La contraofensiva
de Mortain
El 2 de agosto, justo antes de la medianoche, el general de artillería Warlimont llegó al castillo de La Roche-Guyon procedente de Prusia oriental. Había volado hasta Estrasburgo, donde lo aguardaba un coche oficial. Sus órdenes eran hacer una evaluación de la gran ofensiva americana, pero aquel día la Panzergruppe West había estado mucho más preocupada por el embate de los británicos contra Vire, junto con el ataque del XXX Cuerpo de Ejército. «La situación es todavía más grave», comunicó Eberbach. «Los aliados intentan empalmar las distintas cuñas de penetración por el flanco occidental y por el centro del frente».1
La noche antes de que Warlimont abandonara la Wolfsschanze, él y Jodl habían sido convocados por Hitler. Habían discutido la opción de la retirada al bajo Sena, pero los meandros y las revueltas del río hacían que la línea resultara muy difícil de defender.2 El Führer estaba indeciso. Era sumamente reacio a desaprovechar el contacto con España y Portugal, con la consiguiente pérdida de materias primas. Replegarse habría supuesto también el fin de las bases de submarinos en la costa del Atlántico. Hitler se mostró más realista de lo que esperaba Warlimont, aunque le dio órdenes sumamente estrictas de no discutir el asunto con Kluge. «En cuanto está preparada una línea de defensa por detrás de la línea del frente», comentó el Führer, «mis generales no piensan más que en replegarse a ella».3
Tras mantener una conversación con Kluge, Warlimont visitó diversos cuarteles generales de campaña. Vio al general Eberbach, de la Panzergruppe West, y a Sepp Dietrich, del I Cuerpo Acorazado de la SS, en el frente de Caen. Parece que el bullicioso Meindl fue el que habló con más franqueza, especialmente cuando Warlimont realizó el dramático relato de las ocasiones en que había estado a punto de ser alcanzado por los cazas aliados durante el viaje. Meindl diría luego de Warlimont: «Pertenecía a la serie de soldaditos de juguete en cuyas manos el hado había puesto nuestra fortuna».4 Todos los oficiales con los que habló Warlimont estaban «descorazonados» por el abrumador efecto del poderío aéreo de los aliados.
El 4 de agosto por la mañana, Warlimont regresó al cuartel general de Kluge en La Roche-Guyon. Acababa de ser recibida una orden de Hitler en la que se decía que debían concentrar todas las divisiones acorazadas y atacar Avranches con el fin de cortar las líneas de comunicación de Patton. La operación iba a llamarse Lüttich. El propio Kluge ya había considerado llevar a cabo un plan similar, pero temía «no poder aguantar la línea y lanzar al mismo tiempo la contraofensiva».5 Pero como se sospechaba que había estado complicado en la conjura de la bomba, Kluge no estaba en condiciones de oponerse a la voluntad del Führer.
Desde la reunión mantenida con Jodl y Warlimont, la actitud de Hitler se había vuelto más rígida y ahora rechazaba cualquier idea de retirada. El jugador que había en él, junto con su afición por lo teatral, le había inspirado una de sus fantasías sobre el mapa. Había estado contemplando los símbolos de las divisiones sobre el papel, negándose al mismo tiempo a reconocer que la mayoría de ellas habían quedado reducidas a una fracción de la que era teóricamente su fuerza. Para él, la idea de aislar al 3.er Ejército de Patton resultaba irresistible. Justificaba además su idea de aguantar en Normandía aduciendo que casi todas las divisiones de infantería carecían de medios de transporte mecanizados. La retirada las habría dejado, pues, a merced de las divisiones blindadas estadounidenses y de las fuerzas aéreas aliadas. Al mismo tiempo, cuando planeó la Operación Lüttich, se negó a tener en cuenta el poderío aéreo de los aliados. Semejante actitud era típica de su propensión a ver sólo lo que le convenía.
El tiempo corría en su contra, como sabía Kluge mucho mejor que Hitler. El 4 de agosto por la noche, Patton regresó de Bretaña y se entrevistó con Haislip, comandante del XV Cuerpo. Bradley había dado órdenes al 3.er Ejército de que atacara por el este, a lo largo del frente abierto de los alemanes. Menos de dos horas después, Haislip informaba a los comandantes de sus divisiones de que a la mañana siguiente iban a lanzar una ofensiva. La 79.a División de Infantería debía tomar Laval, mientras que la 90.a debía tomar la ciudad de Mayenne, un poco más al norte.
Patton se había mostrado bastante mordaz al referirse a la 90.a División de Infantería tras encontrársela en la carretera, al este de Avranches, tres días antes. «La división está en malas condiciones, hay poca disciplina, los hombres están sucios y los oficiales son apáticos, muchos de ellos se quitan las insignias y disimulan las marcas de sus cascos. Vi a un teniente de artillería saltar de su jeep y esconderse en una zanja cuando un avión voló sobre ellos a gran altura y se puso a disparar un poco».6 Pero a las órdenes de su nuevo comandante, el general Raymond McLain, la 90.a División demostraría enseguida cómo una formación baja de moral podía dar un giro de ciento ochenta grados gracias a un buen liderazgo y a un cambio de las circunstancias. El 5 de agosto, la 90.a tomó la ciudad de Mayenne en sólo seis horas. El principal puente sobre el río había sido minado, pero «un chico francés de unos quince años se subió al puente y cortó los cables».7 La 79.a tomó Laval a la mañana siguiente. El ataque de los americanos contra Bretaña, aunque no hubieran logrado conquistar ningún puerto importante, había servido en cualquier caso para distraer a los alemanes de la amenaza real que se cernía sobre su flanco sur. No habían esperado nunca que el 3.er Ejército avanzara hacia el este con tanta rapidez.
Patton seguía desdeñando en privado la preocupación de Bradley por la posibilidad de que los alemanes lanzaran una gran contraofensiva al norte de su posición, cerca de Mortain. «Personalmente no doy mucho crédito a esa posibilidad», había anotado en su diario el 1 de agosto, cuando Bradley le había planteado el asunto. Al día siguiente se puso hecho una furia cuando Bradley ordenó que se reforzara el extremo del frente, en las cercanías de Fougéres. Patton pensaba que Bradley estaba siendo tan excesivamente cauteloso como lo habían sido los británicos. Pero el instinto de Bradley era acertado, aunque en ese momento no tuviera informaciones del servicio de inteligencia que confirmaran sus sospechas[60]. 8
Para Patton, el problema más urgente era de orden logístico. Sus divisiones acorazadas andaban escasas de combustible y sus fuentes de aprovisionamiento seguían estando al norte de Avranches. En la retaguardia las carreteras estaban atascadas de columnas de camiones de pertrechos y de tropas. La policía militar se veía sobrepasada cuando intentaba controlar de algún modo el tráfico que pasaba por el cuello de botella de Avranches veinticuatro horas de veinticuatro. Incluso los comandantes de las divisiones y los distintos cuerpos de ejército intentaban sortear el caos como podían. «Aproximadamente 13 000 camiones, tanques, jeeps, semiorugas y obuses cruzaban por el puente de Pontaubault, a una media de un vehículo cada treinta segundos».9 La Luftwaffe, que había recibido la orden de hacer todo tipo de sacrificios para atacar la ruta de Avranches, efectuaba incursiones aéreas de día y de noche con bombarderos y cazabombarderos. Pero los americanos, que habían sobrestimado sus necesidades de batallones de artillería antiaérea en Normandía, pudieron concentrar una potencia de fuego formidable en torno a los principales puentes al sur de Avranches.
