Temerario empezó a quejarse y quiso bañarse de nuevo incluso antes de que le quitaran las vendas. Se le formaron costras en las heridas, que empezaron a sanar durante el fin de semana, y los cirujanos le dieron de alta a regañadientes. Después de haber reunido a los que ya consideraba como sus cadetes, Laurence salió hacia el patio, donde Temerario estaba a la espera de que le quitaran el arnés, y lo encontró hablando con la Largario, a cuya formación iban a incorporarse.
—¿Te duele al escupirlo? —preguntó Temerario con mucha curiosidad.
Laurence vio a Temerario inspeccionar las huecas protuberancias óseas que la dragona tenía a ambos lados de la mandíbula, por donde aparentemente expulsaba el ácido.
—No, apenas si lo siento —contestó Lily—. Sólo lo expulso al agachar la cabeza, por lo que tampoco puedo salpicarme, aunque, por supuesto, todos vosotros debéis tener cuidado cuando volamos en formación.
La dragona llevaba recogidas a la espalda las alas de color café con pliegues traslúcidos azules y naranjas que se montaban unos sobre otros. Sólo los extremos blanquinegros destacaban recortados contra sus ijares. Las pupilas de los ojos eran rasgadas, como las de Temerario, pero de un amarillo anaranjado. Las protuberancias óseas al descubierto le conferían una apariencia muy feroz, aunque ella permanecía pacientemente en pie mientras su tripulación de tierra se encaramaba con cierta dificultad para limpiar y pulir con gran esmero hasta el último rincón del arnés. La capitana Harcourt caminaba de un lado para otro a su alrededor e inspeccionaba el trabajo.
Lily bajó los ojos para mirar a Laurence cuando se colocó junto a Temerario. Algo parecido a la alarma daba un aspecto torvo a su mirada, pero la dragona sólo sentía curiosidad.
—¿Eres el capitán de Temerario? Catherine, ¿no vamos a acompañarlos al lago? No estoy segura de querer entrar en el agua, pero me gustaría verlo.
—¿Ir al lago?
La sugerencia hizo que la capitana Harcourt dejara de examinar el arnés y mirara a Laurence con manifiesto asombro.
—Sí, voy a llevar a Temerario al lago para que se bañe —explicó él con voz firme—. Señor Hollin, haga el favor de usar el arnés ligero y compruebe si es posible no aparejarlo para que las correas no presionen las heridas.
El aludido estaba limpiando el arnés de Levitas, que acababa de regresar de comer.
—¿Nos acompañas? —preguntó Hollin a Levitas—. En ese caso, señor —agregó, dirigiéndose a Laurence—, tal vez no fuera necesario enjaezar a Temerario.
—Me encantaría —contestó Levitas al tiempo que miraba expectante a Laurence, como si pidiera permiso.
—Gracias, Levitas —dijo Laurence por toda respuesta—. Es una solución excelente, caballeros. Levitas va a llevarlos en esta ocasión —anunció a los cadetes. Hacía mucho que había dejado de intentar variar el tratamiento en atención a Roland. Resultaba más sencillo dirigirse a ella igual que a los demás, dado que, dijera lo que dijese, parecía perfectamente capaz de sentirse incluida—. Temerario, ¿monto con ellos o me llevas tú?
—Te llevo yo, por supuesto —contestó el dragón.
Laurence asintió.
—Señor Hollin, ¿tiene otra ocupación? Su ayuda resultaría útil, y Levitas le puede llevar si Temerario carga conmigo.
—¡Vaya! Me encantaría, señor, pero no tengo arnés —contestó Hollin mientras miraba a Levitas—. Nunca he volado, quiero decir, no sin los avíos de la tripulación de tierra, claro, aunque supongo que puedo improvisar algo con los que no están en uso si me concede un momento.
Mientras Hollin trataba de equiparse, Maximus descendió sobre el patio. El suelo tembló cuando él aterrizó.
—¿Estás listo? —preguntó el dragón a Temerario, que parecía complacido.
Berkley estaba a lomos de Maximus junto a un par de guardiadragones.
—Lleva quejándose tanto tiempo que he cedido —dijo Berkley en respuesta a la mirada inquisitiva y divertida de Laurence—. ¡Dragones nadando! Una idea de lo más estúpida si quiere saber mi opinión, una gran tontería. —Golpeó cariñosamente la cruz del dragón, desdiciendo sus palabras.
—Nosotras también vamos —anunció Lily.
La dragona y la capitana Harcourt habían mantenido una discusión en privado mientras se reunía el resto del grupo. Luego, el animal levantó en vilo a la capitana hasta dejarla en el arnés. Temerario recogió a Laurence con cuidado. A pesar de las grandes garras, Laurence no se preocupó lo más mínimo. Estaba muy cómodo entre sus curvos dedos; se sentaba en la palma y estaba tan protegido como si estuviera dentro de una caja metálica.
Cuando llegaron a la orilla, sólo Temerario se dirigió directamente a las aguas profundas y comenzó a nadar. Maximus se aproximó con timidez a las zonas poco profundas, pero no fue más allá de donde hacía pie. Lily permaneció en la orilla mirando y olfateando el agua, pero sin entrar. Levitas, tal y como acostumbraba, levantó primero olas cerca de la orilla y enseguida salió disparado, salpicando y agitándose como un loco con los ojos cerrados con fuerza, hasta llegar a aguas profundas, donde comenzó a chapotear con entusiasmo.
—Nosotros no tenemos que entrar con ellos, ¿verdad? —inquirió uno de los guardiadragones de Berkley con cierta nota de alarma en la voz.
—No, ni siquiera contemplarlo de cerca —respondió Laurence—. La nieve fundida de la montaña llega a este lago y nos íbamos a amoratar de frío en cuestión de segundos. Pero la natación se lleva la mayor parte de la sangre y los restos de la comida y será mucho más fácil limpiarlos después de que se hayan empapado un poco.
—Mmm —dijo Lily al oír aquello, y se deslizó en el agua muy lentamente.
—¿Estás segura de que el agua no está demasiado fría para ti, cielo? —preguntó la capitana a sus espaldas—. Nunca se ha sabido de un dragón que haya contraído las fiebres palúdicas, por lo que supongo que la pregunta está fuera de lugar —les dijo a Laurence y Berkley.
—No, el frío sólo los despierta a menos que sean temperaturas por debajo de cero, por las que tampoco se preocupen —contestó Berkley, que luego alzó la voz hasta bramar—: Maximus, grandísimo cobarde, entra de una vez si es lo que pretendes. No voy a quedarme aquí todo el día.
—No tengo miedo —replicó Maximus indignado, y arremetió hacia delante, levantando una gran ola de agua que inmediatamente se tragó a Levitas y bañó a Temerario.
Levitas resurgió barbotando y Temerario bufó y hundió la cabeza en el agua para salpicar a Maximus. En cuestión de segundos, los dos se enzarzaron en una batalla campal que fue un buen intento para que las aguas del lago parecieran las del océano Atlántico en plena tormenta.
Levitas salió revoloteando del lago y goteó agua helada sobre todos los aviadores que estaban a la espera. Hollin y los cadetes se pusieron a secarle. El pequeño dragón dijo:
—Me encanta nadar. Gracias por dejarme venir de nuevo.
—No veo por qué no puedes venir tan a menudo como desees —le replicó Laurence, que, al mirar a Berkley y Harcourt, observó que ambos estaban pendientes de sus asuntos y que ninguno de los dos parecía dispuesto a preocuparse del tema lo más mínimo ni tomar en cuenta su oficiosa injerencia.
Lily se había adentrado lo suficiente para que las aguas la cubrieran casi por completo, o al menos tanto como su flotabilidad natural le permitía. Se mantuvo bien alejada de las salpicaduras del par de dragones más jóvenes y se frotó la piel con la cabeza. A continuación, más interesada en la higiene que en la natación, salió y ronroneó de placer cuando Harcourt y los cadetes comenzaron a limpiar las manchas que ella les indicaba.
Maximus y Temerario se cansaron finalmente y también salieron para que los secaran. Maximus requirió el máximo esfuerzo de Berkley y sus guardiadragones, dos hombres hechos y derechos. Los cadetes se encaramaron al lomo de Temerario mientras Laurence frotaba la delicada piel de su hocico. No pudo reprimir una sonrisa al oír refunfuñar a Berkley sobre el tamaño de su dragón.
Dejó el trabajo por un momento simplemente para disfrutar de la escena. Temerario hablaba con los demás dragones de buen grado, con ojos relucientes y la cabeza erguida con orgullo, sin indicios ya de que dudara de sí mismo. Incluso aunque aquella variopinta y extraña compañía no tenía nada que ver con lo que había querido para sí, aquella camaradería natural le reconfortó. Era consciente de haberse probado a sí mismo y haber ayudado a Temerario a obrar de igual modo, y de la profunda satisfacción de haber encontrado un lugar auténtico y digno para ambos.
