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Fracaso en Caen

A las doce de la noche del 6 de junio, el general de división Pemsel, jefe del Estado Mayor del 7.° Ejército, telefoneó a los comandantes de la 21.a División Acorazada y la 716.a División de Infantería. Transmitió la orden recibida del OKW de que en el contraataque previsto para el día siguiente debía llegarse «sin falta» a la costa para socorrer a los defensores de los fortines que seguían resistiendo. Richter, el general de la 716.a División, le dijo que «ya no existían comunicaciones entre los puestos de mando de las divisiones, los regimientos y los batallones», de modo que desconocía por completo qué posiciones seguían resistiendo y cuáles habían sido capturadas. En efecto, la 716.a División de Infantería había desaparecido prácticamente, y sus doscientos supervivientes serían retirados al cabo de un par de días.1

Aunque la 3.a División británica había conquistado la mayoría de las posiciones defensivas que el Día D habían impedido su avance, la más poderosa de ellas seguía presentando resistencia en su flanco derecho. Se trataba de la estación de radar de la Luftwaffe, situada en las proximidades de Douvres-la-Délivrande, que se había convertido en una verdadera fortaleza subterránea. Esta posición contaba también con un sistema de comunicaciones bajo tierra que llegaba a Caen, de manera que sus defensores podían actuar como observadores para la artillería. Los canadienses que intentaron capturar el reducto tuvieron que afrontar arduos combates. También se vieron obligados a peinar los bosques próximos a la resistente estación de radar, en los que había «un sinfín de trincheras, refugios y túneles».2

La 21.a División Acorazada alemana, tras el infructuoso ataque llevado a cabo a última hora de la tarde del Día D, pasó a estar bajo el mando del I Cuerpo Acorazado de la SS. Su comandante en jefe era el Obergruppenführer Sepp Dietrich. En su juventud Dietrich había sido aprendiz de carnicero, pero ya en la primera guerra mundial se convirtió en soldado de vanguardia. En medio del caos reinante tras el armisticio, cuando en Alemania estuvo a punto de estallar una guerra civil, Dietrich se unió a la organización paramilitar Freikorps. No tardaría en afiliarse al partido nazi, y en 1928 fue nombrado comandante de la guardia personal de Hitler. Esta unidad se convertiría más tarde en la base de la 1.a División Acorazada de la SS Leibstandarte Adolf Hitler, que combatió a las órdenes de Dietrich en Francia, en los Balcanes y en el frente oriental. Goebbels describía deliberadamente a Dietrich como un héroe del pueblo llano, para poner freno a la aristocracia del ejército regular. Aunque más honesto que la mayoría de sus superiores, sus camaradas de la Waffen-SS, Dietrich era un militar brutal y carente de inteligencia. Según el General der Panzertruppen Heinz Eberbach, que más tarde sustituyó a Geyr von Schweppenburg, «estando bajo sus órdenes la Leibstandarte asesinó a miles de judíos3 [22]».

La mañana del 6 de junio Dietrich se encontraba en el cuartel general del I Cuerpo Acorazado de la SS en Bruselas cuando llegó la noticia de los desembarcos. Rundstedt requirió inmediatamente su presencia en París. Dietrich iba a asumir el mando de la 12.a División Acorazada de la SS Hitlerjugend, de la Panzer-Lehr-Division, de la 21.a División Acorazada y de lo que quedaba de la 716.a División de Infantería. El cuerpo debía atacar al amanecer a los británicos en Caen y arrojarlos al mar. Pero la efectividad de las ofensivas aéreas aliadas y la tardanza de la Hitlerjugend y la Lehr en entrar en acción resultaron funestas para el plan de los alemanes.

Dietrich llegó aquella noche al cuartel general de la 21.a División Acorazada de Feuchtinger en Saint-Pierre-sur-Dives. Feuchtinger se hallaba ausente en el puesto de mando de la 716.a División de Infantería situado en un túnel en las afueras de Caen. Dietrich se puso hecho una furia cuando se enteró de que Feuchtinger se había olvidado de llevarse una radio. Su sustituto, el jefe del Estado Mayor de la división, el coronel barón Von Berlichingen, un descendiente del caballero de la «mano de hierro», se atrevió a indicar que dos divisiones acorazadas no eran suficientes para hacer retroceder a británicos y canadienses. Sin duda debían aguardar a que la Panzer-Lehr-Division se les uniera. Dietrich replicó con firmeza que sólo estaban disponibles esas dos divisiones, y que debía enlazar inmediatamente con la Hitlerjugend para planear el ataque.

El Brigadeführer Fritz Wittt, comandante en jefe de la Hitlerjugend, envió al Standartenführer Kurt Meyer a entrevistarse con Feuchtinger y Richter en el túnel que hacía las veces de cuartel general en las afueras de Caen. Meyer, que estaba al mando del 25.° Regimiento de Granaderos Acorazados de la SS, era un nazi acérrimo y un luchador despiadado. Alto, apuesto y de ojos azules, era el prototipo ideal de líder de la Waffen-SS. Llenos de admiración, sus hombres lo llamaban «Panzer Meyer». Meyer llegó por fin al cuartel general de la 716.a División a primera hora del 7 de junio. La entrada estaba llena de heridos, y le dijo a Richter: «He tardado unas ocho horas en llegar hasta aquí. Me he pasado más de cuatro horas agazapado en las cunetas debido a los ataques aéreos. Las columnas en marcha de la división están sufriendo graves pérdidas».4 La Hitlerjugend llamaría a los cazabombarderos aliados «moscas de la carne».

