La sublevación de París
y la carrera hacia el Sena
Antes incluso de que comenzara la batalla para rodear a los alemanes en Falaise, al general Leclerc lo consumía la impaciencia. Tener a todas sus tropas atrapadas en los combates en torno a Argentan mientras casi todas las demás divisiones de Patton eran enviadas hacia el Sena lo había llenado de frustración. Luego, el 17 de agosto, cuando la 2ème DB recibió la orden de atacar Trun, al principio Leclerc se negó. El comandante americano de su cuerpo de ejército «tuvo que preguntarle categóricamente si pensaba desobedecer una orden escrita».1 Finalmente Leclerc dio marcha atrás. Al convertirse en comandante supremo de los aliados, Eisenhower había accedido a la petición de De Gaulle, que había insistido en que se permitiera a las tropas francesas ser las primeras en entrar en París. A cambio, De Gaulle había prometido que los franceses harían todo lo posible para apoyarlo. Lo político no podía separarse de lo militar, especialmente tratándose de gestos simbólicos de importancia vital para los franceses.
Mientras la división de Leclerc se hallaba ocupada junto con el V Cuerpo de Gerow en despejar el extremo sureste de la bolsa de Falaise, el 3.er Ejército de Patton había avanzado mucho más de lo que Bradley se había figurado. Patton, con sus diversos cuerpos de ejército diseminados por un área tan amplia, tuvo que abandonar su jeep y tomar un avión. «Este ejército cubre tanto terreno que tengo que volar a la mayor parte de los sitios en Cub», escribía. «No me gusta. Me siento como un blanco de tiro al plato».2
El XV Cuerpo de Haislip se había trasladado de Dreux a Mantés, a orillas del Sena, donde uno de sus regimientos cruzaría el río la noche del 19 de agosto. Tras realizar una visita relámpago, Patton anunció orgullosamente a Bradley que había «meado en el río esa mañana».3 Mientras tanto, el XX Cuerpo avanzaba hacia Fontainebleau y Melun, al sur de París. Cuando el XII Cuerpo de Cook tomó Orleans y Cháteaudun, el general Patton dijo con su estilo inimitable:
—Id adonde os apetezca por el este, ¡qué coño!4
Cook comentó que deseaba ir directamente a Coblenza, a orillas del Rin. Patton estaba totalmente a favor, recuerda Cook, pero Bradley no estaba tan seguro. Pensó que Montgomery pondría objeciones porque estaba empeñado en eliminar los emplazamientos de los cohetes en el paso de Calais, que era su máxima prioridad. Pero Patton se vio obligado entonces a mantener al XII Cuerpo en Orleans debido a la escasez de combustible.
Efectivamente, Montgomery empezó a poner objeciones. El 19 de agosto se había enterado en una entrevista con Bradley de que Eisenhower quería avanzar con el 12.° Grupo de Ejército americano a través del este de Francia directamente hacia la frontera alemana. Los británicos y los canadienses se encargarían de despejar el paso de Calais, y luego entrarían en Bélgica y tomarían el puerto de Amberes, como Montgomery había propuesto. Pero él no se fiaba de un avance frontal amplio. Quería que los dos grupos de ejército siguieran adelante formando un grupo compacto a las órdenes de un solo comandante de campo. Esta diferencia de opinión en materia de estrategia dio lugar a una desavenencia gravísima entre los altos mandos de los aliados. Era una batalla que los británicos, notablemente debilitados, estaban condenados a perder.
Las tensiones entre los americanos y los franceses empezaron también a agravarse a un nivel incluso superior. Eisenhower recibió el aviso del comandante en jefe de los británicos en el Mediterráneo de que el general De Gaulle estaba a punto de volar a Francia desde Argel.5 De Gaulle, decidido a no tener que deber favores de ningún tipo a los aliados, se negó a dar cualquier detalle de su plan de vuelo y rechazó la escolta de un caza para su Lockheed Lodestar. Los americanos, realmente preocupados por su seguridad, se ofrecieron a proporcionarle una Fortaleza Volante, pero De Gaulle insistió en que debería llevar insignias francesas y una tripulación francesa, y no había ningún aviador francés calificado para pilotar el avión.6
El 19 de agosto, De Gaulle llegó al cuartel general de Eisenhower. Se enteró de que los americanos habían tomado Chartres.
—Debemos marchar sobre París —dijo al comandante supremo—. Tiene que haber allí una fuerza organizada para velar por el orden interno.7
Eisenhower, sin embargo, pretendía pasar de largo por la capital. Al día siguiente, De Gaulle viajó a Rennes. Llegaron noticias de que había dado comienzo una insurrección en París. De Gaulle envió inmediatamente al general Alphonse Juin con una carta para Eisenhower insistiendo en que era «absolutamente necesario enviar a Leclerc a París[75]».
El comandante alemán del Gross-Paris —«Gran París»— era en aquellos momentos el teniente general Choltitz, antiguo comandante del LXXXIV Cuerpo en la costa de Cotentin. Hitler había mandado llamar a Choltitz a la Wolfsschanze la mañana del 7 de agosto, cuando empezaba el ataque contra Mortain. «Hitler me echó un discurso de tres cuartos de hora, como si fuera un acto público sólo para mí», diría más tarde en tono de queja. El Führer, con aspecto enfermizo e hinchado, estaba furioso con los conspiradores del 20 de julio. Dijo que había desenmascarado a la oposición de un plumazo y que iba a aplastarlos a todos. Choltitz estaba convencido de que realmente estaba trastornado y de que la guerra estaba perdida. Una vez calmado, Hitler le dio una serie de órdenes sobre París. En su calidad de comandante de una «fortaleza sitiada», Choltitz tenía plenos poderes sobre todo el personal de la Wehrmacht del Gran París. La ciudad debía ser defendida hasta el final.8
Choltitz se presentaría luego a sí mismo como antinazi convencido, además de como el salvador de París, pero Hitler confiaba en él debido a su actuación en el sur de Rusia. En efecto, Choltitz había cumplido fielmente las órdenes de los nazis. Ese mismo otoño, en su cautiverio en Gran Bretaña, dijo al general caballero Wilhelm von Thomas:
—La peor tarea que llevé a cabo, aunque la llevé a cabo con gran eficiencia, fue la liquidación de los judíos. Cumplí esta orden hasta el más mínimo detalle[76]. 9
Sin embargo, Choltitz nunca tuvo que enfrentarse a un tribunal de crímenes de guerra por esos actos.
