19
Mientras estaba a las puertas del Zero Sum con Blay y Qhuinn, John ni estaba contento ni se sentía cómodo. Llevaban casi una hora y media esperando para entrar al club y lo único bueno era que la noche no estaba tan fría como para que se les congelaran las pelotas.
—Nos vamos a hacer viejos aquí —dijo Qhuinn, pateando sobre el pavimento—. No me he vestido así para quedarme esperando en esta cola para siempre.
John tenía que admitir que su amigo tenía un aspecto estupendo esa noche: camisa negra con el cuello abierto, pantalones negros, botas negras, chaqueta de cuero negra. Con el pelo oscuro y sus ojos de dos colores, estaba llamando la atención de muchas mujeres humanas. Por ejemplo, en ese preciso momento estaban pasando ante ellos dos morenas y una pelirroja y las tres se giraron para mirarlo cuando se pusieron a su altura. Y por lo general él las observaba de manera desvergonzada.
Blay soltó una maldición.
—Este señor de aquí va a ser toda una amenaza, ¿no es cierto?
—Así es. —Qhuinn se subió los pantalones—. Me estoy muriendo de hambre.
Blay sacudió la cabeza y observó cuidadosamente la calle. Ya había hecho eso varias veces, con los ojos alerta y la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta. John sabía lo que tenía en la mano: la culata de una nueve milímetros. Blay estaba armado.
Dijo que un primo le había dado el arma y todo el asunto era un gran secreto. Pero, claro, así debía ser. Una de las reglas del programa de entrenamiento era que se suponía que uno no debía llevar armas cuando estaba en la calle. Era una buena regla, que se apoyaba en la teoría de que los escasos conocimientos sobre una materia eran peligrosos, y los estudiantes no debían meterse en peleas. Sin embargo, Blay había dicho que no iba a ir al centro sin un arma y John decidió fingir que no sabía qué era ese bulto en la chaqueta.
Y también había una vocecita dentro de él que pensaba que si llegaban a encontrarse con Lash, tener un arma podía ser una buena idea.
—Hola, señoritas —dijo Qhuinn—. ¿Adónde vais?
John echó un vistazo. Un par de rubias estaban delante de Qhuinn y lo miraban como si su cuerpo fuera la tienda del cine y ellas estuvieran decidiendo si comenzaban con una chocolatina o un chicle.
La que estaba a la izquierda, con el pelo hasta la cintura y una falda del tamaño de una servilleta de papel, sonrió. Tenía los dientes tan blancos que brillaban como perlas.
—Íbamos para Screamer’s, pero… si vosotros vais a entrar aquí, podemos cambiar de planes.
—¿Por qué no facilitamos las cosas y esperáis con nosotros? —Qhuinn hizo una reverencia y movió el brazo frente a él para hacerlas seguir.
La rubia miró a su amiga, luego hizo un gesto estilo Betty Boop, moviendo la cadera y el pelo a la vez, que parecía ensayado, y dijo:
—Adoro a los caballeros.
—Y yo soy un caballero hasta los huesos. —Qhuinn estiró la mano y cuando Betty se la agarró, la metió en la cola. Un par de tipos pusieron mala cara, pero después de echarle un vistazo a Qhuinn, dejaron las cosas así, lo cual era comprensible. Qhuinn era más alto y más ancho que ellos, una especie de camión de nueve ejes, comparado con sus camionetas.
—Ellos son Blay y John.
Las chicas sonrieron al ver a Blay, que se puso tan rojo como su cabello, y luego miraron superficialmente a John. Lo saludaron rápidamente con un gesto de cabeza y volvieron a concentrarse en su amigo.
Mientras metía las manos en el impermeable que le habían prestado, John se salió de la fila para que la amiga de Betty pudiera colocarse al lado de Blay.
—¿John? ¿Estás bien ahí? —preguntó Blay.
John asintió y miró a su amigo. Luego le dijo rápidamente con la mano.
—Sólo les estoy dejando sitio.
—¡Ay, por Dios! —exclamó Betty.
