La bala de fusil pasó tan cerca de la cabeza de Laurence que le despeinó; a su espalda sonó el estruendo de la descarga de réplica y Temerario hirió al dragón francés al pasar, acuchillando la piel de intenso color azul con cortes profundos, a la vez que regateaba con gracia para evitar las garras del adversario.
—A juzgar por el colorido, parece un Fleur-de-Nuit, señor —gritó Granby con el viento alborotándole el cabello, mientras el dragón azul se zafaba con un bramido y giraba para situarse en posición antes de intentar otro ataque contra la formación.
La dotación del dragón francés se deslizó desde el lomo hacia abajo para restañar la sangre, aunque las heridas no le habían dejado incapaz de volar.
Laurence asintió.
—Bien. ¡Señor Martin! —llamó ahora en voz más alta—, prepare la bengala, les vamos a dar algo que ver en la próxima pasada.
La raza francesa era de complexión pesada y fuerte, además de peligrosa, pero se trataba de animales nocturnos por naturaleza y sus ojos eran muy sensibles a los ramalazos repentinos de luz brillante.
—Señor Turner, dé la señal de bengala, por favor.
Llegó la rápida confirmación del alférez de señales de Messoria. El mismo Tanator Amarillo estaba enfrascado en el intento de rechazar el enérgico ataque de un peso medio francés contra el frente de la formación. Laurence se inclinó y palmeó el cuello de Temerario para llamar su atención.
—Vamos a darle al Fleur-de-Nuit una buena dosis de luz de bengala —gritó—. Mantén la posición y espera la señal.
—Sí, estoy preparado —contestó Temerario, con una profunda nota de excitación vibrando en su voz; de hecho, casi temblaba.
—Procura ser cuidadoso —no pudo evitar añadir Laurence, ya que, a tenor de las numerosas cicatrices, el dragón francés era uno de los más veteranos y no quería que Temerario resultara herido por un exceso de confianza.
El Fleur-de-Nuit enfiló hacia su posición e intentó situarse entre Temerario y Nitidus con un claro objetivo: dividir la formación y herir a un dragón u otro en el proceso. Eso dejaría expuesta a Lily a un ataque desde la retaguardia en una pasada posterior. Sutton estaba ya señalando una nueva maniobra, que los obligaría a virar y le abriría a Lily un nuevo ángulo de ataque contra el Fleur-de-Nuit, sin duda el mayor de los asaltantes franceses, pero antes de que se pudiera llevar a cabo, primero habría que rechazar esta acometida.
—¡Todos preparados, tened lista la bengala! —dijo Laurence, que se servía de la bocina para amplificar su voz y hacer llegar sus órdenes mientras la enorme criatura azul y negra se abalanzaba sobre ellos.
La velocidad del combate era mucho mayor de lo que nunca antes había experimentado. En la Armada, un intercambio de fuego podía durar un mínimo de cinco minutos. En el aire, una pasada había terminado en menos de uno, y la segunda se producía casi de inmediato. En este momento, el dragón francés se le echaba encima en un ángulo que le acercaba más a Nitidus; al parecer, no deseaba tener nuevos encuentros con las garras de Temerario. El pequeño Azul de Pascal no podría mantener su posición contra aquella gran masa.
—¡Todo a estribor, vamos a acercarnos! —gritó a Temerario.
El animal respondió al instante; sus grandes alas negras los hicieron girar e inclinarse hacia el Fleur-de-Nuit, y Temerario se acercó con más rapidez de lo que un dragón de combate pesado normal habría sido capaz. El enorme dragón enemigo se volvió para mirarlos de forma instintiva. En ese momento, cuando captó un atisbo de los pálidos ojos blancos, el aviador gritó:
—¡Prended la bengala!
Apenas pudo cerrar sus propios ojos a tiempo; el brillante destello fue visible incluso a través de sus párpados y el Fleur-de-Nuit bramó de dolor. Laurence volvió a abrir los ojos para encontrar a Temerario acuchillando con fiereza al otro dragón, clavando profundamente las garras en su vientre, mientras sus fusileros hacían trizas a los ventreros del otro lado.
—Temerario, mantén la posición —le pidió Laurence, viendo que corría peligro de caer, llevado por su entusiasmo por acabar con el dragón enemigo.
Temerario dio un respiro, batió las alas de forma aturullada y se apresuró a ocupar su posición en la formación. El alférez de señales de Sutton alzó la bandera verde y todos ellos viraron en un rizo cerrado como si fueran un solo cuerpo, mientras Lily abría ya las quijadas y siseaba. El Fleur-de-Nuit aún volaba a ciegas y vertía sangre al aire mientras su tripulación intentaba alejarle.
—¡Enemigo arriba!, ¡enemigo arriba!
El vigía de estribor de Maximus señalaba frenéticamente hacia arriba. Mientras aún resonaba en sus oídos el chillido del muchacho, les sacudió los tímpanos un rugido sordo y ensordecedor como el trueno que sofocó el grito de aviso: un Grand Chevalier caía en picado sobre ellos. El pálido vientre del dragón le había permitido pasar inadvertido en la densa capa de nubes, por lo que los vigías no le habían visto. Ahora se precipitaba sobre Lily con las grandes fauces completamente abiertas. Doblaba a ésta en tamaño e incluso sobrepasaba en peso a Maximus.
Laurence se sobresaltó cuando vio caer de pronto a Messoria y a Immortalis, y se dio cuenta un poco más tarde de que era el acto reflejo del que Celeritas le había hablado hacía tiempo: una reacción que tenía lugar cuando se les atacaba desde arriba. Nitidus había dado una brusca sacudida a sus alas, pero se había recuperado y Dulcia había conseguido mantener la posición, aunque Maximus había arrancado velozmente y rebasado a los otros. La misma Lily, alarmada, había comenzado a girar por instinto. La formación se había disuelto en el caos, dejándola expuesta por completo.
—¡Preparad todas las armas! ¡Ve derecho por él! —rugió, señalando frenéticamente a Temerario la posición del dragón francés.
