Rosalba estaba sentada en la balaustrada exterior de la Galería de los Reyes en una esquina al frente del gran trono de piedra; el espacio era casi una sala. La noche estaba fresca, pero la debilidad la hacía sentir frío; la capa la resguardaba y la acogía como un nido.
Rankstrail llegó y con una leve reverencia le preguntó qué debía hacer con la caballería ligera. Ahora que la guerra no era tan desesperada, se podía considerar la idea de permitirles a los hombres tener una familia y estar cerca de ella. La pertenencia a la caballería debería convertirse en un oficio decente y respetado, por fuera de la miseria y el deshonor. Una vez hecho esto, sin perder demasiado tiempo, era necesario encontrar los medios para empujar a los Orcos más allá de las colinas. Robi estuvo de acuerdo: era una idea razonable. O mejor aún, añadió, la palabra «razonable» no era suficiente.
—La idea es «sacrosanta» —sonrió—. Haré revocar de inmediato la antigua y malvada ordenanza que prohíbe el matrimonio de los Mercenarios, y es más: haré abolir la misma palabra «Mercenario». «Soldado» me agrada más.
La llegada de Aurora interrumpió la conversación.
Llegó, saludó y sin interesarse en lo que ellos se estaban diciendo, se aclaró la voz y comenzó a hablar con el tono ansioso del que ha preparado un discurso difícil.
—Ese era el trono de Arduin —dijo y señaló el trono de piedra que dominaba la sala.
Rosalba asintió con un mesurado y educado desinterés sin apartar los ojos del horizonte donde la última nieve de las montañas resplandecía a la luz de la media luna de la noche clara. No quería parecer descortés, pero tampoco quería demostrar ni siquiera un vago interés por temor a que la otra la ilustrara, pieza por pieza, sobre todos los muebles de la residencia.
—No es un trono de madera tallada y oro ni algo por el estilo: es de piedra —insistió Aurora.
Rosalba asintió de nuevo. Quizá había demostrado demasiada cortesía y un desinterés insuficiente.
—Se trata de un trono grande —retomó ella.
Al igual que Jastrin, Aurora era una persona tenaz. Una vez que encontraba un tema de conversación era difícil que soltara la presa. Rosalba asintió de nuevo, cada vez menos alentadora.
—Arduin también era muy robusto. Y estaba acostumbrado a sentarse sobre la piedra —continuó Aurora.
Rosalba le añadió un palmo de estatura y algunas libras de peso a la imagen que tenía de Arduin, el Rey Brujo, vestido luminosamente de blanco, con un bastón brillante en la mano.
Era imposible detener a Aurora. A su lado Jastrin era un diletante.
Rosalba trasladó los ojos del horizonte hacia su rostro y asintió por un segundo. Luego posó de nuevo la mirada en las montañas, deseando que la conversación hubiera concluido.
Aurora se movió hacia la galería donde los antiguos Reyes de piedra descollaban en una hilera dispareja.
—Este era Carolo el Conciliador —dijo señalando el primero, y luego pasó al segundo, un tal Bertrhando sin más especificaciones, mientras que el tercero, Carolo Segundo, nieto del primero, había sido llamado el Breve porque solo había reinado durante dos meses, mejor aun que Carolo Tercero, el quinto de la fila, llamado el Brevísimo, porque su reinado solo había durado seis días a causa de una caída mortal desde un caballo, si es que no había sido una conspiración camuflada.
Rosalba se preguntó qué mal habría hecho. Quizá en una vida anterior… Se estremeció de horror al lanzarle una ojeada a la hilera infinita de los soberanos de piedra. Si Aurora tenía la intención de hacerle la lista de la vida, muerte y milagros de toda la comitiva, terminaría más allá del amanecer. Volvió a dudar de que no fuera un complot: Aurora había decidido eliminarla aburriéndola a muerte. Por suerte, Aurora se detuvo en Carolo Tercero. Señaló la serie de Reyes.
—Entre estos Reyes nunca ha estado Arduin —dijo—. ¡Están todos, incluso los que reinaron durante pocos días y no hicieron nada excepto dejar el recuerdo de sus nombres, y falta Arduin, el Salvador, Arduin el Justo, el Señor de la Luz, el único y verdadero Rey después de la caída de los Elfos!
