Se aseguran las cabezas de playa
La noche que siguió al Día D, pocos de los que se encontraban en la cabeza de playa de Omaha pudieron dormir. En una cantera junto a la rambla de Vierville, los oficiales de plana mayor de la 29.a División se acostaron sobre los salvavidas abandonados en su cuartel general.1 En los promontorios y en los huertos de manzanos del interior, los granjeros y los obreros de las minas de carbón de Pensilvania que había en la división cavaron las trincheras con una velocidad propia de profesionales.2 Iban a necesitarlas como protección contra el fuego indiscriminado que sufrirían esa noche. Nerviosos y agotados, los hombres disparaban contra cualquier movimiento que percibieran o contra cualquier silueta que vieran, imaginando que se trataba de algún francotirador alemán. Un soldado bisoño disparó contra una ternera con su metralleta Thompson.
Otros intentaron abrir una trinchera improvisada haciendo estallar cargas de dinamita en el suelo al grito de Fire in the hole![20] Ello contribuía a reforzar la impresión de que había combates por todos lados. Los bombarderos de la Luftwaffe llegaron después del anochecer para atacar los barcos anclados frente a la costa, y la barrera de fuego antiaéreo con balas trazadoras hizo que muchos la compararan con los fuegos artificiales del 4 de julio. Pero la incursión aérea alemana fue de pequeña envergadura y se produjo demasiado tarde para servir de ayuda a los defensores.
El 7 de junio el teniente coronel Ziegelmann, de la 352.a División de Infantería alemana, se asomó a los acantilados próximos a la Pointe et Raz de la Percée. Estaba a menos de dos mil metros al oeste del puesto de mando del general Gerow en la playa Omaha. «El mar era como la foto de la "revista de la flota en Kiel"», comentó amargamente. «Navíos de todo tipo, unos junto a otros, en la playa y en el agua, debidamente escalonados según la profundidad. Y toda aquella aglomeración permanecía allí intacta sin la menor interferencia desde el lado alemán. Entendí claramente los ánimos que tenían los soldados alemanes abandonados por la Luftwaffe».3 El amargo lamento: Wo ist die Luftwaffe? («¿Dónde está la Luftwaffe?») sería el estribillo constante de la experiencia del ejército alemán en Normandía.
Algunos restos de batallones alemanes seguían resistiendo en el sector, especialmente en los acantilados alrededor de la Pointe du Hoc, donde habían contraatacado a los Rangers del coronel Rudder. Los americanos habían despejado por fin Colleville-sur-Mer y Saint-Lau-rent-sur-Mer por la mañana. Un soldado que caminaba por la localidad volvió la cabeza y vio a un policía militar a unos metros detrás de él que iba poniendo carteles de «zona prohibida». En la playa, los restos de la batalla desafiaban cualquier posible descripción, con vehículos incendiados, lanchas de desembarco aplastadas, máscaras antigás, torpedos Bangalore y toda clase de armas abandonadas. El espectáculo no impidió que el gran defensor de la disciplina que era el general Gerhardt se pusiera a dar gritos a un soldado por tirar la piel de una naranja al suelo.
Habría que eliminar otras bolsas aisladas de resistencia alemana. Cuando un soldado alemán salió de repente de un hoyo para rendirse, las tropas que lo rodearon descubrieron que tenía «un verdadero hotel bajo tierra» con radio incluida. Supusieron que era para dirigir el fuego de la artillería contra la playa. Llamaron a la policía militar. «El sargento de la PM procedía de Checoslovaquia y al parecer sus padres habían sido asesinados por los nazis, así que le pegó un tiro en el acto por espía».4
Las casas de Vierville se hallaban también en zona prohibida para las tropas americanas. Por su parte, la población civil francesa tenía igualmente prohibido acercarse a la playa para no estorbar. La gente tenía la sensación de que su presencia en su propio pueblo no era bien vista. Los soldados americanos «los primeros días nos miraban con bastante malos ojos», escribiría más tarde una mujer francesa.5 Las sospechas eran mutuas. Un sargento de ingenieros y dos de sus hombres fueron a Saint-Laurent y entraron en la iglesia al ver a un alemán que se colaba en ella. Lo encontraron en el suelo con los brazos en cruz y mortalmente herido delante del altar. El sargento vio entonces que los dos soldados que lo acompañaban, ambos originarios de Alabama, estaban cogiendo las monedas del cepillo para los pobres situado junto a la entrada. «Apuesto que no sabían lo que era un cepillo para los pobres», dijo después.6 De hecho, sólo querían coger unas cuantas monedas para guardarlas como recuerdo, la obsesión de casi todos los soldados que llegaban a aquel país extranjero. Pero en ese momento entró el cura y quedó escandalizado al ver la escena: «Pour les pauvres!», les gritó.
La playa seguía siendo peligrosa, y no sólo para los civiles. Todavía caían de vez en cuando proyectiles de artillería y los hombres de la 6.a Brigada Especial de Ingenieros se dedicaban a volar obstáculos y a hacer estallar minas. Una cinta blanca señalaba las zonas «despiojadas», pero más allá seguían viéndose cadáveres en los campos de minas que todavía no habían sido debidamente limpiados.7 Los tripulantes de los bulldozers trabajaban a brazo partido abriendo rutas de acceso para el desembarco de tropas complementarias y de vehículos. Los cadáveres eran apilados fuera de los centros de verificación de bajas instalados en tiendas. Se acordonó un terreno para cementerio provisional. A algunos soldados que no tenían nada que hacer se les encargó la tarea de consignar los enterramientos. «Parecía que todos estuviéramos en trance», anotó uno de ellos, «retirando chapas de identificación y realizando otros servicios igualmente desagradables». Para acelerar el trabajo, se ofrecieron raciones dobles a los prisioneros alemanes que se prestaran voluntariamente a cavar tumbas. La mayoría de ellos se encogió de hombros y aceptó. Este deprimente trabajo fue encomendado después a compañías de intendencia integradas por soldados negros.