La orden resultó innecesaria, ya que, tras haberse quedado detenido en el aire un momento, Temerario ya se había lanzado en defensa de Lily. El Chevalier estaba demasiado cerca para poder rechazarle por completo, pero si ellos conseguían golpearle antes de que él se hiciera con Lily, podrían salvarla de un asalto fatal, y darle ocasión de contraatacar.
Los otros cuatro dragones franceses atacaban de nuevo. Temerario aceleró con súbita velocidad y por poco consiguió pasar ante las zarpas estiradas de un Pêcheur-Couronné para colisionar con todas sus garras extendidas contra la gran bestia francesa, que en ese momento hería a Lily en el lomo.
La dragona se retorció y bramó de dolor y rabia; los tres alados estaban ahora enredados y batían las alas con furia en direcciones opuestas, desgarrando y cortando. Lily no podía escupir ácido hacia arriba; tenían que conseguir liberarla de alguna manera, pero Temerario era demasiado pequeño en comparación con el Chevalier. Entretanto, Laurence veía cómo las enormes garras del dragón se hundían profundamente en la carne de Lily, incluso a pesar de que su tripulación respondía golpeando con hachas las garras, duras como el hierro.
—Arroje allí arriba una bomba —ordenó Laurence con brusquedad a Granby.
Debían probar suerte y arrojar una bomba al aparejo del vientre del Chevalier, a pesar del riesgo de errar y terminar hiriendo sin querer a Lily o a Temerario, que continuaba lanzando zarpazos con pasión ciega mientras los ijares se le dilataban en el esfuerzo por tomar aliento; bramaba con tanta fuerza que su cuerpo vibraba y a Laurence incluso le dolían los oídos. El Chevalier temblaba por el dolor, y en algún lugar, al otro lado, Maximus bramaba también, bloqueado a la vista de Laurence por la masa del dragón francés. El ataque empezaba a surtir efecto: el Chevalier rugía con voz profunda y ronca y sus garras soltaron la presa.
—¡Sepáralo! —gritó Laurence—. ¡Temerario, sepáralo, colócate entre él y Lily!
En respuesta, Temerario se soltó a su vez y se dejó caer. Lily gemía, derramando sangre, y perdía altura con rapidez. No bastaba haber conseguido sacarse de encima al Chevalier, los otros dragones eran un peligro igual de grande para ella hasta que pudiera volver a colocarse en posición de combate. Laurence oyó a la capitana Harcourt dar órdenes, aunque no pudo entender las palabras; súbitamente, el aparejo del vientre de Lily cayó como una gran red que se hundió en las nubes. Las bombas, los suministros y el equipaje se precipitaron dando vueltas y se desvanecieron en las aguas del canal; la tripulación se sujetaba ahora al arnés principal en vez de al aparejo.
Aligerada de esta manera, Lily se estremeció e hizo un titánico esfuerzo para volver a batir las alas y subir hacia el cielo. Le estaban envolviendo las heridas en vendas blancas, pero incluso a esta distancia, Laurence podía ver que requerían puntos. Maximus mantenía entretenido al Chevalier, pero el Pêcheur-Couronné y el Fleur-de-Nuit bajaban en una pequeña formación de cuña con los otros pesos medios franceses, listos para atacar a Lily otra vez. Temerario mantuvo su posición justo sobre Lily y siseaba de forma amenazante con las ensangrentadas garras flexionadas, pero la dragona ganaba altura muy despacio.
La batalla había degenerado en una melé salvaje, pero ahora los otros dragones británicos, aunque no mantenían orden de ningún tipo, se habían recuperado de su sorpresa inicial. Harcourt estaba ocupada por completo con las dificultades de Lily, y el último dragón francés, un Pêcheur-Rayé, luchaba con Messoria un poco más abajo. Los franceses habían identificado con claridad a Sutton como comandante de la formación e intentaban mantenerle apartado de la batalla, una estrategia que, lamentablemente, Laurence tuvo que admirar. Él carecía de autoridad para asumir el mando, ya que era el capitán más joven del grupo, pero sin duda había que hacer algo.
—Turner —tronó, llamando la atención de su alférez de banderas, mientras los otros dragones británicos estaban ya girando y en movimiento antes de que él diera alguna orden.
—Hay una señal, señor: «formad alrededor del líder» —dijo el interpelado al tiempo que señalaba con el brazo extendido.
Laurence miró hacia atrás y vio a Praecursoris describiendo una curva hacia el lugar habitual de Maximus con las banderas de señales ondeando. Choiseul y el gran dragón se habían adelantado al no verse limitados por el ritmo de la formación, pero seguramente sus vigías habían visto la batalla y volvían ahora. Laurence palmeó la cruz de Temerario para llamar su atención hacia la señal.
—Ya lo veo —indicó el dragón, que batió las alas hacia atrás y se colocó en su posición habitual.
Ondeó otra señal, y Laurence hizo que el dragón ganara altura y se acercara a los demás. Nitidus también se ciñó más al grupo y juntos rellenaron el hueco de la formación, donde, en otras circunstancias, hubiera estado Messoria. Apareció la siguiente señal: «formación, subid en grupo». Lily recobró los ánimos al verse rodeada de los otros dragones y fue capaz de batir las alas con más energía: al fin había dejado de sangrar. El trío de dragones franceses se había separado; sin duda, no podían esperar tener éxito con una carga colectiva, al menos no en una carga frontal hacia las mandíbulas de Lily; la formación iba a llegar a la altura del Chevalier en un momento.
La señal flameó de nuevo: «Maximus, suéltate». Éste seguía enzarzado en una pelea cuerpo a cuerpo con el Chevalier, y los disparos de los fusileros resonaban con estrépito por ambos lados. El gran Cobre Regio propinó un tajo final con las garras y empujó a su enemigo, aunque lo hizo un instante antes de lo debido, porque la formación aún no se había elevado lo suficiente y se necesitaban todavía algunos momentos más para que Lily fuera capaz de golpear.
