17

V observó a Jane mientras entraba en el baño. Cuando se giró para poner la ropa limpia sobre el mármol del lavabo, el perfil de su cuerpo parecía una elegante S que V se moría por tocar. Con sus manos. Con su boca. En la que se moría por meter su cuerpo.

La puerta se cerró. Se oyó el ruido de la ducha y V soltó una maldición. Dios… había disfrutado tanto con la mano de Jane; ella lo había llevado más lejos de lo que lo había llevado últimamente cualquier experiencia sexual extrema. Pero el asunto había funcionado sólo en un sentido. V nunca percibió el olor que indicaba que ella estaba excitada. Para ella había sido únicamente la exploración de una función biológica. Nada más.

Si iba a ser honesto consigo mismo, tenía que admitir que había pensado que tal vez el hecho de ver su orgasmo la excitaría, lo cual era una locura, teniendo en cuenta lo que pasaba debajo de su cintura. Nadie en su sano juicio pensaría: «Ay, sí, mirad a ese bombón con un solo testículo. Fantástico».

Aquélla era la razón de que siempre tuviera puestos los pantalones cuando tenía relaciones sexuales.

Mientras oía correr el agua, la erección se desvaneció y sus colmillos volvieron a meterse dentro de su boca. Era curioso, cuando ella lo estaba tocando, él se sorprendió al darse cuenta de que tenía deseos de morderla. Quería morderla, pero no porque tuviera hambre, sino porque quería sentir el sabor de la sangre de ella en su boca y dejar la marca de sus dientes en el cuello de Jane. Lo cual era realmente extraño. Por lo general sólo mordía a las mujeres cuando tenía que hacerlo y, cuando eso sucedía, nunca le gustaba particularmente.

En cambio, ¿con ella? Casi no se aguantaba las ganas de perforar su vena y chupar lo que llegaba hasta su corazón para engullirlo todo.

Cuando escuchó cerrar el grifo, en lo único en lo que pudo pensar fue en la posibilidad de estar en ese baño con ella. Podía imaginársela desnuda y mojada y con la piel rosada a causa del agua caliente. Demonios, quería saber cómo era su nuca. Y ese espacio de piel entre el hombro y los omóplatos. Y el hoyuelo en la base de su columna vertebral. Quería deslizar la boca desde la clavícula hasta el ombligo… y luego aventurarse entre sus muslos.

Mierda, se estaba excitando otra vez. Y eso era bastante inútil, pues ella ya había satisfecho su curiosidad con respecto a su cuerpo, así que ya no tendría ganas de procurarle un poco de alivio, por pura bondad. Y aunque se sintiera atraída hacia él, Jane ya tenía a alguien, ¿o no? Mientras soltaba un gruñido de rabia, V recordó la cara del médico moreno que la estaba esperando en la vida real. El tipo era uno de los suyos y, sin duda, también era muy masculino.

La simple idea de que ese bastardo se metiera en ella no sólo durante el día sino también por la noche, entre las sábanas, hizo que le doliera el pecho.

Demonios.

Se puso un brazo sobre los ojos y se preguntó en qué momento exactamente habría sufrido un trasplante de personalidad. Teóricamente Jane le había operado el corazón, no la cabeza, pero la verdad es que él no estaba en sus cabales desde que pasó por su mesa de operaciones. El hecho era que no podía evitar querer que ella lo viera como un compañero sexual… aunque eso era imposible por una cantidad de razones: él era un vampiro que además era un fenómeno dentro de su raza… y estaba destinado a convertirse en el Gran Padre en unos cuantos días.

V pensó en lo que le esperaba en el Otro Lado y, aunque no quería volver sobre el pasado, no pudo evitarlo. V recordó lo que le habían hecho y los acontecimientos que pusieron en marcha la mutilación que lo dejó convertido en medio macho.

‡ ‡ ‡

Había pasado quizá una semana desde que su padre quemase sus libros, cuando Vishous fue atrapado saliendo de detrás de la pared que ocultaba los dibujos de la caverna. Lo que lo llevó a la perdición fue el diario del guerrero Darius. Llevaba varios días evitando su preciosa posesión, pero después de un tiempo cedió a la tentación. Sus manos anhelaban sentir el peso del libro, sus ojos deseaban ver las palabras, su mente soñaba con las imágenes que éste le generaba, su corazón ansiaba la conexión que establecía con el escritor.

Estaba demasiado solo como para resistirse.

