23

Cuando John volvió en sí, estaba ardiendo de fiebre: tenía la piel en llamas y sentía que su sangre era como un río de lava y su médula, el horno que hacía arder todo. Desesperado por bajar la temperatura de su cuerpo, se dio la vuelta y trató de quitarse la ropa, pero se dio cuenta de que estaba sin camisa y sin pantalones. Estaba desnudo y se retorcía.

—Agarre mi muñeca. —La voz femenina llegó desde arriba a la izquierda y él giró la cabeza hacia el lugar de donde provenía el sonido, mientras que el sudor se deslizaba por la cara como si fueran lágrimas. ¿O acaso estaba llorando?

—Duele —dijo, modulando la palabra con los labios.

—Excelencia, tome mi muñeca. Ya he hecho la incisión.

Algo se apoyó sobre sus labios y los mojó con vino, un vino delicioso. Entonces el instinto se levantó como una bestia. La sensación de fuego era, de hecho, hambre, y lo que le estaban ofreciendo era el sustento que necesitaba. John agarró lo que resultó ser un brazo completamente estirado y bebió a grandes sorbos.

Dios… El sabor era algo terrenal y vivo, fuerte y potente y adictivo. El mundo comenzó a girar, una bailarina de puntillas, un carrusel, un remolino sin final. En medio de esa espiral, John tragaba con desesperación, sabiendo que lo que estaba bajando por su garganta era el único antídoto contra la muerte, aunque nadie se lo había dicho.

John se alimentó durante días y noches enteras, semanas completas. ¿O sólo duró un instante? Al final se sorprendió de que terminara. No se habría asombrado de saber que el resto de su vida transcurriría pegado a la muñeca que le habían ofrecido.

De pronto dejó de beber y abrió los ojos.

Layla, la Elegida rubia, estaba sentada a su lado, sobre la cama, y John pensó que tenía los ojos tan débiles que el vestido blanco que ella llevaba puesto parecía como la luz del sol. En la esquina estaban Wrath y Beth, abrazados y con cara de preocupación.

La transición. Su transición.

John levantó los brazos y, con torpeza, preguntó con el lenguaje de los signos:

—¿Esto es la transición?

Wrath negó con la cabeza.

—No todavía, pero ya viene.

—¿Ya viene?

—Respira hondo —dijo el rey—. Vas a necesitar el aire. Y, escucha, estamos aquí, ¿está bien? No te vamos a dejar solo.

Mierda, cierto. La transición tenía dos etapas, ¿no es verdad? Y la parte difícil todavía estaba por venir. Para combatir el miedo, John se recordó que Blay lo había logrado. Y también Qhuinn.

Al igual que todos los hermanos.

Y su hermana.

John miró los ojos azules oscuros de Beth y, de pronto, tuvo una visión borrosa que pareció salir de la nada. Él estaba en un club… en un club gótico… Tohrment. No, estaba viendo a Tohr con alguien, un hombre grande, un hombre del tamaño de un hermano, cuya cara John no podía ver bien.

John frunció el ceño y se preguntó por qué demonios su cerebro salía ahora con eso. Y luego oyó que el desconocido decía:

—Ella es mi hija, Tohr.

—Es mestiza, D. Y tú sabes lo que él piensa de los humanos. —Tohrment sacudió la cabeza—. Mi tatarabuela también lo era y no me ves precisamente alardeando de eso ante él.

Estaban hablando de Beth, ¿no es cierto? Lo cual significaba que el desconocido de rasgos borrosos era su padre. Darius.

John hizo un esfuerzo por aguzar la vista para poder echarle aunque sólo fuera un vistazo al rostro de su padre, y suplicó al cielo que le enviara un poco de luz, mientras Darius levantaba la mano para llamar a la camarera y señalar su botella de cerveza vacía y el vaso casi vacío de Tohrment.

—No dejaré que muera otro de mis hijos, y menos si hay una posibilidad de salvarla. De cualquier modo, ni siquiera estamos seguros de que vaya a cambiar. Podría acabar viviendo una vida feliz, sin enterarse jamás de mi condición. No sería la primera vez que sucede.

¿Su padre estaría enterado de su existencia?, se preguntó John. Probablemente no, teniendo en cuenta que él había nacido en los baños de una estación de autobuses y después abandonado: un hombre que se preocupaba tanto por su hija, también se habría preocupado por un hijo.

La visión comenzó a diluirse y cuanto más se esforzaba John por retenerla, más rápido se desintegraba. Justo antes de que desapareciera, John miró la cara de Tohr. El corte militar, su expresión dura y los ojos claros le produjeron una punzada en el pecho. Lo mismo que su forma de mirar por encima de la mesa al hombre que estaba con él. Estaban muy unidos. Al parecer, eran los mejores amigos.