El júbilo duró hasta que regresaron al patio. Rankin se hallaba en un lateral del mismo. Vestía un traje de aviador y se golpeaba la pierna con las correas de su arnés personal con evidente irritación. Levitas dio un pequeño salto de alarma al aterrizar.
—¿Qué te propones al irte volando de esa manera? —espetó Rankin sin esperar siquiera a que Hollin y los cadetes se bajaran—. Cuando no estés comiendo, tienes que estar aquí a la espera, ¿comprendido? ¿Y quién les ha dicho a ustedes que podían montar en él?
—Levitas fue sumamente amable al hacerme el favor de llevarlos, capitán Rankin —dijo Laurence, que salió de entre la dotación de Temerario y habló con brusquedad para distraer la atención del hombre—. Sólo hemos bajado al lago, y nos podían haber hecho una señal en cualquier momento.
—No voy a preocuparme de andar corriendo detrás de un encargado de señales para tener disponible mi dragón, capitán Laurence. Le agradecería que se preocupara de su propio animal y me dejara a mí el mío —repuso Rankin fríamente. Luego, dirigiéndose a Levitas, agregó—: Supongo que ahora estarás empapado, ¿no?
—No, no. Estoy casi seco, seguro. No tardaré mucho en estarlo del todo, lo prometo —dijo Levitas, que se encorvó sobre sí mismo hasta empequeñecerse.
—Esperemos que así sea —dijo Rankin—. Agáchate, deprisa. Y en cuanto a todos vosotros, ¡permaneced lejos de él a partir de ahora! —les dijo a los cadetes mientras se encamaraba a su posición haciendo a un lado a Hollin de un empellón.
Laurence se quedó observando al Winchester mientras éste se alejaba volando con Rankin montado sobre su lomo. Berkley y la capitana Harcourt permanecieron en silencio, igual que los demás dragones. De pronto, Lily ladeó la cabeza y profirió un airado siseo. Sólo cayeron unas gotas de ácido, pero crepitaron y humearon sobre la piedra, dejando un profundo boquete negro.
—¡Lily! —le reprendió la capitana Harcourt, pero había cierto alivio en su voz por el hecho de romper el silencio—. Peck, trae un poco de aceite para el arnés —ordenó a un miembro de la tripulación de tierra de Lily mientras descendía. Lo vertió con prodigalidad sobre las gotas de ácido hasta que dejaron de humear—. Listo, cubridlas con un poco de arena y mañana ya será seguro lavarlas.
Laurence también agradeció aquella pequeña interrupción. No confiaba en sí mismo lo suficiente como para hablar de inmediato. Temerario le acarició con el hocico con suavidad y los cadetes le miraron preocupados.
—No debería haberlo sugerido, señor —dijo Hollin. Por descontado, le pediré perdón a usted y al capitán Rankin.
—En absoluto, señor Hollin —contestó Laurence. Oyó su propia voz, fría y muy severa, por lo que intentó mitigar el efecto causado al añadir—: Nada de cuanto ha hecho está mal.
—No veo razón alguna por la que debamos permanecer lejos de Levitas —susurró Roland.
Laurence no vaciló ni un segundo en responder. Fue algo tan intenso y automático como su propia e inútil ira contra Rankin.
—Señorita Roland, un superior jerárquico le ha dado una orden. Si ése no es motivo suficiente, se ha equivocado de trabajo —replicó con brusquedad—. Que no vuelva a escucharle otro comentario de ese tipo. Hagan el favor de llevar esos trapos a la lavandería ahora mismo. Si me disculpan, caballeros, iré a dar un paseo antes de la cena —agregó dirigiéndose a los demás.
Temerario era demasiado grande para deslizarse detrás de él con éxito, por lo que el dragón recurrió a sobrepasarle volando y esperarle en el primer claro que había junto al camino. Laurence estaba convencido de que deseaba estar solo, pero descubrió que se alegraba de entrar en el círculo de las patas del dragón y apoyarse sobre su cálido corpachón, escuchando el palpitar casi musical y la continua reverberación de su respiración. Le entraron unas ganas terribles de llamar a Rankin.
—No sé por qué lo soporta. Aunque es pequeño, sigue siendo más grande que Rankin —dijo Temerario tiempo después.
—¿Por qué lo soportas tú cuando te pido que te pongas el arnés y realices algunas maniobras peligrosas? —le contestó Laurence—. Es su deber y su costumbre. Le han educado para obedecer y ha sufrido ese tratamiento desde que salió del huevo. Lo más probable es que no se le ocurra otra alternativa.
—Pero te ve a ti y a los demás capitanes. A nadie se le trata de ese modo —replicó Temerario. Abrió surcos en el suelo al flexionar las garras—. No te obedezco porque sea un hábito y no sea capaz de pensar por mí mismo. Lo hago porque sé que mereces esa obediencia. Nunca me tratarías con crueldad ni me pedirías que hiciera algo peligroso o desagradable sin motivo.
—No, no sin motivo —admitió el aviador—, pero tenemos un trabajo duro, amigo mío, y a veces debemos estar dispuestos a soportar mucho —vaciló, pero luego añadió con tacto—: Quería hablar contigo de ello, Temerario. Has de prometerme que en el futuro no antepondrás mi vida a todo lo demás. Seguramente sabías que Victoriatus es más necesario que yo para la Fuerza Aérea, incluso aunque no tuviéramos en cuenta a la tripulación. Nunca deberías haber contemplado la posibilidad de arriesgar sus vidas para salvar la mía.
Temerario se enroscó aún más cerca de él y dijo:
—No, Laurence, no puedo prometerte tal cosa. Lo siento, pero no te voy a mentir. No podía haberte dejado caer. Tal vez valores sus vidas más que la tuya, pero yo no, ya que tú eres más valioso para mí que todos los demás. No te obedeceré en tal caso. Y en lo que se refiere al deber no me preocupa mucho el concepto, ya que cuanto más sé de él, menos me interesa.
Laurence no estaba demasiado seguro sobre cómo responder a aquello. No podía negar cuánto significaba para él lo mucho que le valoraba Temerario, aunque también resultaba alarmante que el dragón expresara sin rodeos que seguiría o no sus órdenes en función de su propio criterio. Laurence confiaba mucho en ese juicio, pero volvía a sentir que no había hecho el suficiente esfuerzo para enseñar al dragón el valor de la disciplina ni el deber.
—Desearía saber explicártelo correctamente —dijo con cierta desesperación—. Tal vez encuentre algunos libros sobre el tema.
—Ya imagino —contestó el dragón, que por una vez se mostraba dubitativo sobre la lectura de un libro—. Dudo que haya algo que me persuada de comportarme de otra manera. En todo caso, preferiría evitar que volviera a suceder. Fue terrible y temía no ser capaz de recogerte.
Laurence podía sonreír a esas palabras.
—Al menos en ese punto estamos de acuerdo, y te prometo con mucho gusto que haré todo lo posible para evitar que se repita.
Roland acudió corriendo en su busca a la mañana siguiente. Laurence había dormido junto a Temerario en la pequeña tienda.
—Celeritas os quiere ver, señor —anunció la niña, que volvió al castillo junto a él, después de que se hubiera puesto la chaqueta y anudado el lazo del cuello. Temerario le despidió adormilado, sin apenas abrir un ojo antes de volver a dormirse. Mientras caminaban, Roland aventuró—: ¿Sigue enfadado conmigo, capitán?
—¿Qué? —preguntó él, mirándola sin comprender. Entonces, se acordó y le respondió—: No, Roland. No estoy enfadado contigo. Espero que hayas comprendido por qué te equivocaste al hablar de ese modo.
—Sí —le contestó la cadete. El aviador fue capaz de ignorar la poca convicción con la que lo decía—. No le he hablado a Levitas, pero no he podido evitar ver el mal aspecto que tiene esta mañana.
Laurence lanzó una mirada al Winchester mientras cruzaban el patio. Levitas se había aovillado en una esquina al fondo del patio, lejos de los demás dragones, y no dormía a pesar de lo temprano de la hora, sino que miraba el suelo con desánimo. Laurence desvió la mirada, no había nada que hacer.
—Retírate, Roland —ordenó Celeritas cuando ella llevó al aviador a su presencia—. Capitán, lamento haberle hecho llamar a primera hora. Antes que nada, ¿cree que Temerario se ha recuperado lo suficiente para reanudar el entrenamiento?
—Eso creo, señor. Se está recuperando con suma rapidez y ayer bajó al lago y regresó sin dificultad —contestó Laurence.
