11
Cuando Jane se despertó, sus vías neuronales parecían luces navideñas baratas, que titilaban débilmente durante un instante y luego se apagaban: registraba algunos sonidos, pero luego éstos se desintegraban para volver a aparecer después. Tenía el cuerpo dolorido, luego se ponía en tensión y sentía un picor. Tenía la boca seca y se sentía demasiado acalorada, pero estaba temblando.
Mientras respiraba profundamente, se dio cuenta de que estaba parcialmente sentada. Y tenía un dolor de cabeza horrible.
Pero había algo que olía muy bien. Por Dios, había un aroma increíble a su alrededor… en parte a tabaco, como el que su padre acostumbraba a fumar, y en parte a exóticas y oscuras especias, como si estuviera en una tienda de esencias indias.
Abrió un ojo. Veía muy mal, probablemente porque no llevaba puestas sus gafas, pero podía ver lo suficiente como para saber que se encontraba en una habitación en penumbra y muy austera, que tenía… Por Dios, libros por todas partes. También descubrió que el sillón en el que estaba sentada estaba al lado de una estufa, lo cual podía explicar el calor que sentía. Además tenía la cabeza torcida, de ahí el dolor de cabeza.
Su primer impulso fue sentarse, pero no estaba sola, así que se quedó quieta: al otro lado de la habitación había un hombre con una melena de muchos colores que se encontraba junto a una cama de gran tamaño sobre la cual había un cuerpo. El hombre estaba ocupado haciendo algo… poniendo un guante en la mano de…
Su paciente. Su paciente era el que estaba sobre la cama, con las sábanas tapándolo hasta la cintura y el pecho desnudo, cubierto por los vendajes de la operación. Por Dios, ¿qué había ocurrido? Jane recordó la operación… y el hecho de que había encontrado una increíble anomalía cardiaca. Luego había tenido una conversación con Manello en la Unidad de Cuidados Intensivos y después… Mierda, había sido secuestrada por el hombre que reposaba en la cama, un dios del sexo y alguien que llevaba una gorra de los Red Sox.
Jane sintió pánico y una buena dosis de rabia, pero sus emociones no parecían causar ninguna reacción en su cuerpo, pues se perdían en el letargo que la cubría por completo. Parpadeó y trató de enfocar la mirada, sin llamar la atención…
De pronto abrió totalmente los ojos.
El tío con la gorra de los Red Sox entró en la habitación con una rubia asombrosamente hermosa a su lado. Se detuvo junto a ella y, aunque no se estaban tocando, resultaba claro que se trataba de una pareja. Aquellos dos se pertenecían el uno al otro.
El paciente habló con voz ronca.
—No.
—Tienes que hacerlo —dijo el Red Sox.
—Tú me dijiste… que me matarías si alguna vez…
—Circunstancias extremas.
—Layla…
—Alimentó a Rhage esta tarde y no podemos traer a otra Elegida hasta aquí sin meternos en líos con la directrix. Y en eso emplearíamos un tiempo que no tienes.
La rubia se acercó a la cama del paciente y se sentó lentamente. Vestida con un traje de pantalón negro, parecía una abogada o una mujer de negocios, pero seguía teniendo un aspecto salvajemente femenino, con ese cabello largo y espléndido.
—Utilízame. —La mujer puso la muñeca sobre la boca del paciente y la mantuvo a milímetros de sus labios—. Aunque sea sólo porque necesitamos que recuperes fuerzas para que puedas ocuparte de él.
No había duda sobre a quién se referían. Red Sox parecía más enfermo que la primera vez que Jane lo había visto y apremiada por su curiosidad médica se preguntó qué implicaría exactamente eso de «ocuparse de él».
Entretanto, Red Sox retrocedió hasta quedar contra la pared. Cruzó los brazos sobre el pecho y se los agarró con fuerza.
—Él y yo ya hemos hablado de esto. Tú has hecho tanto por nosotros… —dijo la rubia con voz suave.
—No… por ti.
—Él está vivo gracias a ti. Y eso es lo único que importa. —La rubia estiró el brazo como si fuese a acariciar el pelo del paciente, pero retiró la mano al ver que él fruncía el ceño—. Déjanos hacer algo por ti. Aunque sea una vez.