Mientras daba comienzo el avance hacia el este del 3.er Ejército de Patton, el 1.er Ejército de Hodges continuaba acorralando a los alemanes al sur de Vire. Por la derecha, la 1.a División de Infantería norteamericana recibió la orden de avanzar hacia Mortain y luego crear un nexo de unión con las fuerzas de Patton situadas al sur. La 1.a División de Huebner había tomado Mortain y había asegurado la principal altura que dominaba la ciudad, la Colina 314, llamada los Rochers de Montjoie. Cuando el comandante del cuerpo de ejército al que pertenecía, el general Collins, le recordó la importancia de la cota, Huebner pudo darle una respuesta satisfactoria:
—Joe, ya la tengo.10
Mortain era una localidad tranquila en medio de un paisaje espectacular. La población, alargada y estrecha, se hallaba situada en lo alto de la ladera oeste de la colina de Montjoie, con el barranco del río Canee a sus pies. En el extremo norte del pueblo había dos cascadas. La mayor parte de las casas tenían una vista magnífica del barranco y de las empinadas colinas situadas al fondo. Avranches se encontraba a menos de 30 km a vuelo de pájaro.
Los franceses que habían intentado escapar de los combates que se libraban más al norte habían buscado refugio allí. La mayoría había llegado a pie, pues los alemanes habían requisado sus bicicletas y sus carretas para huir. Los refugiados envidiaban a los habitantes de Mortain porque su ciudad no había sufrido ningún daño. Los que podían permitírselo, almorzaban agradablemente en el Hotel Saint-Michel y soñaban con la paz venidera. Los únicos signos de la guerra eran los aviones aliados que volaban sobre sus cabezas. Los alemanes de las inmediaciones eran prácticamente invisibles durante el día, y sólo aparecían cuando oscurecía.
Desde detrás de las cortinas, otros habitantes de la comarca observaban la retirada de los alemanes hacia Domfront. «Algunas tropas siguen en buen estado, otras se encuentran completamente relajadas, hombres a caballo, en carretas, empujando carretillas. Todo eso nos recuerda el éxodo del 40».11 Cuando los alemanes ordenaban a los habitantes de las aldeas y los pueblos evacuar sus poblaciones, el alcalde les aconsejaba simplemente esconderse en los pajares y en el campo. Cuando los combates estaban cerca, las madres comprobaban que sus hijos llevaran etiquetas cosidas a la ropa con la dirección de algún pariente, por si a ellas las mataban.
El 5 de agosto por la noche, el general Huebner recibió la orden de trasladar la 1.a División de Infantería a Mayenne. Al mismo tiempo, la 30.a División de Infantería, de reserva cerca de Tessy-sur-Vire, debía trasladarse de inmediato a Mortain en camiones para relevar a las tropas de Huebner. Pero se tardó algún tiempo en reunir los medios de transporte necesarios y, por si fuera poco, las carreteras estaban tan atascadas que los convoyes de la 30.a División avanzaban a una media de poco más de 5 km por hora. Sus primeros efectivos no llegaron a Mortain hasta el 6 de agosto a media mañana. Los oficiales de la 1.a División les informaron de la situación. El sector estaba tranquilo, excepto por algunas salvas de artillería y la actividad de algunas patrullas en el flanco de la colina de Montjoie. No ocultaron, sin embargo, su sorpresa ante el hecho de que la noche anterior la Luftwaffe atacara Mortain con bombas y cargas incendiarias. El ataque no había sido muy efectivo, de modo que nadie lo consideró significativo.
Cuando el coronel Hammond D. Birks, el oficial al mando del 120.° Regimiento de Infantería, llegó a Mortain, se encontró las tiendas abiertas y los hoteles llenos de gente. A algunos de sus hombres les «pareció un lugar excelente para disfrutar de un pequeño descanso y un poco de relax», comentó.12 Pero de repente dio la sensación de que el ambiente cambiaba por completo. «Cuando llegamos aquí», escribiría luego un sanitario del 120.° Regimiento de Infantería, «los pocos franceses que quedaban en el pueblo empezaron de pronto a desaparecer. Llegó a nuestros oídos el rumor de que los franceses habían sido avisados de que los alemanes estaban a punto de atacar y habían ido a refugiarse a unas cuevas situadas cerca del pueblo. Esta información parecía totalmente increíble y seguimos tumbados ociosamente en la hierba».13
El 2.° Batallón del 120.° Regimiento se apeó de los camiones en la calle mayor de Mortain y escaló la parte rocosa de la cresta de Montjoie para ocupar las posiciones de la 1.° División alrededor de la Colina 314. Su oficial al mando, el teniente coronel Hardaway, tomó la desafortunada decisión de establecer su puesto de mando en el Grand Hotel, en el casco urbano, y no en lo alto de la Colina 314, junto con su batallón. Otras compañías se situaron en los puestos de bloqueo que conducían a la ciudad por el norte y por el sur. Un batallón fue enviado también al sureste de la población para asegurar la pequeña localidad de Barenton.14
La mayoría de las divisiones alemanas estaban ya escondidas en sus puestos de reunión en el sector Sourdeval-Mortain. La división Das Reichy la 116.a Acorazada se habían retirado el día 3 de agosto aprovechando la oscuridad. La 1.a División Acorazada de la SS Leibstandarte Adolf Hitler se había replegado también abandonando la línea sur de Caen para unirse al ataque, pero tenía un largo camino que recorrer. Los restos de la 17.a División de Granaderos Acorazados Götz von Berlichingen fueron enviados a reforzar la Das Reich, cuya misión era cubrir el flanco sur de la ofensiva y atacar Mortain. Por el centro, la principal fuerza debía estar formada por la 2.a División Acorazada, que tenía que dirigirse sin dilación a Juvigny-le-Tertre, otros 25 km más allá. En el flanco norte, la 116.a División Acorazada debía atacar desde las proximidades de Mont Furgon, al este de Sourdeval. En cuanto llegara a su destino, la 1.a División Acorazada Leibstandarte Adolf Hitler debía pasar entre las otras unidades cuando éstas rompieran las líneas de los americanos, y proseguir sin dilación hacia Avranches.
Jodl advirtió a Kluge que Hitler deseaba que el ataque se hiciera con la máxima fuerza y le dijo que retrasara la ofensiva hasta el 8 de agosto. Pero Kluge, que acababa de enterarse de que los americanos avanzaban desde el río Mayenne hacia Le Mans, pensó que no podía esperar. Detrás de Le Mans se enconaba la base de aprovisionamiento del 7.° Ejército de Alencon.
Kluge, Hausser y su jefe del Estado Mayor, Gersdorff estudiaron esta amenaza. Los alemanes habían capturado un mapa americano que mostraba una ofensiva desde Le Mans contra París, pero no hacia el norte, lo que habría supuesto dejarlos aislados. Este hecho los indujo a pensar que los aliados no pretendían rodearlos. Los feroces ataques británicos fueron «los mayores obstáculos a la hora de tomar la decisión», anotó Gersdorff. Hitler no mostraba demasiada preocupación por el avance del 3.er Ejército. En su opinión, sólo significaba que la ofensiva no serviría más que para aislar un número todavía mayor de tropas americanas.
Kluge veía la ofensiva de Avranches como un medio de perjudicar a los aliados antes de retirarse al Loira por el sur y al Sena por el este. Hitler, por su parte, con su optimismo enloquecido, la veía como un primer paso hacia el restablecimiento del frente existente en Normandía a comienzos de julio. El OKW prometió mil cazas en apoyo de la operación, pero ninguno de los máximos comandantes creía que fuera a cumplir su palabra. «Habían sido engañados muchas veces en el pasado y pensaban que iban a ser engañados de nuevo», reconocería Warlimont una vez acabada la guerra.15 Pero él mismo había sido uno de los que habían engañado a Hitler, convenciendo a los generales de que la situación era mejor de lo que en realidad era.
