Para mí, el objetivo de este «juego» consiste en seguir vivo pese a la muerte. Antes era un poco romántico con todo esto, ¡pero realmente solo es una mierda asquerosa! Ahora que voy al cementerio con papá, he cambiado de opinión.
Veo cómo se le tuerce el gesto siempre que se acerca a la tumba. Se repite lo mismo una y otra vez: arregla las flores, limpia, se «ocupa» de algún detalle.
Me encantaría poder contarle la historia del gigante, y de cómo manejo el duelo con la sombra. Cómo me escondo, cómo trato de rehacer mi vida interior. Pero es demasiado pronto. No encuentro las palabras.
Las semanas se desgranan. Papá se enfrenta al día a día. Decide pintar todos los postigos de la casa de color blanco. Tú querías una casa con los postigos blancos. Es su propia manera de vestir esta casa con una piel nueva. Se esmera, pone varias capas, aunque no consigue ocultar las sombras.
En realidad, papá no pinta los postigos sino que los recubre con un ungüento mágico. Mejor que una alarma vociferante o unos pastores alemanes. Postigos impermeables a los ladrones. La pintura quizá no se agarre a las sombras, pero cuando haya terminado con todas las ventanas, sé que continuará con el gran desafío de iluminar las sombras de la casa. Hay días en que tengo la impresión de que lo conseguirá.
Pequeñas victorias sobre lo cotidiano.
Papá pinta un cuadro de Charlotte, una imagen bastante evidente de cómo te proyecta en esa niñita que nos recuerda a ti. Se te parece físicamente, y tiene algún pequeño gesto tuyo.
Papá no tiene tu sentido de las compras alocadas y tampoco tiene tu sentido de la armonía de colores, pero se esfuerza con los detalles que sabe que nos gustan: la gaseosa casera o los yogures Actimel. Y se pone a cocinar tortillas de patata, ¡tu gran especialidad!
La tortilla casi quemada, a la española, no sabe realmente como las que tú nos hacías.
—Está buena, ¿eh?
—Sí, muy buena.
Él sabe que no sabe igual, sabe que yo lo sé, pero no decimos nada. Al mismo tiempo, su tortilla está buena, papá no se las apaña mal.
Después de haber entrado varias veces en la cocina, bromeamos sobre nuestra triste condición respecto a la comida.
—Bueno, ¿qué comemos? ¿Pasta?
—Ay, no… Bueno, supongo que hoy sí comeremos pasta.