Capítulo 7

A la mañana siguiente, Laurence se levantó temprano y desayunó solo para disponer de un poco de tiempo antes del comienzo de los entrenamientos. La noche anterior había examinado con detenimiento el nuevo arnés, estudiando cada puntada, comprobando si estaba bien hecha o no, y revisando cada una de las sólidas anillas. Temerario le había asegurado también que el nuevo equipo era muy cómodo y que los operarios habían atendido con sumo celo sus deseos. Se sentía obligado a tener un detalle, por lo que había hecho algunos cálculos y ahora se dirigía hacia los talleres.

Hollin ya se había levantado y estaba trabajando en su compartimiento. Salió en cuanto atisbo a Laurence.

—Buenos días, señor. Espero que no haya ningún problema con el arnés —dijo el joven.

—No, al contrario. He de felicitarles encarecidamente a usted y sus colegas —respondió Laurence—. Tiene un aspecto espléndido y Temerario me ha dicho que se siente muy a gusto con él. Gracias. Haga el favor de decirles a todos de mi parte que he añadido a sus pagas media corona de mi peculio para cada uno.

—¡Caray! Es muy amable de su parte, señor —contestó Hollin, que parecía sorprendido y feliz de oírlo.

Esa reacción complació a Laurence. Una ración extra de ron o de grog no era una recompensa deseable para unos hombres que podían comprar bebidas en la villa a pie del valle, y se pagaba mejor a los aviadores y soldados que a los marineros, por lo que le había dado vueltas a la cantidad adecuada de la gratificación. Deseaba recompensar su diligencia sin dar la impresión de que compraba la lealtad de sus hombres.

—También quería felicitarle a usted personalmente —añadió Laurence, ahora más relajado—. El arnés de Levitas tiene ahora un aspecto mucho mejor y el dragón parece más cómodo. Estoy en deuda con usted, sé que no era su obligación.

—No importa —dijo Hollin, que sonreía de oreja a oreja—. El animalito se sintió tan feliz que me alegré de haberlo hecho. Le echaré un ojo de vez en cuando para asegurarme de que sigue en buen estado. Me parece que está un poco solo —agregó.

Laurence nunca iba a ir tan lejos como para criticar a un oficial delante de un operario. Se contentó con limitarse a decir:

—Creo que está verdaderamente agradecido por la atención y me alegraría que os encargarais cuando tuvierais tiempo.

Aquél fue el último momento que tuvo para preocuparse de Levitas o de cualquier otra cosa que no fueran las tareas que debían realizar de inmediato. Celeritas había quedado satisfecho al comprobar la capacidad voladora de Temerario y el entrenamiento en serio comenzó ahora que el dragón disponía de su estupendo arnés nuevo. Desde el primer día, Laurence se marchaba a la cama tambaleándose nada más cenar y los criados le despertaban con la primera luz del alba. Apenas disfrutaba de una conversación en la mesa durante las comidas y pasaba todos los momentos libres sesteando al sol junto al dragón o sudando con el calor de las termas.

Celeritas era inmisericorde e incansable. Repitieron un sinnúmero de veces los movimientos de giro o la pauta de los descensos abruptos y las caídas en picado; luego realizaban vuelos cortos a toda velocidad durante los cuales los ventreros hacían prácticas de tiro sobre objetivos colocados en el suelo del valle. Se sucedieron largas horas de prácticas de artillería hasta que Temerario fue capaz de oír una descarga cerrada de ocho rifles detrás de los oídos sin parpadear; ya no se movía con brusquedad cuando la tripulación o los fusileros maniobraban y se encaramaban a él o el arnés se movía, y terminaba el día de trabajo con otra larga sesión para aumentar su resistencia, que le obligaba a dar más y más vueltas hasta que casi llegó a duplicar el tiempo que podía pasar en el aire a máxima velocidad.

Incluso cuando Temerario se desplomaba jadeante en el patio de entrenamiento para recuperar el aliento, el director de prácticas obligaba a Laurence a realizar movimientos en el arnés, a lomos del dragón, y en las anillas que había en la pared del risco para aumentar su habilidad en una tarea que otros aviadores llevaban haciendo desde sus primeros años en el servicio. No difería tanto de moverse en las cofas durante un temporal si uno se imaginaba que estaba a bordo de una nave que se desplazaba a una velocidad de cincuenta kilómetros por hora y que podía volverse de costado o bocabajo en cualquier momento. Las manos se le resbalaban constantemente durante la primera semana, y hubiera caído a plomo y se hubiera matado una docena de veces sin la ayuda de un par de mocetones.

El viejo capitán Joulson los tomaba a su cargo para instruirles en la señalización aérea en cuanto salían del entrenamiento diario de vuelo. Había muchas señales generales de comunicación con banderas y bengalas comunes con las de la Armada, por lo que Laurence no tuvo dificultad alguna con las más básicas, pero la necesidad de una rápida coordinación entre dragones en vuelo hacía impracticable la técnica habitual de deletrear los mensajes. Como resultado, existía una lista infinita de señales más grandes, algunas de las cuales requerían hasta seis banderas, y debía memorizarlas todas, ya que un capitán no podía confiar exclusivamente en su alférez de banderas: una señal vista y ejecutada una centésima antes podía significar la diferencia entre la victoria y la derrota. El oficial de señales era una simple salvaguarda, su deber consistía más en enviar las señales a Laurence y llamar su atención sobre otras nuevas en el fragor del combate, que en ser la única fuente de traducción.

Para vergüenza de Laurence, Temerario demostró ser más rápido que él a la hora de aprender las señales. Incluso Joulson estaba más que desconcertado ante el rendimiento del dragón.