A la playa llegaba una marea casi constante de prisioneros bajo escolta que debían ser registrados por la policía militar. Muchos de ellos eran hiwis polacos o soviéticos con uniforme alemán que llegaban con las manos en alto. «Algunos iban llorando», señalaba el mismo sargento de ingenieros. «No sabían qué podían esperar de nosotros. En fin, tuvieron suerte de ser capturados en este frente, y no en el ruso, donde habrían sido fusilados de inmediato como traidores». La inmensa mayoría de ellos serían entregados más tarde por los aliados a las autoridades soviéticas. Algunos fueron ejecutados, pero casi todos fueron enviados a campos de trabajo en régimen de esclavitud. Muchos prisioneros originarios de Asia Central tenían unos rasgos tan orientales que los soldados americanos creyeron que eran japoneses agregados al ejército alemán.
Poco antes del amanecer, el general Gerhardt había recibido del comandante de su cuerpo de ejército, el general Gerow, la orden de avanzar por el interior del país hacia Isigny y el río Vire, con el fin de reunirse con la 101.a Aerotransportada. Gerhardt pretendía utilizar su regimiento de reserva, el 175.° de Infantería, que todavía no había desembarcado. Tardaría la mayor parte de la jornada en llegar a tierra. Sin embargo, una prioridad más urgente era socorrer al 2.° de Rangers del coronel Rudder en la Pointe du Hoc. Superados en número por el batallón alemán del 916.° Regimiento de Granaderos, los Rangers andaban además escasos de munición. Su único apoyo eran los cañones del destructor Harding, de la Marina estadounidense.8
Una fuerza mixta formada por Rangers y el 116.° Regimiento de Infantería procedente de la playa Omaha, reforzada con dos tanques Sherman, atacó por el oeste a lo largo de la costa en dirección a la Pointe du Hoc. Pero como había un fortín alemán en los acantilados de las inmediaciones (el mismo desde el que Ziegelmann observó la aparición de la flota) y otras bolsas de resistencia, hasta el día siguiente no logró acercarse a la unidad acorralada de Rudder.
Los hombres de Rudder, que tenían escasez de municiones, tuvieron que utilizar las armas capturadas a los alemanes. El ruido característico de éstas confundió a las tropas que habían venido a socorrerlos y los Sherman del 743.° Batallón de Tanques abrieron fuego contra los Rangers, matando a cuatro e hiriendo a seis. «Una vez más el coronel Rudder», escribió un ingeniero que formaba parte de su grupo, «hizo gala de su gran valor y su capacidad de liderazgo ayudando a los hombres que estaban en su puesto de mando a levantar una bandera estadounidense lo más alto que pudieron, para que las tropas que venían avanzando supieran que eran americanos».9 Un informe describe esta operación de socorro como una «acción llevada a cabo a trompicones», pues otras fuerzas americanas procedentes del suroeste empezaron a disparar contra las tropas de socorro que venían por el sureste.10
Mientras tanto, parte de la 1.a División de Infantería, la «Gran Uno Rojo», había avanzado el 7 de junio hacia el este a lo largo de la carretera de la costa en dirección a Port-en-Bessin, con la infantería montada en los Sherman del 745.° Batallón de Tanques. Allí se reunió con algunos elementos de la 50.a División británica. Casi inmediatamente después empezaron los cambalaches de los artilleros de campaña ingleses, que canjeaban huevos por cigarrillos americanos.11
Aprovechando la superioridad aérea de los aliados, la artillería americana gozó de una gran ventaja por su capacidad de utilizar aviones ligeros de observación. Esa mañana, un oficial de infantería que iba con la 1.a División improvisó una pista en los promontorios que daban a la playa Omaha. Se dirigió al conductor de un bulldozer y le dijo:
—¡Eh tú! Tengo que quitar de en medio un seto. ¿Me puedes ayudar?
—¡Claro! —respondió el otro.12
Así pues, el conductor cogió su vehículo, derribó el seto y les construyó una pista provisional de unos cincuenta metros de largo, que era todo lo que necesitaban los Piper Cub para despegar. Como el mar estaba mucho más calmado, la munición de artillería para sus cañones no tardó en llegar a la playa en sucesivas oleadas a bordo de DUKW cargados de antemano que ya no corrían riesgo de irse a pique.
Un escuadrón aéreo de servicio empezó a construir una pista de aterrizaje como es debido para los aviones de transporte encima de Saint-Laurent-sur-Mer. Concluida en un tiempo récord, fue designada A-1.13 Al cabo de poco tiempo los C-47 Skytrains de color verde oliva estaban aterrizando y descargando munición en una marea incesante, y despegando a continuación cargados de heridos atados con correas a las camillas. En el primer viaje, una enfermera de vuelo descubrió que uno de sus pacientes había fallecido. Para que los demás heridos no se enteraran, fingió que lo examinaba cada pocos minutos hasta que aterrizaron en Inglaterra.14
Aunque algunas cosas ocurrieron deprisa, otras parecían durar una eternidad. A nadie le exasperaban más los retrasos que al comandante de la 29.a División de Infantería, el general Charles Hunter Gerhardt. Gerhardt era en cierto sentido una versión en miniatura del general Patton. Soldado de caballería de corta estatura, pero con un ego enorme, se sentía muy orgulloso de su apariencia externa, llevaba botas de montar extraordinariamente brillantes y el casco correctamente atado por debajo de la barbilla. La 29.a era una división de la Guardia Nacional, y desde el primer momento Gerhardt había intentado hermosearla de todas las formas posibles. No tenía paciencia para el papeleo y exigía a sus oficiales más que a sus hombres. De ese modo, parece que inspiró admiración y odio a partes iguales.15
La decisión de Gerhardt de tomar la localidad de Isigny en un tiempo récord se vio frustrada por los retrasos en el envío del 175.° Regimiento de Infantería a tierra. Además, para mayor irritación suya, se enteró de que la Marina había desembarcado a sus hombres a casi tres kilómetros más al este de lo debido. Cuando llegaron a la rambla de Vierville, los hombres se sintieron estremecidos al ver los cadáveres que encontraron a su paso y por el tiroteo ocasional de las pocas posiciones alemanas que todavía no habían sido eliminadas por el 115.° Regimiento.
Las labores de despeje de la zona eran lentas y peligrosas, debido a la existencia de tiradores y ametralladoras aisladas. Un teniente ansioso por ejercer su autoridad no tardó en caer víctima de su temeridad. Había dicho deliberadamente al sargento de su unidad delante de todo el mundo:
—Sargento, quiero que entienda que a partir de este momento tiene usted mi permiso para pegar un tiro a cualquier hombre que no obedezca las órdenes.