La Operación Lüttich debía ser dirigida por el general de las tropas acorazadas, barón Hans von Funck, comandante del XLVII Panzerkorps, que causaba desagrado a todo el mundo. El teniente general conde Gerhard von Schwerin, el hombre intelectualmente presumido que estaba al mando de la 116.a División Acorazada, ya había tenido una serie de furibundas peleas con Funck por la forma en que había manejado el contraataque al oeste del Vire el 28 de julio. Funck había acusado a la 116.a División Acorazada de «resistencia pasiva, cobardía e incompetencia».16 Schwerin se había enzarzado ahora en una nueva discusión con Funck por la lucha para mantener el punto de partida de la Operación Lüttich. La 84.a División de Infantería, recién llegada a la zona y situada a su derecha, que supuestamente debía encargarse de ese sector, estaba empezando a ceder debido a la reanudación de los ataques americanos. Además Funck creía equivocadamente que Schwerin no había trasladado a la 2.a División Acorazada un batallón de Panther, como le habían ordenado. Exigió que Schwerin fuera relevado del mando. Como el ataque estaba a punto de comenzar, el Oberstgruppenführer Hausser se negó. Es evidente que todos los oficiales de mayor rango estaban muy nerviosos.
El 6 de agosto, a las 15:20, menos de cuatro horas antes de la hora a la que debía dar comienzo la ofensiva, el mariscal Von Kluge recibió un comunicado por radio que empezaba de un modo conocido por todos: «El Führer ha ordenado…». La Operación Lüttich, decía, no debe ser dirigida por el general Von Funck, sino por el general Eberbach. Hitler odiaba a Funck porque había sido oficial del Estado Mayor personal del Generaloberst barón Werner von Fritsch, al que el Führer había destituido en 1938. En 1942, Funck estaba destinado a asumir el mando del Afrika Korps, pero Hitler nombró en su lugar a Rommel.17
Kluge quedó aterrado ante aquella decisión. Llamó inmediatamente por teléfono al OKW en Prusia oriental para protestar diciendo que un cambio de mando unas pocas horas antes de que diera comienzo la ofensiva era «prácticamente imposible». Cuando le respondieron que la operación debía ser retrasada, como quería el Führer, Kluge contestó: «El ataque debe llevarse a cabo esta noche.
Si esperamos más, tendríamos que hacer frente a un grave deterioro de nuestra situación. La demora de un solo día acarrea el peligro de que las fuerzas aéreas del enemigo destruyan las zonas de reunión».18
Kluge logró persuadir al OKW de posponer la cesión del mando a Eberbach, pero tenía además otros quebraderos de cabeza. Los elementos avanzados de la 1.a División Acorazada de la SS Leibstandarte Adolf Hitler no habían llegado más que hasta Flers. Kluge llamó por teléfono al cuartel general del 7.° Ejército para decir que tenía dudas de poder llegar a tiempo. Aunque la Leibstandarte había empezado a replegarse el 4 de agosto por la noche, su traslado a la zona de Mortain se había visto retrasado por una repentina acometida de los canadienses, y luego por los atascos de tráfico y un violento ataque aéreo.
Pese a los temores que abrigaba Kluge de que se produjeran incursiones de bombardeo en sus zonas de encuentro, la jornada experimentó «muy poca actividad aérea».19 La 2.a División Acorazada de la SS Das Reich estaba bien escondida bajo las hayas y los robles del antiguo bosque de Mortain, una cresta frondosa de forma alargada situada al sureste de la localidad. A la derecha tenía al Regimiento de Granaderos Acorazados Führer, en el centro al grupo de combate de la 17.a División de Granaderos Acorazados de la SS Götz von Berlichingen, y a la izquierda estaba el Regimiento Deutschland, apoyado por el 2.° Regimiento Acorazado de la SS, dispuesto a doblar hacia el suroeste después de pasar por Mortain.
La 30.a División de Infantería norteamericana, situada en Mortain y sus inmediaciones, todavía ignoraba casi por completo lo que se avecinaba. La 4.a de Infantería, que estaba en la reserva, anotó en su diario de operaciones: «La guerra parece prácticamente acabada».20 Este optimismo se vio estimulado por la noticia de que Turquía había roto sus relaciones con Alemania, por los intentos de Finlandia, Bulgaria «y posiblemente Hungría» de salir de la guerra, por los avances de los americanos hacia Brest y Mayenne, y por la llegada del Ejército Rojo a las afueras de Varsovia y a la frontera de Prusia oriental. El 6 de agosto, el 12.° Regimiento de Infantería de la división finalmente se retiró a descansar en un «bonito vivaque cerca del pintoresco pueblecito de Brécey. Enseguida se tomaron disposiciones para la instalación de duchas, espectáculos, películas y chicas "donuts" de la Cruz Roja. Por primera vez desde el Día D los chicos de ojos hundidos y mejillas demacradas del 12.° grupo de combate pudieron relajarse».21 Aquella tarde y noche, los decodificadores de Bletchley Park empezaron a trabajar febrilmente en una verdadera oleada de interceptaciones. Habían pedido a la Luftwaffe que proporcionara protección nocturna con cazas a la 2.a División Acorazada de la SS con vistas a un ataque sobre Mortain y sus alrededores. La 2.a y la 116.a División Acorazada, así como la Leibstandarte, fueron identificadas también como integrantes de un ataque cuyo punto de partida se hallaba entre Mortain y Sourdeval.22 Aunque más escéptico frente a las informaciones de Ultra que la mayoría de los comandantes, a Bradley no le quedaba la menor duda respecto a la seriedad del ataque.23 Se aseguró de que todos los batallones de artillería disponibles fueran enviados urgentemente al sector amenazado, entre los ríos Sée y Sélune. Se remitió un mensaje a la 30.a División de Infantería instándole a reforzar el batallón de la Colina 314, que dominaba Mortain, pero parece que no llegó a tiempo. Por el noroeste, el alcalde de Le Mesnil-Tove advirtió al oficial al mando de una compañía del 117.° Regimiento de Infantería de la 30.a División que había tropas alemanas con tanques escondidas en los bosques en las cercanías de Bellefontaine, detrás de las líneas americanas. Cuando el comandante de la compañía informó de la noticia, el cuartel general de su división le respondió que «dejara de propagar rumores».24
El inicio del ataque, que originalmente debía producirse a las 18:00, fue retrasado varias veces por la demora de la Leibstandarte. Además, se hicieron cambios de última hora en las formaciones, sobre todo porque otras unidades que debían reforzar la operación no llegaron a tiempo a consecuencia de la presión de los aliados en otros lugares del frente. Kluge, que quiso hacer unos cambios de última hora en el plan, fue persuadido de que dejara las cosas como estaban. Por último, a media noche, el avance dio comienzo sin preparación de artillería. El plan consistía en infiltrarse lo más posible detrás de las líneas enemigas antes del amanecer.
El primer choque tuvo lugar en el flanco norte, antes incluso de que diera comienzo oficialmente la Operación Lüttich. A las 22:30 del 6 de agosto, dos motocicletas semioruga alemanas se saltaron un puesto de bloqueo de la 39.° Regimiento de Infantería al este de Chérencé-le-Roussel, pero fueron puestas fuera de combate por otra compañía un poco más adelante en la propia carretera.25 Todo quedó entonces tranquilo, pero alrededor de la media noche se oyó ruido de tanques por la carretera situada un kilómetro más al sur que conducía de Bellefontaine a Le Mesnil-Tóve. Nadie lo asoció con el anterior aviso del alcalde.
Dos horas más tarde, a las 02:00 del lunes 7 de julio, el batallón del valle fue atacado por unos soldados de infantería alemanes provenientes de Mont Furgón, un poco más al norte, y más contingentes de infantería con apoyo de tanques de la 116.a División Acorazada procedentes del este. Con el refuerzo de unos cuantos Sherman del 746.° Batallón de Tanques, la agresión pudo ser repelida. Los americanos seguían dando por supuesto que se trataba simplemente de un ataque localizado. Pero pronto quedó patente que el principal eje del avance alemán estaba situado en la pequeña carretera situada al sur, que atravesaba Le Mesnil-Tóve. Se trataba de la columna norte de la 2.a División Acorazada y a las 05:00 los alemanes se habían dispersado por todo el pueblo y se dirigían a Le Mesnil-Adelée.