—Y eso que ya es mayor para aprenderlas —le dijo a Laurence—. Por lo general, solemos empezar con las banderas el mismo día que rompen el cascarón. No me pareció oportuno revelarlo antes para no desalentarle, pero esperaba tener un montón de problemas. Lamentablemente, un dragón pequeño pasa muchos apuros con las últimas señales si es un poco lento y no se las ha aprendido todas al final de la quinta o sexta semana. Pero Temerario ya tiene más edad y las ha aprendido con la misma facilidad que si acabara de eclosionar.

Pero aunque el dragón no pasara apuros, el esfuerzo de memorización y repetición era aún más agotador que las restantes actividades físicas. De esta guisa transcurrieron cinco semanas de riguroso trabajo sin ni siquiera descansar los domingos. Hicieron progresos junto a Maximus y Berkley en maniobras más complejas que las que habían aprendido antes de poder unirse a la formación. Los dragones siguieron creciendo muchísimo durante todo ese tiempo. Al final de ese período, Maximus casi había alcanzado su tamaño adulto. Temerario apenas llegaba a la altura de un hombre, salvo en la cruz, aunque era mucho más enjuto, y concentraba su crecimiento en la corpulencia y el desarrollo de las alas más que en la altura.

No obstante, estaba bellamente proporcionado. Su cola era larga y grácil; las alas hacían juego con el cuerpo y parecían tener el tamaño idóneo cuando las desplegaba; sus colores se habían intensificado, la negra piel se había endurecido, salvo en el hocico, y era más lustrosa, y el azul y gris claro de los bordes de las alas se había extendido y había adquirido un toque opalino. A juicio de Laurence —parcial, por supuesto—, era el dragón más agraciado de toda la base, incluso sin la gran perla reluciente que lucía sobre el pecho.

El constante ajetreo y el rápido crecimiento habían suavizado, al menos temporalmente, la tristeza de Temerario. Ningún dragón era más largo que él, salvo Maximus; superaba incluso a Lily, a pesar de que ésta seguía teniendo una envergadura mayor. Aunque no se hizo valer ni los alimentadores le concedieron preferencia alguna, Laurence tuvo ocasión de ver que la mayoría de los restantes dragones le cedía el paso a la hora de comer, y aunque no se hallara en términos demasiado amistosos con alguno de ellos, estaba demasiado ocupado como para prestarles atención; en buena medida, algo muy similar a lo que le ocurría a Laurence con el resto de los aviadores.

La mayor parte del tiempo se hacían compañía el uno al otro y rara vez se separaban, excepto para comer y dormir. En verdad, Laurence sentía poca necesidad de otra compañía. Sin duda, le alegraba bastante ese pretexto, que le permitía evitar casi por completo compartir las veladas con Rankin. Aunque, con reserva, cruzaba palabras con él en todas las ocasiones en que le era imposible evitarlo, y sentía que al menos había frenado su amistad si no la había deshecho del todo. Al menos, la relación de Temerario y Laurence con Maximus y Berkley se estrechó, lo cual impedía que estuvieran totalmente aislados entre sus compañeros, aunque Temerario continuó prefiriendo dormir fuera, en el campo, en lugar de en el patio con los demás dragones.

Les habían asignado la tripulación de tierra para Temerario. Además de Hollin como jefe, Pratt y Bell, armero y curtidor respectivamente, formaban el núcleo junto a Calloway, el soldado de artillería. Muchos dragones no tenían más dotación, pero los maestros le fueron concediendo a regañadientes más asistentes cuando continuó creciendo; primero uno y luego otro, hasta que la dotación de Temerario tuvo sólo unos pocos hombres menos que la de Maximus. El encargado del arnés respondía al nombre de Fellowes. Era un hombre silencioso, pero digno de confianza, con unos diez años de experiencia en el puesto y mucha mano izquierda a la hora de conseguir hombres adicionales que no eran de la Fuerza Aérea. Se las ingenió para conseguir ocho hombres para atender el arnés, ya que los del Cuerpo no querían servir con Temerario bajo ningún concepto porque Laurence insistía en que siempre que fuera posible el dragón no llevara puesto el equipo, por lo que le debían quitar y poner el arnés con más frecuencia que a los demás dragones.

A excepción de estos hombres, el resto de la dotación de Temerario estaba compuesta en su totalidad por oficiales, hijos de caballeros, e incluso los operarios venían avalados por los oficiales o por sus compañeros. A Laurence le costó acostumbrarse a dar órdenes a aquellos diez novatos en lugar de a marinos avezados. En la Fuerza Aérea no había vestigio alguno de la brutal disciplina del contramaestre, no se podía azotar ni amedrentar a esos hombres; el máximo castigo era la expulsión. Laurence no podía negar que aquello le gustaba más, aunque se sentía desleal al admitir cualquier fallo de la Armada, incluso aunque lo hiciera en su fuero interno.

Como había supuesto, los oficiales no tenían defectos de gravedad o, al menos, no más que en su experiencia anterior. La mitad de los fusileros eran guardiadragones totalmente inexpertos que apenas diferenciaban la boca del rifle de la culata. Sin embargo, parecían bastante voluntariosos y se superaban con rapidez. Collins era demasiado entusiasta, pero tenía buen ojo; si Fonnel y Dunne seguían teniendo problemas a la hora de acertar al blanco, al menos recargaban con notoria rapidez. Su teniente, Riggs, resultaba un tanto lamentable; era un tipo nervioso, precipitado, y además gritaba al cometer pequeños errores, pero disparaba bien y conocía el oficio, aunque Laurence hubiera preferido a un hombre con más aplomo para guiar a los demás. No obstante, no podía elegir libremente a su equipo; Riggs tenía jerarquía y se había distinguido en el servicio, por lo que al menos se merecía el puesto, aspecto que lo hacía superior a unos cuantos oficiales con los que Laurence se había visto obligado a servir en la Armada.