Cuando fueron atacados, tomó los prismáticos y el fusil del sargento. Rechazando los consejos de sus suboficiales, anunció que iba «a por esos hijos de puta» y empezó a trepar a un árbol prominente que había en un seto. Tras efectuar unos cuantos disparos, fue alcanzado y cayó mortalmente herido al otro lado del seto.16
Aquella tarde, un zapador alemán de la 352.a División de infantería encontró una copia del plan operativo de los americanos en el cadáver de un joven oficial de la 29.a División. Se lo entregó al coronel Ziegelmann, que apenas pudo dar crédito a sus ojos.17 Los puntos clave del mismo fueron notificados al general Marcks aquella misma noche, pero el documento no llegó a manos de Rommel y del OB West hasta dos días después. El jefe del Estado Mayor de Rundstedt, Blumentritt, escribió que el documento demostraba con toda claridad que aquello era «Die Invasion», pero que «el Führer en persona siguió contando con una segunda invasión a través del canal contra el 15.° Ejército hasta comienzos de agosto». El engaño de la Operación Fortitude había resultado más eficaz de lo que los aliados hubieran podido imaginarse nunca.18
El 8 de junio, tras asegurar la cabeza de playa de la 29.a División, el 115.° de Infantería avanzó hacia el sur en dirección al valle del río Aure, inundado en parte. Encontró poca oposición porque el general Kraiss había retirado lo que le quedaba de sus tropas durante la noche. Pero una vez cruzados los pantanos, el regimiento tuvo que hacer frente a «un duro período de aprendizaje, con algunos éxitos y no pocos desastres».19 Haciendo gala de un valor y una habilidad enormes, «el teniente Kermit Miller, de la Compañía E, cruzó la zona inundada al norte de Colombiéres con su unidad y mató a cuarenta y seis alemanes, dejó inservibles dos carros armados y un coche oficial, destruyó un cuartel general del enemigo y regresó con doce prisioneros».20
En un triste anticipo de lo que iban a ser los combates entre la maleza del bocage, el peor descalabro tuvo lugar durante la noche del 10 de junio. Los del 2.° Batallón habían recibido de la población local el aviso de que tenían frente a ellos a unos cien alemanes. «Era casi media noche en aquellos momentos», afirmaría luego un informe, «y los hombres estaban tan cansados que se tiraron al suelo y empezaron a roncar donde cayeron. Un hombre de la Compañía O tropezó, se le disparó el fusil y mató al tipo que tenía delante. El tiro reveló su posición y las ametralladoras alemanas abrieron fuego». El batallón se había detenido en un pequeño campo, sin saber que estaba rodeado por un destacamento de la 352.a División de Infantería. El asistente y el oficial al mando de la compañía del cuartel general perdieron la vida y el oficial de comunicaciones fue capturado. El teniente coronel Warfield, que era el oficial al mando, y el teniente Miller murieron después a consecuencia de las heridas recibidas. «El auxiliar sanitario se volvió loco y fueron capturados cerca de cien hombres. Se oyó decir al coronel Warfield: "Nunca pensé que mis hombres llegaran a decir Kamerad'. El resto de los hombres del batallón se pusieron muy nerviosos después de este lance».21 La cólera del general Gerhardt estalló cuando se enteró de que el batallón no había cavado trincheras, y que simplemente se había tirado al suelo y se había puesto a dormir.
Los del 115.° se pusieron aún más nerviosos cuando tuvieron «líos con los chicos esos [de Texas] tan amigos de apretar el gatillo» de la 2.a División, que llegaron por detrás disparando contra todo lo que se les ponía por delante. «Un batallón del 115.° de Infantería atribuía el 3% de sus bajas a la 2.a División».22
Mientras tanto, Gerhardt había instado a su 175.° Regimiento de Infantería que avanzara hacia Isigny, localidad famosa por su mantequilla normanda y su queso Camembert. Como las comunicaciones por radio no habían mejorado, Gerhardt nombró a unos «correos montados», que eran oficiales que iban de un lado para otro en jeep informando del avance y de la posición exacta de las primeras tropas. Tenían que conducir a toda velocidad para evitar el fuego de los alemanes regazados. El propio Gerhardt, con guantes blancos y una cinta azul alrededor del cuello (a juego con la cinta azul que llevaba su perro) quería encontrarse allí donde estuviera la acción. Y si no había acción de ningún tipo quería saber por qué. Gerhardt no creía en la conveniencia de pasar desapercibido. Se trasladaba de aquí para allá en un jeep adaptado especialmente para él llamado «Vixen Tor», en el que habían montado un faro giratorio de color rojo y una sirena.23
Acompañado por los Sherman del 747.° Batallón de Tanques, el 175.° Regimiento de Infantería pensó que el avance se parecía a una marcha rápida de un ejercicio maniobras. Los granjeros normandos ofrecían leche de sus cántaros a los hombres sedientos. Se produjeron unas cuantas acciones dilatorias por parte de algunos grupos alemanes. Más graves serían las pérdidas infligidas después por un escuadrón de Typhoons de la RAF, que confundió el batallón de cabeza con un grupo de alemanes en retirada. Murieron seis hombres y dieciocho resultaron heridos. «Un americano no se distinguía apenas de un alemán visto desde el aire», escribiría un oficial de artillería que iba con ellos.24 Los de infantería serían menos indulgentes. Prometieron que en adelante dispararían contra cualquier avión que viniera en su dirección, fuera cual fuera su nacionalidad.