Una vez estudiado el mapa de la situación durante su reunión, Meyer mostró arrogantemente desprecio por el temor de Feuchtinger a la fuerza del enemigo. «¡Bagatelas!», exclamó. «Los arrojaremos de nuevo al mar por la mañana».5 Pero la gran contraofensiva tendría que ser pospuesta. La Panzer-Lehr-Division, que avanzaba desde el sur, siguió sufriendo más ataques aéreos que la Hitlerjugend. La desastrosa pérdida de combustible como consecuencia de la acción de los aviones aliados supuso la obligación de recurrir a prácticamente todas las reservas que tenía Richter. Éste también indicó la necesidad de trasladar el hospital de campaña de la división a las proximidades de Falaise, pues, pese a estar «claramente identificado con cruces rojas», era bombardeado y atacado una y otra vez por la aviación aliada.

Las complejidades de la estructura de mando de los alemanes contribuyeron enormemente a aumentar la confusión. El 7.° Ejército era responsable de la costa, pero el I Cuerpo Acorazado de la SS pasó a formar parte de la Panzergruppe West del general barón Geyr von Schweppenburg. Éste escribiría más tarde: «En un momento en el que absolutamente todo dependía de acciones rápidas, sólo se dieron órdenes a dos divisiones y media desde los siguientes cuarteles generales: el del I Cuerpo Acorazado de la SS, el de la Panzergruppe West, el del 7.° Ejército destacado en Le Mans, el del Grupo de Ejército B, el del OB West y el del OKW».6

Geyr, que al igual que Guderian estaba convencido de la importancia de una contraofensiva masiva con las fuerzas acorazadas, se horrorizó al comprobar cuán eficaces habían resultado los bombardeos de los pueblos y las ciudades principales a manos de los aliados para bloquear las rutas de acceso. Tras oponerse con firmeza a la idea de desplegar divisiones acorazadas cerca de la costa, seguía negándose a admitir que el sano respeto de Rommel por el poder aéreo de los aliados había demostrado una mayor previsión. Geyr sufriría en sus propias carnes ese orgullo desmesurado suyo cuando las interceptaciones de Ultra identificaran la localización exacta de su cuartel general unos días más tarde.

Al final del Día D, los comandantes británicos que se hallaban en la cabeza de playa de Sword habían relativizado su fracaso en la conquista de Caen con el optimismo equivocado del «siempre podremos conquistarla mañana». La resistencia a la 21.a División Acorazada había suscitado unas esperanzas realmente exageradas. Todavía no se habían enfrentado a la Hitlerjugend y, además, no se daban cuenta de que el arma más efectiva de la 21.a Acorazada no eran sus tanques, sino sus veinticuatro cañones antitanque de 88 mm.

Ya fuera por la retirada de la 21.a División Acorazada, por los constantes ataques de los cazabombarderos en las carreteras o por el acierto de la artillería naval aliada en sus disparos contra objetivos situados en el interior, lo cierto es que entre las tropas de la retaguardia alemana enseguida comenzaron a correr rumores de pánico acerca de la caída de Caen. El 7 de junio, esos «rumores alarmistas»,7 como los denominaban en el I Cuerpo Acorazado de la SS, impulsaron al jefe del Estado Mayor de esta unidad a enviar destacamentos de Feldgendarmerie (Policía del Ejército Alemán) a las carreteras y caminos que conducían a Falaise. Acorralaron a los que huían, a esa «canalla pusilánime que, en el oeste, había perdido la noción de lo que era una guerra». En cualquier caso, el I Cuerpo Acorazado despreciaba a los británicos por haber fracasado en su empresa, mientras que el ejército alemán era incapaz de hacer llegar refuerzos con la celeridad necesaria.

Aparte de los problemas creados por la prolongada defensa de «Hillman» y la falta de unidades acorazadas para combatir y llegar a Caen, el comandante en jefe del I Cuerpo británico, el teniente general John Crocker, había cometido un grave error. La tarde del Día D, temiendo un contraataque masivo al este del río Orne, Crocker ordenó que la 9.a Brigada de Infantería abandonara su misión ofensiva entre Caen y Carpriquet y acudiera en ayuda de la división aerotransportada. Este cambio también contribuyó a que se abriera un peligroso hueco entre los canadienses y la 3.a División de los británicos.

El 7 de junio, la ofensiva contra Caen se reavivó con diversos combates al norte de la ciudad, en los alrededores de la localidad de Lebisey y sus bosques. Pero, pese a contar con el apoyo de la artillería pesada, la 185.a Brigada sufrió pérdidas cuantiosas. La 21.a División Acorazada alemana pudo recomponerse y establecer posiciones efectivas en los terrenos elevados situados frente a Caen, además de avanzar hacia Bénouville, donde los granaderos acorazados del comandante Hans von Luck seguían lanzando contraofensivas para contener a la 6.a División Aerotransportada.

El antiguo regimiento de Montgomery, el 2.° Batallón de los Royal Warwicks, participaría en el ataque cerca de Lebisey. Siguiendo órdenes de su general de brigada, la sección de tanques, con seis vehículos de transporte ligero armados de fusiles ametralladores, comenzó a subir y a abrir fuego por una carretera que quedaba hundida entre elevados terraplenes. Los disparos sobrevolaban sus cabezas; apenas podían ver nada. De repente se encontraron en Lebisey, en medio de un regimiento de granaderos de la 21.a División Acorazada. Pasaron junto a un Mark IV, siguieron adelante, se dirigieron a su retaguardia, y se detuvieron en un trigal para disparar con sus armas antitanque. «¡Preparados los de retaguardia!», gritó el teniente. Sus muchachos de Birmingham empezaron a soltar tacos con alegría mientras apuntaban con las ametralladoras hacia los objetivos y disparaban. Pero una bomba hizo diana en su vehículo de transporte ligero, y la onda expansiva los hizo saltar por los aires.

