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ordon Way flotaba miserablemente por la oscura carretera o, mejor dicho, intentaba flotar. Creía que, como fantasma —que, según tuvo que reconocer, en eso se había convertido—, podría flotar. Sabía bastante poco acerca de fantasmas, pero pensó que el serlo debería implicar ciertas ventajas para compensar la carencia de cuerpo físico y que, entre ellas, seguramente se contaría la capacidad de flotar. Pero no, parecía que tendría que andar paso a paso todo el camino. Su objetivo era llegar a su casa de campo. No sabía qué haría una vez allí, pero hasta los fantasmas deben pasar la noche en alguna parte, y pensó que el encontrarse en un ambiente familiar le serviría de ayuda. ¿De ayuda para qué? Lo ignoraba. El viaje le proporcionaba al menos un objetivo y, cuando llegara, ya se le ocurriría algo.
Avanzaba trabajosamente, desanimado, deteniéndose junto a cada farola para contemplar pedacitos de sí mismo.
Sin duda alguna, iba adquiriendo aspecto de fantasma.
A veces se difuminaba hasta casi desaparecer, y parecía poco más que una sombra jugando en la niebla, un sueño de sí mismo que podía evaporarse hacia la nada. Y otras veces casi recuperaba un aspecto sólido y real. En un par de ocasiones trató de apoyarse en una farola y, de no haber ido con cuidado, habría caído a través de ella.
Al fin, con enorme desgana, empezó a pensar en lo sucedido. Qué extraña aquella desgana. En realidad no quería pensar en ello. Los psicólogos afirman que la mente suele suprimir de la memoria los acontecimientos traumáticos y, probablemente, esa era la respuesta. Al fin y al cabo, si el hecho de que un desconocido salga del maletero de tu coche y te mate de un tiro no es una experiencia traumática, que venga Dios y lo vea.
Siguió su camino, penosamente.
Trató de recordar a aquel individuo, pero fue como hurgarse una muela picada y se puso a pensar en otra cosa. Como, por ejemplo, en si tenía el testamento al día. No se acordaba, y mentalmente se anotó que debía llamar a su abogado por la mañana; y luego se anotó también que tenía que dejar de tomar notas mentalmente.
¿Cómo sobreviviría la empresa sin él? Las posibles respuestas no le dejaron muy satisfecho.
¿Y cómo sería su esquela? La idea le caló hasta los huesos, dondequiera que estuviesen. ¿Podría conseguir una? ¿Qué diría? Más les valdría poner algún comentario elogioso. Ahí estaban sus logros. Por sí solo había salvado la industria británica de la microinformática; gran volumen de importaciones, contribuciones para obras de caridad, becas de investigación, travesía del Atlántico en un submarino de energía solar (fallida, pero valió la pena), toda clase de cosas. Sería mejor que el Pentágono no desenterrara aquel material; si no, les enviaría a su abogado. Anotó mentalmente que debía llamarle por la ma… No. De todos modos, ¿puede un muerto entablar una demanda por difamación? Su abogado debía de saberlo, pero no iba a poder llamarlo por la mañana. Con una sensación de espanto cada vez mayor, comprendió que de todas las cosas que había dejado en el mundo de los vivos, el teléfono era lo que más iba a echar de menos, y luego resolvió ponerse a pensar en lo que no quería pensar.
Aquel individuo.
Le pareció como la misma representación de la muerte ¿o es que su imaginación le estaba gastando una mala pasada? ¿Había soñado que llevaba una capucha? ¿Qué hacía un encapuchado metido en el maletero de su coche?
En aquel momento, un coche pasó como una bala y desapareció en la oscuridad, arrastrando consigo su oasis de luz. Pensó con añoranza en las comodidades de su Mercedes, con asientos de cuero y ambiente climatizado, abandonado en la carretera, y de pronto se le ocurrió una idea extraordinaria. Haría autoestop. Pero ¿podía verle alguien? Y en caso afirmativo, ¿qué reacción suscitaría? Bueno, pues sólo había un medio de averiguarlo.
Oyó que a sus espaldas se acercaba otro coche y se volvió en aquella dirección. Los faros se aproximaban entre la niebla, Gordon apretó los fantasmales dientes y le hizo una señal con el pulgar.
El coche pasó por su lado como si nada. Con rabia alzó dos dedos en una señal poco clara de victoria y, al ver que su mirada le traspasaba el brazo alzado, comprendió que en aquel momento no se encontraba en su aspecto más visible. ¿Podría hacerse más visible de forma voluntaria? Cerró fuertemente los ojos para concentrarse y luego comprendió que necesitaba tenerlos abiertos para considerar los resultados. Volvió a intentarlo, esforzándose lo más posible, pero no consiguió un resultado satisfactorio. Aunque pareció cobrar una consistencia más perceptible, no pudo mantenerla y, pese a la presión mental que acumuló, se esfumó casi inmediatamente. Tenía que calcularlo con mucho cuidado si quería hacer notar su presencia o, al menos, que le vieran.
Otro coche se aproximaba velozmente a sus espaldas. Se dio otra vez la vuelta, alargó el pulgar y esperó el momento adecuado para hacerse visible de forma voluntaria.
El coche se desvió un poco y luego siguió su camino, aunque más despacio. Bueno, ya era algo. ¿Qué más podía hacer? Para empezar, se pondría al pie de una farola y empezaría a practicar. Sin duda alguna, cazaría el próximo coche.