Choltitz llegó a París dos días después, cuando la contraofensiva de Mortain estaba estancada. El teniente conde Von Arnim se entrevistó con él en la Villa Coty, residencia del teniente general barón Von Boineburg-Lengsfeld, al que Choltitz venía a reemplazar. Arnim describe al general, de cincuenta años, como un hombre «de corta estatura y formas rechonchas, voz desapacible, acento medio sajón, medio silesio, con monóculo; en su cabeza más bien redonda lucía una pequeña raya casi en medio. Hablaba con rapidez».10 Arnim, que como muchos oficiales del ejército residentes en París había estado relacionado con la conspiración de julio, al principio se mostró cauteloso con el nuevo comandante de la plaza, en parte porque era evidente que Hitler y el OKW confiaban en él y lo consideraban «un general audaz y experimentado».
Tras una sencilla cena, Choltitz, Boineburg y el jefe del Estado Mayor, coronel Von Unger, se retiraron para tener una charla tranquila, que duró más de dos horas. Choltitz les dijo cuáles eran las instrucciones de Hitler. «Sus órdenes fueron muy breves: destruir París, si el enemigo avanzara, y defender la ciudad desde las ruinas».11 Pero Boineburg y Unger, miembros los dos de la Resistencia del ejército, lograron convencerle de que destruir París no iba a tener ninguna utilidad militar. Cuando los tres hombres salieron, era «evidente que Boineburg y Unger mantenían unas relaciones excelentes con Choltitz».12 A altas horas de la noche, Arnim acompañó a Choltitz al cuartel general del Gran París en el Hotel Meurice. Choltitz le pidió que se quedara en su Estado Mayor, en vez de trasladarse a una división acorazada, como había solicitado. Entendiendo que tenían muchos amigos en común, Arnim accedió.
En la región de París había varios cuarteles generales. El Alto Mando del Oeste estaba en Saint-Germain-en-Laye, y el cuartel general de la Luftwaffe del mariscal Sperrle en el Palais Bourbon. Estaba además el Marinekommando West del almirante Krancke, así como varios mandos de la SS y de la Gestapo, la embajada de Otto Abetz y otros numerosos organismos estatales y del partido nazi. Hitler había dicho a Choltitz que despidiera a todo el personal no combatiente y formara unidades de combate con todas las tropas de retaguardia. Boineburg volvía a Berlín para tomar posesión de otro puesto. Como oficial encargado del arresto de los miembros de la SS en París el 20 de julio, obedeciendo órdenes de Stülpnagel, su supervivencia era casi un milagro. Celebró una cena de despedida con Unger y Arnim. Intentaron olvidar la desastrosa marcha de la guerra y la terrible venganza de los conjurados que se había tomado Hitler hablando de sus familias, de caza y de caballos. Boineburg partió al día siguiente del Hotel Majestic, en la avenue de Jéna, en un convoy armado.
Hasta ese momento había habido en París pocos ataques contra las tropas alemanas, pero la inteligencia militar avisó de que iba a producirse una sublevación en cuanto se acercaran los aliados. El 14 de agosto, el día antes de que se viera atrapado en la bolsa de Falaise, el mariscal Von Kluge convocó una conferencia en Saint-Germain-en-Laye, con oficiales de la Luftwaffe, de la Kriegsmarine y del ejército, para discutir la defensa de París. Al día siguiente, Choltitz organizó una demostración de fuerza haciendo desfilar por las calles de París diecisiete tanques Panther, con la esperanza de desanimar a la Resistencia. En teoría contaba con 25 000 soldados, pero poco después le quitaron muchas de esas tropas y casi todos los tanques, que fueron enviados a reforzar las posiciones contra las puntas de lanza de Patton.13
Choltitz afirma que le dejaron sólo un regimiento de seguridad de soldados veteranos, cuatro tanques, dos compañías montadas en bicicleta, algunos destacamentos antiaéreos y un batallón con 17 carros blindados franceses ya viejos. Sea cual sea el número exacto de tropas que quedaran, eran de poca calidad. Entre ellas había un «batallón de intérpretes»14 que, como tal vez cabría esperar, «no mostró demasiado espíritu de lucha», y otra unidad de «individuos a menudo enfermos, que sólo valían para el trabajo administrativo». Algunos eran civiles alemanes residentes en París que habían sido llamados a las armas en el último momento.
Más tarde se dispuso un anillo exterior de defensa, reforzado con baterías antiaéreas de la Luftwaffe, al mando del general de división Hubertus von Aulock (hermano del comandante de Saint-Malo). Aulock, partidario de la línea dura, creía que «capitulación significa traición». Choltitz, sin embargo, pensaba que todo lo que podía hacer era retener los suburbios del sur y del oeste de la capital como vía de escape de las tropas alemanas que quedaban al oeste del Sena. El teniente general Bayerlein, de la Panzer-Lehr-Division, se lo encontró un día vestido de paisano en los Campos Elíseos. En cuanto lo vio, Choltitz se lamentó de que no tenía tropas suficientes para defender París.15
La insurrección de la que había sido avisado Choltitz empezó a acelerarse esa semana. El coronel Rol-Tanguy, el comunista que dirigía las FFI en la región de París y en toda la Isla de Francia, ya había dado la orden de cortar los cables que comunicaban las posiciones alemanas de la capital.
