C
uriosos, sin objetivo fijo, los prismáticos escudriñaban el cielo nocturno de Londres. Una miradita por aquí, otra por allá, sólo para ver lo que pasaba, cualquier cosa útil o interesante.
Se detuvieron en la parte trasera de una casa, atraídos por un leve movimiento. Era una de esas amplias casonas victorianas, en la actualidad probablemente convertidas en apartamentos. Montones de cañerías de hierro negro. Cubos de basura de plástico verde. Pero oscura. Nada.
Los prismáticos van ascendiendo cuando otro movimiento recibe la luz de la luna. Se ajustan un poco, tratando de encontrar un detalle, una arista, un débil contraste en la oscuridad. La niebla se ha levantado, y entre las sombras brillan destellos. Los gemelos se ajustan un poquito más.
Ya está. Por fin hay algo. Sólo que esta vez está un poco más arriba, treinta centímetros o así, quizá un metro. Los gemelos se centran y permanecen inmóviles, buscando la arista, el detalle. Ahí… Ya han encontrado su objetivo, situado entre el antepecho de una ventana y un canalón.
Es una silueta oscura, aplastada contra el muro, que mira hacia abajo en busca de apoyo para el pie, y hacia arriba, tratando de encontrar un saliente. Los prismáticos atisban con atención.
Es un hombre alto y delgado. Lleva ropa adecuada para la tarea: pantalones y jersey negros. Pero sus movimientos son torpes, desmañados. Qué interesante. Los prismáticos esperan y observan, juzgan. No es más que un vulgar aficionado.
Mira cómo titubea. Qué inepto. Sus pies resbalan en el canalón, sus manos no llegan al saliente. Casi se cae. Espera a recobrar el aliento. Empieza a descender, pero eso parece más difícil todavía.
Salta otra vez hacia el saliente, aferrándose a él. Cambia de posición el pie para sujetarse bien y casi no alcanza el canalón. Podía haber sido muy desagradable. Pero el camino ya es más fácil y pueden hacerse más progresos. Avanza hacia otro canalón, llega a una ventana del tercer piso, coquetea brevemente con la muerte mientras se iza con esfuerzo y comete el error fundamental de dirigir la mirada hacia abajo. Se tambalea un poco. Se pone la mano en la frente y mira para ver si la habitación está a oscuras. Trata de abrir la ventana.
Una de las cosas que distingue al aficionado del profesional consiste en que, llegado a este punto, el aficionado cree que sería buena idea tener algo con que forzar la ventana. Afortunadamente para este aficionado, el inquilino también es un aficionado, y la ventana se sube a regañadientes. El escalador, con cierto alivio, entra arrastrándose.
Debería estar encerrado por su propia seguridad, piensan los prismáticos. Una mano se mueve hacia el teléfono. En la ventana, se vuelve un rostro y la luna lo ilumina un momento; luego vuelve de nuevo a sus asuntos. La mano queda suspendida sobre el teléfono durante unos instantes, mientras los prismáticos esperan y observan, consideran y juzgan. La mano, en cambio, coge una guía de Londres.
Hay una larga pausa, los gemelos centran más su atención, la mano coge el teléfono y marca un número.