—Bien, bien. —Celeritas enmudeció, después suspiró y agregó—: Capitán, me veo obligado a ordenarle que no vuelva a entrometerse en lo que a Levitas concierne.
Laurence sintió cómo le ardían las mejillas. De modo que Rankin se había quejado de él. Aun así, era lo menos que se merecía. Él jamás hubiera tolerado una intervención oficiosa en el gobierno de su nave ni en el manejo de Temerario. Aquello no había estado bien, con independencia de las justificaciones que se diera a sí mismo, y la ira quedó subsumida bajo la vergüenza.
—Señor, le pido perdón por haberle puesto en el compromiso de tener que decírmelo. Le aseguro que el problema no se presentará de nuevo.
Celeritas bufó. Después de haber pronunciado la reprimenda, no parecía poner mucho empeño en reforzarla.
—No me dé garantías. Se rebajaría ante mis ojos si las diera con sinceridad —contestó—. Es una gran pena y tengo tanta culpa como los demás. Cuando fui incapaz de soportar más a Rankin, el Mando Aéreo pensó que él podría actuar como mensajero y le envió un Winchester. No me decidí a hablar contra él por consideración a su abuelo a pesar de saber que hubiera sido lo mejor.
Se sintió reconfortado cuando se suavizó la reprimenda y sintió curiosidad al comprender que Celeritas sugería que tampoco le soportaba. Seguramente, el Mando Aéreo nunca hubiera impuesto como aviador de un dragón tan extraordinario como el director de prácticas a un tipo como Rankin.
—¿Conoció bien a su abuelo? —preguntó Laurence, incapaz de resistirse a formular una pregunta de prueba.
—Fue mi primer cuidador, y también su hijo sirvió conmigo —contestó Celeritas lacónicamente al tiempo que apartaba el rostro y dejaba caer la cabeza. Se recuperó después de un momento y añadió—: Bueno, yo tenía esperanzas en el chico, pero la madre insistió en que no creciera aquí y su familia le inculcó ideas extrañas. Nunca debería haber sido aviador, y menos aún capitán. Pero ahora lo es, y se quedará mientras Levitas le obedezca. No puedo permitir que interfiera. Imagine lo que ocurriría si se dejara a unos oficiales inmiscuirse en los animales de otros. Los tenientes desesperados por llegar a capitán apenas podrían resistir la tentación de acaramelar a cualquier dragón que no estuviera del todo satisfecho. Eso sería el caos.
Laurence agachó la cabeza.
—Lo entiendo perfectamente, señor.
—En cualquier caso, le voy a dar asuntos más urgentes que atender. Hoy vamos a empezar la integración de Temerario en la formación de Lily —dijo Celeritas—. Vaya en su busca. Los otros estarán aquí dentro de poco.
Laurence caminó de regreso muy pensativo. Siempre supo, por supuesto, que las razas de mayor tamaño sobrevivían a sus cuidadores siempre que no los mataran en el combate. No había ponderado que eso dejaba a los dragones solos y sin compañero después ni había pensado cómo éstos o el Mando Aéreo resolvían la situación. Por supuesto, el interés de Inglaterra era que el dragón continuara en activo con un nuevo cuidador, y no pudo evitar el pensamiento de que de ese modo, con la mente ocupada en otros deberes, el animal sería más feliz y se evitaría la clase de pesar que estaba claro que Celeritas aún sentía.
Miró al dormido Temerario con preocupación una vez que regresó al claro. Les quedaban muchos años por delante y los caprichos de la guerra podían hacer baladíes todas aquellas preguntas, pero la felicidad futura del dragón era su responsabilidad, y con diferencia, más pesada que cualquier propiedad. En algún momento no demasiado lejano tendría que considerar qué previsiones tomaba para asegurar su futuro. Quizás un primer teniente bien elegido podría ocupar su lugar cuando el dragón se hiciera a la idea con el transcurso de los años.
—Temerario —le llamó, acariciando el hocico del dragón, que abrió los ojos y profirió un sonido sordo.
—Estoy despierto. ¿Volvemos a volar hoy? —preguntó mientras alzaba la cabeza, bostezaba al cielo y movía un poco las alas.
—Sí, amigo —contestó el aviador—. Vamos, debemos ponerte el arnés de nuevo. Estoy seguro de que el señor Hollin nos lo habrá preparado.
Habitualmente, la formación volaba en una cuña que recordaba mucho a una bandada migratoria de ocas con Lily en cabeza. Messoria e Immortalis, los Tanatores Amarillos, proporcionaban el obstáculo físico que impedía un ataque de cerca contra Lily mientras que Dulcia, un Cobre Gris más pequeño y ágil, y Nitidus, un Azul de Pascal, defendían los extremos. Todos ellos eran dragones adultos y, salvo Lily, tenían experiencia en el combate. Se les había elegido para aquella vital formación con el fin de apoyar a la joven e inexperta Largario, y sus capitanes y tripulaciones se sentían con razón orgullosos de su habilidad.
Laurence tuvo motivos para agradecer el incesante trabajo y las repeticiones del último mes y medio. Si las maniobras que habían practicado durante tanto tiempo no se hubieran convertido ahora en una segunda naturaleza para Temerario y Maximus, jamás hubieran podido igualar las estudiadas acrobacias, realizadas sin esfuerzo aparente, de los demás. Habían situado a los dos dragones más grandes de modo que formaran una segunda fila detrás de Lily, cerrando la formación con forma de triángulo. En batalla, su tarea sería rechazar cualquier intento de romper la formación, defenderla del ataque de otros dragones de combate pesado y acarrear el peso de las bombas que sus tripulaciones arrojarían sobre los objetivos ya debilitados por el ácido de Lily.
Laurence se alegró al ver que los otros dragones admitían plenamente a Temerario en la formación, aunque ninguno de los dragones adultos tenía ni la energía ni las ganas para jugar fuera del trabajo. La mayor parte del tiempo haraganeaban durante las escasas horas de ocio y se limitaban a entretenerse contemplando con condescendencia cómo hablaban Temerario, Lily y Maximus, y, de vez en cuando, cómo jugaban al corre que te pillo en el aire. Por su parte, Laurence también se sentía mucho mejor acogido entre los demás aviadores y descubrió que, sin haberlo advertido, se había acomodado a la informalidad de sus costumbres. La primera vez que se encontró dirigiéndose a la capitana Harcourt como simplemente «Harcourt» en una deliberación posterior al entrenamiento, ni siquiera se dio cuenta hasta al cabo de un rato.
Los capitanes y los tenientes primeros acostumbraban a mantener debates de estrategia y táctica a la hora de las comidas o a última hora de la noche, después de que los dragones se hubieran dormido. Rara vez le pedían opinión durante estas conversaciones, pero no le afectaba demasiado, ya que, aunque comenzaba a dominar los principios de la guerra aérea, se seguía considerando un neófito en el tema y difícilmente se podía ofender porque los aviadores hicieran lo mismo. Se mantenía en silencio y no intentaba pronunciarse en las conversaciones, salvo cuando podía contribuir con alguna información sobre las habilidades singulares de Temerario; prefería escuchar con el propósito de aprender.
De vez en cuando, la conversación giraba hacia el tema más general de la guerra. Estaban en un lugar apartado y la información tenía varias semanas de desfase, por lo que era difícil resistirse a la tentación de especular. Laurence se unió a los pilotos una velada en la que Sutton dijo:
—La maldita flota francesa podría estar en cualquier lugar. —Sutton era el capitán de Messoria y el más curtido de todos, un veterano de cuatro guerras muy dado al pesimismo y a un lenguaje subido de tono—. Ahora, se han escabullido de Toulon y por lo que sabemos esos bastardos ya deben de estar de camino hacia el canal. No me sorprendería encontrar mañana a un ejército invasor a nuestras puertas.
Laurence difícilmente podía dejar pasar por alto esas palabras y dijo al sentarse:
—Les aseguro que se equivocan. Villeneuve y su flota han zarpado de Toulon, sí, pero no se trata de ninguna operación de envergadura, sólo de huir. Nelson ha estado siguiéndole sin parar todo el camino.
—Caramba, ¿tiene noticias, Laurence? —preguntó Chenery, el capitán de Dulcia, levantando la vista de una desganada partida a las veintiuna que estaban jugando él y Little, el capitán de Immortalis.
—He tenido cartas, sí, y una de ellas la remitía el capitán Riley, del Reliant —contestó Laurence—. Navega con la flota de Nelson. Han cruzado el Atlántico en pos de Villeneuve y me cuenta que lord Nelson tiene esperanzas de alcanzar a los franceses en las Antillas.
—¡Vaya, y nosotros aquí, sin tener ni idea de lo que está pasando! —exclamó Chenery—. Por el amor de Dios, vaya a buscar esas cartas y léanoslas. No es de recibo que se calle todo esto y nos deje a todos en la ignorancia.
