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La liberación de París

Cuando el coronel Rol-Tanguy dio la orden «Tous aux barricades!» el 22 de agosto, su plan era una copia del de los anarquistas de Barcelona en julio de 1936. Allí, el alzamiento de los generales derechistas en la ciudad fue frustrado debido a la colocación de barricadas que se encargó de levantar la clase trabajadora. Rol-Tanguy deseaba colapsar todo el tráfico de la Wehrmacht y sitiar a los alemanes en sus principales fortalezas, entre las cuales estaba el cuartel general de Choltitz en el Hotel Meurice, el Palacio del Luxemburgo, la Escuela Militar y los Inválidos, la Asamblea Nacional en el Palais Bourbon, y el cuartel Prinz Eugen junto a la place de la République.

La llamada a las armas se realizó por medio de carteles, folletos y una nueva emisora de radio, la Radiodiffusion de la Nation Francaise, que actuaba como la voz de la Resistencia. Cada vez que emitía la Marsellesa, prohibida por las autoridades, la gente abría las ventanas y aumentaba el volumen de la radio para que la gente de la calle pudiera oírla. En los distritos elegantes del oeste, el 7.°, el 8.° y el 16.°, se levantaron muy pocas barricadas. La inmensa mayoría estaban en los barrios del norte y del este, que en 1936 habían votado mayoritariamente por el Frente Popular.

La tensión reinante en París se hizo palpable a medida que los rumores fueron subiendo de tono. Unos decían que los americanos estaban a las puertas de la ciudad, otros afirmaban que se acercaban por el norte dos divisiones acorazadas alemanas y que la capital iba a ser destruida. El coronel Rol-Tanguy seguía publicando llamamientos a las armas. «Cada barricada puede ser una oficina de reclutamiento que recuerde a la "patria en peligro" de la Revolución».1 Ordenó a las FFI que recorrieran la ciudad a través de los túneles del metro para evitar los tanques que vigilaban los cruces de calles más importantes. Asustado al oír decir que «los actos de saqueo parecen tomar unas dimensiones inadmisibles»,2 Rol-Tanguy ordenó que todo aquel que fuera pillado in fraganti fuera fusilado en el acto y que se pusiera un letrero en el cadáver que dijera: «Saqueador».

El marido de Colette, Maurice Goudeket, describe aquellos «días extraños, días vacilantes». «Los alemanes retenían París sólo a islotes y por medio de algunos tanques que hilvanaban torpemente las calles. París balbucía las primeras palabras de una libertad olvidada; empezaban a aparecer periódicos del tamaño de folletos; se confeccionaban banderas con retales. A la espera de que comenzaran los ajustes de cuentas, el parisino volvía a encontrar en lo profundo de su memoria la solidaridad de las barricadas, una guasa heroica, un olor a pólvora y a sudor».3

A pesar de los rumores que circulaban, los líderes comunistas y gaullistas estaban ya seguros de que la noticia que hablaba del envío a París de 150 tanques Tiger era falsa. De ese modo, el peligro de que la sublevación de París fuera aplastada como el Ejército Nacional Polaco en Varsovia disminuía notablemente. Los gaullistas estaban además dispuestos a unirse a la lucha, ahora que se habían asegurado los ministerios. Una de las primeras tareas, y también una de las más satisfactorias, consistió en retirar los retratos y bustos oficiales del mariscal Pétain. Alexandre Parodi, el representante de De Gaulle, celebró incluso un consejo de ministros simbólico en el Hotel Matignon, residencia oficial del primer ministro. Para los líderes gaullistas de París, la llegada de la 2ème DB era fundamental para dar solidez al incipiente esqueleto de su Administración.

Los comunistas, engañados por su propia propaganda, creían que el poder estaba en las barricadas de la calle y en los comités de la Resistencia. Entusiasmados con la euforia revolucionaria, no podían ni imaginarse que lo último que deseaba Stalin era una sublevación comunista en Francia que se mostrara en contra de los americanos, encargados de suministrarle ayuda a través del programa de Préstamo y Arriendo.

El 24 de julio al amanecer, la 2ème DB salió del bosque de Rambouillet. Como táctica de diversión, Leclerc mandó a Versalles un destacamento de espahíes de origen marroquí en tanques ligeros Stuart con el fin de convencer a los alemanes de que aquélla era su principal línea de avance. El resto del groupement tactique del coronel Paul de Langlade, acompañado de un escuadrón del 102.° de Caballería americano, debía proceder a través del valle de Chevreuse, aunque no tardó en encontrar una fuerte oposición en el bosque de Meudon.4 La 12ème Chasseurs d’Afrique perdió tres Sherman a manos de los cañones antitanque. En último término su objetivo era el puente de Sévres, en el extremo oeste de París.

El día amaneció gris y lluvioso, hasta tal punto de que provocó graves interferencias en las comunicaciones por radio.5 La columna del coronel Billotte se dirigió a Arpajon y Longjumeau, mientras que el groupement tactique del coronel Dio se mantuvo de reserva. Las fuerzas de Billotte iban encabezadas por el batallón del 2.° Regimiento de Marcha del Chad del comandante Putz. Putz había sido uno de los jefes más respetados de las Brigadas Internacionales durante la guerra civil española. Su 9.a Compañía era llamada «la Nueve» porque estaba integrada casi en su totalidad por republicanos españoles. Su oficial al mando, el capitán Raymond Dronne, un pelirrojo fornido provisto de una poderosa barriga, había sido elegido para el puesto porque era capaz de mantener a raya a sus hombres, casi todos socialistas, comunistas y anarquistas de origen español.

La primera escaramuza importante de Putz tuvo lugar en Longjumeau. Diez de los heridos que sufrió su unidad fueron llevados al hospital civil de la localidad y los cadáveres de los ocho hombres muertos en combate fueron trasladados al depósito del mismo centro sanitario. Uno de los capellanes de la división, el padre Roger Fouquer, tuvo que presenciar una escena terrible al pasar por una casa que había sido derruida en parte por una bomba. Encontró a dos monjas de rodillas junto a una mujer joven que acababa de dar a luz y que había muerto con el pecho atravesado por un trozo de metralla. El recién nacido yacía en silencio junto a su madre muerta. Y entonces las campanas de la iglesia se pusieron a repicar para celebrar la liberación.