Intentaron llegar a rastras hasta sus propias líneas, pero fueron capturados y conducidos al bosque de Lebisey. Los granaderos alemanes eran poco dados a formalidades, y actuaron con «elegancia». Preguntaron a sus prisioneros qué querían tomar, leche o vino. Más tarde las bombas del navío británico Warspite empezaron a rugir sobre sus cabezas. El alemán que los vigilaba le dijo al teniente: «Creo que será mejor que nos pongamos a excavar una trinchera, ¿no le parece?», y los dos hombres empezaron a cavar juntos. Se sentaron codo con codo en el refugio improvisado mientras seguían los bombardeos, encogiéndose cada vez que alguna bomba pasaba por encima de ellos. «En pocos días volverán al mar», exclamó el alemán. «No, lo siento», replicó Bannerman. «En una semana estaremos en París». Tras reconocer que nunca se pondrían de acuerdo, el granadero alemán sacó del bolsillo una fotografía de su novia y se la mostró al teniente. Éste correspondió a su gesto enseñándole otra de su esposa. No podía dejar de pensar que apenas media hora antes habían intentado matarse el uno al otro.8

El general Crocker había trasladado a la 9.a Brigada nuevamente a su sector original, justo a la derecha de la 185.a. Esta zona, al igual que el sector canadiense, se caracterizaba por ser un terreno de suaves ondulaciones cubiertas de trigales, por sus casas de piedra rodeadas de un huerto y por sus arboledas que servían para ocultar las baterías antitanque. Los campesinos habían encerrado a las vacas y los caballos con la esperanza de que los corrales y los graneros les sirvieran de protección. Algunos observaban el combate desde lo alto de los desvanes, mientras sus familias se ponían a buen recaudo en los sótanos de las casas. Pero buena parte de los combates y los bombardeos se concentraron en las edificaciones. De las diez casas que formaban la aldea de Gruchy, cerca de Buron, nueve quedaron destruidas o en condiciones lamentables. Los alemanes se apropiaron de la sidra y el Calvados almacenados en sus bodegas, y varios bebieron hasta quedar prácticamente inconscientes.9

El 2.° Batallón de los Royal Ulster Rifles realizó una audaz carga a través de los campos de grano, en dirección a la localidad de Cambes. Tuvo que abrirse paso a brazo partido, pero un destacamento recién llegado de la 12.a División Acorazada de la SS Hitlerjugend les obligó a replegarse. Los Ulster Rifles se vieron obligados a abandonar a sus heridos de la Compañía D en una zanja situada a las afueras del pueblo. No les cabía la menor duda de que los jóvenes soldados nazis iban a acabar luego con la vida de todos sus compañeros.10

Más a la derecha de la 9.a Brigada, los canadienses también se encontraron con destacamentos de la Hitlerjugend cuando reanudaron el avance hacia el aeródromo de Carpiquet. Después de que el Standartenführer Meyer hubiera instalado su puesto de mando en la abadía de Ardennes, su 25.° Regimiento de Granaderos Acorazados debía iniciar a las 16:00 horas el ataque al oeste de la línea ferroviaria que unía Caen con Saint-Luc-sur-Mer, mientras que la 21.a División Acorazada tenía que avanzar por el flanco oriental. Pero la proximidad de los canadienses lo indujo a atacar de inmediato. Se comunicó la orden al batallón acorazado Hitlerjugend: «¡Adelante tanques!». Los alemanes cogieron desprevenidos a los Fusileros de Sherbrooke, el regimiento acorazado canadiense, y en poco tiempo pudieron reconquistar el pueblo de Authie. Pero en su triunfal avance, los carros blindados de la Hitlerjugend fueron sorprendidos a su vez por la artillería antitanque canadiense, que se había colocado estratégicamente. Meyer no tardó en dirigir los tanques, que habían logrado retirarse, a otro escenario de duros enfrentamientos, en esta ocasión a la localidad de Buron. El combate que se desarrolló aquella tarde fue muy sangriento y acabó en tablas: británicos, canadienses y alemanes tuvieron que interrumpir los ataques.

A los británicos les fue mucho mejor el día en el oeste, en el frente de Bayeux. Durante la noche las patrullas habían observado que la pequeña ciudad había sido evacuada casi por completo por las autoridades alemanas. De modo que el Regimiento Essex y los South Wales Borderers («Guardias de la Frontera del Sur de Gales»), con el apoyo de los Rangers de Sherwood, lograron liberar Bayeux el 7 de junio sin apenas sufrir daños. «Fuimos los primeros soldados que entraron en la ciudad», escribía Christopherson, que estuvo al mando del Escuadrón A de los Rangers de Sherwood, «y sentimos un gran alivio cuando comprobamos que, con la excepción de algunos reductos aislados en la ciudad y algún que otro francotirador, no quedaban alemanes, lo que evitó que se dañaran los hermosos edificios históricos de la localidad. Tuvimos una acogida sumamente entusiasta y espontánea por parte de la población, que parecía realmente encantada al darnos la bienvenida y que demostró su regocijo lanzando flores a los tanques y distribuyendo sidra y comida entre nuestros hombres».

Al sur de la ciudad, resistía un nido de ametralladoras dentro de una casa que empezó a arder cuando los tanques de los Rangers de Sherwood abrieron fuego contra ella. «Al cabo de muy poco tiempo el sonido de una campana anunció la llegada del cuerpo de bomberos de Bayeux, formado por todo un equipo de hombres con brillantes cascos. Indiferentes al fuego de la ametralladora, interrumpieron el combate, penetraron en la casa, extinguieron las llamas y sacaron al grupo de artilleros alemanes».11

Al día siguiente, 8 de junio, los Rangers de Sherwood volvieron a unirse a la 8.a Brigada Acorazada para avanzar hacia el sur. Evitando la artillería antitanque, consiguieron ocupar un terreno elevado a unos doce kilómetros al sureste de Bayeux, la llamada Colina 103. Ésta se elevaba sobre los pueblos de Tilly-sur-Seulles y Fontenay-le-Pesnel, localidad que los escuadrones británicos bautizaron como Piss in the Fountain («Mea en la Fuente»). En su camino, el principal peligro fueron los disparos de algunos fusileros aislados que iban dirigidos hacia la cabeza de los comandantes de los tanques. Pero al día siguiente los Rangers de Sherwood y el 6.° de Infantería Ligera de Durham fueron atacados por sorpresa.