Habló con demasiado entusiasmo como para ofender a Laurence, que, al comprobar que los demás capitanes se mostraban del mismo parecer, envió un criado a su habitación para traerle el montoncito de cartas enviadas por los antiguos camaradas de la Marina. Se vio obligado a omitir varios pasajes en los que le compadecían por el cambio de estatus, pero se las arregló para saltárselos con bastante soltura y todos oyeron con gran curiosidad los fragmentos y retazos de noticias.
—De modo que Villeneuve tiene diecisiete naves por las doce de Nelson, ¿no? —dijo Sutton—. Entonces, dudo que ese tío vaya a correr mucho, pero ¿qué ocurre si da la vuelta? Nelson no puede contar con ningún apoyo aéreo al cruzar el Atlántico a esa velocidad, no hay transporte de dragones que aguante ese ritmo ni tenemos animales estacionados en las Antillas.
—Me atrevería a decir que la flota puede frenarle aun disponiendo de menos naves —insistió Laurence con ánimo—. Acuérdese del Nilo, señor, y de la batalla del cabo de San Vicente antes de eso. Hemos estado en desventaja numérica a menudo y el saldo ha sido victorioso.
Se contuvo con cierta dificultad y calló en ese momento. No deseaba parecer demasiado entusiasta.
Los demás sonrieron, pero no con condescendencia, y Little dijo con sus ademanes sosegados:
—En ese caso, debemos esperar que Nelson pueda acabar con ellos. Lo triste del asunto es que estamos en un terrible peligro mientras la flota francesa siga intacta de alguna forma. La Armada no va a poder atraparlos siempre y Napoleón sólo necesita controlar el canal de la Mancha durante dos días, tal vez tres, para conducir a su ejército al otro lado.
Era un pensamiento amenazador e hizo mella en el ánimo de todos. Berkley rompió al fin el subsiguiente silencio con un gruñido, se llevó un vaso de vino a los labios y lo vació.
—Podéis seguir aquí sentados viéndolo todo negro. Yo me voy a la cama —anunció—. Tenemos mucho trabajo como para imaginar más problemas.
—Y yo he de levantarme a primera hora —dijo Harcourt poniéndose en pie—. Celeritas quiere que Lily practique el lanzamiento de ácido sobre objetivos por la mañana, antes de las maniobras.
—Sí, todos debemos irnos a dormir —concluyó Sutton—. En cualquier caso, lo mejor que podemos hacer es mantener el orden en esa formación. Estad seguros de que llamarán a una de las formaciones de Largarios si se presenta la oportunidad de aplastar la flota de Bonaparte, y será una de las nuestras o de las dos de Dover.
El grupo se deshizo y Laurence subió pensativo a su habitación en la torre. Un Largario podía lanzar ácido con una enorme puntería. El primer día de entrenamiento había visto a Lily destruir blancos de un simple y rápido salivazo desde unos ciento veinte metros. No había cañón en tierra capaz de disparar a tanta altura. Los cañones de pimienta podían dificultar su tarea, pero el único peligro real vendría del aire: ella sería el objetivo de todos los dragones enemigos y la formación era una unidad destinada a protegerla. Laurence se daba cuenta perfectamente de que el grupo sería una formidable amenaza en cualquier campo de batalla y la perspectiva de aportar mucho a la salvaguardia de Inglaterra le insuflaba renovado interés en el trabajo.
Por desgracia, a medida que pasaban las semanas veía con mayor claridad que a Temerario le resultaba difícil mantener la concentración. El primer requisito del vuelo en formación era la precisión y el mantenimiento de la posición relativa de uno respecto a los demás. Temerario se veía limitado ahora que volaba con el grupo y pronto comenzó a sentir la restricción al tener mucha más velocidad y maniobrabilidad que la media. Una tarde, Laurence no pudo evitar oírle preguntar a Messoria:
—¿Hacéis algo más interesante que volar?
Messoria era una dragona curtida de treinta años con muchas y grandes cicatrices de combate que la convertían en objeto de admiración. Soltó una risotada indulgente y le contestó:
—Lo interesante no tiene por qué ser bueno. Resulta difícil hallar algo interesante en mitad de una batalla. No temas, te acostumbrarás.
Temerario suspiró y volvió al trabajo sin proferir nada similar a una queja, pero, aunque nunca fallaba a la hora de responder a una petición o llevar a cabo un esfuerzo, no estaba muy entusiasmado y Laurence no podía dejar de preocuparse. Hizo todo lo posible por consolar al dragón y proporcionarle otros temas que atrajeran su interés. Continuaron practicando el hábito de leer juntos y Temerario escuchaba con gran atención cada artículo matemático o científico que Laurence conseguía encontrar. Los entendía sin dificultad y el aviador se encontraba en la extraña posición de hacer que el dragón le explicara lo que él acababa de leer en voz alta.
Una semana después de haber reanudado las maniobras les llegó un paquete postal de sir Edward Howe, que resultó de gran utilidad. Venía dirigido enigmáticamente a Temerario, a quien le entusiasmó recibir correo para él. Laurence lo desempaquetó para el dragón y halló un magnífico libro recién publicado de historias sobre dragones orientales traducido por el propio sabio.
Temerario dictó una elegante nota de agradecimiento a la cual Laurence añadió el suyo. Los cuentos de dragones orientales resultaron ser el plato final de cada día. Leyeran lo que leyesen, siempre terminaban con una de aquellas historias. Incluso después de haberlas leído todas, al dragón le hacía muy feliz releerlas de nuevo, aunque de forma ocasional pedía alguna en concreto de sus favoritas, como la historia de Emperador Amarillo de China, el primer dragón Celestial, cuyos servicios permitieron la instauración de la dinastía Han, o la de Raijin, el dragón japonés que rechazó la flota de Kublai Khan cuando ésta intentaba la invasión de la isla nación. Esta última le gustaba en particular a causa del paralelismo existente con Inglaterra, amenazada por la Grande Armée de Napoleón al otro lado del canal.
También escuchaba con aire soñador la historia de Xiao Sheng, el ministro del emperador, que se tragó la perla del tesoro de un dragón y se convirtió él mismo en dragón. Laurence no comprendió la especial atención que Temerario mostraba hacia la historia hasta que el dragón preguntó:
—Supongo que eso no es real, ¿verdad? ¿No hay forma de que los hombres se conviertan en dragones ni a la inversa?
—No, me temo que no —respondió el aviador lentamente; la idea de que a Temerario le gustara cambiar le afligía, ya que al hacerlo sugería una desdicha muy profunda.
Pero el dragón se limitó a suspirar y dijo:
—En fin, eso me parecía, aunque hubiera sido agradable ser capaz de leer y escribir por mi cuenta cuando quisiera y también que tú pudieras volar junto a mí.
Laurence rio tranquilizado.
—Lamento de verdad que no sea posible semejante placer, pero incluso aunque lo fuera, a juzgar por el cuento, el proceso no parece muy cómodo ni reversible.
—No, y no me gustaría nada dejar de volar, ni siquiera por la lectura —apostilló Temerario—. Además, es muy agradable tenerte a ti para que me leas. ¿Me lees una más? ¿Puede ser la del dragón que inventó la lluvia durante la sequía tomando agua del océano?
Las historias eran mitos, obviamente, pero la traducción de sir Edward incluía un buen número de anotaciones en las que se describían las bases reales de las leyendas de conformidad al conocimiento moderno más avanzado. Laurence sospechaba que quizás estuvieran levemente exageradas. Sir Edward sentía demasiado entusiasmo por los dragones orientales, pero las leyendas cumplieron su propósito de forma admirable. Las historias fantásticas sólo consiguieron que Temerario se empeñara en demostrar unos méritos similares y le llevaron a preocuparse más por los entrenamientos.
El libro resultó útil por otra razón. La apariencia de Temerario empezó a diferir aún más de la de los demás dragones poco después de recibir el paquete. Le salieron unos finos tirabuzones alrededor de las fauces y una gorguera de delicado tejido ondulado que se desplegaba entre los flexibles cuernos alrededor del rostro. Todo ello le confería un aspecto serio y espectacular, aunque no desfavorecedor, pero resultaba innegable que su apariencia difería cada vez más de la del resto, e indudablemente Temerario se hubiera sentido desdichado de nuevo al verse con un aspecto que lo separaba aún más de sus compañeros, de no haber sido por el hermoso frontispicio del libro de sir Edward, un grabado de Emperador Amarillo en el que se mostraba a aquel gran dragón luciendo el mismo tipo de gorguera.