En muchos lugares fue un día de alegría y de horror a un tiempo. Slam Marshall y su acompañante, John Westover, llegaron en su jeep «Sweet Eloise» y se unieron a una de las columnas de Langlade, que se abría paso a través de los pueblos y las pequeñas ciudades del sureste de la capital. Pusieron en el vehículo una bandera americana para distinguirse de las banderas tricolores que los rodeaban. Avanzando lentamente, con el parachoques pegado al vehículo que llevaban delante, Westover describe la escena calificándola de «gran merienda campestre absolutamente desordenada».6 Los vehículos eran obligados a detenerse por la multitud entusiasmada, que daba besos y botellas a los soldados, mientras que éstos tenían que suplicar a la gente que no estorbara y los dejara pasar. «Nos reímos tanto de toda aquella locura que nos echamos a llorar», dice Westover.

También hubo tragedias aquel día. «En cierta ocasión un hermosa joven se acercó a un Sherman del 501ème Régiment de Chars de Combat levantando los brazos, segura de que la subirían a bordo cuando una ametralladora alemana abrió fuego contra el grupo. La chica cayó al suelo de espaldas, y quedó enganchada a la oruga del tanque. Su mejor vestido de verano estaba salpicado de agujeros de bala teñidos de rojo».7

A medio día, la columna de Putz había llegado a Antony, al sur de París. A su derecha, otra columna tuvo un animado encuentro cerca del aeródromo de Orly, pero luego se vio obligada a enfrentarse a unos cañones antitanque de 88 mm delante de la cárcel de Fresnes. Los cañones eran manejados por soldados alemanes que cumplían sentencia en la prisión. Seguían llevando el uniforme de lona típico de los presos. Los veteranos de la 2ème DB que habían luchado en el desierto pensaron que semejante atuendo hacía que se parecieran a sus antiguos adversarios del Afrika Korps. Tras perder dos Sherman, el resto de los tanques franceses lograron poner fuera de combate a los cañones enemigos.8 Uno cargó contra el edificio y se metió directamente en el patio de la cárcel. En el exterior había varios vehículos ardiendo. El capitán Dupont pasó andando por delante de uno, casi carbonizado, pero de repente explotaron unas granadas que había en su interior y murió. Sólo tres días antes había dicho al padre Fouquer que sabía que iba a morir.9

El general Gerow, que esperaba en vano poder atar corto a la división francesa, abandonó aquella mañana su cuartel general de Chartres acompañado por su jefe del Estado Mayor, el general de brigada Charles Helmick. No lograron encontrar a Leclerc en ninguna parte. Gerow tuvo que regresar a Chartres y dijo a Helmick que diera con él «y que se quedara a su lado como representante superior del Ejército de los Estados Unidos».10

Irritado por la forma en que Leclerc había avanzado con sus tropas hacia el sur sin avisar al cuartel general del cuerpo, Gerow dijo a su 4.a División de Infantería que siguiera adelante hacia París sin aguardar a la 2ème DB. Como indudablemente había visto los retrasos que ocasionaba la multitud que salía a darles la bienvenida, llegó precipitadamente a la conclusión de que la 2ème DB estaba tomándose las cosas con calma. Se supone que dijo a Bradley que las tropas francesas estaban «yendo a París a paso de baile».11 Pero el 12.° Regimiento de Infantería de la 4.a División también fue entretenido por unas «mademoiselles francesas locas de entusiasmo» que insistían en besar a los conductores.12

Gerow estaba muy equivocado. Nadie habría podido estar más impaciente aquel día que el general Leclerc. Para acelerar el avance, ya había obligado a sus tropas de reserva, el groupement tactique de Dio, a entrar en combate para tomar los suburbios industriales del extrarradio, pero Antony no cayó hasta las 16:00. Y resultó que la línea de avance por Arpajon se defendía con mucha más dureza de la esperada.

Temeroso de que pudieran llegar a la capital refuerzos alemanes procedentes del norte, Leclerc deseaba desesperadamente tener a sus tropas en el centro de París al anochecer. Para alentar a la Resistencia y animarla a no desfallecer, ordenó al piloto más veterano de sus aviones de observación que lanzara un mensaje metido en una mochila lastrada. Decía simplemente: «Tenez bon, nous arrivons!» (¡Aguantad, estamos llegando!»).13

La compañía del capitán Dronne había logrado rebasar Fresnes y llegar a la Croix-de-Berny. Por fin divisaron la torre Eiffel. La compañía tenía órdenes de volver a la carretera de Orleans. Les salió al paso el general Leclerc, con los anteojos de soldado de división blindada alrededor del quepis y dando golpecitos en el suelo con el roten, muy impaciente.

—¡Dronne! —exclamó el general—. ¿Qué hace usted aquí?

—Vuelvo al eje [de avance] según las órdenes recibidas, mi general.

Leclerc le dijo que aquello era una tontería. Lo cogió de la manga y señaló a la capital:

—¡Lárguese inmediatamente a París, al corazón de París!14

Dronne, que iba sin afeitar, en posición de firmes, con el quepis hecho un guiñapo y la guerrera del uniforme americano manchada de sudor por encima de la tripa, saludó. El general, que había estado preguntando a la población civil, le dijo que cogiera las fuerzas que pudiera y que evitara las calles principales. Debía llegar al centro de París y decir a la gente que resistiera y no se desanimara. El resto de la división estaría en la ciudad al día siguiente.

A las 19:30, «la Nueve» de Dronne se puso en marcha con quince vehículos, entre ellos unos cuantos semiorugas con los nombres de las batallas más célebres de la guerra civil española: Madrid, Guadalajara y Brunete. Esta compañía de republicanos españoles de izquierdas se vio reforzada en el último momento por una sección de ingenieros y tres Sherman del 501.° Regimiento de Carros de Combate, integrado por gaullistas leales. Sus tanques llevaban nombres de batallas napoleónicas de 1814: Montmirail, Romilly y Champaubert. Iban al mando del teniente Richard, un cura de la orden de los Padres Blancos[81].

El semioruga Guadalajara iba en cabeza, guiado por un individuo de la zona en una vieja motocicleta. El hombre en cuestión conocía todas las calles secundarias y sabía dónde estaban los puestos de control alemanes, de modo que la columna de Dronne pudo abrirse camino sin dificultad por los suburbios de París hasta la Porte d’Italie, el punto más al sur de la capital. Los hombres se pusieron a dar vítores en cuanto pasaron los límites de la ciudad. La columna era detenida a menudo por civiles entusiasmados, que no podían creer que fueran tropas francesas que venían a salvar a la capital. Se presentó otro guía, un armenio, montado en un ciclomotor. Dronne le dijo que los llevara al Hotel de Ville, pero cuando volvió a su jeep vio que una opulenta alsaciana se había plantado en el asiento delantero para hacer de «Marianne», el símbolo de la República.

Maniobrando por calles secundarias, lejos de la avenue d’Italie, se encaminaron hacia el norte hasta llegar al puente de Austerlitz. En cuanto la columna alcanzó la otra orilla del Sena, dobló a la izquierda siguiendo los muelles. A las 21:20 los tanques y los semiorugas entraban ruidosamente en la place de l’Hótel de Ville.