El avance de la columna sur de la 2.a División Acorazada se retrasó hasta las 05:00. En Saint-Barthélemy, parte del 117.° Regimiento de Infantería oyó el ominoso ruido de los blindados avanzando, pero la niebla era tan espesa que la visibilidad se había reducido a poco más de veinte metros. Mientras que algunos puestos de bloqueo fuera de la localidad fueron rebasados con facilidad, una posición antitanque logró cortar el paso a un destacamento de Panther, poniendo a dos fuera de combate. Otros grupos de Panther, con apoyo de infantería, lanzaron ataques desde otras direcciones, entre ellos un destacamento avanzado de la 1.a División Acorazada de la SS. La infantería americana tuvo que librar duros combates con la ayuda de bazookas. Resistió «extraordinariamente bien», como reconocería más tarde el general Von Lüttwitz, de la 2.a División Acorazada.26
En Saint-Barthélemy entraron ocho Panther y se detuvieron en la calle mayor, justo delante del cuartel general avanzado del teniente coronel Frankland, del 1.er Batallón del 117.° de Infantería. Uno de sus oficiales se asomó a la ventana y vio de pronto un Panther en la calle. Entonces oyeron ruidos en la parte de atrás de la casa. Frankland fue a investigar y comprobó que dos de sus radiotelegrafistas eran obligados a marchar con las manos en alto. Abatió de un tiro a dos soldados de la SS que los conminaban a salir y vio otro Panther en la calle, en la parte posterior de la casa. Sorprendentemente, el grupo de combate de Frankland logró salir huyendo por una ventana y reunirse con una de las compañías. Ante la acometida de los granaderos acorazados de la SS, la mayoría del batallón de Frankland emprendió la retirada, saltando los setos y escabullándose por las cunetas.27
Aunque el batallón de Frankland había sido rebasado, la feroz defensa de Saint-Barthélemy que realizaron causó un retraso esencial al avance de la 2.a División Acorazada hacia Juvigny-le-Tertre. Los Panther no reanudaron su avance hasta última hora de la mañana. Esta circunstancia dio a los americanos tiempo para traer refuerzos a toda prisa, especialmente para bloquear a la columna norte en Le-Mesnil-Adelée, a cuatro kilómetros al oeste de Le-Mesnil-Tóve.
Poco después de la media noche, las tres Kampfgruppen de la División Das Reich y de la Götz von Berlichingen se habían acercado a Mortain y a la Colina 314. Contaron además con la ayuda de la espesa niebla, que amortiguó el ruido de sus motores.
El 7 de agosto, a la 01:25, el batallón americano instalado en la Colina 314 se levantó al oír disparos de arma corta. Los alemanes habían encontrado una ruta para saltarse el puesto de bloqueo situado más abajo, en la entrada sur al pueblo. Lanzaron un ataque contra la colina y contra la propia Mortain. El coronel Hammond Birks, comandante del 120.° de Infantería, envió una compañía a Mortain a despejar la zona, pero los alemanes estaban ya bien asentados en el pueblo. A las 02:00, atacaron la Colina 314 también desde el norte.
Birks no tenía reservas, y el teniente coronel Hardaway, atrapado en el Grand Hotel en el centro del pueblo, no podía reunirse con el grueso de su batallón, que estaba en lo alto de la colina. En compañía de su grupo, en el que había otros tres oficiales, intentó salir del Grand Hotel y abrirse paso a través del pueblo hasta la colina, pero las patrullas de granaderos acorazados los obligaron a buscar refugio en una casa abandonada.28
Aunque la mayor parte de los puestos de bloqueo fueron rebasados enseguida, la posición defensiva instalada junto a la Abbaye Blanche, justo a la salida de la población por el norte, infligió graves bajas a sus atacantes, pertenecientes a la División de la SS Das Reich. El escuadrón de tanques destructores del teniente Springfield, con sus cañones de tres pulgadas, disparó relativamente desde cerca contra cada semioruga alemán que aparecía entre la niebla. «Un ruidoso estrépito, seguido de un resplandor rojo, revelaba cada tiro que daba en el blanco. En cuanto a los ocupantes de los transportes blindados de personal, en el momento en que salían dando tumbos de sus vehículos recién abatidos, eran barridos con ráfagas de ametralladora. Las balas trazadoras rebotaban violentamente al dar contra el pavimento o en los costados blindados de los vehículos inmovilizados».29 El coronel Birks, consciente de la importancia del puesto de la Abbaye Blanche, lo reforzó con otras dos secciones. Uno de sus comandantes, el teniente Tom Andrews, no tardó en asumir la dirección de los combates defensivos en esta posición.
Una compañía del batallón del teniente coronel Lockett, del 117.° de Infantería, había sido enviada con cuatro tanques destructores a Romagny, a dos kilómetros al suroeste de Mortain, para bloquear el cruce de carreteras. Se llevaron una amarga sorpresa cuando descubrieron que los alemanes ya habían tomado la población. El batallón de Lockett no sólo estaba dividido en distintos destacamentos, sino que éstos además venían en tres direcciones distintas y los alemanes se infiltraban en sus posiciones utilizando armas americanas capturadas. Al oír el ruido característico que hacían, los soldados americanos pensaban que eran atacados desde su propio lado. A Lockett sólo le quedaban unos treinta hombres directamente a sus órdenes. Muchos de ellos no eran fusileros, pero tuvieron que combatir como tales. La unidad de primeros auxilios del batallón se vio casi superada por el número de bajas a las que tenía que atender.
Al otro lado del valle, en la Colina 314, la situación del 2.° Batallón del 120.° Regimiento era ya desesperada. Estaban rodeados por la Kampfgruppe de la 17.a División de Granaderos Acorazados de la SS. Sus heridos se hallaban a la intemperie, y eran vulnerables a los disparos de los morteros. Las posiciones de la compañía estaban aisladas y andaban escasos de municiones porque no podían llegar a su arsenal, que en esos momentos se hallaba defendido por el fuego de los francotiradores. Debido a la ausencia de Hardaway, se dijo al capitán Reynold C. Erichson que asumiera el mando del grueso del 2.° Batallón en la posición situada en la cima de la colina. Utilizando cantos rodados, pequeñas trincheras y maleza, el «Batallón Perdido», como pasó a llamarse, se dispuso a resistir en la Colina 314. Su mayor tesoro era un observador avanzado de artillería que, en cuanto levantó la niebla, pudo dirigir y corregir el fuego desde su posición elevada.
Necesitados urgentemente de apoyo para detener a los blindados alemanes, el general Bradley y el general Hodges se pusieron en contacto con la IX Fuerza Aérea del general Quesada. En cuanto levantó la niebla alrededor de las 11:00, los P-47 Thunderbolt entraron en acción. Pero los americanos, reconociendo que los cohetes de los Typhoon de la RAF constituían el arma más eficaz contra los tanques, se pusieron en contacto con la Fuerza Aérea Táctica (TAF, por sus siglas en inglés) del mariscal del aire Coningham. Coningham y Quesada acordaron que los Typhoon «se ocuparan exclusivamente de las columnas blindadas enemigas», mientras que los cazas americanos proporcionarían una pantalla de protección, y los cazabombarderos de esta misma nacionalidad atacarían a los transportes en las zonas de retaguardia de los alemanes.30
Aunque en la pista de Fresne-Camilly, al norte de Caen, la mañana se había presentado húmeda y brumosa, habían sido enviados dos Typhoon en misión de reconocimiento. Localizaron a los blindados alemanes avanzando por la zona de Mortain. Regresaron de inmediato, y en cuanto aterrizaron los dos pilotos salieron corriendo y se encaminaron a la tienda de los servicios de inteligencia. Se mandó un jeep a la zona en la que estaban las tiendas de las tripulaciones de los aviones, situada detrás de un seto bastante alto, y el conductor fue tocando la bocina en señal de aviso. El personal de tierra preparó a toda prisa los Typhoon para que despegaran cuanto antes, mientras los pilotos se reunían en una tienda para recibir órdenes.