La Panzer-Lehr-Division había llegado por fin al frente. El teniente general Fritz Bayerlein, su comandante en jefe, seguía furioso por la orden del Generaloberst Dollmann de avanzar sólo a la luz del día. El 6 de junio por la tarde, los Typhoons lanzacohetes de la RAF y los escuadrones de Lightnings americanos habían hecho su aparición casi de inmediato y habían destruido varios vehículos. Los hombres de Bayerlein siguieron avanzando protegidos por la oscuridad, con la esperanza de alcanzar posiciones camufladas antes de que amaneciera, pero el general Dollmann ordenó que la división no se detuviera. El primer ataque aéreo se produjo a las 05:30 de la mañana siguiente. Los tanques y tanquetas, camuflados ya con ramas frondosas, intentaron buscar refugio a toda prisa en los bosques y huertos, pero había demasiados espacios abiertos. Según Bayerlein, sus hombres apodaron la carretera recta que pasaba al noreste de Vire con el nombre de «el hipódromo de los cazabombarderos».12 Se lamentó de que al finalizar el día la división había perdido cinco tanques, ochenta y cuatro semiorugas y cañones autopropulsados y ciento treinta camiones, pero casi con toda seguridad podemos afirmar que se trata de una burda exageración[23].

Cuando en la mañana del 8 de junio las unidades avanzadas de la Panzer-Lehr-Division atacaron al norte de Tilly-sur-Seulles, los Rangers de Sherwood y la Infantería Ligera de Durham recibieron la peor parte. «Fue una jornada horrible para el regimiento», escribiría Christopherson en su diario. Su escuadrón, que se encontraba en la Colina 103, perdió cuatro tanques. Uno de sus jefes de tropa murió en acción, al igual que su segundo al mando, el poeta y capitán Keith Douglas. Douglas, que había llevado a cabo un reconocimiento a pie de la zona, «fue alcanzado en la cabeza por un proyectil de mortero mientras corría por una zanja para llegar a su tanque». Murió al instante. Había sido el tipo raro en ese regimiento de pequeños terratenientes. No cazaba, no era aficionado a montar a caballo y no mostraba interés alguno por las cosas del campo. En su poema sobre el regimiento, titulado «Aristócratas», había escrito:

¿Cómo vivir entre esa gentil y anticuada

estirpe de héroes y no llorar?13

No obstante, el regimiento siempre recordaría a Douglas por su coraje, así como por sus torpezas. En cierta ocasión, en el norte de África, Douglas había abandonado su puesto en El Cairo, arriesgándose a ser acusado de deserción, para reunirse con su escuadrón en el momento en el que el combate alcanzaba su máxima intensidad. «Me gusta usted, señor», le dijo su asistente. «Usted es de los que la aciertan o la cagan, pero siempre se arriesgan».14

Christopherson cuenta lo siguiente en su diario a propósito de Douglas: «En acción demostraba un valor indomable, y siempre mostró una gran iniciativa y total indiferencia por su seguridad personal.

En ocasiones parecía incluso un poco temerario, tal vez debido a su miopía que lo obligaba a llevar gafas de gruesos cristales». El capellán del regimiento, Leslie Skinner, que recordaba la conversación mantenida con Douglas el domingo anterior al Día D, cuando el joven capitán habló de su muerte inminente, lo enterró junto al seto en el que había caído.

Al cabo de tres días los Rangers de Sherwood, una vez más en las proximidades de la Colina 103, sufrieron otro grave percance. Un obús estalló junto al «Robin Hood», el tanque que hacía las veces de cuartel general del regimiento, justo cuando se celebraba en su interior una reunión para impartir las órdenes. El oficial al mando, Michael Laycock, hermano del jefe de comando, general de división Robert Laycock, pereció junto con su ayudante y el oficial responsable de las radiocomunicaciones. Su ayudante, George Jones, era hijo del jefe de leñadores de la finca Laycock. El jefe de su tropa de reconocimiento y el sargento de comunicaciones resultaron también heridos de gravedad. Los Rangers de Sherwood habían perdido a dos comandantes en jefe en menos de una semana. Christopherson, como jefe de escuadrón más veterano, asumiría el mando.

El reverendo Skinner, su ministro de la Iglesia metodista, rara vez dejó de enterrar a los muertos durante esos días, e incluso llegó a arriesgar la propia vida por recuperar los cadáveres. De baja estatura, piel y cabellos oscuros, con un acusado acento de Yorkshire, era un hombre que gozaba de gran estima. No quería que sus soldados pasaran por el horrible trance de tener que arrancar los restos carbonizados de sus camaradas del interior de un tanque «cocido». Los Sherman, cuyo motor no era diesel, sino que funcionaba con gasolina, eran célebres por la facilidad con que ardían. Los americanos los apodaban «Ronson» (por la marca de encendedores), y los alemanes «cocedores de Tommies». Lo que más aterrorizaba a cualquier soldado de las fuerzas acorazadas era la idea de verse atrapado en el interior de un tanque en llamas. Para mitigar su ansiedad, los jefes de los tanques británicos solían adoptar una forma de hablar lenta y calmada en sus comunicaciones por radio.

