Omaha
El objetivo de la 1.a y de la 29.a División de Infantería norteamericana era la playa Omaha, un sector de costa alargado que describía una suave curva. Vista desde el mar, la playa terminaba a la derecha en unos acantilados imponentes. A unos seis kilómetros más al oeste estaba el promontorio de la Pointe du Hoc. Era allí donde un batallón de Rangers tenía que escalar un acantilado desnudo con el fin de eliminar una batería alemana.
La principal franja de playa ascendía suavemente formando un banco de guijarros rematado por un rompeolas de poca altura. Detrás de este rompeolas había una pequeña zona de prados pantanosos, y justo encima se elevaba un empinado montículo arenoso cubierto de hierba marina. Esos montículos, cuya altura oscilaba entre los quince y los treinta metros, dominaban toda la bahía. A lo largo de este pequeño declive había, de izquierda a derecha, tres pueblecitos, Colleville-sur-Mer, Saint-Laurent-sur-Mer y Vierville-sur-Mer. Los montículos eran accesibles a través de cinco empinados valles o «ramblas». Ofrecían los únicos lugares por los que los vehículos podían ser sacados de la playa, y los accesos a esas salidas estaban cubiertos por fortines y baterías alemanas. Ese era el motivo de que el capitán Scott-Bowden advirtiera al general Bradley que Omaha era una posición formidable y difícil de atacar.1
El general Leonard T. Gerow, al mando del V Cuerpo, había querido empezar la operación con la marea baja y protegido por la oscuridad. Rommel había ordenado la construcción del más temible sistema de obstáculos submarinos contra las lanchas de desembarco, utilizando postes minados, erizos hechos de vigas de acero y unas construcciones rectangulares llamadas «puertas belgas». Gerow sostenía que los ingenieros de combate y los equipos de demolición naval tenían que tener tiempo suficiente para limpiar una serie de canales que permitieran a las embarcaciones llegar a la playa con la marea baja sin exponerse a un fuego directo. Lo apoyaban sus subordinados de mayor rango y el almirante John L. Hall, al mando de la Fuerza Expedicionaria. Pero Eisenhower, Montgomery y Bradley insistieron en que había que atacar a las 06:30, media hora después del amanecer. El asalto iría precedido de un bombardeo naval y aéreo masivo. Los comandantes de la invasión creían que esta combinación conseguiría un efecto de sorpresa táctica y desbordaría a los defensores. En cualquier caso, no podían arriesgarse a comenzar el ataque en una playa varias horas antes que en las demás.2
El primitivo plan de Gerow era atacar Omaha con dos divisiones a su mando, la 1.a por la izquierda y la 29.a por la derecha. Sin embargo, Bradley tenía mucha más confianza en la 1.a División, la «Gran Uno Rojo», y en su excelente comandante en jefe, el general Clarence R. Huebner. La experiencia de esta última unidad y su eficacia en el combate durante los desembarcos en el Mediterráneo eran incomparables. Por consiguiente Bradley puso al mando a Huebner y simplemente le añadió el 116.° Equipo de Combate de la 29.a División.
Bradley pensaba que Gee Gerow, que todavía no había estado al frente de una gran formación en una batalla, había recibido el mando de aquel cuerpo de ejército debido únicamente a su amistad con Eisenhower. Gerow, sin embargo, temía que los bombardeos aéreos y navales no funcionaran, y siguió convencido de ello incluso cuando Eisenhower le aseguró que iba a contar con el apoyo de «la mayor potencia de fuego reunida nunca sobre la faz de la tierra».3 Los acontecimientos demostrarían que Gerow tenía razón. Antes de la invasión, hizo al analista militar Basil Liddell Hart partícipe de sus preocupaciones «sobre si había sido tenida en cuenta suficientemente en nuestros planes la importancia de lo inesperado».4
Las primeras lanchas de desembarco, que transportaban al 116.° Regimiento de Infantería de la 29.a División y al 16.° de Infantería de la 1.a División habían abandonado las naves nodrizas a las 05:20. Tenían que realizar una travesía de más de una hora de duración en medio de un mar embravecido para desembarcar en la playa a la hora H. Los barcos más grandes estaban anclados al menos a diez millas de tierra, fuera del alcance de las baterías de costa alemanas. Durante la larga y tumultuosa travesía, más de diez lanchas se inundaron o volcaron. Quince minutos después, dos compañías del 741.° Batallón de tanques, que debían prestar apoyo a la 1.a División de Infantería, lanzaron sus Sherman DD a cinco mil metros de la playa.
Como le había prometido Bradley en enero, el comandante Scott-Bowden estaba realizando de nuevo una misión de pilotaje de asalto junto con el sargento Ogden-Smith. Su barco piloto estaba tripulado por tres hombres, un teniente de la Marina de los Estados Unidos, un timonel y un marinero de origen mexicano que manejaba un cañón pom-pom cuádruple. El teniente que formaba parte de la tripulación de Scott-Bowden llamó a éste la atención sobre el hecho de que los LCT se habían detenido a 5000 metros de distancia para lanzar al agua sus tanques. Scott-Bowden se sintió horrorizado. «El mar está demasiado picado», dijo. «Deberían entrar más». Luego calificaría de «absoluta locura» la decisión de lanzar los Sherman del 741.° Batallón de Tanques a semejante distancia.5
Veintisiete de sus treinta y dos tanques se fueron a pique y se hundieron. Sólo dos llegaron a la playa flotando en el agua. Otros tres no pudieron ser lanzados porque la rampa se atascó, de modo que la lancha de desembarco los llevó directamente a tierra. En total se ahogaron 33 miembros de la tripulación de los tanques. Los demás fueron rescatados más tarde. Los integrantes del 743.° Batallón de Tanques que alcanzaron la costa debieron su supervivencia al hecho de que tanto los oficiales del ejército como los de la Marina decidieron llevarlos consigo hasta la playa.6 El general de división Percy Hobart, el cerebro gris de aquellos tanques anfibios, dijo a Liddell Hart diez días después que «los americanos los utilizaron de un modo muy chapucero».7 Pero sigue siendo objeto de debate si el tanque DD era realmente la respuesta adecuada al problema del apoyo que necesitaba la infantería en el espacio reducido de la playa Omaha.8
Cuando todavía estaban a cierta distancia de tierra, Scott-Bowden y su tripulación se dieron cuenta de que unos bombarderos pesados 329 americanos atacaban desde detrás de donde ellos estaban. Para su desesperación, vieron que las bombas caían muy lejos de la cima del acantilado. Ninguna dio en la playa o en las posiciones alemanas que protegían las salidas de la playa. «¡Menuda forma de utilizarlos!», dijo enfadado Scott-Bowden al teniente. «¡Lo único que han hecho ha sido despertarlos!». En los treinta minutos que precedieron a la hora H, los Liberators y los Fortresses de la 8.a Fuerza Aérea lanzaron trece mil bombas, pero ninguna cayó en la playa Omaha.
El Cuerpo Aéreo del Ejército de los Estados Unidos había realizado unas afirmaciones exageradamente optimistas acerca de su «precisión en los bombardeos».9 Por desgracia, Montgomery, que aprovechaba cualquier oportunidad con tal de salvar las vidas de sus tropas de tierra, aceptó la idea sin rechistar y abandonó la doctrina británica favorable a efectuar los desembarcos por la noche. Tanto él como Bradley parecían haber olvidado el hecho de que las formaciones de bombardeo pesado seguían sin ser capaces de lanzar la mayor parte de su carga a menos de siete kilómetros de su objetivo.
Las formaciones de bombarderos aparecieron a las 06:05. Atacaron desde el mar para reducir su vulnerabilidad contra las baterías antiaéreas de la zona marcada como objetivo, en vez de seguir la línea de costa. Cuando llegaron a las playas, sus tripulantes se retrasaron varios segundos más antes de lanzar su cargamento de bombas para no alcanzar a las lanchas de desembarco que se acercaban a tierra. Como consecuencia, todas las esperanzas excesivamente optimistas que abrigaban los mandos de tierra en el sentido de que el ataque aéreo iba a destruir las alambradas, los campos de minas y parte de las posiciones defensivas, se vieron totalmente frustradas. «Para lo que sirvió el bombardeo concentrado que llevó a cabo, el Air Corps podía haberse quedado tranquilamente en casa», observó airadamente más tarde un oficial de la 1.a División.10 Para empeorar las cosas, los cuarenta minutos asignados al bombardeo naval resultaron demasiado escasos para contrarrestar las defensas de la playa. El plan de Montgomery y Bradley no había conseguido ni sorprender ni desbordar al enemigo.
