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Bretaña y la Operación Bluecoat

Bretaña, como sabían perfectamente los aliados, era uno de los principales núcleos de resistencia en Francia. Por esa razón las primeras tropas aliadas que saltaron en Francia habían sido los hombres del 2ème Régiment de Chasseurs Parachutistes (4.° SAS) poco antes de la medianoche del 5 de junio. A finales de aquel mes la Resistencia de las FFI, dirigida por los gaullistas, y los FTP, bajo la dirección comunista, sumaban un total de 19 500 personas. A finales de julio, esta cifra había ascendido a 31 500 individuos, de los cuales trece mil setecientos cincuenta estaban armados.

El 4 de julio, el general Koenig, que dirigía las actividades de las FFI desde Londres, había convocado al coronel Eon en su despacho de Upper Grosvernor Street. Eon iba a asumir el mando de las fuerzas de la Resistencia en Bretaña. Su jefe del Estado Mayor iba a ser el principal oficial de los servicios de inteligencia de De Gaulle, André de Wavrin, llamado siempre por su alias, coronel «Passy». Iban a disponer de veinte oficiales, así como del apoyo de nueve equipos Jed burgh de tres hombres cada uno para colaborar en el adiestramiento y en la conducción de sus fuerzas. Se suministrarían armas para treinta mil hombres. Pero con el aparente estancamiento en el frente británico y en el americano, el lanzamiento de las armas no se consideró objetivo prioritario.

La conquista de Avranches el 1 de agosto por parte de los estadounidenses cogió por sorpresa a los oficiales del Estado Mayor de Londres. Dos días después, a las 18:00 horas, la BBC lanzó el mensaje codificado con el que debía iniciarse una guerra de guerrillas por toda Bretaña. La mañana del 4 de agosto, Koenig se llevó a Eon aparte para preguntarle si estaría de acuerdo en que todo su cuartel general saltara en paracaídas en bloque, independientemente de que hubieran recibido o no instrucción paracaidista. Eon, que nunca había saltado en paracaídas, aceptó, y lo mismo hicieron los demás oficiales y hombres que no habían sido entrenados para estos saltos. Las autoridades británicas, no obstante, insistieron en que Eon, cuando ya se dirigía en un automóvil al aeródromo, debía firmar «una declaración escrita en la que asumía toda la responsabilidad por saltar en paracaídas sin haber sido entrenado para ello».1 Afortunadamente, sólo algunos de los paracaídas utilizados para lanzar cajas de armamento fallaron y no se abrieron, y el grupo aterrizó sano y salvo. En uno de esos contenedores había nueve millones de francos. Cuando lo encontraron a tres kilómetros de distancia de la zona de lanzamiento, ya faltaba un millón.

El general Bradley, en contacto permanente con Koenig, que seguía en el cuartel general del SHAEF en Inglaterra, dictó una disposición en virtud de la cual todos los grupos de la Resistencia en Bretaña pasaban ahora a estar bajo las órdenes del 3.er Ejército del general Patton. Debían proteger la línea ferroviaria que recorría la costa septentrional de la península de Bretaña, tomar las alturas situadas al norte de Vannes, dotar de guías a las fuerzas estadounidenses e «intensificar las acciones propias de una guerra de guerrillas, dejando de lado los combates a campo abierto, en toda Bretaña».2 Cuando Eon y su grupo tocaron tierra, seis mil miembros de las FFI ya habían ocupado la zona del norte de Vannes y tenían bajo su control la línea ferroviaria. Y la noche del 4 de agosto, un escuadrón con refuerzos compuesto por ciento cincuenta franceses del SAS, pertenecientes al 3ème Régiment de Chasseurs Parachutistes, fue lanzado tras las líneas enemigas para que pudiera proteger la red ferroviaria del este de Brest, al norte de la península. En realidad, las FFI y los FTP iban a tener que hacer mucho más de lo que Bradley les había pedido.

La ofensiva de Patton en Bretaña con la 6.a y la 4.a División Acorazada no tardó en resultar confusa, por no decir caótica. Ello se debió en parte a un mal sistema de comunicaciones. Los aparatos de radio eran simplemente bastante deficientes para las distancias a las que debían operar, y por otro lado Patton y Middleton, comandante en jefe del VIII Cuerpo, tenían formas muy distintas de enfocar la situación. Patton, un impetuoso soldado de caballería, pero muy susceptible en el fondo, creía en el avance temerario y en coger al vuelo todas las buenas oportunidades que se presentaran. Middleton era magnífico como comandante de un cuerpo, pero no dejaba de ser un hombre de infantería. En su opinión cualquier avance debía ser cuidadosamente planificado. No estaba preparado para el estilo de guerra de Patton.

El general John Wood de la 4.a División Acorazada compartía la opinión de Patton: «un segundo general Patton, si es que puede haber otro como él», observaría un oficial de la 8.a División de Infantería.3 Wood, «un tipo robusto y jovial»,4 era igualmente inmune a la indecisión. Desde Pontaubault avanzó rápidamente hacia el sur hasta llegar a Rennes, capital de la región. La ciudad estaba demasiado bien defendida para conseguir tomarla sin la infantería, de modo que, a primera hora del 3 de agosto, avanzó hacia el sur bordeándola y esperó la llegada de refuerzos y de más combustible. Su instinto le decía que avanzara hacia Angers y luego hacia París, pero sabía que aquello habría alarmado a Middleton.