La tripulación del Chevalier se dio cuenta ahora del nuevo peligro e hizo retroceder al gran dragón en medio de un inmenso griterío. Aunque sangraba por muchas heridas, el dragón francés era tan grande que éstas no le dificultaban en exceso, y todavía era más capaz de elevarse que la malherida Lily. Después de un momento, Choiseul envió la señal «formación, mantenga la altitud», y renunciaron a la persecución.
A lo lejos, los dragones franceses se acercaron unos a otros en un grupo poco compacto y giraban mientras consideraban su próximo ataque, pero entonces todos dieron media vuelta al unísono y volaron rápidamente hacia el noreste; incluso el Pêcheur-Rayé se soltó de Messoria. Los vigías de Temerario gritaban y señalaban hacia el sur. Cuando Laurence miró a su espalda, vio a diez dragones que se dirigían hacia ellos a gran velocidad, con las banderas británicas ondeando en el Largario que lideraba la formación.
El Largario era Excidium, sin duda; él y su formación los acompañaron el resto del viaje hasta la base de Dover y los dos ejemplares pesados de Abrojo Espinoso se turnaron en la tarea de apoyar a Lily por el camino. La dragona avanzaba a un ritmo razonable, pero llevaba la cabeza gacha e hizo un aterrizaje bastante brusco. Las patas le temblaban tanto que la dotación consiguió saltar del arnés poco antes de que se desplomara en el suelo. El rostro de la capitana Harcourt estaba inundado de lágrimas; lloraba sin reparo alguno mientras corría hasta la cabeza de Lily. Permaneció acariciándola y musitando dulces palabras de ánimo mientras los cirujanos realizaban su trabajo.
Laurence ordenó a Temerario que tomara tierra en el extremo de la pista de aterrizaje de la base con el fin de que los dragones heridos dispusieran de más espacio. En el curso de la batalla, Maximus, Immortalis y Messoria habían recibido heridas dolorosas, aunque no realmente serias, nada en comparación con las que había sufrido Lily, cuyos débiles gemidos de dolor apenas eran audibles. Laurence reprimió un estremecimiento y palmeó de nuevo las elegantes líneas del cuello de Temerario; le estaba profundamente agradecido a su rapidez y gracilidad, que le habían evitado el destino de los otros.
—Señor Granby, descarguemos pronto. Luego, si le place, veamos qué podemos hacer para acomodar a la tripulación de Lily; tengo la impresión de que no les ha quedado nada de equipaje.
—Muy bien, señor —contestó Granby, que giró para dar las órdenes enseguida.
Llevó varias horas acomodar a los dragones, descargarlos y alimentarlos. Por fortuna, la base era enorme, abarcaba un terreno de casi cien acres que incluía los pastos del ganado y no hubo ninguna dificultad para encontrar un claro grande y cómodo para Temerario. Éste aún temblaba por la excitación de haber asistido a su primera batalla y por la profunda tensión sufrida por el bienestar de Lily. Fue la primera vez que comió sin apetito y Laurence al final dio orden de retirar los restos de las reses.
—Podemos cazar mañana —le explicó al dragón—. No es preciso que comas a la fuerza.
—Gracias. Lo cierto es que en este momento no tengo demasiado apetito —reconoció Temerario, que apoyó la cabeza en el suelo con cuidado.
Permaneció tranquilo mientras le limpiaban hasta que los tripulantes se fueron y lo dejaron a solas con Laurence. Sus ojos estaban cerrados y apenas se le veían unas ranuras, y durante un momento Laurence se preguntó si se había quedado dormido; entonces los abrió un poco más y preguntó bajito:
—Laurence, ¿siempre es así después de una batalla?
Laurence no necesitó preguntar a qué se refería; la tristeza y la pena del dragón eran evidentes. Resultaba difícil tener claro qué contestar. Deseaba tranquilizarlo a toda costa, pero también él se sentía todavía tenso y airado, y aunque la sensación le era familiar, su persistencia, no. Había tomado parte en muchos lances bélicos no menos letales y peligrosos, pero este último había diferido de los anteriores en un aspecto crucial: cuando el enemigo cargó hacia ellos, no amenazaban a su barco, sino a su dragón, que ya era para él la criatura más querida del mundo. Tampoco podía contemplar las heridas de Lily o de Maximus o cualquier otro integrante de la formación con distancia; aunque no se trataba de Temerario, eran auténticos camaradas de armas. No era lo mismo, en absoluto, y el ataque por sorpresa le había pillado sin haber sido capaz aún de hacerse a la idea de ello.
—Me temo que en muchas ocasiones suele ser más difícil después, en especial cuando un amigo ha resultado herido o ha muerto —respondió al fin—. He de reconocer que esta acción es especialmente difícil de soportar, ya que por nuestra parte no había nada que ganar, ni tampoco lo buscábamos.
—Sí, eso es cierto —comentó el dragón, con el collar colgando suelto en torno al cuello—. Ayudaría poder pensar que hemos peleado tan duro y que Lily ha resultado herida por una causa, pero ellos acudieron a abatirnos y ni siquiera fuimos capaces de protegernos.
—Eso no es del todo cierto, tú protegiste a Lily —le contradijo Laurence—. Míralo de este modo: los franceses efectuaron un ataque muy inteligente y habilidoso. Nos tomaron por sorpresa con una fuerza que nos igualaba en número, pero nos aventajaba en experiencia. Los derrotamos y los rechazamos. Eso es algo de lo que enorgullecerse, ¿no?
—Supongo que sí —contestó Temerario, acomodando los hombros mientras se relajaba; luego, añadió—: Sólo deseo que Lily se recupere.
—Esperemos que así sea. Ten la certeza de que se hará todo lo humanamente posible por ella —contestó Laurence al tiempo que le acariciaba el hocico—. Ahora, venga, debes estar cansado, ¿no quieres dormir un poco? ¿Te leo algo?
—Dudo que pueda dormir —contestó Temerario—, pero sí me gustaría que me leyeras. Voy a tumbarme aquí tranquilo y así descanso.