A los alemanes no habría hecho falta despertarlos, ni siquiera antes de que comenzara el bombardeo naval a las 05:50. Todas las baterías situadas a lo largo de ese sector de la costa estaban preparándose precisamente para unas prácticas de tiro.11 La Feldkommandantur de la zona había ordenado al prefecto de Calvados que avisara a todos los pesqueros para que evitaran la zona en la madrugada del 6 de junio. Los habitantes de Vierville-sur-Mer, sin embargo, se despertaron sobresaltados al sentir el bombardeo naval que se abatía sobre el pueblo. Un obús destruyó la panadería matando a un empleado y al hijo pequeño de su dueño. Pero aunque varias casas fueron destruidas —la mujer del alcalde suspiró con alivio al encontrar su dentadura postiza entre las ruinas de su domicilio—, las bajas fueron milagrosamente pocas. Para mayor alivio de sus habitantes, los bombarderos que se internaron en la comarca pasaron completamente de largo sobre Vierville. Otros pueblos y granjas no fueron tan afortunados.12
En un bunker denominado Widerstandsnest 73, cerca de la salida de Vierville-sur-Mer, un cabo primero de la 716.a División de Infantería quedó pasmado ante la visión que le reveló el amanecer. «La flota de la invasión apareció en el horizonte como una ciudad gigantesca de grandes edificios en el mar, una cosa enorme», escribiría más tarde. Y el bombardeo naval parecía «un terremoto».13 Otro soldado asignado a un nido de ametralladoras en un «Tobrouk» cerca de la salida de Colleville se estremeció también cuando a la luz del amanecer apareció ante sus ojos la flota «que se extendía frente a nuestra costa hasta donde alcanzaba la vista».14 Durante el atronador bombardeo naval, se vio de pronto a sí mismo rezando desesperadamente en voz alta. Pero en cuanto se pudieron divisar las lanchas de desembarco que se acercaban a la playa, oyó gritar a los camaradas de las posiciones vecinas: Sie kommen!, y supo que ellos también habían sobrevivido al bombardeo. Cargó su MG 42, la ametralladora alemana de fuego rápido, y esperó.
La capacidad que mostraron los alemanes para recuperarse rápidamente fue impresionante. A las 06:26, el cuartel general de la 352.a División de Infantería tuvo conocimiento de que aunque «el bombardeo pesado»15 había enterrado bajo los escombros varios cañones de la 716.a División de Infantería, «tres de ellos ya habían sido desenterrados y colocados de nuevo en su sitio». Uno de los mitos de Omaha es que los defensores alemanes estaban equipados con el formidable cañón de 88 mm. Es posible que la 716.a tuviera dos de ellos en algún lugar de la costa, pero incluso este dato es inseguro. La mayor parte de la artillería alemana desplegada en Omaha estaba formada por cañones checos de 100 mm.16
En los años de posguerra surgió otro malentendido acerca de las fuerzas a las que tuvieron que enfrentarse los americanos en Omaha. Los servicios de inteligencia de los aliados habían subestimado el potencial de los alemanes en el sector, pero no hasta el grado en que muchos historiadores han supuesto después. La inteligencia del SHAEF conocía desde hacía tiempo la poca calidad de la 716.a División de Infantería, que incluía tres batallones de Osttruppen integrados por prisioneros del Ejército Rojo. Esta formación de defensa estática era responsable de los sesenta kilómetros de costa que van desde el estuario del Vire hasta el río Orne. Bien es verdad que el cuartel general del SHAEF había supuesto torpemente que la 352.a División de Infantería, mucho más fuerte, seguiría en la zona de Saint Ló, a media jornada de marcha más al sur. Sin embargo, sólo dos de los batallones de infantería que la integraban y uno de artillería ligera habían sido situados cerca de Omaha, y no la división entera, como han afirmado muchas obras históricas.
El resto de la división del general Dietrich Kraiss estaba diseminada a lo largo de casi cuatrocientos kilómetros cuadrados entre la desembocadura del río Vire y Arromanches. Si el grupo de combate del teniente coronel Meyer, que representaba casi la mitad de las fuerzas de infantería de Kraiss, no hubiera sido enviado por la noche a investigar los «muñecos explosivos» lanzados al sur de Carentan en el curso de la Operación Titanic, las defensas alemanas desplegadas en Omaha habrían sido realmente formidables[9]. Esa medida de diversión y el desafortunado despliegue de sus fuerzas que hizo Kraiss salvaron realmente a los aliados del desastre en este sector central de la invasión.17 Nada de esto, por supuesto, resta en absoluto importancia a las formidables posiciones defensivas a las que tuvieron que enfrentarse en Omaha la 1.a y la 29.a División.
En sus lanchas de desembarco, los integrantes de la primera oleada de tropas se habían sentido profundamente impresionados por la artillería pesada de los acorazados. Muchos compararon las gigantescas bombas que pasaban rugiendo sobre sus cabezas con «vagones mercancías». En un momento dado, las lanchas de desembarco, que habían estado dando vueltas frente a la costa esperando que llegara la hora H, se dirigieron a la playa. La falta de fuego hasta ese momento hizo abrigar esperanzas de que el trabajo de la Marina y de las Fuerzas Aéreas había sido llevado a cabo tal como se había planeado.18 Los soldados de infantería estaban tan apretados que pocos de ellos podían ver gran cosa por encima de los cascos de los individuos que tenían delante y de la elevada rampa de desembarco situada al fondo. Uno o dos, sin embargo, vieron peces muertos flotando en el agua, víctimas de los cohetes que se habían quedado cortos.19 La lancha de asalto seguía «brincando como un caballo sin domar», de modo que muchos se limitaron a cerrar los ojos intentando luchar contra la desagradable sensación de mareo.20 En aquellos momentos la lancha «apestaba a vómitos».21
Debido al humo y al polvo levantado por el bombardeo, los timoneles se las veían y se las deseaban para reconocer los puntos de referencia.22 Una lancha cargada de hombres de la 1.a División desembarcó cerca de Port-en-Bessin, a más de quince kilómetros de distancia. Parte de sus tripulantes eran marineros jóvenes e inexpertos de la Marina Real británica. Se asustaron muchísimo cuando las baterías y ametralladoras alemanas empezaron a abrir fuego durante la fase de aproximación. Algunos quisieron bajar la rampa a cierta distancia de tierra. En una lancha que transportaba soldados del 116.° de Infantería, el sargento Willard Norfleet sacó un Colt del 45 e insistió: «¡Adelante!». No fue el único caso de obediencia a punta de pistola.23
«Enseguida fuimos conscientes de que sonaba un ruido de tableteo cerca de nosotros», escribía un teniente de la Marina estadounidense, «y cuando vimos caer a un par de hombres sobre cubierta, nos dimos cuenta de que estábamos siendo tiroteados con balas de verdad por un enemigo que estaba vivito y coleando».24 Algunos oficiales esperaban aún poder inspirar ánimos a sus soldados. «¡A ver si quedáis bien, hombres!», gritó uno cuando su lancha quedó varada en un banco de arena a corta distancia de la playa. «¡Es la primera vez en veinticinco años que las tropas americanas están aquí!».25
Cuando fueron bajadas las rampas, las ametralladoras alemanas concentraron sus disparos en la entrada. En muchos casos, las lanchas se habían detenido en bancos de arena a corta distancia de la playa.
