Aislamiento de la zona de invasión
El movimiento de la Resistencia francesa, que se había desarrollado a partir de unos comienzos aislados en los días más oscuros de la guerra, se revelaría fragmentario y desorganizado. Unir a tantos grupos de ideas políticas enormemente diversas había resultado una tarea difícil y peligrosa. Muchos valientes, entre los cuales el más famoso era Jean Moulin, habían muerto o habían arriesgado la vida en su intento de coordinar la Resistencia. En febrero de 1944, logró alcanzarse cierta forma de unidad a las órdenes del Conseil National de la Résistance, y Georges Bidault fue elegido su líder. Bidault, que más tarde se convertiría en ministro de Asuntos Exteriores con De Gaulle, fue considerado aceptable tanto por los comunistas como por los no comunistas.
En términos sumamente generales, en 1944 la política francesa estaba dividida en tres sectores, y en el conjunto de la población unos eran catalogados como pétainistas, otros como comunistas y otros como gaullistas, según el nombre empleado para definirlos por sus respectivos adversarios. Por supuesto no era ésa necesariamente la forma en que los ciudadanos se veían a sí mismos. Gran parte de la Resistencia trabajaba con De Gaulle sin ser forzosamente gaullista. La ORA, Organisation de Résistance de l’Armée, aceptaba las órdenes de De Gaulle, pero sus dirigentes nunca dejaron de desconfiar de él. Capitaneada por el general Revers y otros oficiales, la ORA surgió de las ruinas del ejército del Armisticio de Vichy, desmantelado por los alemanes a raíz de su invasión de la zona no ocupada en noviembre de 1942. Los comunistas los consideraban meros pétainistas chaqueteros que se habían infiltrado en la Resistencia. Pero fueron precisamente los comunistas los que, trabajando entre bastidores, mostraron mayor habilidad en el arte de la infiltración, utilizando sus clásicas tácticas de «entrismo». Emplearon muchos trucos para lograr que sus representantes, a menudo de manera disimulada, entraran en los comités más importantes de la Resistencia. Luego se encargarían de apoderarse de ellos desde dentro, dejando en la superficie una apariencia de unidad política.
El Partido Comunista Francés se había visto en una posición insostenible mientras estuvo vigente el pacto germano-soviético. Pero a partir de la invasión de la Unión Soviética por Alemania, algunos jóvenes franceses de uno y otro sexo, radicales y resueltos, pasaron con entusiasmo a engrosar las filas de la Resistencia. Los enormes sacrificios del Ejército Rojo y de los partisanos se convirtieron en una poderosa fuente de inspiración, que debía poco al estalinismo del período de preguerra. Algunos integrantes del brazo armado del partido comunista francés, los FTP (Francs Tireurs et Partisans) creían que la lucha contra Vichy y la ocupación alemana debía transformarse en una insurrección política y en una lucha de liberación nacional a un tiempo. Al no estar ejercitados en la disciplina estalinista y carecer de cualquier tipo de instrucciones procedentes de Moscú, ignoraban por completo que lo último que deseaba el Kremlin era que se desencadenara una revolución en Francia, en la retaguardia del frente de los aliados. Hasta que Alemania fuera derrotada por completo, Stalin necesitaba toda la ayuda americana que pudiera conseguir en forma de préstamos de camiones, alimentos y acero. Además, lo que más temía era que los aliados occidentales cayeran en la tentación de firmar una paz por separado con Alemania. Desde luego no quería que los comunistas de otros países provocaran líos que pudieran proporcionar cualquier tipo de excusa.
Los comunistas integrados en la Resistencia francesa no sabían nada de esto y no sólo como consecuencia de la dificultad de las comunicaciones. En Moscú, la Sección Internacional del Comité Central, que había sucedido al Comintern, recibía pocas instrucciones de arriba. Stalin se había lavado las manos en lo concerniente a Francia. Parece que no podía perdonarle que se hubiera hundido con tanta rapidez en 1940, circunstancia que, en contra de lo que él calculaba, había hecho que de repente la Unión Soviética fuera vulnerable a los ataques de la Wehrmacht.