El 12 de agosto, los trabajadores del ferrocarril se pusieron en huelga. Tres días después, los 15 000 hombres que formaban la policía de París, a la que los alemanes pretendían desarmar, se negaron a ponerse el uniforme. Ese día, que coincidió con los desembarcos en el sur de Francia, el periódico del partido comunista, L’Humanité, invitó a una insurrection populaire. El 16 de agosto, llegó de Londres Jacques Chaban-Delmas, el delegado militar nacional gaullista. Se había trasladado a Inglaterra a avisar al general Koenig de que la sublevación era inevitable. Koenig le dijo que volviera a Francia y frenara la insurrección a toda costa. Los aliados no querían tomar París antes de primeros de septiembre. Aquella noche, el coronel Rol-Tanguy hizo públicas las instrucciones sobre la forma de atacar los tanques con cócteles molotov, siguiendo el «prestigioso ejemplo de los dinamiteros del ejército de la República Española[77]». 16
El 17 de agosto, el Consejo Nacional de la Resistencia y su ala militar celebraron una reunión para debatir la llamada a las armas. Los comunistas, capitaneados por Rol-Tanguy, querían empezar inmediatamente, aunque la Resistencia de París tenía poco más de 400 armas. Aunque los británicos habían lanzado en paracaídas casi 80 000 metralletas para la Resistencia, a París sólo habían llegado algo más de cien. Los gaullistas se hallaban en una posición muy difícil. A pesar de la orden de Koenig, sabían que si se negaban a actuar, los comunistas tomarían la iniciativa y quizá se harían con el poder en la capital.
Las esperanzas se intensificaron aquel día que pasó a llamarse la grande fuite des Fritz («la gran huida de los alemanes»). Paseando por las calles de la capital, el diarista Jean Galtier-Boissiére observó encantado la marcha de muchos oficiales de alta graduación y del personal administrativo alemán, mientras los agentes de la Feldgendarmerie dirigían el tráfico con sus chapas colocadas en el extremo de un palo. «Por la rue Lafayette», escribió, «procedentes de los hoteles de lujo alrededor de L’Étoile, pasan deslumbrantes torpedos en cuyo interior van generales de rostro amoratado acompañados de rubias elegantes, que parece que vayan a algún centro de vacaciones a la moda». La marcha fue acompañada de numerosos saqueos de última hora. El contenido de las bodegas era cargado en camiones de la Wehrmacht, así como alfombras enrolladas, muebles Luis XVI, bicicletas y obras de arte. Los parisinos, que habían intentado ignorar a sus ocupantes alemanes durante los últimos cuatro años, los abucheaban ahora abiertamente. Sylvia Beach, la fundadora de la librería Shakespeare & Company, cuenta cómo una multitud de parisinos salió a saludarlos agitando escobillas de váter, pero entonces los soldados abrieron fuego contra la gente.
Al día siguiente, 18 de agosto, aparecieron en las paredes numerosos carteles de los comunistas instando a la rebelión. Y el 19 de agosto, por la mañana temprano, 3000 funcionarios de policía, vestidos de paisano, pero armados con sus pistolas, tomaron la Prefectura de Policía. Izaron la bandera tricolor y se pusieron a cantar la Marsellesa. Charles Luizet, nombrado por De Gaulle nuevo jefe de la policía de París se coló en el edificio situado en la lle de la Cité. Amédée Bussiére, su predecesor, nombrado por el gobierno de Vichy, fue confinado en su domicilio.
Los alemanes no tenían idea de lo que había pasado en la Prefectura de Policía. «Reinaba una calma engañosa en la ciudad resplandeciente bajo el cálido sol de agosto», escribiría después el teniente Von Arnim.17 Choltitz mandó a Von Arnim a recorrer la ciudad en un Kübelwagen descubierto con dos sargentos como guardaespaldas para que se enterara de lo que estaba pasando. Recorrieron los muelles de la orilla derecha del Sena y pasaron ante el Palais de Justice, que estaba «silencioso como una tumba».18 Parece que no notaron nada raro en la Prefectura de Policía. Pero cuando llegaron a la place Saint-Michel, en la orilla izquierda, de repente empezaron a dispararles. El sargento que iba junto a Von Arnim gritó al sentir que le habían dado en el brazo. Cogieron sus metralletas y respondieron al tiroteo a ciegas. Un disparo alcanzó a una de las ruedas delanteras. Arnim dio una palmada en la espalda al conductor y gritó: «¡Sigue! ¡Sigue!».19 Por suerte para ellos, el fuego procedía sólo de un edificio y lograron llegar a la Feldkommandantur. Pero el sargento que había sido alcanzado en el brazo recibió también un balazo en el pecho y murió por la tarde.
Al enterarse por fin de la insurrección de la Prefectura de Policía, Choltitz envió a la infantería en camiones y en dos tanques, para obligarles a rendirse. Los Panther tenían sólo proyectiles perforadores de blindaje, que hicieron algunos boquetes en el edificio, pero causaron pocas bajas. Incapaz de conseguir su objetivo, la pequeña fuerza tuvo que retirarse. Aquello provocó un alegre entusiasmo y dio paso a un peligroso optimismo. Siguiendo la orden de Rol-Tanguy de «crear un estado de inseguridad permanente en el enemigo y de impedir todos sus movimientos», se llevaron a cabo numerosos ataques en vehículos aislados, pero al anochecer la Resistencia de París se había quedado casi sin municiones[78]. 20
Durante las veinticuatro horas siguientes, los parisinos empezaron a montar barricadas para acorralar a los alemanes. La rue de Rivoli, en la que estaba el Hotel Meurice, fue bloqueada en numerosos puntos hasta la altura Faubourg Saint-Antoine. Los oficiales alemanes miraban lo que ocurría desde los balcones del hotel, pero pronto tuvieron que retirarse al interior de las habitaciones cuando las balas empezaron a llover sobre el hotel.