El agua parecía cubrir poco, pero más adelante había hoyas bastante profundas. Los timoneles más expertos de la Guardia Costera norteamericana, sin embargo, sabían cómo parar el motor en el momento oportuno y dejar que la corriente arrastrara la lancha sobre los bancos de arena. Fueron esas embarcaciones las que lograron llegar directamente a la playa.26
«Cuando bajó la rampa vimos que el tiroteo alcanzaba directamente a nuestra lancha», escribió un soldado del 116.°, que desembarcó en el sector occidental de Omaha. «Mis tres jefes de pelotón, que iban delante, y algunos otros hombres fueron alcanzados. Algunos saltaron por el costado. A dos marineros les dieron de lleno. Cuando salí, el agua me llegaba sólo a los tobillos. Intenté echar a correr, pero de pronto el agua me llegaba a la cintura. Nadé para ocultarme detrás del obstáculo de acero colocado en la playa. Las balas rebotaban en él y atravesaban mi mochila sin darme. Otras alcanzaron a muchos compañeros».27
Las lanchas seguían brincando entre las olas y «si te escurrías debajo de la rampa de metal, podías morir aplastado por ella». En algunos lugares, los hombres saltaron de la lancha y comprobaron que el agua los cubría. Muchos no sabían nadar. En su desesperación, la mayoría de los que caían en aguas profundas tiraban sus armas y se deshacían del equipo en su afán por sobrevivir. Algunos de los que iban detrás, al ver que sus compañeros se hundían por el peso del equipo, fueron presa del pánico. «Muchos fueron alcanzados en el agua, al margen de que fueran o no buenos nadadores», escribía el mismo soldado. «Se oían gritos de socorro de los heridos que se ahogaban agobiados por el peso de la carga… Había cadáveres flotando en el agua y hombres vivos que se hacían los muertos para que la marea los arrastrara a tierra».28
Un soldado que saltó en una poza de metro y medio de agua, comprobó que las «balas caían ante mis narices, a uno y otro lado y por todas partes. Justo allí y entonces pensé en todos los pecados que había cometido y nunca recé con tanta intensidad en toda mi vida».29 Un integrante del 1.er Batallón del 116.° de Infantería, observó la suerte que corrió un suboficial devoto, el sargento Pilgrim Robertson. «Tenía una herida abierta en el extremo superior derecho de la frente. Caminaba como un loco por el agua sin casco. Entonces lo vi caer de rodillas y ponerse a rezar el rosario. En ese momento los alemanes lo partieron por la mitad con su terrible fuego cruzado».30
La perspectiva de atravesar la franja de playa que tenían ante ellos parecía imposible. La sola idea de intentar correr entre los bajíos, cargando un equipo tan pesado y con la ropa y las botas empapadas se antojaba una especie de pesadilla en la que las extremidades del cuerpo parecían entumecidas, como si fueran de plomo. Los soldados más abrumados por el peso de la carga tenían muy pocas posibilidades de salir adelante. Uno llevaba setecientas cincuenta cargas de ametralladora además de su equipo. No es de extrañar que después muchos hombres calcularan que las bajas habrían podido reducirse a la mitad si la primera tanda de soldados hubiera atacado cargando menos peso.
Se oían gritos en todas direcciones. «¡Me han dado! ¡Me han dado!». Un soldado de la 1.a División de Infantería que había saltado en un punto en el que el agua le llegaba al cuello, avanzaba lentamente. Se sintió tan cansado que se tumbó a descansar en una zona de poca profundidad. «Todo parecía que fuera a cámara lenta, la forma en que los hombres se movían con todo el equipo encima. Cargados con tanta impedimenta no teníamos ni una sola oportunidad. Estaba tan cansado que no podía con mi cuerpo». Sólo sobrevivieron nueve de los treinta y un hombres que integraban su pelotón.31
El fuego de las ametralladoras iba de un extremo a otro de la playa y «al chocar con la arena húmeda, hacía un ruido parecido a un "sip sip", como si alguien sorbiera».32 Un soldado vio a un compañero corriendo de izquierda a derecha, intentando cruzar. Un fusilero enemigo lo alcanzó y cayó abatido. «Llamaba a gritos a un médico. Un enfermero corrió a ayudarle, pero también le dieron. El asistente había caído junto al soldado y los dos estuvieron gritando hasta que murieron unos minutos después».33 Algunos siguieron parapetados detrás de los obstáculos de la playa mientras las balas rebotaban a su alrededor, pero otros se dieron cuenta de que su única esperanza estaba en alcanzar el abrigo del rompeolas. La Compañía A del 116.° Regimiento, que había desembarcado enfrente de la rambla de Vierville, fuertemente defendida, en el extremo occidental de Omaha, sufrió el mayor número de bajas.
Mientras las ametralladoras alemanas convertían la playa y la orilla del agua en un matadero, su artillería disparaba contra las lanchas de desembarco. Como reconocería después el informe del V Cuerpo, la curva cóncava de la playa permitió a los alemanes hacer fuego «frontal y enfilado».34 Un sargento de plana mayor de la 1.a División que estaba en la parte oriental de Omaha fue testigo de cómo la lancha de asalto vecina era alcanzada de lleno por un disparo. Varios de los hombres que iban a bordo saltaron «por los aires a quince o veinte metros de altura».35 De los primeros tanques que desembarcaron, hubo pocos que resistieran mucho tiempo, pero sus cascos en llamas proporcionaron al menos un resguardo tras el que parapetarse.
Bajo aquel fuego intenso, los hombres de las unidades de demolición y combate de la Marina empezaron a realizar su tarea. «Nos pusimos a trabajar», escribe uno de ellos, «colocando bolsas de explosivo plástico en diversos obstáculos, corriendo de uno a otro y conectando el grupo con primacord, un cable detonador de explosión instantánea. En algunos obstáculos había soldados que habían buscado refugio tras ellos. Les dijimos que avanzaran o que saltarían por los aires cuando lo hicieran los obstáculos. Al subir la marea, comenzamos a correr de uno a otro».36 Despejaron así una brecha de unos treinta metros para que pudieran penetrar hasta allí las siguientes lanchas de desembarco, pero la subida de la marea los obligó a salir del agua. «Aquella mañana sólo se despejaron tres de las dieciséis brechas». Cuando el agua empezó a cubrir los obstáculos minados, los timoneles de las siguientes lanchas se vieron obligados a realizar una tarea todavía más peligrosa. Los peores temores del general Gerow se habían visto confirmados.
Aunque entre las primeras bajas hubo muchos oficiales y suboficiales, los soldados que lograron recuperarse del susto de la acogida dispensada por los alemanes se dieron cuenta de que tenían que atravesar la playa, aunque sólo fuera para seguir vivos. Un hombre de la 1.a División originario de Minnesota contaría más tarde en una carta a los suyos cómo había avanzado en pequeñas carreras de apenas treinta metros. «Nunca en mi vida he rezado tanto». Miró hacia atrás para ver lo que había sido del resto de su pelotón. «Era terrible. Gente muriéndose por todas partes. Los heridos incapaces de moverse, ahogándose al subir la marea, y los barcos ardiendo de mala manera mientras las oleadas sucesivas intentaban alcanzar la playa… Nunca he visto a tantos valientes capaces de hacer tanto… Muchos volvían e intentaban reunir a los heridos, consiguiendo sólo que los mataran». Los que habían logrado cruzar no podían ayudar a nadie con fuego de cobertura. «Por lo menos el 80 por 100 de nuestras armas no funcionaban debido a la arena y al agua de mar».37 En su afán de responder al fuego enemigo en cuanto desembarcaban, la mayoría de los soldados cometían el error de arrancar la cubierta impermeable de sus fusiles antes de llegar a tierra. Casi ninguna radio funcionaba debido al agua de mar, circunstancia que contribuyó en gran medida al caos.
Los mejor organizados corrían por pelotones en columna para minimizar la exposición al fuego de las ametralladoras. Un teniente del 121.° Batallón de Ingenieros de Combate volvió corriendo con un sargento a buscar a un hombre que tenía una pierna destrozada. Resultaba difícil llevarlo a rastras, de modo que el sargento lo cogió en brazos. Este fue herido mortalmente y al teniente le dieron en un hombro.38 Otros soldados vinieron corriendo a ayudarlos y los arrastraron hasta la seguridad relativa del rompeolas. Los primeros ingenieros de combate que llegaron tuvieron que actuar como si fueran soldados de infantería. Habían perdido casi la mitad de sus pertrechos de demolición durante el desembarco. El fuego enemigo era demasiado intenso para que pudieran hacer nada hasta que llegaran los bulldozers blindados.
Mientras se aproximaba la segunda tanda de lanchas, los supervivientes de la primera las contemplaban con una sensación de angustia desde el ribazo de piedras situado debajo del rompeolas. «Algunos hombres lloraban, otros lanzaban maldiciones», recordaba un joven oficial del 116.° de Infantería. «Yo me sentía más un espectador que un participante real en la operación».39 Tenía la boca seca de miedo, pero quería fumar a toda costa. Cuando fueron bajadas las rampas y las ametralladoras abrieron fuego, escribió un sargento originario de Wisconsin, «los hombres caían abatidos como caen las mazorcas de maíz de una cinta transportadora».40 Unos cuantos de los que iban en la parte trasera de la lancha intentaron buscar refugio, y varios de los que ya estaban en el agua trataron de encaramarse de nuevo a la lancha para escapar. Las bombas que estallaban en el agua producían «grandes geiseres».41
Un oficial que iba en esa segunda tanda recordaba que a unos trescientos metros de la playa había demasiado humo para ver lo que estaba ocurriendo, pero que podían oír todo el tiroteo. Ellos también habían dado por supuesto que la fuerza aérea de los aliados habría hecho su trabajo. «Algunos muchachos decían: "¡Los del 29.° son bien competentes! ¡Realmente se esfuerzan!". Pero cuando llegaron a la playa, se dieron cuenta de que eran los alemanes los que disparaban».42
Otro oficial del 116.° de Infantería dijo que en cierto modo aquello parecía que era un ejercicio de desembarco más, «otra miserable tarea de dos días con una ducha caliente al final». Al no estar seguro de si habían llegado a la playa debida, el oficial al mando de su compañía dijo al oficial de Marina que comandaba la lancha: «Llévanos allí, al fin y al cabo están combatiendo». Pero cuando se acercaron, reconocieron la rambla que pasaba por el pueblecito de Les Moulins, y comprendieron que habían dado con la playa correcta. «Hicimos que los hombres permanecieran con la cabeza agachada para que no pudieran verlo y no se desanimaran. Los tanques estaban todavía al borde del agua, algunos seguían disparando y otros estaban ardiendo. Los hombres de las compañías de asalto buscaban protección alrededor de esos tanques y dentro del agua. La mayoría de ellos estaban heridos y había muchos muertos flotando entre las olas».43
Cuando llegó a las 07:45, el capitán McGrath, del 116.° de Infantería, vio que la marea estaba subiendo muy deprisa y que la base del rompeolas estaba atestada de hombres. Junto con otros oficiales, trató de hacerlos avanzar. «Les hablamos e intentamos que nos siguieran.