En Londres, la Dirección de Operaciones Especiales (DOE; SOE por sus siglas en inglés), que estaba en contacto por radio con 137 estaciones activas, calculaba que en la primavera de 1944 la fuerza de la Resistencia se acercaba a los 350 000 individuos. En torno a unos cien mil quizá dispusieran de armas susceptibles de ser utilizadas, pero sólo diez mil tenían municiones para más de un día de combate. La principal aportación que podía ofrecer la Resistencia a la Operación Overlord consistía no ya en las acciones de guerrilla, sino en las de inteligencia y sabotaje, contribuyendo a que Normandía quedara aislada del resto de Francia.1
Résistance Fer, la organización de los ferroviarios, desempeñó un papel considerable en esos dos terrenos. La fuerza de las divisiones podía calcularse por el número de trenes empleados para su transporte. Por ejemplo, se sabía que la 12.a División Acorazada de la SS Hitlerjugend estaba muy cerca de contar con una fuerza máxima, pues los ferroviarios, los llamados cheminots, habían informado de que se habían necesitado ochenta y cuatro trenes para su transporte. Había un «Plan Verde» (Plan Vert), encargado del sabotaje. En colaboración con otros grupos de la Resistencia, los cheminots ayudaron al descarrilamiento de los trenes en túneles, de los que resultaba muy difícil sacarlos. Las grúas capaces de levantar grandes pesos se convirtieron en objetivo prioritario del sabotaje y de los ataques aéreos. Las locomotoras eran averiadas en las zonas de enganche y constantemente se producían voladuras de vías férreas.2
En Borgoña y en el este de Francia, hasta la frontera alemana, el tráfico ferroviario quedó interrumpido. En total, treinta y siete líneas férreas quedaron cortadas en los alrededores de Dijon justo antes de la invasión. Los ferroviarios franceses sufrieron fuertes represalias a manos de los alemanes. Varios centenares fueron ejecutados y otros tres mil fueron deportados a campos de concentración. Los maquinistas se enfrentaban también constantemente a los bombardeos de los cazas aliados. A los pilotos de los Typhoon les encantaba apuntar a los trenes con sus cohetes y cañones, y ver cómo explotaban las locomotoras en medio de una nube de vapor. En un ámbito menos espectacular, los cheminots se convirtieron en verdaderos expertos en provocar retrasos en los convoyes de tropas alemanas, a menudo enviándolos por líneas equivocadas. Los alemanes se vieron obligados a traer a 2500 ferroviarios de su país, pero los sabotajes continuaron.
Aparte de los motivos evidentes para impedir el movimiento de las tropas y los pertrechos alemanes por vía férrea, había una ventaja añadida en el hecho de obligar a realizar los transportes por carretera.
Las orugas de los tanques tenían sólo un kilometraje limitado, y como consecuencia del bombardeo de las instalaciones y refinerías petrolíferas por la 8.a Fuerza Aérea norteamericana, la Wehrmacht sufría una desesperante escasez de combustible. La falta de goma para los neumáticos convertía también a los camiones en un blanco fácil para los grupos de la Resistencia. Esparcir clavos y cristales por las carreteras usadas por los vehículos encargados del transporte de pertrechos resultó asimismo muy eficaz para dificultar el tráfico rodado, que era el objetivo del Plan Tortue o «Plan Tortuga».
El Plan Violet, «Plan Violeta», fue asignado a los miembros del servicio de teléfonos y telecomunicaciones de Francia, la PTT. El plan se concentró en cortar los cables subterráneos que usaban los alemanes. Aunque los saboteadores no lo supieran, estas acciones tenían la ventaja añadida de obligar a los alemanes a utilizar comunicaciones por radio, que podían ser descodificadas por Ultra. El Plan Bleu o «Plan Azul», por su parte, se centraba en el sabotaje de las líneas eléctricas.
En los departamentos normandos de Calvados y Manche, la Resistencia no constituía una fuerza importante. Entre las pequeñas redes existentes, la organización más activa desde el punto de vista militar era el grupo Surcouf de Pont-Audemar. Tenía cerca de doscientos miembros en Bayeux y sus alrededores, así como varios pescadores en los pequeños puertos de la costa. Más en el interior, donde las condiciones eran menos desfavorables, había ocultas armas listas para ser empleadas cuando fuera preciso. En el Orne, cuyos espesos bosques ofrecían un magnífico escondite, la Resistencia contaba con unos mil ochocientos hombres y mujeres, un tercio de los cuales disponían de armas.3
El reducido número de grupos de acción existente en Calvados no suponía en modo alguno falta de ayuda para los aliados. Lo cierto era que habían hecho llegar a Londres una marea de información. Las divisiones alemanas de la región eran identificadas en las lavanderías por los números escritos en los cuellos de las guerreras. Muchos de los detalles que permitieron a los británicos apoderarse del puente sobre el Orne en Benouville, en una operación muy afortunada con aviones planeadores, procedían de las informaciones suministradas por la Resistencia. Y dos hombres que trabajaban en las oficinas de la OT (Organisation Todt), encargada de supervisar la construcción de defensas costeras, realizaron copias de planos y mapas. Uno de ellos, el señor Brunet, fue descubierto y condenado a muerte. Los campos de minas, verdaderos y falsos, también fueron identificados, y se llevaron a cabo intentos de calcular el calibre de los cañones que protegían las playas. Esta tarea resultó difícil, pues los operarios fueron evacuados antes de que se instalara la artillería costera, pero la extensión de la zona prohibida para el ejercicio de la pesca durante las prácticas de tiro proporcionó unas indicaciones muy útiles.4