El oficial al mando del 175.° se mostró reacio a seguir avanzando sin contar con más apoyo de la artillería, pero Gerhardt no aceptaba amablemente ese tipo de excusas. Ordenó al regimiento que siguiera adelante durante toda la noche; los de infantería así lo hicieron y a la media noche del 8 de junio estaban a las afueras de Isigny. La mayoría de los prisioneros capturados eran polacos u Osttruppen. La compañía antitanque se quedó de piedra cuando «un americano montado en un caballo blanco bajó por la carretera con unos once prisioneros». El americano gritó: «"Son todos polacos menos dos, que son alemanes". Sacó entonces su pistola y les pegó a los dos un tiro en la nuca. Nosotros nos quedamos allí sin más».25
Tras ser duramente bombardeada por los buques de guerra aliados, Isigny estaba ardiendo en varios lugares. Gerhardt había tenido razón. Hubo muy poca resistencia. Cuando un tirador alemán solitario disparó contra la columna desde el campanario de una iglesia, un Sherman giró su cañón principal de 75 mm hacia el objetivo, y «ése fue el final del alemán del campanario». El general de brigada Cota condujo a los tanques hasta el puente sobre el Aure. Allí abrieron fuego contra ellos unas ametralladoras apostadas al otro lado. Los doce tanques se colocaron en línea y la intensidad de su fuego obligó al enemigo a emprender una rápida retirada. Los soldados de infantería del 175.°, acompañados por Cota, cruzaron corriendo el puente. El general no podía creer que los alemanes no lo hubieran volado. Era una de las pocas estructuras que quedaban intactas. «Ruinas por todas partes», comunicó un oficial. «Los caminos estaban todos intransitables para el tráfico rodado y yo me encontraba en medio de lo que había sido una iglesia sin percatarme ni siquiera de que en aquel lugar había habido un edificio». Isigny parecía abandonada, pero de pronto surgieron entre las ruinas algunas mujeres francesas. Inmediatamente se pusieron a quitar a los alemanes muertos las botas, los calcetines y las camisas.26
En la península de Cotentin, mientras tanto, los paracaidistas de la 82.a y la 101.a División Aerotransportada no habían tenido tregua, aunque empezaron a recibir refuerzos de algunas unidades de la 4.a División de Infantería procedentes de la playa Utah. El teniente general Von Schlieben organizó contraataques incluso más fuertes contra Sainte-Mére-Église con la 709.a División de Infantería y otros destacamentos. Su principal prioridad era frustrar cualquier intento de avance sobre Cherburgo que pudieran llevar a cabo los americanos.27
El ataque más grave afectó al centro de Sainte-Mére-Église durante la tarde del 7 de junio. Un oficial de artillería de la 4.a División llegó en jeep e informó de lo que había visto. «A las 17:00 entré en Sainte-Mére-Église en jeep desde el sur. Había combates con tanques. Lanzallamas. Vi a un soldado alemán, una "antorcha humana", arrastrarse hasta el centro de la calle desde un lado cuando un [acorazado] alemán lo arrolló, aplastándolo por completo y apagando al mismo tiempo las llamas. Los tanques americanos destruyeron la mayoría de los blindados alemanes, perdiendo por su parte sólo tres. Los combates se trasladaron al norte. Vi un camino hundido en la zona norte de la ciudad que los alemanes habían utilizado aplastando de paso algunos cadáveres de los suyos. Parte del 8.° de Infantería tomó ese camino y lo utilizó para su defensa aquella misma noche. Tuvieron que retirar los cadáveres de los alemanes a un lado para cavar sus propias trincheras y varios fueron descuartizados».28
Ese mismo día, otra fuerza al mando del teniente general Hellmich se concentró cerca de Montebourg, dispuesta a atacar el flanco norte de los americanos entre Sainte-Mére-Église y la costa. Un avión de observación y un destacamento de control de fuego naval dirigieron las baterías del acorazado Nevada contra su objetivo. Al tener que disparar a una distancia de casi veinticinco kilómetros, el ataque previsto fue cancelado. No obstante, la localidad de Montebourg sufrió mucho aquel miércoles por la tarde cuando explotaron las bombas lanzadas desde los barcos y se incendiaron varios comercios. En la plaza mayor, la estatua de Juana de Arco seguía intacta, mientras que todos los edificios circundantes habían quedado reducidos a escombros. Como Montebourg era atravesada por la principal carretera que se dirigía a Cherburgo, los alemanes se esforzaron en fortificar la abadía para organizar una defensa resuelta de la población. Y en Valognes, más al noroeste, explotó una bomba en el dormitorio de un convento de monjas que causó la muerte a varias de ellas.29
Los frentes empezaban al menos a estar más claros tras los confusos combates del día anterior. Los paracaidistas y la 4.a División de Infantería obligaron a rendirse al 795.° Ost-Bataillon, integrado por georgianos, que se hallaba rodeado en Turqueville.30 Y más al sur, el 6.° Regimiento Paracaidista del teniente coronel Von der Heydte se replegó a Saint-Cóme-du-Mont cuando uno de sus batallones quedó aislado y fue aniquilado. Fueron asimismo eliminadas otras bolsas de resistencia más próximas a la playa Utah. El complejo fortín existente en Saint-Martin-de-Varreville constaba de reductos unidos entre sí por galerías subterráneas, y «los alemanes iban de uno a otro a su capricho, regresando a menudo a los que ya creíamos que habían sido capturados».31
Los combates siguieron siendo igualmente encarnizados por ambas partes. Un oficial de la 4.a División de Infantería afirma que fueron encontrados los cuerpos de cuatro hombres de una unidad médica aerotransportada. «Les habían cortado la garganta casi de oreja a oreja».32 Una triquiñuela de la que se tuvo noticia en varias ocasiones durante los combates en el bocage consistía en que los soldados alemanes fingían rendirse. Pero en cuanto los americanos se acercaban para hacerlos prisioneros, se tiraban al suelo y las ametralladoras escondidas abrían fuego. La 4.a División de Infantería tuvo por primera vez esta mala experiencia con unos paracaidistas alemanes del 6.° Regimiento que, al parecer, mataron de esta forma a un teniente.
Informes menos fiables afirman que los alemanes se ponían uniformes americanos. Esta práctica sólo se haría realidad un mes más tarde, cuando los soldados alemanes cogieran las guerreras de los cadáveres de los americanos porque sus uniformes habían empezado a estar hechos jirones. Una creencia sumamente inverosímil, aunque llegó a tener una difusión extraordinaria, que se propagó entre las tropas americanas y a veces también entre las británicas, era que las mujeres francesas, supuestamente amantes de los soldados alemanes, hacían de francotiradoras. El 7 de junio, cerca de Saint-Marcouf, un sargento informó de «disparos de francotirador desde un edificio de la ciudad. Cuando investigamos, encontramos a una mujer y a un hombre, ambos franceses, con fusiles alemanes. Los dos negaron que actuaran como francotiradores. Los dos estaban muertos al cabo de dos segundos».33 No parece que a los soldados aliados se les ocurriera en aquellos momentos la posibilidad de que la población civil francesa se dedicara a recoger armas alemanas para entregárselas luego a la Resistencia.