—Este es el momento que hemos estado esperando todos, caballeros —dijo el comandante de escuadrilla Charles Green, tras obtener del cuartel general de Coningham unos minutos antes la confirmación de la misión—. La oportunidad de pillar a los Panzer al descubierto. Y hay un montón de esos hijos de puta.
Debían atacar en parejas, no en formación de escuadrilla. La duración del vuelo hasta el objetivo era de apenas quince minutos. Ello significaba que toda la escuadrilla debía formar un «ciclo continuo de salidas de Typhoons».31
Los pilotos corrieron a sus aviones. Uno de ellos, movido por una superstición personal, insistió en no romper su costumbre de orinar contra la cola del aparato antes de meterse en la cabina. Los pilotos de la Escuadrilla 123 procedían de muchas naciones distintas. Constituía casi una especie de legión extranjera de aviación, con pilotos británicos, belgas, franceses, canadienses, australianos, neozelandeses, sudafricanos, noruegos, polacos y argentinos, e incluso un judío alemán llamado Klaus Hugo Adam (posteriormente el cineasta sir Ken Adam).32
Los rayos del sol disiparon la niebla cuando despegaron apresuradamente las dieciocho escuadrillas del Grupo 83. Además del cañón de 20 mm, los Typhoon tenían unos raíles debajo de las alas que llevaban ocho cohetes, cada uno de ellos con una cabeza de sesenta libras de explosivo de gran potencia. Algunos pilotos afirmaban que sus salvas eran el equivalente a la andanada de un crucero ligero. Las pruebas efectuadas, sin embargo, habían demostrado que un piloto medio que disparara sus ocho cohetes tenía «más o menos un 4 por 100 de probabilidad de dar en un blanco del tamaño de un tanque alemán». El avión al menos tenía una «fuerza bruta y una robustez» que lo hacían sobresalir por encima de casi todos los demás aviones frente a los disparos efectuados desde el suelo.33
La primera oleada entró en acción contra la 1.a División Acorazada de la SS Leibstandarte Adolf Hitler en la carretera que discurría al oeste de Saint-Barthélemy. El polvo pardo que levantaban las orugas de los vehículos blindados reveló a los Typhoon la posición de su objetivo en cuanto llegaron. Los pilotos novatos intentaban recordar la cantinela de los entrenamientos: «Lanzarse en picado —Disparar— ¡Largarse!», y la necesidad de evitar que el aparato se deslizara a un lado y «patinara» de costado.34 El primer objetivo era el vehículo que iba en cabeza. El segundo era el último de la columna. Unas veces disparaban sus cohetes en salvas de ocho y otras los «ondulaban», disparando en una secuencia de parejas. Una vez agotados los cohetes, los pilotos intentaban que los proyectiles de sus cañones de 20 mm rebotaran sobre el pavimento a corta distancia del blanco, para que dieran en la parte más vulnerable del tanque o del semioruga, la panza. Muy pronto el humo negro procedente de los blindados en llamas haría difícil ver con claridad, y el peligro de colisión en el aire sería cada vez mayor.
A los veinte minutos del despegue, los Typhoon estaban de vuelta en el aeródromo para reabastecerse de munición y de combustible en un verdadero alarde de cadena de montaje. En tierra, los pilotos sudaban impacientes en el calor terrible de sus cabinas, con la capota de plexiglás echada. Las hélices de los Typhoon, movidas por los motores Sabre, levantaban nubes de polvo por doquier, de modo que el personal de tierra y los armeros, desnudos de cintura para arriba en el calor de agosto, tenían que ponerse delante de la cara pañuelos atados por detrás de la cabeza, como los bandidos. En cuanto el piloto recibía la señal de aprobación con el pulgar levantado, podía dar media vuelta y despegar de nuevo. Y así se desarrolló aquel puente aéreo. El avance de la 2.a División Acorazada alemana sobre Juvigny-le-Tertre también se detuvo.35
Los escuadrones de cazas americanos desempeñaron su papel admirablemente. Muy pocos de los trescientos cazas de la Luftwaffe prometidos llegaron a menos de sesenta kilómetros de Mortain. La Luftwaffe llamó luego por teléfono al 7.° Ejército para pedir disculpas. «Nuestros cazas se han visto envueltos en combates aéreos desde el momento mismo del despegue y no han podido llegar a la zona que se habían marcado como objetivo. Esperan, no obstante, que los combates aéreos en los que han intervenido hayan resultado igualmente útiles». El oficial del Estado Mayor del 7.° Ejército replicó con sequedad:
—No se ha producido ningún alivio digno de mención.36
La principal oposición a los Typhoon provino de las ametralladoras. Se perdieron tres aparatos y muchos resultaron dañados, pero la Leibstandarte no tardó en informar de que sus vehículos blindados se estaban quedando sin munición.
Alrededor de Mortain, donde las fuerzas enfrentadas estaban más mezcladas y eran más difíciles de diferenciar, hubo varios casos de Typhoons que atacaron posiciones americanas por error. Destruyeron varios vehículos de esta nacionalidad y causaron algunas bajas. Por ejemplo, en el puesto de bloqueo de la Abbaye Blanche, al mando del teniente Andrews, hirieron a dos integrantes de la dotación de un tanque destructor. Pero «los británicos fueron perdonados enseguida», diría luego el teniente Andrews, pues «hicieron un trabajo estupendo contra los alemanes».
A los soldados americanos capturados por los alemanes en Mortain les resultaba muy desconcertante tener que protegerse de la aviación aliada. Un sanitario que se vio obligado a permanecer pegado al suelo durante el ataque, comprobó que tenía que levantar el pecho de la tierra para reducir el efecto de choque de las explosiones. Cuando se fueron los Typhoon, sus guardianes examinaron los vehículos en llamas y menearon la cabeza con un gesto de desesperación diciendo: «Alles kaputt!».37
En esta ocasión, lo primero que los alemanes habían quitado a los prisioneros eran las pastillas para depurar el agua, la morfina y otros suministros médicos para sus propios heridos. Habitualmente, a sus captores alemanes les interesaba más apoderarse de los cigarrillos o las golosinas que pudieran llevar los prisioneros, ansiosos de satisfacer unos deseos que sus propias raciones raramente cubrían.
A las 16:00, el humo y el polvo que se cernían sobre los objetivos imposibilitaron la realización de más operaciones en vuelto rasante. La mayor parte de los Typhoon fueron desviados al este de Vire para que se ocuparan del contraataque alemán contra la 11.a División Acorazada británica. Las dieciocho escuadrillas de Typhoon del Grupo 83 habían realizado 294 salidas.38 «A medida que fue pasando el día», escribió el mariscal del aire Coningham en su informe oficial, «fue haciéndose patente que estábamos escribiendo la historia de la aviación». A continuación repasaba los logros alcanzados. «Durante esta jornada los Typhoon lanzacohetes de la II Fuerza Aérea Táctica afirman que han destruido 89 tanques, probablemente han destruido otros 56 vehículos con oruga y han visto humear otros 47 vehículos a motor. En estos cálculos no se incluyen 56 tanques enemigos dañados y 81 vehículos a motor averiados».39
Cinco meses después, Coningham se puso hecho una furia cuando recibió el informe de la sección de investigación de operaciones, que examinó la zona inmediatamente después de la batalla y analizó los vehículos alemanes abandonados. En la zona de Mortain descubrieron que de los 78 vehículos blindados alemanes destruidos, sólo 9 podían atribuirse a un ataque aéreo. Evidentemente, algunos de los que resultaron menos gravemente dañados fueron recuperados por los alemanes antes de retirarse, pero las conclusiones generales acerca de la precisión de los Typhoon supusieron una dura sorpresa para la Real Fuerza Aérea. Parece que Coningham consideró el informe bastante desleal y lo rechazó, pero un segundo informe confirmó los hallazgos del primero.40
Los generales alemanes, por su parte, atribuyeron enseguida el revés sufrido al poderío aéreo de los aliados. «Lo entiendan o no», dijo Geyr von Schweppenburg sin el menor miramiento a los americanos que lo interrogaron al término de la guerra, «fueron los aviones lanzacohetes británicos los que detuvieron nuestro contraataque sobre Avranches, no su 30.a División de Infantería».41 En la mayoría de los casos su argumento se basaba en meros pretextos. Sin embargo, las fuentes alemanas no son las únicas en atribuir el revés sufrido en Mortain a esos ataques con cohetes.