Quien lo vio fue una de las rameras de la cocina, y los dos se quedaron paralizados cuando sucedió. V no conocía su nombre, pero la mujer tenía la misma cara que el resto de las mujeres del campamento: ojos endurecidos, piel arrugada y una boca que parecía apenas una línea. Tenía varias marcas en el cuello, de los machos que se alimentaban de ella, y su túnica estaba sucia y rasgada por los bordes. En una mano llevaba una pala tosca e iba arrastrando un carrito con un eje roto. Obviamente había tenido mala suerte y había sido obligada a limpiar las letrinas.

La mujer clavó los ojos en la mano de V, como si estuviera calculando el poder de un arma.

V cerró el puño deliberadamente.

—Sería una lástima que dijeras algo, ¿no crees?

La mujer palideció y huyó, dejando caer la pala mientras corría.

La noticia de lo que había sucedido entre él y el otro pretrans se había extendido por todo el campamento y, si hacía que los demás le tuvieran miedo, tanto mejor. Con tal de proteger su único libro, V estaba dispuesto a amenazar a cualquiera, incluso a una mujer, así que no se avergonzó de lo sucedido. La ley de su padre decía que nadie estaba seguro en el campamento y V estaba bastante convencido de que, si podía, la mujer usaría lo que había visto para su propio beneficio. Así eran las cosas allí.

Vishous salió de la caverna por uno de los túneles que habían sido excavados en la montaña y llegó a un bosque de zarzamoras. El invierno estaba llegando con rapidez y el frío hacía que el aire pareciera tan denso como un hueso. Más allá oyó el ruido del agua y pensó que quería beber, pero permaneció escondido, mientras trepaba a la loma cubierta de pinos. Siempre se mantenía alejado del agua durante un buen rato después de salir, y no sólo porque eso era lo que le habían enseñado, bajo pena de castigo, sino porque en su condición de pretrans no estaba en capacidad de enfrentarse a lo que podría atacarlo, fuera vampiro, humano o animal.

A la caída de la noche los pretrans trataban de llenar sus estómagos en el riachuelo y sus oídos captaron el ruido de otros pretrans que estaban pescando. Los chicos se habían congregado en la parte ancha del riachuelo, donde el agua formaba un pozo hacia un lado. Vishous los evitó y prefirió irse río arriba.

De una bolsa de cuero sacó un poco de hilo muy fino, que tenía un anzuelo burdo y un peso plateado en la punta. Lanzó su rudimentario equipo de pesca al agua y notó que la cuerda se ponía tensa. Cuando se sentó sobre una piedra, ató la cuerda a un palo que cogió entre las palmas de sus manos.

No le importaba esperar, tampoco le resultaba pesado o placentero y cuando oyó una discusión río abajo, no mostró ningún interés. Las disputas también formaban parte de la vida diaria del campamento y Vishous sabía cuál era el motivo de la pelea entre los otros pretrans. El simple hecho de sacar un pez del agua no significaba que uno se pudiera quedar con él.

Estaba sentado mirando correr el agua cuando sintió algo extraño en la nuca, como si le hubiesen dado un golpecito.

Vishous dio un salto y dejó caer la caña al suelo, pero no había nadie detrás de él. Olfateó el aire, inspeccionó los árboles con sus ojos, pero no descubrió nada.

Cuando se agachó para recoger la caña, el palo se deslizó fuera de su alcance y salió volando. Aparentemente un pez había mordido el anzuelo. V trató de alcanzarlo, pero sólo llegó a ver cómo su rudimentaria caña caía en el riachuelo. Después de lanzar una maldición, salió corriendo tras ella, saltando de piedra en piedra, persiguiéndola río abajo.

De pronto se encontró con otro muchacho.

El pretrans al que había golpeado con el libro venía subiendo la corriente, con una trucha en la mano, una trucha que, a juzgar por su cara de satisfacción, debía de habérsela robado a alguien. Cuando vio a V, la caña pasó junto a él y el chico se detuvo. Lanzó un grito de triunfo, se metió en el bolsillo el pescado, que todavía movía la cola, y salió corriendo tras la caña, aunque le llevaba en dirección a los que lo venían persiguiendo.

Tal vez, debido a la reputación de V, los otros chicos se apartaron de su camino, al ver que iba persiguiendo al pretrans, y el grupo en general abandonó la pesca para convertirse en un público que gritaba para animar a uno u otro.

El pretrans era más rápido que V y saltaba temerariamente de piedra en piedra, mientras que V era más cuidadoso. La suela de cuero de sus botas ordinarias estaba mojada y el musgo que crecía sobre las piedras estaba tan resbaladizo como la grasa de un cerdo. Aunque su presa se estaba alejando, V iba despacio para procurar no caerse.

En el punto en que el riachuelo se ampliaba para formar el pozo en el que los otros estaban pescando, el pretrans saltó a la superficie plana de una piedra, desde donde alcanzaba el pez que V había atrapado. Sólo que cuando se estiró para agarrar la caña, perdió el equilibrio… y se cayó de bruces.