Pero ninguno nos hizo caso. Muchos de ellos parecían paralizados por el terror».44 Un Ranger vio a un teniente del 116.° de Infantería levantarse y volverse de espaldas al tiroteo. «Gritaba a los soldados que estaban acurrucados contra el rompeolas, encogidos, asustados, sin hacer nada ni conseguir nada. "Pero tíos, ¿os creéis que esto es de soldados?" Hizo cuanto pudo por organizar a las tropas del 116.° [que se habían refugiado] detrás del rompeolas, pero todo fue en vano».45 Un oficial de artillería, el capitán Richard Bush, que había desembarcado al frente del 111.° de Artillería de Campaña, describió a los soldados que vio. «Estaban hundidos y asustados. Muchos de ellos habían olvidado que tenían armas de fuego para usarlas». Los oficiales al mando de batallones y compañías ordenaban a sus hombres que limpiaran las armas y a los que no las tenían les decían que recogieran las de los muertos. A algunos heridos les encomendaron la tarea de poner las armas a punto.
El capitán Hall, un auxiliar de cirujano asignado a la 1.a División, observó las diferentes reacciones de los hombres sometidos a una tensión máxima. «Vi a un individuo que se acercaba al barco en estado de "fuga", gritando y vociferando, agitando los brazos. Se había deshecho de todo su equipo… A muchos los alcanzaron en el agua y los heridos se ahogaban al subir la marea. Llamé a gritos a algunos y les insté a ponerse a nadar, y hubo quienes me hicieron caso. Muchos parecían no funcionar mentalmente. Simplemente estaban allí sentados o estirados. Podían mover sus miembros, pero no eran capaces de reaccionar ni de hacer nada. Varios oficiales empezaron a ir a buscarlos, pero los oficiales [de mayor rango] les decían a gritos que volvieran». Unos cuantos heridos se apelotonaron al fondo de una lancha varada al ver que el agua iba subiendo. «Fueron cayendo uno a uno y ahogándose. Vi a uno que tenía una herida en el pecho y al que el agua cubría ya la cara… Un chico iba chapoteando por la arena… como si estuviera paseando. Alguien le gritó que se agachara mientras una ráfaga de ametralladora trazaba un círculo de salpicaduras de arena a su alrededor, pero salió sano y salvo».46 En cambio, un joven ingeniero, enloquecido por el terror, «empezó a correr arriba y abajo por la playa» hasta que «una bala lo mató».47
El médico, que resultó herido cuando llegó al banco de guijarros, escribió que los hombres «estaban tumbados en las piedras húmedas, temblando de frío y de miedo». Lleno de admiración y asombro, observó a uno de sus asistentes médicos. «El cabo A. E. Jones, que siempre fue un canijo —58 kg de peso y 1,65 m de estatura—, era el último del que habría podido esperarme que hiciera algo espectacular. En medio de aquel tiroteo, cuando prácticamente nadie habría tenido la menor oportunidad de bajar a la playa y volver con vida, él lo hizo seis veces y trajo a varios hombres». En una ocasión, fue a examinar a uno de los heridos y volvió donde estaba el capitán Hall para describir la lesión y preguntarle lo que debía hacer.
Los de infantería no eran los únicos que quedaron traumatizados. Tras desembarcar en el sector Fox Green de la playa, el sargento al mando de un tanque sufrió un ataque de nervios y ordenó a la tripulación que abandonara el vehículo. Tuvo que ponerse al mando un soldado raso. El sargento desapareció en una zanja y permaneció allí agazapado todo el día. Más tarde un comandante preguntó al soldado por qué no le había pegado un tiro.48 Otro Sherman chocó al desembarcar y quedó inmovilizado, pero siguió disparando a diversos objetivos hasta que la subida de la marea obligó a la tripulación a abandonar el tanque. La artillería alemana concentraba su fuego contra los Shermans, especialmente contra los tanques provistos de palas excavadoras. No menos de 21 de los 51 Shermans del 743.° Batallón de Tanques quedaron inutilizados. Los que se quedaron sin munición iban arriba y abajo por la playa relevándose unos a otros para dar protección a los soldados de infantería que debían cruzar aquel campo de la muerte. «Lo que nos salvó fueron los tanques», reconocería un soldado de la 1.a División.49
La llegada de más oficiales de rango superior con su correspondiente plana mayor comportaría la presencia de una autoridad que tan necesaria se hacía en aquellos momentos. Buena parte del caos existente, como luego afirmaría el informe del V Cuerpo, fue fruto de la llegada de las lanchas de desembarco al lugar equivocado, con la consiguiente separación de las unidades. Algunos sectores de la playa «estaban atestados de gente, y otros, en cambio, vacíos».50 El grupo de mando del 116.° de Infantería, con el coronel Charles Canham a la cabeza, y el general de brigada Norman D. Cota, el segundo al mando de la 29.a División, llegaron nadando y andando por el agua a la playa Dog White poco después de las 07:30. Encontraron refugio detrás de un tanque, y luego fueron corriendo hasta el rompeolas.
Cota, que compartía las dudas de Gerow respecto a la excesiva confianza de sus superiores en los bombardeos, era perfectamente consciente del potencial desastre al que se enfrentaban. Había visto cómo las olas inundaban los camiones anfibios DUKW que transportaban los obuses de 105 mm del 111.° Batallón de Artillería de Campaña.51 Once de un total de trece se hundieron, en su mayoría cuando todavía estaban dando vueltas por la zona de encuentro. La artillería de la 1.° División no salió mejor librada. La Compañía de Cañones del 16.° de Infantería perdió sus seis obuses de 105 mm en los DUKW. El 7.° Batallón de Artillería de Campaña no consiguió desembarcar ningún cañón; la mayoría de estas armas se hundieron también con los DUKW.
Más en el interior, los obstáculos todavía no habían sido eliminados. Los ingenieros del 146.° Batallón Especial de Demolición Submarina habían sido desembarcados casi dos kilómetros más al este del punto que se les había asignado, debido sobre todo a las corrientes cruzadas. Cota y Canham mantuvieron un rápido intercambio de opiniones. Durante el desembarco no sólo se habían deshecho los batallones, sino también las compañías y los pelotones. Lo que tenían que hacer era obligar a los hombres a que, una vez que hubieran limpiado sus armas, siguieran avanzando entre las alambradas y los campos de minas hasta los promontorios con el fin de atacar las posiciones alemanas.
A las 08:00, mientras Cota buscaba un punto por el que atravesar la alambrada y dirigirse a la rambla de Les Moulins, tuvo lugar una escena terrible.52 Justo cuando una gran lancha de desembarco, la LCIL 91, se acercaba a la playa, explotó un proyectil de artillería y al parecer alcanzó el depósito de combustible de un soldado encargado de llevar un lanzallamas. «El hombre fue catapultado fuera de cubierta, destruyendo por completo el mamparo de estribor y cayendo al agua. El combustible ardiendo del lanzallamas cubrió la cubierta principal y la superestructura del barco… La LCIL, que era el cuartel general alternativo del 116.°, siguió ardiendo más de dieciocho horas, durante las cuales su arsenal de munición de 20 mm destinada a los cañones antiaéreos Oerlikon no paró de explotar».53 Diez minutos más tarde, la LCIL 92 fue víctima de un accidente similar. Muchos ingenieros sufrieron graves quemaduras y tuvieron que ser arrastrados bajo un fuego intensísimo hasta el abrigo del rompeolas.