Seguía sintiendo ansiedad ante el cambio de su apariencia y Laurence le sorprendió examinando su reflejo en la superficie del lago poco después de que hubiera aparecido la gorguera. Volvía la cabeza a uno y otro lado y entrecerraba los ojos para verse a él y a la gorguera desde diferentes ángulos.
—Vamos, vas a hacer creer a todos que eres un vanidoso —le regañó Laurence mientras le acariciaba las ondulantes vellosidades de las fauces—. De verdad, te sientan muy bien. Haz el favor de no pensar más en eso.
Temerario profirió un ruidito de sobresalto y se inclinó hacia la zona acariciada.
—Es una sensación extraña —afirmó.
—¿Te hago daño? ¿Son demasiado sensibles?
Inquieto, Laurence se detuvo automáticamente. Aunque no le había dicho nada a Temerario, al leer los cuentos se había percatado de que los dragones chinos, al menos los Imperiales y los Celestiales, no parecían entrar demasiado en combate, excepto en los grandes momentos de crisis entre sus países. Parecían más afamados por su belleza y sabiduría, y si los chinos cruzaban a los dragones primando aquellas cualidades, no había que descartar que las vellosidades fueran una zona de tal sensibilidad que las convirtiera en un punto vulnerable en la batalla.
El dragón le empujó suavemente y contestó:
—No, no duelen. ¿Lo puedes seguir haciendo? —Temerario emitió un sonido inusual, similar a un ronroneo, y se estremeció del hocico a la cola—. Me parece que me gusta bastante —añadió con la mirada cada vez más pérdida y los ojos entrecerrados.
—Ay, Dios. —El aviador apartó la mano de inmediato y miró a su alrededor terriblemente avergonzado. Por fortuna, no había ningún otro dragón ni aviador en ese momento—. Lo mejor será que hable enseguida con Celeritas. Creo que vas a entrar en celo por primera vez. Tendría que haberlo comprendido cuando te salieron las vellosidades; eso debe de significar que ya te has desarrollado del todo.
—Ah, muy bien —Temerario parpadeó—. Pero ¿tienes que pararte? —preguntó lastimeramente.
—Es una noticia excelente —dijo Celeritas cuando Laurence le transmitió la información—. Aún no le podemos cruzar, ya que no podemos prescindir de él tanto tiempo, pero aun así estoy muy contento. Siempre me preocupo cuando envío a la batalla a un dragón inmaduro. Informaré a los criadores para que piensen en el mejor de los potenciales cruces posibles. La adición de sangre de Imperial Chino a nuestros linajes sólo puede generar grandes mejoras.
—¿Hay algo para calmarlo…? —Laurence se calló al no estar seguro de la manera de formular la pregunta sin resultar atrevido.
—Ya lo veremos, pero creo que no debe preocuparse —contestó Celeritas secamente—. No nos parecemos a los perros ni a los caballos. Somos capaces de controlarnos, al menos tanto como vosotros los humanos.
Laurence se sintió aliviado. Había temido que a Temerario le resultara difícil estar en compañía de Lily, Messoria u otras dragonas, mientras que Dulcia seguramente era demasiado pequeña como para atraerle como compañera. Pero Temerario no expresó interés en ninguna de ellas. Laurence se aventuró a preguntarle un par de veces de forma indirecta y el dragón parecía más que nada desconcertado ante la idea.
Siguieron los cambios, sin duda, algunos de los cuales se hicieron perceptibles de forma gradual. Lo primero de todo, Laurence se percató de que la mayoría de las mañanas el dragón se despertaba sin necesidad de que le avisaran. También cambiaron sus costumbres alimenticias: comía con menor frecuencia, pero en mayor cantidad y de forma voluntaria podía estar dos o tres días sin probar bocado.
Laurence estaba un tanto preocupado por que Temerario pasara hambre para evitar la desagradable situación de que no le dieran preferencia al comer o tener que soportar las miradas de soslayo de los demás dragones ante su nueva apariencia. Sin embargo, todos sus miedos se desvanecieron drásticamente apenas un mes después de que le hubiera crecido la gorguera. Acababa de aterrizar con Temerario en la zona de alimentación y permaneció atento, lejos de la masa de dragones congregados, cuando llamaron a Lily y Maximus a los campos. En esta ocasión invitaron a otro dragón con ellos, un recién llegado de una raza que Laurence no conocía. Tenía unas alas marfileñas veteadas y marcadas venas naranjas y amarillas con un toque marrón entreverado muy próximo al marfil translúcido, pero no era de mayor tamaño que Temerario.
Los demás dragones de la base se apartaron y los vieron alejarse, pero de forma inesperada, Temerario profirió un ruido sordo y bajo, que ni siquiera llegaba a ser un gruñido, desde lo más profundo de la garganta, lo más parecido que se puede imaginar al croar de una rana toro de unas doce toneladas, y saltó detrás de ellos sin que le invitaran.
Laurence no vio los rostros de los pastores al estar demasiado lejos la hondonada, pero se movieron alrededor de la cerca como si estuvieran desconcertados. Sin embargo, resultaba evidente que a ninguno le apetecía intentar ahuyentar a Temerario, lo cual tampoco resultaba sorprendente al considerar que ya había hundido las fauces en su primera vaca. Lily y Maximus no hicieron objeción alguna, y el dragón nuevo ni siquiera notó el cambio, por supuesto. Un momento después, los pastores soltaron otra media docena de animales en la zona, para que los cuatro dragones comieran hasta saciarse.
—Es un ejemplar magníficamente proporcionado. Es suyo ¿verdad?
Laurence se volvió para encontrarse con que le hablaba un extranjero que vestía unos pantalones de gruesa lana y una sencilla chaqueta de civil, ambas con motivos de dragones salteados. Era un aviador, sin duda, y un oficial también a juzgar por el porte y los modos de caballero, pero hablaba con marcado acento francés. Laurence se quedó sin habla al verlo.
El francés no estaba solo. Le acompañaba Sutton, que entonces se adelantó para efectuar las presentaciones. El francés se llamaba Choiseul.
—Llegué de Austria la pasada noche con Praecursoris —dijo Choiseul, que señaló con un gesto al dragón marmóreo que comía con delicadeza un cordero abajo, en el valle, al tiempo que evitaba limpiamente el surtidor de sangre de la tercera víctima de Maximus.
—Nos ha traído buenas noticias, aunque él les pone mala cara —informó Sutton—. Austria se está movilizando y va a enfrentarse a Bonaparte de nuevo. Me atrevería a decir que muy pronto va a tener que fijar en ellos su atención en vez de en el canal.
—No deseo en modo alguno poner freno a sus esperanzas y me desolaría darles innecesarias preocupaciones, pero no voy a decir que confíe mucho en sus posibilidades. No deseo parecer ingrato. El ejército austriaco fue bastante generoso al proporcionarnos asilo político a mí y a Praecursoris durante la Revolución, y he contraído con ellos una profunda deuda, pero los archiduques son necios y no van a prestar oído a los pocos generales competentes que les quedan. ¿El archiduque Fernando luchando contra el genio de Marengo y Egipto? Es un absurdo.
—Yo no diría que Marengo fue una batalla tan bien dirigida, en absoluto —intervino Sutton—. Hubiéramos visto un final muy diferente si los austriacos hubieran hecho avanzar a tiempo a la Segunda División aérea desde Verona. Fue más suerte que otra cosa.
Laurence no se consideraba lo bastante ducho en estrategia terrestre para ofrecer una opinión propia, pero las palabras de Sutton tenían pinta de ser una fanfarronada. En cualquier caso, él respetaba la buena suerte, y Bonaparte parecía atraerla más que ningún otro general.
Choiseul por su parte esbozó una imperceptible sonrisa y no contradijo a Sutton, se limitó a decir:
—Tal vez mis temores sean excesivos. Aun así, es el miedo el que nos ha traído hasta aquí, ya que nuestra posición en un Imperio austriaco derrotado sería insostenible. Hay muchos antiguos camaradas míos que me la tienen jurada por haberme llevado un dragón tan valioso como Praecursoris —explicó en respuesta a la pregunta que había implícita en la mirada de Laurence—. Los amigos me han avisado de que Bonaparte se propone exigir nuestra entrega como cláusula de cualquier tratado que se vaya a cerrar con el fin de acusarnos de traición. Por eso, hemos tenido que escapar de nuevo y ahora nos ponemos en vuestras manos confiando en la generosidad inglesa.
Era un hombre de verbo fácil y agradable, pero las profundas arrugas que le surcaban el rostro revelaban su infortunio. Laurence le miró con compasión. Había conocido a esa clase de oficiales franceses con anterioridad, marinos que habían huido de Francia después de la Revolución para languidecer en las costas inglesas. Laurence intuía que la posición de estos hombres era más triste y amarga que la de los nobles desposeídos que simplemente habían huido para salvar la vida, ya que experimentaban todo el dolor de sentarse ociosos mientras su país estaba en guerra. Cada victoria que se celebraba en Inglaterra era una terrible pérdida para su propia flota.