Con el vaivén lento y elegante de una pluma, el muchacho cayó de cabeza en la corriente. Al golpearse la cabeza con una piedra que apenas sobresalía de la superficie del agua, sonó como si un hacha estuviera cortando leña y, cuando su cuerpo se quedó inmóvil, la caña y el sedal siguieron su camino.

Cuando V llegó hasta donde estaba el muchacho, recordó la visión que había tenido. Estaba claro que se había equivocado. El pretrans no había muerto en la cima de una montaña, con el sol iluminándole la cara y el viento peinándole la melena, sino allí y en ese momento, en los brazos del río.

Fue un gran alivio.

Vishous se quedó mirándolo mientras el cuerpo era arrastrado por la corriente hasta el pozo oscuro y estancado. Justo antes de hundirse, se dio la vuelta y se quedó boca arriba.

Mientras las burbujas salían de unos labios inmóviles y se elevaban hasta la superficie para captar la luz de la luna, V se maravilló ante la muerte. Todo era tan tranquilo después. No importaban los gritos o las acciones que causaban que el alma fuese liberada en el más allá; lo que venía después era como el silencio denso del caer de la nieve.

Sin pensarlo, metió la mano derecha en el agua helada.

Inmediatamente, un brillo que salía de la palma de su mano se extendió por el río… y la cara del pretrans quedó iluminada, como si la luz del sol brillara sobre él. V lanzó una exclamación. Era el cumplimiento de la predicción, exactamente igual a como él la había visto: la bruma que enturbiaba la claridad era en realidad el agua y el pelo del muchacho se mecía, pero no por la acción del viento sino por las corrientes que se movían en el fondo del pozo.

—¿Qué le has hecho al agua? —dijo una voz.

Levantó la vista. Los otros chicos estaban de pie, en la orilla del río, mirándolo fijamente.

V sacó la mano del agua y se la puso en la espalda para que nadie la viera. Al sacarla, el resplandor desapareció y el pretrans muerto se hundió en las oscuras profundidades del pozo, como si lo hubiesen enterrado.

V se puso de pie y se quedó mirando a los que ahora sabía que eran no sólo sus rivales a la hora de conseguir comida y las escasas comodidades, sino sus enemigos. La forma que tenían los muchachos de apiñarse hombro con hombro le hizo ver que, a pesar de las peleas que fomentaba la vida en el árido útero del campamento, todos ellos eran uno.

Él era un paria.

‡ ‡ ‡

V parpadeó y pensó en lo que sucedió después. Resultaba curioso que uno no pudiera anticipar las vueltas azarosas del destino. Aunque asumió que los otros pretrans lo expulsarían del campamento, que uno por uno irían pasando por la transición y después se pondrían todos en su contra, al destino le gustan las sorpresas, ¿no es verdad?

Se acostó de lado y tomó la decisión de dormir un poco. Pero cuando oyó la puerta del baño, abrió un ojo. Jane se había puesto una camisa blanca abotonada hasta abajo y un par de pantalones de chándal negros. Tenía la cara enrojecida a causa del agua caliente y el pelo húmero. Tenía un aspecto magnífico.

Jane le miró rápidamente, con un vistazo breve y superficial que le indicó que suponía que estaba dormido; luego se sentó en el sillón. Dobló las piernas y las subió sobre el asiento, abrazándose las rodillas y apoyando la barbilla contra ellas. Parecía tan frágil así, sólo un trozo de carne y huesos dentro del abrazo de la silla.

V cerró el ojo que había abierto y se sintió devastado. Su conciencia, que llevaba siglos fuera de servicio, estaba despierta y dolorida: no podía fingir que dentro de seis horas no iba a estar perfectamente bien. Lo cual significaba que ya no habría ninguna razón para que ella se quedara e iba a tener que dejarla ir cuando el sol se pusiera.

Sólo que, ¿qué iba a pasar con la visión que había tenido acerca de ella? ¿Aquella en la que ella estaba de pie, en un umbral lleno de luz? Ah, demonios, tal vez simplemente estaba alucinando.

Frunció al ceño al apreciar un olor en la habitación. «¿Qué demonios era?».

Al respirar profundamente, se excitó enseguida y su pene se puso duro y grueso y comenzó a crecer sobre el abdomen. Miró hacia el otro lado de la habitación, donde estaba Jane. Tenía los ojos cerrados, la boca un poco abierta y la frente arrugada… y estaba excitada. Es posible que no se sintiera completamente cómoda con el asunto, pero estaba definitivamente excitada.