En la propia Rennes grupos mixtos de soldados alemanes, principalmente restos de la 91.a Luftlande-Division, se dedicaban a preparar su huida y a destruir equipos y documentos. Mientras tanto, la 8.a División de Infantería de los Estados Unidos había llegado a las puertas de la ciudad y había empezado a bombardearla. Miembros de la Resistencia francesa se habían infiltrado detrás de las líneas para informar a los americanos de la posición exacta del cuartel general de la Gestapo. No comentaron que se encontraba justo enfrente del hospital en el que estaban retenidos los prisioneros americanos y británicos, pero, por fortuna, hubo pocos heridos. Otros miembros de la Resistencia, al ver cómo la Gestapo huía precipitadamente, saquearon su cuartel general, y se llevaron toda la comida para alimentar a los malnutridos prisioneros. Aquella noche, otro grupo de las FFI voló un almacén de munición alemán situado en las afueras de la ciudad. Un médico francés pudo ponerse entonces en contacto con los americanos y llevarles noticias de los prisioneros; la artillería de la 8.a División dio la orden de alto el fuego.5

Las tropas alemanas huyeron por la noche en dirección a Saint-Nazaire, en la desembocadura del Loira. Los únicos rezagados fueron «un puñado de borrachos». Fueron localizados y capturados rápidamente por la infantería americana el 4 de agosto, «pero tuvieron que ser protegidos de la furia de los franceses». Los habitantes que quedaban en la ciudad —unos 60 000 de un total de 120 000— salieron a las calles para dar la bienvenida a los americanos, que enviaron rápidamente unidades médicas al hospital. «Un paracaidista, que había sido gravemente herido en la cara, se me acercó, me dio la mano y se puso a llorar», informó un capitán.6 Los soldados pusieron inmediatamente todo lo que tenían a disposición de aquellos hombres, incluso su propio equipo de combate para los que tenían el uniforme hecho jirones.7

En el cuartel general del VIII Cuerpo, Middleton se enfrentaba a una difícil decisión. Compartía el deseo de Wood de avanzar hacia el este, pero sus órdenes seguían siendo capturar los puertos de la costa bretona, y no podía establecer contacto con Patton. Se desplazó en automóvil para entrevistarse con Wood y envió a la 4.a División Acorazada de nuevo hacia el suroeste para tomar Vannes y a continuación Lorient. Vannes no tardó en caer, pero Lorient parecía inexpugnable. El 4 de agosto, el propio Patton, escoltado por un vehículo blindado, se dirigió a Bretaña. Estaba siguiendo el avance de la 6.a División Acorazada del general Grow, a la que había ordenado que marchara rápidamente hacia Brest, el principal puerto de Bretaña, sorteando todo tipo de resistencia alemana. Patton daba saltos de alegría cada vez que se salían de un mapa y tenían que desplegar uno nuevo. Era la clase de guerra que le gustaba. Pero no había informado a Middleton del objetivo que había encomendado a la 6.a División Acorazada. Fue entonces cuando Grow recibió un mensaje de Middleton, con la orden de detenerse en Saint-Malo, en la costa septentrional de la península, para atacarla al día siguiente. Grow pidió que se cancelara esta orden, pero Middleton se mantuvo firme.

Grow estaba a punto de sentarse para tomar un café a las puertas de su tienda instalada en un campo de cereal, cuando Patton apareció de improviso. «¿Qué demonios haces sentado aquí?», exclamó Patton. «Creo que te dije que te dirigieras a Brest». Grow le contó la orden que había recibido de Middleton, y su jefe de plana mayor se la mostró por escrito. Patton leyó la nota, y luego la dobló. «Y fue también un buen soldado de infantería durante la primera guerra mundial», murmuró Patton, hablando para él mismo. «Iré a ver a Middleton», le dijo a Grow. «Tú sigue adelante y haz lo que te dije».8

Seguía reinando la confusión, pero Patton logró solucionar el problema de las comunicaciones con las divisiones que estaban repartidas por una zona de cientos de kilómetros. Encomendó al VI Grupo de Caballería la tarea de ir informando de la posición exacta de todas sus divisiones y columnas blindadas, así como de las del enemigo. Sus trece secciones de reconocimiento, cada una de ellas dotada con seis vehículos blindados y seis camiones con una capacidad de arrastre de doscientos cincuenta kilos, contaban con unos aparatos de radio de alta potencia que también podían funcionar como instrumento auxiliar si el sistema del Cuerpo de Comunicaciones fallaba. El VI de Caballería no tardaría en ser conocido como la «Caballería de la Guardia Real de Patton».9

La 6.a División Acorazada no encontró poca resistencia en su camino hacia Brest. Grupos improvisados de combate y de soldados alemanes rezagados realizaron acciones con el fin de impedir el avance. Durante el día, las columnas contaban con el apoyo de los Mustang del 363.° Grupo de Cazas, pero «todas las noches, entre el 3 y el 6 de agosto, tuvimos que pelear para poder acampar», comentaba el capitán Donley de la 6.a División Acorazada. El 5 de agosto se comunicó que Huelgoat estaba despejada, de modo que el general Grow entró en esta localidad con un tanque y un vehículo blindado. Fue recibido con «fuego intenso de armas de poco calibre, procedente de todas direcciones». Se envió a la compañía de infantería acorazada de Donley para que lo sacara de allí con la ayuda de los carros de combate. Los paracaidistas alemanes que había en el pueblo quedaron entonces atrapados. La infantería acorazada se encargó de muchos de ellos, pero las FFI solicitaron que se les permitiera acabar con el resto. Se decía que «los paracaidistas habían cortado las manos a una mujer», y las FFI «estaban deseando cargárselos a todos».10

La 6.a División Acorazada subió a los miembros de las FFI en jeeps de reconocimiento, los llamados «peeps», para que hicieran de guía. Y los hombres del batallón de carros de combate que abría la comitiva colocaron bolsas de arena en la parte frontal de sus Sherman para absorber la onda expansiva de las cargas antitanque de 50 mm. Si un pueblo parecía desierto, normalmente era indicio de que había alemanes. «Lo primero que hicimos fue volar el campanario de la iglesia para eliminar cualquier posible [puesto de observación] o a los posibles francotiradores».11

Con grupos de soldados alemanes rezagados vagando por los campos por los que se avanzaba, los jeeps se veían obligados a moverse de un lado a otro a toda velocidad como si fueran los Pony Express.12 Los francotiradores y las bandas de alemanes, muertos de hambre, intentaban tender emboscadas a los vehículos de aprovisionamiento. «Los camiones parecían diligencias avanzando a toda velocidad por territorio indio». Los reemplazos que llegaban para incorporarse a sus unidades veían cómo de pronto tenían que entrar inmediatamente en acción. Los americanos pidieron a las FFI que hicieran lo que estuviera en sus manos para proteger sus líneas de comunicación.13

Patton no supo valorar lo suficiente a la Resistencia francesa. Más tarde diría que su apoyo fue «mejor de lo esperado y menos de lo anunciado».14 No obstante, su contribución en Bretaña fue realmente considerable. «Ayudaban a cargar las municiones pesadas», comentó un oficial de la 6.a División Acorazada, «y barrían a los francotiradores, mientras nuestras columnas seguían avanzando».15 También aseguraban puentes, suministraban información secreta y no dejaban nunca de hostigar a los alemanes.