Cota decidió llevar a cabo un reconocimiento por la derecha mientras que Canham se dirigía a la izquierda con la intención de encontrar una salida de la playa. Poco después, Canham recibió un tiro en la muñeca derecha, pero hizo que se la vendaran y siguió adelante. Uno de sus soldados reconoció al «Viejo Cara Larga» con el «brazo derecho en cabestrillo y empuñando un Colt del 45 con su huesuda mano izquierda». Canham, «alto y delgado, con gafas de montura de alambre y un bigotito fino», era originario del sur; era él el oficial que había advertido a sus hombres que dos tercios de ellos iban a morir. Se movía de un lado para otro gritando a sus oficiales que sacaran a los hombres de la playa. «¡Sacad de una puta vez a esos hombres de la playa! ¡Id a matar a algún puto alemán!». Un teniente coronel que había encontrado un lugar donde resguardarse del fuego de los morteros gritó a su vez: «¡Coronel, usted cúbrase o lo matarán!». «¡Mueve el culo de una vez y sal de ahí!», replicó Canham. «¡Y saca a los hombres de esta puta playa!».54
En la parte este de Omaha, el coronel George Taylor, al mando del 6.° Regimiento de Infantería de la 1.a División, actuó de la misma manera. La falta de apoyo blindado de la 1.a División tras el desastroso desembarco del 741.° Batallón de Tanques demasiado lejos del punto debido, hace que su gesta resulte aún más impresionante. El capitán Hall, el médico herido, observó cómo Taylor iba de un oficial a otro. «Tenemos que salir de la playa antes de que apunten los 88 contra nosotros», les decía. «Si vamos a morir, no será sin matar a unos cuantos alemanes».55 Junto al coronel Taylor estaba un oficial de la Marina británica que lucía una gran barba y que «sentado sobre sus posaderas y fumando, tenía pinta de aburrido». Taylor hizo además un famoso comentario a sus hombres: «¡En esta playa no hay más que muertos y los que van a morir! ¡Salgamos de una maldita vez de aquí!».56
De hecho el primer embate contra Omaha ya había tenido lugar cuando parte del 2.° Batallón del 16.° de Infantería desembarcó entre Saint-Laurent y Colleville, y logró cruzar la playa sin sufrir más que dos bajas. A las 07:35, la 352.a División de Infantería alemana envió el siguiente comunicado al cuartel general del general Marcks: «Al noreste de Colleville una fuerza enemiga de entre 100 y 200 hombres ha penetrado en nuestras líneas». Los alemanes estaban claramente preocupados. Se ordenó a un batallón del «Destacamento Meyer» que se ocupara de la incursión realizada en las cercanías de Colleville, pero, según el cuartel general de su división, no cabía esperar que llegara «antes de hora y media». De hecho, los ataques aéreos de los aliados impidieron que llegara antes de última hora de la tarde.57
El general de división Kraiss, sin embargo, vio enseguida que no podía desviar más tropas a Omaha. Como señala la historia oficial americana, la 50.a División británica, que desembarcó en la playa Gold unos kilómetros más hacia el este, supuso «la amenaza inmediata más grave para los alemanes».58 Aunque su hora H había sido fijada una hora más tarde que el ataque de los americanos, «el asalto de los británicos logró penetrar las defensas costeras en algunos lugares durante las primeras horas». El flanco izquierdo de la 352.a División quedó completamente expuesto, y el grueso de la Kampfgruppe de Meyer fue redirigido hacia Crépon con el fin de hacer frente a los ingleses. El propio Meyer murió ese mismo día un poco más tarde combatiendo contra los británicos en Bazenville. Sólo noventa de sus casi tres mil hombres volvieron a unirse a la división.
Aunque una compañía del 2.° de Rangers había desembarcado sufriendo un número desastroso de pérdidas junto a la Compañía A del 116.° en el extremo occidental de Omaha, el principal objetivo del resto del batallón era la batería situada en la Pointe du Hoc, mucho más allá del promontorio. Pero también a estos Rangers los perseguiría la mala suerte.
El teniente coronel James E. Rudder, el oficial al mando del 2.° de Rangers, se dio cuenta cuando se dirigía a la Pointe du Hoc de que el timonel de la Marina Real británica los conducía demasiado al este, casi al centro de la propia playa Omaha. Perdieron media hora luchando contra la corriente en torno a la Pointe du Hoc. Una vez que las embarcaciones estuvieron en posición al pie del acantilado, fueron utilizados garfios impulsados por cohetes, recurso inventado por los comandos británicos. Muchos de ellos se quedaron cortos, en parte porque las cuerdas pesaban demasiado a causa del agua, pero varios lograron agarrar y los primeros hombres empezaron a trepar por el acantilado. Se utilizaron también algunas escalas de la brigada anti-incendios de Londres. Los alemanes no podían creer que los garfios procedieran de las lanchas de desembarco situadas al pie del acantilado. El cuartel general de la 352.a División de Infantería fue informado de que «desde los buques de guerra en alta mar el enemigo dispara contra los acantilados bombas especiales de las que salen escalas de cuerda».59
La guarnición alemana situada en lo alto del acantilado intentó repeler a los atacantes lanzándoles granadas, pero el fuego de apoyo de los destructores Satterke y Talybont, el primero norteamericano y el segundo británico, obligó a los defensores a permanecer agazapados durante los primeros momentos del asalto. El Satterlee permaneció al lado de los Rangers durante todo el día, dispuesto a prestarles ayuda. La valentía y la pericia de los primeros Rangers que escalaron el acantilado les permitieron hacerse con un puesto avanzado en la cima. Pronto vinieron a reforzarlos otros. Para su sorpresa, se dieron cuenta de que no había grandes cañones montados en la batería. Los cañones se encontraban un poco más en el interior y no tardaron en ocuparse de ellos.
El operador de radio de Rudder intentó enviar la señal de triunfo «Alabad al Señor», pero los aparatos no funcionaban debido al agua de mar. En cualquier caso, ya era demasiado tarde. El retraso en la consecución del objetivo supuso que el 5.° Batallón de Rangers, que había permanecido a la espera frente a la costa dispuesto a acudir como refuerzo, dio por supuesto que el ataque de sus compañeros había fracasado. En consecuencia, siguió el plan alternativo y desembarcó en Omaha para apoyar al 116.° de Infantería, desde donde el general de brigada Cota lo envió a atacar los promontorios.60
El batallón alemán del 916.° Regimiento de Granaderos situado en la Pointe du Hoc tardó incluso más en establecer comunicación. La 352.a División de Infantería no se enteró hasta las 08:19 de que los Rangers habían logrado escalar el acantilado.61 Los combates continuarían durante todo ese día y buena parte del siguiente, pues el 916.° contraatacó una y otra vez a los hombres de Rudder. Los Rangers se quedaron sin municiones y recurrieron a las armas de los alemanes, quitándoselas a los enemigos muertos. La solución se revelaría sumamente peligrosa cuando finalmente llegara una tropa de refuerzo.
No lejos de la primera gran lancha de desembarco que aún estaba en llamas, Cota escogió un sector del rompeolas en el que había un terraplén unos cinco metros más allá. Dijo a un soldado armado con un fusil Browning automático que no permitiera asomar la cabeza a los alemanes del promontorio situado encima. Supervisó luego la colocación de los torpedos Bangalore debajo de las alambradas. Cota había dicho además al teniente coronel Max Snyder, del 5.° de Rangers, que abriera en ellas brechas de esa misma manera, que avanzara hacia el interior y girara luego a la izquierda para atacar las fortificaciones alemanas de la Pointe et Raz de la Percée.
Una vez voladas las alambradas y con el humo provocado por las hierbas marinas que se habían puesto a arder como consecuencia de las bombas lanzadas desde los barcos, Cota decidió que había llegado el momento de hacer un ataque por el tramo de prado pantanoso que conducía al pie del promontorio. El primer soldado que cruzó las alambradas, sin embargo, fue alcanzado por una ráfaga de ametralladora. «¡Médico!», gritó. «¡Médico! ¡Me han dado!». Estuvo gimiendo y quejándose unos minutos. «Finalmente murió tras musitar "¡Mamá!" varias veces».62 Los demás hombres estaban tan abatidos, que Cota tuvo que ponerse a abrir la marcha para conseguir que se pusieran en movimiento. Pronto una sola hilera de fusileros del 116.° había pasado el promontorio y avanzaba hacia la cima. El humo producido por la hierba en llamas era tan denso, que los que no habían tirado las máscaras antigás tuvieron que ponérselas.