¿Acaso estaba pensando en él? ¿O en el humano?

V trató de penetrarla con su mente, sin tener realmente esperanzas de poder hacerlo. Cuando dejó de tener visiones, también se le había agotado el desfile de pensamientos de los demás, esa película que a veces estaba obligado a ver o que otras veces podía sintonizar a voluntad…

«Pero la imagen que ella tenía en mente era la de él».

Ay, mierda, sí. Definitivamente era él: se estaba arqueando sobre la cama y los músculos de su estómago se apretaban y sus caderas empujaban hacia arriba, mientras que ella le acariciaba el sexo con la palma de la mano. Eso fue justo antes de eyacular, cuando él retiró la mano enguantada de lo que estaba haciendo debajo del pene y agarró las sábanas.

Su cirujana lo deseaba a pesar de que él estaba parcialmente castrado y no era de su misma especie y de que la retenía en contra de su voluntad. Y se moría de deseo. Se moría de deseos de estar con él.

V sonrió y sus colmillos asomaron enseguida por fuera de la boca.

Bueno, ¿acaso no era hora de hacer algo humanitario? ¿Y aliviar parte del sufrimiento de Jane?

‡ ‡ ‡

Con los pies separados y los puños cerrados a los lados, Phury estaba de pie, al lado del restrictor que acababa de sacar del juego con un disparo en la sien. El maldito estaba boca abajo sobre un montón de nieve derretida y sucia, con los brazos y las piernas dislocadas a los lados y la chaqueta rota en la espalda por el combate.

Phury respiró hondo. Había una manera caballerosa de matar al enemigo. En medio de la guerra, había una forma honorable de matar incluso a aquellos que uno odiaba.

Miró a uno y otro lado del callejón y olfateó el aire. No había humanos por allí. Tampoco otros restrictores. Y ninguno de sus hermanos.

Phury se agachó sobre el asesino. Sí, cuando uno vence a sus enemigos, había una cierta manera de comportarse que había que respetar.

Pero esta vez no iba a ser así.

Phury levantó al asesino del cinturón de cuero y el cabello descolorido y lo lanzó de cabeza contra un edificio de ladrillo como si fuese un ariete. Cuando el lóbulo frontal del asesino se hizo pedazos y la columna vertebral le perforó la base del cráneo, se produjo un leve estallido.

Pero el asesino aún no estaba muerto. Para matar a un restrictor había que apuñalarlo en el pecho. Si uno lo dejaba como estaba ahora, el bastardo quedaría en un estado de putrefacción perpetua, hasta que el Omega regresara algún día a por el cuerpo.

Phury arrastró al asesino de un brazo hacia la parte de atrás de un depósito de basura y sacó una de sus dagas. Pero no la usó para apuñalar al desgraciado y devolverlo a su amo. Su rabia, esa emoción que a él no le gustaba sentir, esa fuerza que no permitía que se relacionara con gente o hechos específicos, había comenzado a rugir. Y no había manera de detener sus impulsos.

La crueldad de sus actos manchaba su conciencia. Aunque su víctima era un asesino sin moral que había estado a punto de matar a dos vampiros civiles hacía veinte minutos, lo que Phury estaba haciendo estaba mal. Los civiles estaban a salvo. El enemigo había sido neutralizado. El final debía ser limpio.

Pero Phury no se detuvo.

Mientras que el restrictor aullaba de dolor, Phury no se detuvo, y sus manos y su daga se movían rápidamente sobre la piel y los órganos del asesino, que olían a talco de bebé. Una sangre negra y viscosa se deslizaba por el pavimento, salpicando los brazos de Phury, ensuciando sus botas y sus pantalones de cuero.

A medida que seguía torturándolo, el asesino se convirtió en una especie de máquina para ejercitar su furia y el odio que sentía por sí mismo, un objeto que le permitía fortalecer sus sentimientos. Naturalmente esto le hacía odiarse todavía más, pero no se detuvo. No podía detenerse. Su sangre era como gas propano y sus emociones la llama. La combustión resultaba inevitable después de haberla encendido.

Concentrado como estaba en su macabra tarea, Phury no oyó al otro restrictor acercarse por detrás. Percibió el olor a talco de bebé justo en el momento en que el asesino lo atacó y apenas alcanzó a apartarse del camino del bate de béisbol que iba dirigido a su cabeza.

Enseguida transfirió su rabia del asesino mutilado al que estaba de pie y, con su ADN de guerrero ardiéndole en las venas, atacó. Cogió su daga negra y apuntó al abdomen.