En muchos casos, el temor a los Typhoon hizo que los tripulantes de muchos blindados abandonaran sus tanques aterrorizados, aunque a decir verdad habrían estado más seguros dentro de ellos que fuera. Un sargento americano observó: «No hay nada como un ataque aéreo para obligar a la tripulación aterrada de un Panzer a hacer eso».42 Y un tanque abandonado era casi tan eficaz como un tanque destruido para bloquear a una columna en una carretera estrecha. En cualquier caso, la operación de los Typhoon del 7 de agosto obligó a la 2.a División Acorazada y a la Leibstandarte a abandonar las carreteras y a ponerse a cubierto, deteniendo así su avance. Esta circunstancia dio al 1.er Ejército estadounidense la oportunidad de recurrir a la artillería y a los blindados para reforzar la línea.43
Pronto habría doce batallones y medio de artillería de campaña disparando en apoyo de la 30.a División de Infantería, entre ellos tres batallones de «Long Tom» de 155 mm. Los observadores aéreos de los aviones Cub les permitían dirigir y ajustar los disparos, de modo que todas las rutas importantes se hicieron prácticamente intransitables. Pero aunque la ofensiva alemana fue frustrada, la posición de las unidades americanas en los alrededores de Mortain seguía en peligro.
El puesto de bloqueo de carretera del teniente Andrews en la Abbaye Blanche sufrió frecuentes disparos de Nebelwerfer, aunque, por fortuna, los defensores habían ocupado unas trincheras alemanas muy bien construidas provistas de protección en la parte superior. Se mantuvo asimismo abierta una peligrosa ruta de abastecimiento a través de Le Neufbourg. Pero no había muchas esperanzas de enviar socorros al 2.° Batallón del 120.° de Infantería en lo alto de la Colina 314. Las tropas del capitán Erichson se habían dividido entre tres posiciones. Había muchos heridos y tenían escasez de municiones. Sólo el fuego de la artillería americana, dirigido por el teniente Robert Weiss, el observador avanzado que estaba con el «Batallón Perdido», había impedido que la Kampfgruppe de la 17.a División de Granaderos Acorazados de la SS los rebasara. Había marcado todas las vías de ataque previsibles y las zonas de reunión existentes debajo de su posición para que la artillería de campaña les prestara apoyo incluso durante las horas de oscuridad.
A las 19:00, el teniente coronel Lockett envió una parte de su batallón del 117.° Regimiento de Infantería (que había sido agregado al 120.°) a Le Neufbourg, la localidad situada en el extremo norte de Mortain y cerca de la Abbaye Blanche. La idea consistía en despejar Mortain, pero en cuanto la primera compañía entró por el extremo noroeste del pueblo, las ametralladoras alemanas abrieron fuego desde las casas situadas a ambos lados de la calle, y empezó a caer una verdadera lluvia de bombas de artillería y de mortero. La compañía sufrió 73 bajas en muy poco tiempo, y se vio obligada a retirarse. Dándose cuenta de la imposibilidad de tomar Mortain por asalto con una fuerza tan reducida y reconociendo la importante del puesto de bloqueo de la Abbaye Blanche, dijo a los efectivos de la compañía que le quedaban que se sumaran a las tropas de éste. Pero varios de ellos habían quedado traumatizados por el fuego intensísimo de que acababan de ser objeto y no participaron demasiado en el resto de los combates.
Mientras tanto, en la propia Mortain, un grupo de unos 45 hombres de la Compañía C del 120.° Regimiento se había quedado atrapado sin comida y sin agua y con varios heridos. Habían infligido numerosas bajas a los granaderos acorazados de la SS que intentaban limpiar de enemigos la ciudad. El coronel Lockett quería sacarlos de allí para poder bombardear Mortain a su antojo. Se reunió una patrulla de salvamento con varios rezagados de la compañía acorralada y una docena de camilleros para transportar a los heridos. Iban capitaneados por el sargento William Stasko, que había llevado a cabo un reconocimiento de la peligrosa ruta que bajaba hasta el fondo de la garganta y llegaba por arriba hasta la parte más alejada. Tenían fuego de cobertura proporcionado por el escuadrón de morteros, que gozaba de una visión muy clara desde su posición en lo alto de una colina al oeste del barranco. La patrulla consiguió llegar adónde estaba la mayoría de los hombres y sacarlos de allí, pero lo empinado de la ladera hizo que el descenso resultara tan difícil que tuvieron que cargar a los heridos a la espalda para llegar abajo.
El 8 de agosto, la principal preocupación de la 30.a División era conservar la posición del «batallón perdido» en la Colina 314. Intentaron lanzarles pertrechos por medio de aviones de observación Piper Cub, pero la división Das Reich recurrió a sus cañones antiaéreos para impedirlo. El batallón perdido era «una espinita que tenían clavada», como reconocería más tarde el comandante de un cuerpo de ejército alemán. «Su valeroso compromiso paralizó todos los movimientos en la zona de Mortain».44 Pero sin agua, municiones, comida y recursos médicos, sus esperanzas de resistir parecían esfumarse a pasos agigantados.
Ese día, mientras los combates seguían en Mortain y sus alrededores, los americanos lanzaron un contraataque contra Romagny, al suroeste de la localidad. Mientras tanto, Bradley trajo a la 2.a División Acorazada y a un regimiento de la 33.a División de Infantería para atacar los flancos sur de los alemanes en los alrededores de Mortain. La 2.a División Acorazada, que avanzaba desde Barenton, se encontró de manos a boca con lo que quedaba de la 10.a División Acorazada de la SS Frundsberg, que Eberbach se había visto obligado a retirar tras el vapuleo que le había propinado la 11.a División Acorazada británica al este de Vire. La fuerza cada vez mayor de los americanos alrededor de Barenton aseguraba que los alemanes no pudieran relanzar su ofensiva más al sur, tal como habían esperado.
Con la Operación Lüttwich frustrada por una respuesta de los americanos más vigorosa de lo esperado, la tensión a la que se veían sometidos los soldados alemanes y sus comandantes aumentó de forma espectacular. Un soldado americano que había sido hecho prisionero recuerda cómo los oficiales y los soldados rasos enemigos fortalecían sus nervios con botellas de coñac, cada vez que se abatía sobre ellos la cortina de fuego de la artillería estadounidense.45 Y las unidades de primera línea habían empezado a oír decir a las tropas de intendencia que el avance del 3.er Ejército norteamericano hacia el sur amenazaba con dejarlos aislados.
En la retaguardia, en el cuartel general de la formación, la tensión estalló en peleas furibundas, entre las cuales destaca especialmente la venganza que se tomó el general Von Funck del general Von Schwerin, de la 116.a División Acorazada. En el ambiente cargado de sospechas que se creó tras la conjura de la bomba, Schwerin era muy vulnerable debido a sus frecuentes comentarios irónicos en contra de los nazis. Tras acusar falsamente a la 116.a de no haber tomado parte en la operación, Funck finalmente persuadió al Oberstgruppenführer Hausser de que relevara del mando a Schwerin, aunque siguieran los combates.
Kluge estaba al borde de la desesperación. La ofensiva canadiense, la Operación Totalize, lanzada contra Falaise la noche del 7 de agosto, significaba que no podía sacar más fuerzas del 5.° Ejército Acorazado. Había contado además con que la 9.a División Acorazada se le uniera en la ofensiva contra Avranches, pero ahora veía que necesitaba desesperadamente efectivos en su retaguardia. El 3.er Ejército americano había enviado a uno de sus cuerpos al norte, en dirección a Alencon y la base de aprovisionamiento del 7.° Ejército alemán. «Era bastante evidente», escribió el jefe del Estado Mayor de Hausser, «que aquél iba a ser el golpe de gracia y el fin del ejército y de todo el frente occidental».