En el otro extremo de París, los tanques del coronel Langlade llegaban finalmente a su objetivo, el puente de Sévres. Al mando del comandante Massu, que luego se haría famoso por su despiadado papel en la batalla de Argel, un Sherman de los Cazadores de África empezó a cruzar el puente, acompañado de cuatro miembros de las FFI a pie. Para mayor alivio, no encontraron ninguna mina, pero fueron objeto del fuego intermitente de una batería de artillería alemana situada en el hipódromo de Longchamp.15

En el Hotel de Ville, el capitán Dronne ordenó a sus hombres que se pusieran en posición de defensa total. Entró en el edificio y subió la gran escalera para presentarse a las autoridades. Los líderes de la Resistencia, encabezados por Georges Bidault, lo recibieron con un abrazo. Bidault intentó pronunciar un discurso, pero la emoción del momento se lo impidió.16

Fuera, la población civil se aglomeró alrededor de los tanques y de los semiorugas. Al principio la gente estaba nerviosa, pero cuando vieron el símbolo de la división, que era un mapa de Francia con la Cruz de Lorena, se volvieron todos locos, abrazando y besando a los soldados. Algunos corrieron a las iglesias de las inmediaciones. Las campanas se pusieron a repicar y poco después la campana mayor de Notre Dame, «le Bourdon», empezó a resonar por toda la ciudad en penumbra. Colette, que no podía salir de casa, con los ojos llenos de lágrimas de alegría, escribió refiriéndose a aquel crepúsculo decisivo: «Cuando la noche se levantó como una aurora».17

Fue el repique de le Bourdon lo que al fin convenció a la población de París. Una mujer de Normandía que se había refugiado en la capital estaba desnudándose para meterse en la cama cuando oyó las campanas. Luego la calle empezó a llenarse de gente que gritaba: «lis sont la!» («¡Ya están aquí!»).18

Al fondo de la rue de Rivoli, lejos del Hotel de Ville, Choltitz y sus oficiales del Estado Mayor bebían champaña de las bodegas del Meurice en la antesala de su despacho. En aquella húmeda noche de agosto, hablaban de la matanza de hugonotes durante la Noche de S. Bartolomé y de si este caso tenía alguna semejanza con su situación. Cuando oyeron las campanas, Choltitz se levantó y se dirigió a su despacho. Llamó por teléfono al teniente general Speidel y cuando acabó de hablar acercó el auricular a la ventana. Speidel comprendió inmediatamente lo que significaba. Choltitz, que sabía que no iba a volver a ver Alemania en mucho tiempo, le pidió que cuidara de su familia.

Cuando las campanas dejaron de sonar, el grupo de zapadores de la 256.a División de Infantería, con su cargamento de torpedos, montaba guardia en el puente Alejandro III, enfrente del Quay d’Orsay. Su oficial, el teniente Novick, había sido convocado a una reunión de jefes. Cuando volvió, sus hombres le suplicaron que los dejara salir de París. Novick replicó con firmeza que todavía tenían que cumplir con su deber. Los soldados temían menos la perspectiva de luchar que la de ser linchados por la población cuando se rindieran.19

Los hombres de Dronne, por su parte, fueron objeto de toda clase de amabilidades por parte de los civiles, deseosos de prestarles ayuda.

Llamaron por teléfono a los parientes de los jóvenes para avisarles de su llegada. Algunas mujeres trajeron colchones y valiosísimas pastillas de jabón, e incluso se llevaron sus uniformes sucios para lavarlos y plancharlos.

La población de París se levantó temprano a la mañana siguiente en un ambiente de tensa excitación. Muchas mujeres no habían podido dormir, pues se habían pasado la noche entera cosiendo, confeccionando banderas y preparando vestidos de colores patrióticos para dar la bienvenida a los libertadores. Una mujer, que había fabricado una bandera americana, cortó todas las estrellas una a una de un vestido viejo.

Tras varios días de lluvia, el 25 de agosto, festividad del patrón de Francia, S. Luis, se reveló alegre y soleado en cuanto se disipó la niebla matutina. La multitud se congregó al suroeste de la ciudad para recibir a las tropas de Langlade. Cuando se divulgó la noticia, otros se precipitaron a la Porte d’Orleans y a la Porte d’Italie, por donde el comandante Putz entró al frente de la columna de Billotte. Detrás venía Leclerc, escoltado por espahíes montados en vehículos blindados Staghound. Vino a darle la bienvenida el líder de la Resistencia gaullista, Chaban-Delmas, y juntos se dirigieron a la Gare Montparnasse, que Leclerc había designado como puesto de mando de su división debido a lo bien comunicada que estaba.

Los ciudadanos, locos de alegría, corrían por las calles ondeando banderas improvisadas y agitando las manos, que levantaban haciendo el signo de la victoria con los dedos. Las calles se despejaron en un momento de pánico cuando estalló un tiroteo, pero de nuevo volvieron a llenarse casi con la misma rapidez poco tiempo después. El padre Fouquer describe aquel momento como «una fiesta ruidosa, lírica, punteada de disparos».20 Las columnas de blindados tenían que detenerse cada vez que alguna mujer joven, vestida con sus mejores trajes veraniegos, se subían a la torreta para besar a los tripulantes, mientras que los hombres les ofrecían botellas de vino celosamente guardadas durante mucho tiempo para brindar por la liberación. Fouquer, que llevaba el mismo equipo de combate y la boina negra del 501.° Regimiento de Carros de Combate, se lamentó humorísticamente de que «nunca en mi vida había tenido las mejillas tan manchadas de pintalabios». Los soldados avisaban a las chicas:

—¡Cuidado! ¡No lo beséis demasiado! ¡Es nuestro capellán!21

Pero entre los cantos de la Marsellesa y de la Internacional, los pensamientos del padre Fouquer estaban divididos. No podía dejar de pensar en la muerte del capitán Dupont en Fresnes la tarde anterior. Miraba además a la multitud con cierto escepticismo. «En la efusión espontánea que acompaña al entusiasmo de la liberación, resulta difícil distinguir a los verdaderos combatientes de los parásitos, o sea, a los milicianos y a los colaboracionistas de ayer».22

Para los parisinos que llenaban las calles, no era una victoria de los aliados, sino una victoria íntegramente francesa. La vergüenza de 1940 y la ocupación parecían haberse borrado. Una joven recordaba orgullosa, a la vista de los tanques Sherman con nombres franceses: «Victoriosa, la Libertad avanzaba rodando sobre sus orugas. Francia liberada por Francia. Llenaba de entusiasmo ser de esta nación».23 El hecho de que la 2ème DB no pudiera haber llegado nunca a Francia en la forma que tenía actualmente sin la ayuda de los americanos se pasaba completamente por alto en el delirante patriotismo del momento.