Llegaron al Hotel Meurice dos oficiales de la SS en un vehículo blindado. Arnim los llevó a ver a Choltitz. Le comunicaron que, por orden directa del Führer, venían a «salvar» el tapiz de Bayeux, que se encontraba en los sótanos del Louvre, y a llevárselo a Alemania. Para entonces las ventanas del Meurice eran tiroteadas constantemente desde el Louvre, pues algunos miembros de las FFI disparaban contra los estandartes nazis de color rojo y negro que colgaban de la fachada del edificio. Choltitz señaló al Louvre y dijo a los oficiales de la SS dónde estaba el tapiz. Comentó que para los mejores soldados del Führer seguramente sería una cuestión totalmente baladí apoderarse de él. Ninguno de los dos se atrevió a objetar nada a su sarcasmo. Convencidos de la imposibilidad de su tarea, se retiraron.
El conde Clemens Podewils, famoso reportero de guerra al servicio de la Deutsche Allgemeine Zeitung, fue el siguiente visitante. Su misión era «informar de la heroica defensa de la fortaleza París, para reforzar la voluntad de lucha de la patria».21 Pero Podewils no tardó en constatar que la ocupación alemana de la capital francesa tenía los días contados. Arnim experimentó «una opresiva sensación de parálisis», preguntándose qué era lo que iba a traer el fin.22
Al día siguiente, 20 de agosto, por la mañana, un grupo gaullista se apoderó con audacia del Hotel de Ville. La acción formaba parte de su plan de ocupar el mayor número posible de edificios y ministerios importantes para establecer la «legalidad republicana» y frustrar las aspiraciones revolucionarias de los comunistas del FTP. Una vez más, la visión de la bandera tricolor francesa ondeando en los edificios públicos estimuló profundamente a los parisinos. Algunos individuos siguieron el ejemplo y empezaron a colgar la bandera francesa en sus balcones, incluso en la rue de Rivoli, cerca del cuartel general de Choltitz. Fueron localizadas largas filas de camiones de la Wehrmacht escondidos bajo los plátanos del boulevard de la Madeleine, listos para retirarse hacia el este. Empezaron a correr rumores de que los alemanes estaban a punto de huir.
El cónsul general de Suecia, Raoul Nordling, negoció entonces una tregua con Choltitz. El comandante alemán accedió incluso a reconocer a las FFI como fuerzas regulares y permitió a la Resistencia quedarse con los edificios públicos a cambio de respetar las fortalezas alemanas. La tregua fue aprobada en una reunión del Consejo Nacional de la Resistencia porque sólo asistió uno de los delegados comunistas. Rol-Tanguy se enfureció al enterarse. En cualquier caso, siguieron produciéndose combates esporádicos. Hombres jóvenes en mangas de camisa y mujeres con vestidos de verano, algunos llevando viejos cascos de la primera guerra mundial, seguían al pie de las barricadas que habían levantado con adoquines, vehículos volcados, camas, muebles y troncos de árboles. Muchos empezaban a llevar brazaletes rojos, blancos y azules con las iniciales de las FFI bordadas por sus esposas o sus novias.
El lunes 21 de agosto, el Consejo Nacional volvió a reunirse. Todos los argumentos de Chaban-Delmas a favor de mantener la tregua fueron violentamente rechazados por los comunistas, que la consideraban un acto de traición. Finalmente, se llegó a un compromiso. La tregua no se rechazaría hasta el día siguiente. Los comunistas prepararon carteles en los que se ordenaba: «Tous aux barricades!». Las escaramuzas entre los alemanes y las FFI continuaron. En la place de l’Odéon, justo debajo de la fortaleza alemana del Palais du Luxembourg, fue arrojada una granada contra un camión alemán, que empezó a arder. La Resistencia de París estaba desesperada porque la BBC seguía sin aludir a la sublevación de la capital.
Aquel día, la 11.a División Acorazada británica relevó a la 2ème DB de Leclerc cerca de Argentan, permitiendo así que ésta quedara «disponible para nuevas misiones».23 Todos los pensamientos de la división iban «hacia París».24 Escucharon por la radio que las patrullas de reconocimiento americanas ya habían llegado a Rambouillet y al bosque de Fontainebleau, mientras que la 7.a División Acorazada se disponía a cruzar el Sena al sur de París a la altura de Melun, Montereau y Sens. «¿Qué estamos haciendo aquí?» fue su angustiada reacción. «Es a nosotros a quienes tiene que corresponder el honor de liberar París. Se nos hizo la promesa formal».25
Las tropas de Leclerc sabían que París estaba en plena ebullición, y su general, lógicamente, pensaba que «París no puede seguir esperando mucho tiempo su solución».26 Como francés, y especialmente como católico conservador que temía que se produjera algún tipo de golpe de Estado de los comunistas en la capital, consideraba imposible de aceptar el argumento de Eisenhower de que París debía esperar para poder llevar a cabo un avance rápido hacia el Rin.