John pensó en lo maravilloso que habría sido tenerlos a los dos en su vida…

Luego sintió un dolor cósmico, una explosión que lo hizo estallar en pedazos, provocando que todas sus moléculas quedaran flotando alrededor del corazón. Cualquier pensamiento se diluyó de inmediato y toda su capacidad de raciocinio. No le quedó más remedio que rendirse. Abrió la boca y gritó, sin que brotara ningún sonido de su garganta.

‡ ‡ ‡

Jane no podía creer que estuviera mirando a un vampiro a la cara y rogando que él la poseyera. Y sin embargo, nunca había estado tan segura de nada en su vida.

—Cierra los ojos —dijo V.

—¿Porque me vas a besar de verdad? —Por favor, Dios, que así sea.

V levantó la mano y la pasó por el rostro de Jane. Su tacto era calido y olía a oscuras especias.

—Duerme, Jane.

Ella frunció el ceño.

—Quiero estar despierta.

—No.

—¿Por qué?

—Porque es más seguro si estás dormida.

—Espera, ¿quieres decir que podrías dejarme embarazada? —¿Y qué hay de las enfermedades de transmisión sexual?

—Se sabe que a veces ocurre con los humanos, pero no estás ovulando en este momento. Yo lo sabría, puedo olfatearlo. Y en cuanto a las enfermedades de transmisión sexual, no tengo ninguna y tú no puedes pasarme nada, pero no se trata de eso. Para mí es más seguro hacerte el amor si no estás despierta.

—¿Quién lo dice?

V se movió en la cama con impaciencia. Estaba inquieto, excitado.

—La única manera en que puede suceder es que estés dormida.

Joder, ahora resulta que tenía la suerte de que él estuviera decidido a portarse como un caballero. Maldito.

Jane se echó hacia atrás y se levantó.

—Las fantasías no me interesan. Si no quieres que estemos juntos de verdad, entonces no lo hagamos.

V le dio un tirón a la colcha para tapar una erección que palpitaba contra el pantalón del pijama.

—No quiero hacerte daño.

Jane le lanzó una mirada de odio que mostraba en parte su frustración sexual y por otra parte pretendía fijar su posición con claridad.

—Soy más fuerte de lo que parezco. Y, para serte sincera, toda esa cháchara machista de que es-lo-mejor-para-ti me parece una basura.

Luego dio media vuelta con la barbilla en alto, pero se dio cuenta de que no tenía realmente adonde ir. «¿Cómo salir de aquí?».

Obligada por la absoluta falta de alternativas, se metió en el baño. Mientras se paseaba entre la ducha y el lavabo, se sentía como un caballo encerrado, cuando…

Sin previo aviso, alguien la agarró por detrás, empujándola de cara a la pared, y la arrinconó con un cuerpo duro como una roca y dos veces más grande que ella. Jane soltó una exclamación primero de sorpresa y luego de placer, al sentir que V se clavaba contra su trasero.

—He tratado de decirte que no —gruñó V, mientras le metía la mano en el pelo y tiraba de su cabeza hacia atrás. Jane gritó y se sintió húmeda entre las piernas—. Trataba de ser amable.

—Ay… Dios

—Las oraciones no te van a ayudar. Demasiado tarde para eso, Jane. —La voz de V tenía un tono de remordimiento… y de erótica fatalidad—. Te he dado la oportunidad de hacerlo según tus condiciones. Pero ahora lo haré a mi manera.

Eso era lo que Jane deseaba. Lo deseaba a él.

—Por favor…

—Shhh. —V le giró bruscamente la cabeza con un movimiento de la muñeca y dejó expuesta su garganta—. Cuando quiera que supliques, te lo diré. —Luego le pasó la lengua caliente y húmeda por el cuello—. Ahora, pregúntame qué te voy a hacer.

Jane abrió la boca, pero sólo pudo resollar.

V le tiró el pelo con más fuerza.

—Pregúntame. Di: «¿Qué me vas a hacer?».

Jane tragó saliva.

—¿Qué… qué me vas a hacer?

V la desplazó hacia un lado, mientras seguía apretándole el trasero con las caderas.

—¿Ves ese lavabo, Jane?

—Sí… —¡Demonios, Jane estaba a punto de tener un orgasmo…!

—Voy a inclinarte sobre ese lavabo y te vas a agarrar bien a los lados. Luego te voy a quitar los pantalones.

Ay, Dios…

—Pregúntame qué pasará después, Jane. —V volvió a lamerle la garganta y luego le clavó en el lóbulo de la oreja uno de sus colmillos. Jane sintió una deliciosa oleada de dolor, seguida de otra oleada de calor entre las piernas.

—¿Y… qué… pasará después? —dijo Jane jadeando.