El paciente miró hacia el otro extremo de la habitación, a Red Sox. Al ver que éste asentía con la cabeza, soltó una maldición y cerró los ojos. Luego abrió la boca…
¡Por Dios santo! Sus pronunciados caninos se habían alargado. Y aunque antes tenían una punta afilada, ahora parecían unos colmillos de verdad.
Muy bien, era evidente que aquello era un sueño. Sí. Porque eso no les sucedía a los colmillos de la gente que se los afilaba. Nunca.
Cuando el paciente enseñó sus «colmillos», el hombre del cabello de colores se detuvo delante de Red Sox, puso las dos manos contra la pared y se inclinó hacia adelante hasta que sus pechos casi se tocaron.
Pero en ese momento el paciente negó con la cabeza y alejó la boca de la muñeca de la rubia.
—No puedo.
—Yo te necesito —susurró Red Sox—. Estoy enfermo por lo que hago. Te necesito.
El paciente miró fijamente a Red Sox y sus ojos de diamante brillaron con la fuerza del afecto.
—Sólo… por… ti… no por mí.
—Por los dos.
—Por todos —dijo la rubia.
El paciente respiró profundamente y luego —¡Por Dios!— clavó los colmillos en la muñeca de la rubia. La mordedura fue rápida y certera, como la de una cobra, y cuando comenzó a succionar, la mujer dio un salto y luego soltó un suspiro con una expresión que parecía de alivio. Al otro lado de la habitación, Red Sox comenzó a temblar de la cabeza a los pies. Parecía afligido y desesperado, mientras que el del pelo de colores le bloqueaba el paso, sin entrar en contacto con su cuerpo.
El paciente comenzó a mover la cabeza con un ritmo acompasado, como si fuera un bebé que estuviera mamando del pecho de su madre. Pero era imposible que pudiera tomar algo de allí, ¿o sí?
Por supuesto que no podía.
Un sueño. Todo esto era un sueño. Un sueño descabellado. ¿O no? Ay Dios, Jane esperaba que fuera un sueño. De no ser así, estaría atrapada en una especie de pesadilla gótica.
Cuando terminó, el paciente se recostó sobre las almohadas y la mujer se pasó la lengua por el lugar donde había estado la boca del hombre.
—Ahora, descansa —dijo, antes de volverse hacia Red Sox—. ¿Estás bien?
El hombre movió la cabeza hacia delante y hacia atrás.
—Quiero tocarte, pero no puedo. Quiero estar dentro de ti, pero… no puedo.
El paciente habló desde la cama.
—Acuéstate conmigo. Ahora.
—No puedes hacerlo ahora —dijo Red Sox con voz débil.
—Tú lo necesitas ahora. Estoy listo.
—Claro que no. Y además tengo que acostarme. Regresaré más tarde, después de descansar un rato…
La puerta se volvió a abrir, un chorro de luz se proyectó dentro de la habitación desde lo que parecía un corredor y entonces un hombre enorme entró dando grandes zancadas, con un pelo negro que le llegaba a la cintura y gafas oscuras. Aquello no tenía buena pinta. Tenía una expresión de crueldad que sugería que se excitaba torturando a la gente y emanaba una energía que hizo que ella se preguntara si no tendría ganas de matar a alguien en aquel mismo instante. Con la esperanza de no llamar su atención, Jane cerró los ojos y trató de no respirar.
Su voz resonó con la misma fuerza que irradiaba el resto de su persona.
—Si no estuvieras ya en cama, yo mismo te haría pedazos. ¿En qué demonios estabas pensando al traerla a ella aquí?
—Con permiso —dijo Red Sox y se oyó un ruido de pasos y una puerta que se cerraba.
—Te he hecho una pregunta.
—Se suponía que debía venir —dijo el paciente.
—¿Se suponía? ¿Se suponía? ¿Acaso te has vuelto loco?
—Sí… pero no por ella.
Jane abrió un ojo y vio a través de las pestañas que el que parecía un mamut estaba mirando al que tenía la melena fabulosa.
—Quiero a todo el mundo en mi estudio en media hora. Necesitamos decidir qué demonios hacer con ella.
—No… no sin mí… —dijo el paciente. Su tono de voz iba adquiriendo cada vez más fuerza.
—Tú no tienes derecho a voto.