Pero no logró darle a su objetivo. El restrictor le pegó en el hombro con el bate, luego le apuntó a la pierna buena y alcanzó a golpear a un lado de la rodilla. Mientras se caía, Phury se concentró en mantener la daga en la mano, pero el asesino era todo un José Canseco[7] con el bate de aluminio. Soltó otro golpe y la daga salió volando y dando vueltas por el aire hasta que cayó deslizándose por el pavimento mojado.

El asesino saltó sobre el pecho de Phury y lo agarró de la garganta, mientras le apretaba el cuello con una mano tan fuerte como un cable de acero. Phury puso su mano sobre la gruesa muñeca del restrictor al sentir que le faltaba el aire, pero de repente se dio cuenta de que tenía problemas más graves que la hipoxia. El asesino cambió la forma de agarrar el bate y lo fue bajando hasta aferrarlo en su parte central. Con un poder de concentración mortal, levantó el brazo y golpeó a Phury con el mango del bate justo en la cara.

El dolor en la mejilla y el ojo fue como el estallido de una bomba, cuyas esquirlas ardientes rebotaron por todo su cuerpo.

Pero eso fue… curiosamente agradable. El dolor anuló todo lo demás. Lo único que sentía era el dolor que le paralizaba el corazón y las palpitaciones eléctricas que comenzaron a recorrerlo después.

Y a Phury le gustó.

Con el ojo sano, vio que el asesino volvía a levantar el bate, como si fuera un pistón. Pero no se preparó. Sólo observó la cinética en funcionamiento, a sabiendas de que los músculos que había que coordinar para elevar esa pieza de metal brillante iban a apretarse después para volver a descargársela sobre la cara.

«Hora del golpe mortal», pensó vagamente. Lo más probable es que tuviera la cavidad orbital hecha pedazos o, al menos, fracturada. Un golpe más y ya no podría proteger su materia gris.

En ese momento, Phury pensó en el dibujo que había hecho de Bella y vio lo que había reflejado en el papel: Bella sentada a la mesa del comedor, mirando hacia su gemelo, mientras que el amor entre los dos era tan tangible y hermoso como una seda, y tan fuerte y duradero como el acero templado.

Articuló una plegaria por ellos y su retoño en lengua antigua, una que expresaba sus buenos deseos para ellos hasta que se volvieran a encontrar en el más allá, en un futuro muy lejano. «Hasta que volvamos a vivir», terminaba diciendo.

Phury soltó la muñeca del asesino y comenzó a repetir esa frase una y otra vez, mientras se preguntaba vagamente cuál de esas palabras sería la última que diría.

Sólo que el golpe nunca llegó. El asesino desapareció de encima de él, simplemente saltó de su pecho como si fuera una marioneta a la que hubiesen tirado de las cuerdas.

Phury se quedó allí, respirando entrecortadamente, mientras que una serie de gruñidos resonaban en el callejón. Luego se vio un destello de luz. Con las endorfinas en plena actividad, sintió una especie de éxtasis agradable que le hizo brillar con una aparente sensación de bienestar y salud, pero que en realidad era evidencia de que estaba en serios problemas.

¿Acaso ya había pasado el golpe mortal? ¿Acaso ese primer golpe había sido suficiente para causarle una hemorragia cerebral?

Sea como fuere, Phury se sentía bien. A pesar de aquella situación, se sentía bien, así que se preguntó si sería así el sexo. El momento posterior al sexo. Nada más que una placentera relajación.

Pensó en Zsadist, cuando se acercó a él en medio de aquella fiesta, meses atrás, con un maletín en la mano y una espeluznante ansiedad en los ojos. Phury se sintió asqueado por lo que su gemelo necesitaba, pero de todas formas había ido con él al gimnasio a golpearlo una y otra vez.

Ésa no era la primera vez que Zsadist necesitaba ese tipo de alivio.

Phury siempre había detestado darle a su gemelo las palizas que le pedía, y nunca había entendido la razón de ese impulso masoquista, pero ahora podía hacerlo. Esto era fantástico. Nada importaba. Era como si la vida real fuera una tormenta lejana que nunca llegaría hasta él porque estaba fuera de su camino.

La voz de Rhage también llegó desde lejos.

—¿Phury? Ya he llamado para que nos recojan. Tienes que ir a ver a Havers.

Cuando Phury trató de hablar, su mandíbula se negó a moverse, como si alguien le hubiese echado pegamento. Evidentemente, ya se estaba hinchando, así que se conformó con sacudir la cabeza.

La cara de Rhage entró dentro del marco de su imperfecta visión.

—Havers…

Phury volvió a negar con la cabeza. Bella iba a ir esa noche a la clínica a consultar lo de su embarazo. Si ella estaba a punto de tener un aborto, él no quería precipitar las cosas presentándose en ese estado lamentable.