John volvió a meter las manos en los bolsillos. Mierda, seguramente había notado que él había usado el lenguaje de signos y ahora la situación podía evolucionar de dos formas posibles: la chica pensaría que era muy tierno, o sentiría lástima de él.
—¡Tu reloj es genial!
—Gracias, nena —dijo Qhuinn—. Lo acabo de comprar. Urban Outfitters.
Ah, genial. Ella ni siquiera se había fijado en John.
Veinte minutos después, finalmente llegaron hasta la entrada del club y fue todo un milagro que John lograra entrar. Los gorilas de la puerta miraron su identificación por todos lados, casi la ponen bajo el microscopio, y ya estaban comenzando a negar con la cabeza, cuando llegó un tercero que les echó una ojeada a Blay y a Qhuinn y los dejó entrar a todos.
Aún no había dado más que un par de pasos por el local cuando John decidió que eso no era para él. Había gente por todas partes, mostrando tanta piel que parecía que estuvieran más bien en la playa. Y esa pareja de allí… mierda, ¿acaso el tío le estaba metiendo la mano bajo la falda?
No, era la mano del tipo que estaba detrás de ella. El que no la estaba besando.
A su alrededor retumbaba la música tecno y el ritmo estridente impregnaba el aire, que ya se estaba muy cargado por el olor a sudor y a perfume y a algo almizclado que John sospechó que tenía que ver con el sexo. Unos rayos láser penetraban la oscuridad y parecían apuntar directamente a sus ojos, porque mirara a donde mirara, encontraba uno que le atravesaba como una puntilla.
John pensó que le gustaría llevar gafas oscuras y tapones para los oídos.
Volvió a mirar a la pareja, es decir, al trío. Y, no estaba seguro, pero parecía que ahora la mujer tenía las manos en los pantalones de los dos.
«¿Qué tal también una venda en los ojos?», pensó.
Con Qhuinn al frente, los cinco pasaron junto a una zona cerrada que estaba vigilada por unos gorilas del tamaño de coches. Al otro lado de la barricada humana, separada de la chusma por una pared de agua que formaba una cascada, había gente muy sofisticada, sentada en sofás de cuero, de esos que usan ropa de diseñador y, sin duda, beben licores que John ni siquiera podía pronunciar.
Qhuinn se dirigió al fondo del club como si fuera una paloma mensajera y eligió un lugar contra la pared, que tenía buena vista sobre la pista de baile y fácil acceso al bar. Luego quiso saber que quería tomar todo el mundo. John negó con la cabeza. Aquél no era un buen sitio para emborracharse ni siquiera un poco.
Todo eso le recordaba a la época anterior a vivir en la Hermandad. Cuando estaba solo en el mundo, se había acostumbrado a ser el más pequeño de todos los que le rodeaban y, diablos, eso sí que era cierto aquí. Todo el mundo era más alto que él y la multitud se cernía sobre él de manera amenazadora, incluso las mujeres. Y eso hizo que todas sus alarmas internas estuvieran alerta. Si uno no tiene muchos recursos físicos para protegerse, lo mejor es confiar en los instintos nerviosos: salir corriendo era la estrategia que siempre le había salvado.
Bueno, excepto en esa ocasión.
—Dios… eres tan atractivo. —En ausencia de Qhuinn, las chicas se abalanzaron sobre Blay, en especial Betty, que parecía pensar que él estaba allí para que lo acariciaran.
Blay no entraba en el juego, evidentemente, porque le faltaba experiencia. Pero tampoco trataba de quitárselas de encima y dejaba que las manos de Betty se movieran por donde quisieran.
Qhuinn llegó de la barra a grandes zancadas. ¡Por Dios, estaba en su salsa, con dos Coronas en cada mano y los ojos fijos en las chicas! Se movía como si ya estuviera teniendo sexo, balanceando las caderas al caminar y agitando los hombros como un tío que sabe que todas las partes de su cuerpo están funcionando, dispuestas para entrar en acción.
Y las chicas lo devoraban con los ojos, que brillaban al verlo acercarse en medio de la multitud.