El paciente apoyó las manos contra el colchón y se sentó, aunque el esfuerzo hizo que los brazos le temblaran.
—Yo soy el único que tiene derecho a votar cuando se trata de ella.
El gigante apuntó al paciente con un dedo.
—Al diablo contigo.
De manera brusca, la adrenalina de Jane pareció reaccionar. Sueño o no, su opinión tenía que contar en aquella conversación. Así que se enderezó en la silla y carraspeó.
Todas las miradas se dirigieron hacia ella.
—Quiero salir de aquí —afirmó, con una voz que quería que sonara menos asustada y más autoritaria—. Ahora.
El gigante se llevó la mano al puente de la nariz, se levantó las gafas oscuras y se frotó los ojos.
—Gracias a él, ésa no es una opción en este momento. Phury, por favor encárgate de ella otra vez, ¿quieres?
—¿Me van a matar? —preguntó Jane de manera apresurada.
—No —dijo el paciente—. No te pasará nada. Tienes mi palabra.
Durante una fracción de segundo, Jane le creyó, aunque fuese una locura. No sabía dónde estaba y era evidente que aquellos hombres eran unos matones…
El que tenía la bonita melena se acercó a ella.
—Sólo vas a descansar un rato más.
Los ojos amarillos del hombre se clavaron en los de Jane y de repente se sintió como un televisor desconectado, con el cable arrancado de la pared y la pantalla en blanco.
‡ ‡ ‡
Vishous se quedó mirando a su cirujana, mientras ésta volvía a desmayarse en el sillón que había en el otro extremo de la habitación.
—¿Está bien? —le preguntó a Phury—. No le habrás freído el cerebro, ¿verdad?
—No, pero tiene una mente muy poderosa. Tenemos que sacarla de aquí lo más pronto posible.
La voz de Wrath retumbó en la habitación.
—Nunca debió ser traída aquí.
Vishous volvió a recostarse en la cama lentamente, como si acabaran de golpearlo en el pecho con un ladrillo. No estaba especialmente preocupado por el hecho de que Wrath estuviera furioso. Su cirujana tenía que estar ahí y eso era todo. Pero al menos podía esgrimir alguna razón.
—Ella puede ayudarme a recuperarme. Havers es complicado debido al asunto de Butch.
Wrath lo miró fijamente a través de sus oscuras gafas.
—¿Crees que va a querer ayudarte después de secuestrarla? El juramento hipocrático no llega tan lejos.
—Soy suyo. —V frunció el ceño—. Me refiero a que va a cuidarme porque ella fue la que me operó.
—Eso son palos de ciego para justificar…
—¿De verdad crees eso? Acaban de hacerme una operación a corazón abierto porque recibí un balazo en el pecho. A mí no me parecen palos de ciego. ¿Quieres arriesgarte a que haya una complicación?
Wrath miró a la cirujana y volvió a frotarse los ojos.
—Mierda. ¿Durante cuánto tiempo?
—Hasta que esté mejor.
El rey volvió a ajustar las gafas sobre su nariz.
—Recupérate pronto, hermano. La quiero sin recuerdos de todo esto y fuera de aquí.
Wrath salió de la habitación y cerró la puerta con fuerza.
—Eso ha salido bien —le dijo V a Phury.
Con su tono conciliador, Phury murmuró algo acerca de que todo el mundo estaba bajo mucha presión, blablablá, y luego se dirigió hasta el escritorio para cambiar de tema. Regresó al pie de la cama con un par de porros, uno de los mecheros de V y un cenicero.
—Sé que querrás uno de estos. ¿Qué tipo de suministros necesitará para curarte?
V hizo una lista con lo primero que se le ocurrió. Con la sangre de Marissa corriendo por sus venas, iba a estar de pie muy rápido, pues su linaje era casi puro: acababa de llenar el tanque con una gasolina de excelente calidad.
Sin embargo, el asunto era que no le interesaba sanar tan rápido.
—También va a necesitar un poco de ropa —dijo V—. Y comida.
—Yo me ocuparé de eso. —Phury se dirigió a la puerta—. ¿Quieres algo de comer?
—No. —Justo cuando Phury salió al pasillo, V agregó—: ¿Le echas un vistazo a Butch?
—Claro.