—Claro, es raro que seamos hospitalarios a la hora de alojar a un Chanson-de-Guerre como aquél —intervino Sutton, lanzando una de sus toscas puyas con la mejor intención—. Después de todo, tenemos tantos dragones de combate pesado que no sé cómo vamos a hacer sitio a otro, en especial si es tan bueno, veterano y bien entrenado.
Choiseul hizo una leve reverencia de agradecimiento y miró a su dragón con afecto.
—Acepto con mucho gusto los cumplidos sobre Praecursoris, pero ya disponen aquí de algunos animales magníficos. Ese Cobre Regio tiene un aspecto fabuloso y a juzgar por los cuernos aún no ha terminado de crecer, y su dragón, capitán Laurence, lo más probable es que sea una nueva raza. No he visto ninguno como él.
—No, ni es probable que vuelva a verlo —contestó Sutton— a menos que dé media vuelta al mundo.
—Es un Imperial, señor, una especie china —respondió Laurence, dubitativo entre el deseo de no lucirse y el innegable placer de hacerlo.
La reacción del atónito Choiseul, aunque bien contenida, resultó altamente satisfactoria, pero entonces Laurence tuvo que explicar las circunstancias de la adquisición de Temerario y no logró evitar cierta incomodidad al describir la exitosa captura de una nave francesa y un huevo francés a los franceses.
Pero Choiseul estaba claramente acostumbrado a la situación y escuchó la historia con al menos cierta apariencia de complacencia, sin efectuar ningún comentario. Aunque Sutton se inclinaba a detenerse en la pérdida de los franceses con cierta suficiencia, Laurence se apresuró a preguntarle al recién llegado qué iba a hacer en la base.
—Tengo entendido que aquí se entrena un ala y que Praecursoris y yo nos vamos a incorporar a las maniobras. Creo que nuestros servicios pueden ser de ayuda cuando las circunstancias lo permitan. Celeritas también espera que Praecursoris sea de ayuda en los entrenamientos de vuelo en formación de vuestros animales más grandes. Llevamos volando así casi catorce años, siempre hemos volado así.
Un estrepitoso batir de alas interrumpió la conversación cuando los pastores llamaron al resto de los dragones para que se alimentaran en los campos de caza ahora que los cuatro primeros habían terminado. Temerario y Praecursoris habían intentado aterrizar en el mismo afloramiento rocoso, que era cómodo y estaba muy cerca. Laurence se sorprendió al ver a Temerario enseñando los dientes y la gorguera hacia el dragón adulto.
—Le ruego que me perdone —dijo Laurence precipitadamente, y se apresuró a encontrar otro lugar para luego llamar a su dragón.
Vio con alivio cómo Temerario daba la vuelta y acudía a su reclamo.
—Tenías que llamarme ahora… —le reprochó Temerario al tiempo que lanzaba una mirada a Praecursoris con los ojos entrecerrados.
El dragón nuevo había ocupado ahora la posición objeto de disputa y hablaba en voz baja con Choiseul.
—Aquí son invitados. Ceder el paso es cuestión de cortesía —le explicó Laurence—. No tenía ni idea de que te tomaras tan a pecho el orden de preferencia, amigo.
Temerario hundió las garras en el suelo delante de él y levantó surcos en el mismo. Luego, contestó:
—No es más grande que yo. Tampoco es un Largario, por lo que no escupe veneno, ni hay dragones en Inglaterra que echen fuego por la boca. No veo nada en que me supere.
—No te supera en nada, en absoluto —admitió Laurence mientras le acariciaba una de las patas delanteras, que el dragón mantenía en tensión—. La preferencia es una mera cuestión de formalidad, y estás en tu perfecto derecho de comer con los otros. Sin embargo, te pido que no te pongas pendenciero. Han escapado de Europa huyendo de Bonaparte.
—¿Sí? —La gorguera de Temerario se fue plegando poco a poco alrededor de su cuello y Temerario miró al otro dragón con renovado interés—. Pero hablan francés. ¿Por qué temen a Bonaparte si son franceses?
—Son monárquicos, leales a la dinastía Borbón —dijo Laurence—. Supongo que escaparon de Francia antes de que los jacobinos acabaran con el rey. Me temo que el Terror reinó allí durante un tiempo, y aunque Bonaparte al menos ya no anda cortando cuellos en la guillotina, para los monárquicos no es mucho mejor que los jacobinos. Te aseguro que le desprecian todavía más que nosotros.
—Bueno, lo siento si he sido descortés —murmuró Temerario, que se fue por Praecursoris para hablar con él y, para asombro de Laurence, le dijo—: Veuillez m´excuser, si je vous ai dérangé[2].
Praecursoris se giró.
—Mais non, pas du tout[3] —respondió gentilmente, e hizo una inclinación de cabeza; luego, agregó—: Permettez que je vous présente Choiseul, mon capitaine[4].
—Et voici Laurence, le mien[5] —contestó Temerario—. Laurence, haz una reverencia, por favor —agregó el dragón hablando en voz baja cuando el aviador se le quedó mirando petrificado.
El aviador bajó la rodilla. No interrumpió el formal intercambio de frases, pero le consumía la curiosidad y en cuanto bajaron volando al lago para que el dragón se bañara quiso saber:
—¿Cómo diablos has aprendido a hablar francés?
Temerario volvió la cabeza.
—¿Qué quieres decir? ¿Es extraño hablar francés? Es muy fácil.
—Bueno —repuso Laurence—, es un fenómeno bastante peculiar, ya que hasta ahora no habías oído ni una palabra de francés. De mí no, desde luego, que me puedo considerar afortunado si soy capaz de decir bonjour sin avergonzarme.
—No me sorprende que hable francés —admitió Celeritas cuando Laurence se lo comentó aquella tarde en el campo de entrenamiento—, pero sí no habérselo oído antes. ¿Quiere decir que no habló en francés después de que rompió el cascarón? ¿Habló en inglés directamente?
—Pues, sí —respondió Laurence—. Admito nuestra sorpresa general, pero sólo porque empezara a hablar tan pronto. ¿Es insólito?
—Que hable, no. Aprendemos el lenguaje a través de la cáscara del huevo —le explicó Celeritas—. Estuvo a bordo de una nave francesa durante los meses previos a la eclosión, por lo que no me sorprende nada que conozca ese idioma. Me choca más que sea capaz de hablar inglés después de una sola semana a bordo del Reliant. ¿Se desenvolvía con fluidez?
—Desde el primer momento —contestó Laurence, complacido de la nueva evidencia de los dones únicos de Temerario—. Nunca dejas de sorprenderme, amigo —añadió dirigiéndose al dragón mientras le palmeaba el cuello.
Temerario se hinchó de satisfacción.
Sin embargo, el Imperial continuó mostrándose un poco quisquilloso, en especial en lo que concernía a Praecursoris. No se trataba de una abierta animosidad ni tampoco una especial hostilidad, pero se conducía con la intención manifiesta de demostrar que era tan bueno como el dragón veterano, en especial una vez que Celeritas incluyó al Chanson-de-Guerre en las maniobras.
Laurence se complacía en secreto al ver la fluidez y gracilidad de los movimientos de Temerario en el aire, Praecursoris no tanto; pero la experiencia del dragón y de su capitán pesaban mucho, y los dos conocían y dominaban ya muchas de las maniobras. El interés de Temerario en el trabajo creció de forma considerable. En algunas ocasiones, Laurence salía de comer y encontraba al dragón sobrevolando el lago, practicando las maniobras que antes había encontrado tan aburridas, y en más de una ocasión le pidió que sacrificaran una parte del tiempo de lectura para realizar un trabajo adicional. Se hubiera obligado a entrenar hasta la extenuación todos los días si Laurence no le hubiera contenido.
Al final, Laurence fue en busca de Celeritas para pedirle consejo. Albergaba la esperanza de que existiera una forma de aminorar la intensidad del esfuerzo, o tal vez de persuadir al director de prácticas para que separase a los dos dragones, pero aquél, después de escuchar sus objeciones, repuso con calma:
—Capitán Laurence, le preocupa la felicidad de su dragón, y así es como debe ser, pero ha de pensar primero en su adiestramiento y las necesidades de la Fuerza Aérea. ¿Me va a rebatir que no ha progresado más deprisa y que ha alcanzado niveles de destreza mayores desde la llegada de Praecursoris?
Laurence se le quedó mirando fijamente. La idea de que Celeritas hubiera promovido de manera intencionada la rivalidad entre los dragones para estimular a Temerario resultó primero asombrosa y luego casi ofensiva.