Sin pedir permiso al general Gerow, Leclerc ordenó a uno de sus oficiales, Jacques de Guillebon, que efectuara una misión de reconocimiento detallado por la zona de Versalles y quizá hasta París con un escuadrón de tanques ligeros y una sección de soldados de infantería en semiorugas. Dijo asimismo al capitán Alain de Boissieu (futuro yerno de De Gaulle) que se llevara a los oficiales de enlace americanos a una excursión turística con el fin de mantenerlos alejados. Pero al día siguiente, uno de ellos descubrió lo que estaba pasando y dio el soplo al cuartel general del V Cuerpo.27 Gerow se puso hecho una furia. Inmediatamente ordenó que se hiciera dar media vuelta a la patrulla, pero Leclerc ignoró su orden. Este hecho marcó el rápido deterioro de unas relaciones que habían empezado siendo buenas. Hasta ese momento Gerow había reconocido que Leclerc no era sólo el comandante de una división, sino también el oficial francés de mayor rango que estaba con los ejércitos aliados en Normandía. Ahora Gerow compartía las sospechas que abrigaban muchos altos mandos americanos de que los gaullistas estaban haciendo su propia guerra en Francia, no la guerra de los aliados contra Alemania. Se habría enfadado todavía más si hubiera sabido que la 2ème DB había estado acaparando combustible en secreto, haciendo más pedidos de gasolina de los debidos o incluso robándola directamente de los centros de aprovisionamiento. Las tropas francesas sabían perfectamente que si Leclerc desobedecía las órdenes y hacía una escapada no autorizada a París, los americanos le cortarían el suministro.
Mientras las divisiones de Patton cruzaban el Sena cerca de París, los británicos y los canadienses, al norte de la brecha de Falaise, avanzaban penosamente hacia el este, en dirección a Lisieux y la cuenca baja del río. A diferencia de los americanos, un poco más al sur, se enfrentaban a tres divisiones de infantería completas que combatían en retirada, de pueblo en pueblo y de río en río. Aquellas escaramuzas costaron un número asombrosamente grande de vidas. Cuando una compañía del batallón Tyneside Scottish de la 49.a División de Infantería llegó a un pueblo, un destacamento del 2.° Regimiento de Granaderos Acorazados de la SS que acababa de retirarse, bombardeó inmediatamente la plaza con morteros. Los británicos buscaron refugio enseguida. Un soldado joven, el recluta Petrie, se metió en la casa de un erudito local y se escondió debajo de la mesa de la biblioteca. En ese momento, un trozo de metralla de una bomba de mortero atravesó el techo, traspasó un libro que estaba encima de la mesa —resultó ser El Príncipe de Homburg de Schiller— y finalmente se clavó en la garganta del infortunado joven. Murió al instante y fue enterrado por sus camaradas en un jardín vecino en cuanto cesó el bombardeo. Sólo la liberación de ese pueblecito costó ocho muertos y diez heridos.28
En los bosques y los valles del Pays d’Auge, los alemanes tendían emboscadas a los tanques con sus cañones antiaéreos de 88 mm. El 22 de agosto, se perdieron veintiséis Sherman en un solo ataque. Desastres de este estilo resultaban incluso más sorprendentes al ser infligidos por un enemigo supuestamente derrotado. En consecuencia, el avance hacia el Sena no se llevó a cabo con demasiada rapidez. Un capellán de la división Wessex escribía hablando del enemigo: «Todo lo que sabemos es que ha perdido la guerra, y nos sentimos tanto más irritados cuando sufrimos cualquier baja».29
Ese mismo día, cerca de Lisieux, «la infantería capturó a un par de hombres de la SS de aspecto malvado», escribió en su diario un teniente de artillería, «y estuve presente cuando fueron interrogados en el cuartel general del batallón. Eran bastante arrogantes, y cuando se los llevaron no pude menos que preguntarme si llegarían al calabozo de los prisioneros de guerra».30
En muchos lugares, soldados alemanes corrientes pagaron por los crímenes de la SS. Al sur de Lisieux, cerca de Livarot, un último grupo de soldados de la SS en retirada se detuvo en una granja grande y pidieron leche. Las lecheras les dijeron que ya no les quedaba. Los alemanes siguieron adelante unos doscientos metros más y se sentaron a descansar en una zanja. Poco después vieron aparecer a unos exploradores canadienses. Las muchachas salieron corriendo a cortar unas flores para sus liberadores. En cuanto se fueron los canadienses, los soldados de la SS volvieron a la granja y se vengaron de las muchachas. Echaron mano a las metralletas y las granadas y mataron a seis de ellas. «Cogimos el mismo número de prisioneros alemanes que víctimas había habido en la granja de Le Mesnil-Bacley», escribiría después un miembro de la Resistencia de la localidad, «y les hicimos cavar sus propias tumbas… Y cuando acabaron fueron pasados por las armas en público».31 Y añade: «Unos días más tarde, en Livarot, para festejar la liberación, hicimos desfilar por las calles, después de raparles la cabeza, a todas las mujeres que habían tenido relaciones con el ocupante».32 Una mujer comentó cínicamente que, cuando llegaron los canadienses, «las chicas, entre ellas las más comprometidas en tiempos de los alemanes», fueron las primeras en acercarse a los vencedores, «con la sonrisa en los labios y los brazos llenos de flores». Observó asimismo que cuando las tropas aliadas tiraban al pasar chocolate y cigarrillos a las muchachas, éstas esperaban a que desapareciera el camión, y luego se arrodillaban un poco avergonzadas a recogerlos.33
Muchos normandos hacían comentarios cínicos a propósito de la pertenencia a la Resistencia. «Es increíble la explosión de FFI»,34 observaba un abogado de la zona. «Todos los muchachos del pueblo que antes sólo andaban detrás de las chicas e iban al baile el sábado por la noche, van ahora con brazalete y metralleta».35 No obstante, las tropas aliadas agradecían mucho la ayuda de los verdaderos combatientes de la Resistencia. «Los maquis están haciendo un trabajo excelente, cada vez vemos más de ellos», escribía un comandante canadiense a su familia. Y Myles Hidlyard, de la 7.a División Acorazada, anotó en su diario que durante el avance hacia el Sena, «cada carro [blindado] del 11.° de Húsares llevaba un maquis a bordo, que ofrecía una ayuda valiosísima».36
También cerca de Livarot, un pelotón de la Guardia de Dragones Inniskilling se unió a una compañía del 1.°/5.° Batallón del Regimiento de la Reina poco después del amanecer. El comandante de la compañía les hizo una seña invitándoles a detenerse. El jefe del pelotón, el teniente Woods, saltó a tierra.