Cuando Phury se hubo marchado, V se quedó mirando a la humana. No era una mujer muy bonita, aunque sí atractiva. Tenía la cara cuadrada y sus rasgos eran casi masculinos: no tenía los labios prominentes, ni espesas pestañas, ni cejas arqueadas y femeninas. Y tampoco había unos pechos muy grandes debajo de la bata de médico que llevaba encima, ni muchas curvas, hasta donde podía ver.
Sin embargo, V la deseaba como si ella fuera una reina de belleza desnuda que estuviera ansiosa por aparearse.
«Mía». V movió las caderas y sintió una corriente de energía que se dispersó por debajo de su piel, aunque no había manera de que tuviera fuerzas para copular.
Dios, la verdad es que no estaba arrepentido de haberla secuestrado. De hecho, aquello estaba predestinado. Justo cuando Butch y Rhage aparecieron en la habitación del hospital, V tuvo una visión, la primera que tenía en varias semanas. Vio a su cirujana de pie en el umbral, enmarcada por una extraordinaria luz blanca. Ella le llamaba con una amorosa expresión en su rostro, atrayéndolo hacia un pasillo. La amabilidad con que se dirigía a él era tan cálida y suave como la piel, tan acariciadora como el agua, tan fuerte como la luz del sol que ya nunca veía.
Sin embargo, aunque no sentía remordimiento alguno, no podía evitar un sentimiento de culpabilidad ante la rabia que reflejaba el rostro de la mujer cuando recuperó el sentido. Gracias a su madre, él detestaba que lo obligaran a hacer cualquier cosa, y eso era precisamente lo que acababa de hacerle a la persona que le había salvado la vida.
Mierda. V se preguntó qué habría hecho si no hubiese tenido esa visión, si no tuviera que arrastrar la maldición de ver el futuro. ¿La habría dejado allí? Sí. Claro que la habría dejado en el hospital. Aunque la palabra mía le estuviera dando vueltas en la cabeza, él la habría dejado quedarse en su mundo.
Pero la maldita visión había sellado el destino de la mujer.
V recordó el pasado. Su primera visión…
‡ ‡ ‡
Saber leer y escribir no era algo muy valioso en el campamento de guerreros, pues eso no servía para matar.
Vishous aprendió a leer la lengua antigua sólo porque uno de los soldados había recibido un poco de educación y estaba encargado de llevar un registro muy rudimentario de las cosas del campamento. El hombre era muy descuidado y le aburría el trabajo, así que V se ofreció a hacerlo por él con tal de que le enseñara a leer y escribir. Era un intercambio perfecto. A V siempre le había fascinado la idea de que uno pudiera reducir un suceso a una página y convertirlo en algo permanente y no transitorio. En algo eterno.
Aprendió rápido y luego registró el campamento de arriba abajo buscando libros y encontró algunos en lugares remotos y olvidados: debajo de armas estropeadas e inservibles o en tiendas abandonadas. Recogió todos esos tesoros encuadernados en cuero y los escondió en el último rincón del campamento, donde estaban guardadas las pieles de los animales. Ningún soldado iba nunca allí, pues era territorio femenino, y las mujeres sólo iban de vez en cuando, cuando necesitaban un par de pieles para hacer ropa o mantas. Y aparte de que era un lugar seguro para los libros, también era el sitio perfecto para leer, pues el techo de la caverna descendía un poco y el suelo era de piedra: se podía oír de inmediato si alguien se acercaba, pues tenían que ponerse a cuatro patas para aproximarse al lugar donde él se encontraba.
No obstante, había un libro para el cual ni siquiera aquel escondite era suficientemente seguro.
El tesoro más valioso de su pequeña colección era un diario escrito por un macho que había estado en el campamento hacía treinta años. Tenía un origen aristocrático, pero terminó en el campamento, recibiendo entrenamiento, debido a una tragedia familiar. El diario estaba escrito con una hermosa caligrafía, contenía palabras altisonantes de las cuales V apenas podía adivinar el significado y abarcaba tres años de la vida del hombre. El contraste entre las dos partes, aquella que detallaba los sucesos ocurridos antes de llegar al campamento y la que relataba los hechos posteriores, era enorme. Al principio la vida del hombre estaba regida por el glorioso ir y venir del calendario social de la glymera, lleno de bailes y mujeres adorables y modales refinados. Luego todo eso había acabado. La desesperación, el mismo sentimiento que marcaba la vida de Vishous, teñía todas las páginas que describían la vida del hombre tras el momento en que todo había cambiado, justo después de su transición.