Mientras el general Koenig y su Estado Mayor coordinaban las actividades de la Resistencia desde Londres, el SHAEF planificaba las operaciones de los distintos grupos de fuerzas especiales que debían ser lanzados en paracaídas para colaborar con la Resistencia. El SHAEF calculaba que los grupos de la DOE existentes ya sobre el terreno iban a atacar objetivos ferroviarios principalmente en el interior. Los 2420 soldados del Servicio Aéreo Especial (SAS, por sus siglas en inglés), por otra parte, serían lanzados más cerca de la costa. En el cuartel general del 1.er Ejército norteamericano al mando de Bradley los oficiales de infantería ligera convencionales del ejército regular se mostraban muy escépticos respecto al SAS, a cuyos integrantes consideraban «nada más que unos saboteadores muy bien entrenados como paracaidistas». «El objetivo», decía el correspondiente informe, «es lanzar a los del SAS muy cerca de la zona y dejarles matar a unos cuantos enemigos aquí y allá, además de realizar acciones como poner agua en los depósitos de gasolina, desinflar neumáticos y, en general, otras jugarretas por el estilo». El ejército americano tendría ocasión más tarde de agradecer mejor la labor de estos hombres, especialmente en Bretaña.5
La unidad destinada a Bretaña, el 2ème Régiment de Chasseurs Parachutistes de la Brigada SAS, sería la primera unidad francesa que entraría en acción en suelo francés desde 1940. Tocados con la típica gorra granate del Regimiento Paracaidista británico adornada con una insignia con la Cruz de Lorena, sus destacamentos avanzados despegaron de Fairford en aviones Halifax la noche del 5 de junio. A finales de julio, el SAS francés tenía una fuerza de más de treinta mil maquis bretones en acción.
Desde marzo de 1943, otros grupos habían estado entrenándose para lanzarse en paracaídas sobre Francia con el fin de ayudar y entrenar a la Resistencia en determinadas zonas clave. Los más importantes eran los equipos «Jedburgh», integrados por tres hombres, generalmente un oficial británico o americano, un oficial francés y un operador de radio. En total, serían lanzados ochenta y tres equipos uniformados de este estilo con órdenes del Estado Mayor del general Pierre Koenig, pero muchos llegaron demasiado tarde para resultar útiles.6
Rommel era muy consciente de la amenaza que representaban para sus líneas de comunicación no sólo la Resistencia, sino sobre todo las fuerzas aéreas de los aliados. «Tendremos con los pertrechos la misma experiencia en la batalla de la invasión que tuvimos en el norte de África», había dicho al general Bayerlein el 15 de mayo. «Las líneas de abastecimiento serán destruidas y no nos llegará nada desde el otro lado del Rin, como no nos llegó nada desde el otro lado del Mediterráneo».7
El plan de los aliados, sin embargo, no era bloquear el campo de batalla en el Rin. El SHAEF pretendía aislar Normandía y Bretaña destruyendo las comunicaciones por vía férrea y volando todos los puentes del Sena por el este y del Loira por el sur. Pero el lanzamiento del Plan «Transporte» (Transportation), como pasó a llamarse la operación, resultó muy difícil debido a las preocupaciones de los británicos y a las rivalidades personales de los mandos.
El lugarteniente de Eisenhower, el mariscal del aire Tedder, era el principal impulsor del plan. En el mes de febrero, el mariscal del aire Harris, de la Comandancia de Bombarderos, y el general Spaatz, de la 8.a Fuerza Aérea, recibieron aviso de que los preparativos de la Operación Overlord iban a exigir que sus escuadrones pesados fueran apartados de la ofensiva de bombardeos estratégicos contra Alemania. Harris, que estaba obsesionado con la idea de que sus bombarderos estaban a punto de hacer hincarse de rodillas a Alemania, se opuso enérgicamente. Pretendía que sus aviones continuaran machacando las ciudades alemanas hasta convertirlas en ruinas. Debían llevarse a cabo sólo «diversiones mínimas» de la misión de «reducir la capacidad material de resistencia del enemigo ante la invasión», escribía al mariscal del aire y jefe de las fuerzas aéreas sir Charles Portal, jefe del Estado Mayor del Aire.8
Harris se oponía sobre todo a la idea de que le dijeran qué era lo que debía bombardear. Debido a las condiciones meteorológicas cambiantes, debía guardar una «discreción absoluta». En cuanto a los objetivos en Francia, estaba dispuesto a ofrecer sólo escuadrones de Halifax y Stirling, pues no tenían la amplitud de radio de los Lancaster para realizar penetraciones profundas en Alemania. Spaatz también se mostraba muy reacio a cambiar de objetivos. Deseaba seguir atacando las refinerías de petróleo y los centros de producción de cazas alemanes. Las objeciones de ambos oficiales fueron rechazadas por Eisenhower en una importante entrevista celebrada el 25 de marzo, aunque ellos continuaron intentando imponer su criterio.9
Spaatz se refirió también al peligro de matar a gran cantidad de civiles franceses. Era éste un asunto de inmensa preocupación para Churchill. El primer ministro británico escribió a Roosevelt afirmando que la Luftwaffe «debería ser el principal objetivo». Temía «el mal efecto que pudieran causar en la población civil francesa estas matanzas perpetradas tan poco tiempo antes del Día-D de la Operación Overlord. Producirían una gran revulsión en el sentimiento de los franceses hacia la llegada de sus liberadores estadounidenses y británicos. Podrían dejar tras de sí un legado de odio».10 Roosevelt rechazó firmemente su petición el 11 de mayo.11 «Por lamentable que sea la consiguiente pérdida de vidas humanas, no estoy dispuesto a imponer desde aquí ninguna restricción a la acción militar emprendida por los mandos responsables, algo que, a su juicio, podría ir en contra del éxito de la Operación Overlord o causar pérdidas adicionales de vidas entre nuestras fuerzas de invasión aliadas[5]».