El ataque lanzado por la Panzer-Lehr-Division el 8 de junio se vio obstaculizado en parte por la resistencia que se mantuvo firme al norte de Tilly-sur-Seulles, pero también porque a media tarde Sepp Dietrich ordenó a la división que se replegara para avanzar hacia el noroeste, rumbo a Bayeux. La confusión en los mandos alemanes estaba fragmentando la unidad de una contraofensiva inmediata por parte de los tanques en dirección hacia la costa, estrategia por la que tanto apostaba Geyr von Schweppenburg. Más tarde este alto oficial alemán se lamentaría de «no haber sabido aprovechar el momento psicológico… para infligir a los británicos un golpe decisivo».15 Pero seguía firmemente determinado a poner en práctica su plan.

Los británicos y los canadienses que se encontraban al oeste del Orne siguieron atacando el 9 de junio, con la intención de continuar su avance tomando uno a uno los pueblos fortificados. Ese mismo día se planeó el asalto a Cambes por parte de todo un batallón, con la ayuda de la artillería y los cañones del crucero británico Danae. El 2.° de los Royal Ulster Rifles avanzó hasta su punto de partida para el ataque. Ante sus ojos apareció la enorme extensión de ondulados trigales por la que iban a comenzar el asalto. El joven jefe de un pelotón recordaría las bromas nerviosas que hacían sus hombres cuando aguardaban que se diera la orden de avanzar, mientras las bombas de la artillería y los cañones navales sobrevolaban sus cabezas.

«La última vez que estuve en un trigal fue con mi chica, y todo era paz y tranquilidad».

«Espero que ese maldito barco deje de bombardear cuando entremos ahí».

«Parece que hay un buen trecho, señor. ¿Nos paramos a mitad de camino para tomar un té?».16

Los altos y verdes trigos parecían ofrecer protección, pero cuando comenzó el avance no tardaron en descubrir que no era sí. «Se hizo bastante evidente», escribió el teniente, «al ver el espantoso número de hombres que se tambaleaban y caían entre los trigos». Una compañía perdió a los comandantes de sus tres secciones.

Los Ulster Rifles contaban con el apoyo de los carros blindados Sherman de la East Riding Yeomanry, que inutilizaron un Mark IV, aunque luego un cañón de 88 mm. alemán comenzó a hacer blanco, uno tras otro, en los tanques británicos. En un alarde de coraje, ante las posiciones de las ametralladoras, los Ulster Rifles continuaron su avance para tomar Cambes y atrincherarse en esta localidad. Pero cuando hicieron en recuento de sus bajas, descubrieron que habían perdido a once oficiales y a otros ciento ochenta y dos hombres entre suboficiales y soldados.

Los King’s Own Scottish Borderers («Guardias Reales de los Scottish Borders») aparecieron poco antes del anochecer en refuerzo del mermado batallón, cuando comenzó un repentino «martilleo» de morteros. Uno de los escoceses, intentando protegerse de las explosiones, saltó a la trinchera más próxima y, cogiendo a su ocupante por la espalda, le dijo: «¡Caramba, irlandesito! ¡Qué hijos de puta que sois! ¡Ya no esperábamos volver a veros!». Y entonces descubrió que a quien acababa de darle la bienvenida era al comandante en jefe de los Ulster Rifles.

Durante la noche anterior, la Hitlerjugend, capitaneada por «Panzer» Meyer subido en una motocicleta, lanzó un ataque contra Norrey y Bretteville-l’Orgeuilleuse con carros blindados, tropas de reconocimiento y granaderos acorazados. Los Regina Rifles los esperaban. Bajo la luz mortecina de bengalas de magnesio lanzadas en paracaídas, sus baterías antitanque provocaron numerosas bajas entre las filas alemanas. Las tropas de la SS se vieron obligadas a emprender la retirada.

Sin embargo, la mayoría de las ofensivas lanzadas el 9 de junio fueron repelidas cuando el I Cuerpo Acorazado alemán envió más tanques al frente para ayudar a los panzergrenadiere a conquistar un punto de partida desde el que iniciar un ataque que les permitiera avanzar hacia la costa. La labor de las baterías británicas y canadienses, con el apoyo de la artillería naval, se reveló sumamente eficaz, pues consiguieron dispersar los destacamentos blindados. Pero una vez más fueron las baterías antitanque de los Regina Rifles las que lograron repeler con rotundidad otro ataque de una compañía de carros acorazados. El comandante de esta última describió en los siguientes términos el tambaleo de su tanque hasta detenerse: «Cuando miré a la izquierda para comprobar la situación, pude ver cómo uno de los tanques perdía su torreta. En ese mismo momento, tras otra explosión, mi vehículo empezó a arder. Las municiones de la ametralladora prendieron fuego, y se oyó un ruido parecido al crepitar de la madera seca».17 Consiguió escapar de su tanque, aunque con graves quemaduras. Sólo cinco de los doce carros blindados lograron regresar. Un oficial de la Hitlerjugend, testigo de la escena, escribiría más tarde: «Podría haber llorado de rabia e impotencia».18

La Hitlerjugend tendría que admitir que esas «incursiones sorpresa», que tan bien habían funcionado contra el Ejército Rojo en el frente oriental, se revelaron un fracaso en Normandía. Pero también se llevó a cabo otro ataque frontal en Norrey poco antes del amanecer del 10 de junio, en esta ocasión lanzado conjuntamente por el batallón de ingenieros y los granaderos acorazados. De nuevo, fue repelido. Más tarde se halló el cuerpo del comandante de una compañía de ingenieros, Otto Toll. «Había intentado hacerse un torniquete con la ayuda de la cinta de su Cruz de Caballero y una linterna, evidentemente para detener la hemorragia arterial».19

El combate había sido despiadado. Ambos bandos se acusaron el uno al otro de crímenes de guerra. En un juicio celebrado después de la contienda, varios oficiales del Regimiento de Granaderos Acorazados de la Hitlerjugend declararían haber eliminado de un disparo a tres prisioneros canadienses el 9 de junio como represalia por un incidente ocurrido el día anterior. El 8 de junio, al sur de Cristot, un destacamento del regimiento acorazado de reconocimiento Inns of Court cogió desprevenido a un grupo de alemanes de un regimiento de artillería de la Panzer-Lehr-Division, con su comandante incluido. Los británicos indicaron a los nuevos prisioneros que se subieran a la parte delantera de sus vehículos, pues no quedaba sitio en el interior. Los alemanes se negaron, aduciendo que eso los convertiría en escudos humanos. Según el capitán barón Clary-Aldringen, dos oficiales británicos dieron una paliza al Oberst Luxenburger, un manco veterano de la primera guerra mundial, y a continuación lo ataron a uno de sus vehículos. Al partir, acribillaron a balazos con las metralletas a los demás, que seguían negándose a obedecer. Pero el grupo del Inns of Court se puso al alcance de una posición antitanque alemana. Sus dos oficiales perecieron, y el Oberst Luxemberger fue herido de muerte.