El 6 de agosto un informe alemán enviado al cuartel general de Kluge se lamentaba de que el avance de los americanos hacia Brest se estaba llevando a cabo «con la ayuda de terroristas».16 El general Koenig, que estaba en Londres, era catalogado de Terroristenführer,17 y al día siguiente los alemanes informaban de «batallas contra terroristas por todas partes».18 Ni que decir tiene que las acciones de represalia por parte de los alemanes fueron sumamente violentas, y se llevaron a cabo dos matanzas en la península de Finisterre, cerca de Brest. Veinticinco civiles fueron fusilados en St. Pol-de-Léon el 4 de agosto, y otros cuarenta y dos, entre hombres, mujeres y niños, fueron asesinados en Gouesnou el 7 de ese mismo mes por marineros de la 3.a Marineflakbrigaden. El 6 de agosto, las fuerzas del coronel Eon consiguieron la rendición de un batallón de Osttruppen en Saint-Brieuc. Pero cuando Eon y Passy regresaron exhaustos a su cuartel general aquella noche, su campamento fue atacado por doscientos cincuenta alemanes de la 2.a División Paracaidista. Tras seis horas de combates, consiguieron repelerlos. Passy y un pequeño grupo de hombres fueron rodeados, pero lograron romper el cerco. Cuando se reunieron con los demás compañeros del cuartel general, se enteraron de que se había informado a Londres de su pérdida.20 Pero al poco tiempo los ataques lanzados por las FFI y los FTP obligaron a los alemanes a emprender la retirada a localidades costeras, que podían ser defendidas con mayor facilidad. Más al sur, otros destacamentos de las FFI se dedicaron a ayudar a la 4.a División Acorazada de Woods, e incluso llegaron a limpiar manualmente un campo de minas.

Las primeras tropas de Grow llegaron a Brest el 6 de agosto. Tras mostrar un tanto a la ligera su exceso de optimismo, pensando que la ciudad iba a rendirse ante una exhibición de fuerza, Grow no tuvo más remedio que aceptar que una división acorazada no bastaba para tomar una ciudad importante perfectamente fortificada. No sabía que el comandante de la «fortaleza de Brest» era el general de las fuerzas paracaidistas Hermann Ramcke, militar veterano que había jurado a Hitler que iba a defender la ciudad hasta las últimas consecuencias[59].

Por si fuera poco, Grow se encontró con que era atacado por la retaguardia por la 266.a División de Infantería alemana, que intentaba unirse a la importante guarnición de Brest. Sus tropas no tardaron en repeler la ofensiva, pero Brest sería un hueso muy duro de roer, como Patton supo ver enseguida.21

La 8.a División de Infantería acudió en ayuda de la 6.a División Acorazada. Entre sus misiones figuraba la de patrullar de noche para impedir que los nutridos grupos de forrajeadores alemanes, aveces de hasta ciento cincuenta hombres, robaran alimentos a los campesinos locales. Las FFI solían pedir armamento y combustible, pero también traían prisioneros. La 8.a tuvo que instalar una prisión militar para custodiar a seiscientos alemanes. A uno de sus oficiales le encantó «recibir un puñal ceremonial Hermann Goering de uno de los paracaidistas» enemigos.22 Los de la 8.a de Infantería no podían imaginar con qué cosas iban a encontrarse en aquel momento tan poco convencional de la guerra. Un día apareció un oficial de las fuerzas especiales británicas, que había sido lanzado en paracaídas detrás de las líneas enemigas, buscando combustible; otras veces se veían metidos en líos de rivalidades políticas de los franceses. En cierta ocasión dos oficiales franceses de rango bastante elevado se presentaron vestidos de uniforme para ofrecer sus servicios, pero los miembros de la Resistencia que habían estado ayudando a los americanos insistieron con vehemencia en que jamás colaborarían con ellos. Eran lo que ellos llamaban «naftalinas», esto es, individuos que habían servido al régimen de Vichy y que ahora sacaban sus uniformes del armario en cuanto veían aparecer a los aliados. Los americanos «se deshicieron amablemente de los viejos oficiales».23

La liberación tendría también dos caras. «Los ciudadanos eran tan amables con nosotros que me costó lo mío mantener a mis hombres sobrios», contaba un teniente. Los soldados americanos encontraron a los bretones mucho más afables que los normandos. Pero también fueron testigos de la peor faceta de los primeros: su sed de venganza de las mujeres acusadas de collaboration horizontale con los alemanes. «Tuvimos una fiesta de rapados de cabeza», añadía el teniente. «Varias jóvenes recibieron además patadas en el estómago y tuvieron que ser hospitalizadas».24

Para los americanos, especialmente para los de la 6.a División Acorazada, la campaña de Bretaña acabó de modo decepcionante. Los dejaron asediando Brest, Saint-Nazaire y Lorient, donde la 6.a relevó a la 4.a División Acorazada de Wood, aunque en realidad no había peligro de que alguna de aquellas guarniciones intentara hacer una salida. Los batallones de las FFI, con algún apoyo de los americanos, eran capaces de mantener acorralados a los alemanes. Por su parte, la 83.a División de Infantería, que había atacado con dureza Saint-Malo porque las fuerzas presentes en la ciudad suponían una grave amenaza para la retaguardia de las tropas que actuaban en Bretaña, consiguió por fin la rendición de esta localidad.