—¿Te gustaría un Panzer Mark IV para desayunar? —preguntó el oficial de infantería. Y llevó a su compañero por un sendero hasta una huerta.
«Avanzando vacilante a la descubierta en lo alto de la siguiente cresta, a unos ochocientos metros, se hallaba la presa, que evidentemente no tenía ni idea de que era observada». Woods cruzó el huerto de manzanos y trajo hasta allí su tanque cargado de hojas y frutos. Pasaron un tiempo que se les hizo interminable maniobrando para que el comandante y el artillero tuvieran el blanco a la vista; aquella lentitud volvía loco al conductor, el soldado Rose, mientras la tensión iba en aumento. «Los minutos pasaban; en la torreta el tono del diálogo se volvía cada vez más agrio». Finalmente, tuvieron un tiro claro. El primer proyectil perforador de blindaje dio en la suspensión, casi en la parte trasera. La torreta del Panzer empezó a girar hacia ellos. El segundo proyectil también dio en el blanco, pero el cañón seguía girando hacia ellos. Sólo cuando la tercera bomba volvió a darle se detuvo. Al principio no se vio más que una pequeña columna de humo, pero enseguida aparecieron las llamas y la tripulación saltó del tanque aterrada.37
Cuando se volvió al plan consistente en llevar a cabo un envolvimiento largo de los alemanes que se retiraban hacia el Sena, los americanos enviaron primero a la 5.a División Acorazada y luego al XIX Cuerpo de Corlett, para que girara hacia el oeste remontando la orilla izquierda del río. Pero éstos también encontraron dificultades en su avance y tuvieron un combate muy duro en Elbeuf, donde el mariscal Model había ordenado a sus divisiones fragmentadas que les cortaran el paso para proteger los puentes río abajo.
Esta maniobra dio lugar a otra pelea entre los americanos y los británicos. En la reunión mantenida con Montgomery y Dempsey el 19 de agosto, Bradley había ofrecido a los británicos camiones suficientes para trasladar a dos divisiones y hacer que el flanco derecho avanzara. Dempsey declinó la oferta alegando que no iba a poder sacarlas de allí con la suficiente rapidez.
—Niño Bonito, si no puedes hacerlo tú, ¿pondrías alguna objeción a que lo intentáramos nosotros? —contestó Bradley—. Significaría tener que atravesar vuestro frente.
—¿Por qué no? En absoluto —respondió Dempsey—. Estaríamos encantados de que lo hicierais.38
Pero luego, cuando los corresponsales de la prensa británica le preguntaron por el avance hacia el Sena, Dempsey contestó que todo habría ido más rápido si no los hubiera entretenido el tráfico del ejército americano que cruzó por en medio de su frente. Monty pidió después disculpas a Bradley, diciendo que los periodistas debieron de interpretar mal las palabras de Dempsey, pero Bradley no quedó convencido. Nunca perdonó a Dempsey aquel comentario. Algunos años después, lo calificó de «una de las mayores injusticias que se han hecho al ejército americano».39
El 21 de agosto, los ejércitos canadiense y británico habían alcanzado una línea que iba desde Deauville, en la costa, hasta Lisieux y luego hasta Orbec. Los canadienses fueron reforzados con la 1.a Brigada de Infantería belga, que tomó Deauville al día siguiente, y la Brigada Real (Princesa Irene) de los Países Bajos, que avanzó hacia Honfleur, en el estuario del Sena. También llegó justo al final de la batalla una brigada acorazada checa. Las carreteras que conducían a los cruces del Sena estaban bloqueadas a menudo por vehículos alemanes, unos abandonados por falta de combustible, y otros incendiados por los ataques de los cazabombarderos.
Una vez más los pilotos de los Typhoon hicieron declaraciones excesivamente optimistas. Calculaban que habían destruido 222 vehículos, pero de los 150 abandonados por los alemanes, se comprobó que sólo 13 habían sido destruidos en el curso de un ataque aéreo.40 No cabe duda, sin embargo, de que sus cañones acabaron con una gran proporción de los 3468 vehículos y cañones alemanes. Los Typhoon de la Escuadrilla 123 se llevaron también una sorpresa tremenda sobre el Sena, y cuatro aparatos cuando fueron «rebotados» por los Messerschmitt 109, que casi nunca lograban penetrar la pantalla protectora de las escuadrillas de Mustang y Spitfire que patrullaban por el interior.41
Los alemanes que seguían en la margen izquierda del bajo Sena cruzaron el río por la noche, utilizando barcas e incluso un puente de pontones, que fue desarmado al amanecer para evitar los ataques aéreos. «Los embarcaderos en los que debía cruzarse el Sena fueron dispuestos y asignados a las distintas divisiones», escribió el general Bayerlein. «Esa distribución no fue respetada, y cada uno cruzó el río por donde quiso. La mayor parte de las barcas fueron confiscadas por la SS, que generalmente no permitió a los miembros de otras unidades que las utilizaran».42 Las unidades de artillería se habían quedado con sus caballos, y algunas ayudaron a cruzar a los animales a nado.43 El 23 de agosto, cuando el mal tiempo impidió el concurso de los cazabombarderos aliados, el 21.° Batallón de Zapadores Acorazados empezó a construir un puente en Rouen para que cruzaran sus tanques. Pero el día siguiente fue soleado y el puente fue destruido dos horas después de estar acabado. Las escarpadas y boscosas márgenes del sinuoso valle permitieron al menos a los alemanes permanecer ocultos durante las horas del día.