Todavía no se había designado a la tripulación aérea permanente, los ventreros y lomeros que se responsabilizaban del equipo de Temerario durante el vuelo, así como los oficiales de mayor rango y los vigías. Se daría una oportunidad de conseguir un puesto en Temerario a la mayoría de oficiales subalternos de la base actualmente sin destino durante el curso de su adiestramiento, antes de que se hiciera la asignación definitiva. Celeritas le había explicado que ésa era una práctica muy extendida para asegurar que los aviadores sirvieran en el mayor número posible de dragones diferentes, ya que las técnicas variaban muchísimo de una especie a otra. Martin lo había hecho bien en su ciclo y Laurence albergaba la esperanza de que el joven guardiadragon consiguiera un puesto permanente bajo su mando. Otros jóvenes prometedores también se habían recomendado a sí mismos.

La única cuestión preocupante de verdad era la del teniente primero. Los tres primeros candidatos asignados le habían decepcionado; todos eran adecuados, pero ninguno le había dado la impresión de tener verdadero talento, y por el bien de Temerario, más que por el suyo, se mostraba quisquilloso. Lo más desagradable era que le habían asignado a Granby en su turno, y aunque el teniente desempeñaba todos sus deberes a la perfección, siempre se dirigía a Laurence como «señor», mostrando así su animadversión cada vez que cumplía órdenes. Era un contraste tan evidente con la conducta de los demás oficiales que hacía sentir incómodos a todos. Laurence no podía sino pensar con pena en Tom Riley.

Dejando a un lado ese aspecto, estaba satisfecho, aunque cada vez sentía más deseos de realizar maniobras de instrucción. Por fortuna, Celeritas había dictaminado que Temerario y Maximus estaban ya casi preparados para unirse a la formación. Sólo faltaban por dominar las últimas maniobras complejas, en las que se volaba completamente bocabajo. Ambos dragones se encontraban en mitad de estas prácticas cuando Temerario comentó a Laurence:

—Por ahí viene Volly, se dirige directo hacia nosotros.

Laurence ladeó la cabeza para ver una pequeña mota gris que aleteaba en su rápido camino hacia la base.

Volly penetró directamente en el valle y tomó tierra en el patio de entrenamiento —una violación de las reglas del puesto mientras se desarrollaba una práctica— y el capitán James bajó de la espalda del dragón de un salto para hablar con Celeritas. Interesado, Temerario se enderezó y permaneció suspendido en el aire para observar, zarandeando a toda la dotación a excepción de Laurence, que para entonces ya se había acostumbrado a ese movimiento. Maximus siguió volando un poco más, hasta que se dio cuenta de que estaba solo; entonces, dio la vuelta y voló de regreso a pesar de los gritos de protesta de Berkley.

—¿Qué se supone que pasa? —preguntó Maximus con voz sorda; al ser incapaz de mantenerse en el aire, debía volar en círculos.

—Escucha, torpón —gritó Berkley—, ya te lo dirán si es de tu incumbencia. ¿Vas a regresar a las maniobras?

—No lo sé. Tal vez deberíamos preguntar a Volly —contestó Temerario—. Y ya no tiene sentido que sigamos ejercitando los movimientos, ya nos los sabemos todos —agregó.

Sonó tan obstinado que Laurence se sobresaltó. Se inclinó hacia delante con cara de pocos amigos, pero Celeritas los llamó urgentemente antes de que pudiera hablar.

—Ha habido una gran batalla en el mar del Norte, a las afueras de Aberdeen —informó sin más preámbulos en cuanto aterrizaron—. Varios dragones del puesto de Edimburgo respondieron a las señales de socorro de la ciudad. Aunque han repelido el ataque francés, Victoriatus ha resultado herido. Se encuentra muy débil y tiene dificultades para mantenerse en el aire. Vosotros dos sois lo bastante grandes para ayudarle a sostenerse y traerle con más rapidez. Volatilus y el capitán James os guiarán. Id enseguida.

Volly tomó la delantera y salió volando a una velocidad de vértigo, dejándoles atrás con suma facilidad. Se mantenía al alcance de la vista a duras penas. Maximus ni siquiera podía mantener el ritmo de Temerario; sin embargo, valiéndose de banderas de señales y unos cuantos gritos precipitados a través de las bocinas, Berkley y Laurence acordaron que el Imperial Chino se adelantaría y su tripulación iría enviando señales luminosas regulares para guiar a Maximus.

Temerario se lanzó a tumba abierta en cuanto se acordó el plan. En opinión de Laurence iba demasiado deprisa. Aberdeen estaba a poco menos de doscientos kilómetros y los otros dragones irían hacia ellos, acortando así la distancia que los separaba. Aun así, iban a tener que ser capaces de volar la misma distancia para traer a Victoriatus, e incluso aunque sobrevolaran tierra firme y no el océano, no podrían aterrizar y descansar con el dragón herido reposando sobre ellos, ya que no lograrían hacerlo despegar después. Iba a ser necesario moderar la velocidad.

Laurence lanzó una mirada al cronómetro sujeto al arnés del dragón y esperó a que la manecilla del minuto cambiara para empezar a contar los golpes de ala. Veinticinco nudos. Demasiado deprisa.