Bradley estaba perfectamente al corriente de esa frustrante situación, pero el asedio de Brest, aunque en aquellos momentos carecía de sentido desde el punto de vista estratégico, se había convertido en una cuestión de orgullo. «No le diría esto a nadie más que a ti», confesó Bradley a Patton, «y he dado todo tipo de excusas a mi Estado Mayor y a las jerarquías superiores, pero debemos tomar Brest para mantener viva la idea de que es imposible derrotar al ejército de los Estados Unidos».25 Patton se mostró totalmente de acuerdo. «Siempre que nos pongamos a hacer algo, debemos acabarlo», escribió en su diario. Sin embargo, ni Patton ni Bradley perdían de vista el flanco abierto al norte del río Loira que permitía avanzar hacia Orleans y París.

Patton se daba perfecta cuenta de que Bretaña iba a ser como un remanso de paz. Acogió con sumo agrado la nueva orden de Bradley de enviar al XV Cuerpo de Haislip al sureste, a Le Mans, y al XX Cuerpo de Walker al sur, hacia Angers, junto al Loira, para proteger su flanco derecho cuando se dirigieran al este. La gloria aguardaba en las tierras del Sena.

Una de las divisiones destinadas al contingente de Haislip acababa de desembarcar en la playa Utah. Se trataba de la 2.a División Acorazada francesa, que se haría célebre en su país como la Deuxième División Blindé, o 2ème DB. Era sin duda una formación extraordinaria, a las órdenes de un hombre extraordinario.

El general conde Philippe de Hautcloque era más conocido por su nombre de guerra, Leclerc, que había adoptado para evitar las posibles represalias de los alemanes contra su familia. Era un devoto católico del Ancien Régime. Había reclutado como capellanes a doce miembros de los Padres Blancos, una congregación religiosa fundada originalmente en el siglo XIX para llevar la fe cristiana a los tuaregs. Bajo la dirección del padre Houchet, vestían hábito blanco y llevaban largas barbas.

Leclerc, hombre alto y delgado, con muchas arrugas alrededor de los ojos y un bigote rectangular propio de militares, era reconocido fácilmente por sus hombres por los anteojos de soldado de división acorazada que rodeaban su quepis y el roten que siempre llevaba. Era muy respetado por su valor, su determinación y su destreza en el campo de batalla. Muy austero, era todo un patriota. Al igual que a De Gaulle, le amargaba la idea de que, desde el desastre de 1940, los británicos hubieran acumulado tanto poder, mientras que Francia había quedado sumida en la decadencia. En opinión de los dos, los ingleses aprovechaban cualquier oportunidad para sacar beneficio de ello. En su resentimiento, no podían ver que Gran Bretaña, a pesar de su aparente fuerza, se había arruinado, tanto física como económicamente, durante los cinco años de guerra.26 Fue un detalle lamentable que parte de su división hubiera zarpado rumbo a Bretaña desde Mers-el-Kebir, donde en 1940 la escuadra naval del almirante Somerville había hundido la flota francesa para impedir que cayera en manos de los alemanes. «Incluso para nosotros los gaullistas», escribió un joven oficial, «eso era una espina que teníamos clavada en el corazón».27

De Gaulle consideraba que Leclerc y su división encarnaban el espíritu de la Francia Libre. Esta unidad estaba formada por oficiales y soldados de todas las tendencias políticas. Junto a católicos a ultranza de la vieille France, había comunistas, monárquicos, socialistas, republicanos e incluso varios anarquistas españoles: todos servían juntos por una misma causa. Esto animó a De Gaulle a pensar que en la Francia de posguerra podría alcanzarse una solidaridad parecida, pero se llevaría una gran decepción.

Habían sido los Estados Unidos, con su cuerno de la abundancia industrial y militar, los que habían vestido, equipado, armado y entrenado a la 2ème DB (más tarde a los americanos no les sentaría nada bien que los franceses les preguntaran por la calle por qué el ejército de los Estados Unidos no tenía «un uniforme distinto del nuestro»).28 Leclerc, a pesar de sus ideas algo anticuadas, no era en absoluto un reaccionario en lo concerniente a la guerra. Sentía una gran afinidad con Patton y Wood. Patton estaba deseoso de ayudar a Leclerc, y la división acorazada francesa no le decepcionaría en los combates que estaban a punto de tener lugar. Pero las intenciones que tenía De Gaulle de utilizar la 2ème DB al servicio de otros intereses franceses por encima de las prioridades de los aliados, se convertirían en una fuente de conflictos con otros generales americanos.

Para los soldados de la división, el momento del desembarco en Francia el 1 de agosto fue sumamente emotivo. El mar había estado muy picado, y algunos habían tenido que vomitar en sus cascos, como les ocurriera a sus predecesores, los americanos, casi dos meses antes. Los marineros británicos, al ver los condones en los cañones de los fusiles, hicieron los consabidos chistes acerca de las «gomas francesas gratuitas». Casi todos los que saltaron a tierra no habían visto su país desde hacía cuatro años o más. Algunos recogieron unos puñados de arena de la playa Utah para guardarla en urnas.29 La noticia de la llegada de las tropas francesas se propagó enseguida por la península de Cotentin, y no tardaron en presentarse cien jóvenes dispuestos a engrosar sus filas voluntariamente. En diez días, entrarían en combate por primera vez.

Mientras las dos divisiones acorazadas de Patton penetraban en Bretaña, los británicos continuaban con la Operación Bluecoat. La 11.a División Acorazada de Robert avanzó con brillantez hacia la ciudad de Vire, con la infantería montada en los tanques. Los carros blindados del 2.° Regimiento Household de Caballería tuvieron que detenerse en un pueblo a instancias del alcalde, que salió a su encuentro agitando los brazos. Ante ellos, la carretera aparecía cubierta de trozos de papel. Los habitantes de la localidad habían visto a los alemanes poniendo minas en el camino, y en cuanto se marcharon corrieron a señalar todas ellas.30