—Chicas, necesito que me recompenséis bien por este esfuerzo. —Le deslizó a Blay una de las cervezas, le dio un sorbo a la otra y levantó las otras dos por encima de su cabeza—. Dadme un poco de lo que pido.
Betty lo entendió enseguida y puso sus dos manos sobre el pecho de Qhuinn, mientras se estiraba. Qhuinn ladeó un poco la cabeza, pero eso no ayudó mucho. Sólo la hizo esforzarse más. Cuando sus labios se encontraron, Qhuinn sonrió… y estiró la mano para tirar de la otra chica. A Betty no pareció importarle en lo más mínimo y ayudó a atraer a su amiga.
—Vamos al baño —susurró Betty de manera teatral, de manera que todos la oyeran.
Qhuinn se inclinó por encima de Betty y le estampó a su amiga un beso con lengua.
—¿Blay? ¿Quieres venir con nosotros?
Blay le dio un sorbo a su cerveza y se lo pasó.
—No, voy a quedarme un rato aquí. Quiero relajarme un poco.
Sin embargo, sus ojos le delataron, cuando miró a John por una fracción de segundo.
John se enfureció.
—No necesito niñera —dijo con el lenguaje de signos.
—Lo sé, amigo.
Las chicas fruncieron el ceño mientras se colgaban de los hombros de Qhuinn como si fueran cortinas y pensaban que John era un aguafiestas. Y se pusieron definitivamente furiosas, cuando vieron que Qhuinn empezaba a quitárselas de encima.
John clavó los ojos en su amigo con ira.
—No te atrevas a rajarte. Si lo haces, nunca te volveré a hablar.
Betty levantó la cabeza y su pelo rubio cayó sobre el antebrazo de Qhuinn.
—¿Qué sucede?
John volvió a decir algo con signos.
—Dile que todo va bien y ve a follar. Estoy hablando en serio, Qhuinn.
Qhuinn le contestó también con el lenguaje de signos.
—No me siento bien dejándote solo.
—¿Pasa algo malo? —chilló Betty.
—Si no te vas, me largo de aquí. Salgo enseguida por esa puerta, Qhuinn. En serio.
Qhuinn cerró los ojos un momento. Luego, antes de que Betty pudiera volver a preguntar que si pasaba algo, dijo:
—Vamos, señoritas. Ya estamos.
Al ver que Qhuinn daba media vuelta y las chicas se iban con él, John dijo:
—Blay, ve a follar. Yo esperaré aquí.
Al ver que su amigo no respondía, añadió:
—¿Blay? ¡Lárgate ya mismo!
Hubo un momento de vacilación.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Porque yo… Eh, yo prometí que no te dejaría solo.
John se quedó frío.
—¿A quién?
Las mejillas de Blaylock se pusieron rojas como un tomate.
—Zsadist. Justo después de pasar por la transición, me llevó aparte y me dijo que si alguna vez salíamos contigo… ya sabes.
Un sentimiento de rabia invadió la cabeza de John y comenzó a retumbar en su interior.
—Sólo hasta que pases por la transición, John.
John sacudió la cabeza, porque eso es lo que uno hace cuando no tiene voz y quiere gritar. En segundos, volvió a sentir las palpitaciones detrás de los ojos.
—Te diré lo que haremos —dijo con lenguaje de signos—. ¿Estás preocupado por mí? Dame tu arma.
En ese momento una morena ardiente pasó fumando junto a ellos, vestida con un top y un par de pantalones que parecía haberse puesto con mantequilla. A Blay se le fueron los ojos detrás de ella y el aire cambió a su alrededor, mientras que su cuerpo comenzaba a expedir calor.
—Blay, ¿qué me pude suceder aquí? Aunque Lash aparezca…
—Él esta vetado en este club. Ésa es la razón por la que quería venir aquí.
—¿Cómo lo sa…? Déjame adivinar… Zsadist. ¿Acaso él te dijo que sólo podíamos venir aquí?
—Tal vez.
—Dame el arma y lárgate.
La morena se sentó en el bar y miró por encima del hombro. Directamente a Blay.
—No me estás abandonando. Los dos estamos en el club. Y realmente me estoy poniendo furioso.