Vishous solía leer y releer el diario y se sentía identificado con la tristeza del escritor. Y después de cada lectura, solía cerrar la tapa y pasar los dedos por encima del nombre grabado en el cuero.
DARIUS, HIJO DE MARKLON.
V se preguntaba con frecuencia qué habría ocurrido con aquel hombre. Las entradas terminaban un día en que no ocurrió nada particularmente significativo, así que era difícil saber si había muerto en un accidente o se había marchado. V esperaba poder averiguar algún día cuál había sido el destino del guerrero, suponiendo que él mismo lograra vivir lo suficiente como para salir del campamento.
Perder el diario le haría enloquecer, así que V lo mantenía en un lugar al que ningún alma se acercaba nunca. Antes de que el campamento se estableciera allí, la cueva había sido habitada por una especie de hombres primitivos que dejaron algunos dibujos pintados en las paredes. Las borrosas representaciones de bisontes y caballos y manos y ojos eran vistas por los soldados como algo maligno y todos las evitaban. Con el fin de aislarlas, se construyó una división delante de esa zona de las paredes de la caverna y aunque los dibujos podrían haber sido tapados completamente con pintura, Vishous sabía la razón por la cual su padre había decidido conservarlos. El Sanguinario quería que el campamento viviera siempre en medio de un ambiente de zozobra, así que solía amenazar a los soldados y a las mujeres por igual con la idea de que los espíritus de esos animales pudieran tomar posesión de ellos, o que las imágenes de esos ojos y esas huellas de manos podrían cobrar vida a través del fuego y la ira.
A V no le atemorizaban los dibujos, sino que le encantaban. La simplicidad animal del diseño tenía fuerza y gracia, y le gustaba poner sus propias palmas contra las huellas de las manos. De hecho, era un gran consuelo saber que había gente que había vivido allí antes que él. Tal vez ellos habían tenido más suerte.
V escondió el diario entre dos de los bisontes más grandes, en una hendidura que ofrecía un escondite lo suficientemente ancho y profundo. Durante el día, cuando todos estaban reposando, se metía detrás del muro de separación y los ojos le brillaban mientras leía hasta aliviar su soledad.
Después de encontrarlos, V tuvo apenas un año para disfrutar de sus libros, antes de que se los destruyeran. Sus únicos placeres fueron quemados, tal y como siempre temió que sucediera. Y no hay que pensar mucho para saber quién fue.
Llevaba varias semanas sintiéndose enfermo, debido a la proximidad de su transición, aunque V no lo sabía en ese momento. Sin poder dormir, se levantó y se dirigió sigilosamente hasta el escondite, y allí se entretuvo con un volumen de historias de hadas. Pero se quedó dormido con el libro sobre el regazo.
Cuando se despertó, un pretrans estaba a su lado. El chico era uno de los más agresivos y tenía una mirada hosca y un cuerpo fibroso.
—¡Mira cómo haraganeas mientras que el resto de nosotros estamos trabajando! —dijo el chico con una risita—. Y eso que tienes en la mano, ¿acaso es un libro? Tal vez deberíamos entregarlo, pues te distrae de tus tareas. Yo podría conseguir más cosas que echarme a la panza si lo hiciera.
Vishous empujó su montón de libros detrás de las pieles y se puso de pie, sin decir nada. Estaba dispuesto a pelear por sus libros, de la misma forma que peleaba por los restos de comida para llenar el estómago o los harapos con los que cubría su piel. Y el pretrans que tenía delante pelearía por el privilegio de exponer los libros prohibidos. Siempre era así.
El chico se lanzó contra él rápidamente y arrojó a V contra la pared de la caverna. Aunque le dolió la cabeza a causa del golpe y se quedó sin aire, V devolvió el ataque y golpeó a su oponente en la cara con el libro. Cuando el otro pretrans se levantó, V volvió a golpearle, una y otra vez. Le habían enseñado a usar cualquier arma que tuviera a su disposición, pero mientras obligaba al otro joven a quedarse en el suelo, sentía ganas de llorar por el hecho de estar usando una cosa tan preciosa para hacerle daño a alguien. Sin embargo, tenía que continuar. Si perdía la ventaja que había ganado, recibiría una paliza y perdería los libros antes de que pudiera trasladarlos a otro escondite.