Los primeros elementos del 38.° Escuadrón de Reconocimiento de Caballería americano y de la 4.a División de Infantería entraron también en París a las 07:30 por la parte sur.24 Encontraron a la gente «desconcertada y asustada de nosotros. No estaban seguros de si éramos americanos o alemanes».25 Pero una vez convencidos de su identidad, «empezó la fiesta». Los civiles retiraban las barricadas para dejarlos pasar. Al cabo de una hora, estaban delante de Notre Dame. Como les habían dicho que los parisinos estaban hambrientos, los soldados americanos pensaron que tenían un aspecto muy saludable. «Las chicas francesas, guapísimas, se nos echaban encima y nos regalaban flores», escribía un sargento del Estado Mayor. «Algunas de esas chicas tenían unos dientes preciosos. Debían de haber encontrado buena comida en alguna parte».26

Avanzaron muy lentamente entre la multitud que gritaba:

—Merci, merci! Sank you, sank you! Vive l’Amérique! «En cada una de las constantes paradas que hacíamos», recuerda el coronel Luckett, del 12.° Regimiento de Infantería, «las madres levantaban a sus hijos y nos los daban para que los besáramos, las chicas abrazaban a los soldados sonrientes y los cubrían de besos, los viejos saludaban y los jóvenes estrechaban vigorosamente nuestras manos y daban palmaditas en la espalda a los soldados».27 A diferencia del comandante de su cuerpo, el general Gerow, a Luckett y a sus hombres no parecía importarles que la 2ème DB fuera la estrella del espectáculo. La 4.a División de Infantería reconocía abiertamente que «París pertenecía a los franceses».

El general Gerow entró en la ciudad a las 09:30 y también se dirigió a la estación de Montparnasse para no perder de vista a Leclerc. Gerow tuvo la misma reacción que sus soldados y pensó que los rumores de hambre generalizada habían sido un poquito exagerados. «La población de París seguía yendo bien vestida y parecía bien alimentada», comunicó en el momento, aunque luego se corrigió diciendo que «no había signos de desnutrición permanente excepto en las clases más pobres».28 Los americanos simplemente no tenían en cuenta hasta qué punto la supervivencia física durante la ocupación había dependido de poder pagar los precios del mercado negro o de tener contactos en las zonas rurales. Los pobres de París realmente habían sufrido mucho.

Las procesiones triunfales cambiaban rápidamente cuando las columnas se acercaban a los centros de resistencia alemana. Al suroeste de la ciudad, los hombres de Massu despejaron el bosque de Boulogne, y luego las unidades de Langlade avanzaron a través del 16.° Distrito en dirección al arco de Triunfo.

El groupement tactique del coronel Dio tenía como objetivo algunos de los reductos alemanes que ofrecían mayor resistencia, la Escuela Militar, los Inválidos y el Palais Bourbon con la Asamblea Nacional. Mientras tanto, el capitán Alain de Boissieu, con un escuadrón de tanques ligeros Stuart y unos cuantos Sherman del 12.° de Coraceros, se encaminó al boulevard Saint-Michel para ocuparse de las defensas alemanas que había en el Palacio del Luxemburgo, sede del Senado, y sus alrededores. El joven oficial de caballería se sorprendió un poco al verse reforzado por el batallón «Fabien» del FTP comunista.

Mientras tanto, algunos vehículos blindados Staghound tripulados por espahíes de origen marroquí habían llegado ya al boulevard Saint-Michel, procedentes del este, a través de la rue Saint-Jacques. El diarista Jean Galtier-Boissiére se hallaba en su librería, cerca de la Sorbona, cuando oyó decir que habían llegado las tropas de Leclerc. Salió corriendo con su mujer a ver lo que ocurría. «Una multitud vibrante», escribe, «rodea los carros de asalto franceses, erizados de banderas y sembrados de ramos de flores. En cada tanque, en cada autoametralladora, al lado de los tripulantes vestidos con monos caquis y tocados con pequeñas gorras de color rosa, racimos de chicas, de mujeres, de chavales, de fifis [FFI] con brazalete. El pueblo que vitorea, que aplaude, que tira besos, que da apretones de mano al pasar…».

Una vez hubo ocupado su posición la tropa de Boissieu, un oficial dio un silbido.

—Allons, les femmes! Descendez! On attaque le Sénat!

Las jóvenes bajaron de los vehículos blindados, y los artilleros y los cargadores volvieron a meterse en sus torretas. Los morteros alemanes de los jardines del Luxemburgo empezaron a abrir fuego, pero la muchedumbre de civiles seguía avanzando detrás de los vehículos acorazados hacia el escenario de los combates. Boissieu, sospechando que los alemanes tenían un puesto de observación en la cúpula del palacio, ordenó a dos Sherman disparar contra ella. Los blindados giraron sus torretas y levantaron los cañones hasta darles la máxima elevación. Cuando dispararon, Boissieu vio a los controladores de los morteros alemanes saltar por los aires y luego caer en el tejado. Pero la numerosa fuerza alemana estaba demasiado bien atrincherada en el parque como para obligarla a rendirse enseguida.

Cerca del arco de Triunfo, mientras la columna de Langlade se dirigía al centro, se reunió una multitud en la que se encontraban el actor Yves Montand y la cantante Edith Piaf, para presenciar la rendición de los alemanes del Hotel Majestic, en la avenue Kléber. La gente aplaudía y gritaba cuando salían los prisioneros, pero el jefe de la Iglesia protestante de Francia, el pastor Boegner, quedó horrorizado cuando vio que sacaban a rastras a cuatro soldados alemanes con la cabeza descubierta y la guerrera gris desabrochada para fusilarlos. Edith Piaf logró impedir que un joven fifi tirara una granada a un camión cargado de prisioneros alemanes.