Hubo una pausa. Luego el arma cambió de mano y Blay se acabó su cerveza, como si estuviera cagado de miedo.
—Buena suerte —le dijo John con signos.
—Mierda, no tengo ni puta idea de qué estoy haciendo. Ni si quiera estoy seguro de que quiera hacer esto.
—Sí quieres. Y ya descubrirás qué hacer. Ahora vete, antes de que ella encuentre a otro.
Cuando John por fin se quedó solo, se recostó contra la pared y cruzó los tobillos. Mientras observaba a la multitud, pensaba en cuánto los envidiaba.
Poco después, tuvo la sensación de que alguien lo había reconocido, como si lo llamara por su nombre. Miró a su alrededor, preguntándose si Blay o Qhuinn podrían haber gritado su nombre. Pero nada. Qhuinn y las rubias no estaban por allí y Blay estaba acercándose cautelosamente a la morena en la barra.
Sólo que estaba seguro de que alguien lo estaba llamando.
John comenzó a estudiar detenidamente a la gente que tenía delante. El sitio estaba abarrotado, y sin embargo, no había nadie particularmente cerca. Cuando estaba a punto de decidir que estaba loco, vio a una desconocida a la que le dio la sensación de conocer de toda la vida.
La mujer estaba oculta entre las sombras, en un extremo de la barra, y el reflejo rosa y azul de las botellas de licor iluminadas apenas le dejaba ver su rostro. Alta y con el cuerpo de un hombre, llevaba el pelo negro muy corto y una cara de a-mí-no-me-jodas, que anunciaba claramente que si uno se metía con ella, debía estar dispuesto a correr un riesgo. Tenía unos ojos mortalmente astutos, que estaban clavados en él con la seriedad de un guerrero.
A John le entró el pánico enseguida, como si alguien le estuviera lustrando la piel como si fuera un zapato, mientras que le daban golpes en el trasero con un palo. Se quedó sin aire y se sintió mareado y acalorado, pero al menos se olvidó de su dolor de cabeza.
¡Por Dios, la mujer se estaba acercando!
Caminaba con poderío y seguridad, como si estuviera acechando a su presa, y hombres que pesaban más que ella se apartaban de su camino como si fueran ratones. A medida que se aproximaba, John comenzó a arreglarse la chaqueta, tratando de parecer más masculino. Lo cual era todo un chiste.
Tenía una voz ronca.
—Soy de seguridad del club y voy a tener que pedirle que me acompañe.
La mujer lo agarró del brazo sin esperar respuesta y lo llevó por un pasillo oscuro. Antes de que John se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, lo metió a lo que obviamente era una sala de interrogatorios y lo puso contra la pared como si fuera un Elvis de terciopelo.
Mientras que le apretaba el cuello con el antebrazo y John jadeaba, lo registró de pies a cabeza. Su mano se movía de manera rápida e impersonal mientras le revisaba el pecho y las caderas.
John cerró los ojos y se estremeció. Mierda, esto era excitante. Si fuera capaz de tener una erección, estaba seguro de que en este momento la tendría tan dura como un martillo.
Y luego recordó que la pistola sin número de serie de Blay estaba en el bolsillo trasero de los pantalones que le habían prestado.
Mierda.
‡ ‡ ‡
En la sala donde se guardaba el equipo, en el complejo, Jane se encontraba sentada en un banco que le permitía ver al hombre que acababa de operar. Estaba esperando a que V terminara su cigarrillo y el ligero aroma del exótico tabaco le producía un cosquilleo en la nariz.
¡Por Dios, ese sueño que había tenido con él! Cómo su mano se movía por entre sus…
Cuando sintió que empezaba a excitarse, cruzó las piernas y las apretó.
—¿Jane?
Ella carraspeó.
—¿Sí?
La voz del hombre entraba por la puerta y tenía un tono sensual y ronco, que parecía arrastrar las palabras.
—¿En qué estás pensando, Jane?
Ah, sí, claro, como si le fuera a contar que estaba fantaseando con…
Un momento.