—Temerario —le llamó—, tómatelo con calma, por favor. Tenemos mucho trabajo por delante.

—No estoy cansado en absoluto —respondió el dragón, pese a lo cual redujo la velocidad.

Laurence consiguió fijar la nueva marcha en quince nudos, un buen ritmo que Temerario podía mantener casi de manera indefinida.

—Pasen la orden de que quiero ver al señor Granby —dijo Laurence; poco después, el teniente, que soltó los mosquetones rápidamente para poder avanzar, se encaramó a la base del cuello de Temerario—. En su opinión, ¿cuál es la velocidad máxima a la que pueden traer al dragón herido? —le preguntó Laurence.

Por una vez, Granby no respondió con fría formalidad, sino pensativamente. Todos los aviadores se mostraban muy circunspectos en cuanto se mencionaba que un dragón estaba herido.

—Victoriatus es un Parnasiano —dijo—. Un dragón de peso medio bastante grande, más pesado que un Tanator. El puesto de Edimburgo no tiene dragones de combate pesado, por lo que los que le traen deben de ser también de peso medio. No pueden avanzar a más de veinte kilómetros por hora.

Laurence se detuvo para convertir los kilómetros en nudos y hacerse una idea. Luego asintió. En tal caso, Temerario doblaba esa velocidad. Si se tenía en cuenta la velocidad de Volly al traer el mensaje, les quedaban unas tres horas antes de que hubiera que empezar a buscar al otro grupo.

—Muy bien. También podemos aprovechar el tiempo. Haga que lomeros y ventreros intercambien su posición para entrenar. Luego, creo que vamos a hacer unas prácticas de tiro.

Se sentía bastante tranquilo y se arrellanó en su asiento. Se percató de la excitación de Temerario por el débil temblor que palpitaba en la parte posterior de su cuello. En cierto modo, era la primera acción de combate del dragón, por supuesto. Laurence le acarició la protuberancia del lomo con suavidad. Ordenó intercambiar de posición a los fusileros y se volvió para observar los movimientos que había mandado. Por orden, un lomero descendía hacia el entoldado inferior a la par que un ventrero subía al superior por el otro costado, de forma que los pesos respectivos de ambos se equilibraban. Cuando un hombre culminaba el ascenso, se aseguraba en su posición y daba un tirón a la correa indicadora, que alternaba secciones blancas y negras, para que avanzara un tramo. Poco después, volvía a avanzar otro tramo, lo que indicaba que el hombre que había descendido también se había sujetado. Todo se desarrolló sin complicaciones. En ese momento, Temerario llevaba tres guardiadragones en los entoldados superior e inferior, el intercambio les llevó menos de cinco minutos en total.

—Señor Alien —dijo Laurence con brusquedad llamando al orden, por descuidar su deber de vigilar a los demás hombres en su tarea, a uno de los vigías, el cadete de más edad, al que pronto ascenderían a alférez—. ¿Me podría decir quién está ahora arriba, por el noroeste? No, no se vuelva a mirar. Debe ser capaz de responder a esa pregunta en el momento que se le formula. Hablaré con su instructor, ¡ponga cuidado en su trabajo!

Los fusileros ocuparon sus posiciones y Laurence asintió con la cabeza para que Granby diera la orden. Quienes estaban en el lomo del dragón empezaron a arrojar los finos discos de cerámica empleados como blancos y los tiradores se turnaban al disparar intentando alcanzarlos en el aire al pasar. Laurence observó y frunció el ceño.

—Señor Granby, señor Riggs, he contado doce aciertos de los veinte discos. ¿Coincide esa cifra con sus cuentas…? Caballeros, espero que no sea necesario recordarles que esto no valdrá contra los tiradores de élite franceses. Empecemos de nuevo a un ritmo más lento. Buscamos primero la precisión; luego, la velocidad. Señor Collins, haga el favor de no apresurarse tanto.

Los tuvo disparando durante casi una hora y luego puso a la dotación a efectuar los complicados ajustes del arnés propios de cuando estallaba una tormenta durante el vuelo. Después de eso, él mismo descendió para observar a los hombres situados debajo mientras volvían a disponer el equipo para el buen tiempo. No llevaban pescantes a bordo, por lo que no les pudo ordenar que hicieran prácticas de acomodación en las grupas para desmontar todo el equipo, y pensó que lo hubieran hecho igual de bien incluso con el equipo adicional.

Temerario se volvía de vez en cuando para seguir cada maniobra con ojos relucientes, pero la mayor parte del trayecto estuvo abstraído. Ganaba o perdía altura para aprovechar las corrientes más idóneas, que le permitían avanzar con algún esporádico aleteo, lo suficiente para mantener el vuelo. Laurence colocó la mano sobre los grandes y nudosos músculos del cuello de Temerario y percibió la suavidad con la que se movían, como si debajo de la piel hubiera aceite. No sintió la tentación de distraerlo hablando por ser innecesario. Sin necesidad de palabras, sabía que Temerario compartía su satisfacción de encauzar al fin el entrenamiento conjunto hacia un objetivo real. Hasta ahora, que de nuevo se veía ocupado en el servicio activo, Laurence no había comprendido del todo su propia y callada frustración por haber sido degradado de oficial en activo a mero cadete.

Las tres horas transcurrieron deprisa según el cronómetro. Era el momento de prepararse para ayudar al dragón herido. Maximus estaba quizás a una media hora detrás de ellos, por lo que Temerario tendría que cargar con Victoriatus sólo hasta que el Cobre Regio les diera alcance.