Bostezó en cuanto terminó de hablar y se quedó dormido antes de que a Laurence le diera tiempo de tomar el libro. El tiempo había cambiado al fin, y las cálidas y cadenciosas espiraciones de su nariz levantaban pequeñas nubéculas en el aire frío.
Laurence le dejó dormido y se encaminó deprisa hacia los cuarteles generales de la base. Linternas colgadas iluminaban el camino que atravesaba los campos de los dragones, aunque más adelante se podían ver las luces de las ventanas. Un viento de levante traía el aire salado desde el puerto, mezclado con el olor cúprico de los cálidos dragones, que apenas percibía de tan familiar que le resultaba. En el segundo piso tenía una habitación caldeada, con una ventana que daba a los jardines traseros. Ya habían desempaquetado su equipaje. Miró los trajes arrugados con pesar; era evidente que los criados de la base tenían los mismos conocimientos en empaquetado que los aviadores.
A pesar de lo tardío de la hora, oyó un gran alboroto de voces exaltadas cuando se acercó al comedor de los oficiales de mayor rango. Los otros capitanes de la formación estaban reunidos en torno a la gran mesa donde apenas habían probado bocado.
—¿Se sabe algo de Lily? —preguntó mientras tomaba la silla vacía entre Berkley y el capitán de Dulcia, Chenery.
Únicamente faltaban la capitana Harcourt y el capitán Little, de Immortalis.
—La ha rajado hasta llegar al hueso, el muy cobarde, eso es todo lo que sabemos —dijo Chenery—. Todavía la están cosiendo, pero no ha querido comer nada.
Laurence sabía que eso era una mala señal; los dragones heridos solían tener un apetito voraz, a menos que sintieran un dolor muy grande.
—¿Y Maximus y Messoria? —preguntó, mirando hacia Berkley y Sutton.
—Maximus ha comido bien, y ya se ha dormido —dijo Berkley. Su rostro habitualmente plácido parecía demacrado y ojeroso, y tenía una línea de sangre reseca que comenzaba en la frente y se adentraba en su hirsuto cabello—. Estuviste muy rápido hoy, Laurence, si no habríamos perdido a Lily.
—No lo suficiente —respondió Laurence con un hilo de voz, adelantándose al murmullo de asentimiento.
No tenía el más mínimo deseo de que le alabaran por el trabajo de aquella jornada, aunque se sentía orgulloso de lo que Temerario había hecho.
—Más rápido que el resto de nosotros —admitió Sutton antes de vaciar el vaso de vino, que, a juzgar por la apariencia de sus mejillas y su nariz, no había sido el primero—. Nos pillaron totalmente desprevenidos, desde luego, malditos gabachos. Me gustaría saber qué demonios estaban haciendo ahí de patrulla.
—La ruta de Laggan a Dover no es precisamente un secreto, Sutton —dijo Little, acercándose. Todos movieron sus sillas para hacerle un hueco al fondo de la mesa—. A propósito, Immortalis está estable y ahora come, y ya que mencionamos el tema, pásame ese pollo de ahí.
Arrancó un muslo con las manos y se lo comió con avidez.
Al verle, Laurence notó los primeros pinchazos del hambre. Los otros capitanes parecían sentir lo mismo, porque reinó un profundo silencio en los siguientes diez minutos mientras se pasaban los platos y se concentraban en la comida. Ninguno de ellos había probado bocado desde aquel apresurado desayuno antes del amanecer en el puesto cercano a Middlesbrough. El vino no era demasiado bueno, pero de todos modos Laurence bebió varios vasos.
—Imagino que han estado merodeando entre Felixtowe y Dover sólo para ver si se nos podían echar encima —dijo Little al cabo del rato, limpiándose la boca para continuar con la idea que había apuntado—. Por el amor de Dios, no me veréis llevar a Immortalis otra vez a esa altura… Desde este momento nos tocará ir pegados a tierra, a menos que vayamos buscando batalla.
—Llevas razón —dijo Chenery, asintiendo de corazón—. Hola, Choiseul, toma asiento.
Se apartó un poco más para que el recién llegado pudiera sentarse con ellos.
—Señores, me siento feliz de comunicarles que Lily ha empezado a comer, acabo de dejarla con la capitana Harcourt —informó mientras alzaba una copa—. ¿Puedo proponer un brindis a su salud?
—Bien, bien —dijo Sutton, rellenándose la suya.
Todos se unieron al brindis y se escuchó un suspiro colectivo de alivio.
—De modo que aquí están todos. ¿Comiendo, supongo? Bien, muy bien.
Se trataba del almirante Lenton, comandante en jefe de la División del Canal y de todos aquellos dragones que se encontraban en la base de Dover, que llegaba para reunirse con ellos.
—No, se lo ruego, no se levanten —dijo con impaciencia, al ver cómo Laurence y Choiseul comenzaban a alzarse y los otros les seguían un poco después—. Después del día que han tenido, ¡por todos los cielos! Páseme esa botella, Sutton. ¿De modo que ya saben todos que Lily ha comenzado a comer? Así es, los cirujanos creen que podrá empezar a volar distancias cortas en un par de semanas, en tanto que ustedes les han dado un buen vapuleo, al menos a un par de sus animales de combate pesado. Caballeros, ¡un brindis por su formación!
Laurence notaba que la tensión y la intranquilidad empezaban a ceder. Suponía un gran alivio saber que Lily y los otros estaban fuera de peligro, y el vino había soltado el duro nudo que se le había formado en la garganta. Los otros parecían sentirse del mismo modo y la conversación se hizo plana y fragmentaria. Muchos ya sólo asentían por encima de sus copas.
—Estoy casi seguro de que el Grand Chevalier era Triumphalis —le decía en voz baja Choiseul al almirante Lenton—. Lo he visto antes, y es uno de los luchadores más peligrosos de Francia. Supongo que se hallaba en la base de Dijon, cerca del Rin, cuando Praecursoris y yo abandonamos Austria. Debo expresarle, señor, que eso confirma mis peores temores: Bonaparte no le habría enviado aquí si no confiara por completo en su victoria sobre Austria, y estoy seguro de que hay más dragones franceses de camino en apoyo de Villeneuve.