—Ya lo sabe, ¿no es así? —Al ver que él guardaba silencio, ella frunció el ceño—. ¿Si fue un sueño? ¿O realmente usted…?
No hubo respuesta.
Jane se inclinó hacia delante hasta que pudo verlo a través de la puerta. Estaba echando el humo, mientras metía la colilla del cigarrillo en la botella de agua.
—¿Qué me ha hecho? —preguntó Jane.
Él cerró bien el tapón y los músculos de su antebrazo se flexionaron.
—Nada que no quisieras.
Aunque no la estaba mirando, ella le apuntó con el dedo como si fuera un arma.
—Ya se lo dije. Manténgase alejado de mis pensamientos.
El hombre se giró y clavó sus ojos en los de ella. Ay… Dios… Estaban brillando con una luz blanca como estrellas, ardientes como el sol. Tan pronto como aquellos ojos se posaron en su cara, el sexo de Jane pareció florecer para él, como una boca que se abre, lista para que la alimenten.
—No —dijo Jane, aunque no sabía por qué se molestaba. Su cuerpo hablaba por sí mismo y el hombre lo sabía perfectamente.
Los labios de V esbozaron una sonrisa y él aspiró profundamente.
—Me encanta tu olor en este momento. Me hace querer hacer muchas más cosas que penetrar en tus pensamientos.
Bueeeeeno, evidentemente le gustaban las mujeres, además de los hombres.
De pronto su expresión se desvaneció.
—Pero no te preocupes. No voy a hacer nada.
—¿Por qué no? —Al oír que la pregunta salía de sus labios, Jane se reprendió. Si le dices a un hombre que no lo deseas y luego él dice que no va a tener sexo contigo, la reacción que has de tener no debería sonar a protesta.
V se inclinó a través de la puerta y arrojó la botella de agua hacia el otro extremo de la habitación. La botella aterrizó en una papelera con un golpe perfecto, como si estuviera regresando a casa después de un viaje de negocios y se sintiera feliz de volver.
—No te gustaría estar conmigo. Realmente no.
Estaba tan equivocado.
Cállate.
—¿Por qué?
¡Mierda! Por amor de Dios, ¿qué era lo que estaba diciendo?
—Sencillamente no te gustaría estar conmigo como soy en realidad. Pero me alegra lo que pasó cuando estabas durmiendo. Fue perfecto, Jane.
Jane pensó que le gustaría que él dejara de usar su nombre. Cada vez que salía de sus labios, ella sentía como si se hubiese tragado un anzuelo y él estuviera recogiendo el sedal, arrastrándola por aguas que no entendía, hacia una red en la que sólo podría retorcerse, hasta que se hiciera daño.
—¿Por qué no me gustaría?
Al ver que el pecho de él se expandía, Jane se dio cuenta de que estaba olfateando su excitación.
—Porque a mí me gusta tener el control, Jane. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
—No, no entiendo.
El hombre se giró hacia ella, llenando el umbral con su cuerpo y los ojos de Jane se clavaron en sus caderas, porque eran unos traidores. Demonios, él tenía una erección. Estaba completamente excitado. Jane podía ver el pene grueso palpitando contra la franela del pantalón del pijama que tenía puesto.
Jane sintió que se balanceaba, aunque estaba sentada.
—¿Sabes qué es un amo? —dijo él en voz baja.
—¿Amo? —Vaya—. ¿Un amo sexual?
Él asintió con la cabeza.
—Así es como es el sexo conmigo.
Jane abrió los labios y tuvo que desviar la mirada. Si no lo hacía, comenzaría a arder en ese mismo momento. Ella no tenía ninguna experiencia con ese estilo de vida alternativo. Demonios, si no le quedaba tiempo para tener sexo normal, mucho menos para chapotear en la periferia.
¡Maldición, pero lo cierto es que tener una relación peligrosa y salvaje con él parecía bastante atractivo en este momento! Aunque tal vez eso se debía a que, a efectos prácticos, ésta no era la vida real, aunque estaba despierta.
—¿Qué les hace? —preguntó Jane—. Me refiero a que… ¿las ata?
—Sí.