—Señor Granby —dijo Laurence mientras se sujetaba de nuevo en su posición en la base del cuello—, despejemos el lomo. Que bajen todos los hombres, salvo el oficial de señales y los vigías de delante.

—Muy bien, señor —asintió Granby, y de inmediato se volvió para organizado todo.

Laurence le vio trabajar con una mezcla de satisfacción e irritación. Por vez primera en la última semana, Granby llevaba a cabo sus obligaciones sin ese aire de envaramiento y resentimiento, y Laurence notaba fácilmente los efectos: aumentaba la velocidad de casi todas las operaciones; ahora se corregían una miríada de pequeños defectos en la ubicación y posicionamiento de la dotación en el arnés, que no había percibido antes por su inexperiencia; la atmósfera entre los hombres se relajó. Así era como un buen teniente primero facilitaba la vida de la tripulación, y Granby estaba demostrando en esta ocasión que era perfectamente capaz de hacerlo, lo cual hacía más lamentable su actitud.

Volatilus dio la vuelta y regresó volando hacia ellos poco antes de que terminaran de despejar la parte superior. James se estiró e hizo bocina con las manos para informar a Laurence:

—¡Los he avistado! ¡Dos puntos hacia el norte, doce grados por debajo! —Enfatizaba los números con gestos de la mano mientras hablaba—. Vas a tener que bajar para luego volver a subir a su altura, ya que dudo que el dragón herido pueda elevarse más.

—Muy bien —contestó Laurence a través de la bocina, y ordenó al alférez de banderas que lo confirmara con las mismas.

Temerario se había hecho demasiado grande para que Volly pudiera acercarse lo suficiente para una comunicación verbal inteligible.

El dragón se curvó para lanzarse en picado a una rápida indicación de Laurence, que muy pronto vio en el horizonte una mota que creció enseguida hasta convertirse en un grupo de dragones. Se identificaba a Victoriatus en el acto. Era con diferencia más grande que cualquiera de los dos Tanatores que se esforzaban por mantenerlo en el aire. Aunque la tripulación ya había aplicado gruesos vendajes a las heridas, la sangre los había empapado y mostraba las marcas de éstas, donde era evidente que el dragón había recibido los golpes de los alados franceses. Las propias garras del Parnasiano eran inusualmente largas y estaban ensangrentadas, al igual que las mandíbulas. Los dragones más pequeños que volaban debajo iban atestados y encima de la criatura herida no había nadie, salvo el capitán y tal vez media docena de hombres.

—Señal: «porteadores preparados para apartarse» —ordenó Laurence; el joven alférez de banderas ondeó los coloridos banderines en una rápida secuencia y obtuvo una pronta respuesta.

Temerario ya había volado alrededor del grupo y se había posicionado adecuadamente. Ahora se hallaba justo debajo y detrás del segundo dragón que soportaba el peso.

—Temerario, ¿estás preparado? —gritó Laurence.

Habían practicado aquella maniobra en los entrenamientos, pero iba a ser inusualmente difícil llevarla a cabo allí. El dragón herido apenas batía las alas y tenía los ojos entrecerrados de dolor y fatiga. Los dos dragones de apoyo estaban también extenuados. Tendrían que apartarse con suavidad y Temerario debía situarse allí a la velocidad de un rayo para impedir que Victoriatus se desplomase en una caída mortal imposible de evitar.

—Sí, démonos prisa, por favor. Parecen demasiado cansados —respondió Temerario mirando hacia atrás.

Temerario ya estaba preparado y había igualado el ritmo de los otros dos dragones; no se ganaba nada por esperar más.

—Señal: «intercambio en la posición delantera» —indicó.

Flamearon las banderas y llegó la confirmación. Entonces aparecieron banderas rojas a ambos costados de la parte delantera de los dragones de apoyo que luego fueron sustituidas por otras verdes.

La retaguardia del dragón bajaba rápidamente y se salía de la formación cuando Temerario entró a fondo, pero el dragón de delante fue un poco lento y batió las alas con torpeza, por lo que Victoriatus comenzó a caer sobre el Tanator que intentaba descender para hacer sitio a su sustituto.

—¡En picado, maldita sea, baja en picado! —bramó Laurence lo más alto que pudo.

La cola del Tanator golpeaba como un látigo y estaba demasiado cerca de la cabeza de Temerario, de modo que no le podían reemplazar.

El Tanator terminó la maniobra y se limitó a plegar las alas, por lo que se apartó cayendo a plomo.

—Temerario, has de levantar un poco a Victoriatus para poder avanzar —gritó Laurence de nuevo, pegado contra el cuello del dragón.

El Parnasiano había apoyado los cuartos traseros sobre la cruz de Temerario en lugar de sujetarse más atrás, y la gran panza estaba a menos de un metro por encima. El dragón malherido mantenía la distancia a duras penas con las fuerzas menguadas.

Temerario cabeceó para indicar que había escuchado y comprendido la orden de Laurence. Batió las alas deprisa para subir en ángulo empujando al derrengado dragón hacia arriba y hacia atrás y luego, por pura fuerza, cerrar las alas de repente. Desplegó las alas otra vez después de una breve pero vertiginosa caída. Con un único gran empujón, Temerario consiguió situarse de forma adecuada y Victoriatus cayó pesadamente sobre ellos de nuevo.

Laurence tuvo un momento de respiro, y entonces Temerario aulló de dolor. Se volvió y contempló aterrado cómo Victoriatus, confuso y dolorido, hundía y removía las garras en el lomo y los ijares del Imperial. Arriba, apagados, escuchó los gritos del otro capitán. Victoriatus se detuvo, pero Temerario ya sangraba y algunas cinchas del arnés estaban cortadas y flameaban al viento.