Tedder, sin embargo, tuvo todavía que hacer frente a una oposición considerable de su antagonista, el mariscal Harris. Obsesionado con los bombardeos, Harris estaba enemistado con el Ministerio del Aire, odiaba a Leigh-Mallory, y sus relaciones con Portal, su inmediato superior como jefe del Estado Mayor del Aire, eran cada vez más difíciles. «La RAF era una casa dividida», observaría más tarde un alto oficial del Estado Mayor norteamericano.12 «El sector aéreo apestaba de manera increíble». Al tener que enfrentarse a la oposición de Harris y Churchill, Tedder recurrió a Eisenhower. «Tiene que controlar a los bombarderos», le dijo, «o tendré que dimitir».13 El comandante supremo no perdió tiempo. Amenazó con llevar el asunto ante el presidente, y Churchill y Harris se vieron obligados a ceder. Según Portal, Churchill sencillamente no podía creer que la campaña de bombardeos consiguiera su objetivo de aislar el campo de batalla.14
Este desaire no acabó con las preocupaciones de Churchill respecto a Francia. Había intentado poner un límite de diez mil bajas civiles y deseaba que, una vez alcanzado ese punto, cesaran los bombardeos. Constantemente estaba preguntando a Tedder si se había conseguido ya esa cifra. También propuso que el SHAEF consultara a los franceses respecto a los objetivos. «¡Por Dios, no!», fue la respuesta que recibió.15
Las bajas civiles fueron efectivamente muy altas, y también fueron muy elevadas las bajas entre los tripulantes de los bombarderos. El programa de bombardeos consistía asimismo en atacar objetivos muy alejados, con el fin de impedir que los alemanes dedujeran el sitio en el que iba a tener lugar la invasión. Pero se demostró que el argumentó de Harris en el sentido de que sus bombarderos pesados no habrían resultado eficaces contra objetivos tácticos, como vías férreas y puentes, estaba equivocado. Los temores de Rommel se hicieron realidad antes incluso de que la invasión diera comienzo en serio.
El primer aviso que se dio a la Resistencia para que estuviera preparada fue transmitido por el servicio francés de la BBC el 1 de junio. El locutor leyó algunos «mensajes personales» en tono particularmente enfático. Desafiando las medidas habituales de seguridad para los códigos, el mensaje no podía estar más claro: L’heure du combat viendra, «la hora del combate llegará». El aviso que debía enviarse en caso de cancelación estaba un poquito más disimulado: Les enfants s’ennuient au jardín, «los niños se aburren en el jardín». Durante los primeros días de junio, los miembros de la Resistencia de toda Francia estuvieron especialmente pendientes de sus equipos de radio para estar seguros de lo que oían. Lo mismo hicieron la Abwehr y el Sicherheitsdienst alemán. Otros que no estaban al corriente del secreto escuchaban también fascinados. Un intelectual que vivía cerca de Lisieux llamaba a su radiorreceptor «pequeña esfinge insolente de mensajes retorcidos de la que dependía el destino de Francia».16
Finalmente, a última hora de la tarde del 5 de junio, los mensajes personales pusieron a la Resistencia de toda Francia en movimiento. Los aliados consideraban que semejante medida era imprescindible para no arriesgarse a que fueran identificadas las principales zonas de desembarco. Esa noche, la Resistencia de Normandía oyó decir al locutor: Les des sont sur le tapis, «la suerte está echada». Era la orden para que empezaran inmediatamente a cortar los cables y los hilos del telégrafo. A continuación vino otra: Ilfait chauda Suez, «hace calor en Suez», que era la señal para atacar todas las vías de comunicación.17