Massu, que había aceptado la rendición, se fue caminando con Langlade hasta el arco de Triunfo para cuadrarse ante la tumba del Soldado Desconocido. En lo alto, una enorme bandera tricolor que acababa de ser izada dentro del arco por los bomberos de París, ondeaba suavemente movida por la brisa. Pero entonces oyeron sobre sus cabezas el silbido de una bomba de tanque. En la place de la Concorde, al otro extremo de los Campos Elíseos, un Panther había localizado a los tanques destructores de Langlade que se disponían a tomar posiciones a uno y otro lado del arco. Los comandantes de los blindados se pusieron a gritar y dieron la orden de abrir fuego. Uno de ellos dijo que dispararan a 1500 metros, pero a su artillero, que era parisino, de repente le vino a la memoria un dato aprendido en sus años de escolar: que los Campos Elíseos tenían 1800 m de longitud. Un pequeño ajuste y dio en el blanco a la primera. La multitud salió corriendo y se puso a cantar la Marsellesa. El pastor Boegner señalaría que los combates y la impresión de estar celebrando el 14 de julio se mezclaban en su cabeza «de un modo alucinante».30

A las 11:00, el coronel Billotte había mandado un ultimátum al teniente general Von Choltitz a través del cónsul general de Suecia, Raoul Nordling. Exigía la rendición de la ciudad para las 12:15. Choltitz respondió con otro mensaje diciendo que el honor de un oficial alemán le impedía rendirse sin luchar.31

Quince minutos después de que expirara el ultimátum, Choltitz y sus oficiales del Estado Mayor se reunieron para almorzar juntos por última vez en el gran comedor del Hotel Meurice. «Mudos, esforzándonos por no mostrar ninguna emoción, nos reunimos como de costumbre a las doce y media para almorzar en el gran comedor del hotel», escribió el teniente conde Von Arnim.32 En vez de sentarse a la mesa junto a la ventana para disfrutar de la vista, como tenían por costumbre, ocuparon un sitio al fondo de la sala. Las balas disparadas desde el Louvre acribillaban los cristales de las ventanas y hacían que volaran por la habitación los desconchones de las paredes. «Pero por lo demás», añade Arnim, «la misma imagen, los mismos camareros, la misma comida».33

Leclerc, que había puesto su cuartel general en un andén de la Gare Montparnasse, dejó allí al general Gerow y se dirigió a la Prefectura de Policía. Allí sería donde fuera conducido Choltitz en cuanto se rindiera. La impaciencia de Leclerc no se calmó con el caótico y ruidoso banquete que había preparado Charles Luizet. Se tragó apresuradamente unos cuantos bocados y luego se dirigió corriendo al Grand Salon. Había oído decir a Billotte que el ataque contra el Meurice daría comienzo a las 13:15, con la infantería y los Sherman del 501.° de Carros de Combate avanzando por la rue de Rivoli.

Cuando Choltitz y sus oficiales acabaron de comer, dio la impresión de que aumentaba el ruido fuera y que arreciaba los disparos. Arnim escoltó a Choltitz y al coronel Von Unger al piso de arriba. Mientras subían, Choltitz se detuvo a hablar con un soldado veterano encargado de manejar una ametralladora junto a la elaborada barandilla de hierro de la escalera. Le comentó que enseguida habría acabado todo y que no tardaría en estar de nuevo en casa, de una forma u otra. Cuando llegaron al despacho de Choltitz, oyeron varias explosiones y un sonido de cristales rotos. Arnim vio al coronel Von Unger, jefe del Estado Mayor, dirigirse a su escritorio, abrir su cartera y sacar unas fotos enmarcadas de su esposa, sus hijos y su casa a orillas del Steinhuder Meer, una imagen de paz y tranquilidad.

Las explosiones que habían oído eran los disparos efectuados por los Sherman contra los pocos Panther que quedaban en la place de la Concorde y los jardines de las Tullerías. La infantería francesa había ido bajando por la rue de Rivoli, corriendo de columna en columna a lo largo del pórtico por su lado norte, el que da enfrente del Louvre. Finalmente, lanzaron unas granadas de humo al interior del vestíbulo del Hotel Meurice y se produjeron estallidos de fuego automático cuando los soldados franceses, capitaneados por el teniente Henri Kracher, se precipitaron en el hotel, seguidos de algunos miembros de las FFI.

Kracher subió corriendo las escaleras y se dirigió al despacho de Choltitz, donde se le unió el comandante de la Horie, jefe del Estado Mayor de Billotte. «Tras una breve conversación en tono correcto», según Arnim, Choltitz declaró que se rendía junto con su Estado Mayor y las fuerzas de ocupación de París.34 Choltitz y Unger fueron conducidos a continuación a la planta baja. Con el humo formando todavía remolinos en la mayoría de las habitaciones, el Meurice fue invadido por una multitud deseosa de presenciar personalmente la captura del comandante alemán de París. Los oficiales franceses sacaron precipitadamente a sus dos cautivos por la puerta trasera a la rue Mont Thabor y los condujeron a la Prefectura de Policía.

Algunos soldados y oficiales del Estado Mayor de menor graduación fueron menos afortunados y fueron escoltados hasta la calle por las FFI. La multitud vociferante se lanzó a por ellos para quitarles cada cual lo que pudiera. Al agregado de Arnim le arrancaron de las manos la cartera. La gente les metía las manos en los bolsillos, les quitaba las gafas y los relojes. Algunos les daban puñetazos en la cara y les escupían. Por fin, los prisioneros fueron obligados a ponerse en tres filas y a desfilar por la calle. A sus escoltas de las FFI les costó mucho trabajo proteger a los prisioneros e incluso a sí mismos de la furia del populacho. Arnim vio cómo de entre la multitud salía «un gigante barbudo en mangas de camisa» que se lanzaba contra su amigo el Dr. Kayser, situado en primera fila, y poniéndole una pistola en la sien apretaba el gatillo. Arnim tropezó con el cuerpo del doctor.35 Siempre según Arnim, algunos miembros de la unidad de transporte de la Kommandantur, ya desarmados, fueron tiroteados en los jardines de las Tullerías después de haberse rendido. El padre Fouquer, de la 2ème DB se sorprendió de ver a «la multitud, a menudo odiosa delante del enemigo desarmado por otros».36

Choltitz y Unger fueron conducidos a la sala de billar de la Prefectura de Policía, donde los aguardaba Leclerc con Chaban-Delmas y el coronel Billotte. El general Barton, de la 4.a División de Infantería americana, que también estaba presente, se retiró para dejar a los franceses el honor de recibir la rendición. Leclerc miró detenidamente a su prisionero.

—Soy el general Leclerc —dijo—. ¿Es usted el general Von Choltitz?

Choltitz asintió con la cabeza.