El cuartel general de Model en la Roche-Guyon había sido abandonado ante la proximidad de las fuerzas americanas. La 5 Panzer-Armee trasladó su puesto de mando primero a Rouen y luego a Amiens, donde Eberbach y su jefe del Estado Mayor, Gersdorff, fueron capturados más tarde por la División Acorazada de la Guardia, aunque Gersdorff logró escapar pocas horas después.44
Al sur de París, los restos del grupo de zapadores de la 276.a División de Infantería llegaron a Melun en su Citroen poco antes de que lo hiciera la punta de lanza de Patton. El cabo Spiekerkötter y sus camaradas pensaban que habían llegado a lugar seguro y que podrían proseguir hacia Metz. Al ser identificados como zapadores por la Feldgendarmerie, recibieron la orden de trasladarse a París para preparar la demolición de los puentes del Sena. Junto con otros miembros de su batallón, los metieron en unos camiones Opel-Blitz nuevos, pero en cuanto llegaron a la place de la Concorde, se dieron cuenta de que las calles estaban vacías y de que reinaba un silencio amenazador. En las calles laterales podían verse barricadas llenas de hombres de las FFI.
Fueron conducidos a un fortín utilizado en 1871 durante el asedio de París, convertido en depósito de cabezas de torpedo de la Marina. Los marineros de la Kriegsmarine los ayudaron a cargar el explosivo en los camiones. Luego, mientras pasaban por los campos Elíseos, oyeron un disparo. Presa del pánico, los zapadores abrieron fuego en todas direcciones. Avergonzados, comprobaron entonces que uno de sus neumáticos había reventado. Por fortuna, no resultó muerto nadie.45
El 22 de agosto, las FFI pusieron fin a la tregua y emprendieron una ofensiva general con la orden: «Tous aux barricades!». Ese mismo día, el general Von Choltitz recibió la orden tajante de Hitler de destruir París. Fue también el día en el que Ralph Nordling, hermano del cónsul general de Suecia en la capital francesa logró llegar al cuartel general de Patton en Dreux para pedirle que salvara París. (Poco antes había llegado el comandante Roger Gallois, representante del coronel Rol-Tanguy, con una petición similar). El general Gilbert Cook, comandante del XII Cuerpo asistió a la reunión y anotó lo que se dijo en ella. «París debía ser declarada ciudad abierta y había que salvarla», explicó Nordling, tras describir la situación reinante en la ciudad en unos términos quizá superapocalípticos.
—Puedo abrirla y volver a cerrarla en veinticuatro horas —replicó Patton.
—Los alemanes tienen demasiada fuerza.
—Estoy muy bien informado —contestó Patton, presumiblemente como consecuencia de lo que Gallois le había contado esa misma mañana a primera hora. Accedió a enviar a Nordling y a sus acompañantes al cuartel general de Bradley, cerca de Laval, para que expusieran ante él su caso.46
Nordling y Gallois, que también fue remitido al cuartel general del XII Cuerpo de Ejército, contaron con la ayuda de los urgentes comunicados por radio enviados a Eisenhower por De Gaulle y el general Koenig, que se habían enterado de la llegada de ambos emisarios. Bradley, que se hallaba con Eisenhower en Granville, escuchó sus argumentos a través de su jefe del Estado Mayor, el general de brigada Edwin L. Sibert. Le habían dicho que «entre 4000 y 5000 niños y ancianos morían cada día de hambre», y que en el metro el sistema de alcantarillado había sido minado.47
Eisenhower empezaba ya a mostrar signos de debilidad en su determinación de pasar de largo por París.
—Bueno, ¡qué diablos!, Brad —exclamó—, supongo que tendremos que entrar.
Bradley reconoció que no había más opción. Eisenhower tenía que vender al general Marshall en Washington su cambio de postura como una decisión puramente militar con el fin de ayudar a la Resistencia. Roosevelt se pondría hecho una furia si pensaba que el cambio de planes era un intento de instalar a De Gaulle en el poder[79].
A las 19:30, Leclerc aguardaba ansioso el regreso de Bradley en la pista de aterrizaje del cuartel general del XII Grupo de Ejército.
—Han decidido enviarle a París.
Antes de que su jeep se detuviera, Leclerc gritó a uno de sus oficiales del Estado Mayor:
—Mouvement immediat sur París!
Aquella orden provocó lágrimas de tremenda alegría. Incluso para los miembros del ejército colonial que no habían visto nunca París, su liberación representaba todo aquello por lo que habían estado luchando durante los últimos años.
El general Gerow, del V Cuerpo, ya había sido convocado al cuartel general del 1.er Ejército estadounidense, donde fue informado de la sublevación, de que la Resistencia tenía escasez de municiones, y de los miles de personas que supuestamente morían cada día de hambre. El general Eisenhower, le dijeron, había dado la orden de que una fuerza de tropas francesas, americanas y británicas saliera para París inmediatamente[80]. «Había que entrar en la capital sólo si la resistencia [del enemigo] era tal que pudiera ser superada con fuerzas ligeras. No tenía que haber combates encarnizados ni bombardeos aéreos o de artillería para evitar la destrucción de la ciudad». En cuanto París quedara asegurada, el general Gerow debía entregársela al general Koenig, que había sido nombrado gobernador militar de la capital por De Gaulle. Gerow dictó inmediatamente una orden de aviso para la 2ème DB y el 102.° Grupo de Caballería, que debían estar listos dentro de una hora para un avance rápido hacia el este.48
El V Cuerpo dio sus órdenes poco después de la medianoche. La 2ème DB, junto con la Sección B del 102.° Escuadrón de Caballería, debía cruzar la línea de partida a mediodía, para «hacerse con el control de París en coordinación con las Fuerzas Francesas del Interior, y prepararse para avanzar hacia el este, tal como había ordenado el comandante del cuerpo». La 4.a División de Infantería americana, con el resto del 102.° de Caballería, debía tomar una ruta más al sur. Pero Leclerc ya había dado sus propias órdenes antes de la medianoche. Y como señaló el Estado Mayor de Gerow, la 2ème DB no esperó. «La marcha sobre París comenzó esa misma noche».
