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P

asó el tiempo.

Susan esperaba.

Y cuanto más esperaba, más tiempo pasaba sin que sonara el timbre de la puerta. Ni el teléfono. Miró el reloj. Ya tenía un motivo justificado para enfadarse. Claro que ya la habían puesto de mal humor, pero había sido en su tiempo libre, por decirlo así. Ahora se encontraban verdaderamente en el tiempo de él, e incluso considerando el tráfico, algún contratiempo y una imprecisión y tardanza generales, ya había pasado más de media hora del momento en que, según insistió él, empezaría a hacerse tarde para salir, así que era mejor estar preparada.

Trató de inquietarse pensando que le había sucedido alguna tragedia, pero ni por un instante lo creyó. Jamás le ocurrían cosas horribles, aunque empezaba a pensar que ya sería hora de que algo así le pasase. Si no le ocurría algo malo, tal vez se encargaría ella de que sucediese. Bueno, no era una mala idea.

Se tumbó de través en el sillón y vio el telediario. Las noticias la pusieron de mal humor. Con el mando a distancia cambió de canal y vio otra cosa durante un rato. No sabía de qué se trataba, pero también se sintió molesta.

Quizá debía telefonear. ¡Nada de eso! Si llamaba, a lo mejor él trataría de hablar con ella y su teléfono estaría comunicando.

Se negó a admitir siquiera que se le había ocurrido semejante idea.

¡Maldita sea! ¿Dónde se habría metido? ¿Y a quién le importaba dónde estuviera, a fin de cuentas? A ella no, desde luego.

Volvió a cambiar de canal. Más noticias. Todas malas. Ya estaba bien. Era demasiado. Era la tercera vez que se lo hacía. Era el colmo. Y pensar que hasta se habría ido a vivir con él si no se hubiese entrometido aquel estúpido sofá.

Furiosa, volvió a cambiar de canal. Había un programa sobre ordenadores que hablaba de algunas innovaciones interesantes en el ámbito de la música por ordenador.

Ya estaba bien. Se acabó. Era consciente de que sólo unos momentos antes se había dicho que ya estaba bien, pero ahora iba en serio, era definitivo.

Se puso en pie de un salto y se dirigió al teléfono. Cogió una agenda, la hojeó con rapidez y marcó un número.

—¿Oiga? ¿Michael? Sí, soy Susan. Susan Way. Dijiste que te llamara si estaba libre esta tarde y yo te contesté que preferiría estar muerta y enterrada, ¿recuerdas? Bueno, pues acabo de darme cuenta de que estoy libre, entera, absoluta y totalmente libre, y de que no hay una tumba en kilómetros a la redonda. Te aconsejo que espabiles y aproveches la oportunidad. Estaré en el Tangiers Club dentro de media hora.

Se puso los zapatos y el abrigo, hizo una pausa al recordar que era jueves y que debía poner una cinta nueva de larga duración en el contestador automático, y dos minutos después salía por la puerta principal. Cuando por fin sonó el teléfono, el contestador dijo con voz dulce que Susan Way no podía ponerse al teléfono en aquel momento, pero que si el que llamaba quería dejar un recado, ella estaría de vuelta lo más pronto posible para atender el asunto. Quizá.