La posibilidad de verse rodeados se había convertido ya en una amenaza real, pero Hitler insistía en que la ofensiva de Avranches debía reanudarse. El 9 de agosto, el general de infantería Walter Buhle, del OKW, llegó al cuartel avanzado del 7.° Ejército en las cercanías de Flers para asegurarse de que así era. «Insistió en ver personalmente al general Hausser», escribió Gersdorff, su jefe del Estado Mayor. «Preguntó en forma directa a Hausser acerca de las órdenes de Hitler, si consideraba "que la continuación de la ofensiva podía tener algún éxito". Hausser respondió afirmativamente». Suponía que cualquier otra respuesta habría dado lugar a su destitución inmediata. El mariscal Von Kluge, aunque sabía que la operación estaba conduciéndolos al desastre, tampoco estaba en condiciones de negarse. Ordenó a Hausser que relanzara el ataque con lo que ahora llamaban la Panzergruppe Eberbach. Los dos hombres sabían que aunque sus tropas llegaran a Avranches, nunca habrían tenido fuerzas suficientes para retener la posición.46
En Mortain propiamente dicha, el teniente coronel Hardaway, el oficial al mando del 2.° Batallón del 120.° Regimiento, logró escabullirse de la ciudad por el lado este, pero fue capturado cuando intentaba trepar por la Colina 314 para reunirse con sus hombres.
A las 18:20, un oficial de la Waffen-SS, acompañado por un soldado de la SS portando una bandera blanca, se acercó a una de las defensas del batallón. Afirmó que ofrecía «formalmente» a los americanos de la colina la oportunidad de una rendición honrosa. Estaban rodeados y su posición era desesperada. Si no se rendían antes de las 22:00, sus tropas los harían «saltar en pedazos». La respuesta fue que no se rendirían mientras tuvieran «municiones para matar alemanes, o les quedara una bayoneta para clavársela en la barriga a un cabeza cuadrada».47 Aquella noche la SS atacó con blindados, gritando, según parece, «¡Rendios! ¡Rendios!», pero le cortaron el paso con cañones antitanque y bazookas. Únicamente consiguió cruzar un carro blindado, que hizo un solo prisionero americano.
El puesto de bloqueo de la Abbaye Blanche repelió también numerosos ataques, entre ellos uno con lanzallamas. En un intento de ayudar a sus defensores y de controlar la carretera que salía de Mortain hacia el norte, se hicieron esfuerzos por tomar el cruce de carreteras de la Colina 278, a mitad de camino entre Mortain y Saint-Barthélemy. Parte del 12.° Regimiento de Infantería, que había sido traído desde su zona de descanso en Brécey, intentó obligar a retroceder a la Kampfgruppe norte de la División de la SS Das Reich. Tenían luego que dirigirse al sur y entrar en Mortain para relevar a las avanzadillas acorraladas de la 30.a División. El 2.° Batallón del 12.° Regimiento de Infantería casi había llegado al trascendental cruce de carreteras cuando recibió un «tremendo golpe» de los blindados de la Leibstandarte. Los americanos se replegaron hacia el oeste de un arroyo e intentaron hacer pasar los tanques y los tanques destructores a través de aquel terreno pantanoso, pero resultó imposible.48
El 9 de agosto, los alemanes atacaron de nuevo aprovechando la niebla matutina al sur de Saint-Barthélemy. Se vieron granaderos acorazados de la SS vestidos con retazos de uniformes estadounidenses y llevando armas americanas. Un grupo llevaba «zapatos, calzones, guerreras de campaña y cascos americanos».49 A veces los combates eran peleas cuerpo a cuerpo, en las que los granaderos acorazados se lanzaban contra los soldados del 12.° de Infantería en sus trincheras. El fuego de la artillería alemana fue particularmente intenso. «Por primera vez tuvimos que soportar un fuego más fuerte que el nuestro», observaría luego un oficial.50 La tensión de cuatro días de combates a la desesperada se dejó sentir después de tantas semanas de lucha. «El Regimiento tuvo unos trescientos casos de agotamiento durante este período».
La ferocidad de la lucha nos la indica este extraordinario informe del 12.° Regimiento de Infantería. El soldado Burik, de la Compañía E, 2.° Batallón, oyó que se acercaba un carro blindado por el norte. «El tanque que logró ver bajaba por la carretera en dirección al huerto. Cogió su bazooka, lo cargó y salió al camino. En su primer intento de disparar el bazooka, la carga no salió. Se dio cuenta de que el seguro estaba echado. Mientras el tanque seguía avanzando hacia él, [Burik] quitó el seguro y disparó a quemarropa contra el tanque». El blindado abrió fuego directamente contra él y logró abatirlo, causándole graves heridas. Pero él se levantó, cargó el bazooka, apuntó y disparó de nuevo. El tanque lanzó otra ráfaga y volvió a derribarlo. «Arrastrándose logró ponerse otra vez de pie y colocarse en posición de disparo. [Burik] cargó el bazooka por tercera vez y desde su posición inestable disparó contra el tanque. Los alemanes se hartaron y se retiraron colina arriba. Con evidente desprecio de su seguridad, [Burik] intentó entonces meter a otro soldado herido en una trinchera». Dio media vuelta y pidió más munición para el bazooka; luego cayó sin conocimiento a un lado de la carretera. Más tarde moriría a consecuencia de las heridas.51
Otra intentona de tomar el cruce de carreteras de la Colina 278 fue capitaneado por el teniente coronel Samuel A. Hogan, con un batallón del 119.° de Infantería montado en los tanques de la 3.a División Acorazada. Tomaron una ruta indirecta rodeando Mortain por el oeste y cruzando el puente del ferrocarril cerca del puesto de bloqueo de la Abbaye Blanche. Les cortó el paso el Regimiento Der Führer de la división Das Reich, y tuvieron que pasar la noche en defensa circular al este de la carretera. Luego, el 10 de agosto se enzarzaron en furiosos combates entre los elevados setos, que costaron a Hogan nueve Sherman.
Hubo un seto en particular que los Sherman tuvieron que atravesar para seguir adelante. Después de que un tanque «rinoceronte» lograra abrir una brecha, el teniente Wray, que había reconocido que se trataba de una misión suicida, encabezó la carga a través de la brecha. Cuando su Sherman logró salir a un campo de trigo, un Panther alemán que estaba escondido le asestó un golpe directo. Varios tripulantes del tanque murieron al instante. El propio Wray saltó del vehículo en llamas, con el cuerpo lleno de terribles quemaduras. Cayó de bruces, mientras que el escuadrón de infantería que le prestaba apoyo, al mando del teniente Edward Arn, contemplaba la escena horrorizado. «Logró ponerse en pie», contaría Arn, «y empezó a caminar de nuevo hacia el seto por el que acababa de pasar. Parece que de pronto se acordó de algo, porque volvió al tanque. Ayudó a salir a otro hombre y entonces los dos echaron a correr, pero los alemanes los abatieron con una ráfaga de ametralladora».52
El escuadrón de Arn se había replegado al seto más cercano, pero para su sorpresa la venganza no tardó en llegar. Apareció un grupo de alemanes que fue a inspeccionar el tanque en llamas de Wray. «Salieron formando un pequeño puñado de hombres y se colocaron a su alrededor [del vehículo]», dice Arn. «Curiosidad, supongo». Arn y sus hombres acabaron con ellos.
El grupo de combate de Hogan andaba tan escaso de efectivos, que el sargento Kirkman volvió a Le Neufbourg a buscar refuerzos. Regresó con treinta y seis reemplazos carentes de experiencia cruzando en medio del fuego de la artillería alemana. Varios perdieron la vida o fueron heridos por el camino. Según Kirkman, al hombre que estaba a su lado se le clavó una astilla de un árbol volado por una bomba, que le entró por la nuca y le salió por el rostro. Cuando llegaron a la posición del grupo de combate, los recién llegados estaban terriblemente trastornados. El teniente Arn preguntó a Kirkman dónde estaban sus reemplazos.