Estaban perdiendo altura con gran rapidez. Temerario forcejeaba por mantenerse en vuelo bajo el peso del otro dragón. Laurence luchaba contra los mosquetones que le sujetaban mientras ordenaba a voz en grito al alférez de banderas que informara a los hombres de debajo. El muchacho descendió dificultosamente una parte del camino y ondeó como un poseso la bandera rojiblanca. Un momento después, vio agradecido cómo Granby y otros dos hombres trepaban para vendar las heridas, llegando a los cortes más profundos más deprisa de lo que él hubiera sido capaz. Acarició a Temerario y lo tranquilizó mientras se esforzaba para que no se le quebrara la voz. Temerario no podía desperdiciar fuerzas volviéndose para contestarle y continuó su batir de alas con bravura, aunque mantenía la cabeza gacha a causa del esfuerzo.

—No son profundas —gritó Granby desde donde trabajaban para cubrir las desgarraduras.

Laurence pudo respirar y empezó a pensar con claridad. El arnés se movía sobre el lomo del dragón. Además de una parte poco importante del aparejo, la cincha mayor del cuello estaba casi cortada, sostenida sólo por los alambres interiores, pero el cuero estaba seccionado y se precipitarían al vacío tan pronto como los cables se debilitaran bajo el peso de todos los hombres y el equipo.

—Todos vosotros —ordenó a los vigías y al alférez de banderas; los tres muchachos eran los únicos que quedaban arriba, además de él mismo— quitaos los arneses y pasádmelos. Sujetaos con fuerza al arnés principal y meted por dentro brazos y piernas.

El cuero de los arneses personales era grueso, sólidamente cosido y bien engrasado. Los mosquetones eran de acero sólido, no tan fuerte como el arnés principal, pero casi.

Se puso los tres arneses en el brazo y, por la cincha que recorría el lomo, trepó a la parte más ancha de los hombros. Granby y los dos guardiadragones seguían trabajando en las heridas de la ijada de Temerario. Le dedicaron una mirada confusa y Laurence comprendió que no veían la cercana cincha seccionada, oculta por la pata delantera de Temerario. En cualquier caso, no quedaba tiempo para pedirles ayuda; la cincha comenzaba a deshacerse muy deprisa.

No se podía acercar de forma normal. Sin duda, la cincha del lomo se rompería de inmediato si intentaba apoyar su peso en cualquiera de las anillas que pendían de ella. Moviéndose lo más deprisa que podía bajo el rugiente azote del viento, enganchó dos de los arneses con los mosquetones y luego hizo una lazada alrededor de la cincha.

—Temerario, muévete lo menos posible al volar —gritó.

Luego, colgando de los extremos de los arneses, abrió sus propios mosquetones y se encaramó cautelosamente hacia los hombros, sin otra seguridad que la fuerza con la que agarraba el cuero.

Granby le gritaba algo, pero el viento se llevó sus palabras sin que lograra distinguirlas. Laurence intentó mantener la vista fija en las correas. El suelo de debajo tenía el precioso verdor de comienzos de la primavera; aunque resultara extraño, era bucólico y estaba en silencio: volaban lo bastante bajo como para que viera las ovejas como puntitos blancos. Ahora tenía las correas al alcance de la mano. Con pulso tembloroso, abrochó el primer mosquetón abierto del tercer arnés en la anilla que había encima del corte y el segundo en la de debajo. Tensó las correas echando el cuerpo hacia atrás y apoyando en ellas su peso hasta donde se atrevía. Le dolían los brazos y temblaba como si fuera presa de una fiebre alta. Centímetro a centímetro, tensó el pequeño arnés hasta que al fin la separación entre los mosquetones tuvo el mismo tamaño que la zona cortada de la cincha y soportó buena parte de su peso. El cuero dejó de deshilacharse.

Alzó la vista y vio a Granby trepando lentamente en su dirección. Las anillas chasqueaban bajo su peso. La tensión no era un peligro tan inmediato ahora que había puesto el arnés en su sitio, por lo que Laurence no le hizo señales de que se alejara y se limitó a decir a voz en grito:

—Llame al señor Fellowes.

Después de hacer llamar al encargado del arnés, señaló el lugar a Granby, que abrió unos ojos como platos cuando cruzó la pata delantera y vio la cincha rota.

La deslumbrante luz del sol le dio de lleno en el rostro cuando Granby se volvió para hacer señales de petición de ayuda a los ventreros. Encima de ellos, Victoriatus daba bandazos mientras las alas le temblaban. Su pecho cayó pesadamente sobre la espalda de Temerario, que se tambaleó en el aire, con un hombro desequilibrado a causa del golpe. Laurence se estaba resbalando a lo largo de las cintas de los arneses unidos, ya que las palmas húmedas le impedían agarrarse bien. El mundo verde daba vueltas a sus pies y su presa sobre las correas empezaba a fallar al tener las manos cansadas y resbaladizas a causa del sudor.

—¡Laurence, aguanta! —gritó Temerario con la cabeza vuelta para mirarle.

Los músculos y las articulaciones de las alas empezaron a moverse mientras se preparaba para atrapar al aviador en el aire.

—No debes dejar caer al dragón —gritó Laurence aterrado. Temerario sólo le podía atrapar si dejaba caer a Victoriatus de su espalda y enviaba al Parnasiano a su muerte—. ¡No debes hacerlo, Temerario!

—¡Laurence! —gritó el dragón con las garras flexionadas, los ojos abiertos y afligidos y moviendo la cabeza de un lado a otro en señal de negación.

