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Richard nunca le había sido simpático Michael Wenton-Weakes, y con un fantasma en su interior le caía aún peor. No sabría decir el porqué, no tenía nada en contra de los fantasmas, no creía que pudiera juzgarse adversamente a una persona sólo por el hecho de que estuviera muerta, pero… no le gustaba.
Sin embargo, resultaba difícil no sentir cierta compasión por él.
Michael se sentó con aire afligido en un taburete con el codo apoyado en la mesa y la cabeza descansando en la mano. Estaba demacrado y tenía un aspecto enfermizo. Parecía enormemente cansado. Ofrecía una imagen patética. Su narración había sido desgarradora, y concluyó con sus esfuerzos de poseer primero a Reg y luego a Richard.
—Tenías razón. Completamente —dijo a Dirk.
El detective hizo una mueca, como si tratara de no esbozar demasiadas sonrisas de triunfo en un solo día.
La voz era la de Michael, pero no del todo. A lo largo de más o menos un billón de años de aislamiento y pavor, la voz había cobrado un timbre especial, que era lo que ahora llenaba a sus oyentes del espanto y aturdimiento que se apodera de la mente y el estómago de quien se asoma de noche a un abismo.
Observó a Reg y luego a Richard, y el efecto de sus ojos también suscitaba piedad y horror. Richard tuvo que desviar la mirada.
—Debo una disculpa a ustedes dos —dijo el espíritu que habitaba el cuerpo de Michael—, que les presento desde lo más profundo de mi corazón, y confío en que cuando lleguen a comprender lo desesperado de mi situación y la esperanza que me brinda esa máquina, también entenderán por qué he obrado de esa manera y encontrarán motivos para perdonarme. Y ayudarme. Se lo ruego.
—Dele un whisky a este hombre —dijo Dirk, con aspereza.
—No tengo whisky —repuso Reg—. ¿Oporto? Humm. Hay una botella de Margaux que puedo abrir. Espléndida. Hay que ponerla a la temperatura ambiente durante una hora, pero se puede hacer, es muy fácil, yo…
—¿Me ayudarán? —interrumpió el fantasma.
Reg se apresuró a buscar el oporto y unas copas.
—¿Por qué ha tomado posesión del cuerpo de este hombre? —inquirió Dirk.
—Debo tener una voz con que hablar y un cuerpo para actuar. A él no le ocurrirá ningún daño, ningún daño…
—Permítame repetirle la pregunta. ¿Por qué se ha apoderado del cuerpo de este hombre? —insistió Richard.
El fantasma hizo que el cuerpo de Michael se encogiera de hombros.
—Porque estaba dispuesto. Estos dos caballeros, muy comprensiblemente, se resistieron a…, bueno, a que los hipnotizasen. Su analogía es acertada. ¿Este? Pues creo que su sentido de la propia identidad está muy debilitado, y ha consentido. Le estoy muy agradecido y no le causaré daño alguno.
—Su sentido de la propia identidad está muy debilitado —repitió Dirk con aire pensativo.
—Supongo que es cierto —dijo Richard a Dirk, en voz baja—. Anoche parecía muy deprimido. Le quitaron lo único que le importaba porque, en realidad, no lo hacía muy bien. Aunque es orgulloso, quizá se mostrase muy receptivo ante la idea de que se le necesitara para algo.
—Humm —dijo Dirk, y lo repitió.
Volvió a decirlo por tercera vez, con sentimiento. Luego giró sobre sus talones y gritó al que estaba sentado en el taburete.
—¡Michael Wenton-Weakes!
Michael volvió la cabeza bruscamente y pestañeó.
—¿Sí? —dijo con su lúgubre voz habitual. Sus ojos seguían los movimientos de Dirk.
—¿Me oyes, puedes responderme por ti mismo? —le preguntó Dirk.
—Pues sí —contestó Michael—. Claro que sí.
—Ese ser…, ese espíritu. ¿Sabes que está en tu interior? ¿Aceptas su presencia? ¿Estás dispuesto a participar en lo que pretende hacer?
—Exactamente. Me conmovió mucho su historia, y estoy de acuerdo en ayudarle. En realidad, creo que está bien que lo haga.
—De acuerdo —dijo Dirk, chasqueando los dedos—. Puedes marcharte.
La cabeza de Michael se inclinó de pronto hacia adelante y al cabo de un momento volvió a erguirse despacio, como si hubiesen inflado un neumático. El fantasma había vuelto a tomar posesión de él.
Dirk cogió una silla, le dio la vuelta y se sentó en ella a horcajadas mirando fijamente a los ojos del fantasma que poseía a Michael.
—Otra vez —le dijo—, cuéntemelo otra vez. Un relato rápido, resumido.
El cuerpo de Michael se puso ligeramente en tensión. Alargó una mano y tocó el brazo de Dirk.
—¡No me toque! —saltó Dirk—. Sólo cuénteme los hechos. En cuanto trate de hacerme sentir compasión por usted, le daré un puñetazo en un ojo. O mejor dicho, en el ojo que ha pedido prestado. Así que olvídese de esa historia que parece sacada de…, hummm…
—De Coleridge —dijo Richard—. Parece sacada exactamente de Coleridge. Se parecía a la Balada del viejo marinero. Bueno, había trozos de ese poema.