—Antes sólo me inclinaba a estar de acuerdo con usted, capitán, pero ahora lo estoy por completo —contestó Lenton—, pero de momento lo único que podemos hacer es esperar que Mortiferus alcance a la flota de Nelson antes de que los dragones franceses lleguen en apoyo de la de Villeneuve para que el comodoro pueda hacer el trabajo. No podemos prescindir de Excidium si no disponemos de Lily. No me sorprendería que ése fuera el propósito de este ataque, ésa es la astucia con la que piensa ese maldito emperador corso.
Laurence ni siquiera era capaz de pensar en el Reliant, que quizás estuviera en estos momentos bajo la amenaza de un ataque aéreo francés a gran escala, así como los otros barcos de la gran flota que normalmente bloqueaba Cádiz. Allí se encontraban buena parte de sus amigos y conocidos. Tendría lugar una gran batalla naval incluso aunque los dragones franceses no llegaran los primeros, y ¿a cuántos de ellos perdería sin haber vuelto a oírles pronunciar una palabra? Había estado tan ocupado en esos últimos meses que no le había dedicado demasiado tiempo a la correspondencia, y ahora lamentaba en el alma tan negligente actitud.
—¿Ha llegado algún despacho del bloqueo de Cádiz? —preguntó—. ¿Se ha producido allí alguna acción?
—No que yo sepa —dijo Lenton—. Ah, claro, ya veo, usted es nuestro chico de la Armada, ¿no? Bueno, aquellos de ustedes cuyo dragón no esté herido, y mientras se recuperan los demás, comenzarán a patrullar sobre la flota del canal. Podrán aterrizar de vez en cuando en el buque insignia para enterarse de las noticias. Nuestros combatientes estarán endemoniadamente contentos de verlos, no hemos podido apartar a nadie de su trabajo durante el tiempo suficiente para enviarles el correo desde hace un mes.
—Entonces, ¿quiere que estemos listos mañana? —preguntó Chenery, reprimiendo sin conseguirlo un bostezo.
—No, puedo concederles un día. Vean cómo están sus dragones y disfruten del descanso mientras dure —contestó Lenton, con una risa aguda, parecida a un rebuzno—. Les tendré a todos fuera de la cama al alba de pasado mañana.
Al día siguiente, Temerario durmió profundamente hasta bien entrada la mañana, lo cual permitió a Laurence ocuparse de sus cosas durante algunas horas después del desayuno. Se encontró con Berkley en la mesa, y caminaron juntos para ver a Maximus. El Cobre Regio todavía estaba comiendo una procesión continua de ovejas recién sacrificadas que tragaba una detrás de otra. Con la boca llena, emitió un mudo y sordo saludo de bienvenida cuando se acercaron al claro.
Berkley sacó una botella de un vino bastante malo, y se bebió la mayor parte en tanto que Laurence, por pura cortesía, daba pequeños sorbos de su vaso mientras comentaban la batalla otra vez, para lo cual trazaron diagramas en el polvo del suelo y emplearon guijarros para representar a los dragones.
—Si pudiéramos conseguirlo, nos vendría bien incorporar un dragón ligero a la formación, un Abadejo Gris. Situado en lo alto, desempeñaría funciones de vigía —sostuvo Berkley, sentándose pesadamente sobre una roca—. Éste es el problema de que todos nuestros dragones sean tan jóvenes; cuando les entra el pánico a los grandes, los más pequeños se sobresaltan aunque estén más al tanto de lo que pasa.
—Espero que esta escaramuza sirva al menos para que adquieran cierta experiencia a la hora de controlar el miedo —dijo Laurence—. En otras circunstancias, los franceses no deberían contar con tener unas condiciones tan propicias. Nunca hubieran conseguido emboscarnos sin la capa de nubes.
—Señores, ¿están reflexionando sobre la disposición de vuelo de ayer? —Choiseul pasaba por allí hacia los cuarteles; se les reunió y se agachó junto al diagrama—. Lamento mucho no haber llegado al comienzo.
Su abrigo estaba lleno de polvo y el pañuelo de cuello muy manchado de sudor; parecía como si no se hubiera cambiado de ropa desde el día anterior y una fina red de venas rojas se extendía por el blanco de sus ojos. Se frotó la cara mientras miraba atentamente el dibujo.
—¿Ha estado en pie toda la noche? —preguntó Laurence.
Choiseul sacudió la cabeza.
—No, aunque me he turnado con Catherine… con Harcourt… para atender a Lily y poder dormir un poco; de otro modo, ella no habría descansado.
El francés cerró los ojos con un enorme bostezo y casi se cayó.
—Merci —dijo, agradeciendo la mano firme de Laurence, que le sujetó, y se levantó lentamente hasta ponerse de pie—. Siento verme obligado a dejarles. Debo llevarle algo de comida a Catherine.
—Procure descansar un poco —le aconsejó Laurence—. Yo se la llevaré. Temerario está dormido, y yo no tengo nada que hacer.
Harcourt, pálida a causa de la ansiedad, estaba ya levantada y bastante despierta, dando órdenes a la tripulación y alimentando a Lily con trozos de filete de buey aún humeantes, que le daba con su propia mano, sin parar de musitar palabras de ánimo. Laurence le había traído un poco de pan con tocino; ella pretendió tomar el sándwich con las manos ensangrentadas, ya que no quería interrumpir lo que hacía, pero él logró con paciencia que se aseara un poco y comiera mientras la reemplazaba un miembro de su tripulación. Lily continuó comiendo con un ojo dorado puesto en Harcourt, para asegurarse de que no se iba.
Choiseul regresó antes de que a la aviadora le quedara poco para terminar, sin el pañuelo ni el abrigo y con un criado tras él que traía un tazón de café, fuerte y caliente.
—Su teniente le anda buscando, Laurence; Temerario ha comenzado a desperezarse —dijo, dejándose caer pesadamente al lado de la aviadora—. No consigo dormirme; el café me ha sentado bien.