La 11.a División Acorazada todavía tuvo que enfrentarse a la llegada del II Cuerpo Acorazado de la SS por su flanco izquierdo. En cuanto fueron avistados los tanques enemigos, la infantería se apeó. El sargento Kite, del 3.er Regimiento Real de Tanques, describió más tarde el momento de la muerte de su vehículo cuando fue herido de gravedad. «Más allá, en el campo vecino, aparecieron las siluetas de dos Panther. El trigo estaba muy alto y casi maduro. Cada vez que disparaban, las bombas abrían un estrecho surco entre las espigas. Uno de [los Panther] fue puesto fuera de combate. De repente el otro giró su cañón y apuntó en mi dirección. Vi el fogonazo del disparo y el trigo doblarse a lo largo de la línea de vuelo de la bomba que estaba a punto de impactar contra nosotros».31

El 2 de agosto la 11.a División Acorazada estaba a punto de tomar Vire, cuando de repente Montgomery ordenó a Roberts que se dirigiera con su unidad hacia el este. En vez de tomar Vire, debía cortar la carretera que discurría al este de la ciudad y ocupar las colinas de Perrier. El límite entre los ejércitos británicos y americanos había sido objeto de modificaciones. Vire iba a ser ahora un objetivo americano. Todavía no está claro si Montgomery temía que su división quedara aislada como consecuencia de un contraataque alemán, o si accedió a una petición de los americanos.

En cualquier caso, Meindl, alarmado por la amenaza que se cernía sobre Vire, prácticamente indefensa, recurrió rápidamente a una división recién llegada para rellenar el hueco. Luego, como esa unidad no estaba entrenada, la reforzó con su 9.° Regimiento Paracaidista y el 12.° Batallón de Artillería. Adelantó además dos baterías de cañones antiaéreos de 88 mm, para que se encargaran de los tanques británicos que doblaban hacia el este. La tragedia de la decisión de Montgomery, tema que éste intentó evitar al término de la guerra, no fue sólo la ocasión que perdió. Los refuerzos de Meindl estaban ya operativos cuando los americanos lanzaron su ataque contra la ciudad cuatro días después, y les ocasionaron graves pérdidas.32

La 5.a División de Infantería americana, que avanzaba a la derecha de la unidad de Roberts, había empezado a quedar acorralada en un sector más estrecho cuando Roberts aprovechó la ocasión que le ofreció la toma del «puente de Dickie». Al igual que los británicos, ellos también se habían encontrado con una región complicada, llena de colinas y bosques. El comandante de una compañía describió una extraña experiencia que tuvieron cuando avanzaban por una pista forestal. «Los bosques parecían echar un maleficio mágico sobre nosotros, como si fuéramos objeto del encantamiento de las hadas», escribió. Sus hombres y él escucharon de repente un palmoteo suave y tranquilo. «Cuando nos acercamos, pudimos ver las formas sombrías de unos cuantos hombres, mujeres y niños franceses, a un lado y otro del camino, sin hablar, algunos llorando en silencio, pero casi todos aplaudiendo con suavidad, a lo largo de varias decenas de metros a ambos lados del sendero. Una niña se me acercó. Era rubia, bonita; quizá tuviera cinco años. Puso confiadamente su mano en la mía y estuvo caminando un ratito a mi lado, luego se detuvo y me saludó agitando la mano hasta que la perdí de vista».33 Incluso cincuenta años después, ese oficial podía oír el sonido de los suaves aplausos en el bosque.

La 5.a y la 35.a División de Infantería fueron integradas luego al 3.er Ejército de Patton, y Vire pasó a ser responsabilidad de la 29.a División del XIX Cuerpo. El ataque de los americanos no se llevó a cabo hasta el anochecer del 6 de agosto, cuatro días después de que Montgomery retirara de esta localidad a la 11.a División Acorazada de Roberts. Vire, una antigua ciudad situada en lo alto de una escarpada colina, ya había sido destruida parcialmente durante los bombardeos del Día D. Los refuerzos de Meindl supusieron una inquietante seguridad para la población civil que seguía en la ciudad: «Defenderemos vuestra ciudad casa por casa».34 A la 29.a División Americana le esperaban arduos combates en medio de ruinas y cascotes.

Mientras que el avance del VIII Cuerpo por el flanco derecho había sido importante, el del XXX Cuerpo de Bucknall seguía siendo bastante lento. Dempsey había advertido a Bucknall la primera noche de la ofensiva que debía abrirse paso hacia Aunay-sur-Odon con mayor rapidez. Esta zona del frente estaba plagada de minas, pero esta circunstancia no fue aceptada como excusa. Al día siguiente, Dempsey destituyó a Bucknall con la aprobación de Montgomery.

Para nombrar a su sustituto, Montgomery llamó al teniente general sir Brian Horrocks, que se encontraba en Inglaterra tras recuperarse de las heridas sufridas en el norte de África. Durante los dos días siguientes Dempsey también destituiría al general Erskine, de la 7.a División Acorazada, y al general de brigada Loony Hinde. La pérdida de su comandante en jefe supuso una verdadera conmoción para los hombres de la 7.a Acorazada. «Todo el mundo anda muy deprimido», escribió un oficial del Estado Mayor en su diario. «No parecía que fuera la manera correcta de tratar al conquistador de Trípoli».35 Pero casi todos los altos oficiales pensaban que Dempsey habría debido cortar cabezas tras el gran fiasco de Villers-Bocage en el mes de junio. En cualquier caso, la noticia de la llegada de Horrocks fue recibida con mucho agrado.

El problema que tenía el XXX Cuerpo para avanzar con agilidad se debía en buena parte a la situación que atravesaban la 50.a División Northumbrian y la 43.a División Wessex. Sus hombres se encontraban exhaustos. Muchos estaban debilitados por la disentería y tenían el cuerpo plagado de apostemas. También estaban deshidratados porque el agua, traída en cisternas por la noche, estaba muy racionada. Cuando los británicos se lanzaban al ataque a través de un campo de cereal maduro, los alemanes disparaban a veces bombas incendiarias, y «los pobres heridos eran pasto de las llamas».36 Pero los aliados no es que pudieran quejarse, considerando el uso que hacían del fósforo blanco y los tanques lanzallamas.

