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—N

o, gracias —dijo Richard en tono firme—, a pesar de que me encantaría tener la oportunidad de invitarte a una pizza y ver cómo te la comes, Dirk, quiero irme derecho a casa. Tengo que ver a Susan. ¿Es eso posible, Reg? ¿Derecho a mi casa? La semana que viene tengo que acercarme a Cambridge a recoger el coche.

—Ya hemos llegado —anunció Reg—. No tienes más que salir por la puerta y estarás en casa. Será la primera hora de la tarde del viernes.

—Gracias. Bueno, Dirk, ya nos veremos, ¿vale? ¿Te debo algo? No sé.

Dirk desechó el asunto con un leve gesto.

—Ya tendrás noticias de miss Pearce a su debido tiempo —le indicó.

—Bueno, muy bien, ya te veré cuando haya descansado un poco. Todo ha sido, bueno, inesperado.

Se dirigió a la puerta y la abrió. Luego se volvió, como si acabara de ocurrírsele algo.

—Reg, ¿podríamos desviarnos un poco? Creo que sería una buena iniciativa si invitara a cenar a Susan esta noche, sólo que en el sitio que estoy pensando se necesita hacer reserva. ¿Podrías conseguirme tres semanas?

—Nada más fácil. Ya sabes dónde está el teléfono.

Richard se precipitó escaleras arriba, entró en la habitación de Reg y telefoneó a L’Esprit d’Escalier. El maître dijo que se sentía honrado y encantado de tomar nota de su reserva y que esperaba verle dentro de tres semanas. Richard bajó las escaleras maravillado, meneando la cabeza.

—Necesito un fin de semana de realidad palpable —dijo—. ¿Qué era eso que ha salido por la puerta?

—Eso era tu sofá, que lo van a entregar a domicilio. El mozo de cuerda preguntó si nos importaba que abriera la puerta para dar la vuelta al mueble, y le dijimos que estaríamos encantados de que lo hiciese.

Sólo unos minutos después, Richard estaba subiendo las escaleras de la casa de Susan. Al llegar a la puerta le agradó, como siempre, oír los graves tonos del violonchelo. Entró sin hacer ruido, y al llegar a la sala de música se quedó paralizado de asombro. La melodía que tocaba Susan la había oído antes. Unas armonías que se aceleraban, que se hacían más lentas, que empezaban a girar con mayor dificultad…

Tenía una expresión de tanta perplejidad que Susan dejó de tocar nada más verle.

—¿Qué te pasa? —preguntó alarmada.

—¿De dónde has sacado esa música? —murmuró Richard.

—Pues de la tienda de música —contestó ella, encogiéndose de hombros.

No quería ser sarcástica, simplemente no entendía la pregunta.

—¿Qué es?

—Es de una cantata que voy a tocar dentro de un par de semanas —contestó ella—. Bach, número seis.

—¿Quién la compuso?

—Pues Bach, supongo. Si se piensa un poco.

—¿Quién?

—Fíjate en mis labios. Bach. B-A-CH. Johannes Sebastian. ¿Recuerdas?

—No. Nunca he oído hablar de él. ¿Quién es? ¿Compuso algo más?

Susan dejó el arco, colocó el violonchelo, se levantó y se acercó a él.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Pues es difícil saberlo. ¿Qué es…?

Vio la pila de libros de música que había en un rincón del cuarto. En la partitura de arriba había el mismo nombre escrito. BACH. Se precipitó hacia el montón y rebuscó en él. Uno tras otro, todos eran del mismo: J. S. BACH. Sonatas para violonchelo. Conciertos de Brandenburgo. Misa en si menor.

Alzó la vista hacia ella con absoluta perplejidad.

—Nunca he visto nada de esto —explicó.

—Pero Richard, cariño —protestó ella, acariciándole la mejilla—. ¿Qué demonios te pasa? No son más que partituras de Bach.

—¿Pero es que no lo comprendes? —insistió él, agitando un puñado de partituras—. ¡Nunca jamás he visto nada de esto!

—Bueno —repuso ella con burlona seriedad—, si no te pasaras el tiempo en el ordenador jugando a hacer música…

La miró sorprendido, luego se sentó con la espalda contra la pared y empezó a reírse histéricamente.

El lunes por la tarde, Richard telefoneó a Reg.

—¡Felicidades, Reg! Su teléfono funciona.

—¡Ah, sí, querido amigo! —repuso Reg—. Cuánto me alegro de oírte. Sí, hace poco vino un joven muy mañoso y me lo arregló. No creo que vuelva a estropearse. Son buenas noticias, ¿no te parece?

—Muy buenas. Entonces, ¿llegó usted sin novedad?

—Pues sí, gracias. Bueno, pasamos un rato divertido aquí arriba después de dejarte. ¿Te acuerdas del caballo? Pues volvió a presentarse con el dueño. Habían tenido un desgraciado encuentro con la policía y deseaban volver a su casa. Tanto mejor. Me pareció un tipo peligroso para dejarle suelto por ahí. Muy bien. Y tú, ¿qué tal estás?

—Reg… La música.

—Ah, sí. Pensé que te gustaría. Me costó bastante trabajo, te lo aseguro. Sólo salvé una mínima parte, claro, pero aun así hice trampa. Era bastante más de lo que una sola persona podía hacer en la vida, pero supongo que nadie investigará seriamente esa cuestión.

—Reg, ¿podemos conseguir un poco más de esa música?

—Pues no. La nave se ha marchado, y además…

—Podríamos viajar en el tiempo.

—No, ya te lo he dicho. Han arreglado el teléfono de manera que ya no vuelva a estropearse.

—¿Y qué?

—Que la máquina ya no funciona. Se ha quemado. Está tan agotada como un dodo. Me temo que no hay nada que hacer. Pero quizá sea mejor así, ¿no te parece?

El lunes, la señora Sauskind llamó a la Agencia de investigaciones holísticas de Dirk Gently para quejarse de la factura.

—No entiendo a qué viene todo esto, es completamente absurdo. ¿Qué significa?

—Mi querida señora Sauskind —repuso Dirk—, apenas puedo explicarle lo mucho que he esperado volver a hablar de este tema con usted. ¿Por dónde empezamos hoy? ¿Qué punto le gustaría discutir en concreto?

—Ninguno, se lo agradezco mucho, míster Gently. No sé quién es usted ni por qué piensa que mi gato ha desaparecido. Hace dos años que mi querido Roderick falleció y no tengo ningún deseo de reemplazarlo.

—Ah, entonces, señora Sauskind, lo que probablemente no entienda es que una consecuencia directa de mis esfuerzos… Si pudiera explicarle la interrelación de todas…

Se interrumpió. Era inútil. Colgó despacio el teléfono.

—¡Miss Pierce! —gritó—. Por favor, envíe una factura revisada a la señora Sauskind. La nueva factura debe llevar la siguiente mención: «Por salvar a la raza humana de su extinción, no se le cobran honorarios».

Se puso el sombrero y dio por terminada la jornada.

… Continuará