—Gracias, Jean Paul, le agradecería mucho que me hiciera compañía si no está demasiado cansado —respondió ella, casi apurando ya su segunda taza—. Procure no entretenerse mucho, Laurence: estoy segura de que Temerario debe de sentirse angustiado. Le agradezco mucho que haya venido.
Laurence se despidió de ellos con una leve inclinación. Se sintió incómodo por primera vez desde que había empezado a tratar con Harcourt. Ella se había reclinado, al parecer sin darse cuenta, contra el hombro de Choiseul, y él la miraba sin disimular su afecto. A la postre, era bastante joven y no pudo evitar echar de menos la ausencia de una buena carabina.
Se consoló al pensar que no iba a ocurrir nada estando Lily y toda la dotación presentes, incluso aunque ninguno de los dos estuviera molido, como era el caso. De todos modos, en las actuales circunstancias, no podía quedarse allí. Se encaminó a toda prisa hacia el claro donde se hallaba Temerario.
Pasó el resto del día gratamente sumido en la holgazanería, cómodamente sentado en su lugar habitual en el pliegue del codo de la pata delantera de Temerario, escribiendo cartas. Había mantenido una extensa correspondencia con sus conocidos durante su estancia en alta mar, al disponer de muchas horas sin nada que hacer, y ahora muchos de ellos eran devotos corresponsales. También su madre se había aficionado a escribirle cartas rápidas y escuetas, evidentemente sin el conocimiento de su padre; al menos no habían sido franqueadas, por lo que no le quedaba otro remedio que pagar por el franqueo al recibirlas.
Temerario se había atiborrado para compensar la falta de apetito de la noche anterior. Ahora atendía a las cartas que Laurence escribía y le dictaba sus propias contribuciones, enviando saludos a lady Allendale y a Riley.
—No te olvides de decirle al capitán Riley que le dé mis mejores deseos a la tripulación del Reliant —dijo—. Parece que ha pasado tanto tiempo, Laurence, ¿no te parece? No he tomado pescado desde hace meses.
Laurence sonrió ante esta peculiar forma de medir el paso del tiempo.
—Han ocurrido muchas cosas, eso es cierto. Me resulta extraño pensar que aún no ha transcurrido un año —comentó mientras sellaba el sobre y escribía la dirección—. Sólo espero que estén todos bien.
Aquélla era la última misiva y, con satisfacción, la puso sobre una pila bastante grande; ahora se sentía mucho mejor consigo mismo.
—Roland —llamó. Ella se aproximó corriendo desde el lugar donde los cadetes estaban jugando a las tabas—. Ve y entrega esto en el despacho de correos —le ordenó mientras le entregaba el montón.
—Señor —dijo ella con cierto nerviosismo al recoger las cartas—. Cuando termine, ¿puedo tomarme libre la tarde?
A él le asombró la petición. Varios alféreces y suboficiales habían efectuado la misma solicitud y estaba seguro de que deseaban ese permiso para visitar la ciudad, pero se le antojaba absurda la idea de que una cadete de diez años vagabundeara por Dover, incluso aunque no se hubiera tratado de una chica.
—¿Es para irte tú sola, o irás con alguno de los otros? —preguntó, pensando que quizá la habría invitado alguno de los oficiales mayores para una excursión respetable.
—No, señor, sólo yo —contestó ella.
Parecía tan esperanzada que, por un momento, Laurence pensó concedérselo e incluso llevarla él mismo, pero no quería dejar solo a Temerario para que le diera vueltas a lo acaecido el día anterior.
—Quizás en otro momento, Roland —replicó con delicadeza—. A partir de ahora, vamos a pasar mucho tiempo en Dover, y te prometo que habrá otras oportunidades.
—¡Vaya! —exclamó ella, alicaída—. Sí, señor.
Se alejó con el ánimo tan decaído que Laurence se sintió culpable. Temerario la observó marcharse e inquirió:
—Laurence, ¿hay algo que sea particularmente interesante en Dover, tanto que debamos ir a verlo? Mucha gente de nuestra tripulación se está preparando para hacer una visita.
—Bueno… —repuso Laurence. Se sentía bastante incómodo ante la perspectiva de tener que explicarle que la principal atracción de la ciudad consistía en las prostitutas y el licor barato del puerto. Probó suerte—. Bien, en una ciudad hay mucha gente y se ofrecen algunos entretenimientos de una cierta intimidad.
—¿Te refieres a algo parecido a los libros? —preguntó Temerario—. Aunque yo nunca he visto leer a Dunne o a Collins, parecían muy excitados con la perspectiva de la visita. No hablaron de otra cosa en toda la tarde de ayer.
Laurence maldijo silenciosamente a los dos desafortunados suboficiales por complicarle tanto la tarea y empezó ya a planear la larga lista de encargos de ambos durante la próxima semana con ánimo vengativo.
—También hay conciertos y teatro —continuó sin convicción, pero esto ya era llevar el disimulo demasiado lejos. Le desagradaba el hedor de la mentira y no soportaba la idea de engañar al dragón, que después de todo, ya estaba bastante crecido—. Aunque me temo que algunos van allí a beber y mantener contactos con compañías poco recomendables —aseguró con más franqueza.
—Ah, quieres decir con prostitutas —apostilló Temerario, sorprendiendo tanto al aviador que éste estuvo a punto de caerse—. Ignoraba que las hubiera también en las ciudades, pero ahora lo entiendo.
—¿Dónde diablos has oído hablar de ellas? —preguntó Laurence, tranquilizándose; ahora que se veía aliviado de la tarea de explicárselo, se sintió ofendido irracionalmente por el hecho de que alguien más hubiera decidido ilustrar a Temerario.
—Bueno, Vindicatus me lo contó en Loch Laggan, porque yo me preguntaba por qué bajaban al pueblo los oficiales si ellos no tenían allí familia —contestó Temerario—. Sin embargo, tú nunca fuiste, ¿estás seguro de que no te habría gustado? —añadió, casi esperanzado.