En las distintas secciones sólo se dejaba un puñado de hombres experimentados. Los demás eran todos reemplazos. Los capellanes eran de los que más trabajaban, evacuando a heridos y celebrando breves ceremonias fúnebres durante las horas de oscuridad. «No podía dejar de pensar en un verso de la elegía "El entierro de sir John Moore"», escribió el capellán del 4.° de Dorsets. «"Lo enterramos lúgubremente, en plena noche"».37

Sometidos a la presión de sus comandantes, los batallones de infantería del XXX Cuerpo siguieron su avance y conquistaron Villers-Bocage, Jurques y Ondefontaine. Aquellos días de agosto tampoco fueron agradables para las tripulaciones de los tanques. «En los pequeños campos de Normandía, entre los pomares», escribió un comandante de tanques, «cualquier movimiento en aquel caluroso verano provocaba una lluvia de pequeñas manzanas ácidas y duras que caían como una cascada dentro de las torretas a través de las escotillas abiertas. Al cabo de unos días, es probable que hubiera suficientes para obstruir la torreta. Cinco hombres apretujados, tres en la torreta y dos debajo, en la cabina de conducción, metidos todos en un horno de gruesas paredes metálicas, enseguida producían un olor apestoso: a humanidad, a manzanas, a cordita y a sudor». La cabeza les vibraba por el ruido: «el constante "mush" por los auriculares veinticuatro horas al día, acompañado del chirrido de la maquinaria —con el zumbido del motor de fondo— y el silbido sordo típico [del mecanismo] de la torreta y el estrépito y el traqueteo de los cañones».38

Stanley Christopherson, al frente de la Sherwood Rangers Yeomanry, era perfectamente consciente de la tensión a la que se veían sometidos sus hombres. «Ser el primer tanque de la primera sección del primer escuadrón del primer regimiento de la primera brigada, que se ve obligado a avanzar por un camino estrecho hacia un pueblo que se sabe que está defendido por la infantería y las tropas blindadas del enemigo, resultaba entonces, como ha resultado siempre, muy poco atractivo. Acababa en la mayoría de los casos con tu carro de combate envuelto en llamas debido a la acción de la batería antitanque o del tanque enemigo que te hubiera visto primero. Debía de ser una experiencia igualmente desagradable para los primeros soldados de la infantería, aunque al menos éstos podían saltar a una zanja y encogerse, pero ni siquiera el Todopoderoso era capaz de reducir el tamaño de un tanque Sherman avanzando pesadamente por un camino angosto».39

Sin embargo, los alemanes permitían a menudo que el primer tanque pasara, a veces incluso varios de ellos, antes de abrir fuego. «Era una mañana preciosa, y el sol estaba a punto de brillar con todo su esplendor y de dispersar la neblina que cubría los campos», escribía Christopherson el 3 de agosto. «Cruzamos la localidad de Jurques sin encontrar resistencia alguna, pero los problemas comenzaron al llegar a La Bigne, una aldea situada un poco más allá, cuando los dos tanques que me seguían fueron alcanzados por el fuego enemigo». Murió al instante un jefe de grupo que acababa de incorporarse y viajaba en uno de esos tanques. «Uno de los vehículos en llamas bloqueó por completo la carretera, impidiendo cualquier tipo de maniobra. Pero el sargento Guy Sanders, en una muestra más de su tranquilidad habitual, y sin tener en cuenta su propia seguridad, se metió en el tanque y lo condujo a la cuneta, despejando así el camino. Fue un verdadero acto de heroísmo, sobre todo porque los proyectiles que había en el compartimento de munición habían comenzado a estallar».

Los oficiales de la División Acorazada de la Guardia hacían lo que estaba en sus manos para mitigar las incomodidades de la guerra de blindados, aun cuando esto supusiera olvidarse en muchas ocasiones de la estricta observación de las normas de vestimenta que caracterizaban a su unidad. Con sus uniformes de batalla de color marrón claro, empezaron a utilizar bufandas de seda para protegerse el rostro del polvo, así como botas de piel Wellington suministradas por Gieves, «porque te las podías poner y quitar con facilidad».40 Varios oficiales, a los que no les gustaron los sacos de dormir entregados por el ejército, adquirieron otros más confortables en Fortnum & Mason. El cuartel general de la 6.a Brigada de Tanques de la Guardia también se benefició de la previsión de su oficial de abastecimientos, Terence O’Neill, que más tarde sería primer ministro de Irlanda del Norte. Había traído de Inglaterra aves de corral y jaulas metidas «dentro de un LST».41 Su primo, Jock Colville, secretario particular de Churchill, había cenado con ellos poco antes de que se pusiera en marcha la Operación Goodwood. «La Brigada de la Guardia», anotó en su diario, «tan magnífica en el combate como cualquier otra del mundo, no considera que la austeridad durante el servicio activo sea una virtud».42

A partir de la Operación Goodwood, la División Acorazada de la Guardia había mejorado también muchísimo la colaboración entre la infantería y los vehículos blindados. A ello había contribuido la instalación de un teléfono en la parte posterior del tanque. A través de este aparato un oficial de infantería podía hablar directamente con el comandante del carro de combate, sin tener que subirse a la torreta en medio del fuego intenso para dirigir a la sección contra una posición enemiga. Pero a un capitán del 5.° Coldstream, que manipulaba el teléfono como un loco mientras las balas silbaban a su alrededor, no le gustó la ligereza compulsiva de su colega del 1.er Batallón que se encontraba dentro del Sherman. «El comandante del tanque respondía siempre a las llamadas diciendo, "Sloane 4929". A él probablemente le hiciera mucha gracia, pero a mí desde luego no».43

Los alemanes tendían emboscadas mortales con pequeños grupos de combate, normalmente compañías de granaderos improvisadas alrededor de un cañón de asalto. Pero su moral cada vez se resentía más de la violenta embestida aliada. Destacamentos de su policía militar se instalaban en puentes para atrapar a soldados rezagados que luego colgaban de los árboles de los alrededores con el fin de lanzar un mensaje de advertencia a los que tuvieran la tentación de desertar.