—No… Havers… —dijo con voz ronca.

—Hermano, lo que tienes es más de lo que se puede arreglar con primeros auxilios. —La cara de modelo de Rhage constituía toda una máscara de calma deliberada. Lo que significaba que estaba realmente preocupado.

—A casa.

Rhage soltó una maldición, pero antes de que pudiera presionar más para que fuera a que lo examinara Havers, un coche dobló por el callejón, con las luces delanteras titilando.

—Mierda. —Rhage se puso en movimiento de inmediato y levantó a Phury del pavimento y lo metió detrás del contenedor de basura.

De manera que quedaron al lado del restrictor torturado.

—¿Qué demonios es esto? —dijo Rhage en voz baja, mientras que un Lexus con los guardabarros cromados de cincuenta centímetros pasaba junto a ellos, con música rap a todo volumen.

Cuando se fue, Rhage entrecerró sus ojos color verde azulado.

—¿Has hecho tú esto?

—Una… pelea… fea… Es… todo —susurró Phury—. Llévame a casa.

Mientras cerraba su ojo, Phury se dio cuenta de que había aprendido algo esa noche. El dolor era bueno y si se obtenía en las circunstancias correctas, era menos vergonzoso que la heroína. También era más fácil de conseguir, en la medida en que podía ser un resultado legítimo de su trabajo.

Perfecto.

‡ ‡ ‡

Sentada en el sillón, al otro lado de la cama de su paciente, Jane tenía la cabeza gacha y los ojos cerrados. No podía dejar de pensar en lo que le había hecho a él… y en lo que él había ocasionado como resultado de ello. Lo vio justo en el instante en que llegó al clímax, con la cabeza hacia atrás, los colmillos brillando y su erección sacudiéndose en la mano de ella, mientras comenzaba a jadear y a rugir.

Jane se movió, pues se sentía excitada. Y no precisamente porque la estufa estuviera encendida.

Por Dios, no podía dejar de recrear la escena en su mente, una y otra vez, y se sintió tan mal que tuvo que abrir los labios para respirar. Mientras se encontraba sumergida en esa especie de laberinto, sintió una punzada en la cabeza, como si tuviese el cuello en mala postura, y luego se quedó dormida.

Naturalmente, su subconsciente asumió el control cuando la memoria se desconectó.

El sueño comenzó cuando notó que algo rozaba su hombro, algo cálido y pesado. Jane se sintió aliviada por esa sensación, por la forma en que descendía lentamente por su brazo y su muñeca, hasta su mano. Luego sintió que le cerraban los dedos y se los apretaban y después los extendían para darle un beso en la palma de la mano. Sintió los labios suaves, el aliento tibio y el roce acariciador de… una perilla.

Hubo una pausa, como si estuvieran pidiéndole permiso.

Jane sabía exactamente con quién estaba soñando. Y sabía exactamente lo que iba a suceder en su fantasía si dejaba que las cosas siguieran su curso.

—Sí —susurró en medio del sueño.

Las manos de su paciente subieron por sus pantorrillas y le bajaron las piernas de la silla, luego notó que algo grande y caliente se instalaba entre sus piernas, se metía entre sus muslos y los abría de par en par. Eran las caderas de él y… Ay, Dios, Jane sintió la erección del hombre contra su vagina, el pene rígido haciendo presión a través de los pantalones que tenía puestos. Después se dio cuenta de que le abrían el cuello de la camisa y la boca del hombre llegaba hasta su cuello, sus labios acariciaban la piel de su cuello, y la lamían con delicadeza, mientras que la erección comenzaba un movimiento rítmico hacia delante y hacia atrás. Una mano alcanzó sus senos y luego bajó hasta el vientre. Hasta la cadera y más abajo, y reemplazó la erección.

Mientras Jane gritaba y arqueaba el cuerpo, dos puntas afiladas recorrieron su cuello hasta la base de la mandíbula. Colmillos.

El miedo inundó sus venas. Al igual que una explosión de sexo ultrapoderoso.

Antes de que Jane pudiera distinguir los dos extremos, la boca del hombre abandonó su cuello y llegó hasta sus senos a través de la camisa. Mientras le chupaba los senos, sus manos se deslizaron hasta la vagina y comenzaron a acariciar lo que estaba listo para él, deseoso de él. Jane abrió los labios para respirar y sintió que le metían algo en la boca… un pulgar. Entonces se agarró con desesperación a ese pulgar, chupándolo mientras se imaginaba qué otra parte del hombre podría estar entre sus labios.