A pesar de su uniforme de general alemán, de sus medallas, y de las gruesas rayas granates de oficial del Estado Mayor que adornaban su pantalón, la figura rechoncha de Choltitz no resultaba muy impresionante. Su piel grisácea brillaba de sudor. El general alemán respiraba pesadamente y no tardó en tomar una pildora para el corazón. Cuando se sentó y se colocó el monóculo para leer el texto del documento de rendición, el coronel Von Unger estaba de pie a su lado, totalmente pálido y con la mirada ausente. Choltitz sólo hizo un comentario. A sus órdenes estaba únicamente la guarnición de París. Las otras bolsas de resistencia alemana no podían ser declaradas fuera de la ley si no obedecían sus órdenes. Leclerc aceptó este punto.37

Mientras tanto, en un despacho contiguo, el coronel Rol-Tanguy y Kriegel-Valrimont, otro destacado líder comunista de la Resistencia, protestaban ante Luizet diciendo que las FFI no debían ser excluidas de la rendición. Luizet se coló un momento en la sala de billar y se lo comunicó a Chaban-Delmas, que a su vez convenció a Leclerc de que dejara pasar a Rol-Tanguy, para que él también firmara el documento. Leclerc, que sólo deseaba que acabara la ceremonia cuanto antes, accedió. Pero luego De Gaulle, cuando vio que Rol-Tanguy había estampado su firma encima de la de Leclerc, se sintió profundamente irritado.

Más tarde, cuando Choltitz fue conducido desde la Prefectura de Policía a la Gare Montparnasse, fue interrogado por el general Gerow. Choltitz afirmó que había «salvado París». Sólo había «ofrecido la resistencia suficiente para satisfacer a su gobierno y que no pudiera decirse que la ciudad había capitulado sin honor». Gerow le preguntó cuándo iban a rendirse los nazis. Choltitz contestó que «los americanos iban a tardar un poco en volver a casa». Los alemanes, por otra parte, «no esperaban ya nada».38

Gerow creía que Choltitz, que había sido su adversario en Normandía, debería haber «rendido París al V Cuerpo».39 Desde luego, no era aquélla una opinión que compartiera el general De Gaulle. La venganza de Gerow fue un insulto muy calculado. «El general Gerow, como máxima autoridad militar de París», decía su informe, «estableció su puesto de mando en el despacho del mariscal Pétain en los Inválidos».

El día de la liberación de París, en Gran Bretaña se decidió que podían ser desmantelados los campamentos falsos y los carteles e indicaciones relativos al quimérico I Grupo de Ejército americano inventado para la Operación Fortitude. El SHAEF insistió, sin embargo, en que la falsa emisora de radio debía mantenerse para que los alemanes siguieran haciendo conjeturas acerca de esa fuerza fantasma.40

La victoria de los aliados había sido completa, pero en otros lugares de Francia la barbarie de la ocupación no había terminado todavía. En Maulé, al sur de Tours, unos soldados de la SS debidamente entrenados, que habían sido pasados por alto por el 3.er Ejército en su avance al norte del Loira, llevaron a cabo una matanza terrible en la que había sido una zona de notable actividad del maquis. Tras un enfrentamiento con los miembros de la Resistencia el día anterior, mataron a 24 de civiles, desde un niño de tres meses hasta una anciana de 89 años. Las tropas implicadas pertenecían a un batallón de reemplazo de la 17.a División Acorazada de la SS Götz von Berlichingen destinado a Chátellerault. En la furia de la derrota, utilizaron una batería antiaérea contra sus víctimas y abrieron fuego incluso contra el ganado.41

Durante la rendición, el general Von Choltitz había accedido también a enviar a varios de sus oficiales acompañados por emisarios franceses bajo bandera de tregua a convencer a los restantes reductos de que cesaran el fuego. Así, mientras seguían resonando en la ciudad los ecos de tiroteos intermitentes y en los jardines de las Tullerías humeaban todavía los Panther carbonizados, estos grupos emprendieron la marcha en unos cuantos jeeps armados únicamente con un trozo de tela blanca atado a la antena de la radio.

Los oficiales alemanes estaban aterrorizados ante la perspectiva de ser entregados a los «terroristas» franceses.42 Finalmente accedieron a rendirse. Pero el cabo Spiekerkötter y los otros zapadores de la 256.a División de Infantería, que habían formado parte de la guarnición del Palais Bourbon, pronto sufrirían el mismo acoso y los mismos malos tratos a manos de la multitud que padecieron los soldados a la puerta del Hotel Meurice. Se los llevaron en un viejo autobús urbano sin ventanas, que se detenía de vez en cuando «para dar a la población la oportunidad de descargar su cólera». Cuando llegaron al cuartel de los bomberos, donde debían ser encerrados, «buena parte de los oficiales tenían la cara chorreando sangre».43 Spiekerkötter vio cómo su oficial al mando, el teniente Nowack, bebedor empedernido, que había brindado diciendo «Calvados sigue en manos alemanas» cuando salieron de Normandía, agarraba el frasco de colonia cogido en el depósito de Chartres y se lo bebía de un tirón.

Otras negociaciones de rendición resultaron más peligrosas para los emisarios. Un oficial alemán que había sido hecho prisionero y había sido enviado con una bandera blanca fue tiroteado junto con un oficial de las FFI. Y un oficial de una unidad antiaérea de la Luftwaffe se suicidó poniéndose una granada en el vientre y tirando de la anilla. Al anochecer, la 2ème DB se encontró que era responsable de más de 12 000 prisioneros a los que debía dar alojamiento y comida en medio de una población hambrienta que no quería que se diese de comer a los alemanes. A altas horas de la noche, los parisinos furiosos intentaron asaltar el cuartel de los bomberos y matar a los prisioneros del Palais Bourbon.

Tras una entrevista con Leclerc en la Gare Montparnasse, De Gaulle se dirigió al Ministerio de la Guerra en la rue Saint-Dominique para hacer una visita simbólica a su viejo despacho de 1940, cuando no era más que un ministro bisoño. Le dio la bienvenida una guardia de honor de la Garde Républicaine. Comprobó que no había cambiado nada. Hasta los nombres junto a los botones del teléfono eran los mismos. El edificio casi no había sido utilizado durante los cuatro años de ocupación, hasta que se hicieron cargo de él las FFI.

De Gaulle accedió finalmente a ir al Hotel de Ville, donde lo esperaban Georges Bidault y el Consejo Nacional de la Resistencia. Al margen de las sospechas que abrigaban unos y otros, la aclamación que dispensaron todos al general que se había negado a abandonar la lucha fue abrumadora. Allí, en el gran salón, su líder, alto y desgarbado, pero con porte regio, pronunció uno de los discursos más famosos de su vida. «París, París atropellada, París rota, París martirizada, ¡pero París liberada! Liberada por sí misma, liberada por su pueblo, con la ayuda de toda Francia, es decir de la Francia que lucha, la verdadera Francia, la Francia eterna». Algunos miembros de la Resistencia presentes en el acto pensaron, sin embargo, que no había rendido suficiente tributo a su labor[82]. Y cuando Bidault le pidió que proclamara la República ante la multitud que aguardaba fuera, De Gaulle se negó. No fue un desaire, como muchos creyeron. De hecho, lo que De Gaulle respondió fue: «¿Pero por qué deberíamos proclamar la República? Nunca ha dejado de existir».44 En su opinión, el Etat Francais de Pétain era una aberración que no debía ser reconocida. Accedió, sin embargo, a hacer una aparición ante la multitud. De Gaulle se limitó a levantar aquellos brazos suyos, aparentemente interminables, haciendo el signo de la victoria. La respuesta fue tumultuosa.