Jane se quedó esperando a que él siguiera. Cuando vio que no decía nada, susurró:
—¿Algo más?
—Sí.
—Cuéntemelo.
—No.
Así que también había dolor, pensó Jane. Les hacía daño antes de follárselas. Probablemente también durante el acto sexual. Y, sin embargo… Jane recordó cómo había abrazado a Red Sox con delicadeza. ¿Tal vez con los hombres era diferente?
¡Genial! Un vampiro bisexual y dominante, con experiencia en secuestro. Dios, había tantas razones por las cuales no debía sentir lo que sentía con respecto a él.
Jane se tapó la cara con las manos, pero desgraciadamente eso sólo le impedía mirarlo. No había forma de escapar a lo que le daba vueltas en la cabeza. Ella… lo deseaba.
—¡Maldición! —musitó.
—¿Qué sucede?
—Nada. —Dios, era una mentirosa.
—Mentirosa.
Genial, así que también él lo sabía.
—No quiero sentir lo que estoy sintiendo en este momento, ¿vale?
Hubo una larga pausa.
—¿Y cómo te sientes, Jane? —Al ver que ella no decía nada, él murmuró—: No te gusta tener deseos de estar conmigo, ¿verdad? ¿Es porque soy un pervertido?
—Sí.
La palabra sencillamente salió de su boca, aunque era una verdad a medias. Si quería ser honesta con ella misma, el problema era más que eso… Ella siempre se había sentido orgullosa de su inteligencia. El dominio de la mente sobre las emociones y tomar decisiones de manera lógica habían sido las dos únicas cosas que nunca la habían decepcionado. Y sin embargo allí estaba, ansiando algo de lo cual sus instintos le decían que era mejor alejarse.
Al ver que se producía un largo silencio, Jane dejó caer una de sus manos y miró hacia la puerta. Él ya no estaba en el umbral, pero ella notaba que no había ido muy lejos. Jane volvió a inclinarse hacia delante y alcanzó a verlo. Estaba contra la pared, observando las colchonetas azules del gimnasio como si estuviera mirando el mar.
—Lo siento —dijo Jane—. No tenía intención de que sonara así.
—Si eso es lo que piensas… Pero está bien. Yo soy lo que soy. —El hombre flexionó la mano enguantada y Jane tuvo la sensación de que fue un movimiento inconsciente.
—La verdad es que… —A medida que ella comenzaba a articular la frase, él enarcó una ceja, aunque no la miró. Jane carraspeó—. La verdad es que el instinto de conservación es una cosa buena y debería dictar mis reacciones.
—¿Y acaso no es así?
—No… siempre. Con usted, no siempre.
El hombre esbozó una ligera sonrisa.
—Entonces, por primera vez en mi vida me alegra ser diferente.
—Estoy asustada.
De repente él se puso serio y sus ojos de diamante se fijaron en los de Jane.
—No tengas miedo. No voy a hacerte daño. Ni permitiré que nadie te lo haga.
Durante una fracción de segundo, las defensas de Jane se derrumbaron.
—¿Lo promete? —dijo con voz ronca.
El hombre se llevó la mano enguantada al corazón que ella había reparado y soltó una sarta de palabras hermosas que ella no entendió. Luego tradujo:
—Por mi honor y por la sangre que llevo en las venas, te lo prometo.
Jane desvió la mirada y desgraciadamente sus ojos se encontraron con una estantería llena de armas colocadas en ganchos; los bastones negros parecían brazos que colgaban de sus hombros de cadena, preparados para hacer un daño mortal.
—Nunca en mi vida había estado tan asustada.
—Maldición… Lo lamento, Jane. Lamento todo esto. Y voy a dejar que te vayas. De hecho, eres libre de irte en el momento en que quieras. Sólo di que quieres marcharte y te llevaré a casa.
Jane volvió a mirarlo y se quedó observando fijamente la cara del hombre. La barba le había crecido alrededor de la perilla, lo cual ensombrecía la barbilla y los pómulos, haciéndole parecer todavía más siniestro. Con los tatuajes alrededor del ojo y su estatura, si ella se lo hubiese encontrado en un callejón, habría salido huyendo despavorida, aunque no supiera que era un vampiro.