Aparte de esgrimir este episodio, la Hitlerjugend trató también de justificar sus acciones aduciendo que habían captado órdenes emitidas por los canadienses en las que se decía a sus soldados que no hicieran prisioneros si con ello se ralentizaba el avance. Es cierto que, en algunas ocasiones, los soldados británicos y canadienses, sobre todo los de los regimientos acorazados que no disponían de una infantería para conducir a los hombres capturados a la retaguardia, eliminaron a los prisioneros. Pero los argumentos de los miembros de la Hitlerjugend no resultan en absoluto convincentes, especialmente si tenemos en cuenta que se dice que durante los primeros días de la invasión un total de 187 canadienses fueron ejecutados, en su mayoría por miembros de la 12.a División de la SS. Y los primeros asesinatos ocurrieron el 7 de junio, días antes del incidente que tuvo lugar en las inmediaciones de Cristot. Una ciudadana de Caen, que se había dirigido andando a Authie para comprobar si una anciana tía estaba bien, descubrió los cadáveres de «unos treinta soldados canadienses, que habían sido masacrados y mutilados por los alemanes».20 Los Royal Winnipeg Rifles comprobaron más tarde que la SS había ejecutado a dieciocho de los suyos, capturados por los alemanes e interrogados en el puesto de mando de Meyer en la abadía de Ardennes.21 Uno de ellos, el comandante Hodge, murió, según parece, degollado.22

La Hitlerjugend probablemente fuera la división más adoctrinada de la Waffen-SS. Muchos de sus principales comandantes procedían de la 1.a División Acorazada de la SS Leibstandarte Adolf Hitler. Se habían formado en el espíritu de la Rassenkrieg, o «guerra racial», del frente oriental. Al parecer, su unidad más temible fue el batallón de reconocimiento, cuyo comandante en jefe, Bremer, era apodado por los miembros de la división con el nombre de «el Temerario».23 En 1939 el propio «Panzer» Meyer había ejecutado a cincuenta judíos en Polonia, en las inmediaciones de la localidad de Modlin. Posteriormente, durante la invasión de la Unión Soviética, ordenó prender fuego a todo un pueblo de los alrededores de la ciudad de Kharkov. La población entera fue pasada por las armas.24 La propaganda nazi y los combates en el frente oriental habían embrutecido a esos hombres, cuya visión de la guerra en el oeste de Europa no sería muy distinta. El asesinato de prisioneros aliados era considerado su forma de vengarse por los «terroríficos bombardeos» que sufrían las ciudades alemanas. En cualquier caso, el encarnizamiento entre canadienses y soldados de la Hitlerjugend se convirtió en una especie de círculo vicioso a lo largo de toda la batalla de Normandía.

Todos los cuarteles generales de los alemanes presentes en Normandía no tardaron en verse obligados a recurrir cada vez con mayor frecuencia a las comunicaciones por radio, pese a los riesgos que ello implicaba. Las bombas y las granadas, por no hablar de la Resistencia francesa y las tropas aerotransportadas, habían destruido buena parte de sus líneas telefónicas en la zona de la invasión. Era esa especie de «dividendo adicional» que los descodificadores de Bletchey Park habían previsto. El jefe de los servicios secretos de inteligencia comunicó a Churchill el primero de esos «dividendos[24]». El 8 de junio se había interceptado un informe del general Marcks en el que se ponía de manifiesto que la 716.a División de Infantería había perdido por lo menos dos tercios de sus fuerzas y que «los hombres presentan síntomas de agotamiento nervioso».25 También se avisaba, aunque el mensaje fue recibido demasiado tarde, del ataque de la Hitlerjugend de la noche del 8 de junio. Al día siguiente, el general Meindl del II Cuerpo Paracaidista se lamentaría de que «la mayor parte de las líneas telefónicas están interrumpidas. Las operaciones se ven sumamente obstaculizadas por el considerable retraso con el que se transmiten las órdenes». El 10 de junio se interceptó un mensaje en el que se informaba de que «por orden del comandante en jefe del Oeste, a las 10:30 horas debe iniciarse sin dilación la destrucción total del puerto de Cherburgo». También se tuvo conocimiento de que el temor a una nueva invasión por Bretaña había inducido a la Luftwaffe a arrasar de inmediato cuatro aeródromos. El mejor golpe, sin embargo, fue la interceptación de dos mensajes en los que se indicaba la ubicación del cuartel general de la Panzergruppe West.26 Para preservar el secreto de Ultra, primero fue enviado un avión a la zona del objetivo.

Geyr von Schweppenburg planeaba realizar su principal contraofensiva al anochecer del 10 de junio. Esa mañana, al poco de amanecer, subió a lo alto del campanario de la abadía de Ardennes, situada al oeste de la ciudad, en la que Meyer había establecido el puesto de mando del 25.° Regimiento de Granaderos Acorazados de la SS. Desde allí examinó el territorio que se extendía a sus pies con la ayuda de unos potentes binóculos. Conocía bien la zona desde finales de verano de 1940, cuando había estado entrenando al XXIV Cuerpo para prepararlo con el objetivo de invadir Inglaterra. Desde ese punto de observación también pudo contemplar el ataque de los bombarderos británicos al regimiento acorazado de la Hitlerjugend, lo que hizo que se ratificara en su idea de que sólo podría prosperar un ataque nocturno.