Al final el otro muchacho se quedó inmóvil en el suelo, con la cara hinchada y hecha un desastre, y la respiración entrecortada, mientras V lo tenía agarrado de la garganta. Del libro de historias de hadas se deslizaban gotas de sangre y la encuadernación de cuero se había desprendido del lomo.
Sucedió en los minutos posteriores a la pelea. V sintió un extraño cosquilleo que bajó por su brazo y se dispersó por la mano con la que mantenía a su oponente contra el suelo. Luego se produjo una misteriosa sombra, creada por la luz brillante que brotaba de la palma de V. Enseguida, el pretrans que estaba debajo de él comenzó a convulsionar, moviendo los brazos y las piernas contra el suelo de piedra, como si todo su cuerpo estuviera bajo el influjo de un dolor insoportable.
V lo soltó y se quedó mirando su mano con horror.
Cuando volvió a mirar al chico, una visión le golpeó con la fuerza de un puño y lo dejó aturdido y ciego. Como si fuera un borroso espejismo, V vio la cara de su oponente en medio de un terrible viento, con el pelo hacia atrás y los ojos fijos en un punto lejano. Tras él se veían piedras como las que se encuentran en la montaña y la luz del sol brillaba sobre ellas y el cuerpo inmóvil del pretrans.
Muerto. El chico estaba muerto.
De repente el pretrans murmuró algo:
—Tu ojo… tu ojo… ¿qué ha sucedido?
Las palabras salieron de la boca de V antes de que pudiera detenerlas:
—La muerte te sorprenderá en la montaña, y cuando el viento sople sobre ti, te arrastrará con él.
Una exclamación hizo que V levantara la cabeza. Una de las mujeres estaba cerca y su rostro tenía una expresión de horror, como si él estuviera hablando con ella.
—¿Qué está pasando ahí? —se oyó vociferar a alguien.
V saltó de encima del pretrans para alejarse de su padre, sin perderlo de vista. El Sanguinario estaba de pie, con los pantalones abiertos, lo cual mostraba con claridad que acababa de follar con una de las mujeres de la cocina. Y explicaba por qué estaba en esa zona del campamento.
—¿Qué tienes en la mano? —preguntó el Sanguinario, mientras se acercaba a V—. Dámelo ahora mismo.
Ante la ira de su padre, V no tuvo más opción que entregar el libro. El Sanguinario lo agarró y lanzó una maldición.
—Sólo usaste esto sabiamente cuando golpeaste a ese otro chico con él. —El Sanguinario entrecerró sus ojos astutos, mientras se fijaba en la forma de las pieles en el lugar donde V había estado recostado—. Has estado haraganeando aquí encima de esas pieles, ¿no es así? Pasas mucho tiempo aquí.
Al ver que V no respondía, su padre se acercó otro paso.
—¿Qué haces aquí? ¿Leer otros libros? Creo que sí, y creo que debes entregármelos de inmediato. Tal vez a mí también se me antoje leer, en lugar de ocuparme de mis tareas.
V vaciló… y recibió una bofetada tan fuerte que lo tumbó contra las pieles. Al inclinarse hacia atrás, hacia las pieles, acabó arrodillado ante el resto de sus libros. La sangre que le goteaba de la nariz manchó la tapa de uno de ellos.
—¿Tendré que golpearte de nuevo? ¿O me darás lo que te he pedido? —La voz del Sanguinario tenía un tono de aburrimiento, como si cualquiera de los dos resultados fuera aceptable, pues los dos le harían daño a V y le producirían satisfacción a él.
V sacó su mano y acarició una de las suaves tapas de cuero. Sintió que el pecho le rugía de dolor al despedirse de su tesoro, pero las emociones eran tan inútiles, ¿no es así? Aquellos objetos que él tanto quería estaban a punto de ser destruidos de alguna manera y eso iba a pasar en aquel preciso instante, independientemente de lo que pudiera hacer. Era como si ya no existieran.