Y sin embargo, allí estaba, confiando en él para que la mantuviera segura.
¿Acaso estos sentimientos eran reales? ¿O sería un caso grave de síndrome de Estocolmo?
Jane se fijó en el pecho inmenso, las caderas apretadas y las piernas largas. Dios, fuera cual fuera, lo deseaba como a ninguna otra cosa en el mundo.
El hombre dejó escapar un suave gruñido.
—Jane…
—Demonios.
Él también soltó una maldición y encendió otro cigarrillo.
—Hay otra razón por la cual no puedo estar contigo —dijo, tras expulsar el humo.
—¿Cuál?
—Yo muerdo, Jane. Y no voy a ser capaz de contenerme. No contigo.
Jane recordó el sueño y cómo había sentido los colmillos del hombre subiendo por su cuello, raspándole suavemente la piel. Al mismo tiempo que se preguntaba cómo podía desear semejante cosa, su cuerpo se llenó de calor.
V retrocedió hasta el umbral, con el cigarrillo en la mano enguantada. Pequeñas espirales de humo salían del extremo del cigarro y se elevaban hacia el techo, finas y elegantes como el cabello de una mujer.
Mirándola fijamente a los ojos, el hombre bajó la mano que tenía libre por el pecho y el abdomen hasta llegar a esa inmensa erección que se alcanzaba a ver tras la delgada tela del pantalón. Mientras se agarraba el pene con la mano, Jane tragó saliva. Una oleada de lujuria pura se estrelló contra ella y la golpeó con una fuerza que casi la hace caer del banco.
—Si me lo permites —dijo él en voz baja—, te buscaré otra vez durante el sueño. Te encontraré y terminaré lo que empecé. ¿Eso te gustaría, Jane? ¿Te gustaría tener un orgasmo para mí?
De repente se oyó un gemido que venía de la sala de Terapia Física.
Jane tropezó al levantarse del banco y se dirigió hacia allí para ver qué pasaba con su nuevo paciente. Era obvio que estaba escapando, pero, no importa… ya había perdido la cabeza, así que el orgullo no le preocupaba a estas alturas.
En la camilla, Phury se estaba retorciendo de dolor y tratando de quitarse el vendaje que le cubría media cara.
—Eh… tranquilo. —Jane le puso la mano en el brazo para detenerlo—. Calma. Todo va bien.
Le acarició el hombro y le habló hasta que Phury se tranquilizó con un estremecimiento.
—Bella… —dijo.
Consciente de que V estaba detrás de ella, en la esquina, Jane preguntó:
—¿Es su esposa?
—La esposa de su gemelo.
—Ah.
—Sí.
Jane tomó el estetoscopio y un tensiómetro y revisó rápidamente los signos vitales.
—¿Tienen ustedes normalmente la tensión arterial baja?
—Sí. También el ritmo cardiaco.
Jane puso una mano sobre la frente de Phury.
—Está caliente. Pero su temperatura corporal es más alta que la nuestra, ¿verdad?
—Así es.
Jane deslizó sus dedos hacia el pelo multicolor de Phury y comenzó a acariciar sus espesas ondas, desenredando los nudos que encontraba a su paso. El pelo estaba untado de una sustancia negra y grasienta…
—No toques eso —dijo V.
Jane retiró el brazo enseguida.
—¿Por qué? ¿Qué es?
—La sangre de mis enemigos. No quiero que la toques. —V se acercó a ella, la agarró de la muñeca y la llevó hasta el lavabo.
Aunque iba en contra de su naturaleza, Jane se quedó quieta como una chiquilla obediente, mientras que él le enjabonaba y le lavaba las manos. El contacto de la piel de su mano y del guante de cuero deslizándose por sus dedos… y la espuma que lubricaba la fricción… y el calor de él que penetraba dentro de ella y subía por su brazo la llenó de ímpetu.
—Sí —dijo, mirando fijamente lo que él estaba haciendo.
—Sí, ¿qué?
—Vuelve a buscarme cuando esté dormida.