritos de agua parecían agujas que penetraran en su piel y cuando trató de enjabonarse el brazo, el jabón francés perfumado que Fritz compraba le quemó como si fuera ácido. Tuvo que obligarse a lavarse la cara y aunque era estupendo tener una barba incipiente en la barbilla por primera vez en la historia, la idea de pasarse una cuchilla por la cara le parecía absolutamente repugnante. Como pasarse un rayador de queso por las mejillas.
Se estaba enjabonando, con tanta suavidad como podía, cuando llegó a sus genitales. Sin pensarlo mucho, hizo lo que había hecho toda su vida, se pasó la mano rápidamente por el escroto y luego por debajo…
Pero esta vez el efecto fue diferente. El pene se puso duro. Su… pene se puso duro.
Dios, esa palabra le parecía tan extraña, pero… bueno, esa cosa definitivamente era un pene ahora, algo que tenían los hombres, algo que usaban los hombres…
De pronto, la erección desapareció. Simplemente dejó de hincharse y alargarse. Y esa ansiedad que sentía en la parte baja del vientre también se desvaneció.
Se quitó el jabón, decidido a no abrir la caja de Pandora de su relación con el sexo. Ya tenía suficientes problemas. Su cuerpo era como un coche a control remoto con la antena estropeada; iba a ir a clase, donde todo el mundo le iba a mirar de arriba abajo; y en ese momento se le ocurrió pensar que Wrath ya debía de estar al tanto del asunto del arma que tenía con él cuando fueron al centro. Después de todo, sus amigos lo habían acompañado allí de alguna manera y ellos le debían de haber explicado lo sucedido. Conociendo a Blay, John estaba seguro de que habría tratado de protegerlo con respecto al asunto de la nueve milímetros y seguramente había confesado que era suya, pero ¿qué pasaría si eso hacía que lo expulsaran del programa? Se suponía que nadie debía tener armas cuando estaban en la calle. Nadie.
Cuando John salió de la ducha, no se secó con la toalla. Aunque hacía un frío horrible, prefirió secarse al aire, mientras se lavaba los dientes y se cortaba las uñas. Sus ojos tenían ahora una visión muy aguda en la oscuridad, así que encontrar los utensilios que necesitaba no le presentó ningún problema. Pero evitar el espejo sí lo fue, de modo que regresó a la habitación.
Al abrir el armario, sacó una bolsa de Abercrombie & Fitch. Hacía unas semanas que Fritz había aparecido con ella y cuando John le echó un vistazo a la ropa, pensó que el mayordomo se había vuelto loco. Dentro había un par de vaqueros desteñidos totalmente nuevos, una chaqueta del tamaño de un saco de dormir, una camiseta talla XXXL y un par de Nike del número cuarenta y cinco, guardadas en una caja nueva y brillante.
Resultó que, como siempre, Fritz tenía razón. Todo le quedaba perfecto. Incluso los zapatos, que parecían lanchas.
Mientras se miraba los pies, John pensó: Vaya, estas Nike debían venir con flotadores y un ancla, porque eran realmente inmensas.
Cuando salió de la habitación, notó que movía con torpeza las piernas, al igual que los brazos, y le costaba trabajo mantener el equilibrio.
Al llegar a la gran escalera de la mansión, levantó los ojos al techo y vio las pinturas de los grandes guerreros.
John pensó que quería ser uno de ellos. Pero en aquel momento no se podía imaginar cómo iba a conseguirlo.
‡ ‡ ‡
Phury se despertó y lo primero que vio fue a la mujer de sus sueños. ¿O tal vez estaba soñando?
—Hola —dijo Bella.
Phury carraspeó, pero su voz todavía sonó un poco aflautada al responder:
—¿Estás aquí realmente?
—Sí. —Bella le agarró la mano y se sentó en el borde de la cama—. Aquí mismo. ¿Cómo te sientes?
Mierda, ella estaba preocupada por él y eso no le convenía al bebé.
Con la poca energía que tenía, Phury hizo un esfuerzo por hacerse una limpieza mental y sacar de su cerebro todos los residuos del humo rojo que se había fumado, y también el letargo del dolor y del sueño.
—Estoy bien —dijo, levantando una mano para frotarse el ojo bueno. Pero no fue una buena idea, pues todavía tenía agarrado el dibujo que había hecho de ella, arrugado como si lo hubiese estado abrazando durante el sueño. Phury se apresuró a guardar la hoja debajo de las mantas, antes de que ella pudiera preguntar qué era eso—. Tú deberías estar en la cama.
—Me puedo levantar un rato todos los días.
—Sin embargo, no deberías…
—¿Cuándo te podrás quitar los vendajes?
—Eh, ahora, supongo.
—¿Quieres que te ayude?
—No. —Lo último que necesitaba era que ella descubriera al mismo tiempo que él que se había quedado ciego—. Pero gracias.