Aquella tarde, Rommel le hizo una visita en su puesto de mando en los jardines del castillo de La Caine, en las inmediaciones de Thury-Harcourt. Geyr le contó su plan. Aunque los dos habrían preferido poder lanzar el ataque más cerca de Bayeux, eran conscientes de que semejante cambio suponía un retraso en la contraofensiva demasiado peligroso. Rommel también quiso saber qué pasos iban a darse a continuación. Geyr citó el principio napoleónico de s’engager puis voir. Rommel estuvo de acuerdo y se despidió de él. Geyr lo advirtió del peligro de los cazabombarderos aliados, pero su propio cuartel general constituía el objetivo más tentador. Muy poco después de que Rommel se hubiera ido, comenzaron a llegar informes de la Panzer-Lehr-Division en los que se comunicaba que unos sesenta tanques británicos avanzaban desde Bretteville-l’Orgueilleuse hacia Tilly-sur-Seulles. Geyr declararía que, por no disponer de reservas, se vio obligado a cancelar el ataque nocturno en las proximidades de Caen. En efecto, la orden de ataque se anuló, pero esa misma noche surgieron otras razones de más peso para provocar esa cancelación.

Volando a baja altura, aparecieron escuadrones de lanzacohetes «Typhoon» de la RAF cuyos pilotos conocían perfectamente la posición de sus objetivos. Tras ellos comenzaron a llegar oleadas de bombarderos medianos Mitchell. Por sorprendente que parezca, el cuartel general de Geyr y sus vehículos no habían sido adecuadamente camuflados en los jardines del castillo. Las consecuencias fueron devastadoras. Su jefe del Estado Mayor perdió la vida, y «pereció todo el personal de la sección de operaciones, así como la mayoría de los oficiales del escalafón superior», escribiría más tarde Geyr.27 Su batallón de transmisiones fue prácticamente barrido. El propio Geyr resultó herido, pero el golpe psicológico que sufrió fue mucho más grave que sus lesiones físicas. No fue capaz de retomar el mando de la Panzergruppe West hasta finales de mes.

Ya no se producirían más intentos de lanzar un contraataque masivo con carros blindados contra el 2.° Ejército británico hasta que llegara el II Cuerpo Acorazado de la SS procedente del frente oriental. La falta de refuerzos de infantería, debido al tiempo que éstos tardaron en avanzar de noche hasta el frente, supuso que las divisiones acorazadas tuvieran que desgranarse para formar Kampfgruppen, o grupos de batalla, con el fin de resistir. Todo ello desbarató completamente los planes alemanes de concentrar sus fuerzas acorazadas para empujar a los aliados de vuelta al mar. Lo único que podían hacer era asegurar la línea del frente, especialmente contra los británicos, para impedir que se abriera una brecha que permitiera el avance hacia París. De ese modo se vieron frustradas las esperanzas de los británicos de extender su cabeza de playa. Los campos abiertos del sureste de Caen quedaban fuera de su alcance, y la posibilidad de rodear Caen, en la que Montgomery había basado su estrategia, se esfumó. Fue así como en los primeros días de la invasión se impuso un sistema de guerra de agotamiento.

Montgomery tuvo que cambiar su enfoque, aunque más tarde se negara a admitirlo. El 10 de junio, acompañado por el general Dempsey, mantuvo una reunión con el general Bradley en un lugar próximo a Port-en-Bessin, punto de reunión de los sectores británico y americano. Con la ayuda de un mapa desplegado sobre el capó de su coche oficial de la marca británica Humber, expuso su nuevo plan rectificado. En lugar de un asalto frontal contra Caen, propuso atacar la ciudad utilizando la táctica del movimiento de pinza. La 51.a División Highland y la 4.a Brigada Acorazada lanzarían una ofensiva por el sur desde la cabeza de puente situada al este del Orne con el fin de conquistar Cagny. Por su parte, la 7.a División Acorazada, situada más al oeste, haría lo propio desde la zona del interior en la que se encontraba en esos momentos con el objetivo de tomar Évrecy. Debían ponerse en marcha ese mismo día.

Lo más atrevido de su plan era el lanzamiento en los alrededores de Evrecy de la 1.a Aerotransportada, la división que constituía sus fuerzas de reserva en Inglaterra. Pero esta idea chocó frontalmente con la opinión de Leigh-Mallory, que consideraba que sus aviones de transporte no podían correr el riesgo de llevar a cabo lanzamientos a la luz del día debido a la presencia de baterías antiaéreas alemanas en la zona de Caen. Hacerlo en horas nocturnas era también totalmente inviable porque habrían tenido que volar sobre los barcos aliados situados frente a la costa francesa, y la Marina británica se negaba a ordenar un alto el fuego debido a los ataques que lanzaba la Luftwaffe protegida por la oscuridad de la noche. Furioso, Montgomery escribió a Freddie de Guingand, su jefe del Estado Mayor en el cuartel general del XXI Grupo de Ejército en Inglaterra, diciéndole que Leigh-Mallory no era más que «un mierda sin agallas».28