Parece que muchos soldados americanos abrigaban grandes sospechas respecto a los franceses, antes incluso de pisar el país. «Francia era como un país enemigo», comentó un capitán de la 19.a División de Infantería.34 A muchos, que no habían estado nunca en un país en el que se hablara una lengua extranjera, les costaba mucho trabajo diferenciar entre zona «ocupada por el enemigo» y zona simplemente «enemiga». Otros decían abiertamente que «no podían confiar en ellos en Normandía». Se cuenta la anécdota, acaso cierta o quizá apócrifa, de que una unidad americana de tanques entró en una granja normanda. El granjero salió ofreciéndoles sidra y Calvados, y todos los soldados tomaron un trago. A continuación el paisano normando dijo al joven teniente americano que el coste de la bebida ascendía a 100 francos. El teniente protestó diciendo que acababan de liberarlo.
—¿Pero de qué se queja usted? —respondió el granjero—. No es más de lo que les cobraba a los alemanes.
El mito de guerra acerca de la existencia de francotiradoras se propagó con una rapidez pasmosa entre los «rumores de letrina», como eran llamados. Pero las leyendas acerca de jóvenes francesas que se quedaron con sus amantes alemanes son casi con toda seguridad ciertas. En el interior del país, cerca de la playa Omaha, un sargento de la 6.a Brigada Especial de Ingenieros contó la siguiente anécdota: «Vimos en las cunetas a jóvenes francesas tendidas junto a los soldados alemanes. Las chicas habían seguido al ejército [alemán] en retirada y murieron tiroteadas por nuestros aviones, siendo luego encontradas al lado de sus amantes».35
Afortunadamente se dieron también en ambos bandos ejemplos de humanidad inesperada. En el flanco norte, cerca de Sainte-Mére-Église, el sargento Prybowski, un suboficial médico, andaba buscando heridos en los setos cuando encontró a dos paracaidistas lesionados. Mientras estaba vendándoles las heridas, uno de ellos le susurró al oído: «Le convendría agacharse. A su espalda hay un 88». El sargento volvió sonriente la cabeza y vio la boca de un cañón de campaña. Entre los setos, unos artilleros alemanes estaban vigilándolos. Pero permitieron a Prybowski acabar de vendar a los hombres y luego se los llevaron presos.36
Más al oeste, en Chef-du-Pont y La Fiére, a orillas del río Merderet, la 82.a Aerotransportada no pudo hacer más que aferrarse a sus posiciones hasta que recibió refuerzos y nuevos suministros de munición. En la margen izquierda del río, una fuerza al mando del teniente coronel Thomas Shanley se vio rodeada en una pequeña altura llamada Colina 30.37 Haciendo gala de gran valor y aguante, Shanley y sus hombres resistieron cuatro días sin más comida que sus primitivas raciones de emergencia. Muchos resultaron heridos y tuvieron que ser arrastrados al abrigo de zanjas y setos, pero los paracaidistas se encontraban tan débiles a causa del hambre y el cansancio que entre cuatro no eran casi capaces de trasladar a un herido. «Había muchos heridos en las zanjas, que estaban hasta los topes», según contó un soldado.38 Shanley envió mensajeros a la fuerza principal, situada al este del Merderet, para que le mandaran plasma, Un pequeño grupo de paracaidistas intentó abrirse camino hasta ellos con provisiones, pero todos resultaron heridos.
Rodeada por parte del 1057.° Regimiento de Granaderos, la reducida fuerza de Shanley era muy inferior en número a sus adversarios. Además, pudo comprobar cómo los alemanes echaban mano de la artillería. Esta novedad fue observada también desde el otro lado del río. Un controlador de fuego naval se lo comunicó por radio a las fuerzas de bombardeo situadas frente a la costa. Los buques de guerra aliados, a una distancia de casi veinte kilómetros, procedieron a poner fuera de combate a la artillería alemana sin infligir demasiadas bajas a los paracaidistas acorralados.
Muchos de los hombres de Shanley siguieron adelante sólo con la ayuda de anfetaminas. Como carecían de radio, no tenían ni idea de si la invasión había sido un éxito o un fracaso. Pero su prolongada resistencia en la Colina 30 contribuyó en gran medida al establecimiento de una cabeza de puente sobre el Merderet cuando finalmente fueron relevados. A la 90.a División de Infantería, que acababa de desembarcar, se le encomendó la tarea de reforzar esa cabeza de puente, antes de aislar la península con vistas al avance general sobre Cherburgo. Pero debido a la falta de liderazgo y de disciplina a "muchos niveles, la 90.a División empezó de manera desastrosa. Antes de llegar al frente, su unidad más avanzada, al ver una columna de prisioneros alemanes que era escoltada hasta la playa Utah, abrió fuego con todas las armas de que disponía.39 La lucha contra la 91.a Luftlande-Division entre los setos resultó verdaderamente traumática para estas tropas inexpertas. Su actuación fue tan lamentable que el oficial al mando de la división y los comandantes de dos regimientos fueron destituidos.
Los generales americanos eran inflexibles con los mandos inferiores que «no podían conseguir que sus tropas realizaran la tarea que una división o un cuerpo hubieran dicho que tenían que hacer». Incluso un hombre tan impetuoso como el general Patton pensaba que el ejército norteamericano destituía a los mandos antes incluso de darles una verdadera oportunidad de demostrar su valía[21]. El especialista en historia de la guerra Forrest Pogue habló con un coronel que acababa de ser relevado del mando. «Estaba sentado fuera, junto al camino, con sus pertenencias al lado, esperando que un jeep lo condujera a la retaguardia. El día anterior había tenido en sus manos el destino de tres mil hombres o más; ahora parecía casi un mendigo. Estaba confuso y no estaba seguro ni siquiera de poder controlar la voz».40
Para los responsables de la planificación de Overlord, uno de los elementos clave de sus cálculos había sido la velocidad con la que los refuerzos alemanes llegaran a la zona de la invasión. Era mucho lo que dependía de lo que pudieran hacer los aliados por aislar el campo de batalla mediante el programa de bombardeos de «Transportation», y gracias a sus cazabombarderos y al sabotaje y los ataques de los grupos de la Resistencia francesa entrenados por el SOE y los equipos Jedburgh. A partir del 7 de junio, el cuartel general de Rundstedt obtuvo al fin permiso para traer refuerzos de Bretaña y del sur del Loira.