Laurence supo que no tenía intención de obedecer. Se afanó por sujetarse a las correas de cuero e intentó subir. No era sólo su vida la que estaba en juego si se caía, sino las del dragón herido y todos los tripulantes a bordo del mismo.

Granby apareció de pronto para sujetar el arnés de Laurence con ambas manos.

—Acóplese a mí —gritó.

Laurence vio de inmediato a qué se refería. Aferrándose todavía a los arneses unidos con una mano, cerró sus mosquetones sueltos a las anillas del arnés de Granby y luego se agarró a las correas que cruzaban el pecho de éste. Entonces, los guardiadragones los alcanzaron y enseguida numerosas manos firmes sujetaron y subieron a Laurence y Granby hasta el arnés principal. Sostuvieron a Laurence hasta un lugar donde pudo asegurar sus mosquetones a las anillas adecuadas.

Apenas era capaz de respirar aún, pero se apoderó de la bocina y gritó con urgencia.

—Todo está en orden.

Su voz apenas se oyó. Respiró hondo y volvió a intentarlo, esta vez con voz más clara:

—Estoy bien, Temerario. Sigue volando.

Los tensos músculos que había debajo de él se relajaron lentamente y el dragón volvió a aletear, recuperando un poco de la altura que habían perdido. Todo el proceso había durado alrededor de unos quince minutos, pero sentía un tembleque tal que parecía que había hecho frente a una galerna de tres días en cubierta, y el corazón le palpitaba desbocado a punto de salírsele del pecho.

Granby y los guardiadragones tampoco parecían mucho más serenos.

—Bien hecho, caballeros —les dijo Laurence en cuanto confió en que no se le iba a quebrar la voz—. Dejemos espacio para que trabaje el señor Fellowes. Señor Granby, haga el favor de enviar a alguien al capitán de Victoriatus para saber qué ayuda nos pueden prestar. Hemos de adoptar todas las precauciones posibles para evitar nuevos sustos.

Le miraron boquiabiertos durante unos instantes. Granby fue el primero en poner en orden las ideas y comenzó a dar órdenes. Para cuando Laurence, con suma cautela, se hubo abierto camino de vuelta a su puesto en la base del cuello de Temerario, los guardiadragones ya habían envuelto con vendas las garras de Victoriatus para evitar que volviera a herir al Imperial y Maximus apareció en lontananza, apresurándose a prestar su ayuda.

El resto del vuelo transcurrió sin acontecimientos dignos de mención, siempre y cuando se considerase normal el esfuerzo de llevar por el aire a un dragón casi inconsciente. Los cirujanos acudieron apresuradamente para examinar a Victoriatus y a Temerario en cuanto depositaron sano y salvo al primero en el suelo del patio. Para gran alivio de Laurence, los cortes resultaron ser en efecto de poca profundidad. Los limpiaron y examinaron para luego diagnosticarlos de poca gravedad y colocar encima unas gasas sueltas para impedir que se irritara la piel herida. Luego, dejaron libre a Temerario y a Laurence le dijeron que el dragón durmiera y comiese lo que quisiera durante una semana.

No era la mejor vía para conseguir unos pocos días de asueto, pero agradecieron infinitamente el respiro. De inmediato, Laurence llevó andando al animal a un claro despejado cercano a la base, sin querer forzarle a que hiciera otro vuelo en el aire. Aunque el claro se encontraba en la cima de la montaña, no estaba a demasiada altura, y lo cubría una capa de suave hierba verde. Estaba orientado al sur y lo bañaba el sol casi todo el día. Allí durmieron los dos desde aquella tarde hasta última hora del día siguiente. Laurence permaneció tendido sobre el lomo caliente de Temerario hasta que el hambre los despertó a ambos.

—Me siento mucho mejor. Estoy seguro de que puedo cazar casi con toda normalidad —dijo Temerario.

El aviador no quiso ni oír hablar de ello; en su lugar, anduvo de vuelta a los talleres y movilizó a toda la dotación de tierra. En muy poco tiempo, condujeron a un pequeño grupo de ganado desde el redil y lo sacrificaron. El dragón se comió hasta el último trozo de carne y luego se fue directamente a dormir de nuevo.

Con cierta inseguridad, Laurence le pidió a Hollin que hiciera que los criados le llevaran algo de comida. Se sentía muy incómodo por tener que pedirle al joven un favor personal, pero era reacio a dejar solo a Temerario. Hollin no se ofendió, pero volvió con el teniente Granby, Riggs y otro par de tenientes.

—Debería ir a comer algo caliente y darse un baño, y luego dormir en su propia cama —dijo Granby en voz baja después de haber hecho señal a los otros para que aguardaran a cierta distancia—. Está cubierto de sangre de la cabeza a los pies y aún no hace tiempo como para dormir a la intemperie sin poner en riesgo su salud. Los demás oficiales y yo nos turnaremos para velarlo. Le iremos a buscar si despierta o sobreviene algún cambio.

Laurence pestañeó y se miró a sí mismo. No se había percatado de que tenía las ropas salpicadas y bañadas por sangre de dragón, casi negra. Se pasó la mano por el rostro sin afeitar. Estaba claro que estaba dando una imagen bastante poco presentable. Alzó la mirada hacia el dragón, que permanecía totalmente ignorante de cuanto sucedía a su alrededor. Las ijadas subían y bajaban con un estruendo bajo y acompasado.

—Diría que está en lo cierto —contestó—. De acuerdo, y muchas gracias —agregó.