Cuando terminaron los combates, la mayoría de los corresponsales se dirigieron al Hotel Scribe, que ya conocían de antes de la guerra. Hemingway y David Bruce, rodeados de parte de la milicia improvisada del escritor, fueron directamente al Ritz, que Hemingway estaba decidido a «liberar». Pero la parte más legendaria de la liberación fue lo que un joven oficial de la 2ème DB describió como «les délices d’une nuit dédiée a Venus».45 Las parisinas, que habían recibido a las tropas con el saludo sincero: «¡Llevamos esperándoos tanto tiempo!», dieron esa noche la bienvenida a los aliados en sus tiendas y en sus vehículos acorazados y lo hicieron con una generosidad sin límites. Cuando regresó a su unidad después de cenar con unos amigos, el padre Fouquer constató que la mayor parte de la 2ème DB se había ido al bosque de Boulogne. «Me mantuve providencialmente lejos del bosque de Boulogne y de aquella noche de locura», escribió.46 La 4.a División de Infantería americana, que acampó en el bosque de Vincennes, al este de la ciudad, y en la lle de la Cité, detrás de Notre Dame, disfrutó también de la generosidad de las muchachas francesas.

A la mañana siguiente la ciudad parecía sufrir una resaca colectiva. David Bruce recuerda en su diario que el día anterior habían bebido «cerveza, sidra, Burdeos blanco y tinto, borgoña blanco y tinto, champaña, ron, coñac, armañac y calvados… Semejante combinación bastaba para acabar con la constitución de uno».47

«Lentamente las escotillas del tanque se abrieron», escribió un oficial americano, «y con mucha dificultad salieron de él unas mujeres con la ropa manchada».48 En el bosque de Boulogne, el capitán Dronne tuvo que hacer una ronda sacando a las mujeres de las tiendas de sus hombres. Una de ellas se le insinuó. Ante las risotadas de sus hombres, contestó:

—¿A mí qué me cuentas? Yo soy maricón.49

Los amantes de la noche desayunaron juntos una tanda de raciones K preparadas en hogueras improvisadas.

El sábado 26 de agosto fue también un hermoso día soleado. Había unos pocos miliciens y algunos soldados alemanes que seguían resistiendo, pero los tiroteos aislados vinieron sobre todo de miembros de la Resistencia demasiado entusiasmados. Muchos de ellos se paseaban peligrosamente por la ciudad en Citroens negros con las letras FFI pintadas encima.

El general Gerow, al oír los disparos de armas cortas, se convenció de que la 2ème DB no había llevado a cabo su obligación primaria de despejar la ciudad. Todavía le irritaba la forma en que los comandantes franceses se burlaban de su autoridad. Al enterarse de que el general De Gaulle planeaba hacer un desfile de la victoria aquella tarde, envió el siguiente comunicado por radio a la 2ème DB a las 12:55: «Ordeno al general Leclerc que su comando no participe, repito no participe, esta tarde en el desfile, sino que siga realizando su actual misión de limpiar París y sus alrededores de enemigos. Debe aceptar sólo órdenes mías. Facilítese acuse de recibo, informen cuando la orden haya sido entregada a Leclerc. Firmado Gerow».50

Una vez más Gerow fue ninguneado. A las 15:00 De Gaulle fue saludado solemnemente por el Regimiento de Marcha del Chad en el arco de Triunfo. Aquel momento único para los franceses no se vio en modo alguno deslucido por el carácter internacional de la 2ème DB, llena de españoles, italianos, judíos alemanes, polacos, rusos blancos, checos y otras nacionalidades.51

Cuando De Gaulle emprendió la marcha para dirigirse a pie por los Campos Elíseos a Notre Dame, llevaba a uno y otro lado una guardia de semiorugas de la división. El cuartel general del coronel Rol-Tanguy había pedido a 6000 miembros de las FFI que se situaran en fila a lo largo de la ruta de la procesión para actuar como servicio de orden, pero su presencia no contribuyó mucho a tranquilizar al entorno de De Gaulle.52 Éste iba seguido de los generales Leclerc, Koenig y Juin. Tras ellos iban algunos miembros bastante contrariados del Consejo Nacional de la Resistencia, que en un principio no habían sido invitados.53 Pero la alegría de la enorme multitud congregada a uno y otro lado de la gran avenida, encaramada a las farolas, asomada a las ventanas, e incluso en lo alto de los tejados, era indudable. Se calcula que más de un millón de personas se congregaron en el centro de París aquella tarde.

Se desencadenó un tiroteo en place de la Concorde que provocó el pánico y el caos. Nadie sabe cómo empezó, pero el primer tiro probablemente procediera de un fifi nervioso o demasiado aficionado a apretar el gatillo. Jean-Paul Sartre, que estaba asomado a un balcón del Hotel du Louvre, fue tiroteado, y Jean Cocteau, que se encontraba en el Hotel Crillon, afirmaría de forma muy poco convincente que una bala partió en dos el cigarrillo que tenía en los labios. Lo cierto es que un funcionario del Ministerio de Finanzas que estaba asomado a la ventana resultó muerto de un disparo y al menos otras seis personas murieron víctimas del fuego cruzado.

De Gaulle fue trasladado en coche a la catedral de Notre Dame. El cardenal Suhard brilló por su ausencia. Le habían prohibido asistir al acto porque había dado la bienvenida a París al mariscal Pétain, y recientemente había presidido el funeral en honor de Philippe Henriot, el ministro de Propaganda de Vichy asesinado por la Resistencia.

Cuando De Gaulle entró en Notre Dame se oyeron más tiros, tanto dentro como fuera de la catedral. Pero De Gaulle no se inmutó. Mientras que casi todo el mundo a su alrededor se arrojaba al suelo, él continuó andando por el pasillo, doblemente decidido a desarmar a las FFI, a las que consideraba una amenaza para el orden mucho mayor que cualquiera de los miliciens o de los alemanes que pudieran quedar en la ciudad. «El orden público es una cuestión de vida o muerte», dijo al pastor Boegner unos días después. «Si no lo restablecemos nosotros mismos, los extranjeros nos lo impondrán».54 Las fuerzas americanas y británicas eran consideradas ahora más «extranjeras» que aliadas. Francia había sido verdaderamente liberada. Como decía De Gaulle, Francia no tenía amigos, sólo intereses.