Una de las primeras formaciones a las que se enfrentarían los americanos en la lucha por Carentan fue la 17.a División de Granaderos Acorazados de la SS Götz von Berlichingen. Esta nueva unidad llevaba el nombre de un antiguo hombre de armas del siglo XVI que, tras perder la mano derecha en combate, mandó a un herrero que le fabricara en su lugar un puño de acero. El puño de acero se convirtió en el emblema de la división. El 10 de abril, menos de dos meses antes del Día D, Himmler había realizado una inspección de la unidad en Thouars, ocasión que había terminado con el canto a coro del himno de la SS, el Treulied.41 Aunque en la división había muchos soldados jóvenes —el 60 por 100 era menor de veinte años—, la 17.a de la SS no estaba ni de lejos tan bien entrenada ni tan bien armada como la Hitlerjugend. No contaba con tanques modernos, y sólo tenía un regimiento de cañones de asalto; además, la moral de sus integrantes no era tan fanática como la de otras unidades de la Waffen-SS. «Bueno, no sabemos lo que nos espera», escribió un soldado a su familia antes de llegar al frente. «Hay un montón de novedades que podría contaros, pero es mejor que me calle. Cuando os lleguen estas líneas, ya os habréis enterado de más cosas. Ya se sabía hace tiempo que esto tenía que pasar. Quizá lleguemos a envidiar a los que ya han muerto».42
Al amanecer del 7 de junio, las primeras unidades de la 17.a de la SS empezaron a salir de sus bases al sur del río Loira. Cruzaron el río en Montsoreau y viajaron hacia Saint-Lô atravesando poblaciones pequeñas en cuyas paredes había anuncios de lubricantes Castrol y de aperitivos como Byrrh y Dubonnet. El 8 de junio por la noche, algunas tropas avanzadas del batallón de reconocimiento habían llegado al extremo este del bosque de Cerisy, sin saber que la 1.a División de Infantería norteamericana venía en esa misma dirección desde la playa Omaha.
A la mañana siguiente, el SS-Untersturmführer Hoffmann, del 38.° Regimiento de Granaderos Acorazados de la SS se dirigió al oeste de Isigny a reconocer las posiciones que sus tropas debían ocupar. Un Kübelwagen, el equivalente alemán del jeep, salió a su encuentro a toda velocidad. Delante iba un comandante del ejército y en la parte trasera había dos soldados muertos.
—¡Dé media vuelta! —gritó—. Ahí delante todo está perdido. Llevo a los americanos pisándome los talones.43
Hoffmann siguió adelante hasta llegar a lo alto de la colina, detuvo el vehículo, y continuó a pie. No le hicieron falta los prismáticos. Pudo divisar cómo la infantería americana avanzaba a unos cuatrocientos metros de distancia. Detrás de ella iban algunas unidades motorizadas y hacia el este pudo ver una columna de tanques avanzando por un camino. El chófer de Hoffmann exclamó que debían volver. Dio la vuelta a toda velocidad haciendo un viraje brusco. Hoffmann tuvo que dar un salto y esconderse detrás de un árbol. Los soldados americanos lo habían localizado y habían abierto fuego. Los dos miembros de la SS salieron pitando a toda velocidad. El superior de Hoffmann le preguntó por qué había regresado tan pronto.
—Porque nuestro punto de partida ya está ocupado —respondió—. Pero por el enemigo.44
La mayor parte de la 17.a División de la SS, sin embargo, permaneció retenida cerca de Saint-Lô debido a la escasez de combustible, antes de ser asignada a la contraofensiva planeada contra los paracaidistas americanos que atacaban Carentan.
El 7 de junio a las 11:00, el teniente general Eugen Meindl, del II Cuerpo Paracaidista emplazado en Bretaña, ordenó a la 3.a División Paracaidista trasladarse al noreste de Saint-Lô «y hacer retroceder al enemigo hacia el norte, en dirección al mar, para reconquistar la costa».45 Esa misma noche, su comandante en jefe, el teniente general Richard Schimpf, envió por delante a sus escasas unidades motorizadas y a otros dos batallones en camiones vía Avranches. Las unidades de a pie tuvieron que marchar a razón de 40 km todas las noches, que, por ser las primeras de junio, eran además especialmente cortas. Se produjo un «agotamiento general en las tropas, que no estaban habituadas a marchar con las botas nuevas de paracaidistas». Algunos hombres tenían los pies tan doloridos y llagados que los oficiales requisaron a los granjeros sus carretas, tiradas por grandes caballos percherones. Tardaron diez días en llegar al extremo suroeste del bosque de Cerisy.
A Schimpf le confiaron lo que quedaba de la 352.a División de Infantería, que había logrado escapar del frente de Omaha. Quiso adentrarse en el bosque junto con el batallón de reconocimiento del 77.° de Granaderos Acorazados de la SS, pero el comandante de su cuerpo, el teniente general Meindl, se negó. Dijo a Schimpf que organizara un frente, que el final no sería más que «una simple línea de avanzadillas de combate», con el batallón de artillería antiaérea como única defensa contra los tanques. En realidad, la orden de no seguir adelante había venido del cuartel general del 7.° Ejército, que opinaba que Schimpf tenía «fuerzas insuficientes» y que estaban «poco adiestradas para el ataque».46 La fuerza de la división «radicaba en la defensa». No obstante, Schimpf estaba convencido de que «si los americanos hubieran lanzado en ese momento un ataque enérgico desde el bosque de Cerisy, Saint-Lô habría caído».
La 353.a División de Infantería del general Mahlmann disponía incluso de menos medios de transporte motorizados.47 Sus unidades más móviles eran dos batallones montados en bicicleta llamados la Radfahrbeweglichemarschgruppe («Grupo de Marcha Móvil en Bicicleta»). El resto de la división, que seguía a este grupo a pie, se demoró debido a los ataques de la Resistencia, que provocaron varias bajas, entre otras la de un jefe de compañía que resultó gravemente herido. Los alemanes sufrieron también los ataques aéreos de los aliados, que los obligaban a ocultarse en pajares y huertos durante las horas del día.48 Otro oficial de la división calificó aquellas marchas de aproximación de «juego del escondite en plena noche».49 El viaje, que costó a la 353.a una décima parte de sus efectivos, supuso diez días de marcha.