El 23 de agosto, tres groupements tactiques de la 2ème DB, el equivalente de los comandos de combate americanos, emprendió la marcha hacia el sureste bajo una fuerte lluvia con sus columnas aparentemente interminables de carros blindados Staghound, tanques ligeros Stuart, semiorugas, Sherman, tanques destructores, jeeps y camiones. Por delante del grueso de sus tropas, Leclerc llegó al castillo de Rambouillet, residencia oficial campestre de los presidentes de la República Francesa. Envió un mensaje a De Gaulle, quien contestó que se reuniría allí con él. Leclerc había empezado a interrogar a los miembros de la Resistencia y de la gendarmería de la localidad, con la esperanza de enterarse de cuál era la ruta peor defendida para entrar en la capital. Por sus informaciones y por las del comandante Guillebon, al mando de la patrulla de reconocimiento, daba la impresión de que debía evitar Versalles y desviarse más hacia el sur de París. El hecho de que así iba a colarse de rondón en la ruta de la 4.a División norteamericana no le preocupaba lo más mínimo.
En la ciudad de Rambouillet, los oficiales de Leclerc se llevaron la sorpresa de encontrar en el Hotel du Grand Veneur a un conjunto de personajes dignos de una comedia harto improbable. En su mayoría eran periodistas que esperaban con impaciencia la liberación de París. Ernest Hemingway, oficialmente corresponsal de guerra de la revista Collier, estaba mucho más interesado en actuar como soldado irregular al lado de la Resistencia local. No ocultaba una pistola automática pesada que llevaba, aunque los no combatientes lo tenían terminantemente prohibido. Según John Mowinckel, un oficial de inteligencia americano allí presente, Hemingway quiso interrogar a un patético prisionero alemán que le habían traído sus nuevos amigos de la Resistencia.
—Yo le haré hablar —dijo en tono jactancioso—. Quitadle las botas. Le asaremos los pies con una vela.
Mowinckel dijo a Hemingway que se fuera al infierno y que dejara en paz al chico, que evidentemente no sabía nada.49
Otro de los presentes en Le Grand Veneur era David Bruce, por entonces miembro del OSS y más tarde embajador americano en París. Estaba también el comandante Airey Neave, del MI9, la organización secreta británica que ayudaba a escapar a los prisioneros de guerra. Neave iba persiguiendo a un sargento británico que había traicionado a la Resistencia francesa y la había denunciado a los alemanes. También apareció por allí el especialista en historia de la guerra Sam Marshall. Más tarde tendría que proteger a Hemingway prestando falso testimonio y afirmando que no lo había visto nunca armado con una pistola. También se dejó ver Irwin Shaw, autor con el tiempo de The Young Lions, acompañado de un equipo de cámaras del Cuerpo de Transmisiones. Aquello no podía contribuir a calmar el ambiente, pues Hemingway estaba en el proceso de conquista de su amante, Mary Welsh, que no tardaría en convertirse en la cuarta señora Hemingway.
Shaw iba seguido de un grupo de corresponsales de guerra americanos, todos ellos ansiosos de poder afirmar que habían sido los primeros en entrar en París. «Todos parecían "aviadores veteranos" que aplastaban sus sombreros para estar a tono», escribió el teniente John Westover, el acompañante de Marshall. «Entre ellos estaban Ernie Pyle y Bob Capa. Pyle llevaba una gorra que hacía que se pareciera al mariscal Montgomery».50 Algunos se sintieron indignados, aunque no del todo sorprendidos, al ver a Hemingway actuar como si fuera el comandante militar de la plaza. Cuando Bruce Grant, del Chicago Daily News, hizo un comentario sarcástico acerca del «general Hemingway y sus maquis», el aludido vino hacia él y le dio un puñetazo.
Mientras que muchos no podían pensar más que en la liberación de París, los altos mandos americanos estaban mucho más preocupados por el avance hacia Alemania. Patton voló ese día a Laval para entrevistarse con Bradley antes de salir para celebrar una entrevista con Montgomery y Eisenhower. Pero a Patton y a Bradley seguía preocupándoles que Eisenhower accediera a las exigencias de Montgomery y permitiera que el XXI y el XII Grupo de Ejército se dirigieran al norte. Según Patton, «Bradley estaba más cabreado que nunca desde que lo conozco y se preguntaba en voz alta "para qué valía el comandante supremo"».51 Patton le dijo que ellos dos y Hodges presentarían su dimisión si Eisenhower no tomaba la ruta del este, y accedía a seguir la del norte, hacia el paso de Calais y Bélgica, como exigía Montgomery. Pero los temores de Patton eran infundados. Para entonces Eisenhower tenía la sensación de que Montgomery no era leal y se negó a escuchar sus argumentos.
Cuando De Gaulle llegó al castillo de Rambouillet aquella noche, se mostró preocupadísimo por la situación reinante en París. Temía que la revuelta capitaneada por los comunistas diera lugar a un desastre comparable al de la Comuna de 1871. El general tomó una cena a base de raciones C frías en el grandioso ambiente del comedor de gala de Rambouillet, tras la cual Leclerc le informó de su plan de ataque. De Gaulle le dio su aprobación.
—Tiene usted suerte —le dijo después de una larga pausa, pensando en la gloria que aguardaba al responsable de la liberación de París.52
Acampados al lado de sus vehículos en el parque y en el bosque empapado de agua, los soldados de la 2ème DB cocinaron sus raciones, limpiaron sus armas y se afeitaron cuidadosamente preparándose para la bienvenida que los esperaba.