D
esde la ventana que daba al segundo patio, Dirk contemplaba la luna.
—No tendremos que esperar mucho —dijo.
—¿Esperar qué? —preguntó Richard.
Dirk se volvió.
—Que el fantasma vuelva a nosotros —dijo Dirk que, dirigiéndose al profesor, sentado con aire inquieto frente al fuego, añadió—: ¿Tiene aquí coñac, cigarrillos franceses o algún rosario oriental?
—No.
—Entonces descargaré la impaciencia sin ayuda —dijo Dirk, volviendo a mirar por la ventana.
—Todavía tienes que convencerme de que no hay otra explicación que la del… fantasma —dijo Richard.
—Igual que necesitaste ver una máquina del tiempo en acción antes de que pudieras aceptarlo —replicó Dirk—. Alabo tu escepticismo, Richard, pero incluso una mente escéptica debe estar dispuesta a aceptar lo inaceptable cuando no hay alternativa. Si tiene aspecto de pato y grazna como un pato, al menos tenemos que considerar la posibilidad de que estamos ante una pequeña ave acuática de la familia de los anatidae.
—Entonces, ¿qué es un fantasma?
—Creo que un fantasma… es alguien que murió de forma violenta o inesperada con un asunto pendiente entre manos. Que no puede descansar hasta que lo haya acabado o solucionado.
Se volvió a mirarlos de nuevo.
—Es por eso —prosiguió— por lo que una máquina del tiempo debe de resultar tan fascinante para un fantasma que la haya localizado. Esa máquina aporta los medios para solucionar lo que, a juicio del fantasma, salió mal en el pasado. Para liberarle. Y por eso va a volver. Primero intentó tomar posesión de Reg, que se resistió. Luego se produjo el incidente de la desaparición, los polvos para la cara y el caballo en el cuarto de baño que… —hizo una pausa—, que ni siquiera yo entiendo, pero que tengo la intención de comprender aunque sea lo último que haga. Y luego apareces tú en escena, Richard. El fantasma deja a Reg y se concentra en ti. Casi inmediatamente sobreviene un hecho insignificante pero lleno de importancia. Haces algo de lo que luego te arrepientes. Me refiero, evidentemente, a la llamada que hiciste a Susan y que dejaste grabada en su contestador.
—El fantasma aprovecha la oportunidad y trata de inducirte a rectificar lo que ya has hecho. A volver al pasado, por así decirlo, y borrar el mensaje; a arreglar la equivocación que cometiste. Sólo para comprobar si lo hacías. Para ver si no iba contra tu carácter. Si hubiese sido así, habrías caído completamente bajo su control. Pero justo en el último segundo tu naturaleza se rebeló y no lo hiciste. De modo que el fantasma comprueba que no le sirves y te abandona también. Debe encontrar a otro. ¿Cuánto lleva buscando? No lo sé. ¿Tiene esto ahora algún sentido para ti? ¿Reconoces que lo que digo es la verdad?
Un escalofrío recorrió a Richard.
—Sí —admitió—. Creo que tienes toda la razón.
—Entonces, ¿en qué momento te abandonó el fantasma?
Richard tragó saliva.
—Cuando Michael Wenton-Weakes salió de la habitación.
—Me pregunto qué posibilidades vio el fantasma en él. ¿Habrá encontrado esta vez lo que buscaba? Creo que no tendremos que esperar mucho.
Llamaron a la puerta.
Cuando la abrieron, allí estaba Michael Wenton-Weakes.
—Necesito su ayuda, por favor —dijo en tono lacónico.
Reg y Richard miraron a Dirk y, luego, a Michael. —¿Les importa que deje esto en alguna parte?— preguntó Michael. —Pesa bastante. Contiene un equipo de buceo.
—Sí, ya entiendo —dijo Susan—. Gracias, Nicola, ensayaré esa digitación. Estoy segura de que puso ahí ese mi bemol sólo para fastidiar a la gente. Sí, no lo he dejado en toda la tarde. Algunas de las semicorcheas del segundo movimiento son absolutamente puñeteras. Pues sí, me ha ayudado a pensar en otra cosa. No, ninguna noticia. Todo es muy confuso y tremendamente horroroso. Ni siquiera tengo ganas de… Mira, quizá te vuelva a llamar más tarde para ver cómo te encuentras. Lo sé, sí, nunca se sabe qué es peor, si la enfermedad, los antibióticos o el trato excesivamente atento del médico. Cuídate o, por lo menos, trata de que Simón lo haga. Dile que te exprima litros de zumo de limón caliente. De acuerdo. Bueno, después hablamos. No cojas frío. Hasta luego. Colgó y volvió al violonchelo. Apenas había empezado a estudiar de nuevo el problema del irritante mi bemol cuando el teléfono volvió a sonar. Lo había dejado toda la tarde descolgado, pero después de llamar olvidó hacerlo de nuevo.
Suspiró, apoyó el instrumento, dejó el arco y se dirigió al teléfono.
—¿Diga?
Una vez más no hubo respuesta, sólo un lejano susurro. Colgó el teléfono con rabia. Esperó unos segundos a que se despejara la línea y se disponía a descolgar de nuevo cuando pensó que Richard podía necesitarla. Admitió que no había puesto el contestador porque sólo lo conectaba para Gordon, y eso era algo que no deseaba recordar. Pero conectó la máquina, puso el volumen al mínimo y volvió al mi bemol que Mozart sólo había incluido para molestar a los violonchelistas.
En la penumbra de la oficina de la Agencia de investigaciones holísticas de Dirk Gently, Gordon Way manipulaba torpemente el teléfono para volverlo a colgar; luego se dejó caer en una silla sumido en el mayor de los abatimientos. Ni siquiera dejó de resbalar a través del asiento hasta descansar suavemente en el suelo.
Miss Pierce se había largado a galope de la oficina la primera vez que el teléfono empezó a funcionar solo, agotada ya su paciencia de soportar esa clase de cosas, momento desde el cual Gordon habla dispuesto la oficina exclusivamente para él. Pero sus intentos para comunicarse con alguien habían sido fallidos por completo. O mejor dicho, sus intentos de ponerse en contacto con Susan, que era lo único que le importaba. Con Susan era con quien estaba hablando cuando murió, y sabía que tenía que volver a hablar con ella como fuese. Pero había tenido el teléfono descolgado durante casi toda la tarde y, cuando contestó, ni siquiera pudo oírle.
Renunció. Se levantó del suelo y, deslizándose, salió a la calle cuando empezaba a oscurecer. Erró sin objeto durante un rato, fue a dar un paseo sobre las aguas del canal, un truco al que pronto dejó de verle la gracia, y volvió a las calles. Las casas de donde brotaban luz y vida le molestaban de manera especial, porque la invitación que parecían ofrecer no le estaba destinada. Se preguntó si a alguien le importaría que se metiera en su casa a pasar la tarde viendo la tele. No causaría ninguna molestia. O al cine. Eso estaba mejor, al cine sí podía ir.
Se adentró con paso más resuelto, aunque todavía inmaterial, por Noel Road, cuyo nombre le sonaba vagamente. Tenía la impresión de que recientemente había tratado un asunto con alguien en Noel Road.
¿Con quién?
Un horrible grito de terror que resonó por toda la calle interrumpió sus pensamientos. Se quedó quieto como un poste. Unos instantes después se abrió de golpe una puerta a pocos pasos de él y una mujer salió corriendo, aullando y con la mirada enloquecida.