V miró al Sanguinario por encima del hombro y vio una verdad que cambió su vida: su padre iba a destruir cualquier cosa o a cualquier persona a la que V se acercara en busca de consuelo. Ya lo había hecho innumerables veces y de innumerables maneras antes, y seguiría haciéndolo. Aquellos libros y aquel episodio no serían más que una huella en un interminable camino que acabaría por conocer muy bien.
Darse cuenta de eso hizo que todo el dolor de V desapareciera. Como por arte de magia. Para él, establecer una conexión emocional con otra cosa era inútil, pues ahora sólo podía ser una fuente de dolor cuando esa cosa le era arrancada. Así que ya no se apegaría a nada, ya no sentiría nada.
Vishous recogió los libros que había acunado en sus manos durante horas y horas y se encaró a su padre. Entregó lo que había constituido su salvavidas, sin sentir ningún dolor o apego por los libros. Era como si nunca antes los hubiese visto.
El Sanguinario no cogió lo que V le ofrecía.
—¿Me estás entregando esto a mí, hijo mío?
—Sí.
—Conque sí… hummm. ¿Sabes? Tal vez no me guste leer, después de todo. Tal vez prefiera combatir como lo hacen los machos. Por mi especie y mi honor. —El Sanguinario estiró uno de sus brazos enormes y señaló uno de los fogones de la cocina—. Llévalos allí y quémalos. Como estamos en invierno, el calor que generen será bueno.
El Sanguinario entrecerró los ojos al ver que V llevaba tranquilamente los libros hacia la cocina y los arrojaba a las llamas. Cuando dio media vuelta y volvió a quedar frente a su padre, el hombre lo estaba estudiando cuidadosamente.
—¿Qué fue lo que el muchacho dijo acerca de tu ojo? —murmuró el Sanguinario—. Creo haber oído algo sobre tu ojo.
—Dijo: «Tu ojo, tu ojo, ¿qué ha sucedido?» —respondió V con indiferencia.
En el silencio que siguió, la sangre siguió cayendo de la nariz de V y formó un chorrito cálido que atravesó sus labios y siguió bajando hasta la barbilla. Le dolía el brazo por los golpes que había dado y la cabeza. Sin embargo, nada de eso parecía molestarlo. Parecía protegido por la energía más extraña.
—¿Sabes por qué dijo eso el muchacho?
—No.
Él y su padre se quedaron mirándose fijamente, mientras un grupo de curiosos se reunía a su alrededor.
Luego el Sanguinario dijo a los que le rodeaban:
—Parece que a mi hijo le gusta leer. Como deseo estar bien enterado de los intereses de mi descendencia, quiero que se me informe si alguien lo ve leyendo. Eso será considerado un favor personal y quien lo haga se ganará una bonificación. —El padre de V se dio la vuelta, agarró a una mujer por la cintura y la arrastró hacia el fuego principal—. ¡Y ahora, ejercitémonos un poco, soldados míos! ¡Al foso!
Enseguida se oyó un grito de júbilo entre los machos y la multitud se dispersó.
Mientras los veía marcharse, V se dio cuenta de que no sentía odio. Por lo general, cuando su padre le daba la espalda, Vishous daba rienda suelta al desprecio que sentía por él. Pero ahora no sintió nada. Fue igual que cuando miró los libros, antes de entregarlos. No sintió… nada.
V bajó la vista hacia el muchacho al que había golpeado.
—Si vuelves a acercarte a mí, voy a romperte las dos piernas y los dos brazos y me aseguraré de que nunca más vuelvas a ver bien. ¿Está claro?
El muchacho sonrió, aunque tenía la boca hinchada como si lo hubiese picado una abeja.
—¿Qué sucederá si yo paso primero por la transición?
V apoyó las manos sobre las rodillas y se inclinó hacia delante.
—Soy el hijo de mi padre. Y por tanto, soy capaz de hacer cualquier cosa. Independientemente de mi tamaño.
El chico abrió los ojos, pues sin duda la verdad era obvia: con esa sensación de desapego que revestía ahora a Vishous, no había nada que no fuera capaz de hacer, ningún trabajo que no pudiera lograr, ningún medio al que no recurriera para alcanzar sus propósitos.
Era como siempre había sido su padre; debajo de su piel no había nada más que un ser despiadado y calculador. El hijo había aprendido su lección.