—¿T
ú? ¿Buscado por asesinato? ¿De qué estás hablando, Richard?
El teléfono temblaba en la mano de Richard. Lo tenía a unos centímetros de la oreja porque parecía que alguien lo había pringado recientemente de chow mein, pero eso no era un inconveniente; se trataba de un teléfono público y, evidentemente, funcionaba por descuido. Richard empezaba a tener la sensación de que el mundo entero se había apartado unos centímetros de él, como en el anuncio de un desodorante.
—Gordon… —dijo Richard, vacilante—, Gordon ha sido asesinado, ¿verdad?
Susan hizo una pausa antes de contestar.
—Sí, Richard —confirmó con voz abatida—. Pero nadie cree que lo hicieses tú. Te quieren hacer algunas preguntas, claro, pero…
—Así que ¿la policía no está ahora contigo?
—No, Richard —insistió la muchacha—. Mira, ¿por qué no vienes a mi casa?
—¿Y no me están buscando?
—¡No! ¿De dónde demonios has sacado la idea de que te buscaban por…, de que pensaban que tú eras el culpable?
—Pues…, bueno, me lo dijo un amigo mío.
—¿Quién?
—Se llama Dirk Gently.
—Nunca me has hablado de él. ¿Quién es? ¿Te ha dicho algo más?
—Me hipnotizó y… hummm…, me hizo tirarme al canal y, bueno, eso fue todo.
Hubo una tremenda pausa al otro lado del hilo.
—Ven, Richard —dijo Susan con la especie de calma que se apodera de uno cuando comprende que, por muy mal que se pongan las cosas, no hay absolutamente ninguna razón para que no empeoren todavía más—. Iba a decirte que necesito verte, pero creo que eres tú quien necesita verme.
—Quizá debería ir a la policía.
—A la policía ve después. Richard, por favor. Unas horas de más no importan. Yo… apenas puedo pensar. ¡Es tan horroroso, Richard! Tu presencia me confortaría. ¿Dónde estás?
—De acuerdo. Estaré contigo dentro de veinte minutos.
—¿Dejo la ventana abierta o quieres probar por la puerta? —dijo Susan, sorbiendo una lágrima.