El más notable de todos los movimientos con destino al frente de Normandía fue el de la 2.a División Acorazada de la SS Das Reich. Su oficial al mando, el SS-Brigadeführer Heinz Lammerding, había sido jefe del Estado Mayor del infame Erich von dem Bach-Zelewski, al que poco después se encargaría la represión de la sublevación de Varsovia. La división Das Reich se recreaba en su brutalidad. Había experimentado lo que era el Partisankrieg (guerra de partisanos) en la Unión Soviética y había participado en el asesinato en masa de judíos con la Einsatzgruppe B en la región de Minsk. Cuando se trasladó desde el frente oriental a la zona de Toulouse en el mes de abril, sus oficiales no vieron motivo alguno para que su comportamiento fuera distinto. El 21 de mayo, en el departamento del Lot, mataron a quince personas, entre ellas varias mujeres, como represalia por los disparos de que había sido objeto uno de sus destacamentos. Ese mismo día, todos los varones de otra localidad fueron deportados a Alemania.50
Acelerado por los mensajes de los aliados y las alocuciones por radio de De Gaulle, el repentino levantamiento de la Resistencia en numerosos lugares de Francia alarmó a todos los altos mandos de los alemanes, y no sólo a la SS. Muchos vieron en él «el comienzo de una revolución comunista».51 Había algo de verdad en esta apreciación. El 7 de junio, bajo la dirección de los comunistas, los FTP tomaron Tulle, capital del departamento de la Corréze, infligieron 122 bajas a los alemanes, fusilaron a varios prisioneros y mutilaron algunos cadáveres de los cuarenta individuos que resultaron muertos. No podría haberse calculado nada mejor para provocar la violenta reacción de la Waffen-SS.
El 8 de junio, la división Das Reich comenzó su largo viaje hacia el norte desde Montauban. Algunas de sus unidades llegaron a Tulle al día siguiente. Colgaron a 99 habitantes de la ciudad de los árboles de las calles. Otros doscientos fueron deportados a Alemania. El 10 de junio, la 3.a Compañía del Regimiento Führer rodeó la localidad de Oradour-sur-Glane, a unos veinte kilómetros al noreste de Limoges. Los oficiales y los soldados fusilaron a los varones y metieron a las mujeres y a los niños en la iglesia, a la que luego prendieron fuego. La aldea fue incendiada y arrasada. En total, murieron en esta matanza 642 personas. Algunas víctimas ni siquiera eran habitantes de la localidad, sino niños de París refugiados y pasajeros de un tren que había sido detenido en las inmediaciones. Ninguno de ellos pertenecía a la Resistencia.
Además, la SS se equivocó de Oradour. El oficial al mando de la compañía, cuya muerte debían vengar, había sido asesinado en realidad en Oradour-sur-Vayres, a unos veinte kilómetros de distancia. El Regimiento Führer fue casi con toda seguridad responsable de otra matanza de sesenta y siete personas en Argenton, en el departamento del Indre.52 Las autoridades francesas de Vichy se sintieron alarmadas también por los informes venidos de las «regiones en las que se desatará la odiosa guerra civil», cuando algunos grupos de la Resistencia empezaran a saldar cuentas a sus enemigos políticos.53 Pero incluso los pétainistas leales se mostraron horrorizados ante las brutales represalias de la división Das Reich.
En Londres, el general Koenig había ordenado a las FFI que retuvieran a las divisiones francesas al sur del Loira. La hazaña que supuso para la Resistencia retrasar a la División Das Reich fue una de sus principales contribuciones a la batalla de Normandía. Las redes de las SOE desempeñaron en todo ello un papel muy importante, destruyendo los depósitos de combustible de Das Reich antes incluso de que la división se pusiera en marcha, saboteando sus materiales rodantes, volando las líneas ferroviarias y organizando pequeñas emboscadas en serie. En el departamento de la Dordogne, veintiocho miembros de la Resistencia lograron retener a una columna cerca de Souillac durante cuarenta y ocho horas. Casi todos ellos murieron en este acto valerosísimo de autoinmolación. Esos retrasos, junto con los informes enviados por radio a Londres, dieron a la RAF la oportunidad de atacar a la división en varias ocasiones, en particular en Angoulème. En total la división Das Reich tardó diecisiete días en llegar al frente, catorce más de lo esperado.
Mientras un destacamento de la 1.a División de Infantería estadounidense avanzaba hacia el este a lo largo de la costa para reunirse con los británicos alrededor de Port-en-Bessin, la mayoría tuvo que avanzar lentamente hacia el sur, en dirección a Caumont. Los tanques encargados de prestarles apoyo «rociaban» con sus ametralladoras las posiciones en las que se sospechaba la existencia de francotiradores.54
A su derecha, la 2.a División de Infantería, que acababa de desembarcar, se dirigía mientras tanto al bosque de Cerisy, a mitad de camino entre Saint-Lô y Bayeux. Ninguna de las dos divisiones se dio cuenta de que «en realidad se dirigían a un hueco existente entre las líneas alemanas de más de quince kilómetros de anchura».55 Más tarde, tanto la 17.a División de la SS como la 3.a División Paracaidista afirmarían que sus adversarios no aprovecharon la ocasión de conquistar Saint-Lô durante la primera semana de la invasión.
A Rommel, sin embargo, le preocupaba menos ese hueco existente en la línea que la amenaza que se cernía sobre Carentan. Allí fue donde decidió lanzar una contraofensiva para impedir que se unieran las dos cabezas de playa de los americanos. Tras dejar que un batallón de reconocimiento de la 17.a División de la SS Götz von Berlichingen se enfrentara a la 1.a División estadounidense, ordenó a la parte principal de dicha unidad que se dirigiera a Carentan, retenida únicamente por lo que quedaba del 6.° Regimiento Paracaidista de Heydte.