Él era el amo de todo, el que dirigía, el que manejaba la maquinaria. Sabía exactamente qué le estaba haciendo, mientras que sus dedos se deslizaban por la tela suave de los pantalones que ella llevaba puestos y sus bragas empapadas para llevarla justo al borde del precipicio.

—Ten un orgasmo para mí, Jane… —dijo una voz, la de él, dentro de su cabeza.

De repente, una luz brillante salió de la nada e iluminó su cara. Jane se puso de pie enseguida, mientras empujaba al paciente con los brazos.

Sólo que él no estaba cerca de ella. Estaba en la cama. Dormido.

Y en cuanto a la luz, provenía del pasillo. Red Sox había abierto la puerta de la habitación.

—Siento despertaros, chicos —dijo—. Tenemos un problema.

El paciente se sentó de un salto y miró a Jane. Tan pronto como sus miradas se cruzaron, ella se sonrojó y desvió los ojos.

—¿Quién? —preguntó el paciente.

—Phury. —Red Sox hizo un gesto con la cabeza hacia el sillón—. Necesitamos un médico. Más o menos, YA.

Jane carraspeó.

—¿Por qué me están mirando a…?

—La necesitamos.

Su primer impulso fue antes muerta que seguir involucrándose con ellos. Pero de inmediato se impuso el médico:

—¿Qué sucede?

—Una cosa realmente fea. Una pelea con un bate de béisbol. ¿Puede venir conmigo?

La voz del paciente se le adelantó y su gruñido dibujó una línea muy clara en la arena.

—Si ella va a algún lado, yo la acompañaré. ¿Tan mal está?

—Le golpearon en la cara. Pinta mal. Se niega a ir a la clínica de Havers. Dice que Bella está allí por lo de su bebé y no quiere preocuparla al presentarse así.

—Ese maldito Phury siempre tiene que ser un héroe. —V miró a Jane—. ¿Nos ayudarás?

Al cabo de un rato, ella se pasó la mano por la cara. Maldición.

—Sí. Lo haré.

‡ ‡ ‡

Cuando John bajó el cañón de la Glock que le habían dado, se quedó mirando hacia el fondo del campo de tiro, hacia el objetivo que estaba a quince metros de distancia. Tras ponerle el seguro, se quedó sin palabras.

—¡Por Dios! —dijo Blay.

En medio de una incredulidad total, John oprimió un botón amarillo que tenía a la izquierda y la hoja de papel de veintiuno por veintisiete centímetros llegó zumbando hasta él, como un perro al que llaman a casa. En el centro, apiñados como el botón de una margarita, había seis tiros perfectos. Diablos. Después de ser un desastre en todo lo que le habían enseñado hasta ahora cuando se trataba de pelear, por fin destacaba en algo.

Bueno, ¿acaso eso no le haría olvidar su dolor de cabeza?

Una mano gigantesca aterrizó sobre su hombro y Wrath dijo con orgullo:

—Lo has hecho estupendamente, hijo. Muy bien.

John estiró el brazo y quitó el blanco del gancho.

—Bien —dijo Wrath—. Eso es todo por hoy. Devolved vuestras armas, chicos.

—Oye, Qhuinn —gritó Blay—. ¿Has visto esto?

Qhuinn le entregó el arma al doggen y se acercó.

—Vaya. Parece un blanco del mismísimo Harry el Sucio.

John dobló la hoja de papel y se la metió en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Mientras devolvía el arma al carrito, trató de encontrar una manera de identificarla, para poder volver a usar la misma pistola en la próxima práctica. Ah… aunque los números de serie habían sido borrados, había una ligera marca en el cañón, una muesca. Estaba seguro de que podría encontrar esa pistola de nuevo.

—Salid —dijo Wrath, recostando su enorme cuerpo contra la puerta—. El autobús está esperando.

Cuando John levantó la vista después de devolver el arma, Lash estaba parado justo detrás de él, amenazador e imponente. Con un movimiento discreto, el muchacho se inclinó y colocó su Glock con el cañón apuntando hacia el pecho de John. Y luego, para ponerle más énfasis a su gesto, puso el índice sobre el gatillo durante un momento.

Blay y Qhuinn llegaron enseguida y le bloquearon el camino. Aunque lo interceptaron con mucha discreción, como si se hubiesen atravesado de casualidad, el mensaje fue claro. Lash se encogió de hombros y tras soltar la pistola, empujó a Blay con el hombro mientras se dirigía a la puerta.

—Imbécil —susurró Qhuinn.

Los tres amigos se dirigieron a los casilleros, donde recogieron sus libros, y después salieron juntos. Como John iba a usar el túnel para regresar a la mansión, se detuvieron delante de la puerta que conducía a la antigua oficina de Tohr.

