Mamá era un poco hechicera a la hora de preparar la comida. Tenía sus recetas, que no quería desvelar a nadie. Su cocina era su taller, su antro de perfumes y ahumados. Montaba las claras a punto de nieve con un golpe de puño ligero como un redoble de tambores. En cuanto a las creps, parecía un DJ, haciendo malabarismos con los fogones de cocina calientes y las sartenes como si pusiera discos. Probablemente cocinara discos comestibles, o creps que podían escucharse en mi viejo comediscos de color anaranjado. Las creps estaban muy buenas, sonaban «crrrepitísssimas», ¡todo crujía!, ¡splashaba el aceite y los condimentos!, ¡nieve! Mamá cocinaba con nieve, estoy seguro, cocía la nieve, montaba las claras a punto de nieve, fabricaba los huevos y en ellos alojaba sus secretos. En ellos alojaba la historia de su vida. Danza de tapaderas. ¡Las fuentes chasquean, clic-clac! ¡Y las placas de cocina! ¡El pequeño minutero de plástico late como un corazón! Condimentaba, «con toda su alma» como se dice. Giraba los mandos de la cocina, subía el sonido, mezclaba, experimentaba. Cascaba un huevo y se lanzaba a una preparación, aunque fuera de alguna cosita fácil de comer, ya está, mírala a coro en su cocina, dirige el canto de su orquesta de golosos, ella canta.
Gritabas porque se te caían las cosas, te cortabas o te quemabas siempre el mismo dedo. Aquello desprendía tanto calor que parecía que cocinabas la casa entera y nos la servías completamente aromatizada. Ni siquiera con un ejército de tocadiscos enchufados en estéreo, logro reproducir el monstruoso sonido del crujido-cocción que orquestabas en tu cocina. Los cucharones timbales y las cucharas-glockenspiel sobre los platos, y los condimentos, ¡en pellizcos de maracas!, tus ¡chop, chop!, ¡tu España en los guisos! Tu cocina se baila, haced ruido, quiero seguir oyendo. Haced que vibre la escalera y el comedor, el reloj de hierro, cárgatelo, quítale las pilas, cómetelas, cuélgate de las agujas, remonta en el tiempo, al tiempo de antes, que crezcan de nuevo los abetos de Navidad. Al tiempo en que era posible que la puta puerta de tu habitación se abriera y te viéramos tras ella, abridme esa puerta, y agitad las fotografías. No has terminado el último libro que te regalé, ahí está, te espera junto a tus cuadernos secretos y tu boli-linterna para escribir de noche, ¡vamos por Dios! ¡Levantaos, levantaos, no puedo más con esa puerta!
Cuando caía la noche sabías armonizar muy bien tu orquesta de golosos. Pasta de creps alto, barítonos-peras bella Elena… Dime: ¿aún sabes?