A las 08:30, Cota volvió para reunirse con Canham en el puesto de mando que éste había improvisado al pie del promontorio. La atención de todos se dirigió hacia un soldado americano que avanzaba llevando delante de él a cinco prisioneros alemanes con las manos en la nuca. Pero una ráfaga de ametralladora disparada desde arriba por el enemigo mató a los dos primeros prisioneros. Los tres restantes se pusieron de rodillas y volviéndose hacia el nido de ametralladoras empezaron a suplicar que no les dispararan, pero otro de ellos recibió un tiro en pleno pecho.63
De repente, los alemanes, dándose cuenta de que la mayoría de los soldados americanos se protegían detrás del rompeolas, empezaron a utilizar contra ellos sus morteros. Al estallar las descargas, los guijarros salían volando como si fueran metralla. Una bomba de mortero cayó junto al grupo de Canham, causó la muerte a dos hombres situados cerca de Cota y lanzó al operador de radio a seis metros de distancia colina arriba.64 Trasladaron el puesto de mando rápidamente, pero seguían sin tener contacto con la 1.a División, que se hallaba más a la izquierda. Las comunicaciones se habían roto por completo. Para complicar aún más el problema de las radios estropeadas por el agua salada, los fusileros alemanes habían centrado su puntería en los radiotelegrafistas, cargados con una pesada impedimenta, mientras intentaban cruzar la playa con sus mochilas de casi cincuenta kilos.
La falta de contacto con tierra inquietaba al general Gerow, que esperaba noticias en el puente de su buque insignia, el Ancon, de la Marina de los Estados Unidos, a diez millas de la costa. Ya se había alarmado al ver cómo el mar embravecido lanzaba las lanchas de desembarco de un lado para otro y hundía a varias de ellas. Llegaban informes confusos, sobre todo de los tripulantes de las lanchas que regresaban para cargar la siguiente tanda de soldados. A las 09:15 recibió un mensaje del buque de control situado frente al sector Easy Red de Omaha. «Embarcaciones y vehículos amontonados en la playa. Tropas atrincheradas en la playa. El enemigo sigue disparando hasta que las lanchas quedan varadas».65 Gerow se enteró también de que los ingenieros eran incapaces de abrir pasos entre los campos de minas y de que «el fuego de los francotiradores y las ametralladoras enemigas parece concentrarse en los oficiales y los suboficiales».
Gerow informó de la situación a Bradley a bordo del Augusta, de la Marina de los Estados Unidos. Bradley empezó incluso a sopesar la posibilidad de abandonar Omaha y desviar a las siguientes oleadas de tropas a la playa Utah o al sector británico. La situación en muchos lugares de Omaha, sobre todo en torno a la salida de Vierville, era horrorosa. Pero, a pesar de la impresión general de caos absoluto, algunas tropas lograron desembarcar casi sin encontrar resistencia y se abrieron paso hasta la escarpadura sufriendo relativamente pocas bajas, como ya había demostrado la 1.a División cerca de Colleville. Incluso en la segunda oleada de la 29.a División, la Compañía C del 116.° vivió un desembarco relativamente fácil a las 07:10, a unos mil metros a la izquierda de su objetivo.66 Perdió sólo 20 de sus 194 hombres cruzando la playa hasta el rompeolas, y cuando empezaron a escalar el promontorio contaron además con la ayuda del humo provocado por la hierba marina que se puso a arder como consecuencia del bombardeo naval.67
El comandante S.V. Bingham, el oficial texano al mando del 2.° batallón del 116.° de Infantería, comunicó que en su grupo de lanchas de desembarco «todo el mundo llegó a tierra sano y salvo» a la altura de Dog Red.68 Uno de sus oficiales comentó que «el fuego enemigo no era tan duro como me imaginaba que iba a ser».69 Sin embargo, una de las compañías de Bingham, que desembarcó un poco más abajo, sufrió muchas bajas. Bingham condujo a unos cincuenta hombres a través del rompeolas y de las alambradas hasta una casa de tres pisos que había debajo del promontorio rodeado de trincheras. «Nadie tenía armas que funcionaran», señaló, de modo que se metieron en las trincheras para limpiarlas. Despejaron la casa, aunque la escalera había quedado destruida por los bombardeos. Una vez comprobado que era segura, Bingham condujo a sus hombres directamente al promontorio que quedaba delante de ellos. Se abrieron paso otros cuatrocientos metros tierra adentro, y a continuación giraron hacia la izquierda, en dirección a Saint-Laurent-sur-Mer, pero se encontraron con un fortín alemán instalado en una granja a las afueras del pueblo. El capitán Cawthorn, en el puesto de mando del batallón, se hallaba dando órdenes a voz en grito cuando un trozo de metralla le dio en la cara. Le entró por un carrillo y le salió por el otro sin dañarle la mandíbula, simplemente porque tenía la boca abierta en el preciso instante del impacto. Un oficial que llegó poco después notó que «escupía sangre al hablar, pero no parecía darle importancia».70
La situación de caos reinante en la playa y dentro del agua no había mejorado mucho a las 09:30. «No era más que una gran masa de restos, de hombres y materiales», informaría más tarde un oficial.71 Había vehículos incendiados y otros todavía en llamas, cadáveres y material abandonado disperso en todas direcciones. Las olas seguían arrastrando cuerpos muertos, como si fueran troncos, que eran depositados al borde del agua. Un soldado comentó: «Parecían las figuras del Museo de Madame Tussaud. Como de cera. Ninguno daba la sensación de ser real».72 En algunos lugares el borde del agua estaba bloqueado por lanchas de desembarco averiadas o destruidas. Mar adentro el caos era aún mayor. El coronel Benjamin B. Talley, ayudante de jefe del Estado Mayor de Gerow, comunicó que las lanchas de desembarco andaban perdidas por el agua como «una manada de reses en estampida».73 La Marina no sabía qué lanchas debían seguir adelante y cuáles debían ser retenidas. Pero aunque muchos de los vehículos que habían desembarcado estaban inservibles, los tanques de refuerzo empezaban al menos a marcar la diferencia, si bien varios perdían la oruga cuando intentaban maniobrar en la playa. Cambiar la oruga al aire libre bajo el fuego de los morteros y las ametralladoras exigía un valor extraordinario.
El curso del combate contra los reductos fue poniéndose poco a poco en contra de los defensores. En un caso, los ingenieros lograron colocar un camión cargado de dinamita junto a uno de ellos. «Encendieron la mecha y lo hicieron volar. Cuando entraron, encontraron los cuerpos de los alemanes intactos, como si los explosivos no les hubieran afectado, echando sangre por la nariz y por la boca. Habían muerto por conmoción cerebral».74 Las armas más eficaces eran los cañones de los destructores, ocho americanos y tres británicos, que navegaban en paralelo a la costa y peligrosamente cerca de las posiciones de bombardeo alemanas. Sus cañones se calentaron tanto que fue preciso echar mano a equipos de marineros provistos de mangueras para enfriarlos. Muchos soldados desembarcados en Omaha llegaron a creer más tarde, y no sin razón, que aquellos destructores adelantados los sacaron del apuro. La mayoría de los oficiales de infantería pensarían después que el apoyo naval habría sido mucho más eficaz si los destructores más próximos a la costa hubieran apuntado contra los fortines desde el primer momento, en vez de que los acorazados dispararan a ciegas desde la distancia.75
Los tanques desempeñaron también un papel importante. Un alemán superviviente del 2.° Batallón del 726.° Regimiento de Granaderos recordaba el mensaje de despedida enviado desde un bunker cuando atacaron los Sherman: «Lebt wohl, Kameraden!», «¡Adiós, camaradas!». Y a continuación se interrumpió la comunicación. Afirmaba también que los «supervivientes del "nido de resistencia" fueron ejecutados brutalmente en contra de la Convención de Ginebra con la excepción de sesenta y seis prisioneros, la mitad de los cuales estaban heridos».76
Aunque no tenemos confirmación de este incidente en ninguna de las versiones americanas, hubo casos de ejecuciones ilegales, motivadas sobre todo por la violencia del miedo reprimido y por el deseo de venganza después de la muerte de tantos compañeros. «Había un alemán moribundo, no sé qué rango tenía», escribía un reportero del Baltimore Sun que presenció la escena a última hora del día. «Estaba totalmente inconsciente en ese momento, pero recuerdo que a su alrededor había un puñado de soldados rasos mirando, hasta que uno cogió su carabina y le metió una bala en la cabeza diciendo: "Esta acabará con el hijo de puta", y desde luego que acabó».77
Algunos soldados americanos estaban convencidos de que ciertos franceses, no sólo hombres, sino también mujeres, habían tomado parte en el tiroteo ayudando a los alemanes. «Nos encontramos con civiles que nos disparaban con fusiles alemanes y actuaban como observadores al servicio de la artillería. Les pegamos un tiro».78 Los soldados americanos también fusilaron a los prisioneros de guerra alemanes que se movían de forma inesperada, pues debido a su estado de nervios temían que pudiera tratarse de una trampa. Hubo también, no obstante, ejemplos de humanidad. Un radiotelegrafista del 5.° de Rangers que recibió la orden de quitarles todos sus papeles a los prisioneros, reunió las fotos familiares que llevaban encima y se las volvió a meter en los bolsillos sin que nadie se diera cuenta. Los prisioneros apenas musitaron: «Danke schön!».79 Otro Ranger encargado de escoltar a unos prisioneros de guerra hasta la playa, tropezó y cayó en un gran cráter producido por una bomba. Tres prisioneros saltaron tras él. El hombre pensó instintivamente que iban a matarlo. Pero le ayudaron a levantarse, recogieron su fusil y se lo entregaron. Evidentemente no deseaban volver a su unidad para seguir luchando.80
A las 10:46, el coronel Talley envió un mensaje por radio al Ancon, de la Marina estadounidense. «Las cosas empiezan a pintar mejor».81
Pero el sistema de desembarco seguía siendo un lío terrible. Había un retraso enorme. Y a menudo llegaba el tipo de vehículo o de pertrechos que no debía, mientras que los cargamentos más necesarios eran retenidos. Muchos oficiales señalaron más tarde que hasta que la playa quedara asegurada, sólo deberían haber sido desembarcados la infantería, los tanques y los bulldozers blindados.