—Ahí, debajo de ese tanque —respondió el sargento.
La mayoría de los reemplazos, al verse «de repente bajo el potente fuego de la artillería y las ametralladoras enemigas, quedaron paralizados». Naturalmente eso los hacía doblemente vulnerables. Arn cuenta que «realmente tuvo que sacarlos a puntapiés y hacer que se movieran por su propio bien. Un hombre se quedó encogido en una trinchera con las manos cruzadas por encima de la cabeza; un 88 le pegó directamente un tiro que le arrancó la cabeza de cuajo». De los 36 novatos, sólo sobrevivieron cuatro.53
Las fuerzas de Hogan, severamente mermadas, a una distancia casi pasmosa de su objetivo, fueron atacadas por el flanco por un batallón de granaderos acorazados. Los americanos repelieron la embestida, y luego, en cuanto los alemanes desaparecieron en sus trincheras, los bombardearon con fósforo blanco. La lluvia de partículas incandescentes los obligó a salir corriendo de su refugio. Los americanos entonces cambiaron de munición y dispararon explosivos de gran potencia para acabar con ellos de una vez. Poco después del anochecer, se presentó la aviación alemana dispuesta a bombardear las posiciones americanas, «pero, en cambio, bombardearon a sus propias tropas, que disparaban desesperadamente bengalas verdes para detener aquel golpe inesperado». El coronel Hogan comentó que el espectáculo fue «muy agradable».
El 10 de agosto, antes de amanecer, la Kampfgruppe de la SS que tenía acorralado al «Batallón Perdido», inició el primero de una serie de ataques. El teniente Weiss dirigió de nuevo desde su posición elevada el fuego de los batallones de artillería que los cubrían. Sin embargo, las comunicaciones cada vez resultaban más dificultosas, pues no podía recargar las baterías de su emisora de radio. Necesitaban urgentemente suministros médicos. El batallón carecía de médico y los sanitarios cuidaban de los heridos en profundas trincheras. Todos los soldados se sentían débiles por la falta de alimento. Los más osados salían por la noche en partidas de forrajeadores a buscar zanahorias, patatas y rábanos en las huertas que había al pie de la colina. Dos sargentos lograron incluso encontrar unos conejos en unas jaulas que eran cebados por alguien del pueblo para comérselos.
Aquella tarde, unos aviones de transporte C-47, escoltados por P-47 Thunderbolt, lanzaron sobre la Colina 314 71 contenedores, pero debido al viento, sólo unos pocos cayeron en el área de los americanos. Las municiones y las raciones de comida fueron recogidas, pero las baterías y los suministros médicos no.54 El 230.° Batallón de Artillería de Campaña intentó entonces lanzarles paquetes que contenían plasma, morfina, sulfamidas y vendas, utilizando bombas de humo huecas de 105 mm. Sólo pudieron recoger tres paquetes, pero el plasma no sobrevivió a aquel viaje explosivo.55
Aunque poco pudo hacerse por los heridos de la Colina 314, en otros lugares las ambulancias trasladaban a los heridos de los combates a la retaguardia para su tratamiento. Además de las heridas habituales en el campo de batalla, hubo muchas causadas por fragmentos de rocas. El 128.° Hospital de Evacuación que había cerca de Tessy-sur-Vire, se quedó sin tiendas de campaña. Las ambulancias que llegaban a descargar sus heridos tenían que quedarse esperando a más de un kilómetro de distancia en la carretera.56
El 11 de agosto por la noche, la división Das Reich se vio obligada a retirarse de sus posiciones al oeste de Mortain. Y aunque los contraataques americanos desde el sur por medio de la 35.a División de Infantería y de la 2.a División Acorazada estuvieron muy mal coordinados con la 30.a División de Infantería, llegaron finalmente a la Colina 314.
Aquel día, Kluge logró convencer al OKW y a Hitler de que, como medida provisional antes de reanudar la ofensiva de Avranches, parte de la Panzergruppe Eberbach contraatacara a las visiones americanas que amenazaban la base de aprovisionamientos de Alencon. Aquélla era la única forma que tenía Kluge de emprender una retirada antes de quedar rodeado. «Con el pretexto de esa operación, el 7.° Ejército iba a retirarse», observó el comandante de uno de los cuerpos de ejército a sus órdenes.57
Aquella noche, después de disparar casi toda la munición de artillería que tenían, las unidades alemanas empezaron a replegarse. Ocultaron muy bien sus huellas en casi todas partes, y se retiraron detrás de una retaguardia agresiva. Los americanos no estuvieron seguros de lo que estaba pasando hasta que amaneció el 12 de agosto. En su avance, el 1.er Batallón de la 39.a División de Infantería fue encontrando notas jocosas de agradecimiento de los granaderos acorazados alemanes por el chocolate, los cigarrillos, y la munición que habían lanzado sobre sus posiciones por error, en vez de hacerlo sobre la Colina 314 que dominaba Mortain.58
La retirada no pasó desapercibida al teniente Weiss, en los Rochers de Montjoie. Pidió que dispararan contra las tropas y los vehículos que se dirigían al este, y al cabo de poco tiempo cinco batallones de artillería estaban bombardeando su vía de escape. El «Batallón Perdido» fue por fin rescatado. Detrás de las tropas que escalaron a pie la colina llegaron camiones con alimentos y suministros médicos.
El 2.° Batallón del 120.° Regimiento de Infantería que había resistido en la Colina 314 había perdido casi 300 hombres de los 700 con los que contaba. El batallón recibió una mención presidencial por su extraordinario aguante y valor. Su heroica defensa había sido un elemento fundamental de la victoria.
El coronel Birks, comandante del 120.a Regimiento de Infantería, fue corriendo primero al puesto de bloqueo de la Abbaye Blanche, temiendo encontrar sólo un puñado de supervivientes. Se sorprendió al enterarse de que sólo habían muerto tres hombres y que habían resultado heridos veinte.59 Birks recorrió las diferentes carreteras para examinar todos los vehículos alemanes quemados o aplastados. «Era el mejor espectáculo que había visto en la guerra», diría más tarde. Bajó la colina y entró en Mortain.
La calle mayor resultaba intransitable para los vehículos. El centro de la población era apenas un montón de ruinas, entre las cuales sólo quedaban en pie algunas paredes y chimeneas. La mayor parte de aquella destrucción se había producido el día antes de la liberación. De modo casi increíble, el jefe del Estado Mayor de la 30.a División dijo:
—Quiero que Mortain sea arrasada… Demoledlo todo durante la noche, quemadlo todo para que no quede nada vivo.
Esta inocente población francesa había sido destruida en un terrible arranque de rencor. Para mayor sorpresa suya, Birks vio cómo lo abrazaba un pequeño grupo de oficiales y hombres emocionadísimos, que se habían visto atrapados allí durante varios días y durante los bombardeos de la noche anterior.60
El 13 de agosto, a última hora, el 12.° Regimiento de Infantería y sus «tropas increíblemente cansadas» volvieron a la 4.a División a descansar.61 Parece que su comandante, el general Barton, no apreció del todo lo que habían sufrido sus hombres. Le preocupaba más «la actitud de "motín silencioso" que recientemente ha aparecido entre algunos hombres que hasta ahora han sido buenos soldados. Esos hombres han llegado a la conclusión de que son tratados de mala manera, de que nadie se preocupa por ellos, y han decidido que están hartos y que van a dejar de esforzarse». Daba a entender que la culpa era en parte de los oficiales por no mantener en sus hombres un «espíritu de lucha».62
Cuando Warlimont le informó del fracaso de la Operación Lüttich, Hitler estuvo escuchándolo durante casi una hora en la Wolfsschanze, en Prusia oriental. «Kluge lo ha hecho a posta», fue todo lo que dijo cuando acabó de hablar Warlimont. «Lo ha hecho para demostrarme que era imposible cumplir mis órdenes».63