—Señor, Temerario siempre ha dado buen rendimiento, se ha esforzado todo lo que ha podido —comenzó a replicar con enojo.
Sólo se detuvo cuando Celeritas le interrumpió con una risotada.
—Alto ahí, capitán —dijo con tono brusco pero divertido—. No le estoy insultando. Lo cierto es que es un dragón demasiado listo para ser un combatiente de formación ideal. Si la situación fuera diferente, le haríamos líder de formación o un luchador independiente, y lo haría muy bien. Pero tal y como están las cosas, y dado su peso, debemos ponerle en la formación, y eso implica que ha de conocer las maniobras al dedillo. Son muy simples y no bastan para retener su atención. No ocurre muy a menudo, pero lo he visto antes y los signos son inconfundibles.
Por desgracia, Laurence no podía replicar a esa argumentación. Los comentarios de Celeritas eran perfectamente ciertos. Al ver al aviador sumido en el silencio, el director de prácticas continuó:
—Esa rivalidad añade el suficiente sabor para que se sobreponga al lógico aburrimiento que, en breve, se hubiera convertido en frustración. Aliéntele, alábele, que se sepa querido por usted y de ese modo las rencillas con otro macho no le van a afectar. A su edad, es muy natural, y es mejor que se enemiste con Praecursoris y no con Maximus. Praecursoris tiene la edad suficiente para no tomarse el asunto en serio.
Laurence no compartía ese optimismo. Celeritas no había visto hasta qué punto se inquietaba Temerario. Por otra parte, tampoco podía negar que el egoísmo motivaba sus comentarios: le desagradaba ver a Temerario ser tan duro consigo mismo. Pero todos debían ser duros, absolutamente todos.
Allí, en aquella helada pradera septentrional, era demasiado fácil olvidar que Inglaterra estaba en grave peligro. De acuerdo con los partes, Villeneuve y la Armada francesa andaban sueltos. Nelson les había ido dando caza durante todo el camino hacia las Antillas, sólo para ver cómo los esquivaba de nuevo, y ahora los buscaba desesperadamente por el océano Atlántico. Sin duda, la intención de Villeneuve era reunirse con la flota a las afueras de Brest y a continuación intentar apoderarse del estrecho de Dover. Bonaparte tenía un gran número de transportes en cada puerto a lo largo de la costa francesa, a la espera de abrir una brecha en las defensas del canal para hacer cruzar un numeroso ejército de invasión.
Laurence había servido en las tareas de bloqueo durante largos meses y sabía bien lo difícil que resultaba mantener la disciplina durante interminables y monótonos días sin ver al enemigo. Las distracciones —disfrutar de más compañía, un paisaje más amplio, libros y juegos— hacían el deber de entrenar mucho más llevadero, pero ahora sabía que en su camino había tanta insidia como aburrimiento.
Por eso, se limitó a saludar con una reverencia y despedirse diciendo:
—Comprendo su plan, señor. Gracias por la explicación.
No obstante, regresó junto a Temerario decidido a poner freno a aquel entrenamiento casi obsesivo y, si era posible, hallar medios alternativos para distraer su interés de las maniobras.
Fueron estas circunstancias las que le dieron la idea de explicar a Temerario tácticas de formación. El aviador lo hizo más pensando en el interés del dragón que en el suyo propio, con la esperanza de proporcionar un mayor interés intelectual a las maniobras, pero Temerario comprendió las lecciones con facilidad y enseguida las clases se convirtieron en verdaderos debates, tan útiles para uno como para otro, y compensaban sobradamente su falta de participación en las discusiones que los capitanes mantenían.
Aprovechando la inusitada capacidad voladora de Temerario, se embarcaron juntos en la preparación de una serie de maniobras propias que pudieran encajar con el ritmo más lento y metódico de la formación. El propio Celeritas había mencionado el ensayo de esa clase de estrategias, pero las apremiantes necesidades de la formación le habían forzado a relegar el plan a un futuro todavía sin determinar.
Laurence rescató una vieja mesa de vuelo en un desván, recabó la ayuda de Hollin para reparar la pata rota y la llevó al claro reservado a Temerario bajo la atenta mirada del dragón. Era una especie de gran diorama fijado sobre un tablero con un entramado en lo alto. Laurence no disponía de un juego adecuado de dragones a escala para situar sobre la mesa, pero los sustituyó atando tallas y trozos de madera coloreados a los zarcillos de la celosía, de modo que fueran capaces de representar posiciones en tres dimensiones para que el otro las comprendiera y evaluara.
Desde el principio, Temerario desplegó una rápida comprensión de los movimientos aéreos. Era capaz de descubrir enseguida si la maniobra era o no factible, y de no serlo, describía los movimientos necesarios para que lo fuera. La inspiración inicial de cada nueva maniobra era del dragón en la mayor parte de los casos. Laurence, por su lado, tenía más en cuenta la eficacia militar de las diferentes posiciones, y sugería aquellas modificaciones que ayudaban a administrar mejor la fuerza que debía utilizarse en cada ocasión.
Eran unas discusiones animadas, de las que se oían, y llamaron la atención del resto de su tripulación. Granby pidió tímidamente permiso para asistir y en cuanto Laurence se lo concedió, le siguió el segundo teniente, Evans, y muchos de los guardiadragones. Sus años de entrenamiento y experiencia les proporcionaron un poso de conocimiento del que tanto Laurence como Temerario carecían, y sus sugerencias refinaron más y más el plan.
—Señor, los demás me han pedido que le proponga que probemos algunas de las nuevas maniobras —le dijo Granby a las pocas semanas de haberse incorporado al proyecto—. No nos importaría nada dedicar nuestras tardes al trabajo. Sería triste no poder demostrar lo que el dragón puede hacer.
Laurence se sintió profundamente conmovido, no sólo por el entusiasmo de los oficiales, sino al ver que tanto Granby como la tripulación sentían el mismo deseo de ver que se reconocía la valía de Temerario. Se alegró mucho de encontrar a otros que estaban tan orgullosos del dragón como él mismo.
—Tal vez sea posible si tenemos suficientes tripulantes mañana por la tarde —contestó Laurence.
Todos los oficiales, cada uno en compañía de tres o más mensajeros, se hallaban presentes diez minutos antes de la hora. Laurence los miró con un ligero desconcierto mientras bajaba de su vuelo diario al lago. Entonces, al tenerlos a todos formados y a la espera, se percató de que la dotación de vuelo vestía el uniforme completo incluso en aquel improvisado ejercicio. Era habitual ver a las otras tripulaciones sin las chaquetas ni los lazos anudados al cuello, en especial después del calor de los últimos días. No pudo evitar considerarlo un halago a su propio hábito.
El señor Dulcia y la dotación de tierra también esperaban preparados. Incluso Temerario era capaz de estarse quieto en medio de tanto entusiasmo. Enseguida le pusieron el arnés reglamentario de combate y la dotación de vuelo subió en tropel.
—Todos a bordo y sujetos, señor —informó Granby mientras se sentaba en su posición de despegue sobre el hombro derecho de Temerario.
—Muy bien. Temerario, vamos a comenzar haciendo dos veces el vuelo de patrulla normal para tiempo despejado —dijo Laurence—. Luego, a mi señal, cambiaremos a la versión modificada.
El dragón asintió con ojos centelleantes y se lanzó a los cielos. Era la más sencilla de las nuevas maniobras y Temerario apenas tuvo dificultad en realizarla. Laurence vio enseguida su principal inconveniente cuando el dragón salió de la última vuelta en espiral y regresó a la posición normal, a la que estaba acostumbrada la tripulación. Los fusileros habían errado al menos la mitad de los blancos y las ijadas de Temerario estaban manchadas allí donde los sacos de ceniza, que en las maniobras representaban a las bombas, habían golpeado al dragón en lugar de caer.
—Bien, señor Granby, nos queda mucho trabajo por delante antes de poder hacer una demostración encomiable —dijo Laurence.
Granby asintió con pesar, y luego sugirió:
—Sin duda, señor. Tal vez si volara un poco más despacio al principio…
—Creo que probablemente también deberíamos sincronizar nuestras reacciones —comentó al estudiar los regueros de cenizas—. No podemos arrojar bombas mientras describe esos rápidos giros, por lo que si nos es imposible trabajar a un ritmo constante, debemos esperar y lanzar los simulacros de bomba de una sola andanada en los momentos en que él esté nivelado. El mayor riesgo que podemos correr es no acertarle al objetivo, y ese riesgo se puede asumir, pero el otro, no.