—¡No me digas! —exclamó finalmente Rosalba.
Tenía la impresión de que los límites de su cortesía ya habían sido superados en exceso. Le echó una mirada a Rankstrail, quien por el contrario tenía los ojos fijos en el rostro de Aurora. Ni por un segundo se los quitaba de encima, apenas se atrevía a respirar.
—No hay esculturas de Arduin —insistió Aurora—. No hay imágenes de ningún tipo. Él no quería que… no quería… falsos y… no era posible que su imagen fuera reproducida.
Rankstrail parecía de piedra, su inmovilidad era total.
—A lo mejor era tímido —observó Rosalba, exasperada por aquella conversación, con la vaga esperanza de concluirla—. La hija del molinero de la aldea de Arstrid se moría de vergüenza solo con que alguien le dirigiera la palabra. A Arduin le debía molestar ser representado en una estatua o alguna cosa por el estilo: era un poco tímido. O más bien era reservado y, ¿cómo se dice? ¡Modesto! Era reservado y modesto.
Se hizo un largo silencio. Rosalba se alegró. Quizá la conversación había concluido. Ahora se iría a dormir. Podría cerrar los ojos y dormir.
—No, no, el hecho es que… Él no era… no pertenecía a la humanidad; no, si entendemos humanidad en el sentido estricto de la palabra… —agregó Aurora en un susurro, casi silbando.
Rosalba salió de su aburrimiento de inmediato. Abrió la boca de par en par. El corazón le dio un brinco.
—¡De veras! —exclamó con gran entusiasmo—. ¡Estaba segura! —dijo triunfante—. ¡Siempre estuve segura de ello! —repitió parándose de un salto—. Arduin también era un Medio-Elfo. Como mis hijos. ¡Como mis hijos! ¡Siempre estuve segura de ello!
El entusiasmo la había transfigurado.
Rankstrail estaba inmóvil como si estuviera embalsamado. Rosalba se preguntó si acaso padecía algún mal. Después se acercó a la balaustrada de piedra y respiró feliz el aire frío de la noche. Cuando se giró hacia Aurora y Rankstrail, una sonrisa le iluminaba la mirada. Era la primera sonrisa que aparecía en su rostro desde tiempos inmemorables.
Aurora se quedó en silencio, y luego prosiguió en voz baja y lenta.
—Arduin no era un Medio-Elfo —explicó casi en un susurro.
—¡Pero acaba de decir que no era completamente humano! —replicó la Reina, molesta. Consideraba detestable esa manera de decir y no decir las cosas, de dejar las explicaciones siempre a medias; le parecía que esto tenía como único objetivo que ella, Rosalba, hiciera el eterno papel de imbécil.
—Dije que no era completamente humano; no que fuera un Medio-Elfo —aclaró Aurora con dificultad.
—¿Y con quién compartía la otra mitad de su sangre, entonces? ¿Con una gallina?
—Arduin era uno de ellos —respondió la otra—. Era un Orco Mong-hahul. Por eso los derrotó y los hizo pedazos —Aurora hizo una pausa—. Él sabía cómo combatirlos. Él sabía cómo golpear. Como todos los Orcos, nunca le temió a nada. Casi no sentía el dolor. La muerte le era indiferente. Ni siquiera el jefe de todos los Demonios en persona, ascendido desde lo más profundo de los Infiernos, hubiera logrado impresionarlo. Nunca fue derrotado por nada ni nadie. Fue el más grande caudillo que el Mundo de los Hombres jamás haya tenido, después de los Reyes Elfos. Solo, desesperado, visionario e invencible. Su furia era incontenible y podía ser atroz. Cuando los Orcos Targh-hail masacraron a las familias de los campesinos en las colinas y por poco destrozan las defensas de la ciudad, Arduin no le perdonó la vida a ninguno. Al final del contraataque la llanura, desde aquí hasta las Montañas Oscuras, estaba completamente ocupada de alabardas con cabezas amputadas. Durante meses y meses no solo los buitres, sino también las gaviotas se dieron un banquete con lo que quedaba de las caras de los Targh-hail. Fue por esto que las gaviotas se trasladaron a lo largo del Dogon hasta Daligar. Hasta ese momento solo vivían en el mar. Durante meses y meses en Daligar solo los buitres y las gaviotas comieron porque en la llanura, invadida por las cabezas amputadas de los enemigos izadas sobre lanzas, nada era cultivable, nadie osaba tocarlas antes de que Arduin diera la orden y él nunca la dio.