El capellán del 4.° de Dorsets estuvo conversando con un prisionero llamado Willi, «un camillero alemán menudo; un muchacho con gafas y pinta de estudioso». El joven alemán no podía comprender por qué los británicos no atacaban con toda la artillería y los tanques. Los soldados alemanes, dijo, estaban esperando la oportunidad de rendirse, siempre y cuando sus oficiales y suboficiales no se dieran cuenta. «Pues entonces es una verdadera lástima», contestó el capellán, «que varios de tus camaradas salieran con los brazos en alto y luego lanzaran granadas contra nuestros hombres». Los labios del muchacho empezaron a temblar, «y parecía que iba a romper a llorar como un niño por la traición cometida por sus compatriotas».44 Al igual que otros subalternos del cuerpo médico capturados, Willi impresionó a los médicos británicos por sus conocimientos y buena disposición, pues no tenía inconveniente en ayudar a heridos tanto británicos como alemanes mientras los morteros seguían disparando.

No obstante, a pesar del sermoneo del capellán sobre soldados alemanes que rompían las normas de la guerra, lo cierto es que en muchas ocasiones fueron los británicos los que mataban sin más ni más a los soldados de la SS. «Muchos de ellos probablemente merecen morir en cualquier caso, y lo saben», decía escuetamente un informe del XXX Cuerpo.45

Aunque algunas zonas de la región parecían no haber sufrido prácticamente los estragos de la guerra, en otras las escenas de destrucción eran espantosas. Casi todos los que vieron la localidad de Aunaysur-Odon quedaron conmocionados. Este importante pueblo llevaba sufriendo bombardeos desde el 11 de junio, y acaba de ser arrasado de nuevo por la artillería del XXX Cuerpo. «Aparte de la torre con chapitel de la iglesia y tres cascos de casas, está completamente arrasado», anotó en su diario un oficial de caballería.46 Otro oficial, en este caso de artillería, estaba consternado por haber participado en aquel desastre. «Tenías que aprender realmente a distanciarte de ese tipo de cosas si querías cumplir con tus obligaciones militares», comentaría más tarde. «Lo único que podías hacer era disparar y rogar a Dios que los franceses se hubieran marchado ya».47

La aparición de supervivientes en los pueblos arrasados por las bombas y los proyectiles de los morteros siempre parecía un milagro. André Heintz, de la Resistencia de Caen, había seguido hasta las ruinas de Villers-Bocage a los equipos encargados de limpiar los campos de minas. Al llegar pudo contemplar los restos de los tanques alemanes y británicos de la batalla de junio, aplastados unos contra otros. Describió aquel espectáculo como «un amasijo de acero».48 Descubrió que en el castillo de Villers, situado en un extremo del pueblo, el vizconde de Rugy, alcalde de la localidad, había dado cobijo a doscientas personas en un sótano parecido a un túnel. El estado de todas ellas era «patético». En otro pueblecito, un soldado del 4.° de Infantería Ligera (Somerset) tuvo que apartarse de su grupo un momento para hacer sus necesidades. Sus botas militares con clavos resbalaron al cruzar entre un montón de escombros. Al caer, su mano dio con algo blando. Era la mano herida de una niña. Entonces oyó la orden de su jefe de patrulla: «¡A formar, muchachos! ¡Es hora de seguir adelante!». Todo lo que pudo hacer fue garabatear en la losa una cruz y las letras R.I.P.49

Los soldados, conmovidos a menudo por los animales, no fueron indiferentes a la situación en la que se encontraban las bestias abandonadas. Las vacas sin ordeñar se morían de dolor. Permanecían quietas para evitar cualquier movimiento que les hiciera balancear las ubres. Los muchachos procedentes de zonas rurales se ponían a ordeñarlas inmediatamente para aliviar su presión. Un oficial médico quedó conmovido ante una tristísima escena: «Un potrillo se movía describiendo un pequeño círculo alrededor de su madre que acababa de morir. Con sus cascos había dejado la hierba chafada, dibujando ese mismo círculo, y el animal no quería apartarse de su madre».50

Mientras por la derecha la 11.a División Acorazada seguía combatiendo contra la 10.a SS Panzer-Division Frundsberg al este de Vire, junto a la cota de Perrier, y la División Acorazada de la Guardia abría una gran brecha en el frente alemán, el XXX Cuerpo se acercaba por fin a Mont Pincon. La infantería montada en tanques respiraba a duras penas debido a la espesa capa de polvo rojizo que cubría esa zona.

El ataque estaba previsto para el lunes 6 de agosto. Muchos soldados y suboficiales recordaron que ese día era fiesta en Inglaterra. Así comenzaron a evocar imágenes de sus familias y del mar, pero apenas tuvieron tiempo de seguir con sus sueños. El enérgico general Thomas de la 43.a División (Wessex) no dejaba de ejercer la máxima presión sobre sus subordinados, como recordaría el oficial al mando de uno de los regimientos acorazados que le prestaban apoyo. «Los comandantes de las brigadas y los batallones de la 43.a División tenían bastante miedo de Von Thomas, quien a su vez los irritaba de mala manera cuando insistía en que debían "pelear en sus batallas", y no los dejaba en paz una vez dadas las últimas órdenes del plan».51

Julius Neave, al frente de un escuadrón del 13.°/18.° de Húsares, estaba resignado a librar otra dura batalla. «Pretendemos conquistar M[ont].P[inçon] —la altura más importante de Normandía— con una brigada de infantería con las fuerzas mermadas y un regimiento acorazado exhausto».52 Incluso durante la reunión de jefes celebrada en el cuartel general, se vieron sorprendidos por el «feroz bombardeo» de los morteros alemanes.

La infantería estaba aún más desmoralizada ante aquella perspectiva. «Cuanto más cerca estábamos de nuestro objetivo», escribió el cabo Proctor, «más imponente nos parecía la misión. Las tierras bajas de las laderas eran campos de cultivo divididos por enormes setos en pequeñas parcelas. En lo alto había bosques. La cima parecía estar cubierta de aulagas. Fuera del alcance de la vista, en la cresta de la colina, había unas instalaciones de radar alemanas que debían ser destruidas, A los pies del monte discurría un arroyo que íbamos a tener que cruzar».53 El día era sofocante y caluroso.