—¿Coleridge? —repitió Dirk, frunciendo el ceño.
—Intenté contarle mi historia —admitió el fantasma—. Yo…
—Lo siento, tendrá que excusarme —dijo Dirk—, hasta ahora nunca había interrogado a un fantasma de cuatro billones de años. ¿Estamos hablando de Samuel Taylor? ¿Quiere decir que contó su historia a Samuel Taylor Coleridge?
—Podía penetrar en su mente en… determinados momentos. Cuando se encontraba en un estado impresionable.
—¿Se refiere a cuando había tomado láudano? —le preguntó Richard.
—Exacto. Entonces estaba más distendido.
—Ya lo creo —rio Reg—. Le vi algunas veces en una situación asombrosamente distendida. Bueno, voy a hacer café.
Desapareció en la cocina, donde empezó a reírse solo.
—Estoy en otro mundo —murmuró Richard para sí, sentándose y meneando la cabeza.
—Pero lamentablemente, cuando estaba en plena posesión de sí mismo, por así decirlo, me resultaba imposible —prosiguió el fantasma—. Así que con él falló la cosa. Y lo que escribió es muy confuso…
—Habría que discutirlo —dijo Richard para sí, enarcando las cejas.
—Profesor —dijo Dirk en voz alta—, esto quizá le parezca ridículo, pero ¿intentó alguna vez Coleridge… utilizar su máquina del tiempo? Puede usted debatir la cuestión a su gusto, del modo que le parezca.
—Pues vino una vez y se puso a husmear, ¿sabes? —dijo Reg, asomando la cabeza por la puerta de la cocina—, pero creo que se encontraba en un estado demasiado distendido para hacer nada.
—Entiendo —repuso Dirk quien, volviéndose de nuevo hacia la extraña figura de Michael desplomado en el taburete, preguntó—: Pero ¿por qué ha tardado tanto en encontrar a alguien?
—Durante períodos muy prolongados soy muy débil, casi absolutamente inexistente, e incapaz de ejercer influencia alguna sobre nadie. Y además, en aquella época todavía no había máquina del tiempo, claro, y… ninguna esperanza para mí.
—Quizá los fantasmas existan como configuraciones de ondas —sugirió Richard—, como formas de interferencia entre lo real y lo posible. Habría crestas y senos irregulares, como en una onda musical.
El fantasma fijó los ojos de Michael en Richard.
—Usted… —dijo—, usted escribió aquel artículo…
—Pues…, sí.
—Me emocionó mucho —confesó el fantasma en su tono de contrita añoranza que, por su carácter repentino, pareció sorprender tanto a él como a sus oyentes.
—Ah, bueno. Pues gracias. La última vez que lo mencionó no le había gustado tanto. Bueno, ya sé que en realidad no era usted…
Richard se recostó en el asiento, frunciendo el ceño.
—Así que, volviendo al principio —dijo Dirk.
El fantasma hizo que Michael contuviese el aliento y empezase de nuevo:
—Estábamos en una nave.
—En una nave espacial.
—Sí. Habíamos salido de Salaxala, un mundo en…, bueno, muy lejos de aquí. Un lugar agitado y violento. Un grupo de unas nueve docenas de nosotros salimos, como suele hacerse en estos casos, a buscar un nuevo planeta donde vivir. Ninguno de los mundos de este sistema era adecuado para nuestros propósitos, pero nos paramos aquí para abastecernos de algunos minerales necesarios. Lamentablemente, nuestra nave de desembarco se averió al atravesar la atmósfera. Sufrió bastantes daños, pero podían repararse.
—Yo era el ingeniero de a bordo y a mí me correspondía la tarea de supervisar la reparación de la nave y prepararla para volver a nuestra nave nodriza. Y ahora, para entender lo que pasó a continuación, deben conocer algunas características de una sociedad altamente automatizada. Todo trabajo puede efectuarse mejor con la ayuda de una informatización avanzada. Y había algunos problemas muy concretos vinculados a un viaje con un objetivo como el nuestro…
—¿Y cuál era? —preguntó bruscamente Dirk.
El fantasma de Michael pestañeó como si la respuesta fuese evidente.
—Pues encontrar un mundo nuevo y mejor en el cual todos pudiéramos vivir en paz, libertad y armonía para siempre. Por supuesto.
Dirk enarcó las cejas.
—Ah, ya —dijo—. Y supongo que lo planearían con todo cuidado.
—Hicimos que se planeara. Llevábamos unos instrumentos muy especializados para ayudarnos a seguir creyendo en el objetivo del viaje, incluso cuando las cosas se pusieran difíciles. Por lo general funcionaban bastante bien, pero creo que llegamos a confiar demasiado en ellos.
—¿Y en qué demonios consistían? —preguntó Dirk.
—Quizá les resulte difícil entender la tranquilidad que nos proporcionaban. Y por eso cometí aquel error fatal. Cuando quise saber si era o no seguro despegar, yo no quería saber si podría no ser seguro, sólo quería estar absolutamente seguro. Así que en vez de comprobarlo personalmente, se lo encargué a uno de los Monjes Eléctricos.