Aurora calló. Rosalba no podía ni encontrar la voz, o quizá la voz estaba y eran las palabras las que no encontraba. Le faltó el aire; después de un segundo tuvo la impresión de que también se le había agotado la sangre en las venas y vaciló. Por fortuna, Rankstrail, que de golpe había salido de su inmovilidad de estatua, logró sostenerla y le ayudó a sentarse a salvo, bien lejos del parapeto, en el pedestal de Carolo Tercero, el que había durado menos de una semana. Por fin el destino había decidido que este sirviera para algo.
—Es una mentira —dijo por fin Rosalba—. Ni mis hijos ni yo tenemos sangre de Orco. Es ridículo y también estúpido —se puso de pie, calmada, despectiva—. Yo vi a Arduin —dijo—. Lo vi reflejado en mi espada, y sin su coraje nunca habría logrado romper el sitio. Fue su mente la que me guio. Llevaba esta capa: los pespuntes de plata y perlas son inconfundibles. Tenía la corona de oro y hiedra en la cabeza.
—Precisamente, Señora mía. La corona de Arduin era de hierro y tenía solo una franja de oro en memoria de su esposa. ¡Piénselo! Arduin no habría podido llevar la corona del último Rey de los Elfos, dado que usted y su esposo la recuperaron hace solo algunos años. Esa capa no le pertenecía a Arduin: mi padre se la hizo confeccionar el año pasado usando una cantidad de oro que hubiera bastado para quitarle el hambre a todo el Condado y para armar un ejército que defendiera de los Orcos a la Tierra del Pueblo de los Hombres hasta los Confines de las Tierras Ignotas. Arduin el Justo nunca hubiera podido mandarse a hacer una capa de ese estilo. Señora mía, la imagen que vio en su mente en el momento del peligro fue la de su hijo sentado en el trono. Uno de sus hijos se llama Arduin, será el futuro Rey de Daligar. Su mirada, como la de su antepasado Arduin, traspasa el velo del futuro, no el del pasado.
Se hizo un largo silencio. Aurora y Rosalba estaban una frente a la otra, inmóviles, los ojos verdes de la una dentro de los negros de la otra.
Por fin la voz de Rankstrail se hizo sentir:
—¿Cómo fue posible exactamente que un Orco Mong-hahul hubiera sido nombrado Rey?
Rosalba se reanimó por un segundo. Aurora respondió de inmediato.
—Arduin fue elegido por unanimidad. Era el general vencedor. Cuando él llegó, la ciudad estaba bajo los talones de los Orcos. La violencia era inaudita e indecible. La mitad de los habitantes había muerto y la otra mitad deseaba estarlo. Arduin tomó el mando de lo que quedaba del ejército y guio el contraataque. Recuperó la ciudad, derrotó a todos los ejércitos de los Orcos uno tras otro, los hizo retroceder hasta más allá de las Tierras Notas y dejó los Confines protegidos y seguros.
—¿Pero de qué modo exactamente sucedió que un Orco Mong-hahul terminara siendo el líder de nuestro ejército o de lo que quedaba de él, para guiar el contraataque? —insistió Rankstrail.
Aurora buscaba las palabras, casi avergonzada.
—Dicen los anales, las crónicas de la época, que fue, por así decirlo, nombrado, aunque la palabra más apropiada sería «contratado» por la hija del Rey…
—¿Y cómo se le ocurrió a la hija del Rey? ¿Dónde se encontraba el Orco: debajo de la cama durante el plenilunio del verano? ¿La hija de cuál Rey? ¿Fulano el Cretino o Mengano el Imbécil? ¿Y quién sería el imbécil que tuvo la idea de llamar a un Orco Mong-hahul el Señor de la Luz? ¿Con qué iluminó el mundo: con el fuego de las hogueras? —estalló Rosalba.