La artillería abrió una cortina de fuego a las 15:00 horas. Los del 4.° Somerset avanzaron por la izquierda, y el 5.° Batallón del Regimiento Wiltshire, por la derecha. Unos cien metros después del arroyo, sus flancos y el frente se vieron sorprendidos por el fuego intenso de las ametralladoras. Todas las compañías que iban a la cabeza quedaron inmovilizadas por la lluvia de proyectiles. Algunos hombres dieron marcha atrás con la intención de refugiarse en la orilla del riachuelo, que se llenó muy pronto de soldados. «Enseguida fue evidente que éramos muchos los que buscábamos algo de protección», escribió el sargento Partridge del Regimiento Somerset.54 Los del Somerset y los del Wiltshire esperaban que los alemanes se quedasen sin municiones, pero la intensidad de sus disparos no disminuía nunca. Los del Wiltshire fueron de los más castigados y se quedaron sin su oficial al mando.

El sargento primero de la compañía de Partridge perdió su nariz de un disparo. Cuando vio que se tambaleaba hacia atrás mientras sostenía unas vendas de campaña apretadas contra la cara, Partridge acudió en su ayuda y lo acompañó hasta el puesto de socorro del regimiento, situado cerca del cuartel general del batallón. Allí se enteró de que el comandante Thomas, oficial al frente de la Compañía B, había sido abatido al lanzarse solo al asalto de una ametralladora alemana. «Muy valeroso», escribió Partridge, «pero hacía tiempo que había aprendido que los soldados muertos no ganan batallas, y mi principal obligación era seguir con vida y preservar las vidas de todos los que me fuera posible».

Llegó una orden tajante del oficial al mando diciendo que había demasiados suboficiales en el puesto de socorro. «Por favor, reúnanse con sus tropas». Partridge reconoció que se trataba de un reproche bien merecido. Regresó a la Sección 17, donde encontró a «cuatro tíos en una trinchera abandonada llorando a lágrima viva». Aquellos recién llegados no eran unos adolescentes, sino hombres de treinta y muchos años, «demasiado viejos para vivir la vida que llevamos». Procedían de una unidad antiaérea desmantelada, y habían sido mandados por delante sin entrenamiento de infantería en un desesperado intento de rellenar los batallones de primera línea.

Poco antes del anochecer, un Sherman del 13.°/18.° logró cruzar el arroyo y proporcionar fuego de cobertura, pero las posiciones de las ametralladoras alemanas estaban muy bien camufladas. Se adoptó un plan diferente. Una vez hubo caído la noche, las compañías fueron reorganizadas. Empezaron a avanzar detrás de una cortina de humo en fila de a uno lo más sigilosamente posible. Se comprobó el equipo de cada hombre para asegurarse de que no hubiera nada que hiciera ruido.

Aunque no creían que pudieran pasar sin que nadie los viera o los oyera, continuaron subiendo por la ladera. Podían oír las voces de los alemanes a uno y otro lado, pero por fortuna no se toparon con ninguna de esas posiciones de ametralladora. Las dos primeras compañías del 4.° Regimiento Somerset llegaron a la cima, y no tardaron en unírseles las otras dos. Intentaron abrir trincheras con el fin de prepararse para el inevitable contraataque alemán, pero comprobaron que el suelo era de roca.

El sargento Partridge oyó un ruido de lo que parecía un Panther o un Tiger. Entre murmullos hizo llegar al hombre encargado del arma antitanque que le pasara el lanzagranadas PIAT (lanzador antitanque de infantería, PIAT por sus siglas en inglés). Pero el soldado se disculpó. El PIAT era demasiado pesado para subirlo por la colina y lo había dejado atrás. Partridge mostró un gran dominio de sí mismo al no estrangularlo en el acto. En realidad, el tanque que les causaba tanta alarma en la oscuridad pertenecía casi con toda certeza al 13.°/18.° de Húsares, uno de cuyos escuadrones había encontrado una ruta hasta lo alto del Mont Pincon a primera hora de la noche. En medio de la confusión, no sabían, al parecer, que la infantería ya había llegado a la cima, y pedían por radio que les enviaran apoyo. Su oficial al mando les mandó otro escuadrón, al tiempo que solicitaba urgentemente refuerzos de infantería.

El 7 de agosto por la mañana, la altura más elevada de Normandía estaba por fin en manos de los británicos. En realidad, los alemanes se habían esfumado. Su retirada respondía a un intento absolutamente necesario de recortar sus líneas, en parte con el fin de compensar el traslado de la 1.a División Acorazada de la SS para el contraataque que se preparaba en Mortain.

La Operación Bluecoat había sido el punto culminante de una dura batalla en una y otra ladera. El 4.° Regimiento Somerset había perdido «más hombres en cinco semanas que [los que perdería] en los nueve meses siguientes hasta el final de la guerra».55 Más al oeste, en dirección a Vire, la 10.a División Acorazada de la SS Frundsberg había sido pulverizada por la 11.a División Acorazada y la División Acorazada de la Guardia. El cuartel general de Eberbach había informado la noche anterior de «duros ataques del enemigo a lo largo de casi todo el frente». En un último esfuerzo, la Frundsberg había lanzado un contraataque contra la 11.a División Acorazada al sur de Presles en un intento de cerrar la brecha existente entre el 7.° Ejército y la Panzergruppe West.

Al día siguiente, cuando la Panzergruppe West se convirtió oficialmente por orden de Hitler en el 7.° Ejército Acorazado, Eberbach comunicó que en la 10.a División Acorazada de la SS sólo había «tres tanques utilizables». Tenía que retirarla de la primera línea. El «espíritu de lucha» de su ejército era «insatisfactorio» como consecuencia de las «pérdidas, de la retirada y del agotamiento». No cabía ni siquiera plantear el repliegue del II Cuerpo Acorazado, o de la 12.a División de la SS Hitlerjugend, o de la 21.a División Acorazada para que participaran en el contraataque de Mortain. Hasta Kluge advirtió que «era ya una decisión grave retirar la 1.a División Acorazada de la SS».57 Ese mismo día, el Grupo de Ejército B comunicó que desde la invasión había sufrido 151 487 bajas, entre muertos, heridos y desaparecidos. Y había recibido menos de 20 000 reemplazos.58