—Mi querido amigo, no digas esas cosas —replicó Laurence, ruborizándose y sacudiendo la cabeza de las risotadas a la vez—. No es un tema de conversación respetable, en absoluto, y si no se puede evitar que los hombres abandonen el hábito, al menos no se les debe estimular. Voy a hablar con Dunne y Collins, desde luego; no deberían alardear de ello, especialmente donde puedan oírles los jóvenes alféreces.
—No lo entiendo —dijo Temerario—. Vindicatus sostenía que realmente era algo beneficioso para los hombres, e incluso deseable, ya que, de otra manera, se empeñarían en casarse y esto sí que no parecía nada aconsejable. Aunque, si tú lo desearas mucho, de verdad, supongo que a mí no me importaría.
El dragón pronunció la última parte de su discurso con una falta de sinceridad evidente, mirando a Laurence de reojo, como si quisiera comprobar el efecto causado por su propuesta.
La vergüenza y las risas de Laurence desaparecieron de repente.
—Me temo que te han dado una información algo incompleta —dijo amablemente—. Perdóname, debería haberte hablado antes de estos temas. Te ruego que no te inquietes: tú eres mi primera preocupación y siempre lo serás, incluso si me casara alguna vez, y dudo que lo haga.
Se detuvo un momento para sopesar si abundar en el tema preocuparía aún más a Temerario, pero al final decidió que si tenía que equivocarse en algo, mejor que fuera por mostrar exceso de confianza y añadió:
—Antes de que te conociera hubo algo parecido a un cierto entendimiento entre una dama y yo, pero después, ella me ha dejado en libertad.
—¿Te refieres a que te ha rechazado? —dijo Temerario, totalmente indignado, de modo que así demostraba que los dragones podían expresar el rechazo de la misma manera que los hombres—. Lo siento muchísimo, Laurence, y si algún día quieres casarte, estoy seguro de que podrás encontrar a alguien mucho mejor.
—Eso suena muy halagador, pero te aseguro que no tengo el menor deseo de buscar una sustituta —comentó Laurence.
Temerario agachó un poco la cabeza y no puso más reparos; en realidad, parecía bastante complacido.
—Pero Laurence… —comenzó, para pararse luego—. Si no es un tema apropiado, ¿eso quiere decir que no debería hablar de él nunca más?
—Debes procurar no mencionarlo cuando estemos en compañía de otras personas, pero siempre debes hablarme de lo que quieras —dijo Laurence.
—Sólo estoy siendo algo curioso pero, si eso es todo lo que hay en Dover… —replicó Temerario—, la cadete Roland parece demasiado joven para andar con prostitutas, ¿no crees?
—Estoy empezando a sentir la necesidad de beber un vaso de vino para tomar fuerzas si vamos a seguir con esta conversación —contestó Laurence con aspecto compungido.
Por fortuna, Temerario se dio por satisfecho con algunas explicaciones adicionales sobre lo que eran los conciertos, el teatro y otras atracciones de la ciudad. Centró su atención de buen grado en la discusión sobre la ruta más adecuada para su patrulla, que un mensajero había traído esa mañana, e incluso preguntó sobre la posibilidad de tomar algo de pescado para cenar. Laurence estaba contento de verle con el ánimo tan recuperado después de los desgraciados acontecimientos del día anterior y acababa de decidir que, si Temerario no ponía ninguna objeción, llevaría a Roland a la ciudad de todos modos. Cuando la vio regresar, iba en compañía de otro capitán: una mujer.
Permanecía sentado sobre la pata delantera de Temerario cuando tuvo repentina conciencia de cuan desarreglado iba. Se deslizó apresuradamente al lado opuesto para que el cuerpo de Temerario le ocultara por completo. Aunque no dispuso de tiempo para ponerse la chaqueta que colgaba de la rama de un árbol a una cierta distancia, sí consiguió remeterse la camisa dentro de los pantalones y se anudó el pañuelo a toda prisa alrededor del cuello.
Se acercó para saludarlas con una reverencia y estuvo a punto de trastabillar cuando la pudo ver con claridad, ya que, aunque no era poco agraciada, el rostro estaba marcado por una grave herida, una cicatriz que sólo podía haber hecho una espada. El ojo izquierdo daba la sensación de estar un poco caído en la esquina externa, ya que la hoja parecía haber errado por poco y a partir de ahí, la carne mostraba un surco bermejo e hinchado que recorría toda la cara y se desvanecía en una fina cicatriz blanca al cruzar el cuello. La mujer tendría aproximadamente su edad, tal vez un poco más, la cicatriz hacía difícil saberlo; pero de cualquier modo, lucía las triples barras que la identificaban como un capitán de alto rango, incluso llevaba una pequeña medalla de oro del Nilo en la solapa de su abrigo.
—Laurence, ¿no es así? —afirmó sin esperar ningún tipo de presentación mientras él aún luchaba para ocultar su sorpresa—. Soy Jane Roland, la capitana de Excidium; me gustaría que me concediera el favor personal de llevarme a Emily esta tarde, si ella no tiene nada pendiente que hacer…
Miró con intención hacia los cadetes y alféreces que haraganeaban por allí; hablaba con tono sarcástico y parecía claramente ofendida.
—Le pido perdón —rogó Laurence, dándose cuenta de su error—. Creía que ella quería quedarse libre para ir a visitar la ciudad. No sabía que… —Apenas pudo detenerse en este punto antes de decir algo inconveniente; estaba bastante seguro de que eran madre e hija, no sólo debido al apellido, sino también por un cierto parecido en los rasgos y la expresión, aunque sencillamente le costaba asumirlo—. Por supuesto que puede llevársela —finalizó en lugar de continuar con el pensamiento anterior.
Al escuchar su explicación, la capitana Roland se relajó de pronto.
—¡Ja! Ya veo, en menudas diabluras habrá pensado usted que iba a meterse —comentó, al tiempo que soltaba una risa campechana y poco femenina—. Bien, le prometo que no dejaré que se desmande y la tendré aquí de vuelta a las ocho de la tarde. Gracias. Excidium y yo no la hemos visto en casi un año y corremos el riesgo de olvidar cómo es.