El general de brigada Cota estaba, como es natural, impaciente.
Subió al promontorio para ver cómo avanzaban los fusileros que había mandado por delante. Los encontró en el pequeño tramo de terreno llano, bloqueados por el fuego de las ametralladoras. Con el Colt del 45 automático en la mano, Cota avanzó entre sus hombres diciendo: «¡Venga! ¡Vamos a ver de qué estáis hechos!». Se lanzó a la carga al frente de ellos tras ordenarles que dispararan mientras avanzaban contra los setos y las casas. Llegaron a una pequeña carretera a unos trescientos metros tierra adentro. Un oficial se encontró con «un alemán muerto. Cuando lo mataron tenía un cigarrillo a medio fumar entre los dientes». Parece que casi todos los soldados recuerdan al primer alemán muerto que vieron. A un Ranger le «llamó la atención el aspecto gris, céreo» del primero que vio.82 Un soldado de la 1.a División recordaba incluso el nombre del primer cadáver que encontró. «Se le había caído el casco y pude ver impreso [en su interior el nombre] Schlitz».83
El grupo mixto formado por hombres de la 29.a División y algunos del 5.° Batallón de Rangers —con «un Ranger sin casco llevando orgullosamente un MG42 que había capturado»— se abrieron penosamente paso hacia el oeste a ambos lados de aquel sendero hasta Vierville-sur-Mer. Se encontraron de pronto por encima de la salida Vierville. Los detuvo de nuevo el fuego de las ametralladoras, de modo que Cota se puso otra vez al frente de la fila y envió a un grupo por un flanco para obligar a los alemanes a retirarse.
Fue más o menos por entonces cuando apareció la Compañía C del 116.°, que había logrado abrirse paso tras realizar un desembarco relativamente cómodo gracias a la humareda provocada por el incendio de las hierbas marinas. Cuando doblaron siguiendo la escarpa hacia Vierville, se encontraron con el general de brigada Cota, «que hacía girar rápidamente su pistola con un dedo con absoluta tranquilidad». «¿Dónde diablos os habíais metido, chicos?», preguntó.84 Les ordenaron que avanzaran hacia el oeste de Vierville.
Apareció también el coronel Canham, que había remontado el promontorio al frente de otro grupo. Canham y Cota parlamentaron y decidieron que aquellos grupos del 1.er Batallón del 116.° debían seguir adelante hasta Pointe et Raz de la Percée. Aquella fuerza mixta sería apodada la «brigada bastarda» de Cota. Los nombres del 116.° decían de los Rangers que «individualmente eran los mejores combatientes con los que habíamos trabajado, pero no era posible ponerlos a trabajar juntos en equipo».85
Cada vez más grupos fueron subiendo el promontorio, pero tuvieron que vérselas con campos de minas reales y ficticios. Cada uno intentaba pisar exactamente en el mismo sitio en el que lo había hecho el hombre que lo precedía. El hecho de encontrarse con heridos y muertos por el camino hacía que todos se concentraran. Un soldado de la 29.a División recordaría que cuando trepaba por la colina, en medio de la hierba marina, vio de pronto a un teniente que había perdido la pierna hasta la altura de la rodilla como consecuencia de una explosión. «Aquellos huesos astillados que le salían claramente de la rodilla eran blanquísimos. Me dijo: "¡Soldado, cuidado con esas minas!"».86 Esta muestra extraordinaria de sangre fría no fue un caso aislado. Un soldado del 115.° que ascendía por el promontorio se encontró a un hombre en el suelo. «Cuando me acerqué hasta él comprendí por qué estaba tumbado allí. Había pisado una mina y la explosión le había arrancado la mitad del pie derecho. Se había arrellanado de manera bastante cómoda y estaba fumando un cigarrillo. Avisaba a casi todos los que pasaban por allí de que había una mina escondida en el suelo más o menos a un metro de donde él se encontraba».87
Aunque la «brigada bastarda» de Cota y otros grupos se habían adentrado en el país a medio día, por la rambla de Vierville no había aparecido todavía ningún tanque procedente de la playa. Un buque de guerra de la Marina estadounidense había estado bombardeando esa salida. «En el ambiente flotaba el humo, el polvo provocado por el hormigón hecho trizas y el sabor acre de la cordita de las bombas estalladas».88 Poco después de las 12:30, cuando cesó el bombardeo, Cota bajó por la rambla al frente de una patrulla, y por el camino aceptó la rendición de varios alemanes aterrados. Por lo que les contaron unos civiles franceses en Vierville, a los que encontraron bebiendo leche en una tienda, se enteraron también de que unos cuatrocientos alemanes habían abandonado el pueblo cuando los cañones de los barcos empezaron a abrir fuego.89 Al final del sendero había un muro antitanque y un pequeño campo de minas. Un prisionero alemán fue obligado a abrir la marcha al atravesarlo, y todo el mundo siguió exactamente sus huellas. En el paseo marítimo pudieron ver los cadáveres tendidos sobre la playa, los tanques volados y a los hombres que seguían buscando refugio al abrigo de las villas situadas en primera línea de playa. Cota dijo a sus oficiales que siguieran avanzando y ordenó a los ingenieros que volaran el muro antitanque.
Más adelante, encontraron en la playa a otros hombres que habían buscado refugio junto al promontorio. En las inmediaciones había un bulldozer abandonado. Llamó a gritos a los soldados y les dijo que acababa de bajar por la rambla desde lo alto. «No hay más que unos cuantos fusileros en el acantilado, pero ya están quitándolos de en medio. ¿Tiene alguno de vosotros agallas suficientes para conducirlo?». Finalmente encontró a un hombre capaz de llevarlo por la salida de Vierville con su provisión de dinamita, que se necesitaba con urgencia. Cota siguió adelante hacia la siguiente salida de la playa, cerca de Les Moulins, donde se había congregado el personal de su cuartel general. Dictó una marea de órdenes.90
Cota continuó su avance hacia el este para reunirse con el general de brigada Weyman, vicecomandante en jefe de la 1.a División. Probablemente Weyman no tuviera un aspecto muy marcial, pues se había envuelto en una manta debido a que su ropa había quedado empapada durante el desembarco. Se confirmó que el 116.° iba a seguir despejando la zona al oeste de Vierville en dirección a Grand-camp, y que el 115.° Regimiento, el grupo de combate complementario de la 29.a División, que había empezado a desembarcar en el sector Fox Green a las 11:00, avanzaría hacia el interior en dirección a Longueville. Cota regresó a su puesto de mando. Es evidente que no le gustaron algunas cosas de las que vio. «Algunos soldados de la 6.a Brigada Especial de Ingenieros que habían abierto unas cuantas trincheras poco profundas para protegerse de la artillería, estaban comiendo tranquilamente sus raciones K, mientras a su alrededor yacían los cuerpos de los muertos y los moribundos». Pero nadie podía reprochar nada a los sanitarios, que se dedicaban a retirar a las víctimas de las minas antipersona colocadas en el promontorio.