Este plan de tomar Caen mediante la táctica del envolvimiento resultaba sorprendentemente chocante. Montgomery solía recibir críticas por su lentitud en organizar una operación. ¿Quería con su propuesta dar simplemente una solución a la crisis con lo que él consideraba el mejor plan posible en aquellas circunstancias? ¿O hubo en su actitud una faceta teatral, con el fin de desviar la atención y obviar el fracaso del 2.° Ejército en la consecución de sus objetivos[25]? El 11 de junio, un día después de su entrevista con Bradley, Montgomery escribió a de Guingand diciéndole que lo que pretendía con su plan era «empujar a los alemanes hacia el 2.° Ejército para que el 1.er Ejército [americano] pueda extenderse y expandirse».29 Este tono mucho más contenido de sus palabras difícilmente encaja con sus rígidas declaraciones anteriores. «La inacción y una mentalidad defensiva son delito en cualquier oficial, por muy alto oficial que sea», había dicho dos meses antes de la invasión a un grupo de altos oficiales. «Todos los oficiales y todos los hombres deben mostrar entusiasmo ante el combate y tener en sus ojos el brillo de la batalla».30 Su objetivo iba a ser «atacar por el oeste del río Orne y llevar a cabo una serie de operaciones en el sur y en el sureste, con el fin de asegurar los aeródromos y proteger el flanco oriental del 1.er Ejército de los Estados Unidos mientras éste se lanza a la conquista de Cherburgo».31

El problema consistía en que Montgomery, en parte por cuestiones éticas y en parte por un orgullo infantil, era incapaz de admitir que uno de sus planes había fracasado. Más tarde provocaría resentimiento y recelo entre sus colegas americanos por afirmar que su intención seguía siendo abrir una brecha para avanzar hacia Falaise, pero insistiendo a la vez en que siempre había tenido en mente el objetivo de empujar al grueso de las divisiones acorazadas alemanas hacia el frente de sus tropas para dar a los americanos la gran oportunidad de abrir más tarde en el suyo una salida. Con todo ello, como bien demuestra la carta dirigida a de Guingand, intentaba simplemente convertir en virtud una necesidad bastante dolorosa.

Por supuesto, quien determinó ese estado de la situación no fue Montgomery, sino los alemanes que habían enviado sus divisiones acorazadas contra los británicos. Tanto Rundstedt como Rommel pensaban que el 2.° Ejército era su principal amenaza. Ello se debía en parte a que consideraban a los británicos unos soldados con mayor experiencia (más tarde reconocerían haber subestimado a los americanos), pero también porque un avance de los aliados desde el sureste hacia Falaise abría la posibilidad de que éstos se plantaran en París en poquísimo tiempo. Un desastre semejante, si se producía, habría dejado aisladas a todas las fuerzas alemanas presentes en Normandía y Bretaña. Hasta Hitler coincidió con este análisis, aunque sólo fuera por el valor simbólico de París. Su deseo obsesivo de retener las capitales extranjeras sería calificado de «desazón imperialista» por el jefe de los servicios de inteligencia del cuartel general del XXI Grupo de Ejército de Montgomery.32 Geyr fue el único que mostró su contrariedad ante la determinación del OKW de «bloquear la ruta de acceso directo a París del enemigo»,33 pues ello conllevaba la «desafortunada decisión de utilizar en el flanco interno a las fuerzas armadas más poderosas y fáciles de movilizar».

La imposibilidad de extender la cabeza de playa fue un problema igualmente grave para los británicos, pues los dejaría con poquísimo espacio para la llegada y el despliegue de más divisiones durante el tiempo que duró la concentración de fuerzas. Los de la RAF se pusieron hechos una furia, particularmente cuando Montgomery afirmó que todo había ido según lo previsto. Los preparativos de las fuerzas aéreas se habían fundamentado en la creación de nuevas bases avanzadas para aviones Spitfire y Typhoon en apenas unos días. En aquellos momentos, debido a la poca profundidad de la cabeza de playa, cualquier aeródromo que se construyera habría estado perfectamente al alcance de la artillería alemana. Tampoco había mucho espacio para los depósitos de combustible, los almacenes de suministros, los talleres de reparación, los campamentos de base, los hospitales de campaña y el parque de vehículos. Prácticamente no quedaba ni un palmo de tierra libre en los huertos y campos de la zona de retaguardia. «Los británicos estaban tan apelotonados que invadieron nuestro sector», contaba Bradley más tarde en lo que cabría calificar de diplomática observación con la que ocultar su grado de frustración. Los americanos demostraron todavía mayor temple cuando Montgomery declaró con grandilocuencia que Caen era «la llave de Cherburgo».34 El general Collins, cuya misión era tomar Cherburgo, comentó lacónicamente con Bradley: «¿Y por qué no nos envía la llave?».

Los comandantes alemanes también estaban sumamente consternados por la deriva que había tomado la batalla. «Debido a decisiones prematuras y banales», lamentaría amargamente el jefe del Estado Mayor del I Cuerpo Acorazado, «los alemanes perdimos la oportunidad de jugárnoslo todo a una sola carta, de ganarlo todo o de perderlo todo».35 En efecto, la falta de aptitud para lanzar una gran contraofensiva en ese momento determinó el sistema de despliegue alemán a lo largo de casi toda la campaña. También estableció un patrón de táctica británico, pese a las jactancias de Montgomery de hacer bailar siempre al enemigo al son que él le tocara. Para mayor desesperación de todos los comandantes de las fuerzas blindadas, la presión constante de los ataques de la artillería, los aviones y la infantería de los aliados no sólo fue acertada en general, sino que también impidió que Rommel pudiera utilizar sus divisiones acorazadas con eficacia. La actitud de las brigadas de fuego de emergencia, limitándose simplemente a tapar brechas, hizo que sus divisiones blindadas tuvieran que dispersarse para reforzar las formaciones de infantería que estaban a punto de hundirse.

Así pues, parece evidente que los alemanes nunca esperaron obtener una victoria definitiva, aunque supieron mantener una capacidad extraordinaria para hacer frente a sus adversarios y causar un gran número de bajas en sus filas. A los comandantes británicos pronto comenzó a asaltarles una duda angustiosa: ¿Podrían disponer de suficientes hombres para resistir en aquella guerra de agotamiento?