Mientras que los otros estudiantes pasaban de largo, Qhuinn dijo en voz baja:

—Tenemos que salir esta noche. Ya no puedo esperar más. —Hizo una mueca y se movió en el sitio, como si tuviera papel de lija en los pantalones—. Estoy que me vuelvo loco por estar con una hembra, si sabéis a lo que me refiero.

Blay se sonrojó un poco.

—Yo… Eh, sí, creo que podría tener un poco de acción. ¿John?

Impulsado por su éxito en el campo de tiro, John asintió.

—Bien. —Blay se subió los vaqueros—. Tenemos que ir al Zero Sum.

Qhuinn frunció el ceño.

—¿Qué tal Screamer’s?

—No, yo quiero ir al Zero Sum.

—Bueno. Y podemos ir en tu coche. —Qhuinn miró a John—. John, ¿por qué no te vas en el autobús y te bajas con Blay?

—¿No debería cambiarme de ropa?

—Blay puede prestarte algo. Tienes que estar guapo para el Zero Sum.

De pronto Lash salió de la nada, como un golpe inesperado.

—¿Así que vas a ir al centro, John? Tal vez nos veamos por allí, amigo.

Después de soltar una risita sarcástica se marchó, con el cuerpo tenso y sus inmensos hombros balanceándose como si se dirigiera a una pelea. O como si quisiera estar en una.

—Parece que quieres compañía, Lash —vociferó Qhuinn—. ¡Estupendo, porque si sigues con esta mierda, vas a terminar jodido, amigo!

Lash se detuvo y los miró, mientras que las luces del techo lo iluminaban desde arriba.

—Oye, Qhuinn, saluda a tu padre de mi parte. Siempre me quiso más que a ti. Claro que yo no tengo nada desigual.

Lash se señaló el ojo con el dedo corazón y siguió caminando.

La cara de Qhuinn se endureció como si fuera una estatua.

Blay le puso la mano en la nuca.

—Oye, danos cuarenta y cinco minutos en mi casa, ¿vale? Luego iremos a buscarte.

Qhuinn tardó en responder y, cuando por fin lo hizo, dijo con voz profunda:

—Sí. No hay problema. ¿Me disculpáis un segundo?

Qhuinn puso sus libros en el suelo y regresó a la taquilla. Cuando la puerta se cerró, John preguntó con el lenguaje de signos:

—¿Las familias de Lash y de Qhuinn tienen alguna relación?

—Son primos. Sus padres son hermanos.

John frunció el ceño.

—¿Por qué Lash se señaló el ojo?

—No te preocupes por…

John agarró el antebrazo de su amigo.

—Dímelo.

Blay se tiró de un mechón de su pelo rojo, como si estuviera tratando de inventarse una respuesta.

—Pues… es algo como… El padre de Qhuinn tiene una posición muy importante en la glymera, ¿vale? Al igual que su madre. Pero la glymera es inflexible con los defectos.

Eso fue todo lo que dijo Blay, como si eso explicara la situación.

—No lo entiendo. ¿Qué pasa con su ojo?

—Uno es azul y el otro es verde. Como no son del mismo color, Qhuinn nuca va a poder encontrar esposa… y, ya sabes, su padre siempre se ha sentido avergonzado por eso. Es horrible y ésa es la razón por la que siempre estamos en mi casa. Él necesita alejarse de sus padres. —Blay miró hacia la puerta de la sala de las taquillas, como si estuviera viendo a su amigo—. La única razón por la cual no lo han echado es porque tenían la esperanza de que la transición arreglara el asunto. Por eso tuvo la oportunidad de usar a alguien como Marna. Ella tiene muy buena sangre y me imagino que el plan era que eso ayudara.

—Pero no sirvió.

—No. Probablemente le pedirán que se vaya de la casa en algún momento. Yo ya tengo una habitación lista para él, pero no creo que la use. Es muy orgulloso. Con toda la razón.

John tuvo un pensamiento horrible.

—¿Cómo se hizo ese cardenal? ¿El que tenía en la cara después de la transición?

En ese momento se abrió la puerta de la sala de las taquillas y Qhuinn salió con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Vamos, caballeros? —Después de recoger los libros, siguió fanfarroneando—. Vámonos, antes de que nos quiten a las mejores chicas en el club.

Blay le dio un golpecito en el hombro.

—Adelante, maestro.

Mientras se dirigían al aparcamiento subterráneo, Qhuinn iba adelante, John detrás y por último, Blay.

Cuando Qhuinn desapareció al subir los escalones del autobús, John le dio un golpecito en el hombro a Blay.

—Fue su padre, ¿verdad?

Blay vaciló un momento. Luego asintió con la cabeza.