La acumulación de tropas no tardó en acelerarse. A las 12:30, los americanos habían desembarcado en Omaha a dieciocho mil setecientos setenta y dos hombres.91 Media hora después, una compañía del 16.° Regimiento de Infantería de la 1.a División, apoyada por hombres del 116.° de Infantería de la 29.a, empezó a atacar Colleville-sur-Mer. Un par de informes afirman que muchos de los alemanes que había en Colleville estaban borrachos, y que a algunos les parecía gracioso gritar las órdenes en inglés. Los americanos se abrieron paso combatiendo, pero luego vieron cómo eran bombardeados por su propia artillería naval y sufrieron ocho bajas. El humo de la cordita era tan intenso que toda la Compañía G, incluidos los sanitarios encargados de atender a los heridos, tuvieron que ponerse las máscaras antigás. Las señales con bengalas amarillas no lograron imponer el alto el fuego, pero finalmente cesó el bombardeo del buque de guerra. Sólo un poco más tarde el cuartel general de la 352.a División de Infantería alemana se enteró de que los americanos habían rodeado la población, tras recibir un mensaje en el que se notificaba que «los heridos no pueden ser llevados a la retaguardia».92
El 18.° de Infantería de la 1.a División siguió adelante, flanqueando Colleville, mientras proseguían los combates en esta localidad. El 115.° de Infantería de la 29.a División también había continuado avanzando hacia el interior y había atacado Saint-Laurent. Al cabo de un rato, a las 14:15, fueron identificados por sus nóminas los primeros prisioneros de la 352.a División de Infantería alemana. «No podía dar crédito a mis ojos», escribiría poco después de la batalla un oficial de inteligencia, sorprendido de que no fueran advertidos de su presencia.93
Una vez eliminado en la playa casi todo el fuego observado, los bulldozers blindados lograron despejar algunos tramos para acelerar la llegada de más tropas y más vehículos. Los tanques calcinados fueron arrastrados o apartados a un lado, e incluso las lanchas averiadas fueron remolcadas y quitadas de en medio. Un ingeniero que acompañaba a la 1.a División dijo que el olor a carne quemada hizo que le costara trabajo comer durante varios días.94 Las cuadrillas de demolición siguieron volando los obstáculos de playa colocados por los alemanes. Para retirar los objetos que pudieran ocultar bombas trampa, utilizaban garfios atados a maromas largas. Seguían cayendo bombas de la artillería enemiga —el fuego de los cañones alemanes continuaría «repasando» la playa de un lado a otro—, pero muchas explosiones que parecían bombas eran minas que estallaban u obstáculos que eran volados por las cuadrillas encargadas de despejar la zona.
Los equipos médicos también trabajaban a una velocidad frenética. Muchos heridos, especialmente los afectados por la conmoción, eran doblemente vulnerables al frío. Unos soldados fueron enviados a recuperar mantas de una lancha que había naufragado y a reunir prendas de vestir extra que obtenían quitándoselas a los muertos. Los sanitarios a menudo no podían hacer nada más que administrar morfina y atender de cualquier manera las heridas superficiales, como las que producían en las nalgas los fragmentos de mortero. Algunos heridos eran casos desesperados. «Vi a un soldado joven totalmente pálido y llorando de dolor sin disimulo», escribió un capitán del 60.° Batallón Médico, «con los intestinos al aire debajo del uniforme. No había nada que yo pudiera hacer, excepto inyectarle morfina y consolarlo. No tardó en morir».95
Los médicos trataban a los que padecían fatiga de combate con nembutal para sedarlos. Se aplicaban bolsas de plasma mediante gotero a los que perdían demasiada sangre, circunstancia que delataba el color amoratado de las manos. No obstante, a pesar de las mantas y el plasma, muchos morirían a consecuencia de la conmoción y de la exposición a la intemperie durante la noche.96 Las bajas de todo tipo pudieron al fin ser devueltas a los buques en lanchas de desembarco vacías, pero los que fueron heridos en las zonas más solitarias tuvieron que esperar largo tiempo a ser atendidos. Debido al caos del desembarco, en algunos sectores seguía sin haber equipos sanitarios. El batallón médico de la 1.a División había sufrido tantas pérdidas durante el desembarco que tuvo que centrarse en primer lugar en atender a sus propias bajas. Los soldados heridos en los campos de minas en lo alto de los promontorios fueron los que más tiempo tuvieron que esperar, pues los ingenieros tenían que despejar el camino para llegar hasta ellos. Muchos permanecieron allí toda la noche hasta que pudieron ser auxiliados a la luz del día.
Los heridos fueron trasladados a barcos como el Samuel Chase o el Bayfield, o a LST adaptados temporalmente como buques hospitales para el viaje de vuelta. Desde las lanchas eran izados en camillas de red mediante una grúa. A bordo de los buques reinaba una «confusión organizada» entre los médicos que realizaban la labor de recepción y clasificación de los pacientes. Un soldado herido de repente se dio cuenta de que le faltaba la pierna derecha. Los sanitarios tuvieron que obligarlo a permanecer tumbado mientras gritaba: «¿Qué voy a hacer yo ahora? ¡Mi pierna! ¡Soy agricultor!».97
A los moribundos se les aplicaba morfina y plasma, y luego «los dejaban solos para que fuera de ellos lo que Dios quisiera».98 Los marineros trasladaban los cadáveres en camillas al frigorífico del barco, solución que no resultó muy del agrado de los cocineros. Se sintieron aún peor cuando un cirujano empezó a llevar a cabo operaciones en su cocina. El Bayfield llevaba a bordo sólo a un cirujano militar experimentado, al que asistían otros médicos de la Marina que no estaban habituados a ese trabajo. La mayoría de los auxiliares médicos tampoco habían visto nunca heridas de combate. Uno de ellos se encontró con un Ranger que había recibido unas heridas terribles en la cabeza y no se dio cuenta de que lo único que le mantenía los sesos en su sitio era el casco. Cuando se lo quitó, al pobre hombre empezó a salírsele la masa cerebral. «Intentó metérsela otra vez en el cráneo, pero sin mucho éxito». Un médico trató de convencer al auxiliar horrorizado de que el soldado habría muerto de todas formas.
A las 17:21, el coronel Talley envió un mensaje por radio si Ancon, de la Marina estadounidense, diciendo que la playa permitiría «tráfico rodado y de vehículos con oruga» en la mayor parte de la zona situada por debajo de la marca de marea alta. El alivio del general Gerow fue considerable. Decidido a establecer el cuartel general de su cuerpo de ejército en suelo francés antes del anochecer, Gerow bajó a tierra. Cruzó la playa en un bulldozer blindado enviado por el coronel Talley para recogerlo, y llegó al puesto de mando a las 20:30. Éste seguía situado a quinientos metros del frente."
El general Charles H. Gerhardt, el diminuto ordenancista que estaba al mando de la 29.a División, había desembarcado poco antes. Estableció su cuartel general y se puso a estudiar el mapa sentado en una caja de raciones C.100 Los dos generales tenían muchas cosas sobre las que meditar: los próximos movimientos que iban a hacer y las bajas sufridas. Se comunicó que había más de dos mil hombres muertos, desaparecidos o heridos, y las cifras siguen sin estar claras[10]. El autor de la historia oficial, Forrest C. Pogue, en el curso de las entrevistas mantenidas con los supervivientes, descubrió que «dieron por hecho que todos los demás habían muerto o habían sido hechos prisioneros. Este tipo de confusión de guerra fue el origen de los cálculos enormemente exagerados del número de bajas, aunque los peores estaban muy por debajo de lo que se temía antes del Día D».101 El único hecho cierto es que en las primeras veinticuatro horas de la invasión perdieron la vida tres mil civiles franceses, cifra que duplica el número total de americanos muertos.
Aunque las bajas sufridas por los aliados el Día D fueron menores de lo que calculaban los responsables de elaborar los planes, no redujeron en absoluto la conmoción que supuso la matanza de la primera oleada de invasores en Omaha. La Compañía A del 116.° Regimiento de Infantería, perteneciente a la Guardia Nacional, se convirtió en símbolo de sacrificio, aunque no fuera demasiado representativo. Uno de los supervivientes de esa compañía se encontró a la mañana siguiente al general de brigada Cota. Éste le preguntó a qué unidad pertenecía. Cuando se lo dijo, Cota se limitó a asentir con la cabeza embargado por la tristeza. «Sabía mejor que yo que la Compañía A había quedado prácticamente…, bueno estaba fuera de combate102 Alrededor de cien de sus doscientos quince hombres habían muerto y muchos más habían resultado heridos[11]».
Omaha se convirtió en una leyenda americana, pero en los combates que estaban por venir aguardaba una verdad más cruel. La media de pérdidas por división sufridas en Normandía por uno y otro bando superaría las sufridas por las divisiones soviéticas y alemanas durante un período de tiempo equivalente en el frente oriental[12].