Laurence volvió a inclinarse y las vio marchar. Emily se esforzaba para mantener la zancada masculina de su madre, hablando todo el tiempo con una excitación y entusiasmo evidentes, y despidiéndose con la mano de sus amigos mientras se marchaba. Mirándolas alejarse, Laurence se sintió un poco estúpido; había terminado por acostumbrarse a la capitana Harcourt, y debería haber sido capaz de llegar por sí solo a la conclusión natural de que eran madre e hija. Después de todo, Excidium era otro Largario y, posiblemente, también habría insistido en tener una capitana, tal como había hecho Lily, y con todos sus años de servicio, su capitán apenas podría haber evitado el combate. Aun así, Laurence tuvo que reconocer que estaba sorprendido, incluso algo aturdido, al ver una mujer tan atrevida. Harcourt, su otro ejemplo de una capitana, era, sin duda, femenina, pero también bastante joven y consciente de su reciente promoción, por lo cual aún no se sentía segura.
Con el tema de su matrimonio todavía fresco en la mente después de la conversación con Temerario, no pudo evitar preguntarse por el padre de Emily. Si el matrimonio era un asunto incómodo para un aviador, parecía casi inconcebible en el caso de una mujer. Lo único que se le ocurría era que Emily fuera una hija ilegítima pero, tan pronto la idea surgió en su mente, se reprendió a sí mismo por pensar así de una mujer tan perfectamente respetable como la que acababa de encontrar.
Sin embargo, llegado el momento, aquella intuición se vería confirmada.
La capitana le había invitado a reunirse con ella para una cena a última hora en el club de oficiales cuando volvió con Emily. Tras unos cuantos vasos de vino, él no había sido capaz de resistirse a la idea de hacer una pregunta tentativa sobre la salud del padre de Emily, a lo que la capitana respondió:
—Me temo que no tengo la más ligera idea, no le he visto desde hace diez años. Ya sabe, no es como si estuviéramos casados. Dudo siquiera que sepa el nombre de Emily.
No parecía sentir el menor asomo de culpa y, después de todo, Laurence ya se había percatado de que una situación de mayor legitimidad habría resultado imposible. Sin embargo, se sentía incómodo; por suerte ella se dio cuenta y, lejos de tomárselo a mal, dijo con tono amable:
—Juraría que nuestra forma de vida le resulta incómoda, pero se puede casar si lo desea. Nadie tomará represalias contra usted por ese motivo en la Fuerza Aérea. El único problema es lo duro que resulta para la esposa ocupar siempre un papel secundario a favor de un dragón. En lo que a mí se refiere, nunca he echado nada de menos; no habría querido tener hijos de no ser por el bien de Excidium, aunque Emily es un encanto y me siento feliz por haberla tenido. Aunque claro, fue un triste inconveniente, por todo lo que lo rodeaba.
—¿Emily le sucederá como capitana de Excidium? —preguntó Laurence—. Me gustaría preguntarle si los dragones, al menos los muy longevos, se heredan de este modo.
—Cuando podemos arreglarlo, sí. Mire, reaccionan muy mal ante la pérdida del cuidador y se muestran más proclives a aceptar a uno nuevo si es alguien con quien han mantenido cierta relación o con quien sientan que comparten su pérdida —contestó ella—. De ese modo, nos criamos igual que ellos. Espero que algún día le pidan que tenga usted un par de hijos para la Fuerza Aérea.
—¡Santo cielo! —exclamó él, sorprendido por la ocurrencia.
Desde el mismo momento del rechazo de Edith, había descartado tener hijos igual que había hecho con sus planes de boda, y seguía con la misma intención ahora que era consciente de las objeciones de Temerario al respecto. No podía imaginarse cómo resolver el dilema.
—Supongo que ha resultado algo chocante para usted, pobre hombre. Lo siento. Me ofrecería yo misma, pero debe esperar al menos hasta que el dragón tenga diez años, y de todos modos, ahora no estoy disponible.
Laurence necesitó un momento para comprender lo que ella quería decir y entonces aferró la copa de vino con mano temblorosa e intentó por todos los medios ocultar su rostro detrás de ella. Sintió cómo el arrebol le subía por las mejillas a pesar de que puso todo su empeño en evitarlo.
—Muy amable —dijo, hablando desde dentro de la copa, abochornado, entre la mortificación y la carcajada.
Nunca se hubiera imaginado que recibiría tal oferta, aunque sólo se la hubieran hecho a medias.
—Catherine podrá servirle entonces, supongo —continuó Roland, empleando aún aquel apabullante tono práctico—. Ella lo hará muy bien, estoy segura; podrían tener uno para Lily y otro para Temerario.
—¡Gracias! —contestó él, con firmeza, pero intentando cambiar el tema por todos los medios—. ¿Puedo ofrecerle algo para beber?
—Oh, sí, un oporto me iría muy bien, gracias —respondió ella.
En este momento él estaba ya más allá del aturdimiento, y cuando volvió con los dos vasos, la capitana le ofreció un cigarro ya encendido; Laurence lo compartió encantado con ella.
Ambos estuvieron charlando varias horas más, hasta quedarse los últimos en el club y que los criados dejaran ver intencionadamente sus bostezos. Subieron juntos las escaleras.
—Tampoco es tan tarde —comentó ella, mirando al precioso gran reloj que había al final del rellano superior—. ¿Estás muy cansado? Podríamos echar una o dos manos de naipes en mis habitaciones.
A estas alturas Laurence se sentía tan cómodo con ella que no pensó que la sugerencia encubriera nada. Cuando al fin la dejó, mucho más tarde, para volver a sus propias habitaciones, un criado que bajaba por el vestíbulo se le quedó mirando; sólo entonces consideró lo inapropiado de su comportamiento y sintió ciertos escrúpulos. Pero el daño, si había cometido alguno, ya estaba hecho; se lo sacó de la cabeza y se fue a la cama de una vez.