Aunque la renuencia de los franceses a reconocer la ayuda de los americanos seguía doliéndole, el general Gerow aceptó posteriormente los intentos de reconciliación de Leclerc. El 27 de agosto, su 2ème DB estaba lista para ponerse en marcha y entró en acción contra los alemanes cerca del aeródromo de Le Bourget. Ese mismo día, Eisenhower y Bradley efectuaron «una visita informal» a París.55 Eisenhower había invitado a Montgomery, pero éste declinó el ofrecimiento alegando que estaba demasiado ocupado. A pesar del carácter informal del evento, el general Gerow no pudo evitar reunirse con sus superiores en la Porte d’Orléans a las 09:30 con toda una escolta de blindados del 38.° Escuadrón de Reconocimiento de Caballería que debía acompañarlos a la ciudad. Al día siguiente, el V Cuerpo comunicó que «el general Gerow, como comandante militar de París, devolvía la capital al pueblo de Francia».56 Cuando Gerow le informó del hecho, el general Koenig contestó que había estado al mando de París todo el tiempo.

Gerow se las arregló para que la 28.a División de Infantería, recién agregada al V Cuerpo, pasara por París al día siguiente para que realizara «una demostración ante el pueblo del poderío del ejército americano moderno». Los generales Bradley, Hodges y Gerow se reunieron con el general De Gaulle en la tumba del Soldado Desconocido en el arco de Triunfo, donde depositaron una corona. Luego, los cuatro pasaron revista a las tropas desde un estrado erigido por unos ingenieros americanos con un puente portátil Bailey puesto del revés en la place de la Concorde. Era perfectamente natural que Norman Cota, a la sazón comandante de la 28.a División, encabezara el desfile. Pocos hombres habían demostrado con tanta claridad como lo había hecho él en la playa Omaha la necesidad de un líder resuelto en el campo de batalla.

Pero el lado más feo de la liberación se puso de manifiesto casi de inmediato con las denuncias y las venganzas de las mujeres que habían tenido relaciones con los soldados alemanes. Marshall y Westover vieron cómo una mujer gritaba a otra: «Collaboratrice!».57 La muchedumbre se volvió contra la acusada y empezó a arrancarle la ropa. Marshall y Westover, con un par de periodistas americanos, lograron salvarla. También en París empezaron a afeitar cabezas. En el balcón de una alcaldía de barrio, los barberos se encargaban de pelar a las mujeres detenidas por collaboration horizontale con los alemanes. En la calle la gente lanzaba gritos de aprobación y aplaudía. Una joven que presenció este tipo de actos recordaría después cuánto llegó a despreciarse a sí misma por haber formado parte de aquella muchedumbre.58 Y un joven oficial de la 2ème DB escribió: «Estamos asqueados por esos sinvergüenzas que maltratan a las mujeres afeitándoles la cabeza por haberse acostado con los alemanes».59 Se calcula que en total afeitaron la cabeza a unas 20 000 mujeres francesas durante el verano de 1944.60

También aumentó la desilusión entre liberados y liberadores. Los americanos y los británicos veían París no sólo como un símbolo de la libertad de Europa frente a la opresión nazi, sino también como un terreno de juego para su diversión. «Cuando nos acercábamos a la ciudad, se apoderó de nosotros una especie de entusiasmo salvaje», escribe Forrest Pogue. «Empezamos a reír, a cantar, a gritar y a hacer otras manifestaciones de exuberancia».61 Los servicios americanos de aprovisionamiento, para mayor irritación de Eisenhower, requisaron todos los mejores hoteles para alojar a sus oficiales de mayor graduación a lo grande. No se permitía entrar a ningún francés sin invitación. Éstos naturalmente los envidiaban por la comida. Simone de Beauvoir describe el Hotel Scribe, reservado para los periodistas extranjeros, como «un enclave americano en el corazón de París: pan blanco, huevos frescos, mermelada, azúcar y carne de cerdo en conserva».62 En el centro de la ciudad, la policía militar americana tenía plenos poderes, y a menudo trataba a la gendarmería local como a un mero cuerpo auxiliar. El Partido Comunista Francés no tardó en etiquetar a los americanos como «la nueva potencia de ocupación».

El propio Pogue quedó sorprendido cuando se enteró de que el Petit Palais había sido tomado, y que había un gran cartel anunciando la distribución gratuita de preservativos entre los soldados americanos. En Pigalle, rápidamente bautizado «Pig Alley» [el «Callejón del Cerdo»] por los soldados, las prostitutas atendían a más de 10 000 hombres al día. A los franceses les llamaba también muchísimo la atención ver a los soldados del ejército americano durmiendo borrachos en las aceras de la place Vendóme.63 El contraste con las tropas alemanas cuando estaban de permiso, que tenían prohibido hasta fumar por la calle, no podía ser mayor.

El problema era que muchos soldados americanos, cargados con los dólares de las pagas atrasadas, creían que la dureza de la vida en el frente les daba derecho a comportarse como quisieran en la retaguardia. Y los desertores americanos residentes en París, junto con unos cuantos chorizos de los servicios de intendencia, fomentaban la existencia de un mercado negro muy boyante. La capital de Francia era llamada «Chicago-sur-Seine».

Por desgracia, el comportamiento de una minoría muy poco representativa deterioró las relaciones franco-americanas más a fondo y de modo más permanente de lo que se pensó en la época. Distorsionó el enorme sacrificio realizado por los soldados aliados y la población civil francesa en la batalla de Normandía, que habían liberado al país de los sufrimientos y la humillación de la ocupación alemana. Llevó también a distraer la atención de la grandísima ayuda proporcionada por los americanos. Mientras los ingenieros de combate desactivaban minas y trampas explosivas, llegaban a París más de 3000 toneladas de provisiones al día, y el avance de los aliados hacia Alemania quedaba prácticamente detenido.

«París había caído de forma muy repentina», comunicaba el Departamento Central de Suministros. «La gente pensaba que teníamos un surtido inagotable de alimentos, montones de ropa y cantidades ingentes de gasolina para sus coches. Nuestras oficinas estaban tan atestadas de gente como el metro de París». Había una demanda enorme de penicilina y de morfina para uso civil. El general de división Kenner, oficial médico jefe del SHAEF, organizó la asignación de una cantidad mensual para el gobierno francés.64 Mientras tanto, los servicios médicos de los ejércitos americano, británico y canadiense hacían lo que estaba en su mano por la población civil herida o enferma de su correspondiente zona.

El éxito de la doble invasión aliada, primero en Normandía y luego en la costa del Mediterráneo, libró al menos a la mayor parte de Francia de una guerra de desgaste prolongada.