—Voy a ponerme de rodillas. —V bajó la cabeza y le mordió la clavícula—. Y ahora dime: «¿Y luego qué, V?».

Jane estaba a punto de comenzar a sollozar, estaba tan excitada que las piernas empezaron a temblarle.

—¿Y luego qué?

V le tiró del pelo.

—Olvidaste la última parte.

¿Cuál era la última parte… cuál era la última…?

—¿V?

—No, vuelve a empezar. Desde el principio. —V volvió a embestirla con su erección, y estaba tan duro que era evidente que quería estar dentro de ella de inmediato—. Vuelve a empezar y hazlo bien esta vez.

De repente Jane sintió que estaba a punto de tener un orgasmo, y la excitación crecía con el ronco sonido de la voz de V en su…

—Ah, no, no vas a hacerlo. —V se separó bruscamente de Jane—. No vas a llegar al clímax todavía. Llegarás cuando yo diga. No antes.

Desorientada y ansiosa, Jane se relajó al sentir que la necesidad de llegar al clímax cedía.

—Ahora, di las palabras que quiero oír.

¿Cómo era?

—¿Y luego qué… V?

—Voy a ponerme de rodillas y voy a subir mis manos por la parte de atrás de tus muslos y te voy a abrir las piernas para mi lengua.

El orgasmo volvió a amenazar con estallar y le temblaron las piernas.

—No —gruñó V—. Todavía no. Y sólo cuando yo diga.

V la empujó hasta el lavabo e hizo exactamente lo que le dijo que iba a hacer. La inclinó, le colocó las manos en el borde y le ordenó:

—Agárrate.

Jane se agarró con fuerza.

Luego V le metió las manos por debajo de la camisa y subió por su cuerpo hasta los senos. Luego las bajó hasta el abdomen y rodeó las caderas.

Le bajó los pantalones de un solo tirón.

—Ah… maldición. Esto es lo que quiero —dijo, agarrándole las nalgas con la mano enguantada para acariciárselas—. Levanta esta pierna.

Jane obedeció y sus pantalones desaparecieron. V le separó las piernas y… sí, sus manos, una enguantada y la otra no, comenzaron a subir por los muslos de Jane. Ella sentía que cada vez estaba más excitada y ansiosa, a medida que él la desnudaba.

—Jane… —susurró V con reverencia.

Luego no hubo ningún preludio, ninguna preparación para lo que le hizo. Era la boca de V. La vagina de Jane. Dos pares de labios que se encontraban. V le clavó los dedos en las nalgas y la mantuvo quieta, mientras comenzaba a chuparla. Y Jane perdió la noción de qué era la lengua o la barbilla con la perilla o la boca de V. Podía sentir cómo la penetraba en medio de lengüetazos, podía oír el ruido que producía la carne contra la carne y reconoció el dominio que V tenía sobre ella.

—Ten un orgasmo para mí —le ordenó, mientras estaba en su vagina—. Ahora.

El orgasmo llegó como una explosión devastadora que la lanzó contra el lavabo y su cuerpo comenzó a arquearse hasta que una de las manos resbaló del punto de apoyo y casi se cae. V estiró enseguida un brazo y Jane se pudo agarrar de él.

V retiró la boca de la vagina de Jane, le besó las nalgas y luego subió una mano por la columna vertebral, mientras que ella se apoyaba sobre los brazos.

—Ahora voy a penetrarte.

Mientras se quitaba el pantalón del pijama, la suave tela hizo más ruido que la respiración de Jane y el primer roce de la erección de V contra la parte superior de las caderas casi la hacer volver a perder el equilibrio.

—Esto es lo que quiero —dijo V con voz gutural—. Dios… esto es lo que deseo.

V la penetró de un solo empujón, que clavó sus caderas contra la espalda de Jane y, aunque ella era la que estaba recibiendo en su cuerpo esa erección enorme, él fue el que gritó. Sin que hubiese ninguna pausa, V comenzó a embestirla, sosteniéndola de las caderas y moviéndola hacia delante y hacia atrás para recibir sus ataques. Con la boca y los ojos abiertos y los oídos devorando los deliciosos sonidos del sexo, Jane se apuntaló contra el lavabo, mientras la recorría otro orgasmo. Al llegar al clímax otra vez, tenía el pelo sobre la cara y su cabeza se mecía de arriba abajo, al tiempo que sus cuerpos se estrellaban uno contra otro.

Ella nunca había visto nada como eso. Era sexo a la millonésima potencia.

Y entonces sintió que la mano enguantada de V la agarraba de un hombro y la levantaba hasta enderezarla, mientras seguía embistiéndola con fuerza, dentro y fuera, dentro y fuera. La mano subió por su garganta, le agarró la barbilla y le echó la cabeza hacia atrás.

—Mía —gruñó, mientras seguía embistiendo.

Y en ese momento la mordió.