—¿Puedo traerte algo de comer?
La amabilidad de Bella era más mortífera que un puñetazo en las costillas.
—Gracias, pero llamaré a Fritz un poco más tarde. Deberías regresar y acostarte.
—Me quedan cuarenta y cuatro minutos. —Bella miró su reloj—. Cuarenta y tres.
Phury se apoyó en los brazos para incorporarse y tiró de las sábanas hacia arriba para taparse más el pecho.
—¿Cómo te sientes?
—Bien. Asustada, pero bien…
De pronto se abrió la puerta sin previo aviso. Cuando Zsadist entró, de inmediato clavó los ojos en Bella, como si estuviera tratando de tomarle los signos vitales con la mirada.
—Pensé que estarías aquí —dijo, agachándose para besarla en la boca y luego a cada lado del cuello, sobre las venas.
Phury desvió la mirada mientras se saludaban… y se dio cuenta de que había metido su mano de nuevo sigilosamente debajo de las mantas y había vuelto a agarrar el dibujo. Entonces se obligó a soltarlo.
La actitud general de Z parecía mucho más relajada.
—¿Cómo estás, hermano?
—Bien. —Aunque si volvía a oír esa pregunta de labios de cualquiera de ellos, acabaría por sentirse como el protagonista de Scanners, pues su cabeza iba a explotar—. Lo suficientemente bien como para salir esta noche.
Su gemelo frunció el ceño.
—¿La doctora de V ya te ha dado el alta?
—Eso es decisión mía, de nadie más.
—Es posible que Wrath no piense lo mismo.
—Bien, pero si no está de acuerdo, tendrá que encadenarme a la cama para evitar que salga. —Phury bajó el tono, pues no quería tener una discusión delante de Bella—. ¿Esta noche tienes que impartir la primera parte de las clases?
—Sí, me imagino que avanzaremos un poco en las armas de fuego. —Z acarició el cabello color caoba de Bella, masajeándole la espalda al mismo tiempo. Aparentemente fue un gesto inconsciente y ella aceptó la caricia con la misma amorosa inconsciencia.
Phury sintió una opresión en el pecho, e incluso tuvo que abrir la boca para respirar.
—¿Por qué no nos encontramos más tarde durante la Primera Cena? Ahora quiero ducharme, vestirme y sacarme los vendajes.
Bella se puso de pie y Z le puso el brazo alrededor de la cintura para atraerla hacia él.
Por Dios, eran toda una familia. Los dos juntos, con un bebé en camino. Y, si la Virgen Escribana así lo quería, en poco más de un año estarían sosteniendo a su hijo entre los brazos. Más tarde, muchos años más tarde, su hijo estaría junto a ellos. Y luego su hijo o su hija se aparearían y otra generación de su misma sangre prolongaría la raza. Eran una familia, no una fantasía.
Con intención de que salieran pronto de su habitación, Phury se movió como si se fuera a levantar.
—Te veré en el comedor —dijo Z, acariciando el vientre de su shellan—. Bella tiene que volver a la cama, ¿no es así, nalla?
Bella miró de nuevo su reloj.
—Veintidós minutos. Será mejor que me dé un baño.
Luego se despidieron varias veces, pero Phury no prestó atención a nada de eso, pues deseaba con desesperación que se marcharan. Cuando finalmente se cerró la puerta, cogió su bastón, se levantó de la cama y fue directo al espejo que había encima de la cómoda. Retiró el esparadrapo que sostenía las vendas y luego se quitó los apósitos. Debajo de la gasa las pestañas estaban tan pegadas unas a otras, que tuvo que ir al baño y lavarse la cara varias veces antes de poder separarlas.
Entonces abrió el ojo.
Y veía perfectamente bien.
El hecho de que no sintiera ni el más mínimo alivio al ver que sus atractivos ojos estaban perfectos fue impresionante. Debería importarle. Necesitaba preocuparse por su cuerpo y por su espíritu. Pero la verdad es que no le importaban.
Perturbado por esa sensación de desinterés, se dio una ducha, se afeitó, se puso la prótesis y luego se vistió con su ropa de cuero. Cuando estaba a punto de salir con las dagas y la cartuchera en la mano, se detuvo un momento. El dibujo de Bella todavía estaba metido entre las mantas; podía ver los bordes arrugados de la hoja blanca, envueltos en el satén azul de las sábanas.
Phury recordó la expresión de su gemelo al acariciar el cabello de Bella. Y luego su vientre.
Se acercó a la cama, sacó el dibujo y lo alisó sobre la mesilla de noche. Lo miró por última vez y luego lo rompió en mil pedazos, los puso en el cenicero y encendió una cerilla con el pulgar. Después acercó la llama al papel.
Cuando sólo quedaron cenizas, se levantó y salió de la habitación.
Era hora de levar anclas y ya sabía cómo hacerlo.