Temerario describió una vuelta sencilla en el aire mientras los lomeros y ventreros ajustaban a toda prisa el equipo de bombardeo. En esta ocasión, cuando repitieron la maniobra, Laurence vio caer los sacos sin marcas apreciables en los ijares de Temerario. Los fusileros, que aprovechaban los momentos de vuelo nivelado para disparar, también mejoraron su registro y después de media docena de repeticiones Laurence estuvo muy satisfecho de los resultados.
—Cuando logremos arrojar toda la carga de bombas y alcancemos en torno a un ochenta por ciento de aciertos al disparar, consideraré que nuestro trabajo, esto y las otras cuatro maniobras nuevas, merece la atención de Celeritas —concluyó después de que todos hubieron descendido y la dotación de tierra le quitara el arnés al dragón y le limpiara la suciedad del pelaje—. Y me parece una meta perfectamente alcanzable. Los felicito a todos ustedes, caballeros, por un comportamiento tan ejemplar.
Antes, se había mostrado poco dado a prodigar elogios, ya que no deseaba dar la sensación de querer ganarse el favor de la tripulación, pero ahora difícilmente se podía sentir más eufórico y le complacía ver la sincera respuesta de sus oficiales a la prueba. Todos por igual tenían deseos de continuar, de modo que, después de otras cuatro semanas de práctica, Laurence empezó a pensar de verdad que estaban listos para realizar una demostración ante un mayor número de espectadores; entonces, la decisión se le fue de las manos.
—La variante de vuelo de ayer por la tarde era muy interesante, capitán —le dijo Celeritas al final de la jornada matutina cuando los dragones de la formación tomaron tierra y desembarcaron las tripulaciones—. Permítanos verle volar mañana en formación.
Dicho esto, asintió con la cabeza y les ordenó retirarse. Laurence salió para reunir a su tripulación y a Temerario para una apresurada práctica final.
Al término de la jornada, después de que los demás hubieran vuelto a la base, él y Laurence se sentaron sin hablar en la oscuridad, demasiado extenuados para hacer otra cosa que no fuera descansar el uno junto al otro, y entonces el dragón mostró esa tendencia a preocuparse que le caracterizara.
—Venga, tranquilízate —le animó Laurence—. Mañana lo vas a hacer muy bien. Dominas todas las maniobras de principio a fin. Sólo hemos de ir despacio para que la tripulación dé la talla.
—No me preocupa el vuelo de mañana, pero ¿qué ocurre si Celeritas no aprueba las maniobras? —preguntó Temerario—. Habremos malgastado todo nuestro tiempo para nada.
—Jamás nos hubiera pedido una demostración si pensara que las maniobras son una completa insensatez —contestó el aviador—, y en cualquier caso no hemos desperdiciado nuestro tiempo en absoluto. Todos los miembros de la tripulación han aprendido mejor su cometido porque han tenido que prestar más atención y sopesar más el alcance de sus maniobras, e incluso aunque Celeritas lo desaprobara todo, seguiría considerando que hemos invertido provechosamente todas estas tardes.
Al menos, aquellas palabras hicieron desaparecer los temores del dragón y permitieron que éste se durmiera. El mismo se quedó dormido junto a Temerario. No sintió frío; aunque era a primeros de septiembre, todavía persistía el calor del verano. A pesar de lo mucho que sus palabras habían conseguido tranquilizar a Temerario, él estaba despierto y alerta con las primeras luces del alba y sentía una opresión en el pecho que no lograba disipar. La mayoría de su tripulación acudió a desayunar tan pronto como él, por lo que tuvo que detenerse a hablar con varios y comer con apetito, aunque por su gusto no hubiera tomado más que una taza de café.
Al llegar al patio de adiestramiento, encontró a Temerario luciendo su equipo e inspeccionando el valle con la mirada. Daba coletazos al aire con inquietud. Celeritas no había llegado todavía. Transcurrieron quince minutos antes de que apareciera el primer dragón de la formación y para ese momento Laurence ya se había acercado a Temerario y a la tripulación para sobrevolar la zona. Los alféreces y guardiadragones más jóvenes tenían una particular tendencia a gritar, por lo que tuvo a los miembros de la dotación intercambiando sus posiciones para aplacar sus nervios.
Cuando aterrizó Dulcia, y Maximus detrás de ella, toda la formación estuvo reunida al fin. Laurence hizo regresar a Temerario al patio, pero Celeritas seguía sin aparecer. Lily bostezaba de forma ostensible. Praecursoris hablaba en voz baja con Nitidus, el Azul de Pascal, que también hablaba francés, ya que habían comprado el huevo a un criadero francés muchos años antes del comienzo de la guerra, cuando las relaciones eran lo bastantes amistosas para permitir ese tipo de intercambios. Temerario seguía teniendo enfilado a Praecursoris, pero por una vez, a Laurence no le preocupaba si eso servía para distraerle.
Atisbó un reluciente aleteo y, al alzar la mirada, vio a Celeritas descender para aterrizar, mientras en lontananza las menguantes figuras de varios Winchester y Abadejos Grises se alejaban rápidamente en diferentes direcciones. A menor altura, dos Tanatores se dirigían hacia el sur en compañía de Victoriatus, aunque la convalecencia del herido Parnasiano no había terminado del todo. Antes de que Celeritas tocase el suelo, los dragones se sentaron alerta sobre las patas traseras, las voces de los capitanes se apagaron y las tripulaciones se sumieron en un silencio expectante.
—Han alcanzado a Villeneuve y su flota —anunció Celeritas alzando la voz para hacerse oír por encima de la algarabía—. La han acorralado en el puerto de Cádiz junto a la Armada española.
Conforme hablaba, los criados aparecían corriendo por el pasillo, acarreando bolsas llenas y cajas. Se apresuraban a realizar la tarea incluso las doncellas y los cocineros. Temerario se incorporó sobre las cuatro patas sin que nadie se lo hubiera ordenado, tal y como hicieron los demás dragones. Las dotaciones de tierra ya estaban desenrollando las telas de los entoldados del vientre y subían a los animales para armarlos.
—Han enviado a Mortiferus a Cádiz. La formación de Lily debe ir al canal de la Mancha de inmediato para reemplazarlo. Capitana Harcourt —dijo Celeritas volviéndose a ella—, Excidium continúa allí y goza de ochenta años de experiencia. Usted y Lily deberán entrenar con él cada segundo libre que tengan. Por el momento, le entrego el mando de la formación al capitán Sutton. Esta decisión no obedece a una valoración de su trabajo, sino a la brevedad de su entrenamiento. Debemos contar con la mayor experiencia posible en ese puesto.
Lo más habitual era que el capitán del dragón jefe de una formación fuera también el comandante, en buena parte porque ese dragón tenía que empezar todas las maniobras, pero Harcourt asintió sin dar muestras de sentirse ofendida:
—Sí, sin duda —contestó con voz aguda.
Laurence le dedicó una rápida mirada de compasión. Lily había roto el huevo inesperadamente pronto y Harcourt había alcanzado el rango de capitán sin apenas haber concluido su propio adiestramiento. Ésta podría ser su primera misión de guerra, y era posible que lo fuera.
Celeritas le hizo una señal de aprobación con la cabeza.
—Capitán Sutton, usted, por supuesto, consultará con la capitana Harcourt hasta donde sea posible.
—Por supuesto —contestó Sutton, que saludó a la capitana con una inclinación desde su posición en el lomo de Messoria.
Los equipajes ya estaban bien sujetos. Celeritas se tomó unos momentos para inspeccionar cada uno de los arneses.
—¡Comprobad las cargas! Maximus, empieza tú.
Uno por uno, los dragones se alzaron sobre los cuartos traseros. El viento azotó el patio mientras batían las alas y se agitaban para comprobar si había cinchas sueltas. Se dejaron caer uno tras otro e informaron:
—Todo está bien sujeto.
—Dotaciones de tierra, ¡suban a bordo! —ordenó Celeritas.
Laurence estuvo observando mientras Dulcia y sus hombres se apresuraban a alcanzar el aparejo del vientre y se amarraban con correas, listos para un vuelo de larga duración. Desde abajo le hicieron la señal de que estaban preparados y él asintió a su oficial de banderas, Turner, quien alzó la banderola verde. Las dotaciones de Maximus y Praecursoris hicieron lo mismo apenas un segundo después. Los dragones más pequeños ya los aguardaban.
Celeritas se sentó sobre los cuartos traseros, mirándolos a todos y luego se limitó a desear:
—Buen vuelo.
No hubo nada más, ninguna otra ceremonia ni preparativo alguno. El alférez de banderas del capitán Sutton alzó la bandera de «formación, gane altura» y Temerario saltó hacia el cielo con los demás para ocupar su posición al lado de Maximus. Soplaba viento del noroeste, casi directamente desde sus espaldas, y subieron cruzando la capa de nubes. Lejos, al este, Laurence atisbo la luz del sol cabrilleando sobre las aguas del océano.