Granby asintió. Laurence se dirigió de regreso al castillo después de echar una última ojeada a Temerario que seguía durmiendo. Ahora que era consciente, tenía una desagradable sensación de suciedad y sudor por todo el cuerpo. El lujo de un baño diario lo había reblandecido. Se detuvo en su habitación lo justo para cambiar sus ropas manchadas por otras nuevas y se dirigió directamente a las termas.

Era poco después de comer, y muchos oficiales tenían el hábito de bañarse a esa hora. Después de que se hubiera dado un rápido chapuzón en la piscina, descubrió que la sauna estaba repleta, pero varias personas le hicieron sitio en cuanto entró. Aceptó con mucho gusto el espacio despejado y devolvió los asentimientos de saludo antes de dejarse caer. Estaba tan cansado que sólo después de haber cerrado los ojos en medio del gozoso calor cayó en la cuenta de que las atenciones habían sido inesperadas y deliberadas. Estuvo a punto de ponerse en pie de un salto a causa de la sorpresa.

—Buen vuelo, excelente vuelo —le dijo Celeritas aquella tarde con tono de aprobación cuando acudió a informarle con retraso—. No, no ha de disculparse por llegar tarde. El teniente Granby me ha dado una explicación preliminar; con eso y el informe del capitán Berkley sé perfectamente qué ha pasado. Preferimos capitanes más preocupados por su dragón que por nuestra burocracia. Confío en que Temerario se encuentre bien.

—Gracias, señor, sí —respondió Laurence agradecido—. Los cirujanos me dijeron que no había motivo de alarma y él asegura que se encuentra bastante cómodo. ¿Manda algo mientras dure su convalecencia?

—Nada, salvo que lo mantenga con la mente ocupada, lo cual puede resultar todo un desafío —dijo Celeritas con un bufido que Laurence interpretó como una risita—. Bueno, eso no es del todo cierto. Tengo una tarea para usted. En cuanto Temerario se haya recobrado, él y Maximus se incorporarán inmediatamente a la formación de Lily. No hacen sino llegar malas noticias de la guerra, y la última ha sido la peor. Villeneuve y su flota han salido de Toulon aprovechando la cobertura que le proporcionó una incursión aérea contra la flota de Nelson. Hemos perdido su rastro. No podemos esperar más a tenor de las circunstancias y esta semana está ya pérdida. Por consiguiente, es hora de que nombre la tripulación de vuelo de Temerario, y me gustaría oír sus peticiones. Considere a los hombres que han servido a sus órdenes durante estas últimas semanas y mañana discutiremos el asunto.

Después de aquello y sumido en sus pensamientos, Laurence anduvo a paso lento hasta las inmediaciones del claro. Había pedido una tienda a la dotación de tierra y se la habían traído, además de una manta. Pensó que estaría más cómodo una vez que la hubiera armado junto a Temerario, ya que le gustaba más esa idea que pasar toda la noche alejado de él. Se encontró al dragón durmiendo aún, plácidamente. La carne circundante a la zona vendada estaba cálida al tacto, pero no febril.

Después de haber quedado satisfecho a ese respecto, Laurence dijo:

—Deseo hablar con usted, señor Granby. —Lo llevó a un aparte a escasa distancia—. Celeritas me ha pedido que le dé los nombres de mis oficiales —anunció sin quitar los ojos de encima a Granby. El joven enrojeció y bajó la vista. Laurence prosiguió—: No le voy a poner en el brete de rehusar un puesto. Ignoro qué significa en la Fuerza Aérea, pero sé que en la Armada sería una seria mancha en contra suya. Si va a tener la más mínima objeción, hable con franqueza y eso zanjará el asunto.

—Señor —comenzó Granby. Entonces, se calló bruscamente. Parecía consternado. Había empleado el término demasiado a menudo con velada insolencia. Volvió a empezar—. Capitán, soy consciente de que he hecho muy poco para merecer esa consideración. Sólo puedo decir que estaría encantado de aceptar la oportunidad si está dispuesto a pasar por alto mi anterior comportamiento.

El discurso parecía un poco forzado en sus labios, como si necesitara ensayarlo.

El aviador asintió satisfecho. Su decisión era repentina. No estaba del todo seguro, a pesar de las recientes hazañas de Granby, de exponerse a soportar a alguien que se había comportado con tan poco respeto a su persona de no ser por el bien de Temerario. Pero Laurence había decidido asumir el riesgo porque Granby era notoriamente el mejor de los posibles candidatos. La respuesta le complacía mucho. Era bastante sincera y respetuosa, aunque la hubiera expresado con cierta torpeza.

—Muy bien —se limitó a contestar.

Habían comenzado a caminar otra vez cuando Granby dijo de repente:

—¡Maldita sea! Tal vez no sea capaz de decirlo de la forma adecuada, pero no es mi deseo dejar las cosas así. He de decirle cuánto lo lamento. Sé que me he comportado como un necio.

Esa franqueza sorprendió a Laurence, aunque no le desagradó. Jamás hubiera rechazado una disculpa ofrecida con tanta sinceridad y sentimiento como se evidenciaban en el tono de Granby.

—Me alegra poder aceptar su disculpa —contestó en voz baja, pero con verdadero afecto—. Por mi parte, le aseguro que todo está olvidado. Espero que en lo sucesivo seamos mejores compañeros de armas que hasta ahora.

Se detuvieron y estrecharon las manos. Granby parecía aliviado y feliz al mismo tiempo. Cuando Laurence le tanteó con cautela para que le recomendara otros oficiales, le respondió con gran entusiasmo mientras recorrían el camino de regreso al lado de Temerario.