El regimiento de Heydte, que había perdido todo un batallón cerca de Cóme-du-Mont, se había visto obligado a retirarse rápidamente para no verse rodeado por la 101.a Aerotransportada. Muchos de sus hombres tuvieron que cruzar a nado el río Douve para escapar. El día 10 de junio, Heydte estaba defendiendo la parte norte de Carentan, puerto fluvial en el que había hermosos edificios de piedra. Heydte tenía escasez de municiones y no podía establecer contacto con el cuartel general del LXXXIV Cuerpo, al mando del general Marcks, así que ordenó al 6.° Regimiento Paracaidista que se retirara de Carentan durante la noche del 10 de junio. Su retirada debía ser protegida por una retaguardia, encargada de mantener a raya a los paracaidistas americanos hasta la mañana siguiente.
Por la noche, mientras estaba realizándose la retirada, el Brigadeführer Ostendorff, al mando de la 17.a División de Granaderos Acorazados de la SS Götz von Berlichingen, apareció en el puesto de mando de Heydte, haciéndole saber que había pasado a estar a sus órdenes. Debían conservar Carentan a cualquier precio. Heydte le dijo que ya había dado la orden de evacuar la ciudad, pues desconocía que la 17.a de la SS estaba de camino. De haberlo sabido, no habría tomado semejante decisión. Ostendorff era un bruto de complexión robusta y aspecto jovial que llevaba la cabeza afeitada, pero aquella noticia no lo puso de muy buen humor. Se desató una pelotera tremenda, aunque poco más podía hacerse excepto preparar una contraofensiva para reconquistar Carentan al día siguiente.
A la mañana siguiente, 12 de junio, cuando la 101.a Aerotransportada entraba en Carentan, el general de artillería Marcks murió en su vehículo a consecuencia de un ataque en vuelo rasante de los cazas aliados en una carretera al noroeste de Saint-Lô. Justo antes de salir, su jefe del Estado Mayor le había pedido que no se expusiera al peligro innecesariamente. «Ustedes siempre andan preocupándose por su pequeña porción de vida», respondió Marcks.56 Uno o dos colegas suyos sospechaban que el desilusionado Marcks deseaba morir en combate, pues dos de sus tres hijos ya habían perdido la vida en la guerra. La muerte de Marcks y diversos retrasos hicieron que la contraofensiva se pospusiera hasta el día 13 de junio. Fue una suerte para los aliados. Las comunicaciones interceptadas por Ultra, entre otras las peticiones a la Luftwaffe solicitando apoyo para la 17.a División de la SS en su ataque, habían puesto al descubierto los planes de Rommel. Como ya estaba sobre aviso, Bradley mandó llamar al comando de combate del general Maurice Rose, de la 2.a División Acorazada, desde el sector de Caumont, perteneciente a la 1.a División de Infantería.
Antes de que diera comienzo la batalla, el Brigadeführer Ostendorff intentó levantar la moral de sus hombres de un modo muy extraño. Les avisó de las bombas de fósforo que poseía el enemigo, capaces de producir terribles quemaduras, y de «la forma de luchar insidiosa y desleal» de la 101.a Aerotransportada, pero luego añadió que el enemigo tenía «poco espíritu de combate».57
El 13 de junio, a las 05:30, el 37.° Regimiento de Granaderos Acorazados de la SS inició el avance en medio de la bruma del amanecer, con apoyo de fuego de artillería. Cuando estuvieron cerca de la cortina de fuego lanzaron bengalas rojas para avisar a sus baterías de que aumentaran el alcance de sus bombas. Daba la impresión de que el avance se realizaba según lo previsto, pero cuando llegaron a la carretera Carentan-Domville, se vieron expuestos al fuego certero de los francotiradores. Los granaderos acorazados descubrieron que los paracaidistas americanos se habían ocultado en los árboles que dominaban la zona. La unidad de fuego antiaéreo que los acompañaba empezó a volar los setos y los árboles con sus cañones cuádruples de 20 mm, pero la maniobra tardó un poco en llevarse a cabo. Tras sufrir «pérdidas moderadamente graves»,58 los alemanes siguieron avanzando, mientras los americanos se replegaban hacia el interior de Carentan.
Los hombres de Ostendorff llegaron al extremo suroeste de la ciudad a las 09:00, pero poco después su ala derecha se vio obligada a detenerse de forma repentina. El comandante pidió en vano el apoyo de los tanques. Habían hecho su aparición los Sherman de la 2.a División Acorazada, al mando del general de brigada Rose, montado en su camión semioruga descubierto. Al no contar ni siquiera con armas antitanque ligeras del tipo panzerfaust, los granaderos acorazados se retiraron en medio de la confusión. A primera hora de la tarde, los americanos atacaron con todas sus fuerzas contando además con el apoyo de cazabombarderos. La posición clave era una colina situada en el extremo sur de Carentan. Había sido ocupada por Osttruppen, que salieron huyendo en cuanto el oficial alemán que las mandaba cayó muerto. Ostendorff se puso hecho una furia al ver que su nueva división había sufrido un revés humillante. Acusó a la Luftwaffe de no haber hecho ni siquiera acto de presencia, y luego a Heydte por haber rendido Carentan en primera instancia.
El teniente coronel Von der Heydte, con su nariz aguileña y su agudísima inteligencia, era demasiado independiente, cuando no arbitrario, a juicio de sus superiores. Desde luego mostraba poco respeto por Ostendorff, y no hizo demasiado por ocultar su opinión de que la división recién formada Götz von Berlichingen había sido adiestrada más en la ideología de la SS que en sólidos principios militares. Heydte aseguraba que durante la batalla tuvo incluso que ordenar a sus paracaidistas que rodearan a punta de pistola a los panzergrenadiere que habían salido huyendo. Ostendorff lo mandó llamar al cuartel general de la 17.a División de la SS para que lo interrogara un juez militar integrado en la división acerca de su responsabilidad en la pérdida de Carentan. Aunque acusado de cobardía por Ostendorff, Heydte se libró del consejo de guerra porque acababa de ser condecorado con la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro con Hojas de Roble. El general Pemsel, jefe del Estado Mayor del 7.° Ejército, no creyó la versión de los hechos ofrecida por Heydte, pero el general Meindl, al mando del II Cuerpo Paracaidista, ordenó que lo pusieran en libertad.59 En cualquier caso, los altos mandos de los alemanes tenían cosas más importantes a las que atender. Al día siguiente, las avanzadillas americanas